El Carrusel

Desnudo en el parque de diversiones, ni su mejor amigo pudo impedir que terminara siendo la diversión de aquellos dos hombres.

EL CARRUSEL

Saltaron la verja y corrieron agachados tratando de no ser descubiertos. No se detuvieron hasta que vieron las infantiles y conocidas figuras del carrusel, donde uno de ellos comenzó de pronto a quitarse la ropa.

No deberías desnudarte aquí – dijo Memo alarmado.

Y qué importa!, quién carajo puede vernos a estas horas? – contestó Sergio quitándose ya los pantalones.

Memo miró el parque de diversiones poblado de sombras y oscuros rincones. Era casi aterrador, tan distinto de cómo lucía en el día, lleno de niños, ruido y gente divirtiéndose en alguna de sus muchas atracciones.

En algún lugar debe haber algún vigilante – trató de razonar Memo con su embriagado amigo.

No mames, cabrón – contestó Sergio quitándose ya la última prenda que lo cubría – yo no veo a nadie salvo este perfecto espécimen humano en pelotas y su buen amigo cagado de miedo - se burló.

Y tenía razón. Sergio era uno de esos tipos amados por la madre naturaleza. Alto, apuesto, sonrisa arrebatadora y un cuerpo que con el mínimo esfuerzo en el gimnasio lograba mantener en excelentes condiciones.

Sergio corrió desnudo como un chiquillo. Tropezó un par de veces, pero logró mantener su precario equilibrio. Memo lo siguió, todavía sorprendido por su desenfadado atrevimiento, por no hablar del deseo que se le acumulaba en el vientre al ver aquel cuerpo esbelto, perfecto y hermoso, y al mismo tiempo tan prohibido y tan lejano.

Pinche Memo – le gritó con pastosa voz – te aposté mil pesos a que me montaba en el carrusel en pelotas, y eso precisamente voy a hacer, porque yo soy un cabrón con los huevos muy bien puestos y siempre cumplo lo que prometo – terminó, y subrayando sus palabras tomó en su mano sus testículos mientras fanfarroneaba frente a su amigo.

Memo miró fascinado las gordas bolas velludas y el largo y bien formado pene que las acompañaba. Hubiera dado lo que fuera por poder acercarse a aquellas maravillas y poderlas tocar, oler o besar, pero prefería seguir contando con su amistad y fingió una indiferencia que estaba lejos de sentir.

Ya Sergio – trató de negociar Memo – tú ganas cabrón, ponte la ropa y vámonos ya de aquí.

No seas puto – contestó el otro indignado – todavía no cumplo la apuesta y no me voy de aquí hasta que no lo haga.

Dio media vuelta y caminó hasta el vacío carrusel. Las medias lunas de sus nalgas dejaron mudo a Memo. Eran el más perfecto par de nalgas que hubiera visto alguna vez. Masculinamente delineadas, fuertes y a la vez torneadas, como un par de mellizas maravillas que solo en las películas porno veía alguna vez.

Y aquí vamos! – gritó eufórico Sergio trepándose a un caballito amarillo, brincando como si en realidad el carrusel estuviera en movimiento.

Estás bien pedo – dijo Memo riéndose por fuera, aunque por dentro sólo miraba la forma en que su bello trasero temblaba cada vez que Sergio brincaba, y cómo sus huevos se aplastaban contra la falsa montura del caballo.

Un ruido apagado llamó la atención de Memo, aunque no con el tiempo suficiente como para avisárselo a su amigo. En un reflejo instintivo se replegó contra la pared de una tienda cercana y quedó cubierto por sus sombras. Un par de sujetos aparecieron en el claro de luz. Uno llevaba uniforme de vigilancia, el otro un gastado overol de trabajo, seguramente personal de mantenimiento del parque de diversiones. Ambos se quedaron mirando al desnudo joven que ajeno a su presencia cabalgaba desnudo las praderas de su borrachera.

Mira que regalito nos venimos a encontrar – dijo el del uniforme al otro.

Y con la pinche calentura que me cargo, compadre – contestó el del overol, tocándose los genitales sin perder de vista el cuerpo desnudo de Sergio.

En ese momento Memo sabía que debía hacer algo para salvar a su amigo, pero algo en su interior, la misma pinche calentura de que hablaban los hombres seguramente, le hizo permanecer en las sombras y esperar el desenlace de aquella aventura.

Te diviertes, cabroncito? – preguntó el uniformado a Sergio acercándose lentamente.

A huevo – contestó éste tras unos segundos de duda mientras trataba de enfocar quién era el tipo aquel que le preguntaba.

Pues que bien – dijo el tipo del overol acercándose también – porque también nosotros traemos muchas ganas de divertirnos.

Pues trépense, pendejos, que no ven que hay mucho espacio en el carrusel? – contestó Sergio cagándose de risa.

Los hombres lo acompañaron en la broma, mientras continuaban acercándose cada vez mas a él.

Pero queremos divertirnos contigo – dijo el uniformado poniendo la mano sobre el muslo desnudo de Sergio.

Seguramente entre la bruma del alcohol comprendió la clase de diversión de la que hablaban, porque se puso serio y trató de bajarse del caballito, aunque perdió el equilibrio y sólo consiguió caer en los brazos del tipo del overol.

Que pasó, amiguito? – dijo éste sin soltarlo – a poco ya no quieres divertirte?

Por atrás, el uniformado le agarró las nalgas mientras lo sujetaba por la cintura. Sergio se debatió tratando de zafarse.

No, cabrones, yo así no juego – dijo intentando soltarse, aunque sin lograrlo.

Pues que lástima, porque mira que traemos cuerda esta noche – contestó el del overol pellizcándole una de sus tetillas.

Sergio comenzó a luchar ahora sí en serio. Probablemente si no hubiera estado bebido hubiera podido darles mas batalla aquellos dos hombres, por mas que se veían bastante fuertes, pero en aquellas condiciones fue muy poco lo que logró hacer. En un par de minutos lo habían sometido y se fueron turnando para ir conociendo ese cuerpo maravilloso que Memo tanto anhelaba y que ahora miraba hipnotizado desde la seguridad de las sombras.

Mientras uno de ellos lo sujetaba por la espalda, el otro acariciaba sus delineados pectorales, apachurrándolos como si fueran los pechos de una mujer, aunque con ello lastimaran al pobre muchacho. Luego le daban media vuelta y se engolosinaban amasando su perfecto trasero, tomando sus nalgas entre las manos, pellizcando su carne y metiendo una mano entre sus piernas para darle un buen apretón a sus huevos. Media vuelta de nuevo y el proceso se repetía con el otro sujeto.

Manipularon su pene, buscando una erección que nomás no aparecía, metían sus dedos ansiosos en la abundante y espesa mata de vellos de su pubis, y cada vez mas excitados, comenzaron a mordisquear sus pezones, a tratar de besar sus labios, y ya calientes definitivamente, comenzaron a desnudarse por turnos, para no dejar escapar a la presa.

Mira que está rico el niño – dijo el primero en quedar desnudo completamente, y su potente erección confirmaba lo mucho que le gustaba.

Y que lo digas – confirmó su compañero quitándose la ropa una vez que el otro volvía a sujetar a Sergio, que cansado, cada vez luchaba menos.

Desnudos los tres, en medio del claro de luz, parecían estar actuando la mejor película porno que Memo hubiera vista en su vida. Aquello era casi un ballet. Las figuras giraban sobre si mismas, cambiando posiciones, tomando un pezón entre los dientes, una nalga, un muslo, unos huevos o unos labios, y en el centro, como eje de aquel carrusel humano, el hermoso cuerpo de Sergio.

No pasó mucho tiempo para que uno de ellos sujetara al eje y lo doblara sobre la cintura, sosteniéndolo mientras el otro abría sus nalgas y lamía el valle que las separaba, humedeciendo el camino, preparando lo que Memo desde su escondite adivinaba como el pequeño y fruncido ano de Sergio, quien dio muestras de vida al sentir la suave lengua en tan íntima parte de su cuerpo.

Creo que eso si le gustó – se burló el que lo sostenía – porque le estoy acariciando la picha y se le está poniendo dura.

Pues entonces vamos a seguirle mamado el culo – dijo el otro de forma acomedida, y volvió a enterrar el rostro en medio del hermoso par de nalgas.

Sergio gimoteó de nuevo al sentir el ataque de aquella lengua. Su espalda comenzó a arquearse, buscando y rehuyendo la pertinaz insistencia de aquel apéndice, que empapaba su ano y lentamente le iba empujando a subir una pendiente que no se sabía capaz de conseguir.

Déjame probar si ya está listo – dijo el tipo que lo sujetaba.

Su compañero sacó el rostro de las nalgas con cierta renuencia. Los dedos de su amigo tantearon la húmeda y ahora resbaladiza entrada y con poco miramientos enterró uno de sus dedos en la abertura. Sergio relinchó casi como un verdadero caballo.

Puta, peso si está mas que listo – comentó satisfecho – mira nomás como repara de gusto – dijo riendo.

Para comprobarlo, le metió ahora dos dedos, y el relincho se volvió ronroneo, y con el tercero ya no se supo quien hizo mas ruido, si el muchacho o los dos hombres que gozaban con su cuerpo.

Pues si él no está listo, yo sí – dijo el tipo que minutos antes mamaba el culo de Sergio con tanta paciencia, y se puso de pie para demostrarlo. Su gruesa y tiesa verga no necesitaba mayores aclaraciones.

Cógetelo, pues – aceptó el amigo – pero no me lo maltrates mucho porque luego sigo yo.

Sin mayor preparación que la saliva que había dejado en su culo, el hombre penetró a Sergio con dos o tres empujones que hicieron gritar al muchacho en un apagado quejido, que para sorpresa de Memo, no fue precisamente de dolor.

Pero si se le fue hasta el fondo – dijo el hombre que sodomizaba a Sergio maravillado.

Te lo dije, compadre – dijo su compinche – estos muchachitos se ven muy machitos, pero a la hora de la hora les encanta la verga, verdad que sí, preciosura? – preguntó a Sergio acariciando su hermoso rostro.

Sergio no contestó. Tampoco negó nada, según notó Memo.

Anda – continuó el tipo que lo sujetaba – demuéstrale a mi compadre que tengo razón – le pidió.

Entonces soltó a Sergio, que con las manos en las rodillas sostuvo el peso del hombre que se lo estaba cogiendo desde atrás, sin hacer el menor intento por escapar.

Vas a ver cómo tengo razón – dijo poniendo frente al rostro del muchacho su jugosa verga.

Sergio no titubeó. Abrió la boca y se la comió completa. El glande entró seguramente hasta su garganta y buena parte del tronco desapareció dentro de su boca. El hombre comenzó a moverse, bombeando con ganas mientras aferraba a Sergio del cabello dándole verga los dos como posesos.

El tipo que estaba atrás se vino poco después, con estruendosos quejidos de placer que resonaron en el parque vacío con exagerada potencia.

Puta madre, que cogida mas rica – exclamó satisfecho.

Y ahora voy yo – dijo el vigilante mas para sí mismo que para los otros dos.

Tomó a Sergio de la mano y lo trepó al carrusel.

Veniste a divertirte, no? – le dijo al ver la cara de duda en el muchacho – a jugar en el carrusel, pues eso vamos a hacer.

En vez de montarlo en el caballito, lo atravesó sobre él, boca abajo. Por un lado quedó su torso, por el otro, sus piernas y su culo.

Dale al interruptor, compadre – pidió el hombre a su amigo, y éste encendió el aparato.

Las luces de colores y la conocida música de carrusel irrumpieron la noche. Memo se escondió mejor todavía, temeroso de ser descubierto. El carrusel comenzó a girar con su desnuda carga a cuestas.

Vamos a calentar bien este culito para la segunda cogida de la noche – anunció el tipo pomposamente.

Cuando Sergio pasó junto a él, tras la primera vuelta de carrusel, azotó sus nalgas con un fuerte manotazo que logró arrancar un quejido en el muchacho e hizo bailar sus nalgas como gelatina. Vuelta tras vuelta, las nalgadas se sucedieron una tras otra. Con cada pasada, el culo de Sergio pasaba de blanco a rosado, y tras unas diez vueltas el carrusel se detuvo. El tipo subió a comprobar si las cosas estaban como él las quería.

Suave pero caliente como una braza, mas que preparado para recibir mi verga – dictaminó tanteando las nalgas de Sergio, que a pesar de los ojos llorosos parecía estar más excitado todavía.

Bajó a Sergio del caballo y treparon los dos en un elefante azul. El tipo se sentó, con la gruesa verga apuntando hacia las luces multicolores del techo.

Aquí está tu asiento reservado – dijo señalando la gruesa cabeza brillante de su miembro.

Sergio se sentó de cuclillas sobre él. Sus nalgas se abrieron al hacerlo. El ojo de su culo se acercó al bulbo aquel como un barco guiándose por la luz de un faro. Los ojos cerrados en total concentración, mientras la hinchada cabeza sostenía por unos segundos el peso de su cuerpo, entrando en él finalmente cuando su ano se abrió por la presión de su peso. El quejido de ambos fue placenteramente audible. Sin que se lo pidieran, el amigo encendió el carrusel nuevamente, y la extraña pareja del elefante azul comenzó a girar en su ensimismado placer.

Con cada vuelta, Sergio aparecía como una postal humana. Sus nalgas devorando la verga por completo. Ahora se aferraba al cuello del hombre en agonizante placer. A la vuelta siguiente parecía venir llorando mientras la verga abandonaba casi por completo su dilatado ano para volver a enterrarse en su cuerpo nuevamente y volver a la vuelta siguiente con el rostro demudado de placer.

Memo no pudo más. Hacía rato que se había bajado los pantalones y se masturbaba calladamente, igual y como lo hacía a solas en su recámara. El estímulo había sido demasiado y dejó su abundante aportación de semen en las paredes de lona de la tienda que lo ocultaba. Se perdió por unos momentos la fugaz visión de Sergio y su cabalgata sobre la verga, pero pudo escuchar los gemidos de ambos al venirse.

El carrusel se apagó. Los hombres ayudaron a Sergio a vestirse y le acompañaron hasta la salida.

Si una noche de estas te dan ganas de darte una vuelta en el carrusel no dudes en visitarnos – dijo uno de ellos al cerrar la verja del parque.

Sergio asintió y comenzó a caminar como medio perdido. Memo lo alcanzó poco después.

Ven – le dijo abrazándolo por los hombros – te llevo a tu casa.

Viste lo que sucedió? – preguntó Sergio simplemente y con la mirada baja.

Memo sintió un poco de pena por su amigo y por un momento pensó en mentirle, hacerle creer que no había visto nada para no hacer mas pesada la carga que seguramente tenía ya en la conciencia. Pero no pudo.

Me temo que si, lo vi todo – le confesó.

Sergio lo miró y finalmente le pasó un brazo por los hombros.

Entonces mejor vamos a tu casa – concluyó.

Y Memo pensó que aquella era la mejor propuesta de la noche.

Si te gustó, házmelo saber.

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