El camino del cazador 10. Enfermería e intendencia
Ivar se separa de todo y todos, para centrarse en sus necesidades actuales y conocer un poco mas el campamento, conocimiento que por otra parte luego; puede salvarle la vida, ya abra momento para socializar o quizá no...Ivar no es amigo de hacer amigos nuevos, al menos no tan fácil.
El camino del cazador
Darek Defens
Capítulo 10. Enfermería e intendencia
(Búscame por mi nombre de autor, para estar al loro de mis escritos)
Voy con paso tranquilo, recorriendo la visita turística hacia detrás; lo primero que voy es a intendencia, hoy esta vacío y probablemente mañana estará colapsado de gente. Veo que los exploradores y soldados, patrullan el campamento; supongo que esto cuando haya graduados, cambiara.
Algunos que se alejan demasiado del campamento o que se adentran demasiado en los bosques, son reñidos y escoltados por estos; no sé cómo, pero los carros ya están dentro.
«Me pregunto, por donde abran entrado»
Todos somos del norte o el centro de las tierras libres, se nota por sus maneras de vestir; aunque no es que yo sea muy ducho en el tema, pero si soy observador y no creo que metan a gente del sur, este u oeste por aquí.
Llego a intendencia, quitando algunos chicos que hacen alguna pregunta y se van; esta vacío, me acerco y veo en la ventanilla de atención al publico a un hombre calvo y gordo entrado en años.
Tiene una cara afable, aunque parece mortalmente aburrido; el me mira, hace un sonido de molestia.
— ¿y bien, que necesitas?
Lo miro con cara de pena, me desabrocho un zapato y se lo enseño; luego con mucho trabajo, consigo hablarle.
— ¿podría prestarme unos zapatos de mi talla, para mañana? Estos están destrozados, quizá falle por ellos; pero me gustaría fallar, por merito propio y no por una herramienta.
El observa los zapatos, me observa luego a mí; frunce el ceño, mientras parece estar pensativo.
«¿me los dará? Odio pedir cosas, pero los devolveré si paso la prueba.»
— ¿y como se yo, que si suspendes; me lo devolverás?
— ¿le doy mi palabra de honor?
El frunce el ceño, incluso mas que antes; hasta que rompe en una carcajada, luego observa los objetos que llevo encima.
— Cuando hablan los hombres de verdad, se presentan; así que voy a darte mi nombre, luego tu me darás el tuyo y sellaremos un trato.
Me explica el procedimiento, asiento afirmativamente; ofrezco mi mano, el estrecha la suya.
— Yo soy Anderson.
— Yo Ivar
Damos 2 apretones como es tradición y soltamos las manos.
— Bien, una vez echas las presentaciones; no puedo darte los zapatos como un préstamo sin garantía alguna, pero siempre puedes desprenderte de algún objeto que portes que te importe.
Miro los objetos que llevo encima, el hacha pequeña que me entrego mi padre; ese objeto aunque útil, no me produce ningún apego y solo me recuerda malos momentos. El martillo de mi hermano, útil; practico, pero me produce mas incomodidad que otra cosa. El cuchillo de mi madre, lo utilizo para evadirme; es una de las cosas, que aunque su utilidad no me convence le he buscado alguna. Por último, los aparejos de mi abuelo; son útiles, me recuerdan a mi abuelo y me producen el mismo sentimiento agridulce. Todos han intentado obligarme a tener una profesión que no me gustaba, sin embargo uno entre todos esos; el cuchillo, le busque por mi lado mi propia funcionalidad.
— ¿Te hace el cuchillo?
— ¿el cuchillo? ¿y que hace que esa tan importante para ti?
Me quedo mirándolo.
— Me lo regalo mi madre.
— Ah
— Pero, no es por eso; me importa, porque supe buscarle un sentido diferente al que mi madre me explico que tenía y lo hice…
— ¿tuyo?
— Si, lo hice mío.
— Esta bien, te prestare los zapatos; aprueba y te devolveré el cuchillo, sino me lo quedare como pago por mi préstamo y me devolverás los zapatos.
Asiento en desventaja, siento que solo aprobar tendría sentido en este trato; pero si quiero tener una oportunidad de aprobar sin machacarme los pies, no me queda más remedio.
— Gracias, supongo.
— No pareces contento.
— No es un trato justo, pero no me queda de otra.
Él sonríe y me da los zapatos.
«Abusón»
Observo los zapatos, son justo de mi talla; son zapatos de piel acolchada por dentro, cuero bueno por fuera y tienen una crema protectora de algún tipo de grasa. La suela tiene 1 dedo de un material que se pega al suelo y que desconozco, tiene boquetes por la parte lateral; al ponérmelos se ajustan perfectamente a mi pie y me noto volar por el acolchamiento.
— Son buenos, ¿eh?
«Increíbles»
— No están mal, bueno debo ir a la enfermería a que me curen los pies.
— Si quieres un consejo, pregunta por Eyra; ella hará maravilla con tus pies, seguramente.
— Gracias, hablare con Eyra.
«¿Tan buena será?»
Salgo de la “entrada” del campamento, porque estoy junto al tobogán y si hay otra salida; no la conozco, tiro hacia la izquierda en diagonal y me dirijo hacia la enfermería en la que hay una cola brutal. Por fortuna, la cola avanza rápida; mientras espero mi turno, observo todo a nuestro alrededor.
Es un hermoso valle, dentro de un volcán gigantesco; el sol de verdad solo estará un par de horas en el cielo, porque el boquete es grande pero limitado y sin embargo hay una luz artificial en el ambiente. Además del calor, que no parece provenir del sol; sino del propio suelo del volcán, además eso me preocupa un poco.
«¿esto será un sitio mágico? ¿este volcán no entrara en erupción? Espero que no»
La verdad es que no noto nada, si hay magia aquí; no siento nada anormal, me extraña mucho todo esto.
Cuando es mi turno, una mujer con cara estirada; seria y amargada, me mira con cara de mal humor.
— Nombre y dolencia.
— Ivar hijo de Gerd, los pies me están matando.
— Entendido, en cuanto se quede libre una sanadora; te paso para dentro.
— Perdone, busco a Eyra; me manda Anderson.
— Tsk, ese viejo metiche; de acuerdo pasa, al fondo a la derecha.
«¿viejo metiche? Parece que el tipo es importante.»
Sin pensarlo mucho, le asiento y empiezo a entrar.
— Gracias.
Decido no hablar más, a veces tengo obligación de hacerlo; pero no significa que me guste, esto va a ser lo más difícil de todo.
Entro en la enfermería, que no es mas que un pasillo; lleno de puertas en el lado izquierdo, lleno de habitaciones. Hay unas 12 habitaciones, la mayoría están cerradas; unas pocas encajadas y un par de habitaciones están abiertas. En todas hay una enfermera atendiendo a un chico, usan materiales de curación; con pinta de buena calidad, llego a la puerta 12 y llamo a la puerta.
— Adelante.
Entro y veo una habitación totalmente blanca, con una cama en medio de la sala; tiene un par de maletas sobre la mesa, con algunas cosas usadas y una mujer rubia de ojos azules muy brillantes.
— Me envía Anderson, ¿puede curarme?
— ¿Anderson? Pasa, pasa.
Su mirada agotada, se trasforma en una mueca de cariño; parece que Anderson es importante, lo tomare en cuenta. Paso, me siento en la cama.
— ¿y qué problema tienes?
— Los pies, por el camino me los hice polvo.
Ella asiente.
— A ver muéstramelos.
Con dificultad y dolor, me quito los zapatos nuevos.
— Malag, madre de los dioses; ¡como tienes los pies! ¿Qué te ha pasado?
— Jalar de los carros, con zapatos destrozados.
— Por los dioses, túmbate en la cama; tratare de aliviarte.
«¿podrá hacerlo? No parece muy profesional.»
Me tumbo en la cama, la veo acercarse; pone sus palmas sobre mis pies y cierra sus ojos, parece concentrarse.
«¿Qué está haciendo?»
De repente de su mano, empiezo a notar como un hormigueo; que penetra en mi pie, primero desde un solo punto y luego desde varios en una cantidad que va en aumento.
— ¿Qué estás haciendo?
— Relájate, te voy a curar.
Una energía de color blanco se va haciendo visible desde sus manos, rodea mis pies y penetra en ellos; los pelos de mi nuca se van poniendo en alza, luego les sigue el resto del bello de mi cuerpo y luego un dolor sucede de mis pies.
— ¡Agh, duele!
— No te quejes, aguanta como un hombre; te voy a ahorrar unos días de sufrimiento.
— ¡¡Aghhhh!!
Tras unos gritos, ella quita sus manos; la energía que rodeaba mis pies, desaparece en el ambiente y no vuelve a ella. Estoy jadeando, los pies han dejado de dolerme; los observo, están casi nuevos.
— No dolió tanto, ¿verdad?
Me dice con una sonrisa amigable.
«Si que dolió, ¿eso era magia?»
— No… ¿Eres maga?
— No exactamente, soy una sanadora de la orden ecuménica; ¿Cómo sabes que hice magia?
Pestañeo extrañado, cualquiera que notara esas sensaciones y viera esa energía; sabría de inmediato, que esta usando magia. Decido no contestarle eso.
— Bueno, apoyaste las manos en mis pies; se han sanado solos, no creo que haya duda de lo que hiciste.
Ella se ríe.
— Veo que tu cabeza, anda bien; ponte los zapatos.
— Si, gracias por su ayuda.
Digo, me levanto y le hago una reverencia de respeto.
— Suerte en tu prueba de mañana, ¿no te molesta la magia?
— No, porque iba a hacerlo; gracias.
— Porque la gente normal no lo entiende, por lo tanto, la teme.
— Yo no temo a nada, ni tampoco odio a los extranjeros.
— Ya veo, eres un chico algo peculiar.
— Si, eso dice mi madre.
Ella vuelve a reírse.
— Ahora entiendo, porque Anderson te envío; ¿sabes que el es extranjero y es mal mirado por muchos?
— A mi me pareció un buen hombre.
Me encojo de hombros, como si no tuviera sentido.
— Bueno debería marcharme.
— No te metas en líos, pero si alguna vez me necesitas; aquí estoy.
— De acuerdo, gracias; nos veremos.
Cuando salgo de su consulta…
— Por un momento pensé que veía la magia y que la se estremecía ante su uso, no; debe ser cosa mía, nadie sin magia puede verla o sentirla.
Una vez fuera…
«Teniendo una curandera en el campamento, todo será mas fácil; si nos lastimamos, tendremos quien nos cure.»
Tras eso me dirigí, hacia las tiendas; poco después, tendríamos que ir a por la cena al comedor.