El caso de la chica del gangster (6)

Final de la historia de Patrick Blind.

**EL CASO DE LA CHICA DEL GANGSTER

ONCE: LA TENSA ESPERA**

La noche de espera era especialmente calurosa. Aparte de no poder dormir por esa causa, tampoco ayudaba el no saber si Seal había picado o no, no saber si el negro Davis y sus amigos estarían ahora mismo dirigiéndose hacia allí... y, sobretodo, los ruídos que venían de las habitaciones colindantes, donde unas señoritas -quizá incluso alguna señora- aliviaban los bajos a varios parroquianos que, a juzgar por los chirridos y los berridos, podían muy bien pertenecer a un coro de germanos hasta arriba de cerveza.

Cuando empezó el traqueteo, Carol me miro medio divertida.

  • Parece que ahí se divierten.

  • Eso parece.

  • ¿Y aquí?

  • Aquí no.

  • Eso parece.

Cuando llegó el segundo participante en el festival, Carol volvió a mirarme.

  • ¿Tú crees que a nosotros se nos oiría tanto?

  • No creo.

Justo el que teníamos del lado de la cabecera de la cama empezó a hacer unos extraños sonidos en la pared.

  • Parece que esté dándose con la cabeza contra ella -le dije a Carol.

  • Será que está empujando con ganas.

  • Eso será.

Llegó un momento en que parecía que todo el edificio entero estaba fornicando, excepto nuestro hueco.

  • Oye, Patrick.

  • Dime.

  • ¿No vamos a hacerlo?

  • ¿Hacer qué?

  • Lo que están haciendo todos.

  • Yo no soy mono de repetición, nena.

Lo cierto es que hubiera podido hacerlo, y me hubiera incluso apetecido, de no ser porque tenía otras cosas en la cabeza. Carol no, claramente: comenzó a bajarme la bragueta, y tuve que pararla.

  • ¿Qué haces?

  • ¡Intento animarte, amuermado! -me dijo con violencia.

  • Oye, nena... ¿Tú sabes que mañana podemos ser millonarios, o podemos estar muertos, y posiblemente nada más?

  • Será medio millonarios, ¿no?

  • Mmmmm... -maldita sea... siempre fui un bocazas.- Era una forma de hablar.

  • Lo se de sobra. Pero aquí todo el mundo está dale que te pego, y no por dejar de hacerlo ahora vas a seguir vivo mañana.

Hay que reconocer que la chica tenía razón. Pero yo no tenía la cabeza para ponerla en otro sitio que no fuera el plan.

La verdad es que me lanzó una de sus miradas de desprecio. Le salían muy bien, esas miradas. Se puso de pie y se metió en el baño.

  • Eso es -le dije mientras se iba.-, date unas duchas frías, que eso templa el espíritu.

  • ¡Que te jodan!

Era terrible, lo de su vocabulario.

Seguía yo intentando concentrarme en medio de tanto jolgorio como había en aquel cuchitril, cuando caí en la cuenta de que en el cuarto de baño hacía mucho rato que no se oía caer agua. De hecho, no podría asegurar que hubiese caído en algún momento.

Quizá Carol había decidido jugármela y se había largado por la ventada del cuarto de baño con la esperanza de dar con el negro Davis y el resto de la panda. Pero aquello no era muy probable.

Quizá el propio negro la había localizado. Carol es bastante llamativa, y su visita al banco, y sus paseos por la zona, y su entrada en aquel burdel de baja estofa en el que estábamos de seguro no había pasado inadvertida. Recordé que el cuarto de baño tenía un amplio ventanal por el que, con la agilidad adecuada, se podía entrar fácilmente.

Tomé la Beretta y me acerqué a la puerta. Traté de escuchar, pero con el festival que tenía aquel edificio me fue imposible oír nada que no fuera el crujir de las vigas de madera y los golpes de colodrillo del vecino contra la pared.

Cargué contra la puerta empuñando el arma. Carol gritó.

Inspeccioné visualmente la zona todo lo rápido que pude: "detrás de la puerta, armarios, espejo, retrete, cortina de la ducha, bañera, Carol desnuda metiéndose los dedos, ventana entreabierta..."

  • ¿Pero qué coño haces?

"¿Carol desnuda metiéndose los dedos?"

  • ¿Es que le has cogido afición a follarme con la pistola?

  • No... No escuchaba el agua, así que no sabía si te encontrabas bien...

  • Para lo que hago no me hace falta agua -me dijo.- Sólo esto...

Se sacó los dedos y me los enseñó: estaban brillantes del baño de cuerpo que les estaba dando.

  • Oye, ¿tú nunca te sacias, o qué? -le pregunté.

  • Mira: cuando hay ganas, hay ganas -volvió a meterse los dedos.- Si quieres participar, ya sabes que hay sitio para ti.

  • Creo que mi sitio anda ocupado.

  • No estés tan seguro.

Volvió a sacarse la mano de entre las piernas, y abrió sus labios para mostrarme "mi sitio". Debo reconocer que me quedé parado: no sabía muy bien cómo reaccionar (para variar).

Se acercó hacia mí, y paso una mano por mi bragueta. Sentí sus dedos.

  • Parece que lo que has visto te ha gustado, ¿eh?

  • Estaría muerto si no hubiera sido así.

Cuando quise darme cuenta, mis pantalones andaban ya por los tobillos.

  • Oye, ¿cómo lo haces?

  • ¿Excitarte? No es difícil, no eres más que un hombre...

  • No... Eso de bajarme los pantalones tan rápidamente.

  • Tengo práctica.

  • Ya veo, ya.

  • Pues no has visto nada.

Me llevó a la cama.

  • ¿Quieres una clase de sociología?

  • ¿Qué?

  • Ya te he dicho que tengo práctica...

  • ¿Qué dices?

  • Mira... -cogió mi polla con sus manos.- Así se hacen las pajas en los graneros de Choochootanooga, de dónde yo soy.

  • ¿De dónde?

Sus manos, cerradas haciendo presa en mi miembro, se deslizaban arriba y abajo.

  • Choochootanooga.

  • ¿Eso dónde está?

  • Qué importa... duré muy poco allí.

Creí advertir una cierta tristeza en sus ojos mientras me lo decía. Intenté imaginarla joven, muy joven, en esos graneros de su pueblo natal, donde se habría iniciado en el sexo, posiblemente haciéndoles pajas a los vecinos.

  • Es como si arrancases rábanos de la tierra, ¿verdad? -me preguntó. Lo cierto es que no supe que decirle.- Sin embargo, por Missouri las prefieren así.

Su mano izquierda pasó a apoyarse en mi vientre. La derecha tomó una velocidad inconmensurable en su labor de subir y bajar por mi miembro.

  • A algunos les gusta que les retuerzan los huevos, a otros no. Sobre eso no hay un acuerdo. Sobre lo que sí que lo hay es acerca de las pajas.

  • Te veo muy puesta.

  • ¿A qué parece que estés agitando el cubilete de los dados? Supongo que será por aquellos casinos flotantes que andaban por esas tierras...

  • Pues quizá. ¿También anduviste por Missouri?

  • Puedes jurarlo... El viejo sur... Aquello sí que eran caballeros...

  • ¿Y has estado por muchos más sitios?

  • Algunos. Mira: así les gustan las mamadas a los campesinos de Virginia.

Cogió mi pene con su mano derecha y lo mantuvo totalmente vertical, mientras su lengua iba recorriéndolo de arriba a abajo.

  • Nada de tragarlo, sólo lamerlo... Tragarlo es de esclavos.

  • Vivan las diferencias sociales.

  • Sin embargo, los picapleitos de Memphis las prefieren así -dijo sin soltar mi sexo. Lo bajó, luchando contra su dureza natural y, en tensión, iba describiendo círculos con su lengua, desde el glande hacia la base, introduciéndolo lentamente en su boca.

Empecé a intentar imaginar todos los tipos con los que habría estado Carol en una cama, en un granero, en un retrete, y vaya usted a saber en cuántos sitios más.

  • A los de la costa este, lo que más les encanta es esto... -oí que decía. Lo cierto es que ya no andaba prestándole mucha atención, en la labor imaginativa en la que estaba sumido. La vida no tenía que haber sido fácil para aquella mujer... o quizá sí... porque parecía como si realmente todo aquello le gustase... Volví al mundo real cuando sentí mi sexo mojado: se me había sentado encima, de cara a mí, pero no subía y bajaba, sino que restregaba su sexo con el mío dentro contra mi cuerpo.- Algunos te cogen las tetas -dirigió mis manos hacia ellas- y las aprietan hasta casi hacerte gritar de dolor...

  • Que poco cuidadosos...- dije cuando conseguí recuperar el ritmo normal de respiración.

  • Hay de todo: esto les gusta a los estibadores del puerto. Pero a los tipos de traje del centro les va más esto otro.

Sacó mi sexo del suyo.

  • Ponte de pie al lado de la mesa.

Lo hice. Ella se puso delante mía, mirando a la mesa. Se dejó caer sobre ella sin levantar los pies del suelo y, con una mano, guió mi pene a su interior. Comenzó a moverse contra mí, cada vez con más fuerza. Para mantener el equilibrio, yo empujaba en su dirección.

  • ¿Te gusta, eh? Sabía que eras un tipo de traje del centro...

  • Si tú lo dices...

La tomé de las caderas. Tanta clase me había abierto el apetito de ella, así que comencé a hundirme más y más en su sexo. Ella no pudo evitar el grito. Se zafó de mí, y volvió a dejar a mi pene al aire.

  • ¿Sabes lo que más le gusta al gobernador?

  • No.

Me guió de nuevo a la cama y me tumbó. Se situó mirándome cara a mí.

  • Pensaba que eso era lo de los estibadores del puerto.

  • El gobernador tiene orígenes humildes -dijo guiando mi polla hacia ella.- Pero sólo los orígenes.

Se dejó caer despació sobre mi miembro mientras acariciaba fieramente su clítoris. Esta entrando en su culo, despacio, muy despacio, pero sin pausa. Fue un deslizarse en el que noté su presión y creí que iba a estallar allí mismo. Se llegó a sentar por completo sobre mí, todo mi sexo rellenándola mientras ella se masturbaba. Comenzó a moverse ante mis atónitos ojos.

  • Esto le ponía a cien, ¿sabes? Debo haber tenido más de una cisterna de su esperma ahí detrás.

Debo reconocer que me estaba portando bien, sexualmente hablando. Mi erección era duradera, y había podido jugar a la masturbación, a la felación y al coito vaginal y anal. Y me había gustado. Pero pensar en una cisterna de esperma de un tipo como el gobernador... digamos que me distrajo. Pensé por un momento en todos los tipos que debían haber usado aquel cuerpo. No me importaba hacerlo con mujeres que habían sido de otro u otros hombres. Era, únicamente, que en toda aquella historia suya faltaba algo.

  • Sabes lo que le gusta a muchos tipos de hombres, ¿no?

  • Sí... -gimió sin dejar de moverse. Creo que intentaba que mi verga volviese a su esplendor anterior.

  • Oye, ¿y algún hombre sabe lo que te gusta a ti?

Paró en seco. Debería decir que me miró con un cierto odio, porque así era. Pero lo cierto es que tras ese odio percibí toneladas de pena.

  • Eso sólo lo sé yo, cabronazo -me dijo mientras sacaba mi pene de su culo.

Se metió en el baño y cerró la puerta. Supuse que estaría masturbándose, acabando la sesión que había empezado sola, y de la que yo había participado en una cierta medida. Me acerqué a la puerta, porque el pensamiento de Carol tocándose me había vuelto a excitar. Yo mismo estaba acariciándome. Pensé que si oía su orgasmo iba a manchar el suelo con mi esperma.

Me acerqué, por tanto a la puerta y, claro, sólo oí el consabido chirrido, golpes de colodrillo y vigas de madera. Pero en uno de esos momentos en los que -oh, maravillas del destino- se hizo un aparente silencio, la oí claramente.

Mi pene volvió a posición de descanso. Carol estaba llorando.

DOCE: EL PEZ MORDIÓ EL ANZUELO

Me dejé caer en la cama tal y como estaba. Cuando desperté, Carol estaba abrazándome por la espalda. Sus manos se entrelazaban en mi pecho. Escuché su respiración rítmica, propia del sueño. Quizá debería haberme largado a comprobar en los bancos cómo iba el tema del dinero de Seal, porque el sol ya había salido y juraría que estaba ya alto, pero me pareció más correcto dejarla dormir. Puse mis manos sobre las suyas. Me quedé yo también dormido.

Lo malo que tienen los momentos que se viven con tensión es que desfallecen a uno. El viaje en camión, las llamadas a Frank Seal, la creación de las cuentas, la espera, la tristeza de Carol... por no contar los bloody Marys que me había tomado, consiguieron que necesitase una dosis de sueño superior a la que es normal en mí.

Cuando desperté, estaba solo en la cama. Supuse que Carol andaría en la ducha, pero no oí agua. Me acerqué a la puerta del cuarto de baño, donde unas horas antes la había oído llorar, pero no escuché nada. Abrí despacio: vacío.

Entonces descubrí la nota encima de la mesa:

"Dormías y no quise despertarte. He ido a ver si tu plan era tan maravilloso como me contaste. Como lo eres tú. Y sí, mi amor: Frank mordió el anzuelo, y de hecho hizo el ingreso en la oficina de la octava avenida a las 19.25 horas de ayer. En el medio oeste lo recibieron a primera hora de la mañana y a las 13.24 llegaba un furgón a esta sucursal con los fondos. No me dijiste que habías pedido un millón: eres un genio, mi vida.

He ido a comprarte algo de ropa (bueno, también para mí...). Te espero en el bar de Sue: no quiero entrar cargada de ropa nueva en esa pensión de mala muerte. Llamaría demasiado la atención.

Perdona mi numerito de anoche. Fuiste muy dulce. Eres la única persona que jamás se ha preocupado por mí.

¿Sabes? Es duro decirlo por escrito, pero no me sale decírtelo a la cara: te amo.

Carol."

Me di una ducha. Estaba radiante. Mi plan, un éxito, todo perfecto. Y un millón. Y el amor de Carol. Y una nueva vida. Me reuniría con ella, compraríamos un billete de tren a Oakland y allí uno para el próximo avión que abandonara el país. Echaría de menos los bloody Marys de Sammy, pero qué demonios... empezaba una nueva vida.

Cuando llegué al bar de Sue, pedí una copa. Me supo a gloria el jugo de tomate, el punto de tabasco... Fue el mejor bloody Mary que jamás había bebido, el primero de mi vida de millonario.

En el segundo, degusté la vodka. A partir de aquél momento, sólo tomaría vodka rusa.

Cuando me acerqué por el tercero, dieron las seis en el reloj.

  • ¡Felicidades! -me gritó Sue.

  • ¿Felicidades? ¿Por qué?

  • Por su cumpleaños, naturalmente.

  • ¿Mi cumpleaños?

  • Le ha dejado este regalo. Me lo dijo muy claro: Sue, dáselo a las seis en punto, ni antes ni después, junto con un bloody Mary cargadito, muy cargadito. Es la hora a la que nació... La hora exacta.

  • ¿Un reg...? -"mierda, mierda, mierda".- ¿Quién?

  • Su mujer, naturalmente... Debe estar muy enamorada de usted...

Me alargó el paquete y el bloody Mary. Me fui a la mesa más cercana a los servicios. Abrí el paquete. Había dos sobres, uno con un enorme uno y otro con un dos. Abrí primero el uno, naturalmente.

"Patrick: hoy naces de nuevo. Exactamente a las 13:32, para que puedas recordarlo. Volví con el dinero al hotel y estuve a punto de pegarte un tiro, pero supuse que eso llamaría la atención. ¿Cuándo ibas a decirme que era un millón completo? ¿Ibas a darme la mitad, o sólo un cuarto? Avaricioso cabrón.

En fin, que una vez más te demuestro que soy bastante más lista que tú."

Abrí el segundo sobre, no sin antes beberme medio bloody Mary de un solo sorbo. Dentro había cinco mil dólares y otra nota.

"Te dejo esto porque no soy una ladrona. Es el pago por tu Beretta. ¿Sabes? Me gustó como la usaste. Creo que jugaré mucho con ella. Espero que con el tiempo deje de recordarme a ti".

¡Mierda! No la tenía, era cierto, palpé a toda prisa todos mis bolsillos. Carol me la había jugado, pero bien. Acabé mi bloody Mary de otro sorbo y, con toda la dignidad que pude, guarde mis cinco mil en el bolsillo del pantalón mientras me iba al servicio a vomitar.

--- FINAL DEL CASO DE LA CHICA DEL GÁNGSTER ---