El cambio horario cambió nuestras vidas(Capt. IV)

Recomiendo leer los capítulos anteriores para comprender este. Dos almas gemelas que caminan en paralelo, dos seres de fuego encerrados en un extintor, dos pasiones que por fin se juntan para disfrutar lo que los demás no entienden,lo que los demás critican; para gozar de aquello que sus familias pretenden aniquilar.

“Mónica extrajo el arnés de mi culo con delicadeza y se lo quitó, retirando los apéndices interiores de sus agujeros. Se tumbó al lado de Sonia, dejándola en medio, le hizo un arrumaco y nos quedamos dormidos los tres como tres benditos.

Debían de ser sobre las 5 de la madrugada. En menos de 12 horas habíamos convertido a Sonia en una auténtica zorrita. “

CAPÍTULO IV.

De repente una extraña y estridente melodía me despertó sobresaltado. ¿Qué coño era eso? Parece que viene del comedor. Es un móvil.

Debían de ser casi las 9 de la mañana, poco a poco me tranquilizo y voy tomando consciencia de la situación. Estamos casi como nos dormimos. Sonia estaba en el centro, se había girado hacia mi lado y tenía su cabeza acurrucada contra mi hombro, su brazo y su pierna izquierda las tenia echadas sobre mi. Mónica estaba a su espalda con una postura similar a la de Sonia, su brazo y su pierna izquierda también descansaban sobre nuestra compañera de juegos. La mano de Mónica descansaba sobre el pecho izquierdo de Sonia que a su vez estaba aplastado contra mi costado.

La estridente melodía seguía sonando impertinente, sacándonos a los tres de ese estado de placentero abandono en el que nos había dejado el cansancio de la intensa noche anterior.

  • ¿Qué es esa mierda que suena? –exclamó Mónica entre aturdida y cabreada-
  • Es mi móvil –respondió Sonia- Debe ser mi “cornudito” que me quiere dar los buenos días.

Por fin cesó aquella tortura acústica. Nos removimos un poco en la cama, tal como estábamos los tres. Me giré ligeramente, y besé a las dos hermosas damas que me acompañaban en la cama. Fue un beso tierno, cariñoso, de buenos días.

  • Buenos días Princesas, ¿que tal habéis descansado?. –Pregunté mimoso mientras les acariciaba el rostro-.
  • Fantásticamente –respondieron al unísono-
  • Hace tiempo que no descansaba tan relajada y feliz; a lo mejor es porque hace tiempo, mejor dicho, ¡nunca!, me han dejado tan satisfecha y exhausta. Con Edu las sesiones amatorias son “carreras de velocidad”, no una “maratón” como la que tuvimos anoche.
  • Bueno chicas, yo os quiero mucho, pero ¡ME ESTOY MEANDO! –dije saltando de la cama en dirección al baño-
  • ¡Yo tampoco aguanto más! –respondió Sonia siguiéndome en la misma dirección-

Cuando ella llegó, yo ya había ocupado la taza.

  • ¡Jooooo! ¡que no me aguanto!, y encima escuchando tu chorrito. Uffffffff.

Miró hacia el bidet, situado justo frente a la taza en la que yo estaba sentado, se le escapó una risita picara y se sentó en él abriendo con sus dedos los rosados labios de su coño. De repente un potente chorro empezó a impactar contra el fondo del sanitario. Su cara era entre pícara y divertida, y su mirada también estaba clavada en mi polla que aliviada estaba liberando la tremenda presión que, toda la bebida de la noche antes, había hinchado mi vejiga.

Sonó de nuevo del móvil.

  • ¡Coño que pesado! –dijo Sonia entre divertida y cabreada-

Le puse un dedo en los labios en señal de silencio y acerqué mis labios a los suyos dándole, ahora sí, un lascivo beso. Mi otra mano se había dirigido a sus tetas y ya estaban acariciando uno de sus pezones.

Para cuando separamos nuestros labios, ambos chorros habían cesado. Bajé mi mano a su pelirroja pelambrera y le sacudí las gotitas de orín con mis dedos. Tomé un trocito de papel del rollo, me sequé los dedos y luego acabé de secar su pubis. Sonia correspondió a mi gesto, metiendo su mano entre mis piernas y sacudiendo mi descapullado nabo para que cayeran las últimas gotitas en el interior de la taza, deslizó mi glande entre sus dedos índice y pulgar haciendo una ligera presión, como para ordeñar los posibles restos que quedasen en mi uretra y se llevó los dedos a la nariz.

  • Aun huele a “ polvo” –exclamó tomando también un trocito de papel para secar sus dedos y el extremo de mi pene-

Me puse en píe y mi pene quedo a la altura de su cara, me la cogió y le dio un par de tiernos besitos en su punta dándole las gracias por la noche que habíamos pasado.

  • Voy a preparar el desayuno, estoy muerto de hambre ¿y tú?
  • ¡Jo, yo también!, ¡quemamos tantas calorías ayer noche! El café me gusta bien cargado por favor.
  • ¡Oído cocina! –respondí mientras me encaminaba desnudo, como estaba, a poner la tostadora, el café y preparar unos zumos-

Mónica entro, también desnuda, justo detrás de mí en la cocina. Se abrazó a mí por detrás y me dio un beso en la oreja.

  • ¡Buenos días, de nuevo, campeón! –susurró a mi oído mientras su mano daba un tierno apretón a mi pene- Yo ya sabes, el café, con leche, pero del tetrabrik ¡he! –dijo entre risas.

En ese momento entraba Sonia en la cocina, desnuda también, y con su móvil en la oreja escuchando los mensajes que le había dejado su marido. Se acercó a Mónica y le comió la boca mientras seguía escuchando divertida. Se acerco por mi espalda mientras sacaba las torradas de la tostadora y se pego a mi mordiendo me el omóplato y restregando su pubis sobre mis nalgas, a la vez que con su mano libre le daba un cariñoso apretón a mis testículos mientras divertida me decía “ojo no te vayas a quemar esta joyita” . Fue y se sentó a la mesa.

  • ¡Pobre cornudito mío! Está preocupado por mí. Ha llamado a casa, y como no se lo he cogido, me ha dejado dos mensajes en el móvil. ¿Qué si estoy bien? ¿Qué si ha pasado algo? –dijo al colgar la comunicación-. ¿Qué si pasa algo? ¡Si supiera él lo que ha pasado!. ¡Si supiera él que por primera vez le ha salido una cornamenta que no va a poder entrar por la puerta del palacio de congresos! ¡Si supiera él que ha sido la primera, pero no la última vez! ¡ja, ja, ja, ja, ja!

Mientras tanto, yo ya había llevado las tostadas, el zumo, el café de Mónica, el de Sonia y la bandeja de embutidos a la mesa. Estaba con la nevera abierta sacando las mermeladas y la mantequilla. Se acercó a mí, cogió los tarros de la mermelada y nos dirigimos a la mesa los dos. Me senté, y ella se sentó encima de mi regazo, acomodando su culo sobre mi entrepierna. Mi polla empezó a desperezarse y a rozar sus labios vaginales, que sorprendentemente ya estaban resbalosos. ¡La tía estaba caliente!

Tomo una torrada, el cuchillo de la mantequilla y meciéndose sobre mi pene empezó a extender la mantequilla. Le puso una loncha de jamón encima y me llevó los dedos manchados de mantequilla hasta mi boca para que se los chupara.

Me los metí entre los labios, y empecé a chupárselos como si se tratara de una diminuta polla que empieza a segregar líquido preseminal. Su cara de vicio era indescriptible.

Mordió la torrada y mientras masticaba marcó el número de su marido con el móvil mientras seguía meciéndose sobre mi mástil que ya estaba totalmente erecto. Sus labios vaginales ya empezaban a engullir la punta de mi capullo en cada uno de los vaivenes que daba con su cadera.

  • ¡Holaaaaaaa! Cariño, ¿como estás? ¿has descansado bien?. ¡No, no!, si que los he oído, pero es que estaba en la ducha y no he podido cogértelos. Bueno, me quedé dormida en el sofá viendo una peli. Me he despertado de madrugada con dolor de espalda por la mala postura, y esta mañana aún me dolía un poco, por eso he tardado más de la cuenta en la ducha, me estaba relajando la espalda.

Con los movimientos oscilantes de su cuerpo, mientras hablaba con su marido, mi polla ya entraba y salía de su coño más de media. Justo en ese momento, alzó su culo y lo dejó caer con todo su peso de manera que se ensartó entera.

  • ¡Hayyyyyyy! –se le escapó un lastimero quejido al notar mi polla hasta el fondo-.
  • ¡Nooooo!, no pasa nada cariño, es que me he quemado con el café. Estoy desayunando. Sí, además de dolorida me he despertado muy hambrienta, no sé lo que me pasa. Estoy tomando una “hermosa longaniza con unos buenos huevos” . Sí, me estoy poniendo morada, me siento ya “bien repleta” –le dijo a Edu mientras los tres nos descojonábamos de risa por lo bajo-.
  • ¡Oye “cabroncete” !, se bueno heeeeee, no vayas a hacer marranadas por Sevilla, que yo se que a los congresos van muchas lagartonas con ganas de pillar un buen partido. Que cuando vuelvas mañana lo voy a comprobar. Que síiiiiiiiiiii, que yo también te quiero. ¿Divertirme?, ¿y que quieres que haga para divertirme?. Bueno, sí, a lo mejor me voy de tiendas a ver si encuentro algo que me guste y renuevo un poco mi viejo armario. ¡Un besiiiiiito!

Colgó el teléfono y estallamos los tres en sonoras carcajadas. Cuando nos tranquilizamos un poco, inició un frenético movimiento de sube y baja hasta que estalló en un orgasmo que la dejó tendida sobre la mesa, con sus tetas aplastadas sobre la torrada.

Una vez recuperada de la flojera que le dejó la tremenda corrida, se incorporó, se desensartó de mí, que como no me había corrido la tenía a reventar, se dio la vuelta y se sentó de nuevo sobre mi regazo a horcajadas poniéndome las tetas en la boca para que le limpiara la mantequilla. Cuando las tuvo bien relucientes me dio un cálido beso y se retiró a su silla.

  • ¡Heeeee, mala puta!¡adúltera!, no puedes dejarme así –repliqué agarrándome el cipote-
  • Sí, sí que puedo ¿verdad? Mónica.
  • Sí que ha podido –replicó esta-. Además Ricard, guarda fuerzas para el resto del día que acabamos de levantarnos.

Tuve que conformarme, parece que ambas féminas se habían puesto de acuerdo para dejarme con la polla tiesa y los huevos bien cargados.

Podría haberme masturbado, pero en el fondo tenían razón, el día era largo.

Terminamos de desayunar entre bromas y toqueteos constantes. Al recordar la conversación con su marido, nos entraba la risa y nos partíamos el pecho como tres adolescentes que acaban de hacer una trastada al maestro más “carca” del colegio.

Terminado mi café, me levanté y fui al dormitorio, cogí la caja de bombones que había llevado la noche anterior y regresé a la cocina con ella en la mano y con cara de vicio.

  • Sonia, yo quiero un poco de chocolate de postre, a mí también me gusta el negro –dije mientras sujetaba un bombón de chocolate negro y relleno de licor en la mano-.

Sonia me miró a los ojos con el mismo vicio que reflejaba mi mirada, se incorporó insinuante, se sentó sobre la encimera de la cocina, separó sus piernas todo lo que pudo poniendo un pie en el respaldo de cada silla y echó la cabeza hacia atrás de forma invitadora.

  • Tú pones el chocolate, y yo pongo la avellana –dijo en clara referencia a su clítoris-.

Me acerqué a ella, me agaché entre sus piernas y le di unas cuantas lamidas a su almejita que ya estaba rezumante de nuevo. ¡Madre mía!, ¡habíamos destapado la caja de pandora!, ¡esta mujer no tenía fín! ¡Pobre Edu cuando regresara!, lo iba a desfondar.

Con mis dedos separé sus brillantes labios y poco a poco introduje el bombón en su interior. Acerqué mi boca y empecé a devorar aquella preciosa y peluda almeja con todas mis ganas. Con el calor corporal de Sonia, el chocolate se iba fundiendo y empezaba a chorrear junto con sus jugos y el licor del bombón por la comisura de chirri. Yo introducía mi lengua en du interior y lo iba rebañando para no desperdiciar nada. Sus gemidos se habían convertido ya en escandalosos jadeos y su pelvis no paraba de moverse en un balanceo constante en busca de un mayor contacto con mi boca.

Cerró sus muslos, atrapó mi cabeza con ellos y entre estertores se corrió intensamente, bañándome la cara de todo su femenino néctar. Cuando aflojó sus piernas y pude huir de la sexual trampa, todo mi rostro y su vello púbico estaban pringados de chocolate. Me acerque a sus labios y le di un libidinoso beso.

  • Tío, yo a Mónica la dejé más limpia anoche, me has dejado toda pringada de chocolate.
  • Sí, pero es que Mónica no tiene la pelambrera que tú tienes –respondí- eso parece una almacén de provisiones. Me he comido el chocolate, tu corrida y los restos resecos de mi eyaculación de anoche. Eso hay que despejarlo un poco Cielo. La selva virgen solo puede estar en el Amazonas, el chocho hay que convertirlo en un “jardín cen”.
  • ¡Por cierto guarro!, ¡Es verdad!, ¡Que ayer te corriste dentro de mí sin condón!. Menos mal que llevo el DIU. Bueno y si me quedo preñada tampoco pasa nada, después de tantos años de matrimonio a lo  mejor ya va siendo hora.
  • Sonia, Ricard tiene razón –se incorporó Mónica a la conversación-. Tía eso tenemos que afeitarlo. Si quieres podemos dejarte un mechoncito en la parte superior para que se note que eres pelirroja auténtica.
  • ¡Sí hombre!, y como se lo explico a Edu. ¿Le digo que mientras él estaba de congreso yo he estado con los dos expacientes pervertidos del ascensor hartándome a follar y que encima me han depilado el coño?
  • Noooooo, le dices que lo has echado mucho de menos y que has decidido ponerte guapa para él. Además le has dicho que ibas a ir de tiendas, por tanto nos vamos a ir de tiendas a renovar “tu viejo y anticuado armario” –sentencié yo-.
  • Además ahora has descubierto sensaciones muy nuevas para ti, pues esa es otra que tienes que descubrir. ¡Míranos a nosotros! Lo que se siente cuando te comen el coño, con el afeitado es totalmente diferente, infinitamente más placentero, no hay nada que se interponga entre la lengua y tu chirri.
  • ¡Joder, pero que zorra me habéis vuelto en una noche! ¡Venga, vale! ¡Vamos allá antes de que me arrepienta!
  • ¡BIENNNNNNNNNNN! –gritamos al unísono Mónica y yo-.

Limpiamos la mesa de la cocina, la tomamos de la mano y la tumbamos en ella con las piernas colgando por el lateral. Yo me fui a buscar los utensilios de depilación y Mónica se quedó con ella alabando su decisión. Deposité los trastos sobre la mesa a la cabecera de Sonia y la besé guiñándole un ojo.

  • Verás que guapa vas a quedar. Tú déjalo en mis manos. Soy el barbero oficial de coños de esta casa. Hago auténticas obras de arte.

Tome la barbera inalámbrica y le puse la guía del 2. Relájate Sonia, no tengas ningún temor, esto no es doloroso en absoluto, todo lo contrario, es muy placentero, te lo digo por experiencia propia y por la de Mónica.

Me situé frente a su pubis, cogí una de sus piernas y apoyé la planta de su pié sobre mi hombro izquierdo, de manera que al acercarme para rasurar ella tuviera que flexionar la rodilla abriendo la pierna y permitiendo un fácil acceso a toda su pelambrera.

  • Mónica, por favor, sujétale la otra pierna abierta y flexionada.

Acerqué la guía-peine de la barbera a su rojiza “panocha”, accioné el botón y empecé a recortar, desde la parte alta del pubis hasta el pliegue de las ingles. Los pelillos iban cayendo sobre la mesa a la vez que la vibración del aparato iba arrancando pequeños suspiros de Sonia. Recortada toda la zona a una longitud uniforme, detuve el aparato.

  • Bufffff, vaya suplicio. Esas vibraciones me estaban poniendo mala otra vez.
  • Estate tranquila, ya tenemos la primera fase.

Le quité la guía-peine a la máquina y apliqué las cuchillas, por su lado plano directamente sobre la piel, accioné el botón de nuevo y empecé a recortar al cero pero en esta ocasión en sentido ascendente, desde las ingles hasta el mechoncito central de la parte superior, mechoncito que respetaba levantando la cuchilla al llegar a él. Puse la máquina de punta sobre el pelo que quedaba, dibujando con su filo la forma de un pequeño corazón con su punta inferior apuntando hacia el clítoris, como una flecha de neón que señalase el punto del placer.

Terminado el perfilado de la figura, le di la vuelta a la máquina, sin pararla, y  su parte redondeada inferior la aplique sobre los labios vaginales de Sonia. Dio un respingo sobre la mesa y empezó a jadear de nuevo. La diabólica maquinita se desplazaba desde sus labios hasta su clítoris y viceversa. Sonia volvía a estar descontrolada, se agitaba sobre la mesa y se retorcía dándonos patadas con sus pies que se movían como si tuvieran vida propia. Cuando ya noté que estaba a punto de correrse de nuevo, apliqué la vibración directamente sobre su clítoris haciendo pequeños y suaves círculos sobre él, pego un alarido, tensó todo su cuerpo y de su coño salió un chorrito de flujo, disparado como si lo hubiera escupido. Había sido su primer “squirting”. La salpicadura me llego al pecho, poniendo mi pezón derecho perdido.

  • ¡Joder pareja!, llevamos una hora levantados y ya me habéis arrancado 3 orgasmos, a cual más bestia. ¡Dejadme descansar!.
  • Mira como me has puesto la teta. Esto que tengo en el pezón es tu corrida, ¡So cochina! –le dije mostrándole los pegotones que resbalaban por mi pecho en dirección a mi barriga-. Vas a tener que limpiarlos.
  • No, eso no puede ser mío. Yo jamás he tenido una corrida eyaculatoria –respondió incrédula-.
  • Pues sí, Sonia, es tu corrida –replicó Mónica-. Y ahora, cacho guarra, saca la lengua y límpiasela inmediatamente.

Sonia obedeció, sacó la lengua y estuvo chupándome el pezón y el resto de la teta hasta dejarla reluciente.

  • Bueno vamos a seguir, pero si sigues corriéndote de esa manera no vamos a acabar nunca. Yo se que el hambre es muy mala, pero contrólate un poco, guarrilla.

Utilicé unos paños suaves para empaparlos en agua bien caliente y, escurriéndolos un poco, dejarlos sobre la recortada zona para reblandecer los pelos que debían ser rasurados. Mientras los paños cumplían su función, llené un bol con agua, también, caliente, y cogí la brocha de afeitar y empecé a humedecer toda la zona con el ella. La sumergía en el agua y la iba pasando desde su zona anal hasta la parte alta del pubis, cada pasada de la brocha era un estremecimiento de su cuerpo.

Tomé la barra del jabón mentolado de afeitar, y embadurné bien la brocha. Luego apliqué directamente el jaboncillo sobre los pelos a recortar. Inicié un masaje constante y suave con la brocha enjabonada que iba haciendo una gran cantidad de espuma. Cada poco sumergía la brocha en el agua caliente para que el jabón se pusiera bien esponjoso, y que los pelos se quedaran como fideos al dente, con la consistencia suficiente para ser rasurados, pero suficientemente blandos para que no pegasen tirones al afeitarlos. Cuando todo estuvo en su punto, cogí la maquinilla desechable, la desembolsé y empecé a darle pasadas a toda la zona a limpiar. Por el contorno del corazoncito, pasé primero el revés de la maquinilla para retirar el exceso de espuma y poder definirlo perfectamente sin trasquilones.

  • Huyyyyyy, es una sensación muy extraña, esa de sentir como te manosean ahí abajo y sentir como se desliza la cuchilla. Da gustito, pero también un cierto repelús –dijo Sonia-.
  • Ya estamos acabando –respondí limpiando la cuchilla en el bol del agua caliente-.

Le afeitamos toda la zona genital, desde la zona anal, la región perineal, los pelillos que del pubis se pasaban a la parte interior de los muslos, en el pliegue de las ingles y los labios vaginales. Solo le quedó su gracioso mechón en la parte superior central.

Tomé los paños, los volví a empapar en agua tibia, y se los pasé por toda la zona limpiando los restos de jabón y de pelillos que se habían quedado dispersos por la zona afeitada. Al concluir con la limpieza, me fui a buscar uno de esos espejos de tocador, uno de esos de dos caras, una normal, y la otra que acerca y aumenta la imagen.

Enfoqué con el espejo de cara normal a su entrepierna y dije:

  • Mira el resultado Sonia. ¿Qué te parece?
  • ¡Hostia, pero si parece que tenga 11 años, cuando me empezaban a salir los primeros pelillos! Sí que eres un artista, sí. Ha quedado muy guapo.
  • Míralo de cerca –dije girando el espejo y poniéndolo por la cara de aumento-. ¡A que está para comérselo!.
  • No tío, otra comida ahora no. Déjalo descansar que ha tenido más guerra en una noche que en los 7 años de matrimonio.
  • Ricard, ve a buscar tu aftershave, el bálsamo hidratante, no el líquido –ordenó Mónica-.
  • A sus órdenes mi sargento –respondí haciendo un gesto de saludo militar, que al estar todos “en bolas” quedó más cómico todavía.

A mitad de camino caí en la cuenta de que todavía no nos habíamos duchado, di media vuelta y regresé a la cocina.

  • Oye Mónica, ¿no sería mejor que se duchase antes y luego le aplicásemos el bálsamo? Si no se lo va a quitar todo antes de que le haga efecto.
  • Pues también tienes razón. ¡Ala marrana! A la ducha, y lávatelo bien por dentro que se vayan los restos del chocolate y de todo lo demás que te has metido. Verás que junto a los grifos hay una ducha íntima; una manguera de ducha pero que tiene una especie de consolador perforado. ¿sabrás como funciona?
  • Supongo que como todo en esta casa, introduciéndolo en los agujeros –replicó Sonia entre risas-

A las 11 h. ya estábamos todos duchados y dispuestos para vestirnos. Sonia fue al dormitorio a coger sus ropas.

  • ¿Pero que haces? –dijo Mónica llevándose las manos a la cabeza- Recién duchada no te puedes poner la ropa sucia de ayer. Yo te dejo algo limpio, y de paso más acorde a tu nueva situación de zorrita.

Mónica se fue al armario, sacó, de uno de los cajones, un precioso conjunto de lencería de encaje compuesto por un sujetador de los de balcón que dejaba todo el pezón al descubierto y un tanga de los de hilo dental. Se puso, entonces, a buscar entre las piezas de ropa que tenía colgadas en las perchas y escogió un vestido de lana peludita en un tono amarillo precioso. El vestido es de esos muy ceñido al cuerpo, que se dibujan todas las formas femeninas, de faldita muy corta, muy por encima de medio muslo y de cuello alto, pero de aquellos muy amplios que luego quedan holgados haciendo como una especie de collar de tela. La manga era de esas que se quedan a medio brazo, que no llegan a la muñeca.

Sonia se puso la lencería, se miró al espejo

  • Pero que pinta de fulana tengo así. Bueno es lo que me habéis convertido. ¡Esto me cuesta el divorció!

Se calzó el vestido que le quedaba precioso, ese amarillo pálido hacía destacar el rojizo de sus cabellos. Los pezones se le marcaban al estar fuera de las copas del sujetador y le hacia un tipo y unas piernas espectaculares; un poco pálidas tal vez, pero preciosas.

Mónica le alcanzó unas medias negras grabadas, de las que son autoportantes (con la liga incorporada y de una finísima puntilla) y se decidió por unas botas negras, tipo mosquetero, de tacón alto.

Cuando estuvo totalmente vestida, estaba espectacular. Nada que ver con la niña mojigata y prudente que conocimos en la consulta del Dr. Galcerán y nada que ver con la mujer del montón con la que entablamos conversación el día antes. Estaba hecha una auténtica leona. Solo le faltaba un corte de pelo más de acuerdo a su nueva imagen.

Nos vestimos, también, nosotros dos mientras Sonia no paraba de mirarse al espejo girándose y modelando con cara de incredulidad. No podía creer que esa fuera ella misma.

En realidad no lo era. El cambio que había experimentado en su comportamiento, en su conducta y en su mente hacia que fuera una mujer absolutamente diferente. Un ave fénix renacido de las cenizas de su antigua y monótona existencia.

  • Bueno Sonia, y como andas de VISA. También te raciona Edu la pasta, o solo te raciona el sexo –preguntó Mónica descarada y provocadora-.
  • No, afortunadamente en eso no se ha metido jamás. He dispuesto del dinero que me ha hecho falta sin tener que justificar ni dar explicaciones. También es verdad que he sido una mujer más bien “austera” por decirlo de alguna forma y nada dada a tener caprichos. Bueno ya conocéis mi armario.
  • Bien, entonces hemos de empezar por la cabeza, y acabaremos por los pies. Ricard, llama a Luz y dile si puede coger a Sonia de aquí a media hora, pero que ha de ser ella, no la otra estilista del salón.
  • En 20 minutos acaba con la Sra. que tiene ahora –comuniqué tras realizar la llamada- si llegamos en ese tiempo nos coge.
  • Vamos volando. Saca el coche mientras nosotras cerramos y vamos bajando. Nos recoges en la puerta del parking –apresuró Mónica-.

Cuando salí por la puerta de la rampa del parking, dos espectaculares damas me estaban esperando en la acera. Graciosamente me hicieron el gesto de los autoestopistas enseñándome el pulgar de sus manos.

  • ¿A dónde van las Sras.? –pregunté protocolario-.
  • A la peluquería. Caballero ¿sería usted tan amable de acercarnos? Vamos un poco apresuradas –respondió en el mismo tono Sonia-.
  • Faltaría más Sras.

Abrieron la puerta trasera del coche, y se sentaron juntas en la banqueta posterior. Arranqué el coche y me encaminé hacia la peluquería de nuestra amiga y en alguna ocasión amante Luz. Por el camino, las muy cabronas, iniciaron un juego de abrir y cerrar las piernas para que pudiera observar a través del retrovisor interior su diminuta y sexi ropa interior.

Al llegar me detuve en la puerta de la peluquería y las dejé bajar.

  • Voy a buscar aparcamiento mientras vais entrando. Llegamos justo a tiempo.

Cuando regresé a la peluquería Sonia ya estaba sentada en lava-cabezas con una diminuta bata negra puesta. La bata llevaba el logo de la “pelu” y se cruzaba por delante con un cinturón también negro. Sonia tenía las piernas cruzadas esperando a que la asistenta, que tenía la mano bajo el chorro del agua comprobando la temperatura,  le lavara la cabeza. La abertura delantera de la bata se  había abierto cayendo cada uno de los laterales de la prenda por un lado de su precioso y enfundado muslo. Dejaba a la vista la media completa, incluida la auto-liga de encaje, y un trocito de carne por encima de esta.

¡La muy zorra! Se había quitado el vestido y solo llevaba la bata encima de la ropa interior, si es que se la había dejado puesta.

La otra estilista estaba cortándole el pelo a un chavalote de unos 13 o 14 años, el hijo de alguna clienta habitual, seguramente.

  • Desde que habéis llegado no he tenido que decirle ni una sola vez más que no se mueva –dijo divertida la peluquera-. Se ha quedado hipnotizado con las piernas de vuestra amiga.

Rompimos todos en carcajadas mientras los colores subían a las mejillas del jovenzuelo que se había visto descubierto.

  • ¡Pero que desvergonzados sois! no veis que estáis sonrojando al muchacho –replicó Sonia falsamente ingenua, mientras clavaba su mirada, a través del espejo del tocador, en la del aturdido niñato y descruzaba la pierna para cruzar la otra ofreciéndole al pobre chico un espectáculo maravilloso de su recién depilada entrepierna. La Sharon Stone a su lado una niña de parvulitos-.

Entre tanto, Mónica estaba enzarzada con Luz, cambiando opiniones de que estilo de corte podría quedar mejor a nuestra peliroja amiga. Estaban mirando una revista especializada en la que las modelos mostraban diferentes tipos de corte y peinado.

  • ¡Este! –dijo Luz- Yo creo que este le puede quedar perfecto a sus rasgos, a su tipo de pelo y a su color.

Cuando Sonia se levantó con su cabeza ya envuelta en una toalla, para mantener la humedad del pelo, se aproximó a nosotros dando una imagen de lo más provocador. La fina bata de nylon se había aflojado y el escote era más que generoso. A cada paso se abría totalmente la unión de los dos laterales mostrando su muslo completo hasta el pliegue de la ingle, mostrando un trozo de la trasparente tela del tanga que dibujaba perfectamente el corazoncito que le habíamos dejado. Con la caída del nylon, la bata se pegaba totalmente a su cuerpo y marcaba dos pezones súper tiesos. ¡La muy cabrona! se había excitado calentando al zagalón que, a través del espejo no quitaba ojo de la evolución de Sonia hacia el tocador contiguo al suyo.

Le mostraron 3 ó 4 posibilidades en cuanto a corte y peinado, y al final estuvo de acuerdo con Mónica y con Luz en el que ellas habían preseleccionado.

  • ¡Niño!, ¡leche! No te muevas, que si te trasquilo tu madre me mata –soltó la otra estilista- Joder que desde que te has venido al tocador solo hace que girar la cabeza para devorarte.
  • Bueno, pues si no quiere mirar al espejo porque hay algo que lo distrae, gira la silla poniéndolo hacia lo que está mirando –replicó Luz, divertida- así seguro que no lo trasquilas.

Sonia se sentó despreocupada en su tocador y se puso en manos de Luz. Su bata no había quedado más decente que antes, sino bien al contrario casi más indecente y el chaval desde su sitio podía verle a través del ahuecado escote toda una teta al completo. Casi seguro que a partir de ese día su madre no tendría que obligarlo nunca más a ir a cortarse el pelo, pero lo que si era seguro es que durante una buena temporada tendría una musa para sus pajas.

Luz se afanó a llevar a cabo la decisión que habían tomado. Tijeretazo va tijeretazo viene hasta que quedó, incluso mejor que la modelo. Realmente la elección había sido un acierto. Al acabar, Sonia se puso en pie y se miró al espejo, estaba encantada con la imagen que le ofrecía el espejo. Se aflojó el cinturón de la bata e impúdicamente la sacudió estirando de la parte central de ambas delanteras. Menos mal que no había ninguna otra clienta. El que sí que estaba, mirando a través del cristal del ventanal era el chavalín al que estaban arreglando cuando llegamos, que con la excusa de esperar a su madre en la puerta, se estaba poniendo morado.

Salimos de la “pelu”, y Mónica propuso ir a la zona comercial del centro a comprar ropa más adecuada. Recorrimos unas cuantas tiendas en las que compraron vestidos (todos ellos bastante extremados), minis, blusas, mallas, pantalones de cintura extremadamente baja, en definitiva, una renovación de armario completo. Sonia estaba que se salía, quería quedárselo todo, con todo se encontraba guapa, no me extraña con el cambio de imagen que había hecho en ambas zonas con pelo y el cambio emocional y moral que había experimentado en las últimas horas, estaba desenfrenada.

Luego nos fuimos a un par de tiendas de lencería fina pero muy apetecible. Ahí sí que fue digna de ver. Se volvía “majara” con tanta oferta, a cual más fina y a cual más provocadora. Todo lo que se quedó fue realmente para romper; conjuntos, tangas, culotes, sujetadores, medias, picardías, ………..

  • ¡Es que me encanta! con el coño afeitado y con este tipo de lencería me siento ¡tan guarra! ¡tan libre!.

El maletero se me empezaba a quedar pequeño.

Finalmente tocó al calzado. Tampoco fue nada discreto desde luego, todo de taconazo y con diseños muy atrevidos. Sandalias altísimas con tiras para atar a las piernas, zuecos sensuales, botas, zapatos ….

Al principio, la empleada de la zapatería nos empezó a atender con una cierta desgana, debió pensar <>. Habían pedido ya tres o cuatro pares de calzado diferente, de un extremo al otro, de unas botas a unas sandalias de tiras y la mujer empezaba a cansarse, debía ir a comisión y veía como sus compañeras iban despachando y cobrando algunos pares, mientras ella no había cobrado todavía nada. En uno de los viajes al almacén a buscar uno de los modelos solicitados, debió comentárselo al encargado, pues de regreso el que traía el par de zapatos que le habíamos pedido era él. Se acercó muy amable y preguntó si les importaba a las señoras que fuera él el que nos atendiera, que él era el encargado, conocía mejor el género y podía aconsejarlas mejor.

Las chicas estuvieron de acuerdo, y él por aligerar y empezar a descartar posibilidades, preguntó por el estilo que estaban buscando, ya que veía que habíamos saltado mucho de un tipo de calzado a otro, que si le decíamos que debía combinar y para que tipo de evento, tal vez el podría ayudarnos en la selección y aconsejarnos alguna otra cosa.

Los ojos se le pusieron como platos cuando le aclaramos que no estábamos buscando un par de zapatos, que estábamos renovando armario,  y que por eso le pedían desde calzado totalmente cerrado a totalmente descubierto. Creí leer el símbolo del euro en sus pupilas. A partir de ese momento todo fue amabilidad y buen trato, nos ofreció un café, trajo uno de aquellas antiguas banquetas de probar calzado que tendrían arrinconado en el almacén y empezó a sacar modelos en la línea de lo que ya habíamos pedido.

Si grandes se le habían puesto los ojos cuando aclaramos el malentendido, mayores se le pusieron cuando se sentó en el bajo taburete de la “banqueta calzadora” y acercó el primer par de zapatos para probar. Sonia alzó su pierna de una forma sensual, con ellas ligeramente separadas y acercó el pie insinuante a la mano del vendedor. Este le calzó la sandalia de una forma acariciante, y como era de las que se ciñe al tobillo con una correíta de cuero cruzado, tuvo que abrochar la hebillita que la cerraba. ¡Pobre hombre!, no atinaba. Las manos le temblaban como un flan, y sus ojos miraban la provocante entrepierna de Sonia en lugar de la hebilla.

La situación empeoró a medida que iba probando más y más pares. Sonia se fue lanzando y en más de una ocasión una vez calzada, retiraba el pie de la enmoquetada plataforma inclinada de la banqueta, estiraba la pierna dejándola en el aire (al igual que su entrepierna) y luego la bajaba lentamente, ante sus narices hasta plantar el tacón “accidentalmente” sobre la bragueta del vendedor, que a estas alturas abultaba infinitamente más que cuando se nos acercó.

Tras este incidente exhibicionista y provocador de Sonia, cargamos con las cajas ante la frustrada mirada de la dependienta inicial y nos acercamos a pagar al sofocado y feliz encargado. Junto al recibo le entregó a Sonia una tarjeta profesional personalizada en la que figuraba el nombre de la tienda, su nombre, el cargo, el teléfono de la tienda y el teléfono móvil y el correo del encargado (estos últimos subrayados en bolígrafo rojo).

  • Señora, cualquier cosa que necesite, o cualquier cosa a reclamar sobre su compra, no dude en contactar directamente conmigo, estaré más que encantado de atenderla de forma personal. Si lo desea, puedo invitarla a un café en rebajas, y podemos mirar si encontramos algo realmente digno de sus pies. Además en enero ya sabré el género que me entrará nuevo para la próxima temporada. Si lo desea cuando cierre la tienda estaré encantado de mostrarle, sin molestas interrupciones, las novedades.

La VISA estaba al rojo. Menos mal que el crédito debía de ser alto. Volvimos al parking a descargar estas nuevas compras.

Para finalizar la mañana, nos acercamos a una de esas macro tiendas de perfumería y belleza que hay en plaza Cataluña (no haré propaganda gratuita) y nos, mejor dicho, se dedicaron, ambas, a probar todo tipo de maquillajes, cremas, fondos, rímel, pintalabios, aceites corporales, aceites de masaje, sales de baño,  etc, etc, etc. Total que también salimos cargados como burros.

Descargamos igualmente en el coche y “entre pitos y flautas” ya se había hecho la hora de comer. Estábamos realmente derrotados, entre la batalla de la noche antes, que habíamos dormido 3 ó 4 horas, que la mañana la iniciamos también guerrera y que llevábamos toda la mañana caminando de tiendas, estábamos rotos. Mónica propuso ir a casa a descargar el coche, comer algo en el bar y echarnos una siesta reparadora. Sonia dijo que mejor la llevábamos a su casa, descargábamos los paquetes en su destino definitivo, en lugar de moverlos dos veces, que podíamos comprar algo de comida preparada en una tienda que hay junto a su casa, comer allí y dormir esa siesta allí mismo. Estuvimos de acuerdo con ella y nos encaminamos a su domicilio.

Tuvimos suerte, había un hueco a dos portales del suyo, por lo que pudimos descargar sin dificultad todos los paquetes, eso sí, nos costó dos viajes.

En el ascensor nos cruzamos con uno de sus vecinos que miró a Sonia entre incrédulo y excitado, luego le pegó un repaso a Mónica con cara lasciva, y luego me repasó a mí con cara de envidia. Al entrar en su piso Sonia estaba entre divertida y azorada por ese encuentro. Por un lado se excitó con la cara de vicio del baboso vecino, pero por otro le daba apuro ir tan exuberante en un entorno en el que siempre la habían conocido modosita.

Colocadas todas las bolsas y cajas sobre el sofá, Sonia dijo que se iba a cambiar y que bajaríamos a comprar la comida. No le dejamos cometer semejante tontería; si se había comprado tanta ropa nueva era para cambiar de imagen para siempre, no para hacerlo solo donde no la conozcan.

  • ¡Que se vayan acostumbrando todos a la nueva Sonia! –exclamó Mónica-. Esto no ha de ser una cura paulatina, ha de ser una terapia de implosión.

La cogí por el talle mientras Mónica abría la puerta para dirigirnos a la calle.

  • ¿Llevas las llaves?
  • Sí, pero esperad que coja la cartera.
  • No hace falta cartera, invitamos nosotros,

Bajamos a la calle y nos dirigimos a la tienda que estaba casi enfrente del coche, pero en la otra acera. Atravesamos la calle y un motorista que se cruzó con nosotros les echó un grosero piropo a ambas, que rieron divertidas.

  • ¡Caramba Sonia!, menudo cambio –soltó la dueña de la tienda nada más vernos entrar- Estás guapísima. Pareces otra.
  • Gracias Concha –respondió Sonia- ¡Chica que nos hacemos mayores y hemos de irnos “tuneando”, que si no, igual llega alguna lagartona más joven y nos roba al marido.
  • Yo con este no tengo problema –respondió Concha señalando a su marido- como lo tengo todo el día aquí encerrado y controlado, pero es verdad que el tuyo, siempre visitando clientas guapas…..
  • Bueno, y eso no es lo peor –intervino una clienta a la que estaban despachando- a mí me lo quitó un lagartón. Después de 10 años de matrimonio y me lo encuentro amorrado al rabo de un tío en nuestra propia cama. ¡Y pensar que luego me besaba a mí!

Cuando nos tocó la tanda, nos decidimos por una comida basada en pescado. Pedimos un “XATO” ensalada típica de la zona de costera del sur de Barcelona y de Tarragona, basada en escarola con trocitos de bacalao y salsa romesco. Para picar pedimos unas zamburiñas gratinadas, unos buñuelitos de bacalao y unas gambas flambeadas que tenían buena pinta y como plato principal nos decidimos por una “zarzuela” que se veía apetitosa. Pedimos también dos botellas del mejor alvariño que tenían. Postre no compramos pues nos dijo Sonia que tenía en casa unos helados exquisitos, que Edu era muy goloso y siempre los tenían.

De regreso, llevamos todo a la cocina y Sonia nos dio instrucciones de donde encontrar los platos cubiertos y demás mientras ella llevaba a la habitación todas las compras. Servimos el “Xato” y pusimos las gambas y los buñuelos a calentar al microondas a la vez que íbamos preparando la mesa.

Tan pronto regresó Sonia de ordenar las compras nos sentamos a la mesa y empezamos a dar cuenta de tan exquisito menú. Mientras acabábamos con el Xató y el aperitivo, pusimos la “zarzuela” a calentar. Ya había casi caído una botella del vino cuando sonó el timbre del microondas indicándonos que estaba lista. La servimos y sacamos la 2ª botella que prácticamente se acabó cuando llegamos a los postres. Empezábamos a estar “entonados”.

Sonia se levantó, camino de la cocina, con unos cuantos platos en la mano y Mónica ayudó recogiendo el resto. Cuando regresaban con los helados no pude menos que admirar el par de bellezones que me habían acompañado en las, casi, últimas 24 horas. Silbé emocionado y exclamé:

  • La verdad es que es un lujazo poder disfrutar de la agradabilísima compañía de dos damas tan bellas y tan elegantes.
  • Adulador –contestaron ellas al unísono entre risas-.
  • Pero ahora nada de follar, que estoy que no me aguanto –replicó Sonia- en cuanto acabemos de comer nos ponemos a DORMIR la siesta.

Efectivamente, cuando terminamos con el helado y los cafés, Sonia estiró el sofá cama, nos desnudamos los tres, y nos pusimos a dormir como tres benditos.

Habría pasado una hora cuando me desperté bastante recuperado y con un “empalme” de la leche. Esta vez, quien estaba en medio era Mónica, en una postura similar a la que tenía Sonia por la mañana. Sonia sin embargo estaba acurrucada de espaldas a Mónica en el otro extremo de la cama.

Estiré mi mano y la pasé por el costado de Mónica hasta llegar a su culo, con el que estuve jugando un rato hasta que empezó a desperezarse y a abrir los ojos.

  • Hola Cielo, que tal has descansado –Pregunté-
  • Muy bien, la verdad es que estoy como nueva.

Acerqué mi pene a su vientre para demostrarle como estaba, pero ella me rechazó diciéndome que no fuera malo, que guardara fuerzas para luego.

  • Tía, pero es que mira como me tenéis –reclamé- Sonia esta mañana cuando ella se corrió me dejo a dos velas y ya es que me duelen los huevos. Si luego descargo a las dos metidas será vuestra culpa, por llevarme caliente todo el día y no dejarme descargar.
  • No te preocupes, si eso pasa ya te empalmaremos nosotras de nuevo.
  • ¿Tienes algo pensado para esta tarde? –pregunté-.
  • Pues para esta tarde no, pero he pensado que ya que ayer no fuimos al local de intercambios, podríamos ir hoy con Sonia, a ver si la acabamos de pervertir.
  • ¡Genial!, yo había pensado que nos faltan algunos complementos para la nueva vida que hemos enseñado a Sonia. Podríamos llevarla al sexshop a comprar algunos artilugios para que no se le pase la calentura.
  • Tienes razón Ricard. ¿Como no había pensado yo en ello?.

Sonia empezó a removerse a nuestro lado, se desperezó y se giró hacia nosotros.

  • ¡Hola guapos!, no sabéis como necesitaba este descanso –dijo inclinándose sobre nosotros y dándonos un pico a cada uno-.
  • ¡Pero bueno tío!, ¿es que tú siempre estás igual? –añadió alargando su mano hasta mi polla y haciéndole una caricia-. ¡Unos tanto y otros tan poco!.
  • Sonia, espabila que tenemos planes para esta tarde y para esta noche –dijo Mónica apartándole, cariñosa, el mechón de  pelo que se le había venido a la cara-. Nos damos una duchita rápida y nos vamos.
  • Pero ¿Dónde vamos? –preguntó Sonia-. Miedo me da pensar lo que habréis planeado.
  • De momento nos vamos a hacer unas compras que nos faltan y luego te vamos a llevar de marcha –respondió Mónica-. Es decir que ¡en marcha! ¡va!.

Nos levantamos los tres de un salto, recogimos el sofá y nos dirigimos al baño. Nos fuimos turnando en la ducha mientras los otros nos pasábamos un poco de pasta de dientes con el dedo (no llevábamos el cepillo encima).

  • Mónica, voy a tener que seguir usando tu ropa, la que hemos comprado no está lavada ni planchada.
  • No te preocupes –respondió Mónica desde la mampara- ya me la devolverás. Lo que si te recomiendo es que te cambies de zapatos. Podrías ponerte una de las sandalias que hemos comprado, o los zuecos, que son más fáciles de calzar y descalzar.

Sonia miró hacia la mampara como queriendo interrogar a Mónica sobre el significado de la facilidad de calzar y descalzar, pero se fue al dormitorio a vestirse, siguiendo el consejo de Mónica sin hacer preguntas. Ya debía de tener asumido que irse de marcha significaba desnudarse en algún momento.

Íbamos ya en el coche cuando Sonia saltó:

  • Oye, y ¿que más nos falta por comprar?. Hemos comprado ropa interior, ropa de calle, calzado, maquillaje y demás artículos de perfumería, hemos ido a la peluquería, … Que yo sepa no nos falta nada.
  • Cariño, necesitas algún lubricante y algún juguetito para que no se te cierre ese culito que abrimos ayer –replicó Monica-. Además, me apetece hacerte un regalito.

Llegamos al SEXSHOP al que solemos ir, uno de esos que ahora se han puesto de moda, con una pequeña sala de proyecciones y con cuarto oscuro. En el cine y en el cuarto oscuro habitualmente los hombres se comen los rabos entre ellos y alguno se deja follar. A veces, algunas parejas aprovechan estas instalaciones para organizar gang bangs con los chicos que acuden al cine y los que citan por internet.

La dueña es ya casi amiga nuestra, pues la verdad es que somos buenos clientes.

  • ¡Hombre pareja!, que alegría veros. ¿Y esa preciosidad que os acompaña?.
  • Hola guapísima, mira esta es Sonia, una nueva amiga. Necesitará algunas cosillas de las que tú vendes –presentó Mónica-.
  • Pues para eso estoy para ayudaros en lo que podáis necesitar.
  • Pues mira, necesitaremos algún tanga abierto y un disfraz de sexy-enfermera.
  • Eso está hecho. ¿Como lo quieres?.
  • No, si no es para mí, es para ella. ¿Porque no le enseñas lo que tienes y que elija?. Y a mí me sacas un tanga de “perlas” –respondió Mónica-.
  • Yo necesito un huevo vibrador con mando a distancia, un “slim” y un plug anal de tamaño medio –agregué yo desde detrás-. ¡Ah! Y un tubo de lubricante efecto calor!.

Se fue hacia el almacenillo y sacó los artilugios que le habíamos pedido Mónica y Yo, nos los entregó y le mostró un par de catálogos de lencería abierta a Sonia. Estuvieron un rato pasando páginas y comentando los modelos y finalmente se decidieron por uno, negro, en forma de mariposa en el pubis, y uno rojo en forma de corazón.

En cuanto al disfraz de sexy-enfermera. Se decidieron por uno que unas medias blancas, una cofia con una cruz roja y un mínimo y escotadísimo uniforme que no cubría ni su culo ni su pecho.

Cuando hubo pagado sus compras y nosotros las nuestras, me acerqué a Sonia y le entregué el “slim” y el plug anal.

  • Esto es para que vayas entrenando ese culito cada día. La próxima vez quiero follarte el culo.
  • ¡Ala, dilo más fuerte, por si alguien no se ha enterado! –replicó Sonia sofocada mirando a los dos o tres clientes que merodeaban por la tienda y que se nos observaban lascivos.
  • Ahora quítate las bragas –añadí con tono autoritario-.
  • ¿Pero que dices? –respondió más colorada todavía-.
  • Pero si no pasa nada –respondí-
  • ¿A que no? Señores –añadí mirando a nuestros ya descarados espectadores-. Con un poco de suerte alguno a lo mejor hasta te las quiere comprar.
  • ¡50 Euros! –dijo uno de los mirones.
  • ¡100! –replicó otro- 100 si se las quito yo.
  • 100 a la una, 100 a las dos y 100 a las tres. ¡Adjudicadas! –respondí yo-.

Sonia me miraba entre incrédula y lujuriosa. La vergüenza inicial se estaba transformando en deseo. El barrigudo ganador se aproximó y se puso frente a ella. Yo interpuse la mano extendida reclamando lo acordado, y una vez que soltó la pasta, Sonia se puso las manos en la cadera, y sensual empezó a deslizarlas hacia arriba arrastrando con ellas su minúscula falda. El gordo se agachó, puso las manos en la desnuda y arrimó la nariz a su pubis. Aspiró profundamente. Su cara era de éxtasis, como si estuviera aspirando la fragancia de la más exquisita de las flores. Cogió entonces los elásticos del tanga con sus pulgares y los fue deslizando por las piernas de Sonia sin apartar la mirada de su lampiño coño. Aspiraba y resoplaba como un toro de miura a punto de embestir. Forzosamente tenía que llegar el cálido aliento a los ya húmedos labios.

Cuando el tanga estuvo en el suelo Sonia levantó primero un pie para sacarlo y al levantar el segundo, intencionadamente restregó el empeine de su pie por la hinchada bragueta del comprador. Este se colapsó y quiso darle un bocado a lo que tenía delante de sus narices, pero le detuve diciéndole que el precio solo incluía quitarle y guardar el tanga, que todo lo demás ya había ido de propina y que no podía propasarse más. A regañadientes el hombre se incorporó con su botín en la mano, lo llevó a su nariz y aspiró profundamente tres o cuatro veces, luego lo aproximó a su boca y sacando la lengua la pasó por la tira central, desde la parte delantera, hasta la unión trasera con las tiras laterales, en ese momento emitió un gemido, y vimos como manchó los pantalones. ¡El tío se había corrido solo con saborear el tanga! ¡sin tocarse!.

Con el vestido todavía levantado, y con todo al aire, Sonia contemplo divertida la escena. La mirada de todos los demás espectadores estaba clavada en su zona vaginal, probablemente fuera el primer pubis pelirrojo que veían.

  • ¡No Sonia!, no te cubras todavía, tengo un regalo para ti –dije sujetando sus manos para que no las deslizara hacia abajo.

Me acerqué al mostrador donde había dejado la bolsa con los artículos que había comprado, desprecinté el lubricante y con mi dedo corazón empecé a aplicárselo suavemente. Me puse un poco más e introduje el dedo bien cargado entre sus labios, abriéndolos y lubricándolos. Ella se encogía un poco cada vez que notaba la intrusión en su intimidad. Introduje el dedo más adentro recogiendo los excesos de lubricante que había en la parte externa e introduciéndolos con cada metida. Sonia volvía a estar como un horno, entre la situación con el comprador de sus bragas, la sobada que acababa de darle para extender el gel, y el calorcillo que el mismo genera cuando entra en contacto con la piel, estaba a punto de explotar. Seguía allí en medio de la tienda, con toda la falda levantada, con el culo al aire, con los ojos cerrados y dejándose manosear por mi delante de tres o cuatro espectadores.

Fui de nuevo a la bolsa, y desembalé el huevo vibrador que acababa de comprar. Me acerqué con él en la mano y lo acerque a sus labios vaginales. Al notar el frio del plástico pegó un respingo, pero la tranquilicé y le pedí que siguiera quieta, que era cuestión de segundos. Fui introduciendo poco a poco el huevo en la vagina, comprobando como esta se iba adaptando a la dilatación que le provocaba el artefacto, y como cuando lo dejo entrar del todo, se cerró como la cueva de “ALI BABA”. Solo quedó el pequeño cordón exterior colgando entre sus labios.

  • Ya está, ya te puedes bajar la falda, si es que te apetece –indiqué al acabar de introducir el huevo-.
  • ¿Y esto?, ¿para que sirve? –preguntó extrañada-.
  • Todo a su debido tiempo, ya sabrás para que sirve –respondí- ¿Te molesta?
  • No, realmente. Noto el calorcillo del lubricante, pero el cacharro no me molesta. Es como un tampax pero del calibre gordo. Cuando te adaptas a él, se te olvida que lo llevas.
  • Prueba a caminar a ver que tal –le sugerí- No vaya a ser que se salga. Vamos a echar un vistazo a ver si hay algo que te llame la atención mientras tanto.

Estuvimos dando un vistazo a las diferentes vitrinas de la tienda mientras ella se iba acostumbrando al invasor y olvidándose de que lo llevaba puesto. Me preguntó por unos cuantos artículos que le sorprendieron por sus raras formas. Todo el recorrido lo hicimos observados por los hombres que merodeaban por la tienda, por si pillaban algo. El comprador de las bragas salió por patas nada más correrse, colorado como un tomate.

Al cabo de un poco, y tras haber recorrido la tienda, nos dirigimos al mostrador donde Mónica estaba hablando con la propietaria.

  • Bueno Sonia, ahora tendrás que ir toda la noche sin bragas, ya que no has tenido ningún reparo en subastar las mias…..
  • ¡Pero si ha sido el cabronazo de Ridar! –replicó ella-.
  • Sí, pero tú no has ofrecido ninguna resistencia, bien dispuesta que has estado a calentar al pobre barrigón –respondió Mónica entre risas-.
  • Oye, ¿te importa que pasemos al cine y le muestre a Sonia lo que se cuece en estos lugares?    –pregunté a la propietaria-. ¿o hemos de pagar entrada?
  • ¡No hombre no!, ya podéis pasar, que con el gasto que me habéis hecho esta tarde ya tenéis la entrada pagada –respondió la dueña-.

Tomé a Sonia de la mano y la conduje a través de la cortina que separaba la entrada del cine del resto de la tienda. Al entrar no veíamos nada, pero cuando nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad vimos que había 10 ó 12 tíos en los asientos, algunos sentados de dos en dos. Tiré de Sonia y nos introdujimos en el “patio de butacas” nos situamos a un asiento de dos tíos que estaban juntos, uno tenía la polla fuera del pantalón y el otro lo estaba masturbando. Deje a Sonia en el asiento que estaba más próxima al pajillero. Al principio el hombre se cortó, y retiro la mano de la herramienta y el propietario de la misma recompuso su postura y la introdujo dentro de la bragueta. Sonia tenía los ojos desorbitados. En la fila de delante emergió un tío de entre las piernas de otro que nos había dado la sensación de que estaba solo. Por lo visto el aparecido estaba arrodillado mamándosela al otro.

  • ¡Coño!, pero cuanto mariconeo que hay por aquí ¿no? –se sobresaltó Sonia-.
  • No, no creo que ninguno de estos sean maricones, yo creo que son gente viciosilla, como nosotros, que le da a todos los palos, como nosotros –respondí -. Estoy seguro que si te dejo aquí en bolas no te libras de ninguno de ellos.

En ese momento Sonia miró en dirección a los dos tíos que teníamos sentados al nuestro lado. Ellos también la estaban mirando, casi con el mismo descaro que ella los miraba a ellos. El que había cerrado su pantalón con nuestra llegada, se lo había vuelto a abrir y ya estaba mostrando todo su arsenal listo para disparar. El pajillero estaba distraído mirando a Sonia y no había contraatacado. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón, y cuando más embobada estaba accione el mando a distancia del huevo vibrador. Creo que todos escuchamos el grito que dio Sonia al notar la vibración que no se esperaba. Se crispó en el asiento y me agarro fuerte del brazo.

  • ¡Cabrón! ¿Qué es lo que me estás haciendo? –dijo entre dientes, intentando no apoyar del todo el culo en el asiento-.

No contesté, en su lugar aumenté la velocidad y cambié la secuencia de las vibraciones. Sonia empezaba a respirar fuerte y a removerse en el asiento de forma inquieta y descontrolada.

El que tenía el rabo fuera estiró de la mano del otro para que siguiera haciendo lo que nosotros habíamos interrumpido. No se hizo de rogar, alargó la mano, pero sin retirar la vista de Sonia y empezó a pajear aquel aparato que le ofrecía su amable vecino. Con la mano libre, se sacó la suya y empezó a pajearse también.

Disminuí la potencia de la vibración y Sonia pareció tranquilizarse un poco, pero la visión de lo que estaban haciendo los dos tíos que teníamos al lado le  estaba poniendo cardíaca. En el momento que relajó su respiración, aceleré de nuevo el huevo y lo dejé a esa velocidad hasta que volvió a respirar a toda intensidad, como si estuviera subiendo escaleras. De repente lo paré.

A nuestro lado la escena seguía como antes, el pajillero meneándosela al vecino, y machacándose la suya. De repente se agachó y se metió el ciruelo del compañero en la boca y empezó a pegarle una mamada como las que me pega Mónica. El otro no duró mucho, al cabo de unos segundos se corrió en la boca de su aspirador. Con la boca llena, se levantó, se acercó a Sonia y le enseñó la leche que retenía tragándosela instantes despues.

  • ¿Te paso un poco guapa? –preguntó descarado-.
  • Vamos para afuera Ricard –Pidió Sonia.

La tomé de nuevo de la mano y la saqué de la sala pasamos por el cuarto oscuro, y en el glory hole había una polla asomada por él, me acerqué y la acaricié. Sonia se quedó mirando, saqué un condón, se lo puse y le dije:

  • ¿Qué? ¿Vamos a medias?.

Me miró se agachó y se la metió entera en la boca. Accione el mando a distancia del huevo a una velocidad suave pero constante y me agaché a su lado a compartirla con ella. Estuvimos como unos 10 minutos jugando con aquella herramienta hasta que la final, entre contracciones se vació en el condón. Sonia seguía agachada chupando a pesar de que aquello estaba perdiendo consistencia y con su mano entre los muslos dándose placer con los dedos. Al final ella también alcanzó el climax. Fue un orgasmo más discreto que los anteriores pero parece que placentero.

Una vez repuesta, salimos a la parte exterior de nuevo y nos pusimos a hablar con Mónica y con la propietaria. Yo le hice entrega de los regalos restantes, el Slim y el plug, y Mónica le regaló el tanga de perlas. Sonia se quedó mirándolo por todos los lados y preguntó:

  • ¿Y esto es un tanga?, Esto es un collar con forma de tanga.
  • No mira, es como todos. Los elásticos en las piernas, y la tira de perlas entre los labios vaginales, cuanto más tenso mejor –respondió Mónica-. Eso sí, este es solo para llevar con falda, porque te pasas el día chorreando, y si llevas pantalón, parece que te hayas meado.

En la puerta del Sexshop decidimos donde íbamos a ir a cenar. Debíamos reponer fuerzas antes de “irnos de marcha. La cena, la verdad es que fue “normal”, sin demasiados sobresaltos si exceptuamos los que se llevó Sonia cada vez que yo accionaba el mando a distancia del huevo que todavía llevaba puesto.

Ver como intentaba mantener la compostura mientras pedía al camarero fue todo un poema y cuando …..

Pero creo, honestamente, que me  he extendido demasiado, y que la cena y sobre todo nuestra posterior visita al club swinger da para un capítulo aparte.

Cualquier parecido de esta historia con alguna historia real es pura coincidencia. Esta historia es solo fruto de mi calenturienta mente y de los deseos de que fuera real. Los personajes, excepto yo, son todos inventados y si existe algún Dr. Galcerán con la especialidad que aquí se refiere que no se de por aludido, pero que aprenda de los deseos y de las fantasías de sus pacientes, tal vez mejore su vida.

Quedaré profundamente agradecido a comentarios y sugerencias de mejora. Igualmente me gustaría recibir críticas y consejos sobre redacción y estilo.

Así que ya sabéis apreciadas y apreciados lectores, queridas y queridos autores veteranos ayudad e este escritor novato. Muchas gracias