El cambio horario cambió nuestras vidas(Capt. II)

Recomiendo leer el primer capítulo para comprender este: http://www.todorelatos.com/relato/87103/ Dos almas gemelas que caminan en paralelo, dos seres de fuego encerrados en un extintor, dos pasiones que por fin se juntan para disfrutar lo que los demás no entienden,lo que los demás critican; para gozar de aquello que sus familias pretenden aniquilar.

Este lunes ha sido Sant Jordi, día dedicado, en Cataluña, al amor y a la literatura. Quiero hacer mi pequeña contribución a ambas celebraciones.

CAPITULO II

Unas semanas más tarde, estábamos Mónica y yo en la terracita de un bar próximo a nuestra casa tomándonos un aperitivo. Era viernes por la tarde, una de esas tranquilas y cálidas tardes que nos ofrece el otoño mediterráneo en nuestra ciudad.

Estaba empezando a oscurecer y se sentía el calor de las estufas de exterior que tan de moda se han puesto desde la ley antitabaco. La verdad es que se estaba de “coña”.

Esa noche teníamos planeado ir a uno de los múltiples locales swinger de nuestra ciudad a pasar un rato agradable en compañía de gente tan morbosa y viciosa como nosotros. Solo de pensarlo ya estábamos calientes como hornos, bueno en realidad siempre estamos calientes. Las estufitas a nuestro lado puro hielo. Nos estábamos dando un soberano lote, marreándonos y metiéndonos mano sin ningún pudor. En el bar ya nos conocían, alguno de los empleados “bien a fondo”, pero eso es otra historia que tal vez algún día os cuente.

Habíamos dejado la cena preparada antes de salir de casa, de manera que cuando nos tomáramos el aperitivo, iríamos a casa a cenar algo, y luego nos “arreglaríamos” para salir de juerga a ese local de intercambios.

  • ¡ Coño pareja ! Veo que seguís igual que hace unas semanas. Dejad algo para luego.
  • ¡Hombre Sonia!, ¿qué haces tú por aquí a estas horas?. ¿Qué no trabajas esta tarde?
  • No, Edu, el Dr. Galcerán, está de congreso y ha anulado todas las horas concertadas desde este miércoles pasado. Estará en Sevilla hasta el domingo por la mañana, regresa al medio día.
  • ¿Tienes Prisa?. Siéntate a tomar una cervecita con nosotros,
  • No gracias, que os he visto muy “atareados”. No quiero interrumpiros; no sea que se os baje el calentón.
  • Ja, Ja, Ja. Tu sabes que a nosotros no se nos pasa el calentón ni con agua fría, y sabes también que si nos interrumpimos es porque queremos, no porque nos de corte que nos estés mirando. Pregúntale a Mónica.
  • No; si después de lo del ascensor en la consulta, ya me percaté de que os da lo mismo ocho que ochenta, que no tenéis vergüenza y que además disfrutáis exhibiéndoos y  dando envidia. ¡VA!; ¡venga esa cervecita!.
  • Así me gustan las chicas, ¡decididas!. Venga Ricard, trae otra silla para nuestra amiga. Que seguro que tiene cosas que cotillearnos de cómo se quedó el Dr. Galcerán.
  • No veas como disfruté cuando vi la cara de mi marido cuando os pillamos follando en el ascensor; y la de luego, cuando lo mandasteis a tomar por el culo en su propia consulta. JA, JA, JA, JA ¡QUE GOZADA!.
  • ¿Tu marido? ¿eres la mujer del Dr. Galcerán?. ¡JODERRRRRRRRRRRR! Pero siempre pensamos que solo eras una empleada, la recepcionista de la consulta.
  • Sí, hijos, sí. Soy la esposa de ese picha floja del Dr. Galcerán. De ese gilipollas que solo sabe decirle a la gente que tiene que follar menos, que hay que contener los impulsos, que hay que racionalizar el sexo, que no somos animales. ¡Ya podría aprender él un poco de los que intenta curar! ¡Él es el enfermo! ¡Menos “razón” y más pasión! Pero bueno……
  • ¡Coño Sonia! ¡Nos has dejado “planchados”! Pero…. ¿qué pasa, que el Dr. Galcerán; Edu, no te da polla? ¡No me jodas! Con un pedazo de tía como tú en casa y no te satisface. ¡Ese tío es idiota! –exclamó Mónica-.
  • ¡Y eso que vas siempre muy discretita!, que si te extremases un poco en la ropa y el maquillaje… ¡No veas!. Tú tienes que hacer como Mónica, sacarle más partido a tu belleza. Mira lo guapa y sexi que está siempre.
    • No, si a veces lo he pensado, pero es que Edu dice que no es bueno para nuestra consulta, que nuestros pacientes son enfermos sexuales, y que la más mínima provocación puede desestabilizarlos, hacer fracasar su terapia.

Estuvimos en aquella terraza como unas dos horas, con otras tantas cervecitas más por “barba”. La conversación fue un descojono de la cara que puso el Dr. Galcerán, “el picha floja de Edu”, como lo llamaba su  mujer.

La verdad es que estábamos todos en la gloria, con una camaradería que en el tiempo de visitas al terapeuta jamás habíamos tenido con Sonia. Ella estaba desinhibida, nos contaba las miserias de su marido y la escasez de sexo que tenían, y no solo en cantidad, sino también en calidad según ella.

Total, que se nos hizo la hora de cenar, y como estábamos tan bien, invitamos a Sonia.

  • ¡Vale!, ¡total, no me espera nadie!. ¿Dónde queréis que vayamos?¿Italiano, cocina de mercado, paquistaní….?
  • Nada de eso, tía, te vienes a nuestra casa. Que hemos dejado una cena hecha para chuparse los dedos.
  • No ¡Hombre!, no. Ir a vuestra casa me parece abusar de vuestra hospitalidad y de vuestra confianza.
  • Que no, Sonia, ¡de verdad! que nos apetece invitarte a casa a cenar, y así de paso te enseñamos donde vivimos y nuestro “nidito de amor”. Luego te llevamos a Casa.
  • No, si no hace falta, si vivo aquí al lado, a 4 calles. Si solo había salido a dar un paseo.
  • Pues venga, no se hable más. Pago y nos vamos, que al final va a resultar que somos vecinos. Mónica y yo vivimos en la esquina de abajo.

Cuando salí de pagar, me planté entre las chicas, puse mis brazos en “jarra” y se me agarró una a cada lado. Íbamos caminando despacio, de paseo, bromeando y comentando la casualidad de nuestra vecindad y de que fuera la primera vez que nos encontrábamos en el barrio.

Llegamos a casa y Mónica nos dijo que si nos importaba ir acabando de preparar la mesa y poner la cena a punto mientras ella se ponía cómoda.

Preparé unos vermuts y Sonia y yo fuimos acabando de preparar lo que faltaba. La cena iba a ser una cena ligera pero exquisita. La verdad es que nos cuidábamos.

En honor a nuestra invitada, y para crear un clima más confortable, más íntimo, puse unas velitas en la mesa, atenuando la luz del comedor a una luz ambiente suave.

Mónica salió del baño recién duchada, con su larga melena húmeda. Se había puesto una ligera túnica oriental de seda, de esas que son como una tela doblada por la mitad, como si fuera un poncho con unas ligeras costuras a la altura de la cintura para cerrarla por ambos lados y todo el resto abierta (creo que se llama manga murciélago). Tiene la prenda un escote en “V” espectacular, casi hasta la cintura, y las aberturas laterales, llegan desde la cadera hasta los pies. Estaba fantástica, sexi, provocadora, radiante,…………………

Se acercó a nosotros, tomo su vaso de vermut, propuso un brindis por nuestra nueva amistad, y dio un sorbo, no sin antes sacar la punta de su lengua y pasarla, provocadora, por el filo de la copa. Luego se aproximo a donde yo estaba, y me pegó un morreo de los de quitar el hipo.

  • ¡Eso!, ¡vosotros hartaros de pan delante del hambriento!

Mónica se acerco a Sonia, con movimientos sensuales, como si su cuerpo fuera un junco mecido por la brisa, le pasó la mano dulcemente por su rostro, y le dio un beso en los labios, sin lengua, pero con intenciones. No fue solo un “piquito” fue algo más largo, más sensual y pasional, aunque sin llegar a quemar

  • ¡He Mónica! ¡que yo no soy “bollera”!
  • ¡Pues no sabes lo que te pierdes! No, si yo tampoco soy bollera, soy bisex, y pensaba que el sexo entre tías era antinatural hasta que me pillo una bollera, como tú dices, y me pegó un repaso que me dejo sin fuerzas durante dos días.
  • Bueno chicas, ¡Cenamos! o ¿que?. – Dije yo para romper la tensión-

La cena transcurrió entre risas y comentarios sobre nuestras vidas y las anécdotas de Sonia y el Dr. Galcerán. Nos comentó algunas situaciones divertidísimas con alguno de los pacientes, o con sus familias.

La verdad es que fue una velada encantadora que regamos con dos botellas de un buen “Coster del Segre”, uno de los pocos vinos de esa denominación que ese año había ganado un galardón internacional. La verdad es que ya estábamos bastante “desinhibidos”.

Para los cafés, nos trasladamos al sofá. Mónica y yo nos sentamos en el grande, y Sonia se sentó en el sillón individual. Mónica se recostó un poco sobre mí, estirando sus piernas en el sofá. Eso gesto provocó que sus piernas aparecieran a través de la enorme abertura lateral de la túnica. Le eché el brazo por el cuello y mi mano descansaba sobre su pecho.

  • ¡Bueno, bueno Sonia! ¡Así que tu marido te tiene a pan y agua! ¿pero cómo puede ser?
  • Pues sí, ya ves. No es mal tío, y la verdad es que es cariñoso, pero le falta pasión, espontaneidad; todo tiene que ser planificado. No le gustan las sorpresas, las situaciones no controladas le ponen nervioso. Y la verdad es que es bastante tradicional y un poco incompetente en la cama.
  • Pero Sonia, tú eres una tía atractiva. Más de uno o una estará deseando “hincarte el diente”. Y tú ¿nunca?...  ya sabes, ¿le has hecho el salto a Edu?, ¿nunca le has puesto los cuernos?.
  • Pues no. Y eso que a veces cuando en la consulta oyes las cosas que hacéis los pacientes, el motivo de vuestras consultas, la desesperación de vuestras parejas…; bueno, pues eso, que a veces pillo unos recalentones que me tengo que ir a pajear al lavabo. Pero, no, es que no le puedo hacer eso a Edu, yo lo quiero, solo que a veces me gustaría que le pusiera más chica al tema.
  • Y ¿tú crees que él es tan honesto contigo?, he oído que en los congresos estos, los asistentes hacen de todo menos ir a las conferencias. ¡Tantos días fuera! rodeado de tanta gente que como mucho verás el próximo año en el próximo congreso… No sé, da como una sensación de privacidad e impunidad que supongo que te puede empujar a salirte un poco de madre. ¿no?
  • ¡Que va! ¿Edu? no lo creo. Además, con lo incompetente que es en las artes amatorias si encontrase un “rollito”, luego no sabría que hacer con él. Seguro que la dejaría insatisfecha. Me podría hacer el salto una vez, pero luego no encontraría con quien repetir.
  • Pues chica, estas desperdiciando tu tiempo y tu belleza. Con lo que Dios te ha dado, yo creo que hasta debe de ser pecado no aprovecharlo.
  • Pero tampoco te creas, que yo no soy ningún “pibon”. A mí no me van echando los trastos por la calle. ¡Ya me gustaría a mí!. Una belleza y un cuerpazo como el de Mónica no lo podemos tener todas.
  • ¿Pero que dices?. Tu problema es de estilo, no de cuerpo o de belleza. Si tú te vistieras de una forma un poco más extremada, cambiases un poco tu peinado por algo más actual, menos clásico, utilizaras zapatos y sandalias de tacón y te maquillaras un poco destacando esos ojazos, esos carnosos labios, hummmmmm, no tendrías nada que envidiar a Mónica ni a ninguna otra tía.
  • ¡Que no! ¡que no!, que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
  • No estoy en absoluto de acuerdo contigo. Mira, este verano, cuando tomaste un poquito de moreno, y te recogías el pelo un poco, dejando tu largo y hermoso cuello al descubierto, y tus bonitas orejas a la vista, estabas para comerte. Además, como te ponías la bata sin tus conservadoras ropas debajo, me la ponías como el acero – dije echando mano a mi bragueta-.
  • Ja, Ja, Ja. Pero que burro eres Ricard
  • Se me ocurre una idea, ¡Vamos a hacer una prueba! –dijo Mónica incorporándose del sofá-

Salió corriendo del salón y nos dejó a Sonia y a mí un poco perplejos, no sabíamos que se le habría ocurrido.

Al momento regresó al salón equipada con su maletín de maquillaje, su bote de espuma fijadora para el pelo, el secador y sus peines y cepillos. Lo dejó todo sobre la mesa auxiliar del sofá, y acercó una silla hasta ella de frente al sofá grande.

  • Siéntate aquí –le dijo a Sonia-.

Sonia, medio a regañadientes obedeció. Al instante Mónica estaba mojando su pelo, con una botella vaporizadora, y trabajando con sus peines y cepillos. Estuvo como 10 minutos moldeando y fijando el peinado que le estaba haciendo, dejando visibles los bonitos rasgos del rostro de Sonia, su estilizado cuello, sus sensuales orejas….

Acto seguido, cogió el maletín de maquillaje y empezó a darle un poco de color a toda la parte visible. Le desabrochó un botón del cuello de la blusa, para poder maquillar un poco más abajo. Le puso sombras, le pintó los ojos con unos tonos suaves pero atrevidos y le pintó los labios de un color a juego con el de los ojos. Finalmente le perfiló los labios con un color similar, pero un poco más oscuro.

Hummmmm; estaba para devorarla. Daban ganas de comerse esa boca tan apetecible, de mordisquear esos orejas tan sensuales, de ir besando ese cuello tan insinuante de seguir bajando con la boca hasta………

  • Vamos al tocador que te veas. Y tú, ¡cierra la boca que te van a entrar moscas!. –dijo Mónica riéndose a carcajadas mientras tomaba de la mano a Sonia y estiraba de ella hacia nuestro dormitorio-
  • ¡Ricard!, ¡ven!, que como “Sonia no es bollera” necesitará una opinión masculina –volvió a decir entre risas mientras arrastraba a Sonia por el pasillo tomada por el talle-

Cuando llegamos ante el espejo, Sonia quedó impresionada con la imagen que este le estaba devolviendo. No se reconocía. Estaba deslumbrante y deslumbrada. Mónica estaba a su lado derecho, y yo me situé tras ella a su lado izquierdo.

La verdad es que si hubiera habido un enjambre de moscas en el cuarto, tanto Sonia como yo nos las hubiéramos tragado enteras. Estábamos los dos impresionados, ella por su propia imagen, y yo por la belleza que reflejaba el espejo.

  • ¿Que te parece?, ¿es “mona” o es una mujer apetecible la que hay en el espejo? –dijo Mónica dándole un cachetito en el culo a Sonia-.
  • ¡Coño!, ¡vaya cambio!, es que no me reconozco.
  • Y eso que solo ha sido un poco de “Chapa y pintura”, que si entramos con el “tapizado” a este tuning no se le resiste ni Drácula –Dije dándole un pequeño mordisquito al apetecible cuello que tenía delante-. No hubo rechazo ni reproche, solo un pequeño estremecimiento de todo su cuerpo.
  • Espera, vamos a hacer una cosa. Te vamos a quitar la ropa de monja que llevas y te vas a probar algo mío, yo creo que somos de la misma talla, más o menos –dijo Mónica ya desabrochando los botones de la blusa-.

Sonia seguía inmóvil, con la boca abierta, sin dar crédito a sus propios ojos. Para cuando quiso reaccionar y darse cuenta de lo que Mónica estaba haciendo, la blusa ya estaba totalmente desabrochada y saliendo por sus brazos. Intentó protestar y resistirse, pero la cogí por su cintura (ya desnuda) y le puse un índice en los labios en señal de que callara.

Se dejó hacer.

Tomó Mónica entonces sus pantalones y les abrió el cierre. Empezó a deslizarlos por sus piernas ante la absoluta pasividad y silencio de Sonia, parecía que estuviera en trance.

Yo me agaché tras ella, deslizando mis manos desde la cintura por el contorno de sus caderas y por el exterior de sus piernas, para soltarle la lazada de los zapatos. Entre Mónica y yo, le levantamos primero un pie y luego el otro para poder sacar sus pantalones.

  • ¡Madre mía! Sonia, ¿pero dónde vas con esta ropa interior?. Pero si parece la de mi abuela. ¿Toda la tienes igual?. –exclamó Mónica.

Sonia pareció despertar de su estado en el momento que Mónica le lanzó la pregunta, e intentó taparse con las manos.

  • ¿Pero que me estáis haciendo? ¡por Dios que vergüenza!
  • ¡Tranquila Sonia! –dije yo-. Tú no solo nos has visto “en bolas”, sino que además nos has visto follando. No pasa nada, estamos entre amigos.
  • ¡Calla! No me lo recuerdes. Cada vez que me viene la imagen a la cabeza me entra la risa, bueno la risa y la calentura. ¡Vaya cara que puso el capullo de mi marido! –dijo Sonia entre carcajadas que rompieron la tensión y sus reservas-.
  • Mírate Sonia; mira como estas bragas “sobaqueras” ocultan la belleza de tu figura –dijo Mónica pasando sus manos por la cintura de Sonia-. Mira como no se ve donde acaba la cintura y donde empieza la cadera, Mira como no destaca en absoluto la perfecta redondez de tus nalgas –dijo bajando sus manos a esta parte del cuerpo y sobándolas con total descaro-. Mira que bolsa te hace entre ellas, y que bolsa te hace en la zona del pubis –y cambió la mano sobando la zona pélvica-.

Yo ya me estaba poniendo cardíaco, estaba situado tras ellas, muy próximo a Sonia y mirándole a la cara a través del reflejo del espejo. Me acerqué más a ella sin apartar la mirada y tendí mis manos hacia la parte delantera, hacia el vientre, subí las manos y sustenté sus tetas por la parte baja lazándolas hacia arriba, al tiempo que me pegaba su espalda.

  • Y mira este sujetador, tan flojo, incapaz de contener y de realzar la hermosura de estas tetas. ¡Esto hay que lucirlo! –dije- otras matarían por tener algo parecido.
  • Venga Mónica, saca tu mejor lencería y vamos a probársela, que vea el cambio, como ha pasado con el peinado y el maquillaje –dije aún con las tetas en las manos y mi pene rozando sus nalgas y dándole un mordisco en el pómulo de su oreja-.
  • “De eso nada, monada” que esto es cosa de mujeres. Tú te vas a preparar unas copas y a darte una ducha fría, que mira como te pones –dijo Mónica al tiempo que por sorpresa cogió la mano de Sonia y la llevo a mi entrepierna-.
  • ¡Pero Mónica!, te has vuelto loca, me has hecho meterle mano a Ricard –dijo Sonia ruborizada.
  • Pero si sabes que no soy celosa, todo lo contrario –dijo Mónica entre carcajadas-.
  • Bueno –concedí yo resignado-, ¿tú qué quieres Sonia?, tu cielo lo de siempre ¿no?.
  • Yo un vodka con zumo de naranja –pidió Sonia-.

Me fui a la cocina a exprimir unas cuantas naranjas y deje el zumo reposando mientras me iba a duchar al otro cuarto de baño. Me perfumé y me puse ropa cómoda; un pantalón de lino blanco, de esos que llevan un cordón para atar a la cintura, muy suelto y fino, casi transparentaba, una camisa de algodón lila, de las de cuello Mao y unas playeras de tela, del mismo color que la camisa. No me puse ropa interior. Lo que si me puse fue un anillo metálico de color negro en la base de mi pene, uno de esos que abarca el pene y los testículos, y que tiene una protuberancia brillante en su parte delantera superior cuyo objetivo es estimular el clítoris durante la follada.

Regresé a la cocina y preparé las copas que me habían pedido, la de Sonia bien cargada, por cierto. Las llevé al salón, y cuando estaba poniendo algo de suave música en el equipo, salieron las chicas del dormitorio.

¡UAUUUUU! Mónica había vestido a Sonia de manera espectacular. Le había puesto un vestido cóctel hasta medio muslo de seda brillante, en un azul eléctrico que le quedaba genial. Ceñido en la parte del cuerpo, y falda acampanada con volumen sobre las piernas. El escote era de tipo “palabra de honor”. Le había puesto unas medias con costura en color negro y con detalles brillantes azules, del mismo tono que el vestido, y calzaba unos zapatos de tacón a juego con el vestido. La ropa interior, evidentemente era de Mónica, pues ni se veían los tirantes de su anticuado sujetador, ni ese sujetador era capaz de resaltar las tetas como lo hacia el que llevaba. ¿Qué le habría puesto debajo?

Me acerque seductor, tomé la mano de Sonia que sonrojada estaba junto a Mónica, y caballerosamente bese esa mano diciendo

  • “Madam está usted deslumbrante esta noche” va a ser la reina de la fiesta.
  • ¿Me permiten las Sras. que las invite a una copa? –añadí-.

Las dos se acercaron a la mesa auxiliar con movimientos sensuales y parándose a modelar por el camino, se sentaron juntas en el sofá y tomaron un buen sorbo de sus bebidas. Entre bromas y risas, ambas estaban haciendo poses sexis y divertidas. Eso me dio la idea de ir a buscar las cámaras, la de fotos y la de video. Cuando salí con la cámara, las sorprendí en una pose más ridícula que sexi, pero muy divertida. Al verme con la cámara, Sonia se cortó un poco, pero Mónica alborozada la animó a hacer un pase de modelos, pase que yo registré de inmediato. El flash no paraba de dispararse, y ella cada vez se sentía más segura y divertida, por lo que se convertía en una modelo más osada y provocadora.

Entre tanto le íbamos dando a nuestras copas, sobre todo Sonia, que entre Mónica y yo nos asegurábamos que no le faltase bebida.

Cuando se acabó la copa, mientras Mónica iba a la cocina a ponerle otra, yo invité, a Sonia, a bailar al son de la suave música que habíamos puesto en el reproductor. Estaba totalmente suelta alegre, desinhibida y yo diría que hasta muy feliz de su nueva imagen.

Nos agarramos como lapas y empezamos a danzar al son de la música. Poco a poco me fui acercando más a su cuerpo, dejándole sentir mis piernas, mis manos sobre su cadera, mi aliento junto a su cuello y orejas, y mi polla que empezaba a despertar, que saludaba a ese bellezón que tenía agarrado.

  • ¡Vaya!, luego decís de mí, pero a la que me doy media vuelta ya me quieres quitar el maromo ¡He Zorron! –dijo Mónica entre risas al salir de la cocina con la copa en la mano.

Se acercó a nosotros y le tendió la copa a Sonia. Esta soltó una mano de mi cuello y la cogió mientras Mónica se ponía de lado a nosotros con una mano apoyada en cada culo y me ofreció sus labios en un apasionado beso; un beso cálido, lúbrico, libidinoso que nos dimos en los morros de Sonia, sin que ya se escandalizara. Cuando separó sus labios de los míos, miró fijamente a Sonia, y acariciándole el culo los acerco a los suyos para darle también en beso, más corto y más casto que el que me dio a mí, pero un beso en los morros. Sonia se relamió al final del mismo y se puso a reír a carcajadas poniendo una cara de putita que era para verla.

Mónica salió corriendo de nuevo hacia la habitación. Cuando regresó traía otro vestido en las manos que le tendió a Sonia para que se lo probara. Era diferente, negro, con falda asimétrica, con tirante al cuello y la espalda descubierta.

Sonia se separó de mí, dejó la copa en la mesa y se encaminó hacia la habitación para cambiarse. Mónica le cerró el paso.

  • ¿Pero adónde vas?
  • A cambiarme de vestido, este también es muy bonito y elegante –dijo Sonia-.
  • ¡Hija mía!, pero si ya te hemos visto los dos en bragas y sujetador, ahora, ¿te vas a ir a la habitación a cambiarte?. ¡Por Dios!, ¡No seas ridícula! –exclamó Mónica-.
  • Pues también tienes razón, venga Mónica, ayúdame a quitarme este y ponerme el otro.

Las dejé hacer, no quise precipitarme, no quise espantarla. Mónica desabrochó la cremallera trasera del vestido y lo dejo caer a sus pies para quitárselo.

¡Madre del Amor Hermoso! ¡Qué pedazo de mujer que apareció! Estaba espectacular. Ahora ya sabía que ropa interior le había prestado. Un mini culotte de encaje negro que le hacía un culito para relamerse, un sujetador tipo “bra” sin tirantes que le hacían unas tetitas para derretirse entre ellas, y un liguero a juego que sujetaba las medias que cubrían sus preciosas piernas. No pude por menos que lanzar un silbido de exclamación.

  • Espera, no te pongas el otro vestido todavía. Esto tienes que verlo tú misma; como espectadora. Esa lencería te sienta genial. Estas superguapa y supersexi.

Cogí la cámara de fotos de nuevo y empecé a hacer instantáneas mientras le pedía que se pasease y modelase para el fotógrafo. Mónica mientras había cogido la de Video y había empezado a grabar sus evoluciones a lo largo de nuestro salón. Le pedí que se recostara en el sofá y nos diese una lección de lo que es una mujer sexi. ¡Y vaya si lo hizo!

Cuando el flash se detuvo, me pidió que le ensañara las fotos. Mónica dejo, también de grabar, y se acerco al sofá con nosotros. La dejamos en medio, vestida solo con la lencería que le habíamos puesto y expectante al display de la cámara para ver la reproducción de las fotos que le había tomado.

Tomo su copa y fue sorbiendo mientras miraba las fotos con alborozo. Estaba realmente encantada con la transformación que habíamos hecho en ella.

Cuando terminamos con las fotos, le pidió a Mónica que le enseñara el vídeo. Puso la cámara en reproducción y empezó a mostrarle sus imágenes revoloteando ligera por el salón y en el sofá. Con la excusa de poder ver yo también la pantalla de la cámara que estaba en manos de Mónica, me “tuve” que reclinar sobre ella aplastando mi cuerpo contra el suyo y dejando una mano tras su cintura, apoyada sobre el asiento del sofá, y en contacto directo con su nalga.

Una vez finalizada la sesión de cine, Sonia se levanto entusiasta, apuró su copa y se fue corriendo a coger el otro vestido y ponérselo. Le quedaba precioso también. Se dio un par de vueltas por el comedor y nos mostró que tal le quedaba. Yo exclamé de nuevo alabando su belleza, pero puse un “pero”.

  • Vuelves a estar preciosa Sonia, sin embargo hay algo que no encaja, ¿no crees? Mónica.
  • Sí, hay algo que no…..
  • ¡Ya sé lo que es! –dije levantándome y dirigiéndome hacia Sonia-. Es la espalda descubierta, que con sujetador no queda bien. Mónica, hazle una foto, para que pueda ella verlo.

Mónica cogió la cámara de fotos y le hizo un par de ellas. Yo me acerqué entonces a Sonia, solté el broche trasero del sujetador, y metí mis manos entre el vestido y su carne para retirárselo. Acomodé sus tetas dentro del vestido, y acomode el nudo del cuello de forma correcta. Mónica entonces le hizo otro par de fotos para que pudiera comparar el antes y el después.

Mónica se fue de nuevo a la cocina para preparar más bebida. Mientras tanto, yo me acerque por detrás a Sonia, que se estaba balanceando al ritmo de la música y la abracé desde atrás, arrimando mi, ya despierta polla a la raja de su culo, y dándole pequeños mordisquitos y besos en el lóbulo de la oreja. Le decía lo guapa que estaba. Le decía lo que desperdiciaba su marido. Le decía lo excitado que me tenía. Ella solo reía y  me decía que “que cosas tenia”.

  • ¡Pero bueno, zorrón, otra vez! Es que no tienes remedio. ¿Sabes qué?, que mientras tú te refriegas con Ricard, yo te voy a ir a buscar otro vestido. Ahora uno de tiros largos, uno de noche. Ya verás cómo te queda.

Mónica salió hacia la habitación y regresó al cabo de unos instantes con un vestido precioso y muy sugerente que tiene.

Un vestido negro largo. La parte delantera está formada por dos bandas de ropa de encaje transparente que, partiendo de la cintura, se anudan en la nuca, y que justo disimula los pezones, el resto de la teta queda totalmente al aire. El escote trasero queda a la altura de las nalgas, pudiéndose ver el principio del valle que las separa. La abertura lateral deja totalmente al aire la pierna izquierda, desde la cadera. Es un vestido espectacular.

Dejó el vestido sobre el sofá, y me dijo que ya estaba bien de magreo y mimitos, dándome una, sonora, cachetada en el culo y mandándome, entre risas, a sentar. Soltó el broche del cuello del vestido que llevaba puesto y lo dejo caer a sus pies, como antes. Las tetas de Sonia aparecieron majestuosas. Ya no se tapó, supongo que se había acostumbrado. Mónica las sopesó desde atrás.

  • Niña, estas tetas tienen que hacer unas cubanas maravillosas. No sabes lo que se siente cuando tienes una polla aquí en medio, -dijo separándoselas- y notas luego la leche caliente caer, resbalar por tus pezones –exclamó con cara de vicio y pasándole la palma de la mano sobre ellos (que por cierto ya estaban como pitones)-. Anda Putón, ves a ponerte el vestido.

Sonia se acercó contoneándose al sofá, al agacharse para coger el vestido puso, creo que intencionadamente, su precioso culo al alcance de mi cara, no lo dudé y le di un sonoro beso en su nalga. Se rió escandalosamente mientras a trastabillas se calzaba el vestido por los pies. Cayo sentada sobre mi regazo. La cogí por la cintura y le lamí uno de sus pezones.

  • ¡Heeeeee! ¡Sinvergüenza! Que eso es propiedad privada –me dijo divertida e incorporándose otra vez-.
  • Es que aún te quedaba un poco de leche de la “cubana” de Mónica.

Rompimos los tres a reír. Una vez que ya se había enfundado la parte baja del vestido, cogió las dos bandas del pecho, las extendió hacia arriba y dejó los extremos colgando por la espalda. Se sentó de nuevo sobre mi regazo, hizo un mohín de niña buena y me pidió que le hiciera el lazo del cuello.

Puse mis manos sobre las bandas de encaje a la altura de la cintura, deslicé las manos por toda la extensión de su vientre y pechos hasta llegar al cuello, como asegurándome de que no tenían pliegues ni estaban retorcidas. Acaricié su cuello al llevar mis manos hacia atrás y finalmente hice el nudo.

Al incorporarse y dejar que el vestido tomara su forma y su caída, ella misma se dio cuenta de que la cintura de las bragas y el liguero asomaban por encima del escote trasero. Se quitó el liguero y se dirigió hacia Mónica.

  • Me parece que estas bragas no pegan con este vestido. ¿no tienes otras que vayan mejor?
  • Bueno, yo me lo pongo sin ningunas, pero creo que tengo un tanguita de cintura baja y con un adorno metálico en la parte trasera, en la unión de las tres tiras que puede quedar bien. Si asoma algo será el adorno dorado, que es muy bonito y sexi. Voy a buscarlas.

Me acerqué a Sonia y metiendo la mano por la apertura de la falda empecé a tirar del culotte que llevaba.

  • Será mejor que mientras te las trae, vayamos quitándote las otras.

Apoyó la mano sobre mis hombros para mantener el equilibrio y me dejó hacer. Cuando ya las tenía en los pies, los levantó alternativamente para que se las quitase del todo. Mónica, mientras tanto, ya había llegado con el tanga, que me tendió para que ya que estaba agachado se lo pusiera. Repetimos el ritual, pero a la inversa. Cuando se lo hube subido casi a la posición correcta, le metí ambas manos bajo el vestido para situar bien las tiras, sobre todo la del culo, que debía de quedar perfectamente encajada entre las dos nalgas.

Efectivamente, se le veía la joya dorada que llevaba el tanga en la unión de las tiras.

Mónica le pidió que danzara y que diera vueltas con el vestido y mientras tanto la estuvo grabando con la cámara de video. Entre las copas que llevaba, las vueltas, y yo diría que la calentura, perdió el equilibrio y fue a parar a mis brazos, de frente, abrazándose a mí con fuerza. La sujeté fuerte y mirándola a los ojos le di un beso con la boca entreabierta, rozando mi lengua contra sus labios. Sonia no abrió la boca, pero tampoco se retiro, y cuando por fin nuestras caras se separaron, se pasó la lengua por sus comisuras como saboreándolo.

Se fue de nuevo al centro del salón, se agachó y se quitó el tanga, me lo lanzó con malicia y le pidió a Mónica que la grabase de nuevo para ver luego la diferencia. Estuvo, como antes dando vueltas y bailando hasta que finalmente se acerco de nuevo a mí, sugerente, insinuante, provocadora y me pidió que le soltase el nudo. Al hacerlo este cayó al suelo desplomado y ella se quedó totalmente desnuda de espaldas a mí. Poco a poco se giró, y cogiéndome la cara con las dos manos fue ella la que ahora me pegó un auténtico morreo, de los de cine, con los ojos cerrados y con mucha, con muchísima lengua.

Me soltó, sacó los pies del cerco del vestido, y se dirigió hacia Mónica. Con la misma sensualidad y el mismo vicio que lo había hecho conmigo, tomo su cara entre las manos y le pegó otro morreo de infarto. Mientras ellas estaban besándose, me acerque por detrás, las cogí a ambas en un abrazo haciendo un sándwich con Sonia y apretando más a la una contra la otra. Mónica alargó sus brazos y cogió a Sonia por el culo apretándola más contra ella y rozando más mi paquete, que a esas alturas estaba ya pidiendo guerra.

Necesitaban tomar aire, separaron sus bocas y acurrucaron sus cabezas en el hombro de la otra. Mi boca se alternaba entre el cuello y la oreja de Sonia y los labios y ojos de Mónica. Mis manos igual de inquietas que mis labios, tanto estaban acariciando la espalda y el culo de Mónica, que situadas entre los dos cuerpos y acariciando los pechos, los vientres o los sexos de ambas.

Sonia estaba entregada, ya no había resistencia, solo había pasión, ternura y deseo.

Como a cámara lenta, Mónica fue deshaciendo mi abrazo y  situándose de rodillas en el suelo y  arrastrando el cuerpo de Sonia con ella. Empezó a acariciarle la cara,  los labios entreabiertos, el pelo, las orejas, la espalda, las nalgas, el contorno de sus pechos, el pliegue bajo ellos, sus pezones, su ombligo, todo su cuerpo; parecía un ciego en un intento desesperado de memorizar los rasgos de su amante. Sonia, solo se dejaba hacer, estaba en el limbo, con los ojos cerrados y la boca entreabierta.

Esto se empezaba a poner realmente caliente, pensé que no podíamos perder la ocasión. Estiré el sofá convirtiéndolo en cama y puse la cámara de video a grabar. Me desnudé y me acerque a ellas.

Mi boca inició un recorrido por la espalda de Sonia que era una imagen en espejo del que la boca de Mónica estaba realizando por delante.

Mónica fue empujando a Sonia con la fuerza de sus besos hasta dejarla tumbada de espaldas. Me situé al lado izquierdo de la pareja y empezamos a compartirla con nuestras bocas, Mónica por un lado y yo por el otro. A la altura de sus labios, fueron los míos los que ganaron la batalla desplazando a los de Mónica, que se fue apartando para poder quitarse la túnica.

Mónica se incorporó de nuevo a nuestra caliente coreografía por los pies enfundados de Sonia; lamió su planta, mordió sus dedos, acarició sus tobillos y pantorrillas y con su lengua fue dejando un rastro ascendente de saliva en los brillantes azules de las medias. Simultáneamente, mi mano había iniciado un recorrido descendente por el costado de Sonia acariciando desde el sobaco hasta su cadera.

La batalla estaba ganada, el castillo había caído al sitio al que lo teníamos sometido desde primera hora de la tarde. El pecho de Sonia respiraba agitado, su lengua y sus labios acusaban cada espasmo de placer aferrándose a los míos con mayor intensidad y sus piernas se iban relajando y abriendo al intrusismo de la boca de Mónica.

Deslicé mi mano desde la cadera al vientre, acariciando su tersa piel, el vello de su pubis, deslizando la yema de mis dedos por el surco de sus ingles, descendiendo por una hasta llegar a su sexo y ascendiendo por la otra. La lengua de Mónica coincidió con mis dedos en esa zona inguinal, los lamio junto con su pubis, los lleno de saliva para que se pudieran desplazar suaves por el contorno de los labios vaginales de Sonia. No era necesario lubricar los dedos, su coño ya estaba chorreando, rezumaba flujo hasta su ano. Con mis dedos abrí bien el tesoro de Sonia, dejando a la vista y al alcance de la lengua de Mónica su rosado interior.

Mientras la lengua de Mónica hacia maravillas en el interior de Sonia, mi dedo corazón daba un circular masaje a su clítoris. La boca de Sonia ya no podía continuar con el caliente beso que nos estábamos dando, solo podía suspirar y emitir jadeos, sus manos empezaron a atrapar la cabeza de Mónica contra su sexo, como queriendo introducirla del todo.

Mi boca fue bajando por su barbilla, por el hueco de su cuello hasta atrapar un pezón. Lo sorbí, lo mordisqueé y lo lamí con fruición. Sin despegar mi lengua de su piel pasé al otro pezón dándole el mismo trato.

Mónica sorbía con voracidad los flujos que manaban de esa fuente del placer. Deslizando su lengua por el interior y repasando todo el contorno de sus labios, desde el perineo hasta el clítoris. Su mano ya estaba empezando a juguetear con el canalillo del culo, extendiendo sus babas y los abundantes jugos vaginales que hasta el llegaban. Su dedo malicioso ya hacia pequeñas incursiones hasta el orificio anal, jugando en círculos espirales hasta tocar su diana.

Sonia estaba al límite, toda su conciencia se concentraba en su piel, en las sensaciones que estaba recibiendo, en el placer que le estábamos dando, en el éxtasis que estaba alcanzando. De repente su cuerpo se tensó como la cuerda de una guitarra y explotó en un místico orgasmo.

  • ¡Hay Dios mío! ¡Hay Dios míoooooo! No paréis cabrones, me ¡corrooooooooooooooooooo!

Se quedó desmadejada, tumbada sin fuerzas en el suelo y con la respiración agitada, como si acabara de correr una maratón.

Mónica y yo nos tumbamos a sus costados, dándole pequeños besos en su cara, en su cuello y en sus orejas a la vez que nuestras manos le daban una suave caricia a sus costados, a su vientre, a su pelo.

Cuando Sonia recupero un poco las fuerzas y el aliento, Mónica y yo nos levantamos y la ayudamos a llegar hasta el sofá-cama para tumbarnos en él. Acerque las copas y le dimos un sorbo.

Sonia seguía con la mirada extraviada, con un cúmulo de sensaciones y placeres que no le dejaban articular palabra. Seguía flanqueada por nosotros que continuábamos proporcionándole suaves caricias a todo su cuerpo.

Mónica adelantó su rostro buscando el mío, y nos fundimos en un apasionado beso, cálido y húmedo como ninguno. Repentinamente notamos otra lengua intentando meterse entre las nuestras, intentando libar de la misma fuente de placer que estábamos bebiendo nosotros. Aceptamos encantados a la intrusa y nos fundimos en un abrazo y beso a tres por primera vez en la noche.

Me fui retirando del beso, quería verlo, quería grabarlo en mi retina para poder rememorarlo.

¡Madre mía! que imagen más morbosa. No podía ser solo espectador, me acerqué a la lésbica pareja e introduje mi polla entre sus bocas, entre sus lenguas buscando una mamada a dos que me liberase un poco de la tensión que estaba acumulando. Poco a poco sus bocas se fueron adaptando al contorno de mi miembro, fueron ensalivándolo y mordiéndolo, fueron degustándolo y compartiéndolo y se lo fueron introduciendo alternativamente cambiando de mi polla a mis huevos y de estos a mi culo y vuelta a empezar.

Si la gloria existe, necesariamente está en esta vida terrenal, y desde luego esa noche estaba sobre el sofá de mi salón.

Un dedo intruso empezó a abrirse camino a través de mi esfínter anal mientras dos bocas hambrientas pugnaban por conseguir los trofeos de mi entrepierna. El ritmo de la mamada aumentó, así como también aumentó el ritmo del dedo en mi culo. Empezaba a alcanzar cotas de placer inaguantables, pronto explotaría el surtidor de leche que mis huevos contenía. Sonia lo notó y retiro su boca de mi Príapo que inmediatamente fue absorbido por la aspiradora de Mónica. El sube y baja de su boca y el mete y saca de su dedo se volvieron frenéticos hasta que por fin estallé en una corrida magistral que libero toda la esencia acumulada durante esa tarde de calentura. Mónica lo recibió todo en su boca con cara de éxtasis ante la asombrada mirada de Sonia que no daba crédito a sus ojos. Poco a poco fue relamiendo las últimas gotas que quedaban en mi capullo y lo liberó abriendo la boca para mostrarnos su cremoso contenido. Sonia estaba con la boca abierta embobada, y Mónica aprovecho ese momento para abalanzarse sobre ella y compartir mi semen en un tórrido beso. Sonia intentó zafarse al notar el sabor de mi esperma en su boca, pero ya era tarde, ya tenía el paladar impregnado de mis sustancias. Se relajó y empezó a jugar con los hilos de leche que colgaban entre las dos bocas, saboreándolo y deleitándose con él. Mónica   se separó de ella, la miró a los ojos y le dio un “piquito” en los morros. Luego se acercó a mí, y con sus labios todavía cremosos me dio un tremendo beso de tornillo.

Sonia no salía de su asombro, yo estaba compartiendo con Mónica mi propio esperma, y no solo no lo rechazaba, sino que lo disfrutaba y relamía su rostro para recoger las gotas que aún quedaban esparcidas por él. Cuando Mónica se separó de mí, me acerqué a Sonia y repetí la operación con ella. Le metí la lengua hasta las amígdalas y rebañé todos los restos de leche que Mónica había depositado en su boca.

  • ¡Pero mira que sois guarros! –dijo Sonia alucinada-. Yo jamás me he comido la corrida de nadie y esta noche me la habéis hecho compartir con vosotros. Yo jamás había tenido relaciones con una mujer, y esta noche he tenido el mejor orgasmo de mi vida de boca de otra fémina. Sois unos pervertidos y ¡lo peor! es que me ha encantado y me estáis pervirtiendo. Voy a tener que pasar de ser recepcionista de la consulta, a ser cliente.
  • Cielo, esto no ha sido más que el prólogo. El temario de la asignatura comienza a partir de ahora –dijo Mónica- entre risas.

La noche fue larga, y dio casi para una licenciatura en sexo, pero eso os lo contaré en el próximo capítulo.

Quedaré profundamente agradecido a comentarios y sugerencias de mejora. Igualmente me gustaría recibir críticas y consejos sobre redacción y estilo.

Así que ya sabéis apreciadas y apreciados lectores, queridas y queridos autores veteranos ayudad e este escritor novato. Muchas gracias