El calvario de Luciana (final)

La pobre Luciana sigue descendiendo en su degradación y Graciela es enterada por Emilia sobre cuál será su vida de esclava de allí en más.

Graciela sufría en su celda un verdadero suplicio. La sed la abrasaba y el hambre era como una desgarradora puntada en el estómago. Además, si bien ya no sentía ese ardor intenso en las nalgas y los muslos, sufría, sí, el dolor agudo  que las pinzas causaban en sus pezones.

Echada en el camastro, sin fuerzas para levantarse, dormitaba de a ratos y a veces caía en un sueño profundo del que despertaba sobresaltada, sin saber dónde estaba, hasta que al recobrar esa conciencia era presa de la más profunda angustia.  Había perdido la noción del tiempo y no supo qué hora era cuando Elba entró en la celda. Movida por una morbosa intención, el ama de llaves le quitó la mordaza y entonces Graciela, olvidando en su angustia sus obligaciones de esclava, levantó su mirada hacia ella, que empuñaba un rebenque de campo en su mano derecha:

-Señora… Señora Elba, por favor… deme… deme agua, se lo… se lo ruego por… por lo que más quiera…

-Lo que más quiero es hacerla sufrir, yegua puta… -fue la cruel respuesta.

La expresión de angustia se acentuó en el rostro de Graciela:

-No puedo más, Señora Elba…

-Está hablando sin permiso, puta. –dijo el Ama de llaves y le dio un rebencazo en el muslo izquierdo. Le dolió, pero sus escasas fuerzas le permitieron apenas emitir un débil gemido. La mujerona se sentó en el borde del camastro y extrajo del bolsillo izquierdo de su saco el celular de Graciela.

-Tiene varios mensajes, yegua. Escuche. –dijo y puso en marcha los mensajes de voz para después pegar el aparato al oído de la esclava:

“Buenos días, arquitecta, Rolando habla. Me preocupa que no haya venido ni hablado. Llámeme, por favor.”

“Arquitecta, le cuento que vino la madre de Luciana. Está desesperada. Fue a la comisaría y le dijeron que están investigando pero no hay ninguna novedad. Llamemé, arquitecta.”

“¿Pasa algo, arquitecta? Llamemé, estoy preocupado.”

El rostro de Graciela se iba transfigurando mientras escuchaba los mensajes de su empleado. Esa voz la llevaba a su mundo de todos los días, su mundo de empresaria, de madre, de mujer normal, esa mujer que ya no era. Y entonces oyó la voz de su hija Lorena:

“Mamá, te llamé a tu casa pero parece que no estás. Llamame.”

Se quebró en un sollozo y de inmediato volvió a escuchar la voz de su hija, esta vez con un tono inquieto:

“Mamá, ¿qué pasa? Estoy preocupada, llamame.”

-Déjenme ir… Por favor, déjenme ir… -dijo entre lágrimas.

El Ama de llaves emitió una risa siniestra:

-De aquí se va a ir cuando la Señora Emilia lo decida, yegua. ¿Acaso olvidó que usted es de su propiedad? Ella va a disponer de usted como se le antoje.

El rostro de Graciela se contrajo en una mueca de dolor:

-Me duelen… me duelen mucho los pezones…

-¿Y entonces? –dijo Elba.

-Sáquemelos, Señora Elba… Por favor… aunque sea un rato…

Elba lanzó una carcajada y dijo:

-¿Ya olvidó lo que le dije, yegua estúpida? Se lo repito: me encanta hacerla sufrir, verla sufrir. Y en realidad, para ser honesta, creo que debo agradecerle esa posibilidad. Usted pudo elegir librarse de la señora para siempre y volver a su vida de antes y en ese caso yo no hubiera disfrutado del placer de maltratarla, de humillarla, de castigarla, de cogerla. Gracias, arquitecta… ¡Gracias! –dijo el Ama de llaves y lanzó luego una carcajada hiriente mientras envolvía en una mirada lasciva el cuerpo desnudo de la esclava.

-No puedo usarla antes que la señora, pero no dude que luego me dará permiso para cogérmela a fondo. Hasta luego, yegua puta. –dijo Elba finalmente, volvió a ponerle la mordaza y salió de la celda notando que estaba mojada.

………….

Eran las 8 de la noche cuando Luisa entró en la celda con la cena de Graciela en un  comedero y otro con agua. La comida era alimento para perros pero sin mezclar con nada. Sólo comida para perros. Graciela dormitaba, agotada por la sed, el hambre y el dolor en los pezones. Un hilo de baba le caía por barbilla, efecto de la bola que sellaba su boca.

La mucama dejó ambos recipientes en el piso y despabiló a la esclava sacudiéndola por los hombros. El sobresalto hizo que la pobre se sentara como impulsada por un resorte, con los ojos muy abiertos e intentando decir algo.

-Luisa la tomó por el pelo y la sacó del camastro, le quitó la mordaza, las esposas y las pezoneras para después ordenarle que se pusiera en cuatro patas:

-A comer, yegua, la señora Elba me ha dicho que tiene hambre. Bueno, ahí tiene su manjar, jejeje.

Graciela se dio cuenta de que era alimento para perros pero no le importó. Tenía que echar algo a su estómago para no seguir padeciendo el tormento del hambre. Se puso en cuatro patas y antes bebió con desesperación casi toda el agua. Después, con la misma velocidad, casi atragantándose, comió toda la ración y finalmente dio cuenta de la poca agua que quedaba en el recipiente.

Luisa la tomó entonces del pelo y con violencia la echó en el camastro.

-Ahora descanse que dentro de un rato vendremos con la señora Elba a prepararla.

-¿A prepararme?... ¿A prepararme para qué?... –preguntó Graciela e inmediatamente advirtió que había hablado sin permiso y recibió una fuerte bofetada en su mejilla izquierda.

-Le falta mucha doma todavía, yegua. –dijo Luisa, que luego de recoger la mordaza, las esposas y las pezoneras abandonó la celda.

Graciela se ilusionó con eso de que iban a prepararla, imaginando que por fin la llevarían ante su Ama. Sin embargo, no pudo evitar el aterrador pensamiento de que tal vez se trataba de otra cosa, de una sesión de castigos, tal vez. Pero era tal su deseo de volver a estar con Emilia que el optimismo se impuso y estuvo confiada en que esa noche estaría otra vez a los pies de su Ama.

Una hora después Elba y Luisa entraban a la celda.

-Arriba, puta. –le ordenó el ama de llaves y Graciela obedeció de inmediato.

Luisa la empujó la salida y le dijo:

-Síganos. –la esclava puso sus manos en la nuca, agachó la cabeza y caminó detrás de ambas mujeres por el pasillo en dirección opuesta a la sala de juegos. Unos metros más adelante Luisa abrió una puerta y Graciela se encontró en un espacioso cuarto de baño enteramente blanco, con varios espejos de distintas dimensiones. Allí terminó de tranquilizarse y tuvo la seguridad de que vería a su Ama.

“No me hubieran traído aquí si se tratara de castigarme”, pensó y fue entonces que vio contra una de las paredes el equipo de enemas. Luisa abrió la ducha caliente y Elba le ordenó meterse en la bañera. Después de tanto sufrimiento en la celda entre la sed, el hambre y los castigos físicos, el agua caliente resbalando sobre su cuerpo le pareció una bendición. Bajo las órdenes del ama de llaves debió enjabonar minuciosamente cada centímetro de su cuerpo, enjuagarse, luego lavarse la cabeza con un champú que olía muy bien y aplicarse crema enjuague.

-Cierre la ducha y salga de la bañera. –le ordenó Elba.

Luisa tomó un toallón y estuvo varios minutos secándola mientras Graciela disfrutaba de ese placer sensual que la afirmaba en el mundo del goce, enriquecido por la conciencia de que ambas mujeres la manejaban como un objeto o mejor aún, como una mascota humana.

“Volvería a sufrir con gusto todo lo que me hicieron en esa celda si después disfruto de esta manera, como un animal doméstico.” – pensó cada vez más segura de que la estaban preparando para llevarla ante Emilia.

-Prepará la enema, Luisa. –dijo el ama de llaves y pocos minutos después todo estaba listo, el agua en su envase y la cánula metida en el orificio anal de Graciela, que había tenido que ponerse en cuatro patas. Lucía abrió el paso de la cánula y el agua comenzó a penetrar en el interior de Graciela, cada vez más incómoda a medida que el líquido iba invadiéndola. Gemía moviendo sus caderas y apretaba los puños ante la mirada atenta de Elba y Luisa, hasta que le entró toda el agua y la mucama retiró la cánula. Elba la sentó en el inodoro y le dijo:

-A evacuar, yegua. –y Graciela lo hizo estrepitosamente haciendo que su culo quedara impecablemente limpio.

Después Luisa le secó la rojiza y enrulada cabellera con un secador eléctrico y Elba le aplicó en distintas partes del cuerpo una esencia importada que era la preferida de Emilia y le puso un collar también de cuero negro con tachas plateadas y cadena que empuñó con firmeza por el extremo opuesto. Miró su reloj y dijo:

-Es la hora. En cuatro patas, perra. –y con su tono severo disimulaba la excitación que la ceremonia del baño le había provocado.

“Ya la voy a agarrar mañana…” pensó a modo de consuelo y sacó del cuarto de baño a la esclava para llevarla al dormitorio de Emilia mientras Luisa se encaminaba a recibir al cliente que Luciana debía atender esa noche y que aguardaba luego de trasponer el portón de ingreso a la mansión con su automóvil de alta gama.

Emilia oyó los golpecitos en la puerta y dijo:

-Adelante. –mientras se alisaba la delantera de su camisón blanco de seda transparente bajo el cual estaba desnuda.

Elba entró primero, llevando a Graciela de la cadena del collar. La esclava miraba al piso, pero le había bastado escuchar la voz de su dueña y saberse ahora en su presencia para emocionarse intensamente.

-Bienvenida, querida… -dijo la proxeneta a modo de saludo y Graciela se asombró ante semejante tratamiento. Iba a agradecerlo pero recordó que le estaba prohibido hablar sin permiso y mantuvo silencio.

-Saludá a tu Ama, Graciela. –dijo Emilia mientras le acariciaba la cabellera y luego le deslizaba la mano por la espalda.

Graciela se estremeció de pies a cabeza por el contacto y dijo con voz temblorosa:

-Gracias, Ama… Buenas noches…

-Podés retirarte, Elba. –dijo Emilia y al quedar solas tomó la cadena del collar de Graciela y la condujo hacia uno de los costados de la cama, para después sentarse ella en el borde, frente a la esclava, que permanecía en cuatro patas y con la cabeza gacha. Emilia aspiró con expresión de deleite el aroma que se desprendía del cuerpo desnudo, volvió a acariciar la cabellera rojiza y luego colocó la mano ante la cabeza de Graciela, con el dorso por delante:

-Besá mi mano, querida. –le dijo y se excitó al sentir el temblor de los labios de Graciela en su piel. Estaba tratándola bien por una razón muy concreta: que la yegua gozara lo más posible, sobre todo después de tanto sufrimiento en manos de Elba, para que internalizara lo dichosa que era con su dueña y se sometiera sin resistencia a la vida que le tenía preparada. Y Graciela estaba sintiendo precisamente eso, que en manos de su Ama era inmensamente feliz, plena como lo no lo había sido jamás, y no sólo ahora, que Emilia la trataba cariñosamente, sino siempre, aunque la humillara y castigara, porque era ella quien le había revelado su esencia, su verdadero ser, su condición de esclava auténtica. Emilia la había creado para esta nueva vida de servidumbre y placer que estaba disfrutando. De esa navegación por el mar de si misma la sacó la orden de Emilia:

-Parate, querida, y desvestime. –Graciela se puso de pie y sin mirar a su Ama y lentamente, con manos que temblaban, le quitó el camisón.

-Sos hermosa, Graciela…

-¿Puedo hablar, Ama?...

-Sí, hablá…

-Gracias, Ama… A veces tengo miedo de no ser digna de usted…

-Eso sólo ocurriría si me desobedecieras, Graciela. No serías en ese caso una esclava digna de un Ama como yo.

-No, mi Señora, jamás podría desobedecerla porque me estaría traicionando a mi misma, a la verdadera Graciela, a la que usted me mostró y sé que soy…

Emilia le tomó la barbilla entre el pulgar y el dedo índice y le enderezó el rostro. Graciela cerró los ojos para no violar la prohibición de mirarla a la cara y entonces sintió los labios de Emilia en los suyos, en un roce sutil que la estremeciò de pies a cabeza.

Después hablaremos de eso, de esa nueva vida que he dispuesto para vos, pero ahora quiero gozarte… -le dijo en un murmullo y Graciela sintió que sus piernas temblaban. Abrió la boca y sintió la lengua de Emilia contra la suya y las manos de su Ama que descendían por su espalda hasta aferrarle ambas nalgas mientras una rodilla le separaba los muslos y ascendía hasta su entrepierna y enseguida el frotamiento que hizo que empezara a mojarse. El beso fue largo y al separarse, Emilia la tumbó sobre la cama, de espaldas, y comenzó a recorrerle el cuerpo con su boca, sus labios, su lengua mientras le tenía metido un dedo en el culo y con el pulgar le estimulaba el clítoris. Graciela se sentía en el paraíso, un paraíso pagano en el que reinaba Emilia, su Ama, su Dueña, su Diosa que le lamía, sorbía y mordisqueaba los pezones, que descendía hacia el sur y la ponía al borde del delirio trabajándole la concha con la extrema sabiduría de sus labios y su lengua. No supo cuánto tiempo transcurrió hasta que con dos dedos en el culo, el pulgar en su clítoris y esa lengua danzando entre sus labios vaginales se estremeció largamente en un multiorgasmo que la dejó al borde del desvanecimiento.

Emilia esperó a que se recuperara mientras le acariciaba esa cabellera rojiza y enrulada y luego, cuando advirtió que la respiración de su esclava se iba normalizando se tendió de espaldas en la cama, encogió las piernas, separó las rodillas y le dijo:

-Gozaste como una perra en celo, ¿cierto, Graciela?

-Sí… Sí, Ama, como nunca… Gracias por tanto placer…

-Mientras me obedezcas no te faltará ese placer, querida.

-No espere de mí más que obediencia y una entrega total, mi Señora…

-Te hará falta esa obediencia y esa entrega total para tu nueva vida, Graciela.

-Voy a vivir como usted quiera que viva, Ama…

Emilia sonrió, satisfecha, y dijo:

-Bueno, mañana hablaremos de eso, ahora quiero que me hagas gozar, querida, y sabés cómo hacerlo.

-Sí, Ama, claro que sí… Es un honor para mí hacerla gozar… -dijo la esclava y arrodillada entre las piernas de Emilia se fue inclinando con la mirada fija en esa concha que era para ella como un altar. Con su rostro a escasos centímetros de ese altar metió primero el dedo medio en el orificio anal de Emilia y enseguida el índice, y luego sí, con ambos dedos adentro los puso a avanzar y retroceder mientras lamía esa concha adorada de arriba abajo sin descuidar el clítoris, que notaba durísimo. Poco tardó la proxeneta en alcanzar el orgasmo, entre gritos y expresiones soeces y al fin quedó jadeando mientras Graciela la contemplaba con mirada devota. La noche transcurrió entre los fuegos de una pasión lésbica desenfrenada, con Graciela tomada por el culo por un enorme dildo sujeto a un arnés de cintura, devolviendo la penetración, y usada en el baño como inodoro por su Ama, que le orinó en la boca para que bebiera todo ese pis que Graciela degustó como si se tratara del más exquisito champagne.

Ambas se durmieron bien entrada la madrugada, exhaustas y absolutamente saciadas sexualmente. El último pensamiento de la proxeneta fue de regodeo ante lo que había preparado para la yegua y se sumergió en el sueño con una sonrisa malévola.

……………

A las 11 de la mañana siguiente, obedeciendo instrucciones de Emilia, la mucama Luisa entró sigilosamente al dormitorio, tomó a Graciela del pelo y la sacó de la cama ante la sorpresa y el sobresalto de la esclava, que intentó preguntar algo:

-Silencio, puta. –le ordenó Luisa hablándole al oído mientras la arrastraba hacia la puerta. –Si la señora se despierta la cuelgo de las patas y le doy con vara hasta despellejarle el culo.

Ante semejante amenaza Graciela guardó silencio y se dejó conducir por un trayecto que no había hecho nunca antes. Por fin llegaron a una puerta y Luisa gopeó con los nudillos.

-Adelante. –dijo desde adentro la voz de Elba.

La mucama abrió la puerta y metió a la esclava en la habitación.

-Gracias, Luisa, dejámela.

Quedaron solas y Graciela, ya totalmente despierta, colocó sus manos en la nuca, juntó las piernas y bajó la cabeza mientras se preguntaba cuándo la dejarían por fin irse de la mansión y llamar a su hija y a Rolando, para tranquilizarlos. Ahora estaba ante el ama de llaves en su dormitorio y sabiendo la calentura que la mujerona sentía por ella no dudaba para qué Luisa la había llevado allí. Le esperaba una sesión de sexo y aún faltaba que Emilia le hablara sobre la nueva vida que había dispuesto para ella. Ese interrogante le produjo un ramalazo de angustia, pero Elba no le dio tiempo para prolongar ese sentimiento:

-Sígame al baño, puta. –le ordenó y una vez adentro Graciela dijo:

-¿Puedo hablar, señora Elba?

-Hable.

-Tengo ganas de orinar, señora.

El ama de llaves sonrió ante la posibilidad de humillar a la esclava y dijo:

-Bueno, métase en la bañera y allí póngase en cuatro patas.

Graciela obedeció y entonces Elba le hizo levantar un poco la pierna derecha.

-Bueno, ahora mee. Así mean las perras.

Graciela sintió que sus mejillas ardían de vergüenza, sí, por el oprobio al que estaba siendo sometida, pero también de excitación y se estremeció mientras expulsaba un largo chorro de orina.

-Salga de ahí y lávese bien la concha en el bidé.

Se sentó y fue cuando se higienizaba exhaustivamente la vagina tomó conciencia de que la humillación era para ella una droga de la que ya dependía por completo.

-Ya está bien. Póngase en cuatro patas. ¿Comió algo anoche en el dormitorio de la señora?

-No, señora Elba.

-¿Siente ganas de mover el vientre?

-No, señora Elba.

-Bien, entonces no hace falta que le ponga una enema para limpiarle el culo. –dijo el ama de llaves y tomándola del pelo la condujo de regreso al dormitorio. Una vez allí le ordenó:

-Quíteme los zapatos.

Eran, como de costumbre, zapatos abotinados, con cordones, cuyo nudo Graciela deshizo para luego descalzar al ama de llaves.

-Béseme los pies. –fue la sorpresiva orden que Graciela obedeció de inmediato.

-Ahora lámalos. Quiero su lengua de perra en mis pies.

La esclava sintió que de tanta excitación le faltaba el aire y debió abrir mucho la boca para enviar a sus pulmones el oxígeno necesario. Comenzó a respirar agitadamente y a deslizar su lengua por ambos pies mientras sentía que había empezado a mojarse.

El ama de llaves percibió las intensas sensaciones que experimentaba su víctima y dijo:

-Está caliente, ¿eh, perra en celo? Le gusta lamer mis pies, ¿cierto?

-Sí… Sí, señora Elba, me… me excita lamer sus pies…

-Claro que sí, la excita rebajarse porque se ha dado cuenta de que usted es una sierva, una miserable esclava que ha nacido para arrastrase y servir a la gente como la señora Emilia o como yo. ¿Me equivoco, perra?

Graciela tragó saliva y tras una breve pausa contestó:

-No… No, señora Elba, no se equivoca…

-¡Jajajajajajajajajajajajajajajajaja! ¡Claro que no me equivoco, sierva puta! Y ahora párese y desvístame.

Elba llevaba su acostumbra traje sastre, en este azul marino, camisa blanca y corbata naranja. Graciela le quitó todas esas prendas y por último el conjunto negro de culotte y corpìño.

-Ahora arrodíllese que voy a proporcionarle el honor de que pueda gozar de mi vagina con su lengua. –dijo el ama de llaves y se plantó ante la esclava en toda su imponente estatura, con las piernas abiertas y ofreciendo a la ansiedad de Graciela su concha prolijamente depilada.

La esclava tuvo que esforzarse para controlar el temblor que la sacudía de pies a cabeza y luego de unos segundos comenzó a lamer mientras con sus dedos mantenía abiertos los labios vaginales ya humedecidos por los primeros flujos. Deslizaba su lengua de arriba abajo y alternativamente por el interior de uno y otro de los labios, demorando el arribo de esa lengua al clítoris. Por fin lo tanteó y no fue una sorpresa encontrarlo duro, fuera del capullo y palpitante mientras los flujos crecían cada vez más y Graciela los bebía con deleite.

El ama de llaves daba muestras de estar ya muy caliente y la esclava supuso que pronto iba a tener el orgasmo, pero repentinamente se apartó.

-No es así como quiero acabar, perra. ¡A la cama! ¡Vamos! ¡En cuatro patas y trepe a la cama!

Mientras Graciela obedecía entre jadeos, Elba fue hasta el placar y extrajo de uno de los cajones un arnés de cintura con un dildo vibrador símil color piel de 20 centímetros por 3. Se lo puso y tuvo un primer goce al sentir la penetración en su vagina del adminículo que el dildo tenía en su parte posterior: un ingenioso complemento que estimulaba el clítoris a cada embate. Extrajo de la mesita de noche un pote de vaselina y untó el dildo con una cantidad considerable. Lo empuñó en su mano derecha y dijo:

-Mirá lo que va a tragar tu culo, sierva puta…

Graciela giró la cabeza por sobre un hombro y se estremeció ante el espectáculo que se le ofrecía:

-¿Puedo hablar, señora Elba? –preguntó con la voz algo enronquecida por la excitación.

-Ladrá, nomás. –autorizó el ama de llaves.

-Estoy,,, estoy muy caliente… quiero eso en mi… en mi culo…

Elba lanzó una carcajada y dijo:

-Aahhhh, así que la perra puta quiere este chiche en su culo, ¿eh?... Bueno, entonces vas a rogarme que te lo meta. ¡Vamos! ¡Rogame, perra callejera!

Graciela sentía arder cada centímetro de su cuerpo y era intenso el deseo de ser penetrada por el culo:

-Se lo ruego, señora Elba… ¡Se lo ruego!...

-¿Qué me estás rogando, puta arrastrada?

-Que me… que me meta eso en el culo… ¡Por favor!...

Su mente giraba en un torbellino arrasador de todo cuanto la había constituido como ser social. Era sólo su intenso deseo sexual, era sólo su culo hambriento de placer.

Elba curvó sus labios en una sonrisa perversa. Subió a la cama y se ubicó detrás de su presa. Fue acercando lentamente el dildo al preciado objetivo, lo apoyó haciendo temblar a la esclava y comenzó a meterlo en el estrecho orificio hasta que de un envió lo introdujo por completo arrancándole a Graciela un largo grito mezcla de placer y dolor. Una vez que la tuvo ensartada se inclinó sobre la espalda de su víctima y comenzó a sobarle las tetas y a jugar con los pezones, estirándolos y retorciéndolos mientras seguía avanzando y retrocediendo por dentro del culo, una y otra vez, una y otra vez en simultáneo con igual movimiento que el adminículo posterior del dildo efectuaba en su vagina. Ambas chorreaban flujo, en el paroxismo del goce.

-¡Es usted la puta más puta que he tenido en mis manos!

-¡Síiiiiiiiiiiiii!… sí, señora Elba, soy… soy muy puta y quiero… quiero ser la más puta de todas… aaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh…

Graciela escuchaba sus palabras como si provinieran de otra persona, como si estuviera alucinando, pero su anclaje en la realidad era el inconmensurable goce que estaba sintiendo en manos del ama de llaves, clavada por el culo y sintiendo esos dedos sabios alternativamente en sus tetas, en sus pezones y en su clítoris. Sintió que estaba por acabar y lo dijo.

-Ni se le ocurra sin pedirme permiso, miserable puta. –fue la dura respuesta del ama de llaves, que a su vez sentía que también estaba próxima al orgasmo.

-Se lo suplico, señora Elba… Le suplico que… que me deje acabar… ¡Por favor!...

-Se lo permito, yegua puta… ¡Acabe!...

Y ambas acabaron juntas, en una sinfonía de gritos, jadeos, gemidos y frases obscenas para después derrumbarse en la cama, agotadas y cubiertas de sudor.

……………

Todo había sido prolijamente planificado por Emilia. En el marco de esa planificación fue que a las dos de la tarde Luisa llegó al saloncito conduciendo a Graciela, ya duchada después de la intensa sesión de sexo con Elba, vestida y con su cartera pendiendo de su hombro derecho.

-Gracias, Luisa. –dijo la proxeneta mientras Graciela dejaba la cartera en el piso para adoptar la postura en sumisión que la había sido enseñada: cabeza gacha, piernas juntas y manos en la nuca.

Emilia sonrió, complacida, y dijo:

-Arrodillate, puta.

Graciela lo hizo.

-No, así no, sin apoyar las nalgas en los talones.

Graciela corrigió la postura y entonces Emilia dijo:

-Bueno, ya es hora de que te vayas, yegua, pero antes voy a contarte cómo será tu vida de aquí en adelante. Vas a ser otra de mis prostitutas, como lo es Lucianita. Pero vos, a diferencia de ella, vas a atender en tu departamento. No todas las noches, pero sí tres o cuatro veces a la semana voy a mandarte clientes, hombres y mujeres, individuales y en grupo, y hasta animales, jejeje, perros, para ser más precisa. Cada noche vas a llamarme para que yo te diga si ese día te voy a mandar clientes o no y entonces estés libre para organizar algo con tus hijos. Vas a trabajar de diez de la noche a cuatro de la mañana, para que puedas atender tu inmobiliaria. Ya ves lo considerada que soy, yegua. Ahora te vas y cuando llegues a tu casa llamás a tu hijita y a ese Rolando para tranquilizarlos. Les vas a decir que estás bien, que después de tu separación necesitaste unos días en soledad para reflexionar y reubicarte sicológicamente. ¿Está claro, yegua? ¿Alguna pregunta?

Graciela estaba conmocionada ante semejante revelación. Iba a ser una prostituta. ¿Podía negarse? Claro que podía, pero no quería. Ella no era una mujer libre con derecho a elegir su modo de vida. Ella era una esclava, una sierva propiedad de Emilia Martínez Olascoaga y si su Ama la quería prostituta sería una prostituta que iba a atender a hombres, a mujeres e incluso a perros, tal como le había dicho su Ama. Éste era su destino. Ésta era su esencia y le agradecía a su Ama tamaña revelación.

…………..

Esa noche, en el saloncito, Emilia compartía un café con Amalita C. de P. una clienta de años, dama septuagenaria de enorme fortuna, viuda y viciosa como la que más, devota de la zoofilia y que llevaba con ella a Piero, su perro dálmata que esa noche estaba destinado a Luciana y en pocos días más a Graciela.

Fin