El Camino de Santiago

De como un cruce en tu camino puede cambiarte para siempre y añorar el pasado hasta en tus sueños más tiernos

¿Cómo capturar aquel momento para la eternidad?

¿Cómo no borrar esa sonrisa que día a día desaparece de mi mente, pero que tan arraigada está a mis sentimientos?

En una tarde de invierno, todos los amigos en una cafetería de nuestra ciudad tan conocida, decidimos emprender el camino de Santiago ese mismo verano. Brotando de nuestros corazones un deseo por realizar aquel viaje nos pusimos a planearlo todo: rutas, albergues, visitas turísticas, no dejamos un cabo suelto.

Por mi parte, pensaba desconectar de todo el mundo. Buscaba albergar un poco de paz que me llevara por todas las etapas y me meciera hasta el final. Quería olvidarme del mundanal ruido que soporto a diario y que más de una vez ha valido un terrible dolor de cabeza.

Y pronto llegó el verano. Todos nos mostrábamos nerviosos por la proximidad de la fecha y surgían ya las prisas, quedaban pocas cosas por ultimar pero nos era imposible mantener la calma. Nuestro peregrinaje empezó en León por lo que, a un buen ritmo, en veinte días podríamos llegar a la tumba del Apóstol. Hasta allí viajamos en tren y mientras la gran máquina eléctrica se alejaba de la estación, nosotros nos dirigíamos al centro de información del peregrino para recoger las credenciales. Gastaríamos otros cinco días más en ir hasta Finisterre y disfrutar de la belleza del paraje del fin del mundo, como el propio nombre indica.

Comenzamos con ganas, algunos más que otros por lo que al acabar el primer día acordamos que cada uno seguiría su ritmo y nos reuniríamos en el albergue de la siguiente etapa. Al principio solía ir con alguien para tener una compañía agradable que animara el camino, pero conforme avanzábamos hacía Santiago nos encontrábamos a más gente sola. Un día me puse a caminar sola para disfrutar tranquilamente de la etapa. Había quedado con mis amigos en O Cebreiro y no tenía prisa por llegar, mi paso era lento pero constante. Cuando llevaba la mitad de la mañana caminando me detuve a rellenar la cantimplora, me senté para descansar un poco y comerme una pieza de fruta y así reponer fuerzas. Sin apenas darme cuenta me tumbé y poco a poco fui quedándome dormida.

-Perdona, ¿estás bien?

Me desperté de sobresalto y la asusté

-Lo siento, no sabía que me había quedado dormida. Si, si estoy bien, solo estaba descansando un rato.

-¿Te importa que descanse un rato contigo?

-No, tranquila- le dije-. Por cierto me llamo Natalia.

-Yo Carmen, encantada.

Carmen tenía el cabello moreno y le caía hasta la mitad de la espalda en un liso casi perfecto. Sus ojos, al igual que su pelo, eran de un negro profundo y tenía un tez morena pero sin llegar a ser oscura, un conjunto que le conferían un semblante hechizante.

Me explicó que estaba haciendo el camino con el propósito de ponerse un poco en forma y poder tener una pequeña temporada de tranquilidad. Estaba ya hastiada de tanto mundo como es él, cruel, vulgar, sin razón

Con lo bien que habíamos congeniado en tan poco tiempo, decidimos seguir andando juntas. De esa manera el camino se me haría más ameno, pese haber amanecido con la idea de andar sola para seguir mi propio ritmo.

-¿Qué te parece desviarnos un poco del camino para ver un lugar que no tiene desperdicio?- Le propuse con toda sinceridad.

-Mmmm, eso cambia bastante mis planes.

-Conozco un atajo que nos conduciría a la etapa que hay después de esta. Lo único que cambia es que no verías el pueblo en el que acaba esta etapa, pero te llevas de regalo un disfrute para la vista. Además el pueblo no es gran cosa, de esos que veremos un montón a lo largo del camino.

Con todas las palabras juntas que le había dicho eran más que suficientes para convencerla, respondiéndome con un vale bastante convencido pero con cierto aire de duda.

Caminamos un poco hasta el lugar, que era impresionante. Un gran lago, con un pequeño islote en medio, bañado por una cascada preciosa, y rodeado de numerosos árboles y flores.

Nos metimos en el agua para refrescarnos del calor estival y cuando salimos hicimos la comida a la sombra de un gran árbol. Carmen se ofreció a fregar los platos en agradecimiento al desvío. Antes de ponernos a andar íbamos a echar una pequeña siesta para recuperar fuerzas y así bajaba un poco el calor. Preparé las isotérmicas mientras ella fregaba y saqué una manta fina que tenía para taparnos por si hacía falta.

Me tumbé y esperé a que volviera Carmen pero no pude mantener mis ojos abiertos.

-Te encanta estar tumbada, ¿verdad? ¿estás dormida?

-Casi-, le respondí en un susurro entreabriendo un poco los ojos.

Se tumbó a mi lado, muy cerca de mí, tal vez demasiado. Empezamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, de todo un poco, evitando temas que a ninguna de las dos nos interesaban pero que sabíamos cuales eran perfectamente. Me di cuenta que nuestras cabezas estaban más cerca que al principio, nos estábamos acercando poco a poco, buscando algo que me turbó. Tenía miedo de aquella nueva situación que se daba e hice el esfuerzo de evitarla.

-Creo que deberíamos ponernos en camino, se nos va a hacer de noche y será muy difícil seguir la ruta así.

-Tampoco es tan tarde Natalia - me contestó cogiendo con sus manos mi cara- además, quería darte esto

Posó sus labios en mi boca, dejándome sin habla, si tiempo para reaccionar. Aquel beso me supo muy dulce, y con mimo le respondí. Rodee su espalda con una de mis brazos y con la otra le retiré el cabello de la cara.

-Así seguro que se nos hace tarde.

Carmen me volvió a besar para cerrar mis labios y se colocó encima de mí, mientras me seguía besando. Apenas me dejó reaccionar cuando se quitó la camiseta y me volvió a besar con una renovada pasión. También se deshizo de mi camiseta y para cuando pude reaccionar y tomar el control sobre la situación, ya estábamos semidesnudas. Le besaba la boca, el cuello, los pechos; descubría como aquella chica me volvía loca y me transportaba a un mundo más tranquilo. Cada vez que me tocaba, me besaba era como si me electrocutase con las oleadas de placer que me proporcionaba. Cuando introdujo su mano por dentro de mis pantaloncitos me hizo deja escapar un largo gemido que la animaban a continuar. La besaba con más fuerza al tiempo que me transmitía un gran placer con el constante movimiento de su mano por dentro de mí. Me libre de la poca ropa que me impedía gozar plenamente de Carmen y su frenético movimiento consiguió arrancarme un delicioso orgasmo. La besé y me coloqué encima de ella y le deposité besos por todo su cuerpo; al principio tímidos besos, después más apasionados. Acabé jugueteando entre sus piernas, haciéndola jadear cada vez más rápido y excitándola hasta hacerla llegar al orgasmo que a gritos me pedía.

Caímos las dos rendidas del agotamiento que nos había producido nuestro encuentro. Me recosté en su pecho y quedé abrazada a ella con una mano, mientras que con la otra recorría su barriga haciéndole garabatos. Le di un beso y me levanté.

-Tenemos que seguir, sino se nos va a hacer de noche.

-¿No podemos descansar un poco más…?

La miré intentando hacer que me hiciera caso.

-Vale, pongámonos en marcha.

Llegamos cayendo la noche al pueblecito en el que apenas había cuatro casas y una iglesia, siempre que no falte la del Señor. Nos acercamos a la iglesia y le pedimos al párroco refugio, diciéndole que éramos dos peregrinas que queríamos vivir más de dentro el Camino. Nos dejó una pequeña habitación que había en la sacristía, en la que ni siquiera había cama pero aquello no me importaba con tal de poder dormir al lado de Carmen. Pusimos las isotérmicas en el suelo y nos metimos en el saco; habíamos quedado con el párroco que iríamos a misa de ocho. Yo aprovecharía para darle gracias a Dios por aquella belleza con la que me había bendecido.

Antes de dormirnos Carmen buscó mis labios con los suyos. Le respondí con un tímido beso en la boca pero la separé de mi pretextando que estaba en la iglesia y si el párroco nos descubría nos podría echar de allí.

-Natalia, no quiero ocultar mis sentimientos.

-Hay gente que no comprende que lo nuestros es por sentimiento, lo ven como algo sucio.

Me miraba con ojos incrédulos, sin apenas poder articular palabra. La abracé manteniéndola en mis brazos para consolarla hasta que se quedó dormida. La solté y me dormí yo también.

El sol despuntaba por la ventana, calentándome aquellas partes de mi cuerpo que no cubría el saco de dormir. Abrí los ojos y estaba abrazada a Carmen y ella a mí. Estar junto a ese cuerpo divino me hacía estremecer hasta el último punto de mi cuerpo. Nos levantamos, fuimos a laúdes y después a misa de ocho. Agradecimos de nuevo al párroco su hospitalidad y retomamos nuestro peregrinaje.

Mantuvimos una conversación muy amena durante el rato que estuvimos andando pero en nosotras ya asomaba la sombra de la separación. Ella de Cataluña, yo de Mérida, era muy poco probable que volviéramos a coincidir.

-¿Tienes prisa por llegar al albergue?

-No, con tal de llegar antes de la noche.

-Entonces podríamos desviarnos del camino para ver otra cascada,- le dije mientras le guiñaba el ojo.

Reímos al unísono y me contestó con un beso. Tenía muchas ganas de volver a poder poseer aquel cuerpo divino hasta la extenuación. Poco antes del mediodía nos salimos del sendero y buscamos un claro en el bosque. Apenas cuando dejamos las mochilas agarré a Carmen de la cintura, le di un largo y placentero beso en la boca. La pasión por volver a yacer juntas no nos permitía mantener la calma. La separé de mí un instante para coger aire y saber lo que estábamos haciendo. Puse mis labios en su cuello y poco a poco me fui deslizando hasta sus pechos al tiempo que le quitaba la camiseta. Jugueteé con sus senos y el sujetador antes de desprenderme de él. Me quedé mirando sus ojos, tan bellos, tan llenos de cariño que no podía sostenerle la mirada, me hería la despedida. Pero no era tiempo de pensar en el final. Sujeté su cara con mis manos y la volví a besar. Me quitó la camiseta y el sujetador mientras juntábamos nuestros labios detenidamente, aprovechando al máximo la una de la otra. Caímos de rodillas sin separar nuestros labios y busqué a tientas un lugar blando para tumbarnos. Entrelazamos nuestras piernas, ella encima de mí y con nuestras manos nos amábamos profundamente. Empecé a bajar por su cuello cubriéndole de besos, pero ella cogió mi cara con sus manos y me dijo:

-Ahora me toca llevarte al cielo.

Dicho esto se colocó encima de mí moviendo sus caderas, rozando su muslo contra mi entrepierna haciéndome gemir. Antes de que comenzara su espectáculo, me deshice de toda su ropa que llevaba encima. Cuando me besó en el cuello me agarré a ella acercándola al máximo hacía mi. Su mano bajó entre mis pechos, describió un círculo en mi barriga y se introdujo por dentro de mis pantalones que aún molestaban. Jugueteó entre mis labios y me acarició con su lengua mis pezones.

-¡Dios! Esto es la gloria.

Estaba saliendo loca y aún quedaba más. Me quitó los pantalones del todo y empezó a explorar todo rincón de mi cuerpo con su lengua, deteniéndose allá donde perdí todas mis fuerzas. Estaba disfrutando más que en toda mi vida, quería gritar al mundo para que se enterase.

El orgasmo llegó en un estallido de sensaciones, emociones, placeres que me transportaron más lejos de aquella realidad en la que me encontraba. Carmen cayó a mi lado y yo la besé, la abracé y le agradecí aquel maravilloso encuentro de dos almas solitarias. La cogí entre mis brazos y así la sostuve por gran tiempo.

-Me quedaría así el resto de mi vida, pero tenemos que continuar.

Abrí los ojos y asentí:

-De acuerdo, además tenemos que llegar relativamente temprano.

Nos vestimos aún coqueteando, tanto que estuvimos por desnudarnos otra vez; y comenzamos a andar. El vacío de la separación nos hizo presa y apenas cruzamos palabra. Por un momento nos cogimos de la mano pero pronto nos separamos por miedo a que nos vieran. Ni siquiera nos dimos cuenta cuando entramos cabizbajas en Sarria, íbamos sumergidas en nuestros pensamientos. Llegamos a una plaza con poca gente y allí paramos para descansar y despedirnos. Dejamos las mochilas en el suelo y no sentamos en el poyo de al lado.

-Podríamos intercambiar direcciones- empecé a decir-, pero sería una tontería, ya que es poco probable que volvamos a coincidir. Dejémoslo en una aventurilla de verano.

-Por lo menos podríamos darnos la dirección de correo electrónico, por si acaso alguna de las dos viaja

Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla yendo a morir a sus labios. Le sequé los restos de ella con la mano; me acerqué y le di un beso.

-Siempre estarás en mi corazón, Carmen.

-Jamás podría olvidarte.

Lentamente se levantó, cargó su mochila al hombro y se alejó poco a poco. Aún me quedé sentada en aquel mismo asiento bastantes minutos después de que ella doblara la esquina y aún hoy recuerdo aquellos momentos que estuve con ella, cuando me despierto todas las mañanas con el fin de verla tumbada a mi lado, o detrás de mi cuando estoy peinándome en el espejo del baño. ¿Quién sabe? A lo mejor algún día se vuelve a cruzar en mi camino.