El calvario de Luciana (verdadero final)

Había que contar otras cosas ocurridas en ese entramado de perversión con Luciana y Graciela como víctimas de Emilia Martínez Olascoaga

Todo había sido prolijamente planificado por Emilia. En el marco de esa planificación fue que a las dos de la tarde Luisa llegó al saloncito conduciendo a Graciela, ya duchada y vestida después de la intensa sesión de sexo con Elba.

-Gracias, Luisa. –dijo la proxeneta mientras Graciela adoptaba la postura en sumisión que le había sido enseñada: cabeza gacha, piernas juntas y manos en la nuca.

Emilia sonrió, complacida, y dijo:

-Arrodillate, puta.

Graciela lo hizo.

-No, así no, sin apoyar las nalgas en los talones.

Graciela corrigió la postura y entonces Emilia dijo:

-Bueno, ya es hora de que te vayas, yegua, pero antes voy a contarte cómo será tu vida de aquí en adelante. Vas a ser otra de mis prostitutas, como lo es Lucianita. Pero vos, a diferencia de ella, vas a atender en tu departamento. No todas las noches, pero sí tres o cuatro veces a la semana voy a mandarte clientes, hombres y mujeres, individuales y en grupo, y hasta animales, jejeje, perros, para ser más precisa. Cada noche vas a llamarme para que yo te diga si ese día vas a trabajar o no y entonces estés libre para organizar algo con tus hijos o lo que se te ocurra. Vas a trabajar de diez de la noche a cuatro de la mañana, para que puedas atender tu inmobiliaria. Ya ves lo considerada que soy, yegua. Demás está decirte que con Elba te tendremos permanentemente controlada, te vamos a manejar a control remoto, perra, jejeje. Y otra cosa, te voy a mandar al fotógrafo que te va a hacer unas cuantas tomas desnuda para el boock que le voy a hacer llegar a mis clientes. Elba te va a llamar para decirte qué día y a qué hora será esa sesión de fotos. Ahora te vas y cuando llegues a tu casa llamás a tu hijita y a ese Rolando para tranquilizarlos. Les vas a decir que estás bien, que después de tu separación necesitaste unos días en soledad para reflexionar y reubicarte sicológicamente. ¿Está claro, yegua? ¿Alguna pregunta?

Graciela estaba conmocionada ante semejante revelación. Iba a ser una prostituta. ¿Podía negarse? Claro que podía, pero no quería. Ella ya no era una mujer libre con derecho a elegir su modo de vida. Ella era una esclava, una sierva propiedad de Emilia Martínez Olascoaga y si su Ama la quería prostituta sería una prostituta que iba a atender a hombres, a mujeres e incluso a perros, tal como le había dicho su Ama. Éste era su destino. Ésta era su esencia y le agradecía a su Dueña habérsela revelado.

-No, Ama, ninguna pregunta. Tengo todo muy claro. Seré una prostituta de su propiedad y todo lo que usted quiera que yo sea. Disponga de mí como lo desee, mi Señora.

La proxeneta sonrió satisfecha.

-Bueno, ahora arrodillate, besá mi mano y luego te vas.

Graciela hizo lo que se le había ordenado y antes de ponerse de pie, dijo:

-¿Puedo preguntarle algo, mi Señora?

-Te autorizo.

-¿Cuándo volveré a verla?

Emilia adoptó una deliberada expresión de fastidio y dijo:

-¿Otra vez con lo mismo, puta? Me verás cuando yo tenga ganas de verte. Y ahora andate.

Al salir se encontró con Elba, que la estaba esperando junto a su automóvil. El vehículo no había sido llevado al sector de cocheras, sino que permanecía donde ella lo había dejado al llegar a la mansión. Junto al ama de llaves había una valija.

-Así que se va, puta.

-Sí, señora Elba.

-Supongo que la señora Emilia le hablo de su nueva vida. –dijo el ama de llaves.

Graciela pensó en eso de tener que iniciarse en la zoofilia y se estremeció:

-Sí, señora Elba, mi Dueña me contó cómo será mi nueva vida.

Elba emitió una risita:

-En unos meses habrá cogido más que en toda su vida anterior, puta. Además, después de que atienda a su primer perrito me va a contar la experiencia. A lo mejor terminan gustándole más que los hombres, jejeje.

Graciela se puso colorada y mantuvo la vista en el piso. Elba le dijo: -Ya tenemos su celular, yegua, pero déme la dirección y el teléfono del departamento donde está viviendo ahora. –y sacó un bolígrafo y una pequeña libreta del bolsillo derecho de su chaqueta.

La esclava le dio esos datos y luego de anotarlos el ama de llaves le ordenó:

-Muy bien, ramera. Mantenga encendido su celular incluso cuando esté durmiendo. ¿Entendido?

-Sí, señora Elba, así lo haré.

-Bien, llévese esto. –dijo Elba y le señaló la valija. Graciela dijo:

-¿Puedo hablar, señora Elba?

-Hable.

-¿Qué hay en la valija?

El ama de llaves curvó los labios en una sonrisa perversa y respondió:

Unos cuantos elementos de BDSM que ciertos clientes querrán usar, una bolsa de comida para perros, un comedero, un recipiente para el agua y además un equipo de enemas que necesitará para su nueva vida, porque tendrá que aplicarse una cada vez que le avisemos que van a visitarla. Instale el equipo en el baño apenas llegue.¿Entendido, puta?

Graciela enrojeció y con la vista en el piso dijo:

-Sí, señora Elba.

-Ahora suba al auto y váyase, yegua, y recuerde lo que le dije: el celular encendido las 24 horas.

…………..

Esa noche, en el saloncito, Emilia compartía un café con Amalita C. de P. una clienta de años, dama septuagenaria de enorme fortuna, viuda y viciosa como la que más. Devota de la zoofilia, llevaba con ella a Piero, su perro Golden retriever que esa noche estaba destinado a Luciana y en pocos días más a Graciela.

-Un hermoso ejemplar, Amalita. En verdad me encantaría verlo en acción. –dijo la proxeneta mientras pasaba una mano por el lomo del perro.

-Ay, Emilia, está cebado con hembras humanas, se vuelve loco cuando ve a una desnuda y en cuatro patas.

-¡Perfecto! Vamos entonces ya mismo en busca de Lucianita. –se entusiasmó Emilia y ambas, con Piero, abandonaron el saloncito rumbo a la habitación de la jovencita, que ya había sido preparada por Luisa. Esta vez no hubo esencias perfumadas en el baño de inmersión, para que la putita tuviera sólo olor a hembra humana y así despertara el deseo sexual de Piero, ya iniciado por su dueña en esa cruza.

Luciana estaba en la cama, tendida de espaldas y con los ojos cerrados cuando entraron Emilia, Amalita, Elba, que se les había sumado interesadísima en presenciar la sesión de zoofilia, y Piero, éste sin collar.

Luciana abrió los ojos cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse y vio a Emilia avanzar hacia el lecho. La proxeneta se sentó en el borde, acarició el cabello de la jovencita y ésta dijo:

-Usted me ayuda…

-Claro que te ayudo, queridita, aquí todos te ayudamos; yo, Elba, Luisa, ¿verdad?

-Sí, señora Emilia, todos me ayudan…

La vieja Amalita presenciaba excitada la escena, mientras devoraba con mirada lasciva la desnudez de Luciana. Piero, mientras tanto, se había ido acercando a la cama con la lengua fuera del hocico, una lengua larga y rosada.

Al ver al perro ahí, junto a ella y mirando a Luciana, la proxeneta separó las piernas de su putita y luego las flexionó, dejando expuesta la concha. Comenzó a acariciarla con dedos expertos hasta que la sintió mojada mientras la jovencita gemía. Intercambió entonces una mirada cómplice con Amalita. La vieja se acercó al perro, le pasó una mano por el lomo y dijo:

-¡Arriba, Piero, arriba!

El dálmata trepó a la cama y luego de ubicarse entre las piernas de Luciana, que respiraba con fuerza disfrutando de las sensaciones provocadas por los dedos de Emilia, fue acercando el hocico a esa concha ya inundada de flujo. Emilia quitó los dedos y dejó lugar a Piero, cuya lengua comenzó a trabajar con lamidas ávidas y veloces que de inmediato arrancaron largos gemidos de placer a la jovencita. En medio de los espasmos del intenso goce tendía a cerrar las piernas, pero Elba se adelantó y poniéndole sus manos en las rodillas hizo que permanecieran bien separadas. Entretanto Emilia comenzó a jugar con las tetas de su putita, sobándolas y acariciando los pezones hasta ponerlos duros y erectos. La vieja Amalita jadeaba mirando a su perro con el hocico en la concha de la hembrita y entonces llevó su mano derecha a la pija del perro, la sacó del capullo y comenzó a estimularla hasta que se puso dura.

-Ya es el momento, pongámosla en cuatro patas. –dijo y entre ella, Emilia y Elba colocaron a Luciana en la posición indicada.

Al verla, el dálmata se apiló con sus patas delanteras sobre las caderas rotundas, amplias y entonces Amalita tomó esa verga perruna con firmeza y la condujo hacia el objetivo. Emilia, Elba y la vieja tenían la mirada fija, con los ojos muy abiertos, en ese ariete venoso que iba a clavarse en la concha de Luciana. Ya es sabido que la jovencita había sido despojada de la posibilidad de tener ideas, pensamientos, juicios de valor y su contacto con la realidad estaba reducido a las sensaciones y las consignas grabadas mediante la hipnosis en su cerebro debilitado por la droga. Por tanto, no experimentó rechazo alguno ante el dálmata, ya que en verdad el perro la estaba haciendo gozar mucho. Ya tenía la verga canina totalmente dentro de su concha y las patas delanteras de Piero aferrándola por las caderas, mientras Amalita le sobaba los huevos a su perro y contenía el bulbo para evitar que entrara en la concha y se produjera un abotonamiento. -Que le dé por el culo. –pidió de pronto Emilia mirando fijamente al perro, que jadeaba con la lengua afuera. Sacó el pote de vaselina de la mesita de noche y untó el orificio anal. Ante el deseo de la proxeneta, Amalita se movió en consecuencia para sacar la pija hinchada y palpitante de la concha. Emilia le puso vaselina y de inmediato la vieja la metió rápidamente en el estrecho orificio posterior. Luciana gimió largamente al sentirse penetrada por esa vía y gimió más aún cuando Emilia capturó sus pezones para retorcerlos y estirarlos en procura de provocar en su putita esa relación armónica entre dolor y placer que tanto la excitaba. Mientras tanto, Amalita mantenía sujeto el bulbo del perro para evitar que penetrara, y poco tardó Piero en explotar en el orgasmo e inundar de su leche el culo de la jovencita, que al sentir el chorro caliente y espeso se retorció de goce entre los gritos roncos que le arrancaban los dedos de Emilia jugando con su clítoris hasta hacer que se disolviera en un violento y prolongadísimo orgasmo en tanto que Elba, ardiendo de calentura, se pasaba la palma de la mano por su entrepierna, sobre la falda de su traje, y pensaba en Graciela.

Una vez que hubo eyaculado, el Golden retriever se separó de Luciana e intentó bajar de la cama, pero su dueña, que estaba excitadísima, pretendía algo más de la putita.

-Quiero verla chupándole la verga a Piero y que se trague el semen. –le dijo a Emilia.

-Sería fantástico, querida, pero, ¿estará su perro en condiciones de tener otra eyaculación.

-Le aseguro que sí, Emilia; ya mismo voy a estimularlo y en un rato ya verá qué buena mamadera tomará su linda perrita.

-Realmente es muy excitante esto de la zoofilia entre una hembra humana y un perro, mi estimada Amalita.

-Claro que sí, Emilia, aunque sólo si la hembra humana es tan hermosa como su putita y el perro tan gallardo y esbelto como mi Piero. –dijo la vieja mientras se afanaba en la tarea de sobar los huevos y la verga de su perro, que había extraído del capullo. No le molestó limpiar con su mano los restos de semen y miró a Emilia sonriendo orgullosamente cuando después de unos minutos ya el pene canino lucía erecto otra vez.

-¡A la cama, Piero! ¡Vamos! –ordenó Amalita mientras palmeaba repetidamente la sábana. Piero jadeaba con su larga lengua afuera y dirigiéndose hacia Luciana, que descansaba boca abajo, comenzó a lamerle la prieta hendidura que separaba ambas nalgas, en busca de la vulva.

Emilia tomó del pelo a la jovencita y le ordenó:

-Vamos, perrita, en cuatro patas. –y cuando la jovencita estuvo en esa posición Piero comenzó a lamerla ansiosamente. Emilia dejó pasar unos instantes y después hizo acostar a Luciana de espaldas sobre la almohada doblada y con la cara debajo de la verga de Piero.

-Vamos, bebé, a tomar esa rica mamadera. –le dijo Amalita, pero entonces intervino Emilia.

-No entiende las metáforas, querida, no olvide que su cerebro está reducido al mínimo imprescindible. Ahora va a ver. –y dirigiéndose a la jovencita le dijo:

-Vamos, perrita en celo, chupá esa linda pija de nuestro perrito y tragá toda su leche.

Una de las consignas grabadas en su mente mediante la hipnosis se activó y entonces dijo con ese tono monocorde con que siempre hablaba:

  • Soy una perrita en celo y eso debo ser porque usted quiere que yo sea una putita muy calentona, una perrita en celo todo el tiempo, para mi placer y para el placer de todos los hombres y mujeres con quienes voy a estar…

-Muy bien, mi tesoro, así me gusta, que seas una perrita en celo y lo seas ahora con este lindo perro que te hemos traído, así que chupá, queridita. –dijo Emilia y tomando la cabeza de Luciana con una mano por la nuca la levantó un poco  mientras Amalita acercaba a esa boca abierta la verga de su Piero.

Luciana empezó a chupar pero retiró su boca con una expresión de asco cuando comenzó a sentir el sabor muy amargo del fluido preseminal que brotaba de la verga perruna.

-No me hagas enojar, Luciana. –le advirtió Emilia con todo severo.

-No te preocupes, perrita en celo, ese sabor muy salado que seguramente sentiste es sólo al principio. Enseguida pasa, cielo. –le dijo la vieja en tanto la proxeneta tomaba la pija de Piero y con la otra mano empujaba la nuca de la putita. Efectivamente, el sabor salado se redujo mucho a medida que lo que brotaba de esa verga canina se transformaba en semen, una sustancia que Luciana iba tragando como había tragado tanto semen humano, percibiendo que ambos sabores eran muy similares. Poco después el perro tuvo el orgasmo y despidió un chorro espeso que la jovencita tragó hasta la última gota ante la excitada algarabía de Emilia, Amalita y Elba, cuya concha era un continuo choprrear de flujo.

Emilia llamó a Luisa por el handy y le encomendó higienizar a la putita mediante un buen baño antes de hacer que se acostara.

Sin esperar a la mucama las tres abandonaron la habitación y Elba acompañó a la clienta con el perro hasta su automóvil.

-Después quiero verte en el saloncito. –le había dicho Emilia y en cuanto el vehículo traspuso el portón de entrada el ama de llaves activó el control remoto para cerrarlo y se dirigió al encuentro de su patrona.

-Diga, señora Emilia.

-Quiero que mañana llames a la yegua y le digas que vas a ir a verla a la noche.

-Bien, señora.

-Vas a conocer ese departamento en el que vive ahora y a comprobar si instaló el equipo de enemas en el baño y si guardó los chiches de sado.

-Sí, señora.

-Yo arreglé con Dany para pasado mañana a las diez de la noche la sesión de fotos para el book, así que avisale que esté preparada y decile que yo voy a estar presente.

-Entendido, señora. ¿Puedo pedirle algo?

-Claro, decime.

-Señora, la… la yegua me calienta mucho.

-¡Ah, mirá vos qué bien! No me había dado cuenta, jejeje… –dijo Emilia con tono divertido. –Bueno, no me asombra porque a sus cuarenta y cinco es muy atractiva, muy apetecible. Representa diez años menos.

-Ya lo creo que sí, señora Emilia, por eso quiero pedirle autorización para usarla sexualmente cuando vaya a verla mañana.

-Pero por supuesto que te autorizo, Elba. Es lo menos que merecés por tus fieles servicios aquí durante tantos años.

-Gracias, señora. –dijo el ama de llaves y su mente se pobló de fantasías sexuales con Graciela como su víctima.

…………..

A la mañana siguiente Elba llamó a Graciela, que se disponía a salir rumbo a la inmobiliaria.

-Hola, yegua.

-Ah, hola, señora Elba.

-¿Qué estaba haciendo?

-Estaba por irme a la oficina.

Graciela se sentía nerviosa y poseída por la ansiedad al no saber el motivo del llamado.

-Esta noche a las diez tiene que estar ahí, y sola, porque voy a ir a verla.

-Sí, señora Elba… Está bien… A las diez la estaré esperando. –dijo Graciela más nerviosa aún ante la anunciada visita.

-Otra cosa: haga hoy mismo dos copias de las llaves, la de la entrada al edificio y la de su departamento. Un juego para la señora Emilia y uno para mí.

Graciela tragó saliva:

-Sí… Sí, señora Elba… Está bien…

-Tenga esas llaves listas esta noche para entregàrmelas.

-Sí, señora Elba. –contestó la esclava temiendo que en el futuro pudiera ser sorprendida por Emilia o por Elba alguna vez que estuviera con sus hijos. Esa idea la aterró y procuró quitarla de su cabeza tratando de convencerse de que Emilia cumpliría su promesa de no afectar su trabajo ni su vida familiar.

-Bueno, ya sabe. Esta noche a las 10. –dijo el ama de llaves y cortó la comunicación sintiendo que se le hacía agua la boca de sólo pensar en el intenso placer que le esperaba.

Le contó a Emilia lo que le había ordenado a Graciela sobre las llaves y recibió una calurosa felicitación de la proxeneta:

-Estuviste brillante, Elba. La verdad es que no se me había ocurrido.

-Gracias, señora, sí, pensé que teniendo nosotras las llaves, la yegua se va a sentir como indefensa, como que no tiene intimidad. Va a vivir inquieta, insegura y ésa será una forma más de hacerle sentir nuestro poder sobre ella. -dijo Elba asombrando a Emilia.

-Es brillante lo que dijiste. No te ofendas, pero no te imaginé tan inteligente, tal vez porque nunca te habías permitido tomar una iniciativa.

-No, señora, claro q ue no me ofendo. Al contrario, le agradezco su juicio sobre mí. ¿Puedo retirarme?

-Sí, claro. Ocupate de ver si todo está bien con la perrita Luciana. He decidido que a partir de hoy hará todos los días una sesión de gimnasia de media hora en el parque, controlada por Luisa. Tomar sol le hará bien, lo mismo que tener actividad física. Debo cuidar esa mina de oro, ¿no te parece?

-Claro, señora, además, un poco bronceada lucirá más hermosa todavía.

A partir de ese momento Elba no pudo pensar durante todo el día en otra cosa que no fuera su visita a Graciela y a las 10 de la noche en punto llamaba por el portero eléctrico al quinto piso A de ese edificio de la calle Arenales, entre Callao y Río Bamba. Cuando escuchó la voz de Graciela dijo:

-Soy yo, baje, yegua.

-Sí, señora Elba.

Segundos después el ama de llaves vio salir a Graciela del ascensor y avanzar hacia la puerta vestida con una blusa blanca sin mangas y un ajustado jean azul que modelaba sus largas y muy bien torneadas piernas. Caminaba mirando al piso. Abrió la puerta y se apartó para permitir el ingreso del ama de llaves, que una vez adentro extendió su brazo y dijo:

-Arrodíllese y bese mi mano.

Graciela se estremeció temiendo que justo en ese momento apareciese alguien, algún vecino del edificio o una visita, pero no obstante obedeció y después de besar la mano del ama de llaves se incorporó rápidamente. Elba le dio una fuerte bofetada.

-¿Acaso le di permiso para pararse? –dijo el ama de llaves. -¡Vuelva a arrodillarse, puta!

Graciela sintió que estaba al borde de las lágrimas, por el miedo a que algún extraño la sorprendiera en semejante situación, pero sin embargo obedeció y vivió como eternos esos segundos que transcurrieron hasta que Elba la autorizó a ponerse de pie.

-No vuelva a hacer nada por su cuenta, perra puta. ¿Entendido?

-Sí… sí, señora Elba.

No intercambiaron palabra alguna en el ascensor, aunque Graciela, con la vista en el piso, intuyó la mirada del ama de llaves recorriéndola de arriba abajo y en medio de su miedo y su ansiedad se dio cuenta de que había empezado a mojarse.

Una vez en el departamento, Elba le ordenó:

-Póngase en cuatro patas, yegua, y sígame que voy a inspeccionar su establo.

El tratamiento humillante del ama de llaves la excitaba cada vez más y mientras iba detrás de ella como un manso animal hembra sentía que el flujo brotaba a borbotones de su concha. Elba miró cada detalle del living, la mesa de algarrobo con las cuatro sillas, un sofá con una mesa ratona delante y una lámpara de pie a la derecha, algunos cuadros en las paredes, el racimo de dicroicas direccionales en el techo. Después, con Graciela siguiéndola en cuatro patas, inspeccionó el baño, donde comprobó satisfecha que estaba el equipo de enemas; la cocina y el dormitorio, con una espaciosa cama de dos plazas construida con madera de algarrobo, una mesita de noche y un gran placard que ocupaba enteramente una de las paredes. Giró hacia la esclava y dijo:

-¿Dónde guarda los elementos de sado y los otros chiches?

-Por favor abra la puerta de la derecha, señora Elba.

El ama de llaves lo hizo y se encontró con una cajonera de seis

compartimientos y sobre ellos un espacio amplio hasta el techo del placard, donde Graciela había puesto todos los objetos: dos varas de un metro de largo y un centímetro de diámetro, una fusta de lengüeta triangular de veinte centímetros de extensión, varias pezoneras, una mordaza de bola, un collar de de cuero negro con cadena plateada, cuerdas, un par de esposas, un  antifaz ciego, cuatro velones, un pote de vaselina sólida, un pene con arnés de cintura y varios vibradores de diferentes tamaños, entre ellos uno para doble penetración y manejable por control remoto.

El ama de llaves examinó cuidadosamente cada uno de esos instrumentos, con manos que temblaban de creciente calentura. Aspiró hondo, miró a Graciela, que permanecía en cuatro patas y con la cabeza gacha, respirando agitadamente.

-¿Dónde puso el alimento para perros y los recipientes? –le preguntó.

-En la alacena de la cocina, señora Elba.

-Bien, ahora. párese, yegua puta, y quítese la ropa.

Cuando la esclava estuvo desnuda, Elba admiró una vez más la belleza de ese cuerpo que resistía admirablemente el paso de los años y enseguida le ordenó que volviera a ponerse en cuatro patas, se acercó a ella y dijo:

-Bese mis zapatos, ramera. –Graciela lo hizo con las mejillas ardiéndole. Esa humillación que le era impuesta en su condición de esclava la excitaba mucho, cada vez más.

Besó con unción ambos zapatos de Elba y debió reprimir el impulso de lamerlos, que le había surgido de muy adentro.

-Bien, ahora vamos al baño que le voy a aplicar una enema. ¡Vamos, muévase!

Y un instante después, Graciela, siempre en cuatro patas, padecía esa muy desagradable experiencia de sentirse como inundada por dentro, inflamada, hinchada. Gemía mientras el agua entraba en ella y el ama de llaves se excitaba más y más mirando esas nalgas con la cánula metida en el ano y oyendo los gemidos de su víctima, que movía sus caderas de un lado al otro en un vano intento de morigerar las molestias que sentía.

-Si se llega a salir la cánula le haré sentir la vara a fondo, yegua puta, así que le conviene dejar de mover las ancas. –la amenazó Elba y tamaña advertencia hizo que Graciela se quedara quieta hasta que su culo hubo tragado toda el agua de la bolsa.

-Al inodoro. –le ordenó el ama de llaves y segundos después le llegaba el alivio a través de una ruidosa y prolongada evacuación.

-Séquese. –fue la orden y después de obedecer debió ponerse otra vez en cuatro patas y salir del baño rumbo al dormitorio, seguida por Elba.

Ya en la habitación, el ama de llaves la hizo subir a la cama, tomó del placard el pote de vaselina y el dildo con el arnés de cintura, lo puso en el lecho y comenzó a quitarse la ropa. Cuando estuvo desnuda se recostó junto a la esclava, apoyándose en su brazo izquierdo y comenzó a deslizar su otra mano por el muslo derecho de Graciela, que se estremeció al sentir el contacto. La mano recorrió lentamente toda la extensión del muslo, blanco y torneado, avanzando después por el vientre, más lenta aún, mientras acercaba su boca a la boca entreabierta de Graciela, cuya respiración se había hecho agitada. La mano se detuvo poco antes de llegar a la vulva y entonces la esclava lanzó un largo y quejoso gemido. Elba hizo ascender su mano hacia los pechos, los sobó, los estrujó, los acarició suavemente y de pronto capturó uno de los pezones, lo estiró y retorció hasta hacer gritar a Graciela.

-¿Le duele, puta? –preguntó cínicamente mientras se apoderaba del otro pezón y le daba igual tratamiento. Después, sin solución de continuidad, la besó suavemente en los labios, esos labios que se abrieron ansiosos y a través de los cuales penetró la lengua de Elba al encuentro de la otra lengua. Fue un beso intenso y largo mientras una mano de Elba se adueñaba de la concha de Graciela y sus dedos jugueteaban, hábiles, en medio de la profusa humedad de los flujos que los empapaban. El ama de llaves quitó la mano y apartó su boca de la otra boca, a la cual acercó sus dedos mojados por el flujo de la esclava.

-Límpieme los dedos, puta, trague sus jugos. –y le metió los dedos en la boca.

Graciela comenzó a chuparlos y a lamerlos, notando que no le era desagradable el sabor de sus propios jugos. El acto, profundamente humillante, la excitaba en extremo precisamente por eso. La humillación, el maltrato, el castigo, eran para ella, para su naturaleza de esclava y masoquista, placeres exquisitos a los cuales no podría renunciar a cambio de nada en el mundo. Pensaba en eso cuando Elba le quitó los dedos de la boca y le ordenó que se pusiera en cuatro patas. Lo hizo y el ama de llaves se arrodilló a sus espaldas, tomó el pote vaselina y untó con ella el orifio anal de Graciela y luego se puso un poco en el dedo índice y el dedo medio de su mano derecha.

-Su culo de perra en celo está hecho para ser usado. –dijo y empezó a meter el dedo medio en ese sendero que tanto le atraía. Graciela comenzó a gemir y a mover un poco sus caderas, sintiendo ese placer que le daba el dedo de Elba al ir penetrando lentamente. Cuando lo había introducido hasta poco más de la primera falange, el ama de llaves curvó su dedo índice y lo metió también para inmediatamente introducir ambos dedos hasta el fondo de un solo envión. La esclava emitió un fuerte gemido de goce.

-Goza, ¿eh, yegua puta…

-Sí… ay, sí… sí, señora Elba… ¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!...

-¿Y porqué goza tanto?

-No… no lo sé, señora… señora Elba… No lo sé… -respondió Graciela entre jadeos.

-Yo se lo voy a explicar… arquitecta. –dijo el ama de llaves pronunciando con sorna esa última palabra y sin dejar de hacer avanzar y retroceder sus dedos dentro del apetecible culo.

-Usted goza porque es una puta. Es muy puta, pero todo lo puta que es no alcanza. Su Ama quiere que sea mucho más puta, que sea mucho más puta que la más puta de todas las putas y en eso vamos a convertirla, yegua. Usted ya no va a ser la arquitecta Graciela Laborde, ni la mujer divorciada, ni la madre de dos hijos. Ésos serán sólo disfraces, usted va a ser lo que le dije: una puta mucho más puta que la más puta de todas las putas, y propiedad de su Ama, la señora Emilia Martínez Olascoaga.

Graciela temblaba al escucharla y sentía que las palabras de Elba y esos dedos que le trabajaban el culo, más otro que desde hacía unos segundos le estimulaba el clítoris, la estaban acercando rápidamente al orgasmo. Sus jadeos se hicieron tan fuertes que el ama de llaves se dio cuenta de que la explosión estaba próxima y entonces quitó los dedos y lanzó una carcajada cruel.

-Estaba a punto de acabar, ¿eh, ramera? Además de puta es muy estúpida si creyó que gozaría antes que yo. –dijo el ama de llaves y sin más se tendió de espaldas, abrió bien sus piernas, las dobló y dijo: -A trabajar, perra en celo, quiero esa lengua donde usted ya sabe.

Graciela jadeaba con fuerza, presa de una intensa calentura y hubiera querido explotar en ese mismo momento en uno de esos orgasmos que sólo alcanzaba con una mujer y en especial si esa mujer la humillaba y maltrataba como lo hacían su Ama y Elba.

Mirando como en trance esa vulva acercó su rostro a ella, entreabrió los labios externos con ambos dedos pulgares y comenzó a deslizar su lengua por esa hendidura mojada de flujo. Lamía sintiendo que esas humedades no tenían un sabor desagradable, y su excitación aumentaba al escuchar los gemidos y el jadeo del ama de llaves, sus frases humillantes que cada tanto pronunciaba:

-Así, perra puta… así…

-Usted no es más que esto, yegua puta… una puta arrastrada…

“Sí, no soy más que esto… no soy otra cosa que una puta, una miserable puta…” –pensó Graciela mientras deslizaba su lengua ávida de arriba abajo una y otra vez y lamiendo el clítoris, ya fuera del capullo y bien duro.

No pasó mucho tiempo hasta que Elba la aferró por pelo y acabó violentamente en medio de un grito largo y ronco mientras aplastaba la cara de Graciela contra su concha chorreante.

La esclava rogaba para si por ese orgasmo que necesitaba más que respirar y casi en un estado de delirio no supo cuanto tiempo transcurrió hasta que Elba, ya recuperada, se colocó el arnés de cintura y le ordenó ponerse en cuatro patas.

-Como el animal que es. Vamos.

Graciela obedeció sin demora, estimulada por la inminencia del placer. Gimió de goce al sentir los dedos del ama de llaves embadurnándole otra vez de vaselina el ano y lanzó un prolongado y fuerte gemido de dolor y placer al mismo tiempo cuando el dildo le entró hasta el fondo de un solo envión. En medio del ir y venir del dildo dentro del culo de la esclava, Elba buscó el clítoris con sus dedos y lo encontró afuera y durísimo. Comenzó entonces a estimularlo. Se inclinó un poco hacia delante, rodeó la cadera con su brazo izquierdo por debajo del vientre y metió en la concha de su presa los dedos índice y medio, sin dejar de trabajarle el clítoris con la otra mano en tanto seguía dándole por el culo con el dildo a un ritmo cada vez más rápido.

Graciela se sentía en el Paraíso, sin que su mente fuera capaz de estructurar pensamiento alguno. Era sólo su cuerpo ardiendo en manos de esa sacerdotisa diabólica que la poseía tan sabiamente.

De pronto corcoveó con fuerza y gritó y gritó y no dejó de gritar mientras duró la prolongada y abundantísima eyaculación que empapó los dedos y la mano del ama de llaves, que sin darle tregua la obligó a chuparle los dedos y a lamerle la mano para limpiarle el flujo. Graciela bebió con fruición sus jugos por dos razones, porque le gustaba su sabor y también por la morbosa dicha que sentía al honrar de esa manera a su violadora.

Después Elba fue a darse una ducha, tras ordenarle a Graciela que la esperara en cuatro patas en el living.

Minutos más tarde salió del baño, pasó junto a la esclava echándole una mirada triunfal y volvió ya vestida. De pie ante Graciela se hizo besar la mano y ambos zapatos y dijo:

-Deme esos juegos de llaves que le ordené hacer, puta. ¿Dónde los tiene?

-En el placard del dormitorio, señora Elba.

-Vaya a buscarlos y tráigalos en el hocico.

Graciela se desplazó en cuatro patas hasta el dormitorio y volvió con ambos juegos de llaves entre los dientes, sintiendo que estaba excitándose otra vez.

“Soy de verdad muy puta, nunca en mi vida había sentido esto tan fuerte que me hacen sentir estas mujeres…” –se dijo y cuando estuvo ante Elba levantó la cabeza pero con los ojos cerrados para no cometer la falta de mirarla. La mujerona guardó ambos juegos de llaves en su cartera y dijo:

-Mañana a las diez de la noche va a venir su Ama con Dany, el fotógrafo, que le va a hacer las tomas para el book que la señora Emilia mandará a sus clientes. ¿Entendido, yegua?

-Sí, señora Elba.

-Bien, hasta la próxima, perra en celo. –saludó el ama de llaves y Graciela dijo:

-¿Puedo… puedo hablar, señora Elba…

-Sí, hable. ¿Qué pasa ahora?

-Es que… es que estoy… muy excitada, señora Elba, ¿puedo masturbarme?...

El ama de llaves lanzó una larga carcajada:

-¿Lo ve, perra en celo? Usted es la hembra más puta de las muchas que he conocido.  La autorizo a masturbarse, pero antes dígame qué es usted.

-Soy… soy una puta, señora Elba… -murmuró Graciela siempre en cuatro patas, con la mirada en el piso y sintiendo que sus mejillas ardían.

-¿Sólo una puta?

-Una… puta muy puta… -dijo Graciela avergonzada y muy caliente.

-Muy bien. ¿Y en que vamos a convertirla?

La esclava recordó lo que le había dicho Elba y respondió mientras sentía que se mojaba cada vez más.

-En una puta… mucho más puta que… que la más puta de todas las putas, señora Elba…

El ama de llaves rió muy complacida y dijo:

-Bien, se ha ganado esa masturbación, ramera. –dijo Elba y sin más abandonó el departamento.

………….

Al día siguiente, mientras estaba en la inmobiliaria, Graciela recibió en su celular un mensaje de texto de Emilia: “Esta noche voy con Dany. Nos esperás desnuda y en cuatro patas ante la puerta del dpto.”

“Sí, AMA.” –contestó de inmediato y esa noche, a la hora indicada, estaba ante la puerta, desnuda y en cuatro patas cuando oyó girar una llave en la cerradura.

Un segundo después Emilia Martínez Olascoaga irrumpía en el departamento con toda la majestuosidad de su figura, seguida por Dany. La proxeneta se hizo saludar por su esclava con un beso en la mano y de inmediato se dirigió al fotógrafo:

-Mi amor, ya sabés lo que quiero en estos casos, así que esta puta está a tu disposición.

-Por su, mi querida. –dijo Dany con su tono afeminado y se hizo cargo de la situación indicándole a Graciela cada una de las poses, que la mostraban en toda su madura belleza. Fueron en total treinta tomas, entre las cuales Emilia elegiría alrededor de diez para enviar a su clientela.

Graciela estuvo excitadísima durante la sesión por la presencia de su Ama, que a menudo intervenía para acomodarla según las indicaciones del fotógrafo.

Finalmente Dany dio por terminado el trabajo y le fue mostrando a Emilia las imágenes que había captado con su cámara digital.

-Excelentes tomas, mi querido. –dictaminó la proxeneta. –Mi puta lucirá muy tentadora en el book.

Luego se dirigió a Graciela, que esperaba inmóvil tendida de espaldas sobre la mesa del living, donde había sido fotografiada por última vez mirando a la cámara con las piernas abiertas y estiradas hacia arriba y con una mano sobre la concha.

-Oíme bien, yegua. Mañana mismo distribuyo estas fotos entre mi clientela, así que estate atenta a mis órdenes.

Graciela supo que no debía contestar, porque su Ama no le había formulado ninguna pregunta.

-Ahora bajá de la mesa, perra en celo. –le ordenó Emilia y Graciela obedeció para después ponerse en cuatro patas.

Besó la mano de su dueña y Emilia y el fotógrafo se retiraron después de que éste la sorprendiera con un inesperado piropo:

-Vas a lucir monísima en mis fotos, mamita. Si me gustaran las mujeres me encantaría cogerte.

……….

Graciela gozó de libertad durante los tres días posteriores. Cenó una vez en su departamento con sus hijos. Fue al cine con Lorena una noche y hasta se le ocurrió llamar a su amiga María, a la cual no veía desde hacía un tiempo, para encontrarse a tomar algo.

Cada uno de esos días llamó para saber si debía esperar visitas, pero la voz de Elba en el celular de Emilia le repetía:

-Está libre, yegua.

Durante ese corto período de libertad extrañó a su Ama, sus llamados, sus mensajes de texto, su voz firme, su tono autoritario. Se dio cuenta de que no era libertad lo que ella necesitaba. Era ya totalmente una esclava y lo que precisaba y ansiaba era control, vigilancia, órdenes, humillaciones, maltrato. Se sentía perdida y confusa sin todo eso.

A la tarde del cuarto día llamó nuevamente desde la inmobiliaria y esta vez escuchó la voz de su Ama.

-Ho… hola, mi Señora… Feliz de oírla… Yo…yo llamo para…

-Ya sé para qué llamás, yegua. Hoy tenés visitas, así que ya sabés, lista a las diez de la noche, con una buena ducha, perfumada y con una enema. ¿Entendido?

-Sí, si, Ama, entendido.

-Otra cosa, no te hagas la exquisita, ¿oíste? Hacés y te dejás hacer lo que el tipo quiera, que para eso paga. ¿Está claro, puta?

-Sí, Ama, está claro. –aceptó con un dejo amargo en la voz.

Y a las diez de la noche sonó el portero eléctrico. Graciela se había puesto una blusa negra de manga corta, minifalda de jean, sandalias y ninguna ropa interior.

-Hola… -dijo tratando de aparentar tranquilidad.

-Bajá, mamita. –dijo una voz cascada y ansiosa.

-“Uf, un viejo…” pensó Graciela disgustada, pero para cobrar fuerzas pensó en su Ama. “Todo sea por complacerla.” -se dijo camino al ascensor y una vez en el hall de entrada vio al hombre que miraba hacia el interior a través del vidrio. Abrió la puerta y el hombre entró con pasos rápidos. La tomó por los hombros y quiso besarla en la boca, pero ella ladeó la cabeza.

-Acá no, pueden vernos. Vamos arriba. –adujo pensando en la conducta que su dueña le había ordenado. El cliente parecía tener unos setenta años mal llevados. De estatura media, muy flaco, rostro huesudo, mirada lasciva y cabello gris y ralo, apenas unos pocos pelos. El traje era de buena tela y buen corte, aunque no lucía en su figura.desgarbada

-Oíme, puta, no me vengas con vueltas. Yo pago y hago lo que quiera, así que portate bien. –y volvió a buscar con su boca la boca de Graciela, que temerosa aceptó el beso dando gracias a Dios de que al menos el vejete no tenía mal aliento.

En el ascensor el hombre volvió a besarla mientras le aferraba las nalgas con ambas manos.

-No sos ninguna nena y sin embargo tenés el culo bien firme, puta. Eso me gusta. –dijo y emitió una risita desagradable.

Ya en el departamento y mientras el viejo la mantenía contra él, abrazada por la cintura, Graciela le dijo: -Salvo lastimarme puede hacer conmigo lo que quiera, señor.

-Sí, eso me dijo Emilia. Me dijo también, porque conoce mis gustos, que tenés unos chiches muy interesantes, perra. Mostrámelos

-Venga, señor. -dijo Graciela y se encaminó al dormitorio seguida por el cliente, que le iba mirando el culo.

A la vista de los elementos de sado y los varios didos y vibradores el vejete abrió al límite los ojos y estuvo mirando y tocando como si los acariciara varios de esos objetos mientras Graciela trataba de adivinar cuáles usaría.

Por fin el cliente eligió la fusta, el antifaz ciego, el collar, algunas cuerdas y el pote de vaselina. Tomó la fusta, puso los otros objetos sobre la cama y ordenó:

-Desvestite, puta. –Graciela comenzó a hacerlo de inmediato, experimentando, una vez más, ese oscuro e intenso goce que sentía al ser dominada, obligada a obedecer.

El cliente miraba con ojos desorbitados cada parte del cuerpo que iba quedando al descubierto. Cuando por fin Graciela estuvo desnuda le ordenó que se pusiera de espaldas a él. Le miró el culo durante algunos segundos y de pronto le dio un fustazo. Graciela pegó un saltito hacia delante, sorprendida por el golpe y llevó una mano hacia la zona castigada, pero el hombre le sujetó fuertemente la muñeca y con un movimiento preciso y rápido la hizo girar hasta tenerla de frente.

-No permito que ninguna puta con la que estoy haga algo que yo no le he ordenado. Y vos quisiste sobarte el culo.

-Pe… perdón, señor… no… no volverá a suceder… -se excusó Graciela mirando al piso.

-Ya lo creo que no volverá a suceder, ramera, porque después de la zurra que te voy a dar no te van a quedar ganas de indisciplinarte. –dijo el viejo y le colocó el collar.

-Ponete en cuatro patas. –dijo y cuando la tuvo en esa posición empuñó la cadena y ordenó:

-Al living, perra puta. –dijo y tomó el antifaz ciego y las cuerdas que había dejado en la cama.

Una vez allí hizo que Graciela se inclinara sobre el respaldo de una de las sillas, con la cara y las manos en el asiento. En esa posición le colocó el antifaz ciego y le ató las muñecas al extremo superior de las patas delanteras de la silla y los tobillos a los extremos inferiores de las patas traseras. La esclava respiraba agitadamente por la excitación que le producía estar atada y cegada ante la inminencia del castigo, que temía y deseaba a la vez.

El viejo empuñó la fusta y estuvo mirando durante un momento ese hermoso culo, blanco, amplio, firme. Lo sobó después en toda su superficie provocando en Graciela una creciente excitación. Se olvidó a quien pertenecía esa mano, olvidó su desagrado por ese vejete y entonces esa mano fue sólo una mano que le acariciaba las nalgas, sus nalgas indefensas y a punto de ser castigadas; una mano que se deslizaba con suavidad y de pronto se endurecía y los dedos se tornaban rígidos y pellizcaban y dolían haciéndola gemir y mover las caderas de un lado al otro sobre el respaldo de la silla. Entonces el viejo emitía una risita y le daba un fuerte chirlo para después seguir acariciándola, demorando ex profeso el comienzo de la paliza mientras la verga se le iba poniendo dura y Graciela jadeaba y se iba mojando cada vez más.

Por fin el cliente alzó el brazo, surcó el aire varias veces con la lengüeta de la fusta, miró el objetivo y descargó el primer azote en la nalga derecha. Graciela gimió al sentir el golpe y sentir también, que su concha era una catarata de flujo. A ese primer fustazo le siguieron muchos más. Ni ella ni el vejete supieron cuántos fueron al cabo de la zurra, porque ninguno de los dos había llevado la cuenta, sumergidos en el intenso placer que experimentaban.

Después de un tiempo el cliente dio por concluido el castigo, extasiado y caliente a la vista de ese culo que lucía enrojecido en toda su amplia superficie y con algunas marcas de un rojo más oscuro.

Arrojó la fusta al piso y volvió a sobarlo, esta vez con ambas manos que arrancaban gemidos de goce a Graciela. El viejo corrió el cierre de su bragueta y sacó la verga, ya completamente dura, y la apoyó en las nalgas, que la fusta había dejado ardiendo.

Pareció entonces que Graciela, toda ella, su mente, su alma y cuerpo se expresaran en ese prolongado gemido algo ronco que brotó de su boca y que de pronto se convirtió en una súplica ansiosa:

-Por favor… métamela… se lo ruego, señor… ¡Metamelá!...

¡Metameláaaaaaaaaa!

El vejete respondió a la súplica con una carcajada cruel, complacido de haber provocado en la puta semejante calentura.

-Claro que te la voy a meter, ramera, te voy a coger en cuatro patas, como se coje a una perra, pero antes me la vas a chupar. ¿Oíste?

-Sí, señor, lo que usted desee…

El cliente la desató y sin quitarle el antifaz ciego la hizo poner ante él en cuatro patas:

-Abrí el hocico, perra puta. –y cuando Graciela lo hizo le metió la verga.

-Chupá y a ver qué tal lo hacés. Si no me gusta te vuelvo a dar, pero con vara.

Graciela se aplicó apasionadamente a la tarea, lamiendo y chupando alternativamente, recorriendo con su lengua desde el glande hasta los huevos, subiendo después para lengüetear ese glande hinchado, rojo y palpitante y cubrirlo luego con sus labios y apretar con ellos la base y seguir chupando. Oía los gemidos y jadeos del viejo, sentía la dureza de esa verga en la boca, en la lengua, en los labios, y ansiaba desesperadamente sentirla penetrando su concha, su culo.

El cliente se supo de pronto muy cercano al orgasmo y dijo:

-Basta… basta de chupar, puta… Ahora voy a… a clavarte por tus otros dos agujeros… -y la hizo girar en cuatro patas hasta que la tuvo con el culo ante él. Le miró las nalgas enrojecidas y marcadas y esa visión hizo que se excitara aún más. Sin demora abrió el pote de vaselina, se untó la verga y untó también el pequeño orificio anal, apoyó el glande en la entradita de ese codiciable sendero y tras algunas embestidas metió el ariete hasta el fondo, hasta que sus huevos hinchados tamborilearon contra las nalgas, sumando esa percusión a la música hecha de los gemidos, jadeos y gritos de la puta y su cliente hasta la explosión de ambos orgasmos, más corto el del vejete, interminable el de Graciela.

Ambos durmieron algunas horas, hasta las cuatro de la mañana, cuando sonó el despertador que Graciela había programado a esa hora.

-Voy a hablarle muy bien de vos a Emilia. Sos muy buena puta. –dijo el viejo mientras ambos descendían en el ascensor.

-Se lo agradezco, señor. Hago lo que debo hacer.

-Y lo hacés muy bien. –concluyó el cliente y ya ante la puerta del edificio se despidió dándole un beso en los labios.

-Hasta pronto. –dijo antes de perderse en las sombras de la madrugada rumbo a su automóvil.

……….

Al día siguiente Graciela estuvo en la inmobiliaria a las doce. Atendió diversos asuntos y a las siete de la tarde, antes de retirarse, llamó a Emilia:

-Hola, esclava. –saludó la proxeneta.

Graciela experimentó la emoción de siempre al oír la voz grave de su dueña.

-Ho… hola, Ama, llamo para saber si… si debo recibir visitas esta noche…

-No, hoy tenés la noche libre, esclava, y te cuento que me llamó el señor Anselmo, el cliente con el que estuviste anoche. Se deshizo en elogios, me dijo que jamás había estado con una puta tan buena, que sos la mejor.

-Ay, Ama, gracias… Yo no hice más que cumplir con mi obligación de esclava puta…

-Sí, es lo que tenés que hacer, perra en celo. Bueno, esta noche la tenés libre y me llamás mañana. ¿Entendido?

-Sí, mi Señora. –dijo Graciela y tuvo que morderse los labios para no preguntar cuándo su adorada Ama la convocaría a la mansión.

Inmediatamente después llamó a su hija:

-Hola, mi muñeca, ¿qué tenés pensado para esta noche?

-Nada en especial, ma, ¿por?

-Venite a casa y cenamos juntas, ¿querés? Hablé con Gonzalo para invitarlo también pero me dijo que sale con una chica aunque no quiso darme más detalles. ¿Está noviando mi bebé?

-No sé, ma, no nos contamos mucho nuestras cosas. Bueno, pero te acepto la invitación. Me caigo tipo nueve, ¿está bien? ¿Llevo algo?

-Tengo todo, no te preocupes. Beso.

-Beso, ma.

Y llegó la noche. Madre e hija cenaban en el living y conversaban animadamente. Graciela se sentía dichosa por esa cercanía con su hija,

y empezaba, aunque dificultosamente, a armar el rompecabezas de su nueva vida: recién separada luego de muchos años de matrimonio, candidata a presentarse como cabeza de lista en la próxima elección de autoridades de la Sociedad de Arquitectos, dueña de una inmobiliaria próspera, pero a la vez esclava y puta de Emilia Martínez Olascoaga, una proxeneta que la explotaba luego de convertirla en ganado de su propiedad.

De pronto, en medio de la charla, Lorena vio a su madre palidecer hasta ponerse blanca como el mármol mientras escuchaba, aterrorizada, el sonido de una llave girando en la cerradura.

Fin