El calvario de Susana: Parte 4 (Una familia feliz)

Pasan las semanas en la casa del desquiciado clan que tiene a Susana y su familia retenidos, y llega un momento en que Susana ya no puede seguir negando la verdad que nota en su cuerpo: se ha quedado embarazada.

-Venga, maricón, clávame la puta polla en el coño. Y tú, gilipollas, la tienes tan pequeña que no noto nada, ábreme más el culo, hostia. De verdad, que inútiles sois. ¿QUE HACÉS AHÍ CASCÁNDOTELA, PAPÁ? Ven aquí y metémela en la boca joder, que hay que decíroslo todo como si fuerais niños.

Así hablaba mi hija Elena. Hacía días que se me habían agotado las fuerzas de llorar y gritar, desde que habían empezado enseñarme las "habilidades" que Elena había adquirido bajo tutela de Maegy. Primero me quedé ronca y luego casi ciega de tanto llorar, y luego dejé de hacerlo. No valía la pena cansarme de esa manera si no iba a obtener nada. Pero tenía que intentarlo, ¿no? Solo tenía doce años, unas semanas antes llevaba una vida normal en una casa normal, y ahora parecía que se hubiera criado allí, entre aquellos degenerados cabrones, y no había forma de que reaccionara.

Todo empezó cuando llevábamos aquí dos semanas. Ya ni siquiera luchaba cuando me violaban, ni me importaba. Si lo hacían los hombres, me limitaba a quedarme quieta y dejar hacer, si se trataba de Lucas, o a gritar, si se trataba de Rider, pues es lo que le gustaba a aquel degenerado. Pero no había vida en mi, nada me interesaba ya, ni me animaba, ni me sentía casi humana... excepto por Maegy. Cuando ella acudía a mi colchón, había en mi una firme voluntad de pasarlo bien, de gozar, hacía todo lo que ella me ordenaba de buena gana, y disfrutaba con ello. Cuando Maegy follaba conmigo, me volvía a sentir humana, volvía a SENTIR COSAS, algo que ya echaba de menos. Pasé de sentir cierta repugnancia y mucho morbo que me ocultaba a mi misma, a esperar con gran impaciencia sus visitas a mi colchón, mi cárcel en aquella casa de locos. Solía visitarme una vez por la tarde, cuando todos dormían la siesta, y otra por la noche, después de follarse a Mario, mi marido, con el objetivo de quedarse preñada de él. Siempre me decía que Mario no la hacía gozar, y que me correspondía a mi darle ese placer. Y yo se lo daba con gusto, me esforzaba en hacer que Maegy se corriera, incluso cuando me contaba con aquella sonrisa, siempre fija en su cara, lo mucho que iban a disfrutar todos mutilándome cuando yo ya no les sirviera. Me decía que usualmente su familia se comía el corazón de la gente que mataban, pero que en mi caso, ella personalmente, se comería algo más de mi cuerpo. Y me preguntaba si yo adivinaba a qué parte se refería. Puta sádica.

Mi marido, Mario, era una marioneta en sus manos. En nuestra vida de casados, durante 17 años, habíamos sido un matrimonio normal, un poco aburridos quizás, y rutinarios, pero ¡viva la rutina!. Era un hombre trabajador y corriente que quería a los suyos. Yo le había visto transformarse en un maniquí en aquella casa. Estaba totalmente ido. Nunca hablaba, ni se movía, si no se lo decían. Maya, la madre de la familia, era la que habitualmente nos daba de comer, y mi marido comía cuando se lo decían. Y hacía sus necesidades cuando se lo ordenaban, en un orinal, pero él lo hacía todo como un autómata. Curiosamente, ambos compartíamos una cosa: solo estábamos enteramente vivos cuando Maegy estaba con nosotros. Ella acudía a follar con mi marido una vez al día, por la noche, y pese a decir que no se corría con él, parecía disfrutar muchísimo. Mario seguro que disfrutaba, sus gritos mientras ella le montaba eran lo más parecido a hablar que había hecho desde que llegamos.  Por supuesto, Zecheriah, el padre del clan, le violaba también una o dos veces al día, y sus hijos le usaban para el sexo oral. Y jamás luchaba. Yo tampoco, pero... había una diferencia. Yo no luchaba porque sabía que no serviría para nada. Él no luchaba porque ya no estaba enteramente vivo, no sentía deseo de pelear contra el trato brutal e inhumano que nos daban. Yo si. Muchas veces fantaseaba con desatarme y matar a todos aquellos cabrones. Iba uno por uno, matándolos con un cuchillo. Lo malo es que en todas mis fantasías, cuando salía de la casa, libre al fin, Maegy se iba conmigo. Mi marido y mis hijos aparecían cada vez menos en esas fantasias, y eso era preocupante.

Así estaban las cosas, esa era nuestra rutina, nuestra vida. Cuando, un buen día, abrí los ojos, y allí estaba mi hija Elena, sentaba a la mesa desayunando con ellos, sin ataduras. En su rostro había desaparecido la calidez de la infancia, y había perdido el bronceado saludable que siempre tenía, estaba más pálida que de costumbre. Pero era mi hija... bueno, en realidad ya no. Ahora era SU hija. Al principio pensé que Elena fingía para estar libre, y que me hablaría y me desataría en cuanto nos quedáramos solas, pero esas ilusiones se truncaron cuando, aquella misma noche, los tres hombres se montaron una orgía con ella en el salón. O debería decir, ELLA se montó una orgía con los chicos en el salón. Si la hubieran violado habría sido mucho más doloroso para mi, esa impotencia, pero era ella quien parecía dispuesta a violar a quien no la complaciera suficiente. Y mi hijo Alex, a quien ahora llamaban Jose, era de la familia, estaba CRIÁNDOSE allí. ¿Es que solo yo, Susana, conservaba dentro de mi una idea clara de lo que era la vida, de que todo aquello era grotesco, repugnante, anormal? Cuando vi aquella escena en el salón grité, grité más que nunca, hasta tal punto que me pusieron una mordaza, pero seguí gimiendo y retorciendome, tratando de liberarme, hasta que me hice sangre en las muñecas, y solo desistí cuando Maegy vino a mi y me comió el coño. La caricia de sus rizos rubios en mis muslos era bastante para dejarme fuera de combate, no oía, o no importaban las obscenidades que mi hija estaba diciendo. Solo quería sentir placer, y luego devolvérselo a aquella zorra. Ni siquiera pude odiarla cuando, después de correrme yo, se sentó sobre mi cara, y mientras yo le devolvía el orgasmo, me preguntó porque me enfadaba.

-Si es igual que su mamá, ¿a que viene tanto escándalo? No te entiendo, Susana. Deberías estar orgullosa. Nosotros lo estamos, y mucho.

Aquella noche lloré más lágrimas que en toda mi estancia anterior en la casa. E hice más esfuerzos por hablar con Mario que nunca. Nuestra hija estaba en peligro, ya se había convertido en una loca viciosa, con el tiempo podría estar tan podrida por dentro como lo estaba Maegy. Teníamos que irnos de allí, seguramente no era muy tarde, y con mucha ayuda psicológica podríamos salvar la mente de la niña, y de paso nuestras vidas. Pero ni una sola vez mi marido me miró de forma coherente, como si me fuera a escuchar, o me entendiera. Ni una sola vez me respondió. Todo le daba igual, el Mario que yo había conocido se había enterrado tan profundamente en su cabeza que ya no me oía. Si tenía que hacer algo, habría de hacerlo yo sola.

Al día siguiente volvió a suceder. Y al siguiente. Mi hija dormía con aquella gente, comía con aquella gente, bromeaba con aquella gente, y desde luego, tenía sexo con todos ellos. Cuando, por algún milagro, se quedaba sola en el salón conmigo, yo le hablaba, en voz baja para que no me oyeran, tratando de despertar en ella a la niña que había sido y que, sin duda, ya no era.

-A ver hija, mira lo que nos han hecho a papá y a mi. ¿No ves que nos van a matar? ¡Y mira lo que te han hecho a ti, nena!

-Me gusta lo que me hacen, así que callate.

Había una dureza en su tono de voz que nunca jamás había escuchado, y me hacía temer lo peor.

-Pero nos van a matar, Elena. ¿No lo ves? ¿No quieres volver a casa?

-Ya estoy en mi casa. Y cállate o le diré a mi hermana Maegy que has hablado conmigo. No les gusta que hable contigo-apareció una desagradable sonrisa en su rostro que casi lo deformaba-Pero me gustaría mirar cuando Maegy te castigue.

No había mucho que yo pudiera hacer. Mi hija se había degenerado y muy rápidamente. Mi marido estaba en coma psicológico. Mi familia ya no era mía. Lo peor fue cuando me desperté una mañana y me encontré a Maegy y Elena masturbándose juntas en la mesa del salón. No eran personas, por Dios santo, era como ver a dos hienas haciéndolo, animales. Y lo peor que fue sentí un 10% de dolor por mi hija y un 90% de celos por Maegy. Quería ser yo la que estuviera tumbada allí, con Maegy comiéndome las tetas y su mano casi entera metida en mi coño. Pero no era yo. Me di cuenta de que Maegy jamás haría nada conmigo desatada, nunca podría estar allí, totalmente desnuda y libre, simplemente copulando. Siempre habría algo de violación, porque siempre estaba atada.

La escena se disolvió cuando Lucas bajó las escaleras y me violó. Como siempre, no había nada de seducción o de cariño en él, solo joderme y largarse. A veces, pensaba que si en aquella casa solo estuviera Maegy, yo habría llegado a ser casi feliz. Pero los hombres seguían acudiendo varias veces al día, a veces a por mi, a veces a por mi marido. Solo Maya, la madre de Maegy y sus hermanos, parecía no tener vida sexual, o en cualquier caso, no conmigo ni con mi marido.

Varios días y varias orgías sexuales después, Maegy vino a lavarme. Debo decir que los restos de la ropa que llevaba cuando tuvimos el accidente me habían sido quitadas mucho antes, y me habían puesto un chandal grueso, bastante cómodo, que se agradecía en las noches frías. Aquella mañana, Maegy vino con un cubo lleno de agua del pozo y una esponja. Me la pasó por la cara distraídamente, antes de meterla en jabón, y me desnudó.

-Primero te voy a lavar un poco con agua. Estás muy guarra, mamá. Después, te enjabono. La verdad, quiero saber cómo sabe tu coño sazonado con jabón. Y luego te limpiaré el jabón. Estarás perfecta para que te volvamos a ensuciar.

Sin embargo, me ensucié yo, antes que ella. De improviso sentí un vértigo, caí redonda sobre el colchón y comencé a vomitar. Maegy me agarró la cabeza y me hizo vomitar en el cubo. Cuando hube acabado estaba tan débil que perdí el conocimiento unos segundos. Al despertar, vi a Zecheriah y a Maegy agachados sobre mi, mirándome con preocupación.

-... perfectamente posible que ya esté embarazada-decía Zecheriah.

-Pero si puede ser que solo sea algo que ha comido.

-No correremos riesgos con esto. Lávala, hoy cenará poca cosa. Mañana irás al pueblo y robarás una prueba de embarazo en cualquier farmacia. Así estaremos seguros.

-¿De cuanto puede estar?-preguntaba otra voz, detrás. Era Lucas. Al fin y al cabo, era el padre.

-Un mes, un mes y medio... no mucho más-le contestaba Zecheriah-Si no, se le iría notando. Ahora lávala y que descanse. Y tú, dile a tu hermano que no se pase con ella ahora. Si la maltrata y pierde el bebé, le corto la polla, ¿estamos?

-Ya se lo digo, si. Y aviso a mamá.

-Ahora vas a ser mami otra vez-me decía Maegy, mientras volvía a su tarea de lavarme. Su mano derecha en la esponja, la izquierda en mi coño. Maegy sabía como distraerme-Estamos deseándolo. Espero que sea un niño, mi hermano está entusiasmado con tener un niño en la familia, aunque ahora ya tenemos a Jose. No creo que yo tarde mucho. Si tu marido sigue cumpliendo...

Dejé que hablara. No me iba a embaucar. Aquella mujer y su familia loca había destruido mi vida, me habían quitado a mi familia y todo lo que yo creía ser. Maegy me había convertido en una obsesa sexual, y yo había perdido a mi hija en sus manos. Bien. No había nada que hacer para salvar a Elena, y probablemente tampoco a Alex, pero ahora tenía que pensar en la nueva vida que llevaba dentro. Era la semilla de Lucas, uno de ellos. Aquel niño no podía venir al mundo.

Mis fantasías sobre escapar o ser rescatada casi habían desaparecido, pero comencé a pensar un plan para lograr lo primero. Escapar... nunca escaparía de ellos, no con mi marido y mis hijos. Pero aún podía ayudar al niño que iba a nacer. Era cuestión de liberarme, y suicidarme antes de que tuvieran tiempo de evitarlo...

---CONTINUARA...