El Campamento de Verano (Prólogo)

Continuación de 'El mejor amigo de mi hermano'. Alfon afronta el castigo impuesto por su madre y recibe todas las respuestas que necesitaba de su hermano y Guille. A su vez, recibe la noticia que cambiará su verano para siempre.

El Campamento de Verano (Prólogo)

El paso del tiempo continuó su curso de forma inexorable, haciendo que las vacaciones de verano se fueran evaporando con el calor que acompaña a esta época. Tras unos días en el hospital ingresado, la vuelta a casa resultó ser sumamente fatídica, ya que mi comportamiento trajo como consecuencia un arresto domiciliario por parte de mi madre.

Creyendo que me tendrían entre algodones, después de recibir la visita y consuelo de mis familiares y de algunos amigos cuando estaba convaleciente en la sala de observación, la realidad fue que, en cuanto me dieron el alta y me dijeron que tendría que ir un par de veces en semana al ambulatorio del pueblo para que revisión, mi madre desató sobre mí su enfado por mis acciones.

-       En cuanto lleguemos a casa, quiero que subas a tu cuarto directamente. – comenzó a decir de forma tranquila mientras conducía de vuelta a nuestro hogar. – Estás castigado sin salir de ella, sin teléfono y sin maquinitas.

-       ¿Qué? ¿Por qué? – le contesté, indignado, desde el asiento del copiloto.

-       Así se te quitarán las ganas de escaparte otra vez por mitad del campo. – su voz seguía siendo calmada y tajante. – Si no llega a ser por tu hermano y Guille, sabe Dios qué te hubiera pasado.

Crucé los brazos sobre mi pecho y giré mi cabeza en señal de protesta. Discutir con mi madre era una batalla perdida, sólo me quedaba resignarme y aguantar las consecuencias de haber encubierto a mi hermano y a Guille.

-       ¿Durante cuánto tiempo? – le pregunté en tono serio.

-       El tiempo que sea necesario para que vea que te has dado cuenta de lo imprudente que has sido.

-       Ya te he dicho que lo siento… - comencé a decirle.

Mi madre hizo caso omiso a mis palabras y continuó implausible el trayecto a casa. Me fijé en su rostro, marcado por el cansancio: tenía grandes ojeras, la piel seca y los ojos enrojecidos. Había estado los últimos días sin dormir, pensando en qué hubiese pasado si no me hubiesen encontrado a tiempo y lamentándose de mis acciones.

Mi habitación se convirtió en mi prisión, privado de los lujos que se me habían otorgado por buena actitud y por portarme bien. Sin móvil y sin consolas, nada que fuese digital tenía cabida en mi habitación durante el tiempo que pasé encerrado en ella. La única fuente de entretenimiento que tenía eran los libros de aventuras que ya me leí cuando era más pequeño. Libros que volví a releer para matar el aburrimiento, aunque descubrí que no eran tan emocionantes como cuando los leí por primera vez y que, sumando el dolor de las heridas que a veces me punzaba, no conseguían que el tiempo transcurriese de una forma liviana.

El único motivo por el cual salía de casa era para ir a la consulta de mi médico de cabecera, que me evaluaba las heridas, tanto la de la cabeza como la de la ceja y me las limpiaban con algún líquido medicinal. A la semana y media aproximadamente, el médico me retiró los puntos de la cabeza, y me dio algunas instrucciones para mantener sana la herida.

Tras volver de la consulta aquel mismo día, al ir al cuarto de baño pude ver las secuelas físicas que me quedarían después de mi pequeña aventura: mi fina ceja izquierda estaba ahora dividida en dos por una pequeña brecha enrojecida que estaba cicatrizando muy bien. Giré la cabeza para ver la zona en la que una herida más alargada serpenteaba por el lateral de mi cabeza. Se podía apreciar perfectamente, ya que tuvieron que recortarme el pelo para poder tratarla. Tenía una ligerísima inflamación y la piel era rosada en aquel lugar.

Solo tenía permiso para salir de mi habitación para ir al baño, ducharme, ir a comer e ir a cenar. Mi hermano se escurría un rato cada día para darme conversación y hacerme compañía. No paraba de pedirme perdón y por agradecerme haber asumido las consecuencias de todo, ya que, si mi madre se enterase de la realidad, las consecuencias hubiesen sido mucho mayores que quedarse encerrado en su cuarto.

Echaba de menos estar más tiempo con él, pero sobre todo echaba de menos poder ver a Guille. Habían pasado dos semanas en las que había estado aprisionado en mi habitación. Ya había devorado cada libro de mi escueta estantería y conseguí que al menos mi madre me diese la consola, aunque no el cable de internet, por lo que jugaba solo al modo campaña de algunos juegos.

Como costumbre, un amigo de mi hermano suele venir a pelarnos a ambos una vez al mes. Por suerte, yo también recibiría mi habitual corte de pelo al final de la segunda semana, aunque decidí que, ya que tenía rapada una pequeña zona de la cabeza (de cuando me pusieron los puntos), me pelaría como Guille: con el pelo rapado a ambos lados de la cabeza y por detrás, y por la parte de arriba largo, aunque dejando algo que creo que se llamaba “degradado” en la zona intermedia, que hacía que el cambio no fuese tan brusco. Al terminar de cortarme el pelo (el cual tardó por culpa de la herida, que había que estar esquivando con cuidado) y mirarme al espejo, pude apreciar que el corte me quedaba bien, aunque me hacía parecer menos niño y más mayor, cosa que creía estaba un poco acorde con mis últimas vivencias.

A mi hermano no pareció gustarle mucho, ya que decía que mi peinado antiguo pegaba más con mi personalidad, aunque me dijo que me quedaba muy bien. A mi madre le gustó mucho, me dijo que era lo que se llevaba ahora y que estaba muy guapo (cosas de madre).

A la tercera semana, mi madre se fue durante un día a ver de nuevo a mi abuela, dejando a mi hermano a mi cuidado. Volvería al día siguiente por la mañana e hizo jurar a mi hermano que no me dejaría salir de casa, aunque sí que me dejaba no estar en mi habitación todo el día. Yo me encontraba tirado en mi cama, recién levantado y con mi ligero pijama aún puesto. En cuanto mi madre salió por la puerta de casa, la mía se abrió.

-       Enano, ¿qué te parece si vemos una peli juntos? – me preguntó.

Como respuesta, le sonreí, me levanté de la cama y salí disparado hacia el salón, bajando atropelladamente las escaleras de dos en dos y tirándome en plancha sobre el sofá.

-       Enciende la tele y elige una película de Netflix. – me dijo mi hermano desde las escaleras.

Cogí el mando, que estaba a mi lado, encendí la tele y busqué el botón del mando que abría Netflix. Puse la cuenta de mi hermano y me fui a la sección de películas, buscando alguna que me llamase la atención. Encontré una de Will Smith que, aunque era algo antigua, tenía buena pinta. La película en cuestión se llamaba ‘Focus’. Pulsé encima de esta y le di al botón de pausa, esperando a que llegase. Cuando comencé a preguntarme dónde estaba, pude oír el sonido del microondas a lo lejos y oler el particular olor de las palomitas con mantequillas, mis favoritas.

Mi hermano llegó un par de minutos más tarde con un bol gigantesco de palomitas y un par de latas de Coca Cola. Me dio una de las latas y se sentó a mi lado, con el bol entre sus piernas. Le di al play y comencé a devorar palomitas mientras que ambos veíamos la peli.

El simple hecho de estar con mi hermano en el salón, los dos juntos, sintiendo su calor a mi lado, comiendo palomitas, fue el mejor plan que podría haber pedido. Estaba sumamente feliz y disfrutaba de la película, que, por cierto, era bastante buena. Aquel día, mi hermano no se separó de mí y estuvimos todo el tiempo juntos. Nos pasamos la tarde entera bebiéndonos un capítulo tras otro de una serie de dibujos animados que empezamos a ver antes de que todo pasase. Comimos pizza, merendamos dulces y chocolate y bebimos litros de refresco.

En comparación con las últimas semanas, aquel día no podía ser mejor. Evitamos en todo momento el tema de Guille, hasta que vi que su móvil comenzaba a sonar y su nombre en grande en la pantalla. Eran cerca de las once de la noche y mi hermano cogió el teléfono y salió del salón para hablar con él. Aquel gesto me devolvió un poco a la noche en la que me fugué, pero ya había decidido que lo mejor era no seguir con Guille de forma sentimental, por así decirlo.

Mi hermano volvió al salón al cabo de un buen rato, trayendo consigo una bandeja con dos platos con lasaña con queso y carne, cubiertos y agua.

-       ¿No queda Coca Cola? – le pregunté, obviando el hecho de que había estado hablando con Guille.

-       Sí, pero es muy tarde y ya has bebido bastante por hoy, que con tanta cafeína no vas a ser capaz de pegar ojo. – me contestó, pasándome la mano por la cabeza al decir estas últimas palabras.

Cenamos tranquilamente mientras que veíamos la televisión. Justo unos minutos después, llamaron a la puerta.

-       ¿Quién es? – pregunté a mi hermano, extrañado.

Mi hermano se encogió de hombros y salió del salón de nuevo, esta vez para ver quién sería a esas horas. Intenté agudizar mi oído, pero no escuché ningún intercambio de palabras después de que mi hermano abriese la puerta. En su lugar, pude escuchar otro juego de pasos que acompañaba al de mi hermano de vuelta al salón.

Giré mi cabeza, mirando a la puerta del salón y encontrando la figura de Guille plantada en el umbral de esta. Mis ojos se abrieron como platos de la impresión e inmediatamente me levanté del sofá para ir a darle un abrazo. Guille, al ver mi emoción, sonrió y abrió los brazos para recibirme. Cuando llegué a su altura, salté sobre él, enroscándolo con piernas y brazos y empujándolo hacia atrás, mientras que le daba un abrazo bien fuerte.

-       ¿Qué pasa, campeón? – me preguntó, devolviéndome el abrazo. - ¡Vaya cambio de look!

No contesté a su pregunta, simplemente seguí abrazado a él, oliendo su esencia, sintiendo su calor. Realmente lo había extrañado y, en esos momentos, solo quería disfrutar el momento.

-       ¿A ver esa carita? – me separé y giré mi cabeza para enseñarle la ceja. – ¡Está mucho mejor!

Llevó su dedo hacia la herida y lo pasó al lado de esta, dibujando mi ceja.

-       Ahora vas a tener la raya en la ceja, ¡como Neymar! – me dijo, con una sonrisa, haciéndome reír. – ¿Y la de la cabeza?

Giré la cabeza hacia el otro lado, mostrándole la herida de la cabeza.

-       Está muy bien, machote. Dentro de nada ni te acuerdas de que la tienes. Me gusta mucho tu pelado, se parece al mío – me dijo, guiñándome un ojo.

Volvió a darme un fuerte abrazo, aplastando mis huesos y transmitiéndome su calor.

-       ¿Sabes? Te he echado mucho de menos. – me dio un beso en la cabeza. – Te he traído un regalito.

-       ¿Qué es? – respondí curioso, soltándolo y poniéndome de pie de nuevo.

Pude apreciar que iba vestido con un polo rojo y unos pantalones del mismo color. En la parte superior derecha del polo se podía leer en letra verde la palabra ‘Telepizza’. Su cara era exactamente como la recordaba, aunque ahora se notaba algo cansada pero contenta. Su pelo estaba casi al cero por los lados y su flequillo seguía siendo imperioso y, si bien dijo que nuestros cortes de pelo eran parecidos, el mío no estaba tan corto por los lados ni era tan largo por arriba. Del bolsillo izquierdo de los pantalones sacó una bolsa gigantesca de gominolas, tan cargada que parecía que iba a romperse en cualquier momento.

-       ¡Oh! ¡Muchas grac…! – comencé a decir, llevando mi mano hacia la bolsa.

Una tercera mano apareció de la nada, arrebatándole a Guille las chucherías. Seba había cogido la bolsa y la escondía detrás de su cuerpo, mientras que caminaba de espaldas hasta el sofá.

-       ¡Oye! – le dije frunciendo el ceño, intentando arrebatárselas. - ¡Me las ha dado a mí!

-       Son para mañana, enano. – comenzó a menear la cabeza. – Hoy ya te has hartado de porquerías.

-       ¡No seas malo! Solo unas poquitas… - miré a Guille, pidiéndole complicidad.

-       Tu hermano manda, campeón. – me dijo, levantando las manos.

-       Venga… Porfa, Seba… - le rogué, poniendo cara de pena.

-       Bueno, pero no todas, que ya te conozco. – cedió, dándome la bolsa.

La cogí y me senté en el sofá. Mi hermano pasó delante de mí y se sentó a mi lado y Guille hizo lo mismo, a mi otro lado. Guille se quitá los zapatos y los puso encima de la mesa, estirando las piernas.

-       ¡Dios! Estoy reventado… - dijo

-       ¿Desde cuando trabajas en el Telepizza? – le pregunté mientras mordía una gomita.

-       Desde hace solo un par de semanas. – me contestó.

Me contó cómo lo habían contratado, cómo era el trabajo de repartidor, cuántas horas trabajabas… Cuando terminó de explicármelo, cruzó una mirada con mi hermano y su semblante se puso algo más serio. Bajó los pies de la mesa y se giró hacia mí. Pude sentir primero la mano de Seba posándose en mi rodilla y más tarde la de Guille haciendo lo mismo.

-       Alfon…, creo que tu hermano y yo te debemos una explicación. – me dijo, en tono pausado.

-       No hace falta, de verdad. – le dije. Prefería olvidar el tema.

-       Sí, sí hace falta. – dijo Seba, apretando un poco mi rodilla.

-       Está todo zanjado, de verdad que no hace falta. – me estaba poniendo algo nervioso.

-       Por favor, Alfon, déjanos hablar. – dijo Guille.

-       Bueno, vale. – dejé el paquete de gominolas en la mesa y presté toda mi atención en Guille.

Entre mi hermano y él me contaron que, unos meses antes de lo sucedido, Guille y Seba se habían acostado juntos y habían comenzado una relación. Una semana antes de que Guille apareciese borracho en mi cama, habían discutido y decidido darse un tiempo.

-       Entonces, después de la graduación, entre el alcohol y que, la verdad, siempre me había fijado en ti, pasó lo que pasó. – me contó Guille. – Después de que vinieses a mi casa, me di cuenta del profundo cariño que te tengo. Te prometo que todo lo que de dije era verdad.

-       Después, me enteré de que había estado contigo y me enfadé muchísimo, porque creía que te estaba usando para ponerte celoso. – continuó mi hermano.

-       Deberíamos de habértelo contado, lo sentimos mucho. – a Guille le temblaba un poco la mano que tenía sobre mi rodilla. – Pero mis padres tienen una mentalidad muy cerrada y quién sabe a qué internado me podrían haber enviado.

Aquellas explicaciones rellenaban por completo los huecos que no llegaba a entender de la historia entre Guille y mi hermano. Solo me faltaba una duda por aclarar.

-       Entonces, ¿no me usaste para darle celos a mi hermano? – pregunté, miraba fijamente a Guille.

Este me agarró las manos y me devolvió la mirada de manera intensa.

-       No, eso fue una consecuencia de la que me di cuenta después. – me respondió, apretando mis manos con las suyas.

-       Enano, debería de haberte dicho que me gustan los chicos, pero no sabía cómo te lo tomarías, lo siento. – me dijo Seba, ejerciendo presión sobre mi rodilla.

-       No pasa nada, Seba. Como tú me dijiste aquella vez, nunca voy a dejar de quererte. – solté las manos de Guille y le di un fuerte abrazo a mi hermano.

Guille se sumó al abrazo y juntos estuvimos así durante un buen rato. Pasado un tiempo, nos separamos y volvimos a nuestros sitios.

-       Entonces, ¿estáis saliendo otra vez? – pregunté.

Guille intercambió una mirada con Seba, que dijo:

-       Sí, hemos vuelto a salir. – me miraba nerviosamente. – Pero si no te ves preparado para vernos juntos, lo evitaremos.

-       Sí, no te preocupes, hasta que no estés listo, no verás nada que no vieses antes. – me dijo Guille, en tono apaciguador.

La idea de olvidarme de estar con Guille ya había estado en mi cabeza durante estas semanas, pero esta vez eran ellos los que me confirmaban que estaban juntos y que, por consiguiente, esa idea tendría que ser una realidad.

-       No, no. Si es lo que a vosotros os hace feliz, yo no soy nadie para interponerme. – les respondí con voz pausada, mirándolos alternativamente.

Guille y Seba se intercambiaron miradas de incredulidad, levantando los ojos de forma expresiva.

-       ¿Desde cuando has dejado de ser un crío? – me preguntó mi hermano, antes de abrazarme de nuevo.

-       Entonces, ¿no te importa que tu hermano y yo estemos juntos? – me preguntó Guille, con voz miedosa.

-       En absoluto – le respondí, dándole con el puño en la rodilla de forma cariñosa.

Guille me cogió con ambas manos por la cabeza, tiró de mí hacia él y me dio un beso en la frente.

-       ¡Au, au, au! ¡La herida, Guille! – exclamé de dolor al notar que sus manos me apretaban en aquella zona.

-       ¡Perdona! – me dijo, juntando las manos sobre su pecho, disculpándose.

Comencé a reírme, haciendo que ambos se rieran conmigo. Pusimos más capítulos de la serie que estábamos viendo y entre los tres hicimos desaparecer todas y cada una de las gomitas que trajo Guille.

En algún momento de la noche, me quedé dormido sobre el hombro de Guille. Entre sueños, sentí cómo unos fuertes brazos me cogían y me subían por las escaleras, para dejarme por último sobre mi cama. Esas mismas manos pusieron una fina manta sobre mí y, un momento más tarde, sentí unos labios dándome un beso en la frente. Al cabo de unos segundos, otros labios hacían lo mismo a la vez que me recolocaban un pequeño y despeinado mechón de pelo.

Tras escuchar cómo la puerta de mi habitación se cerraba suavemente, caí en las profundidades de los sueños. Al día siguiente, me despertó el ruido de la aspiradora. Me levanté de la cama, frotando mis ojos y me asomé a la puerta, pegando mi oreja en la fría superficie de esta. Escuché a mi madre canturrear algo mientras limpiaba en la planta de bajo. Salí de mi cuarto y caminé silenciosamente por las escaleras. Mi madre pasaba enérgicamente la aspiradora en la entrada de la casa, dándome la espalda.

Me acerqué sigilosamente por detrás y pasé mis brazos alrededor de su estómago, abrazándola.

-       ¡Buenos días! – le dije, sonriente.

-       ¡Hola, mi amor! – me contestó, apagando la máquina y apretando mis manos.

-       ¿Cómo está la abuela? – le pregunté, aún pegado a ella.

-       Está mucho mejor. Me ha dicho que vendrá a verte en cuanto pueda.

-       ¡Genial! Ya la echo de menos… - le dije, soltando mis brazos de ella.

Mi madre se giró y me miró con dulzura. Últimamente había pagado con ella el mal humor que tenía por estar encerrado y por las dudas que tenía en mi cabeza sobre el tema Guille – Seba. También está la parte en la cual ella era mi carcelera, por lo que parte de mi actitud estaba justificada.

-       Oye, he estado pensando y creo que tu castigo terminará la semana que viene, el lunes. – me dijo, frotándose las manos.

Estábamos a viernes, por lo que solo me quedaban 3 días (contando el de hoy también) para poder salir a la calle para jugar a mis amigos, ir a la piscina, jugar al fútbol… Mi cabeza ya estaba flotando fuera de casa, pero aún tenía que cumplir mi condena.

-       ¡Toma! – exclamé, dando un salto, contento.

-       También había pensado en apuntarte al campamento de verano de la sierra. – siguió diciendo. – Si quieres, claro.

Un campamento de verano… Actividades al aire libre, poder nadar en el río, conocer a gente nueva… Tras casi un mes encerrado, aquello era perfecto.

-       ¡Síí! – exclamé, aplaudiendo.

-       ¿Sí? Pues vístete, – me dio un papel con varias cosas apuntadas, una lista. – y mete todas estas cosas en una mochila. El campamento empieza mañana y hoy ya dormís allí.

Mis pies se quedaron clavados en el suelo de la impresión, no entendía nada.

-       Pero… ¿Mi castigo no terminaba el lunes? – le pregunté.

-       Me lo he pensado bien. – me sonrió. – Ha habido reducción de condena por buena conducta.

-       ¡Muchas gracias! – le dije, abrazándola de nuevo.

Me despegué de ella y subí corriendo las escaleras hacia mi cuarto. Coloqué una silla al lado de mi armario y cogí la pequeña maleta que había guardada encima de este. Con cuidado, la puse encima de la cama y deslicé la cremallera para poder abrirla. Comencé a llenarla con la ropa para los cinco días que componía la lista: camisetas, bañadores, ropa interior, calzonas, unos vaqueros, un par de sudaderas, ropa para dormir, una toalla… También tenía que meter una linterna, gel, champú, spray antimosquitos y un neceser con cosas de aseo.

En menos de veinte minutos, mi maleta estaba lista, por lo que llamé a mi madre para que la revisara. Tras hacerlo, la maleta ya estaba en la puerta de la casa, preparada para ser metida en el maletero del coche.

Las horas transcurrieron de forma lenta y pesada, fruto de la emoción que me suponía mi nueva aventura. Nunca había ido a un campamento de verano, aunque sí había escuchado hablar mucho sobre estos a mis amigos, que juran y perjuran que disfrutaron como nunca. Mi hermano no estaba en casa y, cuando le pregunté a mi madre, su respuesta fue que se había ido temprano a no sé dónde con un amigo (imagino que con Guille) y que no volvería hasta por la noche.

Me dio un poco de pena porque pasaría muchos días sin verlo y porque disfruté mucho de volver a estar con él el día anterior, pero la expectación del campamento nublaba todos esos pensamientos. Para ese entonces, todas mis heridas estaban bien cerradas, si bien la de la cabeza me escocía de vez en cuando y la piel de la zona era sensible y delicada, según mi madre no tendría que tener ningún problema por bañarme en cualquier sitio. Aunque también me dijo que ni se me ocurriese tirarme de cabeza por si acaso.

Cuando la hora de partir al fin llegó, el sol estaba ya estaba bajo y las sombras que proyectaba eran finas y alargadas. Metí la maleta en el maletero del coche y me monté en el asiento del copiloto. Me acababa de duchar y llevaba puesto un polo blanco, unos vaqueros cortos oscuros y unos tenis de color blanco. Mi pelo aún estaba húmedo, aunque sin peinar, como estaba acostumbrado al estar en casa estas últimas semanas.

El trayecto en coche se hizo aún más largo, pareciendo que nunca llegásemos a nuestro destino. Cuando el sol ya casi estaba por ocultarse, después de lo que me parecieron horas y horas en el coche, después de cruzar pueblos, subir montañas y esquivar a un rebaño de cabras (que por cierto olían muy fuerte), vimos el primer cartel que indicaba la dirección del campamento.

-       ¡Mira! – exclamé, señalando el letrero.

Mi madre me sonrió y giró a la derecha, siguiendo la indicación de la señal. Tras adentrarnos por un camino sinuoso que atravesaba un campo de robles otros árboles que ya no llego a conocer, dos postes enormes se alzaban, uniéndose en la parte superior por un gran tablón de madera que tenía unas letras coloridas que escribían:

“CAMPAMENTO LUNA NUEVA”

¡Hola a todos! Mirando historias antiguas, volví a leer ‘El mejor amigo de mi hermano’ y me entraron muchas ganas de volver a escribir sobre Alfon y de desarrollar un poco el final inconcluso de dicha saga. Por ello mismo, escribo este prólogo, que sirve tanto como epílogo de dichas historias como de prólogo de esta nueva aventura. Aún no sé qué pasará en este campamento, por lo que espero que me ayuden con sus comentarios y que me digan si les gusta que continúe con Alfonso. Pueden hacerlo en comentarios o en mi e-mail (selulana99@gmail.com) y les doy las gracias de antemano.

PD: ‘Fiesta de Cumpleaños’ proseguirá dentro de poco, ¡perdonad las molestias!