El camino de Laika I

Sin decirme nada más se fue, dejándome aun desnuda, sin ni un beso, ni una caricia, ni una despedida como tal. Realmente, para él, era una perra y así me trataba. Debía aceptarlo, después de todo en esto me había convertido; en una perra sumisa.

Estaba aburrida, un viernes al atardecer con la única perspectiva de ponerme alguna película mientras cenaba en el sofá, simple y llanamente aburrida. A mi edad ya no me quedaban amigas que no estuviesen aparejadas y los fines de semana eran para la familia, o al menos para estar con sus respectivos o respectivas, que de todo hay.

Juan había salido del aeropuerto dos días antes para Londres, su despacho o estudio, como le llamaba el, de arquitectura cada vez cogía más importancia y los viajes al extranjero empezaban a frecuentar. Por otra parte mi hija Marta había salido de casa a media tarde y seguro que no volvería hasta bien entrada la madrugada, yo a su edad hacía lo mismo juntándome con mis amistades.

Hacía meses que no me acercaba por el Turkesa. Aquel local me gustaba, si alguien me preguntara qué era no sabría muy bien cómo definirlo ¿Una pequeña discoteca? ¿Un bar músical con pista de baile? Da igual, una larga barra desde donde mirar a la gente mientras una tomaba algo y una pista de baile, que parecía un tubo. Su gracia, al menos para mi, residía en  que era un espacio de libertad, donde se juntaba todo lo de la noche de mi ciudad, desde veinteañeros hasta sesentones, bueno y como dicen ahora; veinteañeras y sesentonas, heteros, trans, homos, lesbis...ya he apendido a no decir bolleras, lo más intelectual y lo más canalla y todo el mundo respetando.

Allí estaba yo tomando mi acostumbrado gin-tónic, mirando al personal y con ganas ya de bailar. siempre me ha gustado hacerlo, aunque Juan es bastante reticente a ello, el baile de unos años a esta parte se parece cada vez más a un ritual de apareamiento sin que conlleve un resultado tal.

No llevaba nada especialmente provocativo, no quería, ni por asomo, despertar pasiones nocturnas, solo pasar un rato relajada, a mi aire; un vestido negro de tirantes, cruzado, con dos hileras de botones, un escote de pico, discreto, la falda dos dedos por encima de la rodilla. Me había puesto pantis, precisamente para evitar que se me pudiese ver el final de las medias y por tanto los muslos, en cuanto me sentara en algún taburete de los que había en la barra, zapatos de medio tacón, que me permitieran bailar.

Allí lo vi, en la pista de baile, saliendo de una puerta lateral. No era la primera vez que lo veía y he de confesar que en más de una ocasión había intentado llamar su atención bailando cerca de él. Nunca noté que me hiciera el más mínimo caso lo cual no hacía sino exacerbarme. No me considero una belleza, pero los hombres aun me miran y a veces con una mirada que es más que una simple mirada, por el contrario era como si fuera invisible para él.

Creo, de verdad, que no pude evitarlo. No pude evitar ir hacia la pista, hacia donde estaba, arrepintiéndome de no haberme vestido de una forma algo más provocativa y ponerme a bailar, mas bien diria a bailarle.

Como siempre yo no existía, no existía para él, hubo un momento que me sentí ridícula, patética, yo una mujer casada, madre, ejecutiva de una empresa de publicidad, una mujer aun atractiva, bailando para un hombre de unos cincuenta años, vestido con una camiseta de manga corta y unos pantalones tejanos, con la barba rapada y el pelo ya con alguna cana. Me estaba comportando como una tonta colegiala.

Hasta que noté su brazo en mi cintura, su mano cerrándose en ella.

-Sígueme

Me dejé llevar, notaba su antebrazo, fuerte, pegado a mi. Atravesamos la puerta, que se cerró detrás nuestro. Mis nervios salieron a flote y casi temblaba, cuando me hizo entrar en aquel cuarto; una especie de almacén lleno de cajas de licores y refrescos.

Se colocó frente a mí, a su espalda quedaba la puerta, que había asegurado con un pasador, una sola bombilla en el techo y aquellas cajas en las que apoyaba mi espalda.

-Desnudate. O prefieres que lo haga yo?

-Yo…yo..-¿Yo qué?

-Yo nunca..nunca he hecho algo así…

-Siempre hay una primera vez (Dijo mirando mi anillo de casada). Además esto te hace más apetecible.Venga. Espávila. ¿Te desnudas o lo hago yo?

Empecé a desabrochar el vestido, con la mirada baja, miedosa y excitada al mismo tiempo.Me quité los sujetadores antes de bajar los tirantes del vestido.

  • Las bragas dejatelas,ya te las quitaré yo cuando me apetezca y los zapatos dejatelos puestos también, de momento.

  • ¿Cuántos años tienes?

  • Cuarenta y cuatro

  • ¿Cuarenta y cuatro? ¿Y aún no te han enseñado a decir señor?

  • Per..perdone..señor

  • Así está mejor. No estas mal para tener esta edad. Date la vuelta

Sin saber porqué estaba obedeciendo en todo. Noté su mano en una de mis nalgas, la apretaba para apreciar su firmeza, como lo hubiese hecho a una res.

  • Seguro que vas a que te den masajes para tenerlas así. Jurará que están vírgenes de azotes (entonces noté un dedo entre ellas, buscando mi ano, hasta que lo acaricio suavemente). Así como tu ano por lo que veo.

-Sí. Señor

-Todos los cornudos son iguales. No saben tratar a sus hembras y luego os volvéis unas zorras..

Me molesto que hablara así de Juan, yo lo quiero y refiriera a él como cornudo, sin embargo pensé que tenía derecho a hacerlo y que quizá se lo merecía.

Sentía sus manos subiendo por mi cuerpo hasta mis pechos, como los acariciaba. mis pezones poniéndose duros. Las uñas de sus dedos gordos clavándose justo debajo de mis pezones y subiendo despacio. Nunca había sentido algo así. Me estremecí de dolor y de placer.

Ahora, una de sus manos pasando por encima de mis bragas, mojadas. Yo girando mi cabeza buscando sus labios, su boca.

  • ¿Qué haces? Yo no beso a las putas.

Solo yo sé la punzada que sentí cuando me dijo esto.

  • ¡Mírame!

Me giré para mirarle a los ojos. Su mirada era fría y dura. Sentí miedo, miedo del poder que ejercía sobre mi.

-¿No te das cuenta? Te has desnudado delante de un desconocido de quien no sabes ni su nombre. Esto solo lo hacen las putas. Esto es lo que eres. Una puta. Una puta perra, sumisa y obediente.

Estaba a punto de arrancar a llorar. Nunca nadie me había tratado así, y sí, me daba cuenta que me había comportado como una cualquiera.

  • ¿Tienes hijos?

  • Si Señor, una hija.

  • ¿ Y te gustaría verla así como estás tú ahora mismo? ¿Chorreando y deseando ser follada por un desconocido?

-  No..No señor..yo...yo no he podido evitarlo..no se que me pasa…

-Ya. Todas decís lo mismo. Que no lo habeis podido evitar. !Zorra! ¿Cuántas veces te has tocado imaginando esto? ¿Cuántas? ¿Cuántas veces te has acercado a mí esperando que me fijara en ti? Aceptalo. Eres una ramera. Espero que al menos sepas cómo ponérmela bien dura.

  • Si..si Señor…

  • Pués para de lloriquear y empieza.

Mis sentimientos se mezclaban. Sentía vergüenza, pero ansiaba al macho. Sentir toda su fuerza, su poder. Había llegado ya demasiado lejos y no podía parar aquello. No podía ni quería. Ya todo me daba igual. Haría cualquier cosa solo por sentirlo dentro de mi.

Me puse de cuclillas  y acaricié su entrepierna, su paquete.

-¿De cuclillas? ¿Qué vas a hacer? ¿A mear? ¡Arrodíllate zorra!

Obedecí, totalmente sometida. Desabroche su cinturón, bajé la cremallera de su bragueta, sus pantalones, sus calzoncillos, negros y entonces la vi. Vi su polla, gruesa, nervuda, grande, aun algo flácida. Solo quería llenarme la boca con ella cuando empecé a lamerla, a besarla. Pronto empecé a chupársela, movía la lengua debajo de ella mientras lo hacía, Nunca se lo había hecho así a Juan, pero era algo que había visto en vídeos y sabía que le gustaría. Notaba como se ponía más y más dura dentro de mi boca, como se hinchaba.

-  Que bien la mamas zorra. ¿Así se lo haces al cornudo? Seguro que no.

Empecé a salivar adrede, a babear, sentía como las babas caían sobre mis pechos, mientras mis manos se agarraban a sus muslos duros como columnas de piedra.

Noté como ponía su mano en mi cabeza, por un momento pensé, temí, que me follara la boca, pero no, solo acompañaba mis movimientos: Empecé a frotarme por encima de las bragas, ya no podía más, solo deseaba ser follada, clavada.

De pronto  tiró de mis cabellos.

  • Levántate. ¿No querrás que me corra en tu boca verdad? Seguro que prefieres una buena follada.

  • Si...por favor...Señor...no..no puedo más…

  • Espero no dejarte preñada, porque quiero llenarte con mi leche

  • Llevo..llevo..diafragma..señor

Se sacó los zapatos y solo se agachó para sacarse los pantalones y los calzoncillos. Ya sin camiseta, sentí su mano poderosa agarrar mi brazo y llevarme detrás de una columna de cajas.

  • Aquí es donde nos follamos a las putas como tu. Casi cada noche cae alguna. Quítate los zapatos y túmbate.

Sus manos arrancándome las bragas, mis muslos mojados por mi y una inmensa necesidad de ser penetrada. Estaba tan lubricada que su enorme polla entró de golpe.

  • Hasta los huevos te la voy a meter zorra viciosa

  • ¡Sí!. ¡SÍ!

Pronto tuve un orgasmo. Un largo y profundo orgasmo. Mi cuerpo temblando. Su escupitajo en mi cara.

  • Si vieras la cara de guarra que se te pone

  • No querrás que la quite. ¿Verdad?

  • No No. Por favor..sigue sigue…

De pronto sentí su bofetada en toda mi cara.

  • ¡Que pronto pierdes el respeto perra!

  • Perdóneme señor..perdóneme...no salga de mi..por favor...aun no..quiero su leche señor...dentro de mi..por favor señor

Esta vez nos corrimos los dos al unísono: pensé que su cuerpo caería sobre el mío relajándose. Pero no fue así. Se levantó sin ni siquiera mirarme, mientras mi cabeza aún daba vueltas.

  • Coje el móvil de tu bolso y apunta el número que te diré. Venga date prisa zorra que tengo trabajo.

Casi no podía levantarme de la cama. Me costó llegar a mi bolso y sacar el teléfono, mientras intentaba pensar, horrorizada, en todo lo que había ocurrido.

  • Apunta: 655 170 XXX

  • ¿A qué nombre lo pongo señor?

  • Señor es suficiente. Sabes lo que es un plug.¿No?

  • Si..si..señor..

  • Bien. Te compras uno y lo llevas todo el día. Cuando creas que estás suficientemente dilatada y desees sentir mi polla en tu culo me llamas. Aún así las primeras veces te dolerá pero pronto te viciaras, como todas. Te hubiese enculado con ganas hoy, pero he preferido que no te llevases un recuerdo demasiado doloroso.

  • Gracias. Señor

  • Ahora vístete, lavate la cara y ve a la barra a tomar algo para recuperarte. Paga la casa.

Por cierto. Cuando me llames da tu nombre: Laika, como la perra rusa.

Sin decirme nada más se fue, dejándome aun desnuda, sin ni un beso, ni una caricia, ni una despedida como tal. Realmente, para él, era una perra y así me trataba. Debía aceptarlo, después de todo en esto me había convertido; en una perra sumisa.

  • Camarero: Un gin-tonic, por favor.

  • ¿Eres Laika?

  • Si..Laika..