El caso de las novias robadas (II)

Una simulada noche de bodas se convierte en una brutal violación. La inspectora Mendes empieza a investigar.

IV. De compras

“¡Coño! ¡Ya llevo veinte minutos esperando!” A Laura le extrañaba la tardanza de Jenny, pues solía ser puntual. Estuvo tentada a sacar el móvil del bolso y llamarla, pero decidió esperar diez minutos más. Lo malo era que caía un sol de justicia y en el lugar en el que habían quedado, una céntrica placita de la ciudad, no había ni una sombra. Mientras iba y venía esperándola, su imagen se reflejó en el escaparate de una tienda: había escogido para la ocasión un vestido blanco, cortito, a medio muslo, de vuelo y de escote en V con encaje que permitía no ver sino adivinar el nacimiento de sus senos; la abundante melena recogida con un pasador dejaba a la vista largos pendientes dorados. Importante había sido también el calzado: unas sandalias, blancas igualmente, de una cuña de doce centímetros, que aún empequeñecería más a su compañera. ¡Vaya rabia le tenía! ¡Todo le iba bien a esa puta sudaca! ¡Un novio por el que a cualquiera le caerían las bragas y unos éxitos profesionales que aún le hacían hervir más la sangre! Pero con este caso, ella la eclipsaría; intentó sonreír de tal modo que se pudieran ver los piños que le habían incrustado, pero era casi imposible: más que una sonrisa parecía una mueca horrenda… Era igual; dentro de pocos días sería la novia de Javier, pasaría con él la noche de bodas… uuuaaaauuuu… sentía, sólo con pensarlo, revoloteos en su estómago y humedad en el coño…Sería el cebo, de acuerdo; sería peligroso, vale; pero valía la pena, y tanto que valía la pena. ¡Puta Jenny! ¡Maldita Jenny! ¡Te voy a hundir en la miseria cuando te veas sin novio y con una jefa como yo!

Así fantaseaba cuando la vio llegar: ¡vaya tipito! ¡No hay tío que no se gire a su paso! Llegaba vestida de modo informal, con un poncho blanco semitransparente bajo el que se insinuaba un sujetador del mismo color, y una minifalda vaquera que dejaba al aire unos muslos prietos y torneados. ¡El calzado! ¡Muy importante el calzado! ¡Ja! ¡Unas sandalias planas! ¡Vas a quedar diminuta a mi lado, jodida!

  • ¡Hola, Jenny, guapísima!

  • ¡Hola, Laura! ¡Joder, lamento el retraso! A ver… ¡estás monísima!

  • ¡Bah! Es un vestido que me compré en Venca, ¿de veras te gusta?

  • De veras, y te queda muy bien.

“Pues espera a ver lo que me voy a comprar para la noche de bodas”, pensó Laura mientras ensayaba por enésima vez la mueca que permitía mostrar sus nuevos dientes:

  • ¿Nos sentamos en una terraza? Estoy acaloradísima – para reafirmar sus palabras se abanicó con una mano.

  • Sí, guapa, lo siento de veras. La moto, que no quería arrancar…

“Ya está restregándome sus posesiones. ¡No la soporto!” Echaron a andar, Laura muy recta, mostrando a quien quisiera que su busto era más generoso que el de su acompañante, a la que miró de soslayo: “¡Yo diría que la paso diez centímetros!” Ocultos tras unas gafas de sol Gucci, los ojos de Jenny también la observaban: “No sé de qué va ésta…Serán problemas de autoestima…He de ir con cuidado porque la necesitamos al cien por cien…”

Se sentaron a una mesa de una terracita muy concurrida; Jenny cruzó las piernas y dejó a la vista, casi hasta las nalgas, unos muslos morenos y prietos. Otro tanto hizo Laura acortando, como quien no quiere la cosa, el vuelo de su vestido: poderosas piernas blancas y carnosas intentaron competir infructuosamente con las de su compañera. Llegó el camarero, joven aunque fondón (ojos fijos en Jenny; rabia contenida de Laura) y pidieron un par de tónicas. Tras llevarse las gafas de sol a la cabeza, Jenny rompió el silencio:

  • Bueno, Laura… ¿Qué tal estás? Me refiero a después de…

  • ¿Pues cómo voy a estar? Perfectamente – cortó Laura, enrojeciendo un tanto – No sé de qué me hablas ahora…

“Uy, uy, uy…Sí que está a la defensiva…Cambio de tema…” Jenny dio un sorbo a su bebida:

  • ¿Lo tienes todo a punto? El operativo ya está preparado y dispuesto.

  • ¿Ah, sí? Y cuéntame… ¿cómo será…mi noche de bodas? Ji, ji, ji – Laura se había echado hacia delante y le había puesto, con una confianza no solicitada, una mano sobre la muñeca izquierda.

  • Bien, te cuento el asunto tal como está ahora – “Mantén  la calma, joder” – El coche nos recogerá en mi piso…

  • ¿Qué coche?

  • Hostias, no sé. Creo que me comentó Javier que era un Audi A8 o algo así.

  • Uuuaaauuu – los ojos de Laura como platos tras las gafas – Ese debe de ser un coche muy lujoso, ¿no?

  • Creo que es grande, sí… Hemos de simular la boda en la medida de nuestras posibilidades – remarcó la palabra “simular” – Lo que decía – nuevo sorbo – A las 20:45 en nuestro piso; tú has de estar preparada para irnos. Más o menos, a las 21:30 estamos en el hotel…picoteamos algo que nos ofrecerán y vamos a la habitación…

  • ¿Tú…también? – no pudo evitar un mohín de disgusto.

  • En principio, sí – “No te vas a tirar a mi novio, hija puta” – Pero en veinte minutos me largaré a otra habitación cercana que hemos reservado.

El trago parecía largo, pero lo que hacía en realidad Laura era fantasear con lo que ocurriría después: dejaría a Javier sin respiración… ¿y si quedaba embarazada? ¡Oh, Dios mío; gracias por esta oportunidad!

  • ¿Me escuchas, Laurita?

  • ¿Eh? ¡Oh, perdona! Pensaba en el plan – los sonidos de la calle la habían vuelto a rodear.

  • Te decía que simplemente vamos a esperar a ver qué ocurre y, a partir de ahí, improvisaremos.

  • Bueno; no tengo miedo. Esos cerdos se van a enterar.

Mientras apuraban las tónicas, perfilaron los detalles del plan; Laura comentó que iba a gastarse más de 300 euros en maquillarse y peinarse. “¡Estás loca! ¡Si no es más que una simulación!”, exclamó una boquiabierta Jenny ante los delirios de su compañera. Eso sí, fue Jenny quien pagó la cuenta antes de empezar a recorrer las calles cercanas.

  • Todo está muy cerca: primero iremos a Intimissimi y luego al outlet de Pronovias – comentaba Laura mientras caminaban.

  • ¿Outlet? El presupuesto es para alquilar algo, ¡nada más! – Jenny alucinaba.

  • ¿Qué pasa? – Laura se detuvo en medio de la calle mirando a su acompañante – ¿Te molesta que quiera hacer bien mi trabajo?

  • No, no…Haz lo que quieras…Es tu dinero.

Intimissimi: body, medias, liguero; todo blanco como corresponde a una novia que se precie; más de 150 euros. “¡Ésta ha perdido el juicio!”

Outlet de Pronovias: vestido entallado, con escote palabra de honor y amplia falda con cola; más de 500 euros. “Pero, ¿sabrá lo que está haciendo?”

Zapatos blancos, Pura López, con tacón de diez centímetros y lacitos; más de 200 euros.

Llevaban ya unas tres horas de compras; Jenny no se atrevía a detener la locura que, sin duda, se había apoderado de Laura. Fue ésta quien dijo:

  • Bueno, preciosa; yo ya estoy. ¿Y tú?

  • Yo… – se sentía mareada – yo… por aquí hay una tienda de alquiler de ropa; ¿me acompañas?

  • ¡Claro que sí! – Laura se sentía exultante – Así te ayudo a escoger el vestido más mono – “El que te quede como un tiro.”

Pero, a pesar de su 1,65, a Jenny todo le sentaba como un guante; Laura se rindió y, al final, escogieron un vestido corto y negro, de escote asimétrico.

V. Noche de bodas

En su nuevo papel de chófer, Cosme mantenía abierta la puerta del Audi A8 por la que debía entrar la novia. Lo habían embutido en un uniforme gris de botoncillos dorados y, bajo aquel sol, echaba de menos el confortable aire acondicionado del automóvil. Mantenía, eso sí, perfectamente agarrada en su mano derecha la gorra de plato que completaba su disfraz. A su lado, vestido con un elegantísimo traje color marfil rematado por una rosa azul en el ojal a juego con la corbata, Javier no paraba de mirar su reloj de pulsera.

  • Joroba, sí que tardan. Son casi las nueve – murmuraba.

Se habían arremolinado en la acera unos pocos curiosos entre los que aumentaron los murmullos cuando apareció una Jenny espectacular, enfundada en un vestidito que había complementado con un collar y unos largos pendientes plateados, medias finas y negras y zapatos brillantes de charol de alto tacón. Javier no pudo reprimir un silbido de admiración cuando se fijó en su rostro ligeramente maquillado y en su melena recogida en un sombrerito de pequeñas plumas blancas.

  • Señorita Mendes…merece usted un once – no pudo menos que decir Cosme ante la hermosa sonrisa de perfectos dientes de una Jenny que se les acercaba.

  • En un momento viene Laura – susurró consciente de la impaciencia de Javier.

Los murmullos de los espectadores se convirtieron en aplausos cuando apareció la novia; realmente estaba impresionante. Al moreno de su piel (los rayos UVA habían sido continuos en torso y cara durante los últimos diez días) se añadía un maquillaje perfecto que realzaba pómulos, ojos y labios. El cabello iba recogido en un complicado peinado cuyo moño era rematado por diversas cuentas de perlas entre las que sobresalía una rosa blanca. El escote palabra de honor era lo suficientemente bajo para que se mostrara orgulloso el nacimiento de unas potentes tetas; la piel tersa quedaba resaltada por la ausencia de adornos, a excepción de unos largos pendientes.

  • Coño…Laurita… – Javier había quedado impactado. Sonriente, se quitó las gafas de sol y sus relucientes ojos azules, que combinaban a la perfección con su atuendo, derritieron a la joven.

  • ¿Te…te gusta – miles de mariposas revoloteaban en su estómago. Sintió que se ruborizaba, aunque confió en que el maquillaje lo disimulara.

  • Señorita Conejero – Cosme seguía aguantando la puerta – está usted impactante, pero…si me permite… ¿va a ver algo sin gafas?

  • No va a haber ningún problema, te lo aseguro – contestó molesta.

Se acomodaron en el interior del automóvil: Jenny delante junto a Cosme y los novios detrás. Se oyeron vítores a medida que abandonaban el lugar. Durante el trayecto, Laura, que sostenía ahora en sus manos un ramito de rosas rojas que le había entregado Javier, no hacía más que lanzar miradas que ella suponía insinuantes a su novio, pero éste y Jenny hablaban y hablaban del futuro plan. Se sentía frustrada.

Tal como llegaron al hotel, el director los recibió en una sala preparada para la ocasión; con el fin de simular al máximo la boda, diversos compañeros y compañeras del Cuerpo fingían ser invitados.

  • Enhorabuena, Laura…Javier… – era Andrés que, a la vez que daba la mano a su subordinado, no apartaba los ojos del suelo. Iba acompañado por una jovencita de melena por los hombros, mirada azul y sonrisa de hermosos hoyuelos: era Sandra.

  • Enhorabuena.

Más de media hora duró el paripé hasta que los tres accedieron a una suite enorme que constaba de saloncito y habitación independiente, además del preceptivo baño. Aunque la decoración y los muebles eran modernos, se respiraba lujo. Laura miraba encantada la amplia cama de matrimonio: un sinfín de imágenes y posturas posibles se agolpaban en su imaginación y ante ellas el coño empezaba a humedecerse.

  • ¡Laurita! – la voz de Jenny la sacó de su ensoñación – Aprovecha para cambiarte ahora – señalaba el baño – que yo en breve me largo.

Aferrada todavía al ramito, se dio la vuelta para ver la imagen borrosa de Javier, sentado en el sofá y ya sólo en pantalones. “¡Dios, qué pectorales! ¡Qué tableta! ¿Y todo esto será para mí?” Su respiración aumentó y se tradujo en un subir y bajar de unas tetas que amenazaban con abandonar el vestido.

  • ¡Laurita! – palmadas de Jenny, que ya se había quitado el sombrero – ¡Venga! ¡Espabila!

  • Sí, sí… – se metió en el baño. Apoyada en el lavabo, se miraba al espejo esperando a que remitiera el sofoco. “¡Madre mía! ¡Vaya hombretón! Uuufff.” Nerviosa y temblando intentó desabrocharse el vestido, pero los dedos estaban torpes; unas lágrimas de rabia pugnaron por salir de sus ojos miopes. “¡El rímel! ¡El rímel!” Poco a poco se fue desabotonando y el vestido al fin resbaló hacia el suelo; surgió una Laura cubierta tan sólo por un bodi de encaje en cuyo escote se divisaban trémulas sus enormes tetas; a duras penas se ocultaban los pezones. Un liguero a conjunto, que sujetaba picarón unas medias blancas con topitos, completaba la visión.

Con ojo crítico, se fue inspeccionando: sus rotundos muslos quedaban totalmente al descubierto gracias a que el bodi se elevaba en curva inusual en los laterales; ello provocaba que las carnosas nalgas convirtieran en un minúsculo triángulo la parte trasera de la prenda.

  • ¡Maldito culo caído! – se dijo mientras se acomodaba el bodi, que parecía empeñado en meterse en la raja de su trasero. No se había quitado los zapatos ni pensaba hacerlo: acentuaban hasta el infinito el bamboleo de sus caderas, según comprobó dando unos pasitos para aquí y para allá. Más satisfecha, se decidió a salir no sin antes decirse, con la mano en el corazón:

  • ¡A por todas, Laurita!

Lo único que le pareció oír desde el saloncito fueron unos gemidos o suspiros, no acababa de distinguirlo. Lo que estaba claro era que ahí no había nadie. Entornando los ojos para evitar algún choque desagradable, avanzó hacia el dormitorio; “¡Sí! ¡Sin duda son gemidos masculinos! ¡Guuaauu! ¡Aún no he llegado y ya se la machaca pensando en mí!”, se ilusionó una ahora sonriente Laura. En su tribulación se dio un fuerte golpe en una rodilla, “¡Ay! ¡Mecagüen!”, pero no se detuvo en su camino: una más que agradable sensación reinaba en sus bajos.

Apoyada en el quicio de la puerta, tuvo que abrir y cerrar los ojos varias veces; la imagen aparecía difuminada por su miopía, pero no dejaba lugar a dudas: Javier estaba en la cama, sí; y tumbado cuan largo era, sí; pero encima de él, a horcajadas, se encontraba Jenny, y su culito subía y bajaba como queriendo succionar a fondo la enorme tranca de su compañero. Laura no podía dar crédito a lo que veía; ahora los brazos de Javier ascendían acariciando el sudoroso cuerpo de la sudaquilla y se aferraban a sus tetas para acariciar los pezones. El vaivén no se detenía, y los gemidos tampoco.

Acuosos de nuevo los ojos, acalorada de la rabia y con el corazón a punto de salirle por la boca abierta, Laura se dio la vuelta y se dirigió al sofá, donde se sentó para dar rienda suelta a su frustración, traducida en unos lagrimones que surcaron sus mejillas empantanándolas de rímel.

  • Hija puta, hija puta – sólo se repetía retorciéndose las manos. Unos golpecitos en la puerta de la habitación la distrajeron de sus pensamientos. Tras levantarse, se acercó sigilosamente mientras se acomodaba el rebelde bodi obsesionado con la raja de su culo.

  • ¿Sí? – susurró.

  • Señorita – la voz, profunda y con leve acento extranjero, le llegó a través de la puerta – Servicio de habitaciones. Es el cava que han pedido.

¿Cava? ¡Valiente cabrón era Javier! ¡Encima quería celebrar el polvo con la sudaca! Una sonrisa que semejó más bien un rictus ocupó su boca: ¡ahora vería dónde iba a parar el puto cava!

  • Déjelo junto a la puerta, por favor – siguió susurrando pegada a la madera – Ahora no estoy visible. Luego lo recogeré.

Aplicó el oído decidida a esperar a que el camarero se alejara de allí. Le pareció oír unos pasos que cada vez sonaban menos nítidos. Silencio, sólo roto por los gemidos y los suspiros procedentes de la cama. “¡El cava irá a parar a sus jodidas cabezas!”, se dijo. Con el corazón embargado por la ansiedad, abrió la puerta; ante ella, un carrito con un par de copas y una cubitera metálica en la que reposaba la botella. Cautelosa, miró a un lado y a otro, y salió al pasillo para empujar todo aquello al interior de la habitación.

Todo ocurrió muy rápido: de pronto, una mano le tapó la boca y otra la agarró con brutalidad del brazo con el fin de arrastrarla no sabía dónde. De la impresión, empezó a agitarse, los ojos como platos y un chillido que murió en su garganta. Intentó liberarse con las manos, pero fue imposible; pateó rabiosa y una de sus rodillas golpeó con fuerza el carrito: las dos copas cayeron, una de ellas al suelo haciéndose añicos, y también se volcó la cubitera, dejando fluir el agua y el hielo.

  • ¡Maldita! – masculló a su oído el agresor, que aumentó la presión de sus brazos y consiguió arrastrarla lejos de la habitación. El bamboleo de las tetas mostraba los esfuerzos de Laura por liberarse, pero sin éxito. Desaparecieron ambos por una puerta lateral, y sólo unas cuantas perlas quedaron, como mudos testigos, esparcidas sobre la moqueta del pasillo.

VI. ¿Quién me ha violado?

Se sintió empujada contra una pared, y la presión de una mano se desplazó de su boca a su cuello; la otra la seguía agarrando con fuerza del brazo.

  • ¡Ni se te ocurra moverte, furcia de los cojones! – no supo cómo, pero de pronto una cinta adhesiva cubrió su boca.

  • Mmmm, mmmm – el dolor de sus brazos retorcidos la sacudió en un calambrazo; con violencia se vio obligada a desplazarse hacia una mesa sobre la que fue arrimada, el culo en pompa y las tetas aplastadas en el aluminio. El ruido y el tacto pegajoso de la cinta la avisaron de que le estaba atando las manos a la espalda.

  • Mmmm, mmmm – meneos de culito, mejillas regadas de rímel, el complicado peinado convertido en una melena enmarañada que iba adornando de perlitas la mesa: ¡la piel de las muñecas aún está tierna! ¡Ese bruto está apretando demasiado!

Una dolorosa palmada en las nalgas le hace saber que su atacante no está para bromas; sus ojos que, apoyada como está en la mesa, sólo alcanzan a ver la silueta borrosa de lo que parecen productos de limpieza colocados en unas estanterías, distinguen de pronto una mano negra que se sitúa ante ellos. Siente la otra mano moviéndose entre el bodi y su culo; pronto, unos dedos hurgan en los labios de un coño recién rasurado para su soñada noche de bodas.

  • Como digas algo de esto, te buscaré y te rajaré – susurran a su oído. La mano intenta apartar el bodi, pero éste se empecina en hundirse en la rajita del trasero.

  • ¿Cómo cojones se saca esta mierda? – jadea su desconocido agresor. Laura está tan aterrorizada que no se atreve a moverse ni un milímetro. Pronto el hombre descubre las hebillas que unen la prenda.

  • ¡Coño si es complicada esta jodienda!

Torpe, va desatándolas sin poder evitar lacerantes pellizcos en la cara interior de los muslos de la inspectora; alguno se produce en los mismos labios del chochete. El agitado meneo de las carnosas nalgas y los gemidos sordos que escapan a través de la cinta adhesiva son fruto del terrible dolor que tortura a la mujer.

  • ¡Estate quieta, cojones! ¡Me lo estás poniendo muy difícil! – sigue jadeando su atacante.

Al final, el bodi abandona el trasero. Durante unos instantes, Laura no oye nada más que la respiración entrecortada del hombre que supone negro. El dolor de los pellizcos va remitiendo, pero ahora es la rodilla la que le recuerda el golpe; los brazos empiezan a entumecerse debido a la forzada posición. Revive la pesadilla que había sufrido no hace muchos días. Suda. Suda mucho. Sus alocados pensamientos, que cabalgan a la par que su corazón desbocado, se ven interrumpidos por la intrusión bestial de unos cuantos dedos en su coño.

  • ¡Mmmmmm! – su visión es a la vez borrosa y acuosa, anegados los ojos en lágrimas.

  • Bueno – más jadeos – No está mal.

Una mano le aplasta la cabeza contra la mesa; la otra, sin lugar a dudas, conduce un pollón que empieza a incrustarse, potente, en su chocho, hasta que se acaba introduciendo del todo. El enorme instrumento entra y sale rozando sin cesar el clítoris. A pesar de la incómoda postura, de la mano que la aplasta, de los brazos entumecidos, del dolor de la rodilla, no puede evitar el placer. De modo inconsciente, menea el trasero: a ojos del agresor, sus nalgas semejan natillas. Él sigue, inmisericorde, una mano en la cintura, introduciéndole la verga hasta la raíz. Se siente correr. Con tal lubrificación, no tarda el supuesto negro en hacer lo mismo entre espasmos y potentes palmadas en la nalga derecha, que excitan más a una torturada Laura. Cesa el bombeo de semen y el pollón abandona el coño entre reguerillos de esperma y flujos vaginales que recorren los muslos de la inspectora.

  • Ahora no te muevas, zorra. He de atar otra vez esto. ¡Mierda! ¡Qué asco!

Los pellizcos de las hebillas no son tan potentes. Se siente cogida por los brazos y empujada hacia un pequeño montacargas.

  • ¡Mmmm! ¡Mmmm! - ¡es muy pequeño! ¡No cabe ahí!

  • ¡Venga, coño! ¡Déjate de remilgos! – exclama su violador, y, cogiéndola del cuello, la empuja violentamente contra el hueco del montacargas; medio cuerpo queda dentro; sin embargo, con fuerza descomunal, la agarra de las nalgas y la incrusta en su interior, en un revuelto de brazos y piernas acompañado de horribles punzadas en la espalda. Las últimas perlas van cayendo y tintineando en el suelo. Con esfuerzo, consigue cerrar las portezuelas. Todo es oscuridad alrededor de una lastimada Laura. El aparato empieza un descenso hacia lo desconocido.

VII. Jenny entra en acción

  • ¡Más, más, más, más! – se mueve arriba y abajo en una alocada cabalgata sobre el pene de su compañero. Sólo ha mantenido las medias y el liguero (es capaz de imitar una idea, si le parece buena). Los dedos juegan con sus pezones endurecidos añadiendo un gratificante placer que se traduce en unas tetas que semejan rocas. A pesar del sudor, la melena vuela alegre al compás del vaivén. Desde abajo, los gemidos de Javier son como música a sus oídos. Se corre otra vez, pero ahora siente que pronto va a bombear su amante; empieza, empieza a notar el semen esparciéndose en su interior y aprieta los músculos del coño para absorber todo el líquido.

Derrotada, se deja caer sobre el musculado cuerpo de aquel que le ha proporcionado tanto placer como ha recibido. Una mano le acaricia la espalda.

  • ¡Aaaah! ¡Bestial! – jadea un satisfecho Javier.

  • Mmmm – gime ella, reteniendo en su coño la polla ya empequeñecida.

Disfrutan unos momentos de esa posición, hasta que Jenny susurra:

  • Oye, ¿y Laura?

Se abren los ojos de su compañero.

  • ¡Hostias! ¡Es verdad! ¿Tú crees que habrá salido del baño?

  • Espero que no – contesta Jenny, que se levanta abandonando, muy a su pesar, el instrumento que tanto adora.

Javier, desde la cama, manos en la nuca, admira el cuerpecito de su chica mientras ella se pone el tanga y se abrocha el sujetador bajo las tetas; Jenny, mientras lo gira sobre su torso hasta acomodarlas en él, exclama:

  • ¡Venga, tío; date prisa!

Lo deja vistiéndose y se atreve a salir al saloncillo en ropa interior, preocupada porque no oye nada; se acerca a la puerta del baño y la golpea suavemente:

  • Laurita, ¿estás ahí?

Nada. Silencio. Eleva el tono de voz:

  • ¿Laura? ¿Me oyes?

El mismo resultado; tras santiguarse, pues es consciente de lo que se juega si su compañera la ve vestida de ese modo, abre lentamente la puerta: el baño está vacío y lo único que llama la atención es el vestido de novia que reposa en el suelo.

  • ¡Laura! – grita ahora, sin saber muy bien por qué.

Javier, en pantalones, el torso desnudo, ya está en el saloncillo; ella le mira con la preocupación reflejada en sus enormes ojos negros.

  • ¡No está aquí!

  • ¡Coño, qué raro! – Javier se acaricia el mentón – ¡A ver si nos ha visto y se ha ido cabreada!

  • Eso es imposible – le contesta una inquieta Jenny – Su vestido está en el baño y no creo que se haya ido en ropa interior…

  • También es verdad – Javier se ha sentado en el brazo de uno de los sillones – ¿Qué crees que hagamos?

La cabecita de la inspectora está en plena ebullición; no hay nada en el saloncillo que le dé un mínimo rastro de su compañera.

  • Muy lejos no habrá podido ir; vistámonos y salgamos fuera.

Javier asiente y se regresan junto a la cama; él se pone la camisa que había dejado sobre una silla, y ella hace lo mismo con el vestido que se encontraba sobre la moqueta.

  • Espera un momento – le dice a Javier mientras se calza.

Salen al pasillo y se topan con el carrito: una copa tumbada, la otra rota en el suelo y la cubitera volcado junto a un reguero de agua.

  • ¿Qué coño ha pasado aquí? – exclama Jenny.

  • Parece que alguien se haya peleado – dice su compañero.

La inspectora asiente y mira con detenimiento lo que se ofrece ante sus ojos; se acerca un poco más al carrito y, con precaución por los cristales, se pone de rodillas junto a la copa del suelo. Mira hacia un lado y mira hacia el otro.

  • Sea lo que sea lo que ha ocurrido aquí, los que estaban se han ido en esa dirección – y señala a su izquierda.

  • ¿Y cómo estás tan segura?

Jenny se levanta y se expulsa de las medias un polvo imaginario.

  • Mira el reguero del agua y el pie de la copa – brazos cruzados bajo el pecho – Todo indica que alguien no quería ser llevado hacia allí – vuelve a señalar.

Javier parece mostrarse de acuerdo.

  • Yo cojo el bolso y voy a ver qué hay por ahí. Tú, mientras, llama a Andrés y dile lo que hemos visto.

Entran en la habitación; de pronto, Javier se detiene y dirige sus preocupados ojos azules hacia la inspectora:

  • ¿Y no deberíamos avisar al director del hotel?

Jenny, bolso en mano, ya se encamina de nuevo al pasillo:

  • ¡No! Quizá a Laura le ha ocurrido lo que a las otras… Y no sabemos quién está metido en esto.

  • Vale. Ve con cuidado, por favor.

Ella muestra sus hermosos dientes blancos.

  • No te preocupes – frunce los labios y le envía un beso.

Inmediatamente dirige sus pasos en la dirección que supone que ha seguido Laura. Avanza con lentitud y lo observa todo con minuciosidad; no tarda en ver unas cuantas perlas desparramadas alrededor de una puerta. Al abrirla, se encuentra en lo que parece un cuarto destinado al personal de limpieza. Hay dos cosas que llaman su atención: luz que procede de una bombilla y, sobre la única mesa, más perlitas. Sigue echando un vistazo y ahí, junto al montacargas, ve más piedrecitas blancas y brillantes.

De repente, mientras está dudando si pulsar o no el botón de llamada, se oye un gran estruendo acompañado del zumbido de la maquinaria del montacargas; una luz verde que parpadea le indica que el aparato ha iniciado un lento ascenso hacia donde ella se encuentra. Cautelosa, se arrodilla en el suelo, oculta tras dos sillas de mimbre. Al llegar la máquina, se abren automáticamente las portezuelas. No parece haber nada, el silencio es absoluto. Se acerca con cautela a la abertura, en uno de cuyos extremos le parece ver un poco de sangre. El espacio es reducido, incluso para ella, pero supone que, gracias a su entrenamiento, será capaz de acomodarse en él. Antes de hacerlo le envía un whatsapp a Javier: “Bajo en el montacargas de la habitación de la limpieza. Te quiero.”