El Cardo y la Carlo.
Una broma a un espinoso compañero de trabajo termina en un salón de tatuajes, y la tatuadora resulta conocerle... y no tenerle especial aprecio, así que, ¿por qué no continuar la broma haciéndole creer que ha sucedido "algo más" que un tatuaje?
-Ya lo sé, ya sé que me vais a llamar pesado y padrecito, pero es sólo que quiero que todos disfrutemos de la fiesta sin que nadie se ponga patoso, ni haga nada de lo que se pueda arrepentir. – sonrió con cierta superioridad – Todos sabemos que el año pasado, alguno, bueno… ¡no volvió a casa muy bien! – Cuando dijo aquello, se rio mirando a Benjamín, y el resto de compañeros esbozó apenas una sonrisa por puro compromiso. En la anterior cena de empresa, Benjamín, el niño guapísimo de la oficina, por quien suspiraban todas las chicas, se había pasado bastante con el champán y había terminado besando a Jaime el de contabilidad. No había sido, sin duda, la manera que él planeaba para admitir abiertamente su homosexualidad, y el que Ricardo no dejase de recordárselo y tirarle puntaditas, según él sin mala intención, no hacía que el encargado de planta le cayera precisamente simpático. Pero Benjamín no estaba solo en su antipatía hacia Ricardo.
Vamos a ser justos: a Ricardo no le llamaban El Cardo por nada. Era bueno en su trabajo, pero se tenía un poco subido lo de ser encargado de planta y tener personal a su cargo. Era un fiera llevando datos, precios, horarios, inventario de artículos, reclamaciones… pero en el aspecto personal, no era tan eficiente, era un patoso que no tenía nada de mano izquierda; cuando le dieron el ascenso, Gorka, otro compañero que pujaba al puesto también, se vio desplazado por el trabajo de Ricardo, pero éste le caía tan mal, que no fue capaz de verlo, y Ricardo, sabiendo que le caía como una patada, no fue capaz de ser diplomático, sino que le repasó por las narices el ascenso y la nueva nómina, en plan “Bueno, éste mes, parece que vamos a poder comprarnos algo bonito, y ahorrar bastante… ¡oh, perdón! Voy a poder hacerlo… ¡yo!”. Los viejos compañeros sabían que no era mal tipo, pero los nuevos veían a un bicho raro que parecía intentar usar su cargo para forzar a los demás a brindarle simpatía. Y en cierta manera era así, pero no era completamente así. Si alguien quisiera describirle de una manera simple, te diría que pensaras en un bizcocho de vainilla al que alguien ha añadido demasiado licor. De veras. Ricardo era rubio, y mientras no hablaba ni gesticulaba, podía parecer hasta atractivo (guapo, no. Guapo sólo le llamaría su madre). Pero tenía el pelo pobre, fino y ralo, casi siempre caído sobre los ojos azules que le daban aspecto de pez, y siempre estaba sudado. Cuando quería hacerse el simpático, siempre se pasaba de rosca y no resultaba natural; en definitiva: era algo que podía parecer apetecible hasta que lo probabas, y te dabas cuenta de que alguien lo había dejado demasiado pesado y empalagoso por ponerle demasiado licor. Y eso también fue lo que le pasó aquélla cena de Navidad de la empresa.
Ricardo sabía que no aguantaba mucho el alcohol, y no solía beber mucho, pero Benjamín y Gorka, y otros más, se habían propuesto gastarle una pequeña bromita, de modo que cuando vieron que dejaba el vino aparcado y se pasaba a los refrescos, le dieron una propina al camarero para que “rebajase” las bebidas, de modo que la naranjada tuviera un tono mucho más oscuro. Al primer trago, Ricardo notó que aquello sabía raro para ser sólo naranja, pero el camarero le aseguró que el zumo de naranja a base de concentrado sabía así, y Gorka, que estaba al quite, le pidió probar un poco.
-¿No te sabe raro? – preguntó Ricardo.
-No, es que ahora los zumos, saben todos así. Como los hacen a base de concentrado, todos saben un poco amargos.
-Claro, debe ser eso, los concentrados… ¡oh, mira, ¿qué soy?! – dijo Ricardo, y empezó a mover la mano derecha como si exprimiera, mientras se llevaba la izquierda a la sien y ponía cara de esfuerzo - ¡un zumo concentrado! – Ricardo miró a todas partes, a ver si alguien se reía, y algunos sonrieron por educación. Gorka se rio abiertamente. Porque pensaba en lo que pasaría después.
-Que no, tiosh, en sherio, ¡hic!… un daduaje no, de verash… ji, ji, ji, ji… - Ricardo estaba como una cuba, había cogido tal melocotón, que había terminado subiéndose al escenario a cantar una canción de Juan Pardo. Sus compañeros se habían partido de risa viéndole desafinar como un borrico, cantando “Señor Amor, ¿qué le hice yo, que me maltrataaa…?”, pero a Benjamín se le salió la bebida por la nariz de la risa cuando, al bajar del escenario, Ricardo les confesó que la canción era muy cierta para él: sólo había hecho el amor una vez en su vida, y de eso hacía ya más de diez años. Después de abandonar la sala de fiestas, prometiendo a los compañeros que iban a llevar a Ricardo a su casa, él y Gorka le acercaron a un salón de tatuajes.
-¡Venga, tío! ¡Todo el mundo sabe que la fiesta no ha sido buena de verdad, si no te despiertas con un tatuaje! – dijo Gorka.
-De los temporales, claro. – sonrió Benjamín mientras llamaban al timbre y una mujer desde el interior, les abrió la puerta. – Hola, Lota. Es el tipo del que te hablé.
La mujer sonrió y se acercó. Gorka la estudió. Era morena y de ojos muy verdes, recordaba un poco a una serpiente. Llevaba unos vaqueros de cintura tan baja que quedaba al descubierto la curva de las caderas, en cuya piel podía ver asomarse el dibujo de una rosa roja, pero no parecía que ese fuese el único tatuaje que la adornaba; la camiseta se le deslizaba por un hombro, y en él tenía una cobra con las fauces abiertas, y en el antebrazo izquierdo tenía una partitura que le subía desde la muñeca, muy historiada…
-¿Eh… tú? – Gorka se apresuró a mirar a los ojos a la mujer, creyendo que le había pescado escaneándola, pero la atención de la tatuadora, se centraba en Ricardo. Éste le dedicó una sonrisa estúpida, con la cara roja y llena de sudor. - ¡Tú! ¡El Cardo! – Lota le sonrió y le tomó de la cara, sacudiéndola la cabeza - ¿No me recuerdas? ¡Soy Carlota! ¡El instituto! ¡La Carlo, bobo!
Ricardo pareció hacer un esfuerzo por enfocar la mirada, y dentro de su cerebro, sus neuronas empezaron a registrar los archivos de los años juveniles, hasta dar con el indicado.
-¡La oshtra! – logró balbucir - ¡La Carlo!
-¿Os conocéis? – preguntó Benjamín.
-¡Shí, shí! – asintió Ricardo - ¡Ibash a mi clase, tía, que te llamábomos todos la Carlo porque erash una marimacho, y decíamosh que eras bollo! – se volvió hacia Benjamín – Y una pena que lo fuera, porque tenía unash tetacas…! Bueno… como ahora, porque sigue buenísima… ji, ji, ji… En clase de gimnasia todos queríamosh hacer pareja con ella, porque al hacer los abomina… los adonina… los… bueno, esto que te pones las manos en la cabeza y te levantas del suelo para arriba, al hacerlo, se le movían las tetas… - En la expresión de Carlota había desaparecido cualquier atisbo de sonrisa – Y una vez, un tío se coló en el vestuario de chicas, ¡y le robó el sostén! Y tuvo que ir todo el día con las tetash sueltas, boing, boing… ¡Nadie notó si she puso colorada, porque nadie la miró a la cara! ¿Sabesh qué? Ahora puedo decírtelo… ¡Fui yo! ¡Aún guardo el soshten, y, de vez en cuando…! Y bueno, ¿cómo tú aquí, qué tal todo? ¿A qué te dedicash?
Lota apartó de golpe la cortinilla que separaba la sala de espera del estudio. Ricardo vio el sillón, la camilla, y el instrumental de tatuar y hacer piercings y se le heló la sonrisa, pero cuando Benjamín y Gorka le empujaron hacia el sillón, le pareció que el estómago se le soltaba, e hizo un estéril intento de levantarse, pero Lota le colocó el pie en el pecho y se lo impidió.
-Soy tatuadora. – sonrió – Y cuando me pidieron que le hiciera un recuerdo a un borracho medio memo, pensé que no estaba bien hacérselo… pero sabiendo que se trata de ti, sólo puedo decir: ¡bendito karma!
-¿¡Qué!?
-¡Bajadle los pantalones!
-¡¿QUÉ?!
Ricardo recordó un sonido parecido al del torno de un dentista, pinchazos, y carcajadas, pero todo mezclado. Luego, sólo calidez. Una calidez tibia y acogedora en la que se hundió dulcemente…
…Hasta que notó la luz bajo sus párpados y abrió perezosamente los ojos. Estaba acostado en una cama muy cómoda, y tapado hasta la nariz con una sábana color rosa y mantas azules. Sonrió y suspiró, y sus ojos se cerraron de nuevo. Al segundo, y la realidad le golpeó como un mazo, cosa que también hizo la resaca. Pegó un respingo en la cama y se dio cuenta de lo que pasaba, ¡aquélla no era su habitación!
-Buenos días, dormilón.
-¡Ah! – Ricardo lamentó haber gritado casi en el mismo momento que abría la boca; se agarró la cabeza, que le latía ferozmente, e intentó ordenar lo que ocurría.
-Tómate esto, te sentirás mejor. – Lota le alargó un vaso que burbujeaba y, al extender el brazo para cogerlo, Ricardo vio que no llevaba camisa. Ni la camiseta interior. De hecho, su camisa era Lota quien la llevaba, arrodillada en la cama cerca de él. Bebió ansiosamente, su garganta estaba seca y pastosa como si hubiera querido tragar estopa.
-¿Qué… qué hago aquí? – preguntó. Y si una mirada pudiera ser clasificada X, la que Lota le lanzó, se hubiera ganado por lo menos, dos rombos.
-Anoche, parecías saber muy bien lo que hacías, encanto. – dijo con voz sensual. Ricardo se dio cuenta de que se le abría la boca de sorpresa. “¿Hemos… Lo hemos….? No… no puede ser, me está tomando el pelo”, pensó. Sin dejar de mirarla, levantó ligeramente las mantas por su lado. Miró, y volvió a bajarlas de inmediato. Sí, estaba desnudo. De inmediato empezó a sonreír sin poder contenerse. Sólo había una pega: no recordaba absolutamente nada. – Si quieres saberlo, estuviste muuuuuuuy bien.
Ricardo hizo un gesto de indiferencia con la mano, vamos, claro que había estado muy bien, él era un hombre con una dilatadísima experiencia sexual… Mierda, ¿qué habría hecho exactamente? ¿Si no se acordaba, cómo lo iba a repetir? Tendría que sonsacarla.
-Ah, gracias, pero… no tiene importancia. – sonrió. – Cuando tienes tantas tablas como yo en las lides amorosas, satisfacer a una mujer, es algo muy simple… ¡no quiero decir que no tenga mérito, claro está! ¡No cualquiera es capaz de dominar este arte! Por curiosidad, ¿qué fue lo que más te gustó?
-Mmmh… me encantó que me pellizcaras con fuerza los pezones, y que los mordieras. Pero me gustó más aún tu manera de mover las caderas, ¡un verdadero pistón! Y cuando te quedaste dormidito en mi pecho, estabas tan rico… - Ricardo sonrió y soltó una risita algo aguda, ¡sabía que era fenómeno en la cama! ¡Y eso que sólo lo había hecho una vez! Bueno, ahora dos. Y quién sabe, quizá Lota quisiera… hizo ademán de acercarse a ella, pero la mujer saltó de la cama - ¡Oh, qué tardísimo es! Eres un travieso, me has entretenido muchísimo, y yo tengo que abrir la tienda. Anda, vístete, y te pido un taxi.
-¿No te apetece que… así, uno rápido…? – intentó Ricardo, pero Lota se metió tras un biombo y le lanzó su camisa mientras le hablaba.
-Ten cuidado con el apósito del culo, procura no quitártelo hasta esta noche, y cuando te duches, usa jabón neutro y crema hidratante; así no te escocerá.
Ricardo salió de la cama, y al hacerlo, un pinchazo de dolor le recorrió el lado izquierdo del cuerpo, de la nalga hasta el cuello, y entonces se acordó de la idea del tatuaje, ¿qué le habrían hecho? Lo llevaba cubierto por una gasa muy bien pegada, de modo que pensó que ya lo vería esa noche, y empezó a vestirse. Lota salió de detrás del biombo vestida con el vaquero, un jersey blanco y una camiseta negra sobre él, con el dibujo de un esqueleto tocando la guitarra. La joven cogió su móvil y llamó al tele-taxi.
-En diez minutos estará aquí, no pierdas tiempo, ¡hasta luego!
A Ricardo le daba la impresión de que todo iba muy rápido, pero llegó a la conclusión de que Carlota no quería que la tomase por una de esas psicópatas que enseguida empiezan a encariñarse y hablar de matrimonio. Y no es que Ricardo tuviese la menor gana de esclavizarse, pero… en fin, repetir sí que no le molestaría, aunque sólo fuese para poder acordarse luego de cómo había ido la cosa.
En pocos minutos, Cardo se encontró en la calle y dentro del taxi, pero tomó la precaución de coger una de las tarjetas de visita que Lota tenía en la tienda; así tendría el teléfono para llamarla. Lota miraba por la ventana y cuando le vio desaparecer por la curva, respiró. De inmediato sacó el móvil y marcó el número de Gorka.
-¿Cómo ha ido la cosa? – preguntó éste enseguida.
-Se lo ha tragado del todo. – confirmó. – No recuerda nada, está convencido de que lo hizo conmigo. – Gorka estalló en tales carcajadas que a duras penas logró entender ella lo mucho que se iban a divertir en la oficina haciéndole presumir de algo que en realidad, no había sucedido. – Oye, no es que me importe un comino, pero… ¿no te parece pasarse de cruel?
-¿Estamos hablando de ese tío penas que todavía conserva el sujetador que te birló para darse homenajes? Por favor, Lota, NADA de lo que le hagamos podrá humillarle más de lo que él mismo lo hace.
La joven sonrió. Gorka tenía razón, y era muy propio de un imbécil como el Cardo hacer algo como aquello. Lota le recordaba del instituto, flacucho, el pelo rubio siempre grasiento, una cara paliducha en la que siempre destacaba algún grano rojizo y dando la brasa a todo el mundo con el pacifismo y el anarquismo… Aunque ya no tenía granos y estaba más metido en carnes, en el fondo ella aún podía ver a aquél crío que se apuntó al carro de los ideales sólo por intentar encajar en alguna parte, por conseguir amigos. Aquél chico que, cada vez que veía pasar una chica, perdía el habla y se la quedaba mirando como si hubiera visto un elefante rosa o cosa así. Aquél chico que en una ocasión llegó a preguntarle directamente si era lesbiana para saber si había besado a alguna chica y podía contarle qué se sentía al hacerlo, porque le daba pánico preguntárselo a los chicos y que ellos se rieran de él por no haber besado jamás a ninguna… Y ella le agarró de la nuca, le besó y le metió la lengua hasta la garganta. “ESTO es lo que se siente al besar a una chica.”, le dijo. Cardo se puso como un fresón y al tercer intento logró decir “Tengo que ir al baño”, y desapareció, corriendo medio agachado. Lota no se sentía orgullosa al recordar aquél episodio, pero no podía evitar reírse. “Qué estupideces se hacen con dieciocho años”, pensó.
-Oh, bueno, hicimos de todo. No está bien que un caballero hable de estas cosas, pero ella misma me dijo que un amante como yo, tiene que contar lo que hace, para que el resto de hombres tomen nota y aprendan. – A Gorka y a los demás les estaba costando Dios y ayuda contener la carcajada. El lunes, apenas el Cardo llegó a la oficina, sacó dos tabletas de chocolate y dijo en voz alta que “tenía que recuperar azúcares, porque había perdido muchas energías”. Benjamín estuvo a punto de picar y preguntar por qué, pero Gorka le frenó con un gesto. Ricardo tuvo que repetir su afirmación, y finalmente se dirigió a Gorka:
-¿No quieres saber por qué tengo que recuperar energías? – preguntó con una enorme sonrisa.
-Eeeh… ¿Te has apuntado a un gimnasio? – se hizo el inocente Gorka.
-¡No! – Ricardo canturreó la negativa, todo sonrisas – Resulta que el viernes por la noche, después del tatuaje… pasó “algo”. Digamos que – hizo una pausa para hacerse el interesante – me desperté en la cama de Lota, desnudo.
Gorka y Benjamín fingieron sorprenderse y enseguida lo hicieron saber. Con eso, no había contado Cardo, pero no le molestó darse pote delante de todos, y empezó a presumir acerca de su pretendida “noche de pasión”, sin saber que todos sus compañeros estaban en la broma y sabían que simplemente se había quedado frito. Durante casi media hora estuvieron dándole alas y aprovechando para reírse de él todo lo que querían, hasta que Gorka preguntó:
-Bueno, ¿y cuando la pides formalmente? – Ricardo vaciló. Y le miró con una cara de desconcierto tan cómica, que Gorka se mordió el labio casi hasta hacerse sangrar, para no reírse. – Vamos, por lo que cuentas, esa chica está loca por ti.
-¡Sí, es cierto! – apoyó Benjamín – El detalle de que te pida un taxi… eso se nota que es amor de verdad. Si le dieras igual, te habría dejado irte como pudieras, pero quiso asegurarse de que ibas cómodo y llegabas bien a casa. Te adora, está bien claro.
El estupor del Cardo apenas duró segundos, enseguida empezó a empavarse.
-Es verdad. Es posible que para Ricardo “máquinasexual” sólo haya sido una aventura más… - suspiró - pero ella se ha encariñado. Y tal vez vaya siendo hora de sentar la cabeza. Sí, esta tarde iré a verla y le preguntaré si…
-¡No, no, nada de preguntarle! – dijo Gorka, y pasándole el brazo por los hombros continuó, confidencial – Ricardo, tú sabes muchísimo de sexo, sí… pero de relaciones, confía en mí. A las mujeres, no hay que preguntarles nada, porque entonces se piensan que lo tienen a uno en la palma de la mano, y no. El hombre es el que manda. – Ricardo asintió – Si le preguntas, la has cagado. Tú asumes que ella es tu novia y punto. Tú mandas y dominas.
-Mando y domino – repitió con decisión.
-Esta tarde, te presentas en su casa, como si fuera la tuya. Y si te dice algo, la ignoras. A las chicas hay que ignorarlas, que no se crean que te importan. Si se pone pesada, la mandas callar, ¡que vea quien manda! Eso les encanta.
Ricardo asintió. La decisión estaba tomada. Benjamín miró a Gorka con expresión de reconvención y disgusto, pero éste hizo un gesto vago con la mano.
-¡No limpies! ¡No limpies, por favor, que escuece un huevo! – dijo Alvarito, y Lota se rio.
-Tengo que limpiar a la fuerza, si no, no veo. Anda, sopla fuerte, que ya queda poco. – La mujer siguió sombreando la cruz celta rodeada por un dragón que estaba tatuando en la espalda de su amigo, cuando unas voces procedentes de la sala de espera, la alertaron.
-¿Pero se puede saber qué hace? – decía uno. - ¿Dónde va?
-¡Bájese de la silla! – decía otro. El alboroto empezó a aumentar, y la mujer se disculpó y salió a ver qué pasaba. Y se le cayó la mandíbula a los pies cuando vio a Ricardo subido a una silla y quitando los posters que ella tenía en la sala de espera.
-¿Cardo? ¿Qué puñetas haces? – Ricardo se limitó a sonreír y siguió enrollando el poster que acababa de quitar. Lota se subió la silla vecina y se lo arrebató de las manos - ¿¡Te has atrevido a descolgar a Hulk Hogan?!
Ricardo quería ignorarla o mandarla callar como le había aconsejado Gorka, pero éste no le había advertido que las mujeres podían tomar tanto parecido con un jaguar rabioso.
-Cielito… ¡esto, tiene que desaparecer! – dijo, señalando las fotos de las paredes – Mira, aquí, Hulk Hogan, allí Rambo, Iván Drago, y aquí este otro tío bigotudo que no sé ni quién es. – Alargó la mano hacia un póster que mostraba a un hombre de largo cabello negro, botines blancos y brazos tatuados, pero Lota le agarró la muñeca con la rapidez de un cepo.
-NO-TOQUES-A-LEMMY. – Ricardo nunca hubiera podido creer que una sonrisa diese tanto miedo, pero aún intentó explicarse.
-Cariño, compréndelo, es de mal gusto. ¡Es como si yo tuviera la oficina llena de posters de tías en top-less, ¿cómo te sentirías tú?!
-¿De qué cuernos estás hablando, y cómo te permites llamarme “cariño”?
-Pues… ¡de lo nuestro! Bueno, no me hace gracia que fantasees con esos tíos musculosos y tatuados siendo mi novia.
-¿Novia?
-Claro. ¡Tenemos una relación!
-¿¡Relación?!
-¡Naturalmente! ¡Nos acostamos, hicimos el amor!
-¿¡EL AMOR?!
-Lota, ¿no te cansas de repetir palabras? – la joven estuvo en un tris de gritar “¡¿PALABRAS?!”, pero se contuvo. Más que nada, al darse cuenta que todo el mundo en la sala de espera los miraba sin parpadear ni nada. Cogió a Ricardo del brazo y le hizo bajar de la silla, le metió en la sala de tatuajes y cerró la cortina. Alvarito, con su cabeza afeitada, su espalda desnuda y sus casi dos metros de estatura, se quedó calladito, a ver si así no le notaban y se enteraba de la novela. – Lota, no tienes que tener vergüenza, cariñito.
-¡Dejayadellamarmecariñito! Escucha… siento mucho si te has ilusionado, ¡pero yo no quiero una relación!
-¡Oh, calla, tonta! – sonrió él - ¡Si estás loca por mí, y tú lo sabes!
-¿De dónde te sacas esa cretinez?
-Pues de que hicimos el amor, y luego me pediste un taxi, y Gorka dice…
-¡Gorka!
-Sí, eeh…
-Ha sido él el que te ha dicho que yo estaba enamorada de ti… ¿¡Ha sido él?! – Ricardo asintió, cada vez con más cara de desamparo. Lota resopló – No quería contarte esto, pero Gorka se ha pasado con la broma. Mira… no nos acostamos.
Cardo puso tal cara de dolor desconsolado, que Alvarito miró hacia el frente a un imaginario público y susurró “oooooooooooooooooh….”. Lota casi sintió pena, pero continuó.
-Fue todo idea de Gorka. Según parece, se te escapó que sólo habías hecho el amor una vez en tu vida, y quiso hacerte creer que lo habías hecho conmigo para reírse de ti. Lo siento. Pero esto es demasiado. – Ricardo asintió.
-Vale. Supongo que he hecho el idiota. Más que de costumbre. – negó con la cabeza – Yo… siento haberte molestado, siento…
-No. Tú no tienes que sentirlo, ha sido… ¡espera un momento!
Lota supo que se arrepentiría de aquello. Pero, oh, Dios, era demasiado bueno para no aprovecharlo. Y nunca lo admitiría, pero en parte se sentía responsable.
-¡Hola, Gorka, qué bien que hayas venido! Te presento a Mona y Sara. – Cuando Cardo le llamó proponiéndole quedar esa tarde “con Lota y otros amigos”, Gorka no se imaginó algo así. Para empezar, él había querido que viniera también Benjamín, pero éste se había rajado; había dicho que se estaban pasando al meter a Lota en aquél berenjenal, pero Gorka sí había querido ir, pero cuando vio a Mona y Sara, se quedó sin habla. Lota era guapa y tenía buen tipo, sí… pero al lado de esas dos, parecía un callo malayo. Sara era pelirroja e iba vestida como Jessica Rabbit. Y sí, llenaba el escote. Mona era rubia e iba vestida de colegialita, y ambas lucían algún tatuaje. Y cada una estaba colgada de un brazo del Cardo y parecían muy cariñosas con él. – Tenías razón: asumí que Lota y yo éramos pareja, y ella se mostró de acuerdo, pero dice que quiere una relación abierta, así que… me ha presentado a algunas amigas.
A Ricardo no le cabía la sonrisa en la cara, caminando junto a las dos despampanantes chicas mientras Lota, agarrada a su vez de la mano de Alvarito, le miraba con arrobo. Cuando llegaron al pub, Gorka logró hablar con Lota.
-¿De qué va esto?
-He seguido la broma. – sonrió ella, y a Gorka se le iluminó la cara.
-Ah… ya entiendo. Vas a hacerle creer que esas dos están locas por él, y luego van a dejarle con un palmo de narices, ¿no? ¿O quizá le van a atar a la cama y le harán fotos en pelotas? ¡Quiero copias, las repartiré por toda la oficina!
-Bueno… no, más bien no. – ante la muda pregunta de Gorka, Lota se explicó – Le he dicho que quería una relación abierta para que no me toque, y para distraerle, le he presentado a Mona y Sara y… a ellas les gusta.
-¿Que les gusta? ¿Me estás diciendo que ese panoli gusta a dos pedazos de hembras como esas?
-Eso es machista, y encima descortés. Pero sí, les gusta mucho. ¡El chico sólo lo ha hecho una vez, ¿tienes idea del morbazo que da eso?! ¡Se lo han comido vivo!
-¿Qué? ¿Que lo han…?
-¿Por qué si no crees que te ha invitado? ¿Para dejarte una para ti….? – sonrió, maliciosa – Lo que quiere, es que tú lo veas y rabies, y sobre todo, que lo pregones.
-¿Que yo…? – Gorka miró hacia Cardo y le vio sentado entre los dos bellezones que no dejaban de darle besos y acercarle el vaso, para que él no tuviera que apartar los brazos de los hombros de ninguna de las dos. Por un momento se le ocurrió que quizá el Cardo no era tan tonto después de todo. “Cuando ese lo cuente en la oficina, que lo contará, será un héroe y yo un imbécil. Y no podré decir que es mentira, porque lo he visto.” Mona le tomaba de la cara y le daba un beso largo, larguísimo, mientras le acariciaba el cuello. Tan pronto le soltaba, Sara le hacía volver la cara hacia su lado y era ella quien le besaba. Entre la bebida y el besuqueo sin fin, Ricardo estaba coloradísimo y no paraba de sudar y temblar.
-Tu amigo se lo está pasando de muerte – Alvarito se acodó en la barra al otro lado de Lota y habló en susurros. No muy necesarios, porque Gorka estaba tan horrorizado y sumido en sus pensamientos, que era imposible que oyese nada.
-No creo que en toda su vida junta le hayan dado tanta lengua como hoy. – convino ella, mirándole mientras bebía su whisky.
-¿De veras? ¿Y por qué me parece que eso te molesta?
-¿Qué dices, Alvarito?
-Bueno, no sé… me parece que te ha molestado un poquitín eso de que se te declarase esta tarde, pero ahora esté tan a gusto morreándose con Mona y Sara. – Alvarito la miraba elevando las cejas, con una sonrisa maliciosa. Él y Lota habían estado liados hacía tiempo, eran buenos amigos y la conocía muy bien. Puede que demasiado bien.
-No digas bobadas, por favor. – sonrió Lota.
-Vale, vale, lo que tú digas… Sólo te recuerdo que ya te cargaste una vez un vaso a base de apretarlo, y ahora mismo ya tienes los nudillos pálidos.
“Mierda” pensó la joven, y aflojó la presión. Alvarito no tenía razón, no le molestaba en absoluto el hecho de que el Cardo se anduviese morreando con aquéllas clientas de su tienda que ejercían como actrices porno. Le daba igual el beso en sí. Lo que le escocía, muy-muy poquito, pero le escocía, era que él hubiese accedido con tanto agrado a la idea. “Mírale, ahí tan feliz, dejándose chupetear. Desde que hemos salido, no ha tenido ni el buen gusto de mirarme. Ni una vez siquiera. Nada, él vive feliz sabiendo que va a ser el pichabrava de su oficina.” Lota se empujó el resto del whisky de un solo trago “Pues vamos a recordarle gracias a quién lo es, y quién le enseñó a dar un beso medio decente”. Se dirigió a Gorka, que no quería ni mirar hacia Ricardo.
-A decir verdad, yo también estoy sintiendo curiosidad. – susurró Lota. Y ante el horror de Gorka, la joven se acercó al feliz grupo, Mona le cedió sitio con gesto de fastidio infantil, y Lota se sentó junto al Cardo y le besó largamente. Como hiciera en su adolescencia, le metió la lengua hasta la garganta, y Ricardo sintió que su pierna izquierda empezaba a temblar sola, y le pareció que su cerebro se volvía mantequilla cuando ella susurró en su oído – No pongas tanta cara de sorpresa, que se va a coscar…
Apenas media hora más tarde, Cardo despedía a un aún anonadado Benjamín, y cuando se alejó, él y Lota dieron las gracias a Mona y Sara, que se marcharon cogidas del brazo. Alvarito besó a Lota y también él se marchó, y Lota y Cardo se quedaron frente al salón de tatuajes de ella.
-Bueno. Ha resultado – sonrió ella.
-Aún no me creo que se lo haya tragado.
-Si quieres mi consejo, procura no darte pisto. Conociéndote, sé que te va a ser casi imposible, pero inténtalo. – Cardo sonrió y permaneció callado mirándola. Lota había bebido un poco y tenía las mejillas coloradas, los ojos brillantes, y la sonrisa muy abierta. Estaba muy guapa. - ¿Qué? – preguntó ella por fin, viendo que no dejaba de mirarla.
-¿Si te digo una cosa, me prometes que lo tomarás como cumplido y no como grosería?
-Huy, huy… a ver qué es esa cosa.
-El morreo de Mona y Sara me ha encantado, pero desde que me besaste tú, estoy tan empalmado que llevo con dolores desde entonces. Si me toca una pluma, lo suelto todo. – Y eso fue exactamente lo que NO debió haber dicho, porque Lota no lo tomó como grosería, pero tampoco como un cumplido. Se lo tomó como un reto. Cardo vio en los ojos de la joven el pensamiento de ella, puso cara de horror y empezó a negar con la cabeza, pero Lota sonrió con maldad, se abrazó a él, metió el muslo entre sus piernas y una certera caricia restregó su miembro erecto con la fuerza exacta. Ricardo sintió el calor y el decidido roce de la pierna de Lota, desde el muslo a la rodilla, pasearse por su polla, y el recorrido del placer fue exactamente el mismo. Como un picor cosquilleante, sintió que le rascaban toda la extensión de su hombría, y ésta, de poca experiencia y cogida a traición, se declaró vencida en medio de una deliciosa sensación de gusto que la recorría por entero, se comunicaba a todo su bajo vientre y estallaba en su glande dulcemente… Tuvo que agarrarse a Lota, convencido de que las rodillas no le sostendrían, y ella le abrazó mientras él jadeaba, recuperando el aliento. Había sido sólo un segundo, ¡pero qué segundo!
-¡No exagerabas! – se rió ella. Cardo intentó sonreír, pero le daba demasiada vergüenza y sólo consiguió hacer una mueca, ¿qué cara podía uno poner en una situación así? – Anda, sube a mi casa, Johnny El Rápido. Pondremos una lavadora esta noche, y podrás llevarte esos pantalones limpios mañana. – Lota le dejó el baño para desnudarse y asearse, y le prestó unos calzoncillos y un par de bermudas. Mientras, en el baño, Cardo no podía dejar de preguntarse si aquello podía contarlo como “una segunda vez”. Para cuando salió del lavabo, Lota estaba ya cambiada; vestía una camiseta negra de Los Ramones, tan grande que se le deslizaba por el hombro, y un pantalón corto y holgado. Estaba medio tumbada, medio sentada en la cama, bebía de un largo vaso de tubo y miraba un combate de boxeo en la televisión que tenía frente a la cama.
-¿Dónde duermo yo? – preguntó Cardo, y Lota palmeó el sitio libre que había en la cama, sin mirarle. Él palideció. Pero enseguida pensó que las perspectivas eran perfectamente lógicas… y apetecibles, ¿por qué no iba a querer ella acostarse con él? Al fin y al cabo, si lo del muslo no era insinuarse, entonces él no sabía qué significaba la palabra “insinuación”, de modo que se acomodó junto a ella todo sonrisas y la besó la sien. Lota apartó la vista de la tele.
-¿Qué ha sido eso? – preguntó. Sólo por el tono, Cardo ya suponía que se había equivocado tan radicalmente como si hubiera confundido una jirafa con un caracol, y quizá fue su desilusión la que contestó:
-Bueno… un besito de buenas noches… - sonrió y movió las cejas de forma muy expresiva - ¿no?
-Cardo, déjate de soplapolleces o te facturo al sofá. El de la sala de espera.
Si de algo tenía costumbre Ricardo, era de que le dijesen que no. Por lo que podía recordar, era la palabra que más había oído toda su vida de boca de las mujeres, daba exactamente igual en qué plan fuera con ellas; tanto si pretendía ir de duro como de bueno, de embustero o de sincero, de canalla o bonachón, siempre se equivocaba, jamás había acertado… eran demasiados años de frustración, y la bromita de Gorka, que había estado a punto de sumergirle en el más espantoso de los ridículos, había sido la puntilla. Abrazó el cojín y notó que el cabreo le subía por momentos, y estalló.
-¡Es el cuento de siempre! – se quejó. No a Lota, se quejó en general, era sólo que ella era la única que estaba ahí en aquél momento para oírle - ¡¿Qué tiene que hacer un hombre para conseguir un polvo?! ¡¿Es tantísimo pedir?! ¡He pedido, suplicado, rogado, implorado! ¡Pero nada! ¡No digo yo que todos los seres humanos tengamos que reproducirnos, pero, ¿es que no se puede conseguir follar un poquito?! ¡¿Más de una sola vez en la vida, es demasiado pedir?! ¡Todo el mundo lo hace, todos los hombres y mujeres del mundo hacen el amor regularmente, lo ves en la televisión, en el cine, en las novelas, y hasta en las películas de dibujos te lo dejan entender, ¿tenía que tocarme a mí ser la excepción?! ¡Todo el mundo por ahí, follando, follando, FOLLANDO, menos yo! ¡¿Soy tan horrible?! ¡¿Soy tan feo?! ¡NO! ¡Porque luego ves por ahí a tíos mucho más feos que yo, que sí lo hacen! ¿¡Qué tengo de malo?! ¡¿No existe en el mundo un alma caritativa que…?! – Lota le había callado tapándole la boca y la nariz con la mano. Tenía la cara a menos de un centímetro de la suya, y era una cara de mejillas muy rojas y gesto fastidiado.
-Si te lo hago, ¿te callarás? – Cardo supo que tenía que negarse. Estaba bien claro que Lota había bebido mucho y que no lo estaba diciendo por simpatía, sino por desgana. Un hombre con orgullo, se tenía que negar.
-….¡Sí! – Sonrió, a punto de batir palmas. Y es que Cardo, no era un hombre con orgullo. Lota se arrodillo en la cama y se sacó la camiseta, y a Ricardo le dio un tic en el ojo, ¡eran preciosas! Redondas, grandes, bamboleantes, con pezones de color marrón pálido, y lo mejor de todo: a su alcance. Lota se rio al ver cómo las miraba y lo rojo que se había puesto. Fue a echarle mano a los bermudas, pero él reaccionó y se los quitó por sí mismo; le daba vergüenza enseñar su cuerpo, pero le daba más vergüenza aún que ella le desnudase, de modo que se quitó apresuradamente la camiseta y el pantalón corto. Tenía el miembro completamente pegado a la tripa, y miró a Lota para ver qué le parecía, pero ella estaba quitándose las bragas y no le prestó atención. Cuando Cardo vio el pubis de la mujer, afeitado para formar el dibujo de un gato recortado contra la luna llena y teñido de blanco plateado, tuvo que agarrarse con fuerza a las sábanas, porque las manos se le iban solas a masturbarse como un loco.
-¿Te gusta cómo lo llevo? – sonrió y se arrodilló frente a él, dejándole el pubis cerca de la cara, para que lo mirara. – Yo misma hice la muestra y me la puse, ¿a que queda bonito? – Cardo intentó contestar, pero la voz no le salía. Lota se inclinó hacia atrás, apoyándose en las manos, para que él viera su rajita depilada. Ricardo se mordió el labio inferior. Lota acercó la mano a su pubis y se abrió los labios. Y la mandíbula de su compañero se desencajó. – Mírame… ¿Alguna vez habías visto un coño tan de cerca?
Ricardo negó con la cabeza, con la mirada fija en aquélla intimidad rosada que se abría para él. Estaba harto de verlos por internet, y sabía con precisión ginecológica dónde quedaba cada cosa… Labios mayores, menores… el periné, la vagina, el meato urinario y… ahí, arribita del todo, el clítoris, tan pequeñito y tan rosa, asomando bajo su capucha, ¡qué cosa tan porno! Lota se soltó los labios y llevó su mano a la boca de Cardo. “Chupa”, pidió, y él lamió torpemente. La joven se rio y le metió los dedos en la boca, y Ricardo creyó entender qué iba a hacer. No se equivocaba; Lota llevó de nuevo la mano a su pubis, metió el dedo corazón, húmedo de saliva, entre ellos, y empezó a acariciarse el clítoris. Ricardo gimió. Ni siquiera se había tocado, pero estaba a punto de acabarse encima.
-¿A que te gusta mi coño, eh? – jadeó ella - ¿Qué te gustaría hacerle? ¿Querrías meterte en…?
-¡SÍ! – logró decir Cardo - ¡Por favor, lo quiero! Rápido, rápido…
Lota se enderezó y retrocedió hasta estar a la altura de su pene; lo orientó y se sentó sobre él de golpe. Ricardo pegó tal estremecimiento, que movió toda la cama, sus manos crispadas se abrieron y cerraron, reptando por la cama, mientras no dejaba de gemir y reír. Carlota también se reía mirándole, y empezó a cabalgarle. El inmenso placer que se había cebado en el bajo vientre de Cardo pareció liberarse y empezar a correr por todo su cuerpo, colmándole de gozo y de calor acariciador. Se dejó ir. Apenas tuvo tiempo para analizar, para saborear lo que sentía, era demasiado intenso para eso, sólo pudo dejarse llevar por el inmenso placer y la sensación de victoria de estar de nuevo haciéndolo por fin, y apenas a la tercera bajada de Lota sobre su erección, supo que se corría y no hizo nada para dominarse.
Gimió. Notó que su ano se cerraba en convulsiones y que su pene parecía estallar, soltando la descarga de gozo, ¡qué placer! Un dulce, dulcísimo cosquilleo recorrió todo su cuerpo y notó que su frenillo se estremecía de gustito, que un sinfín de sensaciones agradables le dejaban a gusto, gozando del abrazo cálido del coño de Lota, y arrastrándole al sueño en un segundo… ¡PLOF! Un almohadonazo le sacudió la cara haciéndole escupir y sacándole de la modorra con la misma velocidad que había entrado en ella.
-¡Eh, lombriz! – voceó Lota - ¡No se te ocurrirá dormirte ahora, ¿verdad?!
-Ah… eeeh.. – La joven leyó el desconcierto en la cara de su compañero.
-Riquín, que tú hayas terminado, no significa que YO lo haya hecho. – Carlota le descabalgó, se tumbó junto a él, y le tomó de la nuca. - ¡Mete aquí la cara y ponte a trabajar!
Cardo se apresuró a acomodarse entre las piernas de Lota, pero cuando miró de nuevo su sexo, se dio cuenta de una dolorosa realidad: por más que supiese dónde estaba cada cosa, no tenía la misma sabiduría para… estimularlas.
-Lota, yo… ¿Qué tal si me dices cómo…?
Carlota sonrió. El Cardo tenía razón en parte, y le guio.
-Vas a ver qué fácil es darle gustito a una tía. No te creas toda esa basura de las revistas: a las chicas nos cogen el punto, y quizá tardemos un poquitín más, o necesitemos más efectos espciales, pero somos tan básicas como los tíos. Mira, los brazos aquí… así. – hizo que Cardo pasase los brazos bajo sus piernas y se abrió el coño con las manos de él. – Así, ¿ves? Así puedes separarme los labios con las manos, y tienes vía libre hacia mi clítoris, ¿ves el clítoris? – Ricardo asintió, muy sonriente. Parecía un crío al que le estuvieran enseñando un videojuego el día de Reyes – Muy bien, pues ahora sólo tienes que darle un morreo.
Cardo no se lo hizo repetir; pegó su boca al sexo de la joven y empezó a besarlo con pasión, lamiendo la rosada perla y frotando su cara contra él. Estaba húmedo y caliente, sabía salado y amargo, y pronto empezó a destilar nueva humedad para él. Lota cerró los ojos y poco después empezó a soltar algún “mmmmmh…”. Ricardo se sintió importante pensando que lo estaba haciendo bien, pero no le gustó que ella cerrase los ojos, “seguro que está pensando en alguno de esos musculocas de los posters de abajo… como grite el nombre de Rambo, me paro”. Pero Lota no hizo tal cosa.
-Sigue… hmmmmmmmmmmmh…. Buen alumno, aprendes depri-haah… saaaaah… aprendes deprisaaa… mmmh… no chupes sólo ahí… mueve más la lengua, sí… la lengüita… ¡Pásala por todo mi coño! – pidió, y su compañero obedeció. Pegó un lametón infinito por toda la vulva, lamió los labios y empezó a dibujar lazos con la lengua, y a acariciar la entrada con ella - ¡Oh, sí! Mmmmh… sí, sigue ahí, en la entrada… me das mucho gusto cuando tocas la entradaaaa…
-Lota... ¿puedo meterte los dedos? – pidió Ricardo con un hilito de voz. Lota estaba ruborizada de placer, y asintió. Su amante se las apañó para mantenerle los labios separados con una sola mano, y con la otra, empezó a acariciarle suavemente el agujerito, sin meterse en él, sólo acariciando.
Carlota puso los ojos en blanco y se agarró a la almohada con una mano, mientras con la otra empezó a acariciar el cabello rubio de su felador. Ricardo la miró y le tomó la mano, invitándole a que le agarrara con fuerza del pelo. Lota sonrió un gemido y lo hizo, y le apretó contra su sexo. Durante unos segundos, Cardo no pudo respirar, y sólo olor a hembra le inundó la nariz, pero se sintió inmensamente feliz; nunca quedarse sin respirar había sido tan agradable y nunca había olido ningún perfume que igualase esa rara fragancia. Sus dedos coqueteaban con la entrada metiéndose muy ligeramente, y empezaron a hundirse con lentitud.
-Cardo… Cardito, qué bien me lo estás haciendo… sigue. Sigue, porfa, sigue… - “Se lo estoy haciendo bien” pensó Ricardo “Qué pasote, le doy placer a Carlo la bollycao, la tía con la que todos queríamos rollo por sus tetacas y porque nos daba morbo pensar que fuera lesbiana, ¡y estoy volviéndola loca de gusto, estoy haciendo que goce como una perra en celo, se va a correr como nunca en su vida, gracias a mí! Haaaaaaaah… me parece estar soñandooo…”
Lota se agarraba los pechos y se pellizcaba los pezones. Estaba lo suficientemente bebida como para dejar que su lujuria pensase por ella; le daba exactamente igual que fuese Ricardo el Cardo quien le estaba comiendo el coño mientras lo siguiese haciendo así de bien. El dulce cosquilleo placentero se paseaba por su rajita, le daba escalofríos en el clítoris y se expandía a oleadas por su cuerpo, ¡qué rico! ¡Era tan delicioso! Cardo la estaba haciendo gozar de una manera maravillosa paseando su lengua por su intimidad, y además la estaba haciendo sufrir de un modo dulcísimo al penetrarle tan ligeramente, tan despacito, con los dedos… el picor caliente que estos producían se estaba haciendo más y más insoportable por segundos, y pronto no resistió más, ¡quería que la penetrara, tenía que follarla!
-Cardo, espera, para… - pidió. Su compañero alzó la vista de inmediato, pero la pregunta “¿He hecho algo mal?” no llegó a salir de sus labios: la cara de vicio lujurioso de Lota, hacía absurda la pregunta. - ¿Estás otra vez erecto, verdad? ¿Qué te parece si me la metes otra vez, eh…? – Ricardo sonrió tan ampliamente, que su cabeza corrió serio peligro de partirse en dos. Asintió con entusiasmo, y ahora fue ella quien le apremió – Ven, ven aquí, deprisa… métemela de golpe, por favor, ¡estoy a punto de correrme!
Aún si Ricardo hubiera querido retenerse, después de aquélla petición le hubiera sido imposible hacerlo; se acomodó entre las piernas abiertas de su compañera y dejó que su propia polla le guiase. Apenas sintió el calor, empujó hasta abajo. Gimieron al unísono. Cardo pensó que estaba dentro de un cepo, un cepo caliente y húmedo, cálido y acariciador, que le inmovilizaba. Su polla estaba aplastada, succionada por el coño de Lota, y su cuerpo estaba pegado al de ella, que lo abrazaba con los brazos y piernas. Se hizo ligeramente hacia atrás para empezar a empujar, y apenas se movió, Lota tembló entre sus brazos y gritó.
-¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…. Haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah….!
-¡Oh, Dios mío! – gritó Ricardo, ¡se contraía! ¡El coño de Lota se cerraba en espasmos en torno a él, ¡se estaba corriendo! Era demasiado para él, y empezó a empujar sin poder contenerse. Lota abrió los ojos desmesuradamente y su mirada se encontró con la de Cardo, que era incapaz de apartarla. El picor le ardía en la polla mientras ella luchaba por conservar los ojos abiertos al tiempo que el orgasmo no bajaba, subía de nuevo y amenazaba con estallar otra vez.
-Mírame… - pidió ella con voz temblorosa – Mira, voy a correrme contigo… mira cómo me… ¡corrooooooooooooooooh…! – El inmenso placer orgiástico se expandió de nuevo por el cuerpo de Lota, haciéndola convulsionar y gemir, mientras una deliciosa sensación de plenitud y gozo recorría sus miembros y de nuevo su sexo se cerraba en contracciones que daban tirones de la polla de Ricardo quien, idiotizado de gusto y emociones, empujó más rápido y comenzó su orgasmo con apenas un segundo de diferencia con el de Lota. Un poderoso tirón de su hombría le indicó que esta se vaciaba dentro del cuerpo de su compañera, el picor ardiente llegó a su punto álgido, se derramó y calmó, y le dejó satisfecho, embriagado de sensaciones, de calma infinita, de felicidad,… Besó a Lota, y ella le devolvió el beso, abrazándole y apretándole contra ella, y cuando se soltaron, sus cabezas se acariciaron y Cardo permaneció sobre ella.
-Qué feliz soy… qué feliz me has hechooo… - gimió. Una especie de nostalgia le invadió. Recordó la primera vez que lo hizo, un verano, poco antes de volver a la Universidad. Una chica del pueblo donde veraneaba con sus padres había discutido con su novio porque le había pescado besándose con otra, y le usó a él para darle celos al novio, cosa de la que Ricardo no se enteró entonces, y llegó incluso a acostarse con él en la playa, en una fiesta, para darle al otro por los morros. Él acabó en nada y menos, y ella lloró por su rapidez y se largó sin esperarle. Para cuando Ricardo volvió a la fiesta, ella estaba llorando en brazos de su ex novio y antes de que Cardo pudiera decir nada, se encontró con un sopapo y con la cruda verdad. Aunque ahora las cosas habían sido distintas, temía muchas cosas. No que nadie le fuese a sacudir, pero sí que se pasase otros quince años sin volver a catarlo y, para qué mentir, Lota lo hacía de ensueño, quería volver a hacérselo, pero… ¿querría ella también?
-Lota, tengo que decirte que soy muy feliz. Me has hecho el hombre más feliz del mundo, y… y me da igual que aún vistas como un marimacho o te portes como uno. No me importa, en serio. Puedo pasarlo por alto. Me da igual que bebas tanto o más que un tío, que fumes como un carretero y que te guste el boxeo. De veras, no me importa. Hasta… hasta me da igual lo de los posters de los tíos mazados que tienes abajo, o que vengan hombres aquí a desnudarse para que tú los tatúes, me da igual. Todo me da igual si estás conmigo, porque quiero decirte que…
-Ggggh… gggggggggh… gggggggh… - Ricardo volvió la cara. Lota, bajo él, tenía los ojos cerrados y respiraba con regularidad.
-¡Será…! ¡Si se ha quedado frita ella! – Estuvo a punto de indignarse, pero apenas se movió de encima, ella gimió y dio un escalofrío, y se vio inundado por una irreprimible ola de ternura, ¡ella tenía frío sin él…! Moviéndose lo menos posible para no despertarla, subió bien las mantas y la arropó, le besó la sien y se tumbó junto a ella para dormir. La abrazó por la cintura. Y luego se lo pensó mejor, y la abrazó por un pecho. Y se durmió con la sonrisa en los labios.
La luz del día pareció llamar a los párpados de Lota. La joven notaba una deliciosa calidez en su cama, y una vaga sensación de bienestar. Entreabrió los ojos. Estaba arropada hasta la nariz, y volvió la cara hacia un lado. Unos ojos azules de pez la miraban encima de una gran sonrisa en la que se mezclaban el arrobo, y el triunfo. Lota devolvió la sonrisa y cerró otra vez los ojos. Y entonces su cerebro prendió la chispa, el interruptor, la alerta roja, la alarma de ridículo, de peligro mortal, y hasta la de incendios, y sus ojos se abrieron de golpe otra vez. Cardo estaba a su lado. Y ella medio recordaba que anoche, se había quedado a dormir con ella porque tenía los pantalones sucios, pero ella le había dejado ropa, lo recordaba bien, y él en cambio ahora tenía los brazos desnudos… ¿No habrían…? No, no podía ser… ¿verdad que no…? Cardo sonrió más y asintió con aire de suficiencia. Muy despacito, Lota levantó las mantas y miró bajó ellas. Y volvió a bajarlas de inmediato. Su cara tenía expresión de horror. La de Cardo, de satisfacción absoluta. Y mientras ella se subía las mantas hasta los ojos e intentaba pensar en cómo iba a hacer simplemente para salir de la cama, él cruzó alegremente los brazos en la nuca y pensó que el tatuaje supuestamente gay y supuestamente degradante que le habían hecho sus compañeros, había resultado ser el mejor regalo de Navidad, y además muy cierto.
¿Que qué decía el tatuaje? Pues era un corazón con una banda que decía “Cardo & Carlo forever”.
(Habrá continuación. Léela antes en mi blog: http://sexoyfantasiasmil.blogspot.com.es/ )