El campo (1)

Un pervertido oficial de marina abusa de sus prisioneros. No consentido, sado,y todas las variantes que puedan imaginar.

EL CAMPO 1

Ante todo quiero precisar que los relatos que se agruparán en esta serie, si es que es bien recibida por los lectores, serán producto de mi imaginación. Lo que no significa que no puedan haber sucedido en la realidad, en el marco de alguna dictadura militar como las que ha padecido América Latina.

I

El capitán Olmedo era un oficial de marina, rondaba los treinta y cinco años; aunaba en su persona la mayor lista de perversiones imaginable. No todas de naturaleza sexual, era también avaro, inescrupuloso, torturador, ladrón y asesino.

En su vida pública era casado con una bella mujer y padre de dos niños de corta edad que ignoraban su vida secreta.

Por su actuación de los dos años anteriores en la lucha contra la oposición política a la dictadura imperante se había ganado la confianza de sus superiores que lo pusieron al mando de lo que llamaban un "grupo de tareas".

El gobierno llamaba a sus operaciones "guerra", en verdad consistían en secuestros, torturas, robos y homicidios en masa.

Estos grupos de tareas gozaban de una amplia independencia y de total impunidad, tenían asignadas partidas importantes de fondos, armamento a discreción y las propiedades inmuebles precisas para sus fines.

A la altura en que comienza este relato Olmedo había dispuesto, en una casa quinta suburbana, lo que se convertiría en un centro clandestino de detención.

En los enormes subsuelos de la casa dispuso calabozos, salón de torturas, dos oficinas, una habitación para el guardia de turno, y algunos sanitarios.

La planta baja contenía la cocina, el comedor, una gran sala y un dormitorio inmenso, con un lujoso baño en suite que ocuparía él cuando le resultara necesario.

En el primer piso estaban los cuartos de sus secuaces que eran cuatro suboficiales adictos totalmente a su jefe.

Todo estaba rodeado por un gran parque con piscina y un alto alambrado perimetral cubierto de enredaderas que impedían la visión desde el exterior, que además no estaba poblado.

El primer grupo de cautivos que arribó a esta suerte de campo de concentración, estaba compuesto por seis hombres y cuatro mujeres recién secuestrados en distintos operativos. Esta circunstancia no le agradó a Olmedo, que prefería seleccionar él mismo a los ocupantes de sus celdas; preferentemente trasladarlos de otros campos para que ya llegaran quebrados y ablandados.

El grupo que se había encargado de los secuestros ( y el prolijo saqueo de sus moradas) entregó diez fichas confeccionadas previamente por los grupos de "inteligencia".

Olmedo guardó las fichas en su portafolios y se abocó de inmediato a la minuciosa tortura.

El primero fue un hombre de unos cuarenta años. Los esbirros lo introdujeron desnudo a la sala de torturas. Lo tendieron sobre una mesa alta, de hierro, y lo amarraron con cuidado.

Valentino (apodado así porque presumía de galán cinematográfico) le derramó encima un balde de agua. El Mono empuñó la picana eléctrica y comenzó a aplicarla lentamente en los pies del hombre atado que se estremeció al contacto y profirió un grito.

No podían excederse en las torturas, porque aún no contaban con el médico que debía controlar el estado de los torturados para mantenerlos con vida.

Pronto esta situación aburrió a Olmedo que decidió retirarse a su casa. Recomendó que a los presos no se les diera nada de comida y muy poco agua.

Ya en su casa, en la pequeña habitación destinada a despacho, estudió las fichas, poniendo especial atención en las de las mujeres secuestradas.

La primera era una estudiante secundaria de diecisiete años, le seguían su madre de cuarenta y cinco empleada administrativa, una universitaria de veintitrés y una enfermera de treinta y siete.

Poca atención prestó a las fichas correspondientes a los varones.

Durante los dos días siguientes no concurrió al campo, limitándose a comunicarse por teléfono con sus subordinados. Así supo que ya tenían con ellos al médico, y que todas las fichas médicas estaban listas según sus instrucciones.

Al tercer día, en un frío atardecer, arribó a cumplir con su "misión".

Primero se dirigió a los calabozos gélidos. Los presos habían sido distribuidos de acuerdo a sus órdenes. Ingresó a la celda que guardaba a la enfermera y a la empleada, el calabozo estaba a oscuras ya que no contaba con instalación eléctrica por razones de seguridad. Dirigió su linterna hacia las presas que estaban maniatadas y con los ojos fuertemente vendados.

Agachándose apretó un pecho de la enfermera, lo notó grande y firme. La mujer gritó.

-No me toque degenerado.

Olmedo le respondió en voz lo suficientemente alto como para ser escuchado en la celda contigua donde estaban la s dos estudiantes.

Vas a aprender delincuente que el que manda aquí soy yo. Que si quiero los mato a todos. Yo soy el propietario de ustedes, de sus cuerpos y de sus almas. Yo soy dios para ustedes. Me van a lamer las suelas de los zapatos asesinos hijos de puta.

Salió y le pidió a Valentino que le alcanzara un whisky bien cargado con poco hielo, esperó hasta tenerlo en su mano y entró en el calabozo de las estudiantes.

-¡Mono, venite con un reflector!.

El Mono cumplió la orden y la celda se inundó de luz. En cuclillas las observó unos minutos para luego hablarles.

  • ¿Tienen hambre?

Hambre y sed respondió Elisa- la estudiante de medicina.- Sobre todo sed.

Y estamos sucias y con mucho frío.-agregó la más chica.

Bien, ya veré de solucionarles esos inconvenientes.

Salió, dio unas órdenes y subió a la planta baja. Allí se hacía notar la buena calefacción. En su habitación se desnudó para luego cubrirse con una larga bata. Regresó al living, puso un CD con música de Wagner y se hundió en un mullido sillón, siempre con el vaso en la mano, a estudiar las fichas médicas.

A poco entró Valentino con las dos jóvenes que se relajaron un tanto al sentir el calor. Seguían maniatadas y con los ojos vendados, estaban asustadas como ciervos sorprendidos. Ordenó que les soltaran las manos y les dieran a cada una un vaso de agua. Él mismo les quitó las vendas de los ojos.

Cuando les preguntó si querían bañarse ellas contestaron a una que sí. Entonces las guió hacia el vestidor contiguo a su baño. Indicó que dejaran allí la ropa sucia que se sacarían, que les iba a conseguir algo limpio, y se retiró cerrando la puerta.

Limpias y reconfortadas en algo por el agua caliente las chicas salieron al vestidor, envueltas en sendas toallas y con el pelo aún mojado. Allí encontraron sólo dos batas estrechas y breves que se colocaron ante el insistente llamado de Olmedo que las requería para comer algo.

En el living otro asistente del capitán, apodado Pata de Banco, disponía botellas de gaseosa y de vino junto a platos con pollo asado y varias ensaladas, todo sobre una mesa baja.

Desde su sillón Olmedo las instó a comer. Al agacharse para recoger los platos las mujeres dejaban ver sus muslos y sus pechos, pero era tal el hambre que no les importó demasiado.

¿Les gusta más acá o allá abajo?

-Acá.- respondió la pequeña mientras mordía un trozo de pan.

Acá señor tenés que contestar.

Acá señor.- se corrigió temerosa de que no le permitieran seguir comiendo.

Podrán quedarse acá, si son buenas chicas y hacen todo lo que les diga.

Imagino sus intenciones señor.- le respondió Elisa acentuando con sorna el "señor".

Y quizás te imaginés bien lo que quiero.

Déjeme decirle que es un cerdo, señor.

Tal vez, pero este cerdo va a hacer lo que se le antoje con vos y la pendeja. Si no se dejan coger por las buenas las voy a violar a trompadas. Y después las cogerán todos los muchachos, empezando por este. Vení Pata de Banco, mostrales lo que les vas a poner.

El sujeto se acercó y abriendo su bragueta extrajo una verga desproporcionada por lo enorme, aunque no la tenía parada. Miraba a las chicas y se la tocaba lentamente. La prodigiosa herramienta crecía hasta alcanzar un tamaño desmesurado.

Las dos estaban pálidas y empezaban a lagrimear en silencio, azoradas por lo que estaban viendo y viviendo.

No se me hagan las inocentes ni las estrechas. Delincuentes, delincuentes y putas. Ya vi sus fichas médicas, ninguna de las dos es virgen. Ahora se van a confesar conmigo que soy su dios. Me van a contar qué hacían con sus machitos, todo y con detalles.

Valentino entró y le alcanzó un tubo largo terminado en dos puntas como de enchufe, era una picana eléctrica portátil, a pilas, de las que se usan para el ganado, son de 6Voltios, pero se hacen sentir.

Con rapidez de víbora tocó a ambas en las piernas con el aparato, las mujeres saltaron con un grito para alejarse. Los dos esbirros a gran velocidad las tomaron por los brazos acercándolas de nuevo a su jefe, mientras aprovechaban para arrimar sus paquetes erectos a las grupas de las chicas. Pata de Banco tenía ceñida a Nora, la menor y le apoyaba en el culo su miembro monstruoso.

Olmedo entreabrió su bata dejando ver un pene, que si bien no tenía el tamaño del de su secuaz era respetable. A una señal suya Pata de Banco acercó a la chica y le ordenó que le agarrara la pija al jefe.

Al percibir un intento de negativa el capitán volvió a tocarla con la picana, la joven aterrorizada por esa sensación nueva para ella se acercó más y tomó el pene en sus manitas.

Acaricialo bien, pendeja puta, como se lo hacías a tu noviecito. Ya lo vamos a agarrar a ese pichón de asesino. Dale pajeame que todavía no la tengo bien dura.

Elisa quiso decir algo pero Valentino se lo impidió con una mano en su boca. Nora hacía lo mejor que le permitían sus nervios. Con las dos manos unidas pajeaba al oficial, le descubría el glande cuando iba hacia él, y lo tapaba cuando se retiraba.

Pata de Banco le sacó la bata a los tirones. Tenía un cuerpo agradable la chica, nada extraordinario, pero era agradable. Relleno, macizo; piel aceitunada, pelo muy negro, piernas largas. Las pantorrillas eran muy flacas, pero los muslos contundentes. Un culo demasiado grande para esas piernas; y unas tetas medianas muy paradas que pronto el capitán comenzó a acariciar y apretar.

Nora lloraba en silencio, sin dejar la tarea que le habían impuesto.

Bueno pendeja, basta de paja, no te quiero acabar en las manos. Acercate y abrí bien las piernas que te voy a coger.

No señor, por favor, eso no, por favor señor, se lo ruego.

Vos no podés pedir nada delincuente puta, no tenés claro que soy tu dios. Hacé lo que te digo o le ordeno al Mono que le ponga un tiro en la cabeza a tu madre. ¿Qué carajo te importa que te coja? si ya te deben haber cogido varios, las pendejas ahora son todas putas como vos, ya a los doce o trece años empiezan a coger con los pendejos.

Los gritos desaforados de Olmedo y las amenazas que profería pudieron con las resistencias de Nora que se acercó de pié. Él la tomó por las nalgas, dejó correr sus manos por los muslos. La fue llevando a ponerse a horcajadas sobre su cuerpo que ya había desnudado de la bata; y reconoció con una mano la vagina de la chica. La notó seca y pidió vaselina que untó con un dedo.

Lo mismo hizo con su pija antes de dirigirla hacia la entrada. Con un certero caderazo la penetró de un golpe. Nora soltó un grito y se derrumbó sobre él, terminando de empotrarse la verga. Quedaron los dos unos minutos quietos. Después:

Dale, no te hagás la virgencita, movete, haceme acabar. Dale, como lo hacés con tus machitos, movete lindo, sacame la lechita.

El terror de Nora la sedaba, la chica era como un cuerpo sin mente. Se movió un poco y él le gritó una orden que anuló toda resistencia. Ya lo cabalgaba como si estuviera con su novio. .

Olmedo sentía su miembro deslizarse en el estrecho canal, asido de las nalgas de ella le penetraba el ano con un dedo, y fregaba las tetas en su pecho.

Llevaba tiempo sin eyacular, desde que empezó todo esto no se le paraba con su esposa. Solamente violando a una detenida podía lograrlo. Y los últimos meses los había dedicado a preparar "su campo".

Cuando tomó el ritmo el hombre también movía sus caderas, cerraba la boca para no delatar sus gemidos de placer, no les iba a dar el gusto a estas delincuentes. La cogió en forma agresiva, violenta, durante diez minutos.

Cuando ya no pudo retener su semen, lo derramó en la concha de Nora. Si la embarazaba el hijo no iba a ser hijo de una delincuente puta, sería el hijo de un marino, y cómo tal lo entregarían a algún matrimonio que lo quisiera criar.

Le sacó la verga todavía dura. Era maravillosa la terapia sexual de estas mujeres, multiplicaba la potencia ausente en su cama matrimonial.

Ahora me la vas a limpiar con la boca. Y no se te ocurra morder porque morís vos, tu madre y todo el resto de tu familia, pendeja puta. Sabés coger muy bien, así que debés mamar muy bien.

La voluntad de Nora se había fugado, era un zombi que actuaba. Se metió la verga en la boca y la chupó, movió la lengua según su escasa ciencia. Él le exigía que chupara más, más fuerte, más rápido.

Se sentía dios de verdad con la pija en la boca de la chica. Con sus manos apretó la cabeza contra su miembro, se la metió hasta las amígdalas, y allí volvió a eyacular ordenando que se tragara todo el semen. Cuando la mujer se la volvió a limpiar con la lengua se puso otra vez su bata.

Mono, esposalas juntas. Manos y pies a la pata del sofá grande. Igual de aquí no pueden salir. Y vamos a comer, estos dos polvos me hicieron dar hambre. El culo de la pendeja lo dejo para el postre..

Cuando Valentino le destapó la boca, Elisa se largó a insultarlos.

Son todos unos hijos de puta. Cochinos degenerados, esto lo van a pagar caro. No piensen que a mí me van a hacer lo mismo que a esta pobre chica.

Callate asesina, delincuente y puta. Ustedes en su facultad se hacen coger hasta con los muertos que tienen para estudiar. ¿ Para qué son las armas que había en tu casa?... Pata de Banco, ponele una mordaza.

Nora se había desmayado al escuchar las palabras de Olmedo. Se dirigieron al comedor. Allí los esperaba una mesa tendida, con fiambres variados y buenos vinos. Pata de Banco era el cocinero del grupo, les dio a elegir entre pollo asado o bifes, con ensalada o puré de papas. Optaron por el pollo que ya estaba cocido. Se sentaron y se les agregó un tercer subordinado, al que llamaban Consolador por su vicio de penetrar a las mujeres con diversos artefactos.

El vino hizo su efecto y habló el Mono.

¿Jefe, a nosotros cuando nos toca?

Tranquilos muchachos, primero el jefe tiene que probar la mercadería. Hay que verificar los agujeros de estas minas para que Pata de Banco no mate alguna con esa poronga que calza.

Jefe a mi siempre me toca conformarme. Siempre me la maman, puedo coger muy pocas veces.

Bueno viejo, ¿quién te manda tener semejante garrote?, esperá un poco, en dos días me voy a la madre de la piba; es grandota, a lo mejor tiene la concha grande y te aguanta. Si va te prometo que te dejo la vieja una semana para vos solo..

Así entre bromas gruesas concluyeron la cena. El capitán, pensando en lo que haría con el culo de Nora se excitó otra vez. Dio las órdenes para que devolvieran a Elisa, amordazada a una celda aislada para que no hablara con los otros detenidos. Y para que llevaran lajoven a su cama. Les dijo que si la chica se ponía pesada tendrían que llevar a su madre para amenazarla con volarle los sesos.

Al ingresar a su habitación vio a Nora desnuda tendida en la gran cama, ya había recobrado el conocimiento. Él se sentó en la cama y le habló suavemente.

Bueno piba, llegó la hora de la confesión. Ahora me vas a contar clarito cómo fue la primera vez que te cogieron. Y ahora mismo si no querés que traiga la picana.

La joven sollozaba. Olmedo gritó que le acercaran la picana, Valentino se la trajo enseguida y se la dejó en la mano derecha. Rozó con el aparato un pie de Nora, que dio un salto al sentir la corriente. Y aterrorizada habló, habló sin parar, como si le hubiesen puesto una cassette que la salvaría de la tortura.

Fue hace tres años, yo tenía catorce. Hacía unos pocos meses que estaba de novia con un compañero de la escuela. Empezamos con besos de lengua, él me abrazaba y me apretaba contra su cuerpo. Por conversaciones con mis compañeras yo sabía qué era eso duro que notaba a la altura de mi vientre. Un día me tocó el culo por sobre el pantalón. Otro día me acarició las tetas.

Después empezó a meter las manos entre mi ropa, y me tocaba entera.

¿Y vos te calentabas?

Sí señor, nos queríamos, pero yo no pensaba ir más allá de unas caricias. Cuando consiguió que le apretara la pija sobre su ropa sentí que me gustaba, él la sacó y al sentir su calor y su humedad casi acabé.

Le hacía una paja cada tanto, en la puerta de mi casa o en alguna esquina oscura.

Un día fui a la casa de él, no había nadie. Fuimos a su cuarto, tirados en la cama nos besamos, me desprendió el cinturón y bajó el cierre de mi vaquero. Sacó la pija y la puso en mi mano.

Con mucho trabajo me fue bajando pantalones y calzones hasta la rodilla. Me hizo poner de espaldas a él y apretó su pija contra mi culo. Después me hizo abrir un poco las piernas y metió su pene entre ellas. Me rozaba la concha, yo me derretía. Me puso boca abajo con una almohada en el vientre. Me fue penetrando lentamente; me dolía y me gustaba.

Tropezó con mi virgo y lo rompió de un solo envión. Tardé en adaptarme, pero al final dejó de dolerme.

Movía su verga dentro de mi vagina, me gustaba cada vez más. Acabé entre gemidos. Después aprendí que eso se llama orgasmo. Él me la sacó porque no tenía forros. Me volcó su leche en las nalgas.

¿Alguna vez te la puso por el culo?

No señor nunca.

¿Es el mismo novio que tenés ahora?

Sí señor, el primero y el único.

¡Qué boludo! dejar pasar ese culazo que tenés. Pero mejor, me lo dejó para que lo desvirgara yo.

¡NO señor, por favor. Me va a doler mucho, no me va a entrar. Usted la tiene muy grande señor

(CONTINÚA) SI LOS LECTORES ASÍ LO QUIEREN.

Sergio.