El caso de la joven detective desaparecida II

Ha pasado ya un año desde que la joven detective Stacy Blue desapareció y no hay ninguna pista sobre su paradero. Nadie sabe si está viva o muerta. Pola Jacobsen, amiga y rival de Stacy, toma cartas en el asunto.

Esta obra es una traducción del original “ The casebook of the Captive Teen Detective ”, escrita por Razor7826 y publicada en la web “BDSM library”. Todos los personajes de la obra son mayores de edad, cosa que no debería importar ya que esta es sólo una obra de ficción. Los sucesos presentados en esta historia no reflejan las opiniones del autor o del personal de cualquier página en la que sea publicado.

II. – El último caso de Pola Jacobsen

¿Qué día es hoy? ¿En qué mes estamos? ¿Es martes? No puedo recordar. Nunca puedo recordar esas cosas, nunca puedo recordar las cosas que quiero.

Tampoco es que tenga ningún marco de referencia aquí. Quién sabe cuánto tiempo ha transcurrido desde que estoy encerrada aquí. Lo único a tener en cuenta en este lugar es la desgraciada chica que, con los ojos vendados, amordazada y con los oídos tapados, se halla en el rincón. Ni siquiera sabe quién soy ni por qué estoy aquí. ¿Por qué traté de rescatarla?


Me llamo Pola Jacobsen, investigadora privada de veintidós años de edad, y no me había preocupado de la misteriosa desaparición de Stacy Blue hasta que pasó un año de la misma. Para ser sincera, nunca me cayó bien esa muchacha. La odiaba, en serio. No podéis haceros una idea de lo snob y arrogante que era, siempre refiriéndose a ella misma como la única y primera detective juvenil del mundo, tratándome como a una basura por haber estado en prisión. En mi mente, así como en la de todos aquellos que lo presenciaron, están grabadas las docenas de veces que me desairó. Ella y sus horribles vestidos de color verde y su aspecto lozano, yo con mi aspecto desaliñado. Ella con su brillante presencia, yo pasando siempre desapercibida.

Nuestras diferencias no eran solo superficiales. Ella trabajaba sus casos usando sus dotes de deducción y yo usando mi memoria eidética. No puedo culparla, sin embargo, de que no supiese apreciar el don y la maldición que llevo si no la ha vivido.

Una memoria perfecta no suena mal para la mayoría de la gente, según me han dicho, pero a mi me gustaría perderla en un santiamén si pudiese. Para que me entendáis, básicamente mi mente toma una fotografía cada pocos segundos y la almacena en el peor fichero del mundo: mi cabeza. La memoria no graba todo lo que ve. La memoria recuerda, y yo recuerdo todo cuanto he visto. No importa cuando lo vi ni en qué situación. Yo lo recuerdo todo. Y esos recuerdos me obsesionan.

Con el circo mediático que se formó en el aniversario de su desaparición, no fue difícil para mí interesarme por el caso, especialmente teniendo en cuenta la sustanciosa recompensa que su padre ofrecía. Comencé mi investigación en su casa, donde coincidí con ella más de una vez cuando necesité de sus habilidades de deducción o ella necesitó de mi memoria. El Sr. Blue me dejó pasar.

Su mirada de disgusto mientras me hablaba me reveló sus sentimientos por mi aspecto. Hacía días que no me lavaba el pelo o me cambiaba de ropa, podía notar mi pelo liso apelmazado mientras lo hacía girar entre mis dedos sin parar. Él tampoco parecía tener mejor aspecto que yo. Había cambiado mucho desde la última vez que lo había visto. Evidentemente la pérdida de su única hija le había afectado de forma irreparable. Como el correcto e impecable fiscal que había sido, la visión de una mujer con mi aspecto debía haberle sorprendido. Pero agradeciendo mi amabilidad, sin embargo, reconoció que posiblemente yo era la única opción que le quedaba para descubrir el destino de su hija.

El hombre me permitió entrar en la habitación de la desaparecida Stacy. La policía apenas había buscado nada allí creyendo que no encontrarían nada útil en la habitación y él la había dejado tal como ella la dejó esperando su regreso.

El horrible color verde que cubría las paredes hirió mis ojos, y hasta el día de hoy aun lo hace. Nada de lo que vi durante los primeros veinte minutos provocó en mi ningún tipo de respuesta hasta que al final encontré un portafolios escondido bajo su cama. Un portafolios con recortes y notas de todos los casos que había resuelto.

El contenido del portafolios me impresionó incluso a mí. La joven detective había resuelto cientos de casos siendo aun una adolescente. Si estuviese viva seguramente no podría ser capaz de reclamar el título de “La mejor detective adolescente”, pero, sin embargo, seguro que durante décadas sería recordada como tal. Sus primeros casos fueron pequeños asuntos como incendios provocados, chantajes y otros crímenes igual de intrascendentes. Sin embargo, al cumplir los dieciséis, saltó a la primera división al esclarecer el asesinato de Roger Lagoni. Papá Corelli se libró de la cárcel, probablemente, coaccionando al jurado, pero a partir de entonces la fama de Stacy creció al igual que sus éxitos hasta el día en que desapareció.

Mientras ojeaba el capítulo dedicado a su último año de trabajo, me di cuenta de que una furgoneta verde lima aparecía de fondo en muchas de las fotos. En una aceptando una placa conmemorativa, en otra estrechándole la mano al alcalde, inaugurando una biblioteca e, incluso, en fotografías tomadas por ella misma en misiones de vigilancia. En todas, la destartalada furgoneta aparecía de fondo. Supe de inmediato que aquello no podía ser una casualidad. Fuese quien fuese el dueño de la furgoneta, llevaba acechando a Stacy desde al menos dos meses antes de su desaparición.

En una de las fotos, en particular, podía apreciarse el número de la matrícula, lo que desencadenó en mi cabeza una cascada de recuerdos cuando me di cuenta de donde y cuando vi exactamente esa furgoneta. Al venir hacia aquí. En un pequeño pueblo, al otro lado de la frontera del estado. Pilson, lo recuerdo. Aparcado en la gasolinera de Louis. Le di las gracias a Robert, el padre de Stacy, subí en mi Desoto y partí rumbo al norte.

Dos horas más tarde, entré en el estacionamiento de la gasolinera. No había rastro de la furgoneta verde aunque, en verdad, tampoco esperaba verla de todas formas. La mayoría de las furgonetas no se quedan seis horas aparcadas en la gasolinera.

Bajé del coche y llené el depósito. Cuando fui a pagar, pregunté al anciano empleado de la gasolinera por la camioneta. Me dijo que solían venir dos personas en ella un par de veces en semana, que llenaban el tanque y luego se marchaban. No pregunté más sabiendo que si lo hacía podía levantar sospechas.

Sin duda, si esperaba lo suficiente, acabaría pillando a los dueños del vehículo. El problema era buscar un lugar seguro donde apostarme. En una carretera solitaria, seguir a alguien es complicado, especialmente si estás aparcada a un lado de la carretera esperando a que pase tu objetivo.

Me dirigí varios kilómetros hacia el norte y me detuve en un pequeño motel. Estaba en un lugar estratégico, en el mismo tramo de carretera, sin caminos secundarios u otras salidas entre la gasolinera y el motel. Si la furgoneta pasaba por allí sin duda la vería a no ser que se aproximase desde el sur y luego volviese a darse la vuelta en la gasolinera.

Pasé siete días en esa maldita habitación de motel, mirando por entre las cortinas con un par de binoculares. En algún momento tendrían que repostar, pensé, pero no esperaba que se tomasen tanto tiempo. Lo que más me molestaba, sin embargo, es que se me podían haber escapado un sinnúmero de veces mientras hacía mis pausas para ir al baño o dormir.

Cuando por fin vi pasar la camioneta, corrí a toda prisa hacia la puerta y, ya en la calle, subí a mi coche. Los seguí dejando más de un kilometro de distancia, manteniendo una distancia de seguridad meticulosamente uniforme entre ellos y yo. Para mi sorpresa, el conductor de la furgoneta dio un repentino volantazo a la izquierda metiéndose en un polvoriento camino de tierra.

Reduje la marcha al pasar junto al camino de tierra. La camioneta se alejaba en la distancia, levantando una nube de polvo a su paso. A lo lejos, más allá, pude divisar una antigua casa de labranza. Seguí entonces conduciendo hacia el norte.

Diez minutos más tarde regresé y estacioné mi coche en el arcén a unos pocos miles de metros del camino de tierra. A partir de ahí me interné entre los campos de maíz agachada para no ser descubierta si alguien estaba observando desde la casa.

La casa rural se veía casi exactamente igual a la de la obra American Gothic, salvo por algunos detalles menores y la desconchada pintura que la cubría. No había forma de saber si el parecido era intencionado, pero en vista de la antigüedad del edificio, esta era una posibilidad a tener en cuenta. Estacionada frente al porche, estaba la camioneta verde. Desde donde me encontraba, escondida entre el maíz, pude ver la silueta de un hombre en la primera planta. La silueta desapareció en el pasillo trasero donde se mantuvo fuera de mi vista durante más de una hora. Pasé el resto del día entre las  hierbas sin ver a nadie más que al hombre. Obviamente había algo de interés en el sótano y mi intención era averiguar qué es lo que era. Pero no pensaba hacerlo con el hombre allí, estuviese este dormido o despierto. Esperaría.

Mi oportunidad llegó al siguiente día cuando el hombre se alejó en la furgoneta dejando la casa aparentemente abandonada. Caminé por el sembrado de maíz hasta la parte trasera de la casa, buscando por doquier elementos de seguridad y, por último, me acerqué a la puerta trasera. Los goznes de la puerta chirriaron, pero estaba abierta y pude colarme en la cocina.

Parecía haber sido renovada al menos una vez desde su construcción. Encimera verde, sillas de metal y mesa plegable, todo claramente con un estilo sesentero. Vi la puerta del sótano y fui hacia ella.

El interruptor de la luz no funcionaba, pero pude ver una rendija de luz blanca extenderse sobre el piso del sótano. Bajé las escaleras a oscuras, lentamente y en silencio, agachando la cabeza para no chocar contra el techo. La rendija de luz provenía de una habitación lateral.

El interior de la habitación era de un color blanco puro, sin ventanas, y estaba en completo silencio. Mis ojos se dirigieron inmediatamente a la mujer en la celda de la esquina. Estaba sentada sobre un inodoro, con las piernas dobladas, atada y sujeta a ganchos en la pared con largas tiras de cuero. Una gruesa venda ocultaba la mitad superior de su rostro, mientras que una gruesa mordaza llenaba su boca. Unos auriculares tapaban sus oídos.

Me acerqué a los barrotes de la celda y presione las negras barras de metal. Estaban firmemente sujetas al techo, espaciadas cada tres pulgadas y cada una de ellas de una pulgada de espesor. Ni una sola mancha cubría la superficie del metal, lo que significaba que o eran nuevas o bien que nadie había tratado de manipularlas.

Las barras me parecieron innecesarias cuando me volví hacia la chica. Seguía sentada, inmóvil a causa de sus ataduras e incapaz de percatarse de mi presencia. Viéndola ahora desde más cerca, pude apreciar las finas marcas que cruzaban su torso y sus caderas y rodeaban sus pechos. Una pequeña cicatriz corría horizontalmente justo debajo de su ombligo.

Estiré la mano y jugueteé con la cerradura de su celda, pero al igual que las barras, era obra de un experto. Ni siquiera con empujones logré desencajar la puerta de la celda. ME agaché y examiné la cerradura con la esperanza de que fuese posible forzarla, pero era una tarea demasiado compleja para mí.

Fijé de nuevo mi atención en la chica cautiva y traté de recordar dónde la había visto antes. Tras unos instantes me di cuenta de quién era.

¡Era Stacy Blue, mi rival!

  • Stacy, soy yo, Pola. ¿Puedes oírme? – silencio. - ¿Stacy? ¡Stacy!

  • No puede oírte. – dijo una voz de mujer desde la puerta de la mazmorra. – He colocado bien sus tapones para los oídos. El único sentido que le dejo usar ahora es el tacto.

Saqué del bolsillo de mi chaqueta la navaja mientras me giraba sobre mi pie izquierdo hacia la mujer.

  • ¿Quién eres? ¿Por qué retienes a Stacy?

La mujer me echó una mirada durante un breve momento antes de correr fuera de la mazmorra. Corrí hacia ella, navaja en mano, pero cerró la puerta del calabozo un instante antes de que llegase a ella. Se me cayó el mundo a los pies al oír la primera de muchas cerraduras cerrarse.

Golpeé la puerta de metal con mis puños.

  • ¡Déjame salir de aquí! – grité, pero no hubo respuesta. Me dejé caer al suelo mientras seguía golpeando la puerta y entonces me di cuenta de mi error. El viejo de la gasolinera me dijo que eran dos las personas que solían viajar en la furgoneta. Cuando el hombre se fue pensé que no habría nadie en la casa, pero la mujer había estado allí todo el tiempo.

Las luces se apagaron y yo seguía allí gritando pidiendo ayuda y que me soltasen, pero no hubo respuesta. Nadie me ayudó. Al igual que Stacy, yo también estaba atrapada en aquel insonorizado sótano a merced de mis captores.


No sé cuánto tiempo estuve en ese sótano, sola salvo por la presencia de una Stacy Blue privada de sus sentidos. En la oscuridad la oía gemir, implorando, seguramente, agua, comida y que cualquiera la salvase de su situación.

El hambre llegó antes que la sed, pero esta última se apoderó pronto de mi mente y cuerpo hasta que no pude hacer otra cosa que tenderme en el suelo pidiendo socorro.

Cuando la puerta finalmente se abrió, me encontraba demasiado débil para presentar resistencia. La mujer de pelo negro que me había encerrado y el hombre al que había visto conduciendo la camioneta entraron juntos en la mazmorra, me quitaron la navaja de las manos y me arrastraron a la celda donde se encontraba Stacy.

  • Si quieres un poco de agua puedes cogerla del inodoro. – dijo burlándose la mujer dándome a continuación una patada en el estómago. Yo me dejé caer al suelo y comencé a reptar hacia el inodoro.

Me arrastré hasta la taza del inodoro y miré el interior antes de tirar de la cisterna. El agua limpia empezó a fluir, eliminando todo rastro de suciedad.

  • Vamos, bebe. – me exhortó la mujer.

Intente maniobrar para que mi cabeza llegase al agua, pero no pude evitar rozar el rasurado sexo de Stacy. Un gemido escapó de sus labios al contacto y empezó a retorcerse en sus ataduras que la sujetaban al techo. El tacto de mi cabeza en su coño era la única señal que tenía de que no estaba sola. Con todas mis fuerzas metí mi cabeza entre sus muslos para, finalmente, poder llegar al agua.

Sorbí toda la que pude sin reserva. En retrospectiva, no sabía del todo mal, pero en ese momento el sabor era lo que menos me importaba. Una vez saciada, me desplomé sobre el suelo de la mazmorra. El hombre y la mujer se colocaron cada uno a cada lado mío.

  • ¿Quién es? – preguntó el hombre.

  • ¿Por qué me lo preguntas a mí? Ella lo sabrá mejor que yo. – respondió la mujer.

  • Cierto, cierto. Bien pensado, hermanita. – dijo él arrodillándose a mi lado agarrándome mi seno izquierdo. Yo estaba demasiado agotada como para preocuparme de ello. - ¿Cómo te llamas, muchacha?

  • Pola.

  • ¡Qué nombre tan estúpido! – interrumpió la mujer. - ¿Por qué te has colado en la casa?

  • Sabía que tenía algo que ver con la desaparición de Stacy.

  • ¡Maldición! – gritó él. - ¿Cómo demonios has dado con nosotros?

  • Sí. – dijo la mujer pisándome el seno derecho. - ¿Cómo lo has hecho?

  • Reconocí la camioneta. – dije la verdad.

  • No deberías mentirnos. – dijo ella incrédula ante mi respuesta demasiado simple. – Si no quieres hablar ahora vale, pero tenemos formas muy persuasivas de conseguir que nos digas la verdad.


El recuerdo de todo lo que me hicieron pasa ante mis ojos cada minuto de cada día que permanezco aquí encerrada. Y a él se le suman nuevos horrores que a diario crean para mí. Ese hombre, Alfredo, es un pervertido como no hay otro igual y no deja de usar mi cuerpo cada vez que estima oportuno. Me mantiene en una celda junto a la de Stacy, con las manos esposadas a la espalda y mi boca entreabierta con una mordaza dental, con todos mis agujeros permanentemente ofrecidos para su uso cuando él disponga. Es degradante, pero aun en toda su perversión, sin duda su hermana es la peor de los dos.

Lucía es una sádica. Y aunque por lo general no suele prestarme atención dedicándose a torturar a Stacy por cualquier pecado que la chica cometiese, goza bastante atormentándome sexualmente. No busca su placer físico, sólo busca hacerme sufrir, a menudo cubriendo con dolorosas pinzas mi piel, mis pezones y mi clítoris, insertándome múltiples tipos de dildos en mis orificios y dejándolos allí insertados durante horas o, a veces, días.

No llevo ya la cuenta de los días que llevo aquí, aunque mejor debería decir que no hay forma de saberlo. La única manera que tengo de mantener la noción del tiempo, de escapar de la oscuridad, es cuando viene a usarnos a Stacy o a mí. Cuando acaban, el calabozo se hunde de nuevo en la oscuridad dejándome de nuevo a solas con el silencio y con la muda Stacy Blue. El dúo se asegura de amordazarme bien cada vez que limpian a Stacy y le quitan los tapones de los oídos y la venda de los ojos, así que, por lo que ella sabe, yo no soy más que otra prisionera como ella. Aunque yo pude reconocerla, no hay manera de que ella pudiese hacer lo mismo.

Stacy probablemente nunca sabrá lo mucho que la odio. Vine aquí para rescatarla, pero he caído en su misma trampa.

Todo es por su culpa. Una y otra vez me trataba como a una mierda, siempre mostrándose tan altiva y arrogante. Pero intenté hacer una buena acción y esclarecer su desaparición. Sin embargo, eso nunca va a suceder. Lo sé.

Cada minuto de cada día vuelvo sobre los pasos que me han traído hasta aquí y creo que tal vez, sólo tal vez, podría haber hecho las cosas de diferente manera. Quizás podría haberla rescatado. Quizás podría haber escapado. Tal vez hubiese podido evitar este desastre.

La duda me perseguirá por siempre.