El carnicero (II)

Aventura con mi amante y un amigo.

EL CARNICERO (II)

Mamen, 29 de diciembre de 2002

Como ya conté en la primera parte de éste relato, para poner en antecedentes a los lectores, mantengo relaciones sexuales extra-conyugales con Oscar, el carnicero del mercado de mi barrio, un chico de veinticinco años de edad, (yo tengo cuarenta y dos); es guapo, con un cuerpo escultural, un "piercing" en la lengua y un miembro superdotado de más de veinte centímetros de longitud.

En una de nuestras últimas citas me confesó que le había contado lo nuestro a su hermano pequeño Carlos, de 18 años de edad, el cual pareció excitarse sobremanera con ello, por lo que le había propuesto organizar un trío si nosotros dos estábamos de acuerdo. Oscar me dijo que por él no había inconveniente y que podría resultar muy divertido, pero que yo tenía la última palabra en éste asunto, ya que por encima de todo me respetaba.

Como también expuse en el relato anterior, a pesar de ser una mujer felizmente casada desde hace trece años, en el ámbito sexual soy bastante puta y viciosa, por lo que no me tomé mucho tiempo en aceptar aquella morbosa e innovadora proposición. Yo nunca había estado con dos hombres a la vez y decidí que ya era hora de hacerlo. Fijamos la cita para el día siguiente, en mi casa, entre las cuatro y las seis de la tarde. Os recuerdo que mi marido trabaja durante todo el día y no regresa a casa hasta las ocho o las nueve de la noche.

Decidí esperarles con ropa provocativa para calentar rápidamente el ambiente; un pantalón muy corto y ajustado, una camiseta rosa ceñida semi-transparente y unas zapatillas blancas de deporte sin calcetín ni medias. Por descontado que tampoco me pondría bragas ni sujetador. Abrí la cama, donde horas más tarde estaría haciendo el amor con mi marido, puse un poco de música de ambiente, y coloqué bombillas rojas en las lámparas de ambas mesillas de noche. Por último, baje la persiana de la ventana hasta el tope, creando un ambiente de auténtico prostíbulo.

Eran poco más de las cuatro menos cuarto cuando llené la cubitera de hielos, prepare unos vasos de tubo y saqué una botella de whisky J&B y varias latas de coca-cola, colocándolo todo sobre la mesa baja del salón. Luego encendí un cigarrillo y me senté a leer una revista. A las cuatro y un minuto sonó el telefonillo del portero automático. Al descolgarlo y contestar, la voz de Oscar me anunció su llegada. Pulsé el botón de apertura y me dirigí hacia la puerta de acceso al domicilio, en donde abrí la tapita de la mirilla panorámica y escudriñé el rellano de los ascensores. A los pocos segundos la puerta del ascensor se abrió, dando paso a los dos muchachos. Nada más ver el rostro de Oscar abrí la puerta de la casa para franquearles la entrada, sin necesidad de que llamaran al timbre y levantaran las típicas miradas curiosas de los vecinos.

Oscar estaba especialmente atractivo y deseable aquella tarde, con su habitual ropa ajustada que enmarcaba su perfecta musculatura y su abultado "paquete". Carlos era un adolescente bastante feo, con el rostro plagado de granos y aspecto de macarra. Los invité a entrar en el salón y servirse una copa. Estuvimos quince o veinte minutos conversando sobre nuestras preferencias sexuales. Oscar le contó a su hermano lo bien que yo la chupaba, con todo lujo de detalles, por lo que el chavalín comenzó a exteriorizar una tremenda excitación, tanto en los gestos de su cara, como en la hinchazón de su bragueta. Además, no me quitaba ojo de las tetas, cuyos pezones se clavaban descaradamente en la frágil tela de mi camiseta.

El tiempo pasaba raudo y veloz, así que apuramos nuestras copas y nos trasladamos al dormitorio. Cuando accioné el interruptor de la luz, los dos chavales se deshicieron en elogios por el ambiente de vicio que había creado en la estancia. Yo les di las gracias y comencé a desnudarme. Oscar hizo lo propio, pero Carlos se quedó un poco cortado. Entonces decidí ayudarle a desnudarse, lo cual pareció calmar su vergüenza inicial. Cuando finalmente le bajé su diminuto slip de color negro, el pene de Carlos ya estaba apuntando al techo. No era ni mucho menos de la envergadura del de Oscar, pero seguía siendo más grande y gordo que el de mi marido. Aquélla primera visión comenzó a humedecer mi coño.

Oscar me cogió por las tetas y empezó a darme lengüetazos en la boca, mientras su hermano miraba atónito el espectáculo. Entonces les cogí la polla a ambos y les fui masturbando lentamente. La saliva de Oscar me chorreaba por la comisura de mis labios, y mis tetas estaban siendo sometidas a un masaje continuo, mientras la polla de Oscar iba creciendo y creciendo en mi mano, ya que la de Carlos ya estaba a tope desde el principio. Cuando Oscar dejó de morrearme para respirar un poco, aproveché para besar en la boca a su hermano. Al notar el contacto de mis labios, el chaval bajó una de sus manos y me acarició el coño con bastante habilidad.

Ahora la escena era digna de una película X: Yo les besaba en la boca, por turnos, mientras les masturbaba las pollas al unísono. Oscar me magreaba las tetas y Carlos me hundía el dedo índice de su mano derecha en mi húmeda y receptiva vagina. A los pocos minutos los tres estábamos como motos, sollozando y vibrando de excitación.

Oscar le dijo a su hermano que se tumbara en la cama, boca arriba. Luego me colocó a horcajadas sobre él. La polla del chavalín estaba tan dura, y mi coño tan mojado, que la penetración fue rápida y profunda. Entonces me recosté sobre Carlos y comencé a besarle en los labios muy suavemente. Oscar se situó en pie por detrás de mí y, tras lubricarse la polla con su propia saliva me la metió en el ano y me agarró por las tetas. Después, ambos comenzaron a mover sus caderas rítmicamente, follándome el coño y el ano al mismo tiempo. En menos de dos minutos alcancé mi primer orgasmo. Los besos de Carlos ahogaban mis gritos de placer, lo que le agradecí mucho, ya que de lo contrario todo el vecindario se hubiera enterado de que me estaba corriendo.

Para poder llevar a cabo aquellas relaciones sexuales extra-matrimoniales, llevaba dos meses tomando la píldora anticonceptiva. Por ello, no hacía falta utilizar condones y podía follar "a pelo" sin peligro ninguno. Además, me da muchísimo placer y morbo, notar el semen caliente de los tíos recorriéndome las entrañas.

La posición en la que me encontraba era perfecta. Oscar, en cada empujón que me daba para taladrarme el ano provocaba que mi cuerpo se hundiera contra el de Carlos, y, debido a la delgadez de éste, mi pelvis se incrustaba en el pubis del chavalín permitiendo que su rabo me entrara hasta hacer tope con los cojones. El bombeo era tan intenso y profundo que mis orgasmos se fueron sucediendo consecutivamente sin apenas pausas intermedias. Era uno de los mejores polvos de mi vida.

Los dos muchachos estaban empapados en sudor, por lo que tuvieron que parar un poco sus arremetidas. Entonces aprovechamos para cambiar de posición. Esta vez me tumbé yo sobre la cama, boca arriba. Oscar se arrodilló entre mis piernas y me penetró el coño con su tremendo calibre. Una vez ensartada coloqué las corvas de mis rodillas sobre sus hombros, rodeándole la espalda con mis pantorrillas. En esa posición empezó a joderme el chocho a buen ritmo. Carlos por su parte se sentó sobre mi estómago y colocó su rabo entre mis tetas. Con ambas manos presioné mis tetas contra su polla y, metiéndome el glande en la boca, comencé a hacerle una cubana al tiempo que le lamía el capullo.

Con mi marido había intentado aquella posición varias veces, pero su miembro no era tan largo como el de Carlos y no se la podía chupar al mismo tiempo. A los pocos minutos, me sobrevino un nuevo orgasmo. En ese mismo momento, la polla de Carlos comenzó a escupir leche en mi boca. El orgasmo era tan intenso y placentero que me tragué todo aquel espeso cuajo sin dudarlo. Cuando Carlos estaba terminando de descargar en mi garganta, la polla de Oscar reventó violentamente dentro de mi empapado y dilatado coño, inundando mis entrañas con su lefa caliente, lo que provocó que me corriera al mismo tiempo que él. Para entonces Carlos me besaba en la boca con pasión y vicio, explorando con su lengua ensalivada todos y cada uno de los rincones de mis encías.

Luego, exhaustos, los tres nos tumbamos en la cama, situándome yo en el centro, y encendimos un único cigarrillo que nos fuimos pasando como si se tratara de un "canuto". El sudor que cubría el cuerpo de Oscar, resaltaba aún mas sus formidables y perfectos músculos. Carlos también estaba todo sudado y algo espeso, a juzgar por el hedor que desprendían sus pies. De pronto, aquel olor a pies me volvió a poner cachonda y, recostándome en la posición opuesta a mis dos amantes, comencé a lamerles las plantas de los pies y a chupar sus dedos uno por uno. Ellos mientras tanto me magreaban el culo y el coño con sus juguetonas manos. Estuve más de cinco minutos lamiéndoles los pies.

Luego me dieron la vuelta y me comieron el coño por turnos. Sus lenguas recorrían mi raja por dentro, deteniéndose de vez en cuando en el clítoris. Las caras de ambos se fueron bañando en mi flujo, que ya estaba "a punto de nieve". Mi cuerpo vibraba de placer con sus lenguas. Cuando me quise dar cuenta, ambos tenían de nuevo sus miembros empalmados. Esta vez fue Carlos quien abrió el turno y comenzó a follarme. Ahora Oscar me chupaba las tetas, imprimiendo suaves mordisquitos en mis pezones, mientras que yo le masturbaba con las manos.

Después de un buen rato Carlos se salió de mi coño, llevó su polla hasta mi boca y comenzó a descargar leche en ella. Oscar, raudo y veloz como la pólvora, aprovechó el hueco libre y me la metió profundamente. Cuando Carlos terminó de correrse en mi boca, se levantó de la cama y salió del dormitorio. Todavía Oscar me estuvo follando un buen rato antes de eyacular nuevamente en mi coño.

Ya eran las seis y media de la tarde, media hora más de lo previsto en un principio. Nos duchamos juntos los tres y luego nos vestimos. Poco antes de las siete Oscar y Carlos se despidieron y abandonaron la casa. Tenía el tiempo justo para ventilar el dormitorio, cambiar las bombillas, recoger y fregar los vasos del salón y vestirme más decentemente para recibir a mi marido.

Menos mal que esa noche vino cansado, porque los dos chicos me habían saciado de sexo y no me encontraba con fuerzas para hacer el amor con mi esposo.

Fin.