El Capataz

Una bella mujer insatisfecha y un hombre dispuesto a satisfacerla.La pasión está servida.

Autor: Salvador

E-mail: demadariaga@hotmail.com

El Capataz

Norma descargó su rabia contra el capataz dirigiéndole fuertes palabras de reproche. Estaban en el granero haciendo el inventario de los sacos de trigo y Román iba demasiado rápido en el recuento según le pareció a su patrona, lo que la exasperó y dio lugar a otra de sus acostumbradas rabietas en contra del capataz. Desde hacía un tiempo, ella se esmeraba en hacerle la vida imposible al hombre de confianza de su esposo y este día no era una excepción. Pero si hubiera tenido una idea aproximada de los pensamientos y planes de su capataz tal vez habría pensado dos veces antes de explotar. Claro que si hubiera sabido la manera en que los planes de Román se harían realidad, probablemente no lo hubiera pensado en absoluto. Pero no nos adelantemos.

Román llegó al fundo hacía nueve meses y se mostró como un empleado digno de confianza, con habilidad suficiente como para hacerse cargo de la marcha del negocio, lo que al esposo de Norma la resultó de mucha utilidad, permitiéndole más tiempo libre para dedicarlo a sus juergas en el pueblo. En muy poco tiempo fue nombrado capataz y durante algunos meses pareció que la señora Norma estaba conforme con la decisión de su esposo.

Román luego se dio cuenta del tipo de hombre que era su patrón, que mostraba una peligrosa afición al trago, los amigos y las mujeres. Especialmente las prostitutas, a las que visitaba los fines de semana en el burdel del pueblo, donde pasaba toda la noche. Precisamente ahí fue donde una de las muchachas le contó a Román de la personalidad de don Pablo, un eyaculador precoz que no sabía seducir a sus amantes y se limitaba a meter su verga un par de veces para quedar prontamente satisfecho, sin preocuparse para nada de su compañera ocasional. Y Román supuso que tendría un comportamiento similar en la intimidad de su hogar, lo que de alguna manera explicaría el carácter siempre malhumorado de su esposa. Se preguntaba si esos arrebatos de la señora no serían una forma de desahogar su insatisfacción marital y que él era el objetivo de sus rabietas tal vez porque una vez lo sorprendió cogiendo con Dalia, la muchacha de la cocina, cuando fue atraída por los grititos orgásmicos de la muchacha. En esa oportunidad ella se retiró sigilosamente, creyendo que los amantes no se habían dado cuenta de su presencia, pero a Román no le pasó desapercibida la fugaz aparición de su patrona. Desde esa oportunidad la señora se empezó a mostrar intratable con su capataz. Y Román, un hombre de mundo y con experiencia en el trato con las mujeres, comprendió que la raíz de todo esto era la insatisfacción de Norma.

El capataz empezó a hacer averiguaciones entre los empleados y se enteró que ella se casó a muy temprana edad y que había tenido dos hijos, una pareja. Ahora ella estaba por los 37 años y sus hijos por los 17. En consecuencia, se trataba de una mujer en la plenitud de su sexualidad y que su vida en ese terreno parecía ser todo un desastre. Y no se trataba de cualquier mujer. Claro que no.

Norma, con su metro 75, su pelo castaño y liso que llegaba a su hombro, un cuerpo de diosa, con un par de piernas increíblemente bien formadas, unos muslos impresionantes, un trasero como hecho a cincel y un par de senos para soñar, era una tentación para cualquier hombre. Su rostro hermoso, de unos ojos verde esmeralda, labios voluptuosos, denotaban a una hembra hecha para el amor. Pero esta hembra, que lo tenía todo para hacer feliz a un hombre, carecía de un hombre que la hiciera feliz a ella. Parecía increíble que una mujer de su edad no hubiera experimentado nunca un orgasmo, de eso estaba seguro, ya que el patrón no era del tipo de amantes que se preocupara de hacer feliz a su pareja, pues solamente le preocupaba su propia satisfacción y no tenía la suficiente resistencia haciendo el amor como para llevarla al orgasmo. Y Román estaba seguro de ser el tipo de amante que su patrona necesitaba. Se lo decía lo que había podido averiguar con los empleados y ese peculiar olor que ella despedía cuando estaba cerca, especialmente cuando estallaba sin motivo contra él. Olor de hembra en celo. Hembra despechada. Hembra necesitada de hombre. De un hombre como él.

Decidió que su patrona sería para él y empezó a tejer sus redes para conseguirlo. Lo primero era enfrentarla en uno de esos días en que despidiera ese olorcillo de hembra insatisfecha, probablemente después de otra noche de sexo con el patrón. Uno de esos días en que tendría que soportar su malhumor, producto de la falta de goce sexual, de insatisfacción sexual. Estaba seguro de que su patrona, a pesar de sus raptos de humor, en ese momento era más vulnerable a la seducción, con sus hormonas funcionando a mil, receptivas a todo lo que fuera sexo. Y este era el día.

La interrumpió en medio de la diatriba de improperios que, para variar, no tenían una razón concreta. En este caso, solamente porque ella no podía seguir el recuento de sacos de trigo que él hacía. Se acercó a la patrona y sintió en sus narices el olor penetrante de la hembra en celo. Creyó llegado su momento de poner sus cartas en la mesa.

"Señora, cuando vuelva don Pablo le presentaré mi renuncia"

Norma quedó con la boca abierta, como si no terminara de comprender las palabras de su capataz. Sus ojos eran una muda interrogación. Y el respondió a esa pregunta no hecha, acercándose a ella y volvió a sentir en sus narices ese peculiar olor a hembra que despedía su patrona. Había elegido el momento adecuado.

"Le diré que la causa es usted y que la razón es su trato para conmigo. Pero aunque la causa es usted, la verdadera razón no es esa"

Ella, algo nerviosa por la cercanía del hombre, intentando sobreponerse a la nerviosidad que le producía esa intimidad, le preguntó:

"¿Y cual es la verdadera razón?"

Sin apartarse de su lado, el la miró fijamente antes de responder.

"La verdadera razón es que usted es una mujer insatisfecha y que yo puedo satisfacerla. Eso lo sabe bien. Y como usted no quiere reconocerlo y yo no puedo dejar de desearla, mejor me voy"

Con un gesto de mujer ofendida, Norma levantó su mano para abofetearlo, pero él tomó su mano y la sostuvo en el aire, a medio camino, sin apartar sus ojos de los de ella. Se acercó y la besó, apasionadamente. Ella se apartó con brusquedad, echando chispas por los ojos, intentando inútilmente zafarse.

"¿Cómo se atreve, desg…?"

Sin soltar su mano, la atrajo y la interrumpió.

"Seamos francos, señora. Yo la deseo y usted necesita realizarse sexualmente. Y sabe que yo puedo hacerla feliz"

"¿Cómo puede decir tamaña barbaridad?"

"Porque sabe cómo puedo hacer feliz a una mujer. Como a Dalia, por ejemplo"

"¿Por qué dice….?

"Porque sé que nos vio cogiendo y vio como gozaba la muchacha. De una manera que usted no conoce aún. De una manera que le gustaría conocer"

La tomó de los hombros y la acercó a él. La besó nuevamente y ahora la señora no lo rehuyó. Pero no le devolvió el beso. El la apartó, sin soltarla.

"Sea sincera, señora. Usted desea un hombre que la haga gozar. Y yo soy ese hombre"

Ella se dio vuelta, para ocultar su rostro. No quería que el la viera llorar, mostrándole la derrota de reconocer que tenía razón. A qué negarlo, pensó mientras las lágrimas caían por su mejilla. El la tomó desde atrás, pasando sus brazos por su cintura.

"Conmigo sabrá lo que es gozar. Se lo aseguro"

Una de sus manos subió hasta el pecho de Norma y la otra bajo por su falda, hasta llegar a los pliegues de esta para rehacer el camino, por sus piernas arriba, en busca de sus muslos. Ella nada dijo, nada hizo. Estaba como estática, sin reaccionar.

"Le prometo que conmigo va a tener por lo menos tres orgasmos. Sus primeros orgasmos".

Su mano subió por uno de los muslos de su patrona y la palma apretó al paquete de esta, cubierto por la suave seda de una diminuta braga. Las piernas de la señora flaquearon por la sensación que le transmitió la mano del hombre, que empezó a acariciar sus delicados labios vaginales. Apartó la seda con un dedo y metió su mano para alcanzar la vulva de ella, que acarició delicadamente. Después de tantos años de casada, esta era la vez primera que una mano de hombre tocaba su sexo. Cerró los ojos y sintió que un suave calor se apoderaba de su cuerpo, desde lo más interior de su estómago hacia fuera. Y estalló por vez primera en su vida, con la intensidad contenida por tantos años. Sus piernas se doblaron y Román debió sujetarla, en tanto su mano era cubierta por los primeros líquidos que expelía el sexo de Norma por vez primera.

"Ese fue su primer orgasmo"

La depositó sobre uno de los sacos y abrió sus piernas, las que se desplegaron en todo su esplendor, regalándole el tan deseado espectáculos de sus muslos tan deseados por él. Su cabeza se perdió entre estas y con sus labios mordió delicadamente los labios vaginales de su patrona, que tomó su cabeza y la apretó fuertemente, en una primera muestra de entrega y participación. El comprendió que ella se estaba entregando finalmente y apartando la tela de la braga, su boca besó la vulva de su señora. Esta experiencia era completamente nueva para ella, que una boca masculina le besara el sexo. Sintió que todo su cuerpo respondía espontáneamente a la boca del hombre, estremeciéndose de gozo. El metió una lengua y empezó a jugar en el túnel de ella, que no pudo soportar mucho tiempo tanta sensación nueva y por segunda vez se sintió invadida por los efluvios de un orgasmo, esta vez más intenso que el anterior. Abrió sus piernas y echó su cuerpo atrás, cerrando los ojos, abandonándose a esta increíble sensación que este hombre le estaba regalando y gimiendo quedamente, mientras por sus muslos resbalaba un pequeño río de líquido seminal.

"Este fue su segundo orgasmo…. y aún no follamos"

Se levantó y sacó a la luz su verga, que sostuvo en su mano. Ella le miró con asombro al comprobar que este trozo de carne era mucho más voluminoso que el que ostentaba su marido, el único que ella había conocido hasta ahora.

"Sácatela"

Su primera orden. Ella encogió las piernas y se sacó las bragas, en un mudo gesto de entrega y sumisión al macho. Los papeles se habían invertido. De aquí en adelante el sería quien daba las órdenes y Norma la que obedecería.

Abrió sus piernas, esperando con ansiedad la penetración. Si hasta ahora había experimentado tanto gozo, suponía que le esperaban sensaciones aún más exquisitas con el instrumento que se aprestaba a penetrarla. Pero este amante era muy diferente a su marido, como ya se lo había demostrado y cuando sintió que la cabeza del monstruo se ponía a la entrada de su caverna, en lugar de empujar con brutalidad como Pablo acostumbraba, la miró a los ojos y le dijo:

"Sácate las tetas"

Ella obedeció, sin trazas de vergüenza, la que había perdido después del segundo orgasmo, sacando a la luz el par de globos que tantas fantasías le habían regalado a Román, que se pegó a ellos y empezó a chuparlos delicadamente, como si quisiera extraerles el blanquecino líquido que solamente la maternidad hace posible. Ella sintió una corriente de sensaciones invadir todo su cuerpo y centrarse finalmente en esos senos que eran tan exquisitamente besados, mientras las manos del macho se apoderaban de sus nalgas, apretándolas fuertemente, como para transmitirle el mensaje de que con él el gozo no tendría límites.

Se movió con desesperación ante el deseo irrefrenable de ser poseída. Pero él demoraba la penetración y ello aumentaba su calentura, una calentura como nunca antes había imaginado podría sentir. Quería ser penetrada, lo ansiaba con todo su ser.

"Hazlo"

No pudo aguantarse y el ruego le salió de lo más hondo de su ser, mientras lo abrazaba, adelantando su pubis a la cabeza del invasor.

"Pídelo"

La estaba humillando pues se sabía con los triunfos en la mano. Y ella lo comprendió. Nada podía hacer contra el deseo de ser poseída por ese macho.

"Cógeme. Fóllame"

Sintió que la cabeza empezaba a entrar en ella, arrasando con las paredes de su caverna, que fue envolviendo la barra de carne y venas como si fuera un guante. Se amoldaba perfectamente a la verga que la estaba penetrando lentamente, sin apuros. Y se sintió estallar por dentro en un mar de sensaciones que se convirtieron en una oleada de líquido que salió a raudales de su vagina para terminar cayendo por sus hermosos muslos y depositarse en el saco donde la estaban follando.

"No puede ser. Es ricoooooooooooo"

"Te lo dije"

"Siiiiiiiiiiiiii. Increíbleeeeeeeeeee"

"Goza, mijita, goza"

"Aghhhhhhhhhh, Ayyyyyyyyyyyyyyyyyy"

Sus gemidos fueron subiendo de volumen hasta convertirse en gritos de hembra gozando una acabada como nunca creyó poder experimentar. Era una sensación tan increíble que se sintió desmayar del gusto que experimentó. Pero se repuso y empezó a cabalgar a Román, que seguía metiendo y sacando su instrumento sin pausa, apretando los labios esperando hacerla acabar nuevamente antes de soltar sus jugos.

"¿Te gusta?"

"Es lo máximo, mijito"

"¿Sientes como entra y sale?"

"Siiiiiii. ¡¡Qué cosa más rica!!"

"¿Te gusta mi verga?"

"Siiiiiiiiiiiiiii"

"¿Quieres volver a acabar?"

"Por favorrrrrrrr"

La agarró de las nalgas y empezó a empujar con más fuerza, metiendo y sacando su instrumento de la vulva sedienta de Norma, que sólo deseaba volver a sentir las exquisitas sensaciones que había experimentado recién. Y no tardó en cumplirse su deseo, cuando levantando los pies y apretándose al cuerpo de Román, soltó nuevamente sus jugos en un concierto de gritos que delataban a la hembra que estaba gozando como nunca antes en su vida.

"Aghhhhhhhhhhhhhhh, siiiiiiiiiiiiiiiiiiii"

"Tomaaaaaaaaa"

"Mijitoooooooooooooooo"

"¿Te gusta mi pico?"

"Siiiiiiiiiiiiiiiii"

"Dilo"

"Rico tu pico, mijitoooooooooooooo"

"Rica, mijitaaaaaaaaaaa"

"Yaaaaaaaaaaaaaaaaaaa"

Ambos acabaron al unísono, dejando un charco de semen sobre el saco, con sus cuerpos empapados en sudor, respirando agitadamente y fuertemente abrazados.

Al cabo de un rato, Román se repuso, se levantó y empezó a vestirse, en tanto Norma se recomponía y mientras se ponía nuevamente su bragas, le dijo:

"Voy a hablar con mi esposo cuando llegue"

Con la boca abierta por el asombro, Román solo atinó a preguntar:

"¿Qué le dirá?"

"Le diré que voy a cambiar mi trato con usted, para que no se vaya del fundo por mi culpa"

Ambos sonrieron. Se dieron un beso y se separaron, cada cual a sus labores. Ambos sabían que la relación entre ellos había cambiado para siempre.