El capricho de mi hijo
Un pequeño desliz cambió mi vida para siempre.
Se casaba la hermana de mi exmarido y nos invitaron a la boda a los tres: mi hijo, yo y mi actual marido. No teníamos muchas ganas de ir, pero insistieron tanto que hubiese estado peor no ir que ir. Mi hijo estaba encantado, pues se lo pasaba muy bien con sus primos, pero mi marido y yo estábamos desubicados al principio, con la sensación y la seguridad de ser el blanco de miradas y cuchicheos. No obstante la familia de mi ex siempre se había caracterizado por ser muy extrovertida y acogedora, de manera que pronto nos hicieron sentir cómodos.
Con lo que yo no contaba era el que coincidiera dos veces a solas con mi antiguo cuñado Pascual. La primera vez hablamos formalmente sobre nuestras vidas. En la segunda, más achispados, me miró muy descarado las tetas antes de decirme que tenía que ir a la cochera a buscar el móvil. Cuando acepté que acompañaríamos a mi hijo a la boda de su tía, una de las cosas en las que pensé fue en cómo sería mi reencuentro con Pascual. Era un buen hombre, muy noble, pero también con un sentido muy práctico sobre la vida. En esa misma casona que estábamos ahora, pero hace muchos años, un día salió de la ducha en un baño que no era el suyo. Estaba desnudo, con su rabo morcillón colgando pero casi erecto. Sin poder respirar, miraba su cuerpo y no podía desviar la vista de su pene. Se acercó secándose los huevos y me preguntó si estábamos solos en la casa y le dije que sí. Cogió mi mano y la llevó a su polla. Yo estaba que me derretía, pues llevaba un tiempo sin follar con mi entonces marido, su hermano, y aquel rabo era descomunal. "Somos dos personas adultas, ¿no?", me preguntó. Le dije que "sí", a lo que él añadió "Seamos dos personas adultas follando como perros". Antes de responder sujetó mi nuca y me hizo poner de rodillas y abrí la boca todo lo que pude. Follamos como perros. Repetimos otras veces, siempre en aquella casa, siempre de forma casual y respetando en lo posible nuestro respectivo bienestar familiar.
Volviendo al convite de la boda, Pascual desapareció en el pasillo que daba a la cochera y al poco fui tras él. De entre todos los coches aparcados en el almacén reconvertido temporalmente en garaje, él me esperaba junto al mío. Conforme me fui acercando, los colores se subían a mis mejillas a la misma rapidez con que mojaba mis bragas, rememorando las veces que su enorme pene me había atravesado. Deseaba volver a cogerlo con las dos manos y jugar con mi lengua con la parte que aún sobresalía. Pero no teníamos tiempo para eso, pues aunque los niños tenían prohibida la entrada en ese ala de la casa, alguien podía aparecer en cualquier momento, buscando su móvil quizás.
Me alisé el vestido y él me cogió por la cintura mientras me besó con lengua. Mi muslo, pegado a su ingle, en cuanto rozó su pene empezó a moverse suavemente estimulando su dureza. Bajé los brazos y permití dócilmente que sus fuertes manos abiertas se pasearan por mi espalda llegando en pequeños círculos hasta los glúteos, para acabar manoseándome rudamente el trasero. Acaricié sus manos entonces, mientras sus uñas se clavaban en mi piel. Al ver que tras tanto tiempo sin vernos volvía a entregarme plenamente a él, se excitó aún más, y su lengua empezó a ocupar cada vez más espacio en mi boca, apenas dejándome un momento para respirar. Lo acaricié del cuello y le dije que me follara. Ambos conocíamos el riesgo que estábamos tomando y aceptó con alegría el poder penetrarme sin preliminares.
Me bajé las bragas y me subí el vestido. Pascual se bajó los pantalones y su enorme polla apareció erecta ante mí. Me la metió de una sola vez, haciendo que mi culo se pegase al cristal de la puerta trasera de mi coche. Apenas pude levantar la pierna izquierda para abrirme un poco más cuando Pascual empezó a bombearme con su verga. Sujetó mi pierna y yo me sostuve agarrada a su cuello. Nos mirábamos a los ojos cada vez que me la metía hasta el fondo. Supongo que él veía en mis ojos lo que yo veía en los suyos: el mismo deseo animal con el que habíamos follado hasta entonces. Pascual casi me mantenía de pie con la mano bajo mi muslo, una mano que cada vez se acercaba más al culo para poder sostenerme mejor. El coche se movía en mi espalda a nuestro ritmo y Pascual empezó a follarme más fuerte, de tal manera que empezó a salírsele la polla al tomar impulso hacia atrás. Él sabía que me gustaba sentirla en todo su recorrido y siempre reculaba al límite. Cada vez que se salía la verga, al volver a embestirme la sentía recorrerme entre los glúteos, aplastada entre mi cuerpo y el cristal.
Le dije que me soltara y me di la vuelta, subiéndome el vestido hasta la cintura, me apoyé en el techo del coche y me puse mirando hacia la puerta de la cochera. Pascual me subió el vestido hasta las axilas y me desabrochó el sujetador, haciendo que mis tetas quedasen colgando libremente. Entonces, con una mano en un pecho y ayudándose con la otra, me la metió desde atrás tal y como hizo antes: de una sola vez, hasta el fondo. Abrí un poco más las piernas y empecé a gemir más alto de lo que era prudente. Cuando retomó el ritmo, el ruido de nuestros cuerpos al chocar envolvía el almacén. Aumentó el ritmo sutilmente y empecé a gemir con un "sí, sí, sí", mientras mi dedo dibujaba círculos en el clítoris. Sus empujones ponían a prueba la suspensión del coche pues éste se zarandeaba bajo el brazo con el que apoyaba mi cara.
En el último empujón, Pascual casi me levanta del suelo, haciendo después unos movimientos que me indicaban que se estaba vaciando completamente. Justo cuando acabó y terminó de sacar la polla, me corrí yo, haciendo que se me doblasen las rodillas. Estábamos felices y nos despedimos encantados por habernos visto otra vez, con unos cuantos besos. Pascual salió primero para darme algo de tiempo.
Al recular para salir vi que en el cristal de mi coche había quedado perfectamente marcado la huella de mi culo. Encontré un trapo lleno de polvo en un banco y empecé a frotar el vidrio. El corazón me dio un vuelco pues pude ver dentro del auto unas piernas, las cuales estaban coronadas por el bañador de mi hijo. Los chicos llevaban tiempo alrededor de la piscina y no me esperaba encontrarlo ahí. Todo me daba vueltas. Mi hijo lo había visto todo, de eso estaba segura. Me desconcertó también que en medio de las palmeras amarillas sobre el fondo celeste de su bañador, una mancha oscura delataba que Pascual y yo no habíamos sido los únicos en llegar al clímax.
El resto del día lo pasé como pude, disimulando una sonrisa que no sentía y evitando encontrarme con mi hijo. Él también eludía mi presencia y así estuvimos durante varios días después. La cosa no mejoró y tenía la certeza de que aquello iba a saltar de la forma más dolorosa para todos, así que finalmente me planté con él en sofá y empecé a hablar. Mi hijo me interrumpía una y otra vez, siempre con comentarios hirientes que mostraban su resentimiento. Me hacía preguntas que rondaban la curiosidad y el insulto, por ejemplo, que si también me había acostado con el resto de sus tíos.
En medio de sus reproches infantiles, me confesó que me había grabado con el móvil mientras estaba en el coche. Que se lo enseñaría a mi marido, a sus amigos. Yo también perdí los papeles y le dije que era un guarro y un pajillero. Intenté quitarle el móvil y forcejeamos, acabando yo encima de él intentando inútilmente alcanzar su teléfono. Me encontré entonces con su repentino silencio y mi escote rozando su cara. Sólo pensé en que lo tenía ganado, que sólo tenía que ser algo zalamera para poder hacerme dueña de su terminal, y moví mi cuerpo lo justo para que su nariz fuese de un pecho al otro.
Mi hijo se calmó, desconcertado. Me pidió que siguiera y le dije que era un guarro, pero esta vez mi voz sonó más conciliadora. No obstante moví el torso a los lados y él subió la cabeza para meterla entre mis tetas, yo seguía sin poder alcanzar su móvil, pues él tenía los brazos completamente extendidos. Me pidió entonces que eso no, lo otro. Me di cuenta de que mis piernas abiertas rodeaban su cuerpo de forma que podía sentir un falo erecto bajo su pantalón. Movió las caderas arriba y abajo y me pidió que lo hiciese yo, como lo había hecho antes. Era mi última oportunidad para quitarle el teléfono y empecé a mover la cintura de manera rítmica. "Sólo será un momento", me dije. En cuanto borrase el vídeo se llevaría un buen castigo. No obstante, a través de su pantalón y mis braguitas, el roce que la polla hacía en el clítoris despertó el deseo ciego de mi sexo. Podía sentir aquello, mis pezones erizándose.
Antes de reaccionar, mi hijo me pidió "otra cosa". Me prometió borrar el vídeo, pero antes tenía que hacer algo por él. Su propuesta me asqueó, pero me di cuenta de que era incapaz de negarme. Intentando digerir sus palabras, me quedé quieta, helada, pero él había seguido estimulando su pene y mi coño con el leve movimiento de su cadera. Le dije que no podía hacer eso, hacerle un oral a mi propio hijo. Él estaba muy excitado y fue muy insistente, intentando argumentar de mil y una maneras de que aquello no iba a tener más importancia de lo que pasase en ese momento... una forma de devolverme las explicaciones que le había dado sobre mis encuentros con su tío. Intenté por última vez cogerle el móvil, con un desesperado "por favor", pero fue inútil. Al revés, besó con ardor mi pecho, pues volvía a estar sobre su cara. Le dije que no podía hacer eso, aunque quisiera. No a él.
Entonces me propuso vendarme los ojos. Le dije que ya estaba bien con eso y me levanté, dejando de estar mi cuerpo sobre él, aunque seguía sentada sobre su ingle. Mi hijo se desató un pañuelo que su novia le había regalado y que solía llevar siempre en la muñeca. Me lo puso alrededor de los ojos y me dijo que no me preocupase. Me acarició la mejilla y bajó mi camiseta hasta la cintura. Oí cómo se desabrochó el pantalón mientras yo no sabía aún qué iba a hacer. Llevó mis manos a su pene erecto, que acaricié suavemente. Una vez que asumí que no iba a parar esa situación, me acurruqué sobre sus piernas y empecé a masturbarlo, con mi mejilla sobre su pubis y mi boca junto a su glande. Notaba cómo mi hijo se iba relajando, y yo también lo hice.
Al fin y al cabo tenía una buena tranca entre las manos y me animé a chupar el capullo. En los minutos siguientes la saliva que caía de mi boca la usé para lubricar el movimiento de mis manos. Cuando empecé a pensar que mi hijo tenía mucho aguante, empezó a mover las caderas, buscando introducir la polla un poco más en la boca. Le agarré la base y le acaricié los huevos, mojados completamente, y empecé a follarlo con mis labios apretados. Pensé que pronto acabaría ese asunto. Empezó a tensarse. Le dije que me avisara, que quería estar preparada, pues sabía que con tanto estímulo no tardaría en descargar. Me avisó a lo justo, de manera que me tragué el primer lechazo y apenas me dio tiempo a apartarme para los siguientes. Cuando creí que ya había terminado, me llevé el capullo a la boca para besarlo, pero seguía saliendo semen y fui chupando hasta que acabó de verdad.
Me quité la venda y me vestí. Él manipuló su móvil y me enseñó la galería, sin ningún vídeo del que tuviera que preocuparme. No le dirigí la palabra en todo el día y poco a poco todo volvió a la normalidad. Al cabo de una semana, mientras estaba tomando el sol en el balcón de casa, recibí un mensaje de mi hijo. Con un vídeo. Era de él, un selfie. Pero la cámara iba bajando y ahí estaba yo, con los ojos vendados y chupándole la polla. La ira me dominó y entré en la casa, pues sabía que él estaba dentro. Me lo encontré en el pasillo masturbándose y esperándome. La ira se transformó en desesperación, pues comprendí que esa locura no iba a acabar nunca.
Me dijo que ya sabía lo que tenía que hacer. Me puse de rodillas y se la chupé. Esta vez no pude reprimir unas lágrimas, pero él insistió en que fuese más apasionada. Sujetó mi cabeza y empezó a meter la verga hasta que me hizo dar arcadas, después me levantó y me ordenó que me desnudara. Me puso contra la pared y me la metió. Yo no le decía nada, no quería llorar delante de él. También me sentía culpable por lo que hice y por haber pensado desde entonces en que mi hijo tenía una buena verga para hacer feliz a la mujer que quisiese. Lo malo era que en ese momento me quería a mí. Poco a poco, el movimiento de su verga empezó a arrancar jadeos de mi boca. Follaba mejor que su padre y su padrastro, casi tan bien como su tío Pascual. Empezó más fuerte y me sujeté un pecho para que no se me moviese tanto. La otra mano estaba apoyada en la pared. A pesar de estar desnuda, mi hijo no era capaz de acariciarme, ni las tetas ni el culo. También me di cuenta de que me estaba follando sin condón. Yo tomaba la píldora, y estaba tranquila con ese asunto, pero él no tenía por qué saberlo. El ritmo fue frenético hasta que esta vez sí, apretó sus manos en mis caderas y le dije que no la sacara. Eyaculó dentro de mí con un grito ahogado, su polla no dejaba de moverse dentro de mi coño, descargándose compulsivamente. Jamás llegué a entender por qué le regalé ese momento de éxtasis.
Desde ese día me tomaba a placer, al suyo, cuando él quería y donde él quería. Yo me sentía una puta en el peor sentido, pero como no podía engañarme cuando acabé disfrutando también, acabé sintiéndome una puta en el sentido más impúdico. Aprendí a vivir anhelando tener sexo en cualquier momento del día y situación, de tal manera que si no me follaba mi hijo, buscaba como una perra a mi esposo al llegar la noche. A pesar de todo me despertaba cada día deseando no volver a tener una unión carnal con mi hijo. A petición suya, le enseñé a dar placer a una mujer, usando la boca y los dedos. Eso hizo que algunas veces sus labios se apoderasen de mi coño y me hiciese tener varios orgasmos seguidos antes de penetrarme. A lo único que me negué fue a tener sexo anal, no porque no me gustara, sino por reservar esa parte de mí a mi propio albedrío. Jamás le pedí hacer algo en la cama, simplemente él me usaba a su gusto y yo se lo permitía.
Un día me senté con él y le dije que teníamos que parar aquello. Me habló otra vez, muy poco convincente, de que tenía los vídeos y volvió a darme la retahíla de que se los enseñaría a sus amigos y a mi esposo. Le acaricié la cara y le dije que él sabía que eso le pesaría más a él, y durante toda su vida. Supe que también a él se le había ido de las manos todo aquello. Le pedí que me enseñara los vídeos que tenía. Al contrario de lo que me dijo, el vídeo que me hizo con Pascual seguía en su carpeta. También el de la primera vez con él, la felación. La siguiente vez también estaba, pues había escondido el móvil en la otra punta del pasillo. Y así en muchas ocasiones más. Le dije que me los enviara de forma segura y que luego borrase los suyos. Lo hizo todo delante mía y me enseñó a hacerlo sin dejar rastro. Entonces me pidió hacer "una última cosa". Admito que automáticamente se me mojaron las bragas. Le dije que haríamos lo que quisiese.
Me confesó que no me había tocado las tetas porque le daba corte. A pesar de haberme follado a fondo, haberme comido el coño como un gigoló, y haber eyaculado en casi todas las partes de mi cuerpo, aquello tenía cierta lógica. Al fin y al cabo yo seguía siendo su mamá. Le dije que esperase un momento. Me desnudé y le bajé el pantalón. Le puse la polla dura y me subí encima, sentada frente a él, y me dejé caer mientras la verga me atravesaba. Tomé sus manos y las llevé a mis pechos. Le hice acariciarme lentamente, y conduje sus dedos a los pezones. Su polla, como era habitual, era una roca dentro de mí. Me mecí con suavidad para estimular tanto el falo como el clítoris. Lo atraje para que me chupara y mis pezones empezaron a ser recorridos por su lengua, labios y dientes. "Más fuerte, chupa más fuerte", al obedecerme gemí de dolor y un latigazo en el clítoris me mostró que estaba humedeciendo la vagina de una manera anormal. Su polla también parecía tener vida propia, dando pequeños movimientos dentro de mí. Le dije, en una pequeña mentira, que si chupaba aún más quizás quedase algo de leche para él. Tenía una buena porción de mi teta en la boca, y chupaba tanto que después tuve durante unos días unos moratones alrededor de la aureola. Finalmente le hice morderme mientras él mismo sujetaba mis pechos desesperadamente. Me corrí. Conforme fui volviendo de mi éxtasis, me fui dando cuenta de que tenía las piernas empapadas de sudor y de mi propio flujo, a la vez de que la polla de mi hijo ya no estaba erecta, pues se habría corrido antes que yo.
No volvimos a tener ese tipo de encuentros, pero desde entonces nos llevamos mejor que nunca. Acabé separándome de mi marido y volví a rehacer mi vida, soltera y con mi hijo haciendo la suya. Una vez que pude aceptar lo que sucedió, fui ir relegando aquello al olvido, aunque algunas veces reviso esos vídeos prohibidos, especialmente el de Pascual, cuando su enorme pene aparece entre mi culo y el cristal del coche, o en ese otro en el que se ve desaparecer la hermosa verga de mi hijo detrás de mí. Pero mi favorito es el que se ve mi vientre convulsionar mientras la cabeza de mi hijo está hundida entre mis muslos y mis dedos tiran de mis pezones.