El camino del cazador

Relato de fantasía para todos los públicos, esta es la historia de Ivar; un muchacho de tan solo 12 años, que vive una apacible vida aunque monótona con su hermano mayor y su familia. Todos viven en Silcape, una aldea norteña sobre una montaña; de la coalición del norte.

El camino del cazador

Introducción

Vivo en un pequeño pueblo de la unión del norte llamado: Silcape, es un pueblo maderero que sobrevive fundamentalmente de sus artesanías en madera y de su venta de madera; por lo que fundamentalmente hay artesanos de madera, carpinteros y leñadores.

También algunos rebeldes de este tipo de vida son pescadores de río, dado que hay un río de agua fría y dulce que cruza el pueblo; este río se llama el resfriado helado, mi abuelo es uno de esos viejos rebeldes amante de sus antiguas costumbres.

Mi padre es un gigantesco leñador, mi madre una diestra artesana de madera; mi hermano mayor carpintero, aún no he decidido que quiero ser pero no me niego a probar nada.

Desde hace 4 años cada uno de la familia ha intentado convencerme para tirar hacia un lado u otro, cada vez que sacan el tema mi estómago se pone mal; mi padre me ha dado hachas pequeñas para ayudarle a cortar árboles, pero definitivamente no es lo mío y acabo con las manos destrozadas para nada.

Mi abuelo me ha llevado a pescar, pero no tengo paciencia y soy demasiado inquieto; ahuyentó los peces, con mi abundante charla o espasmos de inquietud repentina.

Mi madre me ha pedido ayuda muchas veces, pero siempre termino cargándome la artesanía que me manda hacer por muy básica y sencilla que sea; ella acaba peleando conmigo, así que terminó marchándome para no oír sus gritos e improperios impropios de mi madre pero es que la saco de sus casillas.

Mi hermano mayor que sin duda tiene la paciencia de padre, ha intentado miles de veces que le ayude como carpintero; no obstante aunque se me da mejor que lo demás, sigo siendo un desastre y siempre termino causando algún accidente que lo mete en problemas.

Lo único que ha conseguido mi familia con todo esto es que he desarrollado un buen gusto por el pescado y la madera, me gusta tallar con un cuchillo trozos de madera para imitar cosas que veo; cada vez que lo ven mi familia resoplan y me dicen: con eso no puedes ganar dinero, búscate un trabajo de verdad.

Comprendo lo que quieren, quieren que tenga un futuro; pero no entiendo la obsesión con el dinero o con el trabajo de verdad, yo no pongo trabas simplemente es que no poseo las habilidades para sobrevivir en este pueblo.

Me levanto con los gritos de los gallos, ignoro qué día será; no es importante para nosotros, todos trabajamos el día que sea así que...qué más da.

El desayuno está sobre la mesa, un trozo de pan con queso viejo y zumo de nuestro pequeño huerto; el queso se lo compramos al pastor, que pastorea cerca de la cañada.

Esta bastante bueno el queso, mi madre siempre mezcla las frutas; me gustan la mezcla de sabores, pero no al tuntún como ella hace y se lo dicho muchas veces pero ya me cansé es inútil.

-          ¿está bueno? - me pregunta Thyre, mi madre; una pelirroja de ojos azules, con una belleza y unas curvas de infarto o eso dice mi padre...que es tan bella como rosada tiene la piel o pecas en la cara posee.

-          esta como siempre, madre. - comento, es mi forma respetuosa de decir; esta horrible como siempre y lo sabes.

Tras un rato en silencio.

-          hoy necesito que vayas al mercado, en la tienda de suministros; la tienda del viejo Bernie, han llegado algunas cosas para mí. - dice mi madre.

-          ¿Ahora soy el recadero? - protesto, nada más tragar la comida que tengo en la boca.

-          todos tenemos que ayudar en casa, Ivar...tu hermano tiene trabajo pendiente esta semana, tu padre está cortando leña para él y para mí; para nosotros en general, tu abuelo pescando y yo tengo artesanías pendientes ¿se te ocurre una forma mejor de ayudar? - me pregunta con retintín, se refiere a que no se hacer nada en realidad; pero es cariñosa y no lo dice, pero lo piensa

Mi estómago ruge y empieza a doler.

-          está bien, será un placer ayudar en casa; ¿luego podré estar libre? - pregunto esperanzado, acariciando mi tripa dolorida.

-          si acabas pronto el recado, sí. - sentencia mi madre, dejando claro que lo primero es su recado.

Asiento poco convencido, parece un sí; de los que significan no, aunque suenen como un sí.

-          gracias mamá. - me levanto y le beso la frente, cuando me comiendo a marchar; ella carraspea, la miro frunciendo el ceño.

-          ¿no se te olvida algo? - pregunta severa, cruzada de brazos.

-          ¿lavar los cacharros del desayuno? - arqueo la ceja, preocupado de que sea eso.

Ella asiente.

-          alguien debe hacerlo y yo no puedo - dice sin descruzar los brazos.

-          pero mamá, yo ya voy a... - empiezo a protestar.

-          ya me has oído, Ivar; no quiero repetírtelo. - se muestra enojada.

Suspiro decepcionado.

-          sí, mamá... - acepto finalmente.

Ella se marcha a trabajar al taller, por mi parte me pongo a limpiar todos los utensilios de la cocina y la cocina misma; la dejo como los chorros del oro, aun protestando y quejándome soy trabajador. Sé que mi madre tiene razón, ya que no se hacer nada; debo de ayudar de algún modo, solo que me molesta tener que hacerlo todo yo no elegí nacer siendo así.

Una vez termino de limpiar lo de la cena y el desayuno, una hora más tarde; salgo con el fardo de los recados, voy por el sendero hasta el pueblo.

Allí veo a los hermanos Crawford y a Bily jugar en la plaza, sus padres son burgueses y no tienen ningún tipo de problemas; ellos como siempre me ofrecen jugar entre risitas porque ya saben que no puedo hacerlo.

-          eh, Ivar; ¿quieres jugar? - pregunta Bily, intentando aguantar la risita como puede.

-          no, no puedo gracias; quizás más tarde. - me lamento en voz alta.

-          vale, eso sí estamos. - dice Alan Crawford, el hermano más alto del grupo de amigos; ya riéndose sin control.

-          venga a trabajar, gandul - me increpa riéndose y haciendo reír a los otros, Emerk Crawford el bajito del grupo.

Gruño y los miro mal, pero sigo mi camino; observando el panorama que veo cada día, porque nada de esto es nuevo para mí. La gente corre de un lado a otro haciendo sus compras en la mañana, por vivir en la montaña los cambios de temperatura son un tanto bruscos; para rematar el río hace más húmedo el clima y eso no ayuda tampoco. Este pueblo tiene poco turismo, no es muy grande; por lo que todas las caras son conocidas y no mucha gente nueva viene a vivir por aquí, casi nos conocemos entre todos.

Algunos me saludan con amabilidad porque son amigos de mis padres, mi abuelo o mi hermano mayor; la minoría me mira mal porque se llevan mal con estos o han tenido algún problema con alguno de ellos, pocos me ignoran o se hacen los tontos como si no estuviera.

Las casas en su mayoría son de madera, el ayuntamiento; la forja, la ermita son de piedra pero poco más y el suelo no es más que arena.

Llego hasta la tienda del viejo Bernie es una de las pocas tiendas que está a mitad de camino entre piedra y madera, él es mal mirado por muchos porque no nació en este pueblo y se rumorea que nació en el ducado de Norman haya en el sur...pero conmigo siempre es delicado, amable y paciente; por lo que yo no tengo motivos para mirarle mal por ser extranjero o haber nacido en otra parte, aunque casi siempre es la causa de mis problemas por perder mi tiempo haciendo recados en su tienda.

Al abrir la puerta de cristal reforzado suena la campanilla característica, el sale del almacén con un trapo limpiándose las manos; su paso es lento debido a una pequeña cojera que padece desde siempre, al verme se ajusta sus anteojos polvorientos y pone su sonrisa afable en su cara.

-          ah, el pequeño Ivar; ¿qué te trae por aquí? - me pregunta extrañado.

-          señor Bernie, mi madre Thyre me envía a por unas cosas que llegaron para ella. - le recuerdo, porque veo que se le ha olvidado.

-          ah sí, ahora que lo dices...dame un momento. - me pide, entrando en el almacén.

Miro todos los trastos variados que hay en la tienda repartidas en estanterías y mesas con cajones de cristal, mientras escucho como Bernie trastea en el almacén; un muchacho entra en la tienda  y me sorprende no conocerle.

-          un momento - grita el viejo Bernie, desde el almacén.

-          hola - me saluda el muchacho, lleva una gabardina de piel y hace lo mismo que yo mirar las cosas. - sin prisa - suelta el, aun sabiendo que no lo escuchara con ese tono.

Lo miro perplejo, no contesto; soy un poco tímido con la gente desconocida, el parece no inmutarse y se acicala el pelo negro frente a un espejo viejo oxidado.

Al poco sale Bernie, con un carro lleno de paquetes envueltos.

-          esto son las cosas de tu madre, ¿vienes tu solo? - me pregunta atónito.

-          sí, ¿es todo eso? - silbo sorprendido.

-          ¿solo traes eso para llevarlo? - señala mi fardo y asiento lentamente.

-          vaya deberían de haber acudido contigo, tu padre y tu hermano mayor al menos o haber traído el burro como mínimo. - comenta preocupado el viejo Bernie, tan preocupado que se olvida del otro muchacho.

-          tranquilo - suspiro observando el carro lleno - yo me encargo. - determino, agarro un paquete lo meto en el fardo y agarro otro con las dos manos; haciendo cálculos me llevará toda la mañana, resoplo y empiezo a trabajar en ello.

Cuando me voy cargado el muchacho sigue allí, al retornar me lo cruzo de camino; me observa pero como sabe que no le contestare no dice nada, cuando llego a casa me lo cruzo en la puerta y me sorprendo de verlo hablando con mi madre.

Después de eso, ya no vuelvo a verle.

Cuando vuelvo a casa y he terminado, casi es la hora de comer.

-          mamá, ¿qué quería el muchacho de antes? - le pregunto a esta, me mira sorprendida.

-          me estuvo preguntando el precio de mis artesanías, me comentó que te vio en la tienda del viejo Bernie; pero poco más, ¿por qué esa curiosidad? - me interroga mi madre.

-          me lo encontré tres veces hoy en la mañana, simple curiosidad; ya sabes que me producen los extranjeros. - le digo tan tranquilo.

-          me dijo que te saludo y no le contestaste - inquiere molesta.

-          ya...es que no lo conozco. - me excuso y mi madre gruñe en respuesta.

-          ¡ya he llegado a casa! - grita mi padre con su vozarrón.

-          vamos a almorzar, Ivar. - deja caer mi madre, levantándose.