El casero

Hay formas mejores para pagar el alquiler. Lorena lo sabe.

  • ¿Cómo? ¡Don Abel, por dios, no nos puede hacer esto!

  • Lorena, hija, no podemos hacer otra cosa… necesitamos subir el alquiler. Si no podéis pagarlo he hablado con un par de chicas que me pagan cincuenta euros más de los que os pido.

  • Pero Don Abel… Ya nos cuesta muchísimo llegar a final de mes con este alquiler… ¡No puede subirlo setenta euros tan de golpe!

  • Preciosa, mira… este mes os lo cobramos al precio de siempre, pero ya te aviso de que al siguiente te pasaremos el recibo con el precio completo.

Los ojos de Don Abel Villanueva escrutan el cuerpo joven de Lorena. Su escote, apretado escote de pechos firmes, es un agujero negro para la mirada del casero sesentón. Si cada polvo le devolviera el color a una de sus canas, tras una noche con Lorena podría volver a lucir una melena negra como el azabache. O eso piensa don Abel al tener ante sí el despampanante cuerpo de la muchacha.

  • Joder, Don Abel… déme otro mes más, se lo suplico… dénos tiempo a mí y a Miguel de buscarnos algo adicional para pagarlo

  • Mira, Lorena

  • Por favor, don Abel… se lo ruego- Cuando Lorena mira con esos ojos suplicantes, su carita pecosa parece volver a tener quince años y el casero no puede negarse a un rostro tan bello.

  • Está bien, está bien… pero en enero te pasaré los setenta

  • ¡Muchas gracias, Don Abel!- Lorena sonríe y palmea feliz, dando un saltito. Rápidamente, amparada en la sorpresa, asalta la mejilla barbuda del hombre con un besito casto que a Don Abel le sabe a miel o a algo más dulce.

  • De nada, de nada, preciosa…- balbuce el viejo, observando el bote de los pechos de Lorena tras el salto.- En fin… háblalo con Miguel y si necesitas algo… Paca y yo estamos en el piso de arriba

  • No se preocupe usted… ya hablaré yo con mi chico… ya se lo explicaré.

La puerta se cierra y de un lado queda Lorena, con veinticuatro años a sus espaldas. Carita pecosa y aniñada, labios gordezuelos, melena castaña y rizada que le cae hasta poco más allá del cuello, y un cuerpo de anchas curvas con un atractivo incontestable. ¿Medidas? Está bien… para los lectores más científico-matemáticos, y a ojo de buen cubero, le pondría un 90-70-100. Correcto. Un culazo de ensueño.

Del otro lado quedan don Abel y sus sesenta y un años de banquero prejubilado. Una calva cada vez más incipiente naciendo desde su coronilla, cabello completamente blanco y barba igualmente canosa a causa de la aversión de su dueño por los modernos tintes, pero un cuerpo aún bien conservado a causa de sus largos paseos matutinos. Un cuerpo que, además, tras el espectáculo de los pechos de la chiquilla, ostenta una erección poderosa que Don Abel, quizá, tratará de matar con una gallola desesperada en el baño mientras su mujer hace la comida y él se evade imaginándose que se tira a Lorena.


  • ¡Joder! ¡Otra vez! ¿Pero qué coño se han creído? ¡Es la segunda vez en este año que nos sube el alquiler, hostia!- los gritos de Miguel resuenan en toda la casa.

  • Cari… no nos lo va a subir hasta enero

  • ¡Perfecto! ¿Ya sabes que la primitiva nos va a tocar en enero? ¡Ah, no, que seguramente nos suban el sueldo porque sí!- No es Miguel, sino su furia, quien agarra el cojín del sofá donde está sentado y lo lanza sobre la pared.

Lorena se estremece cuando ve chocarse el almohadón con la cortina de la ventana. Su novio observa el gesto, y mientras hunde la cabeza en las manos musita un:

  • Lo siento, Lore… perdona, es sólo que…- un sollozo se le escapa al joven empleado de gasolinera.- perdóname

  • tranqui, Migue…- Lorena se sienta a su lado y lo abraza, trata de reconfortarlo. Le mesa el cabello con ternura y le da un tierno beso en la mejilla.- Ya haré yo unas horas extra en el súper… sabes que los sábados por la tarde la Mamen siempre tiene que pelearse porque se quede alguien.

  • Ya, pero chiqui… es que… quisiera darte tanto que… joder, y no puedo. No soy más que un gasofa de mierda, con un curro de mierda, un sueldo de mierda y que si no fuera por tu sueldo ni siquiera podría pagar el alquiler, y no digamos ya las compras de la casa… Joder

Las manos de Miguel, quizá más avezadas que el resto de su cuerpo, abandonan su rostro para abarcar la cintura de Lorena. Se dan un besito en los labios, un simple toque compartido de labios, pero lo suficiente como para alejar cualquier problema. Se esfuman dinero y comida, pobreza y riqueza… Tras el beso, sólo quedan ellos

  • Aún queda mucho para la cena, ¿No?- pregunta, con una sonrisa traviesa, Miguel.

  • Mucho…- responde Lorena, mordiéndose el labio inferior y empujando a su chico sobre el sofá, hasta que éste queda tumbado.


  • Ah… ah… ah…- Los gemidos no entienden de muros ni tabiques, mucho menos de techos de escayola y de ventanas de hoja simple. Paca y Abel, observando desganadamente las noticias en la cama, afinan el oído y descubren la voz de Lorena gozando y colándose en su propio lecho.

  • Hay que ver… estos jóvenes… ¡Parecen conejos!- se altera la mujer, apartando la mirada del televisor.

  • Ay, hija, Paca… ¿Acaso no te acuerdas de nosotros a su edad?- pregunta Abel, quien, como su esposa, oye los jadeos gozosos de la joven Lorena y no puede más que excitarse y tal vez, pensar que hoy, por fin, desempolvaría las sábanas maritales.

  • ¡No!- replica la señora, mientras se gira, dándole la espalda a su marido, y disimuladamente, baja su mano por su cuerpo

  • Eres insoportable…- contesta Don Abel, también girándose y dándole la espalda a su esposa, sin saber que ésta, mientras Lorena está a punto de correrse a grandes gritos, hunde la mano entre sus piernas y se masturba bajo las sábanas.


El sol aún no ha salido cuando el sonido del despertador levanta a patadas de la cama a Miguel y a Lorena. La cena de anoche, que nunca llegaron a empezar, le servirá hoy de comida a ambos. Lorena prepara la fiambrera para Miguel, que agarra el anorak de la gasolinera y la bolsa de la ropa.

Las primeras luces del nuevo día se adivinan tras el ejército de edificios grises de la ciudad. Protegido del frío bajo su abrigo, Miguel trata de arrancar su vieja moto. En la ventana, vestida con un grueso batín, haciendo tiempo hasta que le toque irse a su trabajo, Lorena lo mira marcharse en su petardeante motocicleta. Suspira con melancolía al tiempo que las primeras gotas del rocío escarchado se desprenden de las hojas de las macetas del balcón.

"puto dinero"… piensa ella. "Ojalá hubiera otra forma… haría lo que fuera por él…" suspira, mientras evoca a su chico.

El timbre de la puerta saca a Lorena de sus ensoñaciones. Da un respingo y se vuelve hacia la puerta.

  • Hola, Lorena. ¿Ya le dijiste eso a tu marido?

  • Don Abel… que no estamos casados… es "mi chico"… pero sí, ya se lo he dicho.

  • Disculpa, hija mía, es que soy de otra época, una antigüedad…- sonríe don Abel, y no puede evitar que su vista resbale por el cuello de cisne de Lorena y baje luego hasta las piernas, que más debajo de la bata, aparecen desnudas e incitantes.

  • No diga eso, don Abel que usted aún es muy atractivo. Seguro que su mujer está encantada con usted.

Inconscientemente, Lorena se rasca la pierna con el pie, haciendo que la bata juguetee sobre sus rodillas y que los ojos de don Abel devoren los centímetros de más que divisan. Traga saliva el sesentón.

  • ¡Qué va, hija! Yo lo que creo es que esta mujer se ha aburrido de mí

Mientras dice eso, don Abel no separa la vista de las piernas de Lorena. La joven se percata, pero el decoro inicial que la incitaba a taparse, es sepultado por otro sentimiento. Un interés perversamente económico.

  • Pero señor Abel…- Lorena finge un deje inocente en su voz, como cuando "actúa" de colegiala para Miguel.- ¿No… mmmm….?- La muchacha hace como que duda, recuerda el papel, lo cumple a la perfección.- ¿No hace el amor con su esposa?

Finalmente, Lorena se ha decidido y ha echado la carne en el asador. A don Abel el corazón le da un vuelco. ¿Qué es eso que ve en los ojos de la muchacha? ¿Quizá lujuria?

Don Abel se frota las manos nerviosamente. Suda, respira agitadamente, está excitado. ¿Quiere guerra? La tendrá.

  • Ay, mi niña… porque sé que esto es como el ir en bici, que no se olvida… pero si no… ahora mismo tú me podrías enseñar latín.

  • Hummmm…- sonríe con picardía Lorena. El anzuelo que echó no sólo ha sido mordido, sino que se lo ha tragado completamente.- Tal vez algún día, don Abel.

Y cierra la puerta.

La miel queda en los labios de don Abel y una sonrisa divertida en los de Lorena, que se esfuerza en no estallar en carcajadas. Si quiere conseguir algo, sabe que ha de concretar esa fase de cortejo y no lanzarse a los brazos de don Abel a la desesperada.

Con parsimonia, Lorena se ducha. Bajo el calentísimo chorro de agua, empieza a rememorar a don Abel. No ha dicho ninguna mentira, sigue siendo atractivo. Ojalá Miguel esté como él a los sesenta y un años.

Lorena dirige los haces de agua de la ducha, que como pequeñísimas agujas, pulsan mil mensajes en Morse sobre su piel. Con lentitud, dirige la alcarchofa de la ducha por su vientre y sigue bajando. Sus pezones erizados hablan por ella misma. Empieza a pensar y, por primera vez, se obliga a pensar en otro. No quiere pensar en Miguel. No ahora.

Piensa, imagina el cuerpo desnudo de don Abel. En su pecho, algo caído, pequeños rizos grises y blancos se enredarían con su lengua cuando ella bajara por su piel, derecha a aquella tiesa y experta polla.

  • Baja con cuidado, mi niña… tranquila…- ronquearía el sesentón, sonriendo con suficiencia mientras mira cómo la joven Lorena, a la que casi le triplica la edad, embute su carajo en su boquita de piñón.

Lorena se estremece. La caricia del agua sobre su sexo mata y resucita a cada instante… las imágenes de su cabeza le enervan los sentidos… se apoya en la pared alicatada del baño y prosigue con su masturbación mientras el primer jadeo se le escapa.

  • túmbate de lado, pequeña… que te voy a follar. ¡Hay que ver, eh! Lo que dura esa palabra…- diría don Abel, y ella obedecería. Y cuando él se colocara detrás e hiciera deslizar su polla resabiada entre sus juveniles labios, Lorena sólo podría gemir.

  • Ah…- como si de verdad hubiera sentido la polla del viejo en las entrañas, Lorena gime en la ducha, mientras se masturba con el agua y la mano que le queda libre.

Lento. Lento pero constante… don Abel no tendría el vigor casi violento de Miguel, ni su agilidad y nervio para follársela de todas las formas que se le ocurren, pero en cambio tendría el cuidado especial que da la experiencia, el ansia de enseñanza del ser humano.

  • Aprieta ahora, pequeña.- le susurraría, quizás, al oído, mientras se la mete, y su mano viajara al clítoris inflamado de Lorena. Ella lo haría, deseosa de obedecer a la voz de la experiencia.- Muy bien, niña… ahora túmbate boca arriba, en el borde del lecho.

Lorena obedecería, tumbándose al borde de la cama, las piernas hacia dentro, la cabeza hacia fuera. Y mientras don Abel la volviese a penetrar, sentiría arder la sangre en su cabeza, y también en su sexo. Y quizá, sólo quizá, tal vez nada más, terminaría por correrse larga, callada, poderosamente tal y como lo hacía en esos momentos en la ducha.

El gemido, a boca cerrada, y espasmos incontrolables, suena más como un hilillo largo y fino de emes. Un "Mmmm" de varios segundos mientras sus piernas se contraen casi como queriendo aplaudir el orgasmo sufrido.

  • ¡Joder! – Lorena mira el reloj. Entra en diez minutos, no puede perder ni un segundo más. Ya ha perdido suficiente tiempo follándose mentalmente a su casero.

Se viste a la carrera y sale a la calle enseguida, tras una breve (brevísima) parada en el espejo para retocarse.


  • Vamos, nena, que no llegas…- le palmea su compañera cuando la ve entrar en el supermercado.

  • Lo siento, Sacra, me he entretenido en casa.- se disculpa Lorena con la mirada.

  • No te preocupes, Lore, que no ha venido la Mamen todavía.


  • ¡Va, Abel! ¡Abre de una vez!

La mano fuerte de Paca retruca en la puerta del baño, interrumpiendo a don Abel, que se hace una paja recordando la pecosa carita de Lorena diciendo una y otra vez "Tal vez algún día, don Abel".

  • ¡Que te esperes, coño!- responde el viejo, mientras su mano va arriba y abajo sobre su verga. Ya siente de nuevo esa espinita clavada en el vientre, coloca el papel higiénico frente a su polla y se corre con un gemido.

Luego, mientras recupera la respiración, se viste, echa el papel sucio al váter y se lava las manos antes de abrir la puerta.

  • Ya puede entrar la marquesa

  • ¡Venga, venga… fuera, fuera!- le empuja su mujer, que esta mañana tiene una extraña sonrisa alegre en su rostro.

  • Oye… qué feliz estás hoy, ¿no?

  • Es que me he dado cuenta de que la vida es maravillosa…- responde, con mucho sarcasmo, Paca.- venga, sal de una vez, tonto

Don Abel se encoge de hombros y sale del baño. Paca entra y cierra tras de sí, canturreando algo entre dientes. Es extraño para su marido verla de tan buen humor.

  • ¡Oye Paca!- le grita desde el otro lado de la puerta don Abel

  • ¿Qué quieres?

  • ¿Tú no me la estarás pegando con otro, verdad?

Abel estalla en risotadas, y en el baño, Paca igual.

  • Sí, mira, con un veinteañero que la tiene así de grande.- Abel no puede ver el gesto, pero se lo imagina. Hacía mucho tiempo que no bromeaba así con su esposa.

Esa noche, como la anterior, los gemidos de Lorena vuelan desde su cama y viajan hasta la de sus caseros. Gemidos, blasfemias, insultos… todo es uno en la boca de Lorena mientras Miguel se esfuerza al máximo en darle el mayor placer.

Entre estertores, la voz se le quiebra a Lorena cuando se corre. Bajo las sábanas de sus caseros, la erección de don Abel no puede ser más escandalosa. Paca, junto a su marido, hace como que duerme mientras acaricia su sexo, callada, imaginando que se funde con su inquilina y recibe en sus entrañas la juvenil verga de Miguel.


El día nuevo nace con la chicharra rutinaria del despertador. Miguel lo detiene antes de que pueda despertar a Lorena. Es jueves, le toca el último turno y hoy puede dormir hasta tarde. Se ducha y se viste en silencio, tratando de no despertar a su chica. Se despide robándole un beso en los labios y susurrando un:

  • Cariño…. Te prometo que haré lo que pueda para que no te falte de nada

Cierra la puerta suavemente tras de sí, y en la cama, abriendo los ojos con una media sonrisa forzada, Lorena murmura:

  • Yo también, Migue, yo también

Lorena pasa la mañana asomada a la ventana. Vaqueros ajustados, camiseta de tirantes… y bajo estos un conjunto de ropa interior negra de encaje. Una joven normal a simple vista, pero una femme fatal bajo la primera capa.

Se mira al espejo y se recrea con la vista de su culo. Su mejor parte del cuerpo, dice siempre Miguel. Aún recuerda aquella noche hace tres meses ya, cuando Miguel no pudo soportarlo más y casi le suplico que le dejara desvirgárselo. Y ella aceptó con un resultado mucho más placentero del que jamás se hubo imaginado. Temía otra "primera vez" tan torpe y dolorosa como cuando entregó su virginidad en la cama de su novio de secundaria. Sin embargo, Miguel, más experto, seguro y protector hizo que, incluso, llegara al orgasmo siendo sodomizada.

Lorena ve algo a través de la ventana que la saca de sus ensoñaciones. Es la hora. Antes de salir, deja las llaves sobre el recibidor y sale con la bolsa del pan (y el pan) que ha comprado esa mañana.

  • ¡Mierda!- grita bien alto, para que los vecinos la oigan. Fingiendo fastidio, pone los brazos en jarras y se encoge de hombros. Luego, sube las escaleras.

Llama al timbre, sabiendo que don Abel está solo. Doña Paca ha ido a la peluquería y seguramente pase allí varias horas.

  • ¿Quién es?- pregunta el maduro desde dentro.

  • Soy yo, don Abel, que a ver si me puede dejar las llaves de mi casa, que me he dejado las mías dentro.- responde Lorena, apoyándose en la puerta. Por eso, cuando don Abel la abre, a punto está de caer sobre él.

Afortunadamente, el hombre retiene algunos reflejos de su juventud y la agarra antes de que se caiga.

  • Hija, Lorena, cuidado…- le dice don Abel, tomándola entre sus fuertes brazos.

Cuando la muchacha lo mira desde esa posición, con sus dos grandes ojos negros en esa carita pecosa, a don Abel los calzoncillos e le vuelven pequeños.

  • ¿Pu… puede abrirme?- Musita Lorena sin dejar de observar a don Abel. Sin duda, sigue siendo atractivo, y esa barba blanca le da un aspecto rudo que lo fortalece.- es que me he dejado las llaves dentro.

  • Por supuesto…- la voz le tiembla a don Abel. Mira directamente a los ojos de la jovencita y nota la tensión entre su mirada y la de Lorena.


Abel mete la llave en la cerradura de la puerta y empuja ésta, que se abre suavemente.

  • Muchas gracias, don Abel…- Lorena abraza al hombre, colgándose de su cuello y dándole un beso en la mejilla que se encarga de eternizar.

Se estremece Abel mientras sus fosas nasales se inundan del aromático olor del cabello de Lorena. Los labios de la chiquilla están calientes y le arden en la mejilla. Se deslizan lentamente, hasta llegar casi a la comisura de los labios, donde se separan violentamente.

  • Dis… disculpe…- aparta la mirada, avergonzada, Lorena.

  • Lorena, mi niña…- dice con firmeza don Abel.- ¿Qué estás intentando conseguir?

"Claro". Lorena sonríe irónicamente. Don Abel no es imbécil. Quizá eso le podría haber servido con un chaval de su edad, a quienes la polla les piensa más que la cabeza. Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo… Y en ese momento, la mirada fija y sin emociones de don Abel le pareció, ciertamente, la de el Diablo que todo lo sabe. Obviamente, don Abel se había dado cuenta de su juego.

  • ¿Qué pretendes?- insiste don Abel.

  • Una rebaja en el alquiler.- responde Lorena, decidida.

  • ¿Y qué estás dispuesta a dar por ello?- el rostro inexpresivo de don Abel se clava en Lorena.

La joven se inclina para llegar al oído de don Abel y le susurra antes de morder suavemente el lóbulo de su oreja:

  • Todo

  • Está bien… pasa.- dice don Abel, indicándole el camino de su casa.


  • Tranquila, pequeña, tranquila…- musita don Abel cuando se puede despegar del beso lascivo y desesperado de Lorena. Con suavidad, la empuja sobre la cama y comienza a desabrocharle los vaqueros.- No tengas prisa ninguna

La prenda se desliza con facilidad sobre la suave piel de las piernas de Lorena, que suspira excitada. Allí está, no es un sueño, siquiera una pesadilla. Don Abel la desnuda con delicadeza y ella no puede más que cerrar los ojos y dejarse llevar por esas fuertes y sabias manos.

La camiseta no tarda en seguir el mismo camino que los vaqueros, y Lorena siente que le tiemblan las piernas cuando Abel le acaricia el muslo con el dorso de una uña.

Una risilla de excitación se le escapa a la joven semi-desnuda. Aún ni siquiera se ha acercado a su sexo y ya nota que se está mojando. De pronto, don Abel coloca su boca y nariz sobre el triángulo negro de las braguitas e inspira. Un escalofrío recorre entera a Lorena, que se muerde el labio inferior, entre la pasión y la impaciencia.

Lorena suspira una vez más. Las cálidas manos del viejo se posan en sus caderas y agarran del elástico de las braguitas. Comienza la íntima prenda a descender y el sexo de la chica a desnudarse.

  • Niñita mala…- musita don Abel, al ver aquel sexo pulcramente depilado.

Pasa un dedo entre los labios carnosos del coñito de Lorena y a ésta se le escapa un gemido. Don Abel se desabrocha la camisa y toma posición entre las piernas que en tantos sueños le abrazaban.

Besa con devoción el clítoris, cada vez más hinchado, de Lorena, y ella responde con una sacudida de placer.

  • Diosss

  • Acabamos de empezar, pequeña…- sonríe Abel, entre sus piernas, y se pone a lamer aquél sabroso manjar que bajo él se concentraba. Inspira el aroma de mujer del coñito por última vez, y comienza a repartir lengüetazos al clítoris.

La lengua de don Abel, lenta pero segura, penetra el coño para después subir hasta el clítoris, acabando la caricia con movimientos circulares sobre él. La propia Lorena bucea en su sostén para magrearse las tetas mientras le comen el coño.

Un dedo, el más largo, penetra en la húmeda cueva de la mujer, que se retuerce de placer, mientras sigue gimiendo. En la otra mano, un dedo se vuelve travieso y juega a la entrada de su ano.

  • ¿Alguna vez te lo han hecho por el culo?- pregunta don Abel mientras la sigue follando con un dedo.

  • sí, fue Miguel… oh, síiiiiiii...- responde, mientras comienza a jadear.

  • ¿Cuándo fue la última vez?- el dedo de don Abel sale del coño y se hunde sin contemplaciones en el ano de la chica.

  • ¡Aaaahhhh!- Lorena se arquea por la inesperada, aunque placentera, intrusión.- La… semana pasada… el viernes.

  • Bien.- Otro dedo se cuela esta vez en el coño de la chica. Sus dos agujeros traspasados suave y lentamente, y su clítoris recibiendo los lametazos de don Abel. Lorena se retuerce de placer. No obstante, lejos queda el orgasmo. Don Abel no parece querer llevarla allí, sino hacerla gozar más en el camino… y eso, acaba de descubrir Lorena, le encanta.

Un segundo dedo se interna en su sexo, los tres que la penetran son de la misma mano. La otra no deja de acariciarle los muslos, calmando la tensión de los músculos.

  • Por dios… ¡Dámela ya, joder!- casi solloza Lorena, que se siente a cada segundo más caliente, pero sin acabar por explotar.

  • Tranquila, mi niña… te correrás cuando llegue el momento… Hazle caso a la voz de la experiencia- responde con una sonrisa don Abel.

"Es un Diablo. Eso es. Es malvado, sensual, omnipotente, sabio, manipulador… Es un Diablo", piensa Lorena, mientras pone los ojos en blanco a causa de los espasmos de placer que le llegan.

Sus manos tratan de empujar más y más hacia su sexo a don Abel, mientras con las caderas busca ayudar al movimiento. Pero la postura del hombre es firme y no varía casi nada. Los tres dedos la siguen follando a velocidad constante y la lengua del maduro de vez en cuando se enreda con su clítoris. La barba canosa le hace cosquillas en los muslos, rozando también los labios de su sexo y excitándola por completo.

  • Por favor, don Abel… por favor… dame más…- Lorena se está volviendo loca de placer.

  • ¿Quieres correrte?

  • ¡Síiiii!- exclama la muchacha.

Los tres dedos salen de su cuerpo, pero dos vuelven para colarse por el estrecho agujerito posterior de la joven.

  • ¡Au!- se queja sin más Lorena cuando nota ambos a la entrada de su ano haciendo presión para entrar. Ella mueve las caderas para favorecer la penetración, y los dos dedos se cuelan lentamente en su culito. Una vez dentro, comienzan un vaivén acelerado, agitándose en su interior cada vez que llegan lo más dentro que pueden.

  • Ah, ah, ah, ah…- la boca de Abel suma los labios y los dientes a la pelea que tiene con la inflamada capucha del sexo de Lorena, cuyos gemidos son cada vez más ostentosos.- Ah, ah, ah

La folla por el culo, le come el coño, un hombre que casi le triplica la edad. Su ano le envía sensaciones contradictorias cuanto más sube la velocidad de aquellos dos dedos. Le dice dolor y le dice placer… y, en voz bajita, voz que va creciendo lentamente hasta convertirse en un grito, le dice "Orgasmo".

Lorena se corre. Atrapa con sus piernas en pleno espasmo la cabeza de don Abel y comienza a temblar de arriba abajo mientras los gemidos en su boca se enloquecen y se embarrullan con sílabas sin sentido.

Retorciéndose en la cama, disfruta de uno de los mayores orgasmos que recuerda. Quizá por el trabajo anterior, por la suavidad, por la sapiencia de su compañero. Quizá porque no ha sido con Miguel y es la primera vez que le era infiel. Quizá por que Abel le lleva casi cuarenta años de experiencia.

  • Ng… nnn… mmm… haaa…- gime aún, sufriendo los últimos estertores de su orgasmo.

  • ¿Ya estás recuperada, pequeña?

Don Abel se sube a la cama. Ya está completamente desnudo.

  • Te voy a follar por el culo, pequeña. El coño te lo dejaré fiel a Miguel. ¿Estamos?- explica don Abel.

  • Estamos.- responde ella, colocándose a cuatro patas, con el culo en pompa.

El maduro se agacha tras Lorena y apunta su verga, erecta después del concierto de gemidos escuchado, al anito sonrosado de la muchacha.

  • Ssssssss…- sisea Lorena cuando siente aquella tranca abrirse paso en su esfínter. No es tan grande como la de Miguel, o al menos eso le parece, pero cada movimiento tiene su razón de ser, y el adelante-atrás típico se contamina de un movimiento vertical que hace que el carajo de don Abel ondule en su interior, tocando cada uno de los puntos que debe tocar.

  • Oh, dios… oh, dios

El movimiento sigue siempre el mismo ritmo, variando por unos pocos segundos lo suficiente como para que la excitación de ambos jamás baje, sino que vaya subiendo sin pausa.

Abel agarra del cuello a Lorena y la hace incorporarse de rodillas, aún con la polla del maduro en sus entrañas.

  • ¿Te gusta que te folle el culo? ¿Te gusta follarte a los hombres mayores?- Pregunta el viejo, mientras lame lascivamente el cuello a la mujer.

  • Sí.- es lo único que, entre jadeos y gemidos, Lorena puede decir.

Abel se sale de su cuerpo y se tumba sobre la cama.

  • estoy ya muy viejo para aguantar tanto tiempo de pie… Muévete tú, que eres joven…- sonríe el canoso hombre.

Lorena asiente y rápidamente se coloca sobre la polla, abriéndose los labios de su sexo con dos dedos, para alojar la polla de don Abel en su interior.

  • Te he dicho que por el culo.- le replica el maduro, deteniéndola con un gesto.

  • Perdón… lo olvidé…- Musita Lorena, y dobla la cadera para dejar su otro agujerito en el camino de esa polla.

Lentamente desciende hasta clavársela por completo. Un suspiro se le escapa de los labios. La nueva postura dificulta la entrada, pero en cambio, parece dale una nueva trayectoria a la verga de don Abel, que parece cada vez más grande.

Lentamente, Lorena comienza a subir y bajar, cerrando los ojos para disfrutar aún más de esa intrusión tan extraña.

  • Mastúrbate.- ordena don Abel.

  • ¿Qué?- sale de su ensimismamiento la mujer.

  • Que te masturbes mientras te follo el culo…- responde él con decisión.

Lorena obedece. Comienza a frotar su clítoris mientras las manos de don Abel controlan el movimiento de sus caderas, arriba y abajo.

  • Ahhhh…- Lorena no se cansa de esa doble estimulación. Su ano, su coño, de cada punto le llegan placeres tan distintos y tan parecidos que se lían en su cabeza, sin llegar a unirse, más bien a amalgamándose en una nueva sensación.

  • Más rápido. Venga… dale a la mano…- ordena el canoso hombre.

Ella, sin responder más que con gemidos que se le ahogan en la garganta, obedece y acelera los frotamientos. No se penetra el coño. Ya tiene una polla en el culo, quien más necesita su trabajo es el clítoris.

El movimiento de su mano se vuelve frenético. Le comienzan a temblar las piernas, una estrella parece querer nacerle en el vientre. Don Abel cierra los ojos y trata de mantenerse ajeno al trabajo de Lorena, pero es imposible. Se le notan las ganas de acabar, pero quiere esperar. Esperar

  • Ah, ah… ahh… ahhh…- Gime Lorena, y don Abel dice "Ahora". Agarra con ambas manos la cintura de Lorena, y las dirige arriba y abajo, llevando a Lorena también arriba y abajo sobre su polla.

  • Nnnnn…- gruñe don Abel, dejándose ir dentro del cuerpo de Lorena, mientras ella sufre un nuevo orgasmo siendo sodomizada.

Extasiada, exhausta, extenuada… Lorena cae sobre el cuerpo de Abel, temblando aún de placer.

  • ¿De verdad follas así?- mira a los ojos Lorena a su maduro compañero.

Don Abel estalla en carcajadas, como Lorena.

  • En fin, pequeña… ya tienes lo que querías, ¿no? No te pasaré los setenta euros de más… Tal vez vuelva el mes que viene.- musita don Abel incorporándose sobre la cama y comenzando a vestirse. Sin embargo, Lorena lo abraza desde atrás y le murmura al oído:

  • ¿El mes que viene? Es mucho tiempo… ¿No podríamos negociar alguna otra rebaja? Quizá te puedas cobrar lo de los próximos doce meses durante esta semana, ¿no?- pregunta, mimosa, la muchacha.

  • ¿Y Miguel?

  • No se enterará. ¿Y la señora Paca?

  • No se enterará.- responde, con una sonrisa, el sesentón, volviéndose y dándole un último beso a su jovencísima inquilina y compañera de cama.- Pero si eso ya volveré mañana o pasado. No tengo edad para estos trajines todos los días

Ríe don Abel y ríe con él Lorena.

  • En fin… ya sabes dónde estoy… vivo debajo de ti…- concluye, sonriente, la jovencita, recostándose sobre la cama.