El camino de Laika III

... Convertida definitivamente, en lo que era.

Primero fueron las palmadas en mis nalgas, cada vez más fuertes, después de haber comprobado una vez más su consistencia y mi estdo de dilatación anal, con sus propios dedos. Cuando abrió su armario y vi la fusta sabía que me esperaba. Los golpes caían sin un ritmo fijo, había pausas y masajes y yo esperaba el próximo golpe, en mis espalda o en las nalgas, cada vez más calientes y hambrientas, pero lo que más me excitaba era ver mi propia imagen en aquel enorme espejo, mi cuerpo desnudo, sacudiéndose en cada azote. Mi expresión esperando el próximo azote, que sabía que en cualquier momento llegaría. Ver reflejada partes de él en espejo, aun vestido, detrás mío,

Así, con las muñequeras puestas, mis brazos tensados, hacia arriba. Yo sujeta a aquel cable que atravesaba la habitación. Mi pubis brillando a causa de mis humedades. Mi rostro enrojecido., anhelante. Todo aquello era nuevo para mi, nuevo y excitante.

Cuando me puso las pinzas de tendedero en mis pezones pensé que no podría aguantar el dolor, para mi sorpresa, este fué mucho menor del esperado, de hecho me gustaba sentir su tensión en ellos. Luego vinieron cuatro pinzas más en cada unos de mis senos y él frente a mi, moviendolas con la fusta.

  • Esto os gusta a todas.

¿Sería verdad? A veces me había sentido tentada de ponérmelas yo misma, pero nunca me había atrevido y ahora, realmente me gustaba. Distinto fué cuando me las sacó, entonces sí me dolió, respondía con un pequeño quejido a cada una de ellas Un dolor que no se pasó hasta que me masajeó los pechos.

Cada vez estaba más excitada. La palabra clave que lo pararía todo aparecía de vez en cuando en mi cerebro pero me resistía a pronunciarla. Sabía que no serviría de nada que dijera que no, o que parara, solo aquella palabra haría que dejara de atormentarme para su placer, que también era ya el mio.

  • Nunca imagine que fueras tan puta. Que te entregaras con tanta facilidad.  - ¿Te gusta verdad?

-Si..si señor…. -Puede articular entre suspiros

Mi cuerpo empezaba a brillar, sudoroso, cuando me clavó aquel consolador,  para mi desesperación lo movía hasta llevarme a punto del orgasmo, en este momento paraba y me lo sacaba unos segundos y vuelta a empezar. Pensé que me volvería loca.

  • Ahora te dejarías follar por cualquiera. ¿Verdad zorra?

  • ¡DIOS! ¡SI! No puedo más..señor…

  • Dí lo que eres ¡DILO!

  • Soy..soy una puta, una ramera, una perra sumisa. Su perra sumisa.

-¡CERDA MENTIROSA! ¿MIA? En realidad te postrarías frente a cualquier polla. Pagarias porque te follasen. Deberías avergonzarte de ello, pero ya no queda nada de tu dignidad ¡NADA!

Sentí, por segunda vez desde que me decidí a seguirle, la palma de su mano en mi cara. Nunca ningún hombre me había abofeteado, solo él, en nuestro primer encuentro y ahora. Aquello me rompió totalmente. Empecé a culear, como una perra. Seguía viéndome en el espejo. Cuando desató mis muñequeras y mis brazos cansados, cayeron al lado de mi cuerpo.

Me sentí arrastrada por mis cabellos. Arrastrada hasta aquel extraño potro de cuero que dejaba totalmente  accesible mis partes más íntimas. Sabía, de antemano, que iba a encularme, para esto me había preparado y solo deseaba que lo hiciera de una vez, pero por lo visto su intención era llevarme hasta el límite.

Nunca había visto aquello: Una ristra de pequeñas bolas enfiladas por un delgado cordel, ni sabía de su existencia ni del placer que me iban a proporcionar cada vez que una de ellas saliera de mi ano cuando él tirase del cordel. Mi cuerpo se estremecía. Mis jugos resbalaban ya por mis muslos y aun me faltaba sentir las punzadas de doloroso placer que me iban a proporcionar cada gota de cera que fué derramada en mi espalda. Mi cabeza daba vueltas. Me sentía al borde del desfallecimiento cuando lo vi ponerse un preservativo.

  • La próxima vez deberás ponérmelo tú con tu boca.

Yo gemía, de dolor, de placer, cuando finalmente clavó su polla en mi. Fue un golpe seco para después, lentamente, irme penetrando.

  • ¡DIOS COMO DUELE!

  • Puedes chillar tanto como quieras, zorra. Vas a terminar viciandote a ello como todas. A suplicar por ello.

Me saltaban lágrimas de dolor, pero no, no iba a decir la palabra que todo lo pararía. Una puta tiene que tener todos sus agujeros accesibles, pensé otra vez, mientras no podía retener mis lágrimas mientras él me rompía. El dolor fue aminorando y sentí un profundo vacío cuando salió de mi.

  • Voy a vaciarme en tu coño. Quiero que te lleves un buen recuerdo.

  • Sí..sí..por favor..no puedo más señor..

  • Vas a ser una buena perra.

Nunca me había corrido tan intensamente como cuando vació su leche dentro de mi. Ni siquiera se había bajado los pantalones. Sabía que no habría besos ni caricias y aun así me sentí profundamente agradecida.

  • Levántate. Quiero que te veas.

  • Ayúdeme..por favor..señor…

Mis piernas temblaban. Casi no me podía sostener de pie.

  • Vete buscando una buena excusa. No creo que mañana puedas levantarte de la cama.

  • Ven aquí - me decía mientras me ayudaba a levantarme y a andar hasta situarme frente al espejo- Mirate.

Mi rimel estaba corrido, mi cara congestionada. Todo mi cuerpo tembloroso. Aún me resbalaban las lágrimas.

  • Mirate bien. Dime qué ves. ¡DIMELO!

  • Una..una ramera..señor..una puta..

  • Si. Una puta vieja y barata. ¿Qué crees que darían por ti en la calle? ¿De verdad crees que vales algo?

  • No..no señor...ya no…

  • Detrás de aquella puerta hay una ducha. Lavate y vístete. Aún no es momento de que te vean así. Te esperaré en la barra.

  • Sí..sí señor...Gracias señor.

Cuando, a duras penas, llegué a la barra ya tenía un gin-tónic preparando, esperándome. El hombre que servía y que luego supe que era el dueño del local, me miró sonriente:

  • Parece que habrá bautismo.

  • Si. Si lo habrá, es más perra de lo que pensaba. El próximo jueves. ¿Te parece bien?

  • Sí claro, mejor sobre las seis, no vendrán tantos asociados, pero quiero estar presente y no detrás de la barra. Ya lo comunicaré a la gente.

Yo estaba con la mirada baja. Totalmente avergonzada delante de aquel extraño.  Sin atreverme a replicar ni a preguntar de qué se trataba esto del bautismo.

  • Bébete el gin-tonic y lárgate. Toma dinero para un taxi. - Mientras me daba veinte euros.

  • No..no hace falta..señor.

  • He dicho que lo tomes.

  • Si..si señor..perdone señor..

  • El jueves te quiero aquí a las cinco y media. Espero que seas puntual.

  • Sí señor..lo seré señor..gracias señor.

Me dirigí a la puerta. Convertida definitivamente, en lo que era.