El caso de la chica del gangster (5)

Avanza la historia, cerca ya de su fatal desenlace.

**EL CASO DE LA CHICA DEL GANGSTER

NUEVE: A PUNTO DE DEJARLO**

Una vez más, y contra todo pronóstico, estaba vivo después de haber recibido la visita de la muerte. Sé que así queda muy dramático, pero bueno...

El volver a la conciencia fue un pelín traumático, porque entre la intoxicación por el humo y la intoxicación que me provocó el tipo del bar, lo cierto es que andaba bastante descompuesto. Tan descompuesto que vomité nada más volver en mí. Quisieron los hados que me despertara mirando hacia lo que quedaba de hoguera, y no hacia Carol. Mis arcadas la despertaron.

  • ¿Estás bien?

  • ... (¡argh!)

  • Parece que no...

  • ... (¡blopss..!)

  • Joder, qué asco, tío...

  • ... (¡mmmurggh...!)

Se levantó con esa desnudez que tanto me había excitado antes y salió del cubículo. La mini escalera de madera que daba paso al sótano se había quemado, pero gracias a Dios el desnivel no era tan difícil de salvar. Cuando estiró su pierna para subir, pude volver a ver su sexo.

Me sobrevino otra arcada, sin ningún tipo de relación con la visión, sino meramente con la ingesta e intoxicación posterior. Me miró con asco y la perdí de vista.

Al rato, volvió con un Bloody Mary de emergencia.

  • Toma, te repondrá.

Se había cubierto con un chal, pero no había llegado a vestirse.

Me aclaré la boca con el combinado.

  • Oye, dime una cosa, nena.

  • Pregunta.

  • ¿Tú como crees que nos han encontrado? Les oí hablar de que el barman había cooperado...

  • No tiene que ser tan difícil encontrarte, Blind. Tu pinta y tu afición por los Bloody Marys te delata. Frank, posiblemente, sólo tuvo que hacer unas llamadas. El muy cabrón.

  • Otra cosa...

  • Dime.

  • Antes, en el sótano...

  • ¿Qué?

  • Cuando empezaste a follarme...

  • Por si quieres saberlo, no estaba pensando en ti.

  • Ya lo sé.

  • ¿Te molesta?

  • ¿Debería hacerlo?

  • Supongo que no. ¿Entonces, qué quieres saber?

  • Nada. Únicamente, si tú realmente amabas a ese tipo.

Me miró con unos ojos que me transmitieron una tristeza indescriptible.

  • Escucha: A veces, el amor, no tiene nada que ver.

  • Nada que ver, ¿con qué?

  • Con la vida.

La miré. Acaricié su mejilla.

  • Te entiendo.

Me miró. Acarició la mía, donde lucía aún su arañazo. La acarició de nuevo y me dio unos suaves bofetones antes de decirme:

  • Y una mierda.

Había mucho que hacer y poco tiempo para hacerlo, así que no seguí con las preguntas. Teníamos que salir de allí, desaparecer sin llamar mucho la atención y pensar qué demonios íbamos a hacer a partir de entonces. Pero aquella labor iba a verse ligeramente importunada por el hecho de que el negro Davis, Paul y el tercero en discordia del que no sabía el nombre, habían robado, de paso que nos mataban, nuestro coche. Así que en medio de la nada, tenía que huir con una tía que estaba cañón y descalzo, porque aunque llevaba algo de ropa en la maleta mínima con la que salí de casa, no había cogido otros zapatos. Genial.

El ofrecimiento de Carol de prestarme unos suyos me pareció propio de su sentido del humor particularmente enfermizo.

Comenzamos a caminar por el bosque, siguiendo el camino que desembocaba en la carretera. Estaba claro que no podíamos ir al pueblo donde había estado dejándome ver, ya que quizá aquellos matones estaban por la zona pasando unos días de relax. Había que salir de allí, rápidamente, y sin llamar mucho la atención.

Conseguimos, ya en la carretera, que nos parase un camión que iba hacia Modesto. Aquello no nos alejaba mucho, pero sí lo suficiente. Carol subió a la cabina, al lado del camionero y yo, naturalmente, con la carga, un cajón cubierto y cerrado lleno de balas de paja -al menos iría cómodo- que estaba separado de la cabina por un ventanuco oblongo por el que podía ver lo que sucedía al otro lado.

Debo decir que no estaba celoso del camionero, aquello hubiera sido una estupidez, porque ni tenía nada ni quería tener nada con Carol. Pero sí que me tocaba mucho las narices el hecho de que aquél fulano que no había hecho nada por ella se la pudiera beneficiar igual que me la había beneficiado yo, que le había salvado la vida. Era una mera cuestión de justicia.

Sé que ponerse a pensar en eso denota una mente enfermiza. Carol no tiene por qué ir tirándose a cualquier tipo que se le ponga a tiro. Aunque lo cierto era que lo había hecho, siendo yo testigo, con su guardaespaldas y conmigo, y quizá si no lo había hecho con más gente era porque la había tenido secuestrada, factor este que ayuda a reducir el ámbito de las relaciones sociales bastante. Pero no por ello tenía que estar dándole vueltas al tema. A fin de cuentas, era la chica del gángster (aunque Frank Seal había querido eliminarla y, mientras viajábamos en camión a Modesto, más de uno la creía muerta): no era cuestión mía lo que hiciera con la parte interior de sus muslos. Mi problema en aquél momento era ordenar el desorden en el que se había convertido una situación perfecta como era mi plan de secuestrar a aquella mujer.

Visto que la idea de cobrarle rescate por la vida de Carol no le interesaba, comencé a sopesar seriamente la hipótesis del chantaje. Lo bueno que tenía la situación era que, oficiosamente muerto, no debería sospechar de mí. Así que aquello era tan simple como llamar directamente a Frank Seal y plantearle la cuestión. La primera vez que llamé no reconocieron mi voz y ahora, si lo hacía bien, tampoco me relacionarían con el tema. Tan sencillo como eso, cobrar la pasta, y desaparecer.

Por cierto, si alguno tiene que desaparecer algún día, que no lo haga por carreteras secundarias en un cajón de camión lleno de paja: llegué a Modesto con todo el cuerpo picándome. Cuando bajé del cajón, Carol se arreglaba el vestido, no sé si porque con el viaje se le había subido un poco o por alguna otra cuestión. Decidí no preguntar porque, a decir verdad, tampoco era cosa mía. Cosa mía era, por el momento, conseguir una habitación en algún sitio no demasiado céntrico, donde no llamásemos la atención. Y lo logré, en una pensión de esas que alquilan la habitación varias veces en una noche. Era barata y limpia, y no se fijarían mucho en nosotros los posibles vecinos.

Nos instalamos y decidimos trazarnos un plan de acción. Básicamente, la situación era como sigue:

Yo abogaba por llevar a la práctica el plan de Carol, pero Carol prefería olvidarse de todo y empezar de nuevo. No le apetecía volver a cocerse en un horno mientras unos matones esperan oler a carne quemada. Es una posición muy respetable y comprensible, pero yo tenía una vida de la que ya no quedaba nada, y no tenía la capacidad de Carol para empezar de nuevo, entre otras cosas porque carecía de sus atributos.

  • Escúchame: nos quedamos aquí... Yo curro en la pensión y tú te buscas algún trabajo en plan granjero o algo, ¿no te parece?

  • Vamos a ver... Cómo quieres que te lo diga: yo no soy granjero. Además, tú tampoco eres puta, así que no me vengas con esas.

  • Cualquier mujer, querido, puede ser puta si quiere. Sois bastante fáciles de tratar.

  • Mira: tenemos una pasta a tiro de piedra, así que ni hablar de tirar la toalla.

  • No quiero que me maten.

  • Tampoco a mí me apetece, pero para ganar al póker hay que apostar, ¿no crees?

  • Ya... Y siempre está la posibilidad de perder, ¿no?

  • Cierto.

  • Pues yo no sé si quiero seguir apostando.

Maldita sea. Iba a rajarse, lo veía en sus ojos. Algo me decía que aquella chica había llegado al límite, y que no quería ir más allá. Pero sin ella no había chantaje posible, porque era la que conocía bien los trapos sucios de Frank Seal. Así que no tenía otro remedio que conseguir convencerla como fuese. Y el único modo era al viejo estilo.

  • No te voy a dejar atrás, nena.

  • No me importa si lo haces: sobreviviré.

  • No lo dudo, pero no quiero testigos.

  • ¿Qué dices?

  • Que si yo sigo sin ti, tú no sigues en absoluto.

  • ¿Qué?

Volvió a relucir mi Beretta.

  • Mi amiga te lo explicará.

  • ¿Vas a matarme?

  • Si me complicas la vida, no lo dudes. No tengo nada que perder, y sí mucha pasta que ganar.

  • No me jodas, Blind.

  • No te jodo, nena. Ya te jodí en el sótano, ¿no lo recuerdas?

  • Patrick...

Sus ojos habían cambiado. No sé si la había impresionado con mi voz queda y grave y la mirada dura directa a sus pupilas. Quizá lo que le impresionó realmente fue el cañón de mi pistola acercándose hasta dejarle una pequeña marca circular en la sien.

  • ¿Sí, Carol?

  • ¿Qué tal si te vas mucho a tomar por culo?

Volvió a saltar la gata. Esta vez creo que por milímetros no me arrancó el brazo del arañazo que me dió. Con esta tipa, no iba a ganar para vendas. Tuve que propiarle un buen bofetón que la alejó unos metros de mí.

  • Maldita sea, nena... Deberías cuidar más tus modales...

  • ¿Mis modales? ¿Y tú qué, hijo de puta? - me dijo acariciándose la mejilla enrojecida por mi golpe.

  • Yo ya ando de vuelta de todo. Cuando vine aquí quemé mis naves, y ahora sólo puedo ir hacia adelante.

  • Pero... ¡conseguirás que te maten!

  • Utiliza bien los pronombres. En todo caso, conseguiré que nos maten.

Me acerqué a ella y la tomé por los hombros. La puse en pie y a apreté contra mi pecho.

  • Estás conmigo, nena... Para bien o para mal.

  • Creo que será lo segundo, Patrick.

  • Pues de perdidos al río, nena.

  • ¿Sabes? -me dijo.- Si todo sale bien, después del reparto y como despedida, te follaré como nadie te ha follado.

Carol cuando quería hablaba como una auténtica fulana.

  • ¿Sabes? -le dije yo.- En muchos sentidos, ya lo has hecho.

DIEZ: SE LANZA LA CAÑA

Supongo que más que convencerla yo le convenció la perspectiva de un dinerito en el banco y el no tener que hacer la calle, o la cama, según se mire. En todo caso, lo importante era que había entrado al trapo y que volvía a estar en el ajo. Así que decidimos dar una vuelta a la caza y captura de algún local con teléfono público donde su barman no tuviera demasiada pinta de ir a delatar a nadie. Encontramos uno con una mujer tras la barra. Dijo llamarse "Sue" (no sé por qué esa manía de algunos camareros que, sin conocerte, se ponen a darte conversación... una conversación en la que ellos te cuentan su vida... debería ser al revés), y estar de paso por Modesto. De hecho, su estancia de paso se había prolongado ya siete años, pero bueno... ella seguía teniendo el sueño de plantarse cualquier día en Los Ángeles y triunfar como actriz. No sé si lo haría bien delante de una cámara, pero sus Bloody Marys no estaban del todo mal. Mucho tiempo sin probar uno decente.

Aprovechando que allí se podía beber, me tomé otro para aclarar las ideas, y otro más para darme el valor de ir al teléfono a llamar a Frank. Carol me advirtió que vigilase mi dicción: debía ser clara y dura. Si a través del auricular notaban que yo estaba "borracho" -recuerdo perfectamente que utilizó esa palabra-, sabrían en el acto quién era. Pensé que aquella nena se creía muy lista, con sus veladas alusiones a mi afición por la buena vida.

Utilicé un pañuelo sobre el auricular.

  • ¿Sí?

  • Páseme con el Sr. Seal.

  • ¿Quién le llama?

Tuve que improvisar.

  • Dígale que el Sr. Nightmare tiene una información valiosa para él.

  • ¿Nightmare?

  • El mismo.

Oí de fondo los típicos comentarios en voz baja. Me pareció entender claramente una voz que decía: "yo no sé quién coño es".

  • Un momento, por favor. Le atiende enseguida.

  • Dese prisa, no tengo todo el día.

No deseaba eternizar la conversación. Aunque según parecía antes nos habían localizado por la delación de un camarero, no acababa de tener claro que no pudiesen localizar la llamada.

  • Frank Seal al aparato.

La voz era grave, ostentosa. Estaba claro que venía proferida por las cuerdas vocales de un tipo que tenía los pies en la tierra, muy bien clavados, y muchos millones en el banco, muy bien asegurados. La voz delataba una gran seguridad en sí mismo.

  • Soy el Sr. Nightmare.

  • No le conozco.

  • Yo a usted tampoco, pero encantado de hacerlo, aunque sea por teléfono.

  • Dígame, ¿de qué se trata?

  • Digamos que tengo cierta información que le interesa.

  • ¿Qué tipo de información?

  • No se preocupe. Usted también la conoce.

  • Entonces, ¿para qué la quiero?

  • No la quiere. O, mejor dicho, estoy seguro de que la quiere sólo para sí.

  • Desembuche.

  • ¿Que le parecería si hablo con el gobernador y le cuento sus chanchullos para comprar al candidato de la oposición?

  • ¿Qué dice?

  • Digo que medio millón y mi silencio es suyo.

  • ¿Está loco?

  • Un millón entero. Piénselo.

Colgué.

Bien. Ahora en algún despacho del emporio Seal, el tipo debía estar haciendo una lluvia de preguntas a sus maromos: quién era el tal Nightmare, cómo podía tener esa información... Supuse que lo primero que haría sería tratar de localizarme. Obviamente, esperaría que volviera a llamar, para tener preparado el localizador de llamadas. Por suerte, Carol no sólo tenía un teléfono para ponerse en contacto con Seal. Así que la próxima vez llamaríamos por la otra línea, y podríamos extender un poco la conversación. Había mucho que decir, y muchas instrucciones que dar.

Volví a la barra. Otro bloody Mary.

  • Está en marcha, nena.

  • ¿Qué te ha dicho?

Miré a Sue y nos retiramos con nuestras copas a una mesa.

  • Por ahora nada, no le he dado tiempo.

  • ¿Cómo vas a hacer para recibir la pasta?

  • He estado pensándolo.

  • El que tú pienses me da miedo.

  • Tranquila... -la miré con suspicacia.- Pensé en el camión, no había probado ni gota.

El plan era abrir una cuenta en una oficina de un banco nacional. Por supuesto, esto no impediría que Seal nos localizara, pero nos haría ganar algo más de tiempo que si la abriésemos en uno local. Siendo ya clientes del banco, pediríamos que alguna de sus oficnas en el medio oeste abriese una cuenta en otro banco nacional y, de ese otro banco, daríamos el salto a uno local de la ciudad donde Seal realizaría el ingreso. Después todo sería automático para nosotros, pero más lento para Frank. No le costaría más de un par de días dar con nosotros, pero para entonces ya habríamos volado.

  • ¿Y a nombre de quién vas a abrirla?

  • Le he dicho que soy el Sr. Nightmare.

  • Vaya... ¿Y qué documentos tienes para demostrarlo?

  • Ninguno. Pero seguro que el banco no pone problemas. Diremos que andamos de viaje y tenemos una cierta prisa, porque nos han robado, o cualquier cosa de esas.

  • No creo que funcione.

  • Funcionará.

  • ¿Cómo estás tan seguro?

  • Porque mi Sr. Nightmare existe. Es un fulano al que investigué por un lío de faldas. Aún recuerdo su número de la seguridad social. Lo facilitaremos, y el banco podrá comprobarlo sin problemas. Como el dinero lo sacaremos en persona, nos conoceran y confiarán en nosotros. Este es un pueblo pequeño.

  • Pero... medio millón de dólares... Aquí no los van a tener...

  • De eso no te preocupes. Ahora, vamos al banco.

No le dije nada de que había pedido, al final, un kilo completo. ¿Para qué preocuparla innecesariamente?

Dicho y hecho, abrir la cuenta no fue problema. Delante de nosotros realizó una llamada y le confirmaron que los datos que había dado -dirección, matrícula de coche, fecha de nacimiento... todos los imaginables- eran correctos. Es lo bueno de ser detective, que llegas a conocer tanto a algunas personas que después, si te ves en un aprieto, puedes tomar por un momento prestadas sus vidas.

Dimos instrucciones en la sucursal para la apertura de la otra cuenta en el medio oeste. Aquello fue aún más simple, porque de la lista de poblaciones que nos dieron elegimos la más pequeña, con lo que se conocían incluso los trabajadores de los bancos. En unos minutos tuvimos las dos cuentas disponibles. Cuando fuimos a abrir la tercera, la voz con la que hablábamos por teléfono nos informó de que las oficinas en la costa este ya estaban cerradas.

  • Pero eso no puede ser: es un asunto de vida o muerte...

Malditas diferencias horarias.

Al final, conseguimos dar con unas oficinas que trabajaban por la tarde. Era un pequeño banco, casi un establecimiento familiar de la octava avenida. Volvimos a dar todos los datos, y no pusieron reparos en darnos nuestro número de cuenta por teléfono.

  • Escuche -le dije.- Van a realizar un ingreso importante en esta cuenta. Quiero que lo transfiera inmediatamente a esta otra -facilité el número de la del medio oeste. Hice lo mismo con aquella.

  • Pero las transferencias llevarán su tiempo -me comentó Carol.

  • Seguro. Pero si Seal ingresa por la tarde, al día siguiente ya estará en el medio oeste y, con un poco de suerte, a última hora lo tendremos aquí. Y supongo que Seal estará atento a la oficina de la octava, por si entra o sale alguien.

  • Dios te oiga.

  • A no ser que sea sordo, seguro que sí lo hace.

Volvimos al bar, al bloody Mary (ahora ya directamente en mesa) y al teléfono. Marqué la otra línea.

  • ¿Seal?

  • ¿Quién es?

  • Páseme con él. Espera mi llamada.

"Es él", oí como decía una voz.

  • Sr. Nightmare... cuánto tiempo...

  • Escuche: un millón, antes de las ocho de esta tarde, cuenta 4565-45-34-6000343139.

  • Pero eso es imposible.

  • Esa palabra no existe, Sr. Seal.

  • Yo no puedo juntar tanto dinero en tan poco tiempo.

  • Miente usted muy mal, Sr. Seal. Llamaré al ... -y aquí, bendita Carol, pude dar el teléfono privado de la casa del gobernador. Sabía que Seal lo identificaría.-, y lo que le diga dependerá de usted.

  • Oig...

  • Adiós.

De nuevo colgué. Bien. Aquello era jugar a póker descubierto. Cartas arriba. Ya tenía lanzado el anzuelo. Ahora habría que esperar a la mañana siguiente, a ver qué hacía Seal.

Pasamos el resto del día bebiendo con Sue (además de preparar los Bloody Marys bastante bien, también sabía hacerlos desaparecer), cenamos pastel de carne en un restaurante oscuro y maloliente, y volvimos a la pensión.