El Camionero

Un joven vaga por la noche sin rumbo fijo y encuentra a un camionero en su camino.

EL CAMIONERO

Era una noche muy calurosa. Yo tenía 17 años y había tenido a una muy seria discusión con mi padre, quien acababa de enterarse de mis tendencias homosexuales, por lo cual decidió expulsarme de casa, pese a los ruegos de mi madre. Caminé durante mucho rato sin rumbo fijo y poco a poco fui llegando a una de las calzadas de acceso a la ciudad. Iba caminando, cuando un enorme trailer se detuvo a mi lado. El conductor abrió la puerta y me preguntó si necesitaba ayuda. Le expliqué que solamente trataba de aclarar mis pensamientos caminando, y me dijo:

  • Sube. Yo te llevaré a un lugar más adecuado. En este sector no es sano caminar de noche y menos una persona sola.

Le agradecí su atención y trepé al interior del gran camión, sentándome a la par del conductor. Era un hombre moreno de pelo corto y negro, un poco panzón y velludo como de 1.80 de estatura y una edad de cómo unos 45 años más o menos. Vestía pantalón de lona, una playera negra, zapatos y tendría unos tres días sin afeitarse. Arrancó el motor y comenzamos a avanzar.

El camionero me preguntó por qué andaba caminando solo en aquel lugar y yo comencé a contarle mis problemas, primero con ciertas reservas, pero luego me fui sincerando, ya que deseaba desahogarme con alguien. El hombre me miraba insistentemente y, suavemente, posó su mano sobre la mía. Aquello me sorprendió, pero no hice nada por retirarme. Él comenzó por decirme que se llamaba Antonio y que le gustaba ayudar a los desconocidos, especialmente los jovencitos como yo. Me dijo que debía tener valor y no dejarme derrumbar por la situación por la que estaba atravesando.

  • Debes seguir tu camino con convicción, si eso es lo que realmente te gusta -dijo.

De pronto, detuvo el vehículo a la orilla de la calzada y, mirándome fijamente, me preguntó si realmente me gustaban los hombres y empezó a mover la mano masajeando mi mano. Eso hizo que me pusiera nervioso. El siguió, puesto que no protesté, al tiempo que él trataba de profundizar la conversación. Los nervios y la excitación hicieron que mi pene se empezara a endurecer y a ponerme caliente.

Poniendo el freno hidráulico, apagó el motor y empezó a acercarse a mi, pegándose. Yo me quede inmóvil y nervioso, esperando. Él empezó a mover su mano a mi pierna, luego a la ingle y era evidente que después, quería tener algo más en su mano.

¡Qué bien se sintió cuando me sobó lo huevos y mi pene duro y caliente! El hombre siguió, hasta empezar a masturbarme por encima del pantalón. Qué rico estaba aquello.

Sin hacerme de rogar, llevé mi mano a su pantalón para agradecer lo que me estaba haciendo. Toqué ese palo duro y pude darme cuenta que el hombre estaba tan excitado como yo.

De pronto, empezó a desabrocharse el cinturón, luego el botón y el cierre, se bajo los pantalones y me mostró un calzoncillo de color café. Su ingle y sus piernas eran peludas. Se alzó la playera y pude ver claramente su pene parado, dentro del calzoncillo. Se quedó esperando, hasta que me decidí y le agarre su pene erecto empezándolo a sobar por encima del calzoncillo. Acariciando sus huevos, su pene empezó a crecer más y más. Después de sentir su cabeza no lo resistí y le baje el calzón hasta debajo de sus huevos. Cuando vi su pene me quedé sorprendido. Era como de 18 cm, oscuroo, sin circuncisión, doblado a la derecha. Sus huevos eran grandes y colgaban cubiertos de pelos largos y gruesos.

Después de masturbarlo un poco, el hombre me empujo la cabeza hacia abajo, me incliné y ahí estaba mi boca a unos centímetros de ese gran pene moreno y peludo. Aceptando la situación, abrí la boca y trague el pene y empecé a mamarlo. ¡Que rico!

Mi cabeza golpeaba su panza y mi nariz sus pelos. Cuando me detuve, el hombre me empujó hacia el habitáculo, atrás de la cabina de pasajeros y comenzó a desnudarme. Unos instantes depués, bajó su cara y sin pensarlo, se metió mi verga a su boca. Me la estaba mamando y yo me sentí excitado a mil. Sentía como la mordía, lengüetaba, masticaba, la llenaba de saliva y me la acariciaba durante unos 5 minutos. Al terminar, el hombre sacó un condón de un bolsillo de su pantalón y se lo puso. Con sus dedos llenos del lubricante del condón, me agarró mis nalgas, me volteo y me puso de viendo hacia adentro. En ese momento, yo estaba tan caliente, que decidí dejarme hacer todo lo que él quisisera.

Despacio, empezó a deslizar su glande dentro de mi ano, tratando de dilatar el esfinter, con un ligero masaje. Sentí la cabeza de su pene penetrar ligeramente. No me dolía, pero sentía algo incomodo. Sin precipitarse, fue metiéndome su pene, hasta llegar a la mitad. Empezó a moverse, muy despacio al principio, para después acelerar.

  • ¡Mmmmmmmmmmmm! -exclamé, porque aquello era delicioso.

Me encantaba cómo me cogía. Me encantó el hechó de que no me dolió ni me irritó, como me había sucedido en algunas experiencias anteriores. Al final, llegué a tenerla toda adentro, mientras el paso se hacía más veloz.

De pronto el hombre sacó totalemnte su instrumento y me volteó. Me mamó mi pene unos momentos y luego me lo volvió a meter, poniendo mis piernas sobre sus hombros. Inició un movimiento de vaivén, como loco. Yo, en tanto, con una mano me masturbaba y con la otra lo acariciaba. Yo veía su pene enfundado en el condón, entrando y saliendo frenético de mi recto. Entonces, mi pene estalló y largó abundante leche que cayó tanto sobre mi vientre, como en su panza. Acto seguido, me sacó su verga y, quitándose el condón, se masturbó con rapidez su pene palpitante. Traté de incorporarme y mamarlo, pero no me dio tiempo. ¡Se vino!

Un primer chorro me dio de lleno en la cara. Los lechazos sucesivos, logré captarlos en mi boca. Eran chorros y chorros de semen blanco que cayeron sobre mi lengua. Me lancé sobre él y, apoderándome de su pene, lo mamé, chupé y sorbí, hasta dejarlo totalmente limpio y seco. ¡Fue algo espectacular!

Después de reposar, nos vestimos, él volvió a su puesto y arrancó el motor. Dijo que me llevaría a un motel y, mientras circulábamos, me di cuenta que la foto de una mujer estaba sobre el tablero. Le pregunté de quien se trataba y, tranquilamente, respondió con orgullo:

  • Es mi esposa. ¿No se ve encantadora?

Le pregunté por qué había hecho esto conmigo si era casado y me respondió que era bisexual. Desde ese entonces, hace ya dos años, soy su compañero de viajes y, juntos, hemos recorrido todo el país y hecho al amor en los lugares más variados. Sólo nos separamos en las breves ocasiones en que llega a su pueblo natal y se reúne con su esposa.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com