El camino hacia mi feminización. Parte I: Belén

De principio a fin, cuento la historia de como un hombre frágil, sumiso y pito corto es feminizado y transformado en una hermosa putita por su novia y su corneador.

Conocí a mi actual (y única) novia en los últimos años de colegio. A fuerza de simpatía y gestos románticos logré ganarme su corazón y nos hicimos novios. O eso pensaba yo, porque luego me confesó que una de las razones por las que había comenzado a salir conmigo había sido el rumor sobre mi pequeño pene.

El rumor, lamentablemente, era cierto. Mi pito no crecía más de 11 centímetros en su máximo esplendor y, por lo general, no llegaba a los 5 cm en estado flácido. Siempre me había dicho a mí mismo que el tamaño no importaba, que lo importante era saberlo usar, pero lamentablemente tampoco era bueno en eso.

Todo cobró sentido cuando mi novia me lo confesó. ¿Cómo una de las mujeres más solicitadas del colegio, una de las más hermosas, había terminado con un pelele pito corto que no sabía coger (de hecho, yo era virgen antes de conocerla, y al día de hoy es la única mujer con la que he tenido sexo, al menos un par de ocasiones)? La respuesta: el morbo. A Belén, mi novia, la volvía loca el hecho de serme infiel y reírse de mí mientras se la cogía una poronga de verdad. Le gustaba fantasear que yo la miraba coger con otros hombres mientras ella me gritaba que así cogían los hombres de verdad.

Me lo confesó cuando le pregunté por qué ya casi no teníamos sexo, y si bien yo estaba casi seguro que el único que no tenia sexo era yo, ella me lo confirmó aquella tarde. Me contó todo su morbo y sus fantasías cuckold y hasta me mostró videos que sus amantes filmaban. En todos se la veía increíblemente puta, desatada. De rodillas chupando desesperadamente una verga enorme, en cuatro patas abriéndose solita las nalgas mientras pedía por favor que se la metieran toda, tomando lechita y hasta recibiendo lluvias doradas y sesiones de spanking. En todos los videos había una constante: ella siempre le decía a sus amantes cosas como “me encanta como me coges con esa pija enorme, mi novio es micropene”, “¿te gusta como me trata un macho de verdad, cornudo?” y una larga lista de humillantes etcéteras. Me generaba una tristeza absoluta saberme tan cornudo, y una humillación incalculable el hecho de saber que todos en el colegio (menos yo) lo sabían. Me sentía degradado como hombre, un patético pito corto incapaz de complacer a una hembra, pero mi pequeño y burlado pitito estaba duro como piedrita.

Belu me dijo que me amaba, pero que era demasiado fuerte el deseo de humillarme, que sólo así gozaba realmente del sexo, solo así sacaba a la luz su lado desaforado y salvaje. Yo estaba hundido en la vergüenza, sabía que jamás podría generar eso en ella, o en alguna otra mujer, y yo también la amaba, la veneraba como a una Diosa. Su cabello largo y rojizo, sus ojos verdes esmeralda profundos e intensos, sus pecas, sus labios de fuego, sus hermosos pechos de tamaño perfecto, su cinturita de avispa tan sensual, su piel hermosa y delicada y su increíble culazo… ella era mi Afrodita, mi todo, no podía dejarla, y tampoco encontraba razón para hacerlo. Si existía una mujer en el mundo capaz de amarme y ser mi novia a pesar de mi nulidad sexual, y si yo amaba a esa mujer, ¿para qué dejarla por otra víctima a la que dejar insatisfecha? Ese día acepté dócilmente ser su cornudo.

Al principio ella me mandaba videos donde cogía con sus amantes y me dedicaba insultos y burlas. A veces esperaba a llegar a casa y me los mostraba ella misma mientras me “obligaba” a masturbarme viéndolos. Con el tiempo empezaron a participar de las humillaciones sus amantes de turno. A Belu le gustaba filmarlos mientras me insultaban, se burlaban de mí, me mostraban la verga a través de la cámara y me decían cosas como “ves esta pija, cornudo, la putita de tu novia se la va a comer toda” o “esto es una pija de hombre, por eso sos cornudo”. Belu me mostraba sus videos orgullosa y se reía de mis reacciones. Cada día daba un paso más en materia de humillación y cuernos, siempre  encontraba una nueva forma de degradarme, y eso la hacía disfrutar aún más.

Con el tiempo comenzaron a llegarme videos desde números anónimos de mi novia siendo brutalmente cogida, todos sus amantes tenían mi número y me enviaban el material en vivo y en directo. A veces, incluso, Belu hacía videollamada conmigo mientras se la cogían. Más de una vez me obligó a desnudarme y a masturbarme en la videollamada mientras veía como la convertían es más y más putita.

Un día llegó a casa y la rutina cambió. Por lo general me ponía los videos y me hacía masturbarme o me acariciaba ella la entrepierna, pero esa noche llegó a casa, se desnudó en la cama, se abrió completamente de piernas y me dijo “chupame toda la conchita bebé”. Yo accedí encantado de volver a tener contacto físico con mi reina, pero enseguida me di cuenta del truco: su conchita estaba completamente llena de leche tibia y fresca. Sí, acababa de coger con uno de sus amantes.

Me tomó del cabello y pegó mi cara contra su concha. Mientras yo chupaba y limpiaba sintiendo aquel desagradable sabor, ella me contaba todo lo que su macho le había hecho hacía apenas un rato. Aquella escena le causó tanto morbo que acabó unas cinco veces mientras la limpiaba. Esa noche, mientras ella se bañaba, exhausta, y yo me daba cuenta que mi pitito estaba más duro que nunca, comprendí que algo en ella se había desbloqueado, que algo que la contenía se había soltado, y que aquellas morbosas perversiones a las que me sometía en pos del placer absoluto estaban a punto de potenciarse; ya nada la iba a detener.

Al principio sus videos y llamadas se volvieron más salvajes, y por supuesto, más dedicados a mi, al cornudo. Le gustaba llegar a casa y poner los videos en la pantalla del living y a todo volúmen, disfrutaba enormemente verse emputecida y desatada en la televisión, y amaba verme a mí recibir todas aquellas brutales humillaciones. Una vez, mientras veíamos un video donde hacía un trío con dos deportistas, Belu en modo putita se acercó a cuatro patas a la cámara, despeinada, con el maquillaje corrido, con restos de leche y escupidas, marcas de cachetazos, y algo en su boca. Se arrodilló al quedar en primer plano y pude ver que lo que tenía en su boca eran varios preservativos usados y llenos de leche.

  • Te llevo toda esta lechita hermosa, cornudito lindo - me decía a través de la pantalla - te la vas a tomar toda mientras vemos el video y te haces la pajita, pero con dos deditos porque la tenes chiquitita.

En ese momento sacó de su cartera los mismos preservativos con los que jugaba en la pantalla. La muy puta realmente me había llevado ese bizarro souvenir de su fiestita. El video continuaba y yo, completamente desnudo y con el pito parado, tuve que presenciar todo el show mientras mi novia me metía los preservativos usados en la boca. Me hizo lamerlos, olerlos, jugar con ellos como si fuese un perrito que quiere su premio, y finalmente los tuve que vaciar. Me hizo abrir la boca y vació el primero dentro. Pude sentir como aquel líquido viscoso y cuantioso invadía toda mi boca. Dos deditos de Belu se apoderaron de mi pito.

  • Dale putito mío, saboreala toda - me decía mientras me masturbaba lentamente con su índice y su pulgar, como a ella le gustaba.

Era un sabor desagradable y su textura y olor me generaba arcadas, era mucha leche, pero estaba tan humillado y tan caliente que no pude resistirme a sus caricias en mi pija y me la tomé toda sólo para complacerla y que decidiera regalarme un orgasmo. Y así fue. Mientras ella me hacía limpiarle los dedos y saborear el preservativo ya vacío como si fuese un caramelo exploté en un bestial orgasmo sobre su mano, que por supuesto tuve que limpiar.

Los siguientes dos preservativos eligió derramarlos y untarlos en su cuerpo para que yo los lamiera. El primero en sus hermosas tetas. El segundo lo derramó en su ombligo y la cascada de leche llegó hasta su conchita. Tuvo varios orgasmos mientras yo la lamía. Gritaba, gemía y me humillaba con insultos y comparaciones con sus sementales. Yo estaba nuevamente excitadísimo, pero no volvió a regalarme otro orgasmo. Yo le pedí sumisamente que me masturbara nuevamente, dándole a entender que comprendía a la perfección que aquello era para mí un premio, lo máximo a lo que podía aspirar. Incluso recuerdo haberme arrodillado a su lado en la cama, abriendo las piernas y pidiéndole por favor que me hiciera una paja, pero no creyó que me lo mereciera.

Desde ese momento, mi consumo de leche de corneadores aumentó exponencialmente junto con mi humillación, que era cada día más extrema e intensa, pero también nació en ella otro costado. Se dio cuenta que disfrutaba muchísimo controlando mi placer. Había notado que yo era muy sumiso, que estaba entregado a su dominio total, y decidió que sería ella la que decidiera cuándo y cómo merecía tener un orgasmo. Antes le alcanzaba el hecho de hacerme su cornudo, pero ahora pretendía ser la dueña de mi placer. No sólo no la cogería, no solo sería sometido a mirar cómo se la cogían infinidad de machos pijudos, no solo debería comerme su leche, ahora tampoco podía elegir cuándo acabar, cuándo gozar, aunque fuera por pura humillación y degradación. Belu sabía que aquello me calentaba tremendamente, y le pareció una gran idea comenzar a mantenerme en ese estado. Siempre humillado, siempre caliente, siempre cornudo, siempre rogando por más.

Desde el día que se dio cuenta que yo ya no me atrevía a tocarme sin su permiso y decidió convertirse en dueña de mi placer y de mi pene, comenzó a comportarse de formas mucho más sensuales, mucho más putita. Se volvía loca cuando se paseaba semidesnuda delante mio, meneando sus impresionantes curvas y me veía mirarla con lujuria y frustración. Estaba constantemente caliente y excitado por su hermoso cuerpo desnudo y su comportamiento sugerente, pero a la vez aquello me derrotaba más, me hacía sentir más frustrado y degradado. El hecho de ver la hermosura de mi novia tan cerca y a la vez tan lejos, casi rozándola pero a la vez tan ajena a mí me dinamitaba el autoestima y el amor propio. Cada vez me consideraba menos cosa, un ente sin valor, patético y diminuto ante semejante Diosa a la que debería estar agradeciéndole que me dejara contemplar su increíble cuerpo. Cuerpo que tenía muchísimos dueños, pero ninguno era yo.

Belu sabía que con toda su belleza me tenía eternamente hipnotizado y entregado, y su dominación sobre mí era absoluta. Cada vez necesitaba sentirme más suyo, cuantos más amantes se cogía yo más la amaba, más la deseaba. Lamía con pasión cada vez que se abría de piernas y me entregaba su conchita cogida y acabada. Su olor a leche y a sexo ya era común para mí, ya que solo en ese estado me permitía lamersela. Me comía aquella conchita hinchada y usada con toda mi alma, devorando todo. Y mi pitito explotaba de ganas.

Pero Belu siempre buscaba más. Más placer, más desenfreno, más humillación para su patético novio cornudo. Pronto decidió que los videos y las llamadas ya no eran suficiente. Ella necesitaba tenerme ahí; necesitaba que yo la viera con mis propios ojos mientras me hacía cornudo. Quería que sus amantes la cogieran delante mío, mostrándome su triunfo y restregándolo en mi cara. Belu quería mirarme a los ojos mientras gemía y me gritaba que me merecía aquello por ser cornudo y pito chico.

Me convenció, o mejor dicho, me avisó, que empezaría a acompañarla a sus citas con sus amantes. Cada semana se cogía al menos a uno. Me hacía acompañarla al hotel y me presentaba ante su macho como “el putito pito corto de mi novio”. Me hacía desnudar delante de ambos y “ponerme cómodo”. Ella solía desnudar al macho de turno mientras hacía comentarios despectivos y comparativos hacia mí. Todos la tenían siempre bastante más grande que yo. Al tiempo comencé a pensar que quizás era cierto que yo no era un hombre. ¿Cómo todos aquellos sujetos podían tener semejantes miembros, semejante virilidad, y yo parecer un niño pequeño al lado de ellos? No había punto de comparación. Cada vez que uno de ellos pelaba su verga delante de mis ojos sentía que mi pequeño pitito se hacía un poco más chico y mi hombría desaparecía un poco más.

Los veía poseer y dominar a mi novia de formas en que yo ni siquiera podía imaginar. Nuestros pocos encuentros sexuales habían sido mediocres, malos, breves. Consistían básicamente en mi novia cabalgando mi pito inexistente, intentando sentirlo, durante dos minutos. Luego yo acababa y ella se enojaba por no haber llegado al orgasmo, o al menos sentido algo dentro suyo. Eran completamente humillantes. Pero aquellos machos la hacían suya, completamente suya. Su descomunal fuerza la sometía, sus manos bruscas se apoderaban de sus caderas, de su culo, la ponían en cuatro patas y solita pegaba la cara contra el colchón para entregarse aún más. Se movían a placer introduciendo sus largas pijas en el interior de mi novia, y yo pensaba qué vergüenza sentía al cogerla y no poder casi despegarme de ella para que no se saliera mi verguita.

Los insultos y burlas de mi novia hacían todo más humillante aún. A veces el amante de turno también hacía un comentario o me denigraba de alguna forma y yo sentía auténticas oleadas de humillación recorrer mi cuerpo, volviéndome loco de calentura. Mi novia intentaba hacer todo más morboso, más degradante para mí. Disfrutaba muchísimo haciéndome arrodillar junto a ella cuando se la cogían contra la pared, para que pudiera ver en primer plano aquellas vergas enormes y mojadas perforarla sin piedad. Yo jamás había visto una pija de tan cerca. Tenerlas a centímetros de mi rostro mientras las miraba penetrar a mi novia me hacía sentir extrañamente excitado. Poco a poco fui acostumbrándome a su presencia. Ya no me resultaba extraño ver una verga, sino morbosamente excitante.

Belén me solía tomar del cabello y acercarme a las vergas hasta casi rozarlas.

  • Quiero que la huelas, cornudo - me decía sonriendo - quiero que sientas el aroma del macho que va a impregnar a la putita de tu novia.

Y yo lo hacía obediente.

Algunos machos disfrutaban enormemente el sentirse superiores al novio de su presa. Se les notaba en el rostro victorioso y lleno de virilidad. Eso a Belén le encantaba. Se volvia aún más puta cuando veía que su macho disfrutaba humillar al cornudo de su novio.

Cuando terminaba de coger solía obligarme a limpiarla delante del corneador y así poco a poco me fue transformando, no solo en un cornudo, sino en un patético intento de hombre sin dignidad, dispuesto a someterse a la degradación absoluta ante el macho alfa sólo para complacer a su reina. Cada día estaba más sometido a sus locuras, y me volvía cada vez más loco por complacerla, por humillarme para su diversión. Y ella cada día inventaba algo nuevo, siempre encontraba la forma de hacerme descender un escalón en la escalera de la dignidad humana. Durante más de un año fui su fiel cornudo en todas sus citas, cumpliendo al pie de la letra sus morbosas órdenes, comparando mi pito inexistente con las vergas de sus machos. Poniéndoles y quitándoles el preservativo, pidiéndoles por favor que se la cogieran más duro porque yo no podía, lamiendo sus corridas sumisamente. Y cada noche al regresar, Belu se dedicaba a humillarme, a reirse de mí, y a contarme con detalles cuánto le había gustado la cogida que le habían propiciado. Disfrutaba enormemente haciéndome pasarle crema por la colita castigada a chirlos, por su conchita abusada. Disfrutaba hacerme bañarla mientras se excitaba contándome todo lo que había sentido y se burlaba de mi frustración, de las eternas ganas reprimidas que yo tenía de acabar, de gozar. Pero las cosas se tornaron más (sí, más) oscuras y morbosas cuando Andrés apareció en nuestras vidas.

Andrés fue uno de los tantísimos amantes que Belu tuvo, pero fue el único que entendió realmente por donde pasaba su morbo, el único que se atrevió a jugar su juego conmigo y a llevar las cosas al extremo. Andrés fue el corneador perfecto para mi novia, el que disfrutaba más de humillarme a mí, el cornudito, que de cogerse a ella. Aquel que entendía que lo que la dama buscaba era un macho alfa que sometiera al putito beta delante de sus ojitos verdes.Conocí a mi actual (y única) novia en los últimos años de colegio. A fuerza de simpatía y gestos románticos logré ganarme su corazón y nos hicimos novios. O eso pensaba yo, porque luego me confesó que una de las razones por las que había comenzado a salir conmigo había sido el rumor sobre mi pequeño pene.

El rumor, lamentablemente, era cierto. Mi pito no crecía más de 11 centímetros en su máximo esplendor y, por lo general, no llegaba a los 5 cm en estado flácido. Siempre me había dicho a mí mismo que el tamaño no importaba, que lo importante era saberlo usar, pero lamentablemente tampoco era bueno en eso.

Todo cobró sentido cuando mi novia me lo confesó. ¿Cómo una de las mujeres más solicitadas del colegio, una de las más hermosas, había terminado con un pelele pito corto que no sabía coger (de hecho, yo era virgen antes de conocerla, y al día de hoy es la única mujer con la que he tenido sexo, al menos un par de ocasiones)? La respuesta: el morbo. A Belén, mi novia, la volvía loca el hecho de serme infiel y reírse de mí mientras se la cogía una poronga de verdad. Le gustaba fantasear que yo la miraba coger con otros hombres mientras ella me gritaba que así cogían los hombres de verdad.

Me lo confesó cuando le pregunté por qué ya casi no teníamos sexo, y si bien yo estaba casi seguro que el único que no tenia sexo era yo, ella me lo confirmó aquella tarde. Me contó todo su morbo y sus fantasías cuckold y hasta me mostró videos que sus amantes filmaban. En todos se la veía increíblemente puta, desatada. De rodillas chupando desesperadamente una verga enorme, en cuatro patas abriéndose solita las nalgas mientras pedía por favor que se la metieran toda, tomando lechita y hasta recibiendo lluvias doradas y sesiones de spanking. En todos los videos había una constante: ella siempre le decía a sus amantes cosas como “me encanta como me coges con esa pija enorme, mi novio es micropene”, “¿te gusta como me trata un macho de verdad, cornudo?” y una larga lista de humillantes etcéteras. Me generaba una tristeza absoluta saberme tan cornudo, y una humillación incalculable el hecho de saber que todos en el colegio (menos yo) lo sabían. Me sentía degradado como hombre, un patético pito corto incapaz de complacer a una hembra, pero mi pequeño y burlado pitito estaba duro como piedrita.

Belu me dijo que me amaba, pero que era demasiado fuerte el deseo de humillarme, que sólo así gozaba realmente del sexo, solo así sacaba a la luz su lado desaforado y salvaje. Yo estaba hundido en la vergüenza, sabía que jamás podría generar eso en ella, o en alguna otra mujer, y yo también la amaba, la veneraba como a una Diosa. Su cabello largo y rojizo, sus ojos verdes esmeralda profundos e intensos, sus pecas, sus labios de fuego, sus hermosos pechos de tamaño perfecto, su cinturita de avispa tan sensual, su piel hermosa y delicada y su increíble culazo… ella era mi Afrodita, mi todo, no podía dejarla, y tampoco encontraba razón para hacerlo. Si existía una mujer en el mundo capaz de amarme y ser mi novia a pesar de mi nulidad sexual, y si yo amaba a esa mujer, ¿para qué dejarla por otra víctima a la que dejar insatisfecha? Ese día acepté dócilmente ser su cornudo.

Al principio ella me mandaba videos donde cogía con sus amantes y me dedicaba insultos y burlas. A veces esperaba a llegar a casa y me los mostraba ella misma mientras me “obligaba” a masturbarme viéndolos. Con el tiempo empezaron a participar de las humillaciones sus amantes de turno. A Belu le gustaba filmarlos mientras me insultaban, se burlaban de mí, me mostraban la verga a través de la cámara y me decían cosas como “ves esta pija, cornudo, la putita de tu novia se la va a comer toda” o “esto es una pija de hombre, por eso sos cornudo”. Belu me mostraba sus videos orgullosa y se reía de mis reacciones. Cada día daba un paso más en materia de humillación y cuernos, siempre  encontraba una nueva forma de degradarme, y eso la hacía disfrutar aún más.

Con el tiempo comenzaron a llegarme videos desde números anónimos de mi novia siendo brutalmente cogida, todos sus amantes tenían mi número y me enviaban el material en vivo y en directo. A veces, incluso, Belu hacía videollamada conmigo mientras se la cogían. Más de una vez me obligó a desnudarme y a masturbarme en la videollamada mientras veía como la convertían es más y más putita.

Un día llegó a casa y la rutina cambió. Por lo general me ponía los videos y me hacía masturbarme o me acariciaba ella la entrepierna, pero esa noche llegó a casa, se desnudó en la cama, se abrió completamente de piernas y me dijo “chupame toda la conchita bebé”. Yo accedí encantado de volver a tener contacto físico con mi reina, pero enseguida me di cuenta del truco: su conchita estaba completamente llena de leche tibia y fresca. Sí, acababa de coger con uno de sus amantes.

Me tomó del cabello y pegó mi cara contra su concha. Mientras yo chupaba y limpiaba sintiendo aquel desagradable sabor, ella me contaba todo lo que su macho le había hecho hacía apenas un rato. Aquella escena le causó tanto morbo que acabó unas cinco veces mientras la limpiaba. Esa noche, mientras ella se bañaba, exhausta, y yo me daba cuenta que mi pitito estaba más duro que nunca, comprendí que algo en ella se había desbloqueado, que algo que la contenía se había soltado, y que aquellas morbosas perversiones a las que me sometía en pos del placer absoluto estaban a punto de potenciarse; ya nada la iba a detener.

Al principio sus videos y llamadas se volvieron más salvajes, y por supuesto, más dedicados a mi, al cornudo. Le gustaba llegar a casa y poner los videos en la pantalla del living y a todo volúmen, disfrutaba enormemente verse emputecida y desatada en la televisión, y amaba verme a mí recibir todas aquellas brutales humillaciones. Una vez, mientras veíamos un video donde hacía un trío con dos deportistas, Belu en modo putita se acercó a cuatro patas a la cámara, despeinada, con el maquillaje corrido, con restos de leche y escupidas, marcas de cachetazos, y algo en su boca. Se arrodilló al quedar en primer plano y pude ver que lo que tenía en su boca eran varios preservativos usados y llenos de leche.

  • Te llevo toda esta lechita hermosa, cornudito lindo - me decía a través de la pantalla - te la vas a tomar toda mientras vemos el video y te haces la pajita, pero con dos deditos porque la tenes chiquitita.

En ese momento sacó de su cartera los mismos preservativos con los que jugaba en la pantalla. La muy puta realmente me había llevado ese bizarro souvenir de su fiestita. El video continuaba y yo, completamente desnudo y con el pito parado, tuve que presenciar todo el show mientras mi novia me metía los preservativos usados en la boca. Me hizo lamerlos, olerlos, jugar con ellos como si fuese un perrito que quiere su premio, y finalmente los tuve que vaciar. Me hizo abrir la boca y vació el primero dentro. Pude sentir como aquel líquido viscoso y cuantioso invadía toda mi boca. Dos deditos de Belu se apoderaron de mi pito.

  • Dale putito mío, saboreala toda - me decía mientras me masturbaba lentamente con su índice y su pulgar, como a ella le gustaba.

Era un sabor desagradable y su textura y olor me generaba arcadas, era mucha leche, pero estaba tan humillado y tan caliente que no pude resistirme a sus caricias en mi pija y me la tomé toda sólo para complacerla y que decidiera regalarme un orgasmo. Y así fue. Mientras ella me hacía limpiarle los dedos y saborear el preservativo ya vacío como si fuese un caramelo exploté en un bestial orgasmo sobre su mano, que por supuesto tuve que limpiar.

Los siguientes dos preservativos eligió derramarlos y untarlos en su cuerpo para que yo los lamiera. El primero en sus hermosas tetas. El segundo lo derramó en su ombligo y la cascada de leche llegó hasta su conchita. Tuvo varios orgasmos mientras yo la lamía. Gritaba, gemía y me humillaba con insultos y comparaciones con sus sementales. Yo estaba nuevamente excitadísimo, pero no volvió a regalarme otro orgasmo. Yo le pedí sumisamente que me masturbara nuevamente, dándole a entender que comprendía a la perfección que aquello era para mí un premio, lo máximo a lo que podía aspirar. Incluso recuerdo haberme arrodillado a su lado en la cama, abriendo las piernas y pidiéndole por favor que me hiciera una paja, pero no creyó que me lo mereciera.

Desde ese momento, mi consumo de leche de corneadores aumentó exponencialmente junto con mi humillación, que era cada día más extrema e intensa, pero también nació en ella otro costado. Se dio cuenta que disfrutaba muchísimo controlando mi placer. Había notado que yo era muy sumiso, que estaba entregado a su dominio total, y decidió que sería ella la que decidiera cuándo y cómo merecía tener un orgasmo. Antes le alcanzaba el hecho de hacerme su cornudo, pero ahora pretendía ser la dueña de mi placer. No sólo no la cogería, no solo sería sometido a mirar cómo se la cogían infinidad de machos pijudos, no solo debería comerme su leche, ahora tampoco podía elegir cuándo acabar, cuándo gozar, aunque fuera por pura humillación y degradación. Belu sabía que aquello me calentaba tremendamente, y le pareció una gran idea comenzar a mantenerme en ese estado. Siempre humillado, siempre caliente, siempre cornudo, siempre rogando por más.

Desde el día que se dio cuenta que yo ya no me atrevía a tocarme sin su permiso y decidió convertirse en dueña de mi placer y de mi pene, comenzó a comportarse de formas mucho más sensuales, mucho más putita. Se volvía loca cuando se paseaba semidesnuda delante mio, meneando sus impresionantes curvas y me veía mirarla con lujuria y frustración. Estaba constantemente caliente y excitado por su hermoso cuerpo desnudo y su comportamiento sugerente, pero a la vez aquello me derrotaba más, me hacía sentir más frustrado y degradado. El hecho de ver la hermosura de mi novia tan cerca y a la vez tan lejos, casi rozándola pero a la vez tan ajena a mí me dinamitaba el autoestima y el amor propio. Cada vez me consideraba menos cosa, un ente sin valor, patético y diminuto ante semejante Diosa a la que debería estar agradeciéndole que me dejara contemplar su increíble cuerpo. Cuerpo que tenía muchísimos dueños, pero ninguno era yo.

Belu sabía que con toda su belleza me tenía eternamente hipnotizado y entregado, y su dominación sobre mí era absoluta. Cada vez necesitaba sentirme más suyo, cuantos más amantes se cogía yo más la amaba, más la deseaba. Lamía con pasión cada vez que se abría de piernas y me entregaba su conchita cogida y acabada. Su olor a leche y a sexo ya era común para mí, ya que solo en ese estado me permitía lamersela. Me comía aquella conchita hinchada y usada con toda mi alma, devorando todo. Y mi pitito explotaba de ganas.

Pero Belu siempre buscaba más. Más placer, más desenfreno, más humillación para su patético novio cornudo. Pronto decidió que los videos y las llamadas ya no eran suficiente. Ella necesitaba tenerme ahí; necesitaba que yo la viera con mis propios ojos mientras me hacía cornudo. Quería que sus amantes la cogieran delante mío, mostrándome su triunfo y restregándolo en mi cara. Belu quería mirarme a los ojos mientras gemía y me gritaba que me merecía aquello por ser cornudo y pito chico.

Me convenció, o mejor dicho, me avisó, que empezaría a acompañarla a sus citas con sus amantes. Cada semana se cogía al menos a uno. Me hacía acompañarla al hotel y me presentaba ante su macho como “el putito pito corto de mi novio”. Me hacía desnudar delante de ambos y “ponerme cómodo”. Ella solía desnudar al macho de turno mientras hacía comentarios despectivos y comparativos hacia mí. Todos la tenían siempre bastante más grande que yo. Al tiempo comencé a pensar que quizás era cierto que yo no era un hombre. ¿Cómo todos aquellos sujetos podían tener semejantes miembros, semejante virilidad, y yo parecer un niño pequeño al lado de ellos? No había punto de comparación. Cada vez que uno de ellos pelaba su verga delante de mis ojos sentía que mi pequeño pitito se hacía un poco más chico y mi hombría desaparecía un poco más.

Los veía poseer y dominar a mi novia de formas en que yo ni siquiera podía imaginar. Nuestros pocos encuentros sexuales habían sido mediocres, malos, breves. Consistían básicamente en mi novia cabalgando mi pito inexistente, intentando sentirlo, durante dos minutos. Luego yo acababa y ella se enojaba por no haber llegado al orgasmo, o al menos sentido algo dentro suyo. Eran completamente humillantes. Pero aquellos machos la hacían suya, completamente suya. Su descomunal fuerza la sometía, sus manos bruscas se apoderaban de sus caderas, de su culo, la ponían en cuatro patas y solita pegaba la cara contra el colchón para entregarse aún más. Se movían a placer introduciendo sus largas pijas en el interior de mi novia, y yo pensaba qué vergüenza sentía al cogerla y no poder casi despegarme de ella para que no se saliera mi verguita.

Los insultos y burlas de mi novia hacían todo más humillante aún. A veces el amante de turno también hacía un comentario o me denigraba de alguna forma y yo sentía auténticas oleadas de humillación recorrer mi cuerpo, volviéndome loco de calentura. Mi novia intentaba hacer todo más morboso, más degradante para mí. Disfrutaba muchísimo haciéndome arrodillar junto a ella cuando se la cogían contra la pared, para que pudiera ver en primer plano aquellas vergas enormes y mojadas perforarla sin piedad. Yo jamás había visto una pija de tan cerca. Tenerlas a centímetros de mi rostro mientras las miraba penetrar a mi novia me hacía sentir extrañamente excitado. Poco a poco fui acostumbrándome a su presencia. Ya no me resultaba extraño ver una verga, sino morbosamente excitante.

Belén me solía tomar del cabello y acercarme a las vergas hasta casi rozarlas.

  • Quiero que la huelas, cornudo - me decía sonriendo - quiero que sientas el aroma del macho que va a impregnar a la putita de tu novia.

Y yo lo hacía obediente.

Algunos machos disfrutaban enormemente el sentirse superiores al novio de su presa. Se les notaba en el rostro victorioso y lleno de virilidad. Eso a Belén le encantaba. Se volvia aún más puta cuando veía que su macho disfrutaba humillar al cornudo de su novio.

Cuando terminaba de coger solía obligarme a limpiarla delante del corneador y así poco a poco me fue transformando, no solo en un cornudo, sino en un patético intento de hombre sin dignidad, dispuesto a someterse a la degradación absoluta ante el macho alfa sólo para complacer a su reina. Cada día estaba más sometido a sus locuras, y me volvía cada vez más loco por complacerla, por humillarme para su diversión. Y ella cada día inventaba algo nuevo, siempre encontraba la forma de hacerme descender un escalón en la escalera de la dignidad humana. Durante más de un año fui su fiel cornudo en todas sus citas, cumpliendo al pie de la letra sus morbosas órdenes, comparando mi pito inexistente con las vergas de sus machos. Poniéndoles y quitándoles el preservativo, pidiéndoles por favor que se la cogieran más duro porque yo no podía, lamiendo sus corridas sumisamente. Y cada noche al regresar, Belu se dedicaba a humillarme, a reirse de mí, y a contarme con detalles cuánto le había gustado la cogida que le habían propiciado. Disfrutaba enormemente haciéndome pasarle crema por la colita castigada a chirlos, por su conchita abusada. Disfrutaba hacerme bañarla mientras se excitaba contándome todo lo que había sentido y se burlaba de mi frustración, de las eternas ganas reprimidas que yo tenía de acabar, de gozar. Pero las cosas se tornaron más (sí, más) oscuras y morbosas cuando Andrés apareció en nuestras vidas.

Andrés fue uno de los tantísimos amantes que Belu tuvo, pero fue el único que entendió realmente por donde pasaba su morbo, el único que se atrevió a jugar su juego conmigo y a llevar las cosas al extremo. Andrés fue el corneador perfecto para mi novia, el que disfrutaba más de humillarme a mí, el cornudito, que de cogerse a ella. Aquel que entendía que lo que la dama buscaba era un macho alfa que sometiera al putito beta delante de sus ojitos verdes.

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Buenas pajas, lectores.