El calvario de Luciana
Cuando sonó el despertador esa mañana de viernes, lejos estaba Luciana de imaginar lo que le esperaba.
El calvario de Luciana
Esa jornada de viernes había comenzado como siempre. El aborrecible sonido del despertador a las 7,30 de la mañana, el remoloneo en la cama durante algunos minutos, luego la ducha, el desayuno, el elegir la ropa y el vestirse, los últimos retoques al peinado ante el espejo del living y por fin a la calle, rumbo a su trabajo en una inmobiliaria ubicada en Barrio Norte.
El trabajo era su refugio, lo que le permitía evadirse de esa timidez extrema que la condenaba a no tener amistades y mucho menos alguna relación amorosa. Últimamente pensaba encarar una carrera universitaria, menos por vocación que por la necesidad de insertarse en algún círculo social que implicara la posibilidad de conocer gente. Su familia estaba en la ciudad de Rosario, de donde era oriunda, y a sus diecinueve años se sentía dolorosamente sola. Casi todas las noches chateaba con sus padres unos minutos, pero eso no aliviaba su penosa sensación de aislamiento.
A las 9 en punto llegó a la inmobiliaria.
Graciela, la dueña, ya estaba en su oficina y ella la vio a través de la ventana apenas puso el pie en la sala de recepción. Saludó a Rolando, su compañero de trabajo y éste, después de responderle el saludo le dijo:
-La arquitecta quiere verte.
-Bueno, ya voy. –dijo y fue hasta su escritorio para dejar la cartera.
Rolando la vio caminar hacia el fondo, donde estaba la oficina de la dueña, y volvió a regodearse con ese culo que lo tenía obsesionado, con esas piernas largas y muy bien torneadas que el ceñido jeans azul delineaba fielmente.
Llamó a la puerta y esperó dos segundos antes de que la voz de la dueña la autorizara a entrar.
Graciela estudiaba unos papeles que apartó para mirarla como la miraba siempre, con los ojos ligeramente entornados que descendían con suma lentitud desde su rostro hasta los pies y volvían después a subir hasta llegar nuevamente a la cara. A ella la ponía nerviosa esa mirada equívoca que la turbaba y hacía que se sintiera desnuda, indefensa.
Graciela se echó hacia atrás en su sillón y siguió mirándola mientras ella la saludaba:
-Buen día, arquitecta, me dijo Rolando que…
-Sí, Luciana, quería verte porque se nos ha presentado una operación muy ventajosa y vos te vas a hacer cargo. Sentate y te explico.
Se sentó dándose cuenta de que los ojos de la dueña seguían clavados en ella.
-Se trata de vender una casa, bueno, en realidad una mansión, y comprarle a la propietaria un departamento, un piso, algo top, pero ocurre que quiere reducirse porque la mansión le demanda mucho trabajo y ya, habiendo enviudado y con sus tres hijos viviendo solos, ese lugar le queda grandísimo y tiene que ocuparse de una servidumbre muy numerosa, mientras que en el departamento conservaría solamente a una mucama. La mansión vale una fortuna, querida, y la comisión para nosotros va a ser muy jugosa, por supuesto, y tendríamos además la comisión del departamento que le encontremos. Lo quiere en Puerto Madero, así que imaginate que no estamos hablando de monedas. La mansión queda en San Isidro, enLa Horqueta, que como sabés es una zona carísima. En suma, Lu, que nos puede quedar mucho dinero y tu porcentaje será muy, muy, muy interesante.
Luciana había escuchado toda la exposición de la dueña muy atentamente, pero con la vista baja, porque Graciela no había dejado de mirarla fijamente y ella sólo pudo resistir esa mirada apenas unos pocos segundos.
Sabía que la dueña estaba casada con un ingeniero y tenía dos hijos veinteañeros, pero eso no la tranquilizaba ni mucho menos, porque bien podría tratarse de una mujer bisexual o, cuanto menos, que estuviera sintiendo deseos de probar.
-Bueno, ¿qué me decís? –le preguntó Graciela sacándola de sus
lucubraciones.
-Sí, sí, claro que… que me interesa el asunto. –contestó tratando de recomponerse.
-Bueno, fantástico. Yo ya arreglé con esta mujer que la visitarás mañana por la mañana, en tu horario de trabajo, a las 11 de la mañana. Aquí tenés los datos. –y le extendió una tarjeta en la cual Luciana leyó el nombre y el apellido de la clienta: Emilia Martínez Olascoaga, la dirección de la casa y un teléfono.
Luciana tomó la tarjeta y dijo:
-Bueno, supongo que lo de siempre, ¿cierto?, le taso la mansión y que me explique con la mayor claridad posible qué tipo de departamento quiere.
-Exacto, queridita. Conocés perfectamente tu trabajo, así que estoy segura de que llevarás esto a buen puerto.
-Gracias, arquitecta. ¿Algo más? –preguntó la joven.
-Sólo que estás especialmente bonita esta mañana. –fue la asombrosa respuesta que la hizo enrojecer.
-Murmuró un “gracias” y salió turbadísima de la oficina, mientras la dueña la seguía con la mirada a través de la ventana que le permitía ver todo lo que ocurría en la recepción.
-¿Pasa algo? –quiso saber Rolando apenas ella se sentó a su escritorio.
-No. No, claro que no. ¿Por qué me lo preguntás?
-Es que te veo como nerviosa. No sé…
-No. No pasa nada. Debe ser ansiedad. Es que la arquitecta me encargó una operación importante. Una venta y una compra simultáneas y con mucha plata dando vueltas.
-¡Ah, mirá vos! ¡Cuánto hace que no ligo yo algo así!.
-Bueno, ya te va a tocar. –lo consoló ella y sacó de uno de los cajones algunos papeles que fingió analizar para librarse de la conversación.
Le preocupaba ese avance de Graciela. Nunca la había piropeado. Habían sido sólo miradas. Miradas muy sugerentes, sí, pero sólo miradas. En cambio eso de “estás especialmente bonita esta mañana” era ya muy peligroso. No era lesbiana y eso de ser cortejada por una mujer no le caía nada bien y para colmo esa mujer era su jefa y si seguía avanzando y ella la rechazaba, ¿qué iría a pasar con su trabajo?
Movió varias veces la cabeza a derecha e izquierda, como tratando de expulsar de su mente esos pensamientos y procuró evadirse mirando el archivo de clientes enla PC, a la espera de que hubiera algún asunto pendiente al cual abocarse.
…………………
A la mañana siguiente el despertador sonó a las ocho y su primer pensamiento fue el muy buen dinero que iba a reportarle la operación con esa mansión deLa Horquetay el departamento en Puerto Madero. Imaginó unas vacaciones en Cancún y eso fue como una inyección vitamínica que le permitió comenzar el día con un ánimo excelente.
Mientras iba en el remís volvió a pensar en Graciela y la ya indisimulable atracción que su jefa sentía por ella. La arquitecta Graciela L, cuarenta y cinco años muy bien llevados, pelo rojizo, espeso y ondulado, ojos azules de mirar intenso, delgadez armoniosa y curvas donde deben estar.
Se dijo que de ser lesbiana no dudaría en entregarse. “Pero no lo soy”, pensó. No, no lo era. Era, con sus diecinueve años, una chica muy atractiva y deseada por los hombres.
La arquitecta Graciela era su primera admiradora femenina y el hecho de provocar esa atracción lesbiana la perturbaba.
Llegó a la mansión puntualmente. Pagó el viaje y descendió del vehículo después de acordar con el conductor del remís que llamaría a la agencia para que le enviaran un auto a recogerla y llevarla a su casa.
La mansión era invisible a sus ojos desde la vereda, porque la ocultaba un alto paredón gris. La puerta era de metal negro con el portero eléctrico a la derecha. Llamó y una voz de mujer le dijo con tono imperativo: -Abra.
Empujó con algún esfuerzo el pesado portón para encontrarse ante un muy amplio parque con un sendero de lajas que llevaba hasta la puerta de entrada de la mansión de dos plantas. A derecha e izquierda el parque continuaba para recobrar sus grandes dimensiones hacia el fondo de la casa. Oyó ladridos y se asustó al imaginar que uno o varios perros guardianes vendrían a recibirla con intenciones inamistosas, pero nada de eso ocurrió.
“Deben estar atados”, se dijo y continuó avanzando por el camino de lajas. Cuando llegó a destino no le hizo falta tocar el timbre., porque la puerta se abrió para dejarla ante una mujer de unos sesenta años, de cabellos grises peinados con rodete y enfundada en un traje sastre azul, camisa blanca y corbata gris.
“Mmmmmmmhhhhhhh, qué marimacho”, pensó Luciana con cierto desagrado. La mujer la miró de arriba abajo, se hizo a un lado y le dijo secamente:
-Pase y sígame. La señora la está esperando.
Silvia la siguió a través de un amplio salón con mobiliario de estilo y pinturas clásicas en las paredes luego del cual había un pasillo con varias puertas. La mujerona se detuvo ante una de ellas y dio dos golpecitos.
-Adelante. –autorizó una voz femenina de un muy atractivo tono grave.
La mujer del traje sastre abrió la puerta, miró a Silvia y le dijo:
-Entre.
Luciana sintió que le estaban dando una orden y algo extraño y turbador se agitó dentro de ella.
Dio dos pasos y escuchó cerrarse la puertaa sus espaldas. La sala donde estaba era pequeña, amueblada con sobriedad y muy buen gusto. No tenía ventanas y la iluminación, discreta y cálida era proporcionada por una lámpara de pie alzada junto a un sofá de cuero negro donde estaba sentada la dueña de casa. A la derecha había una silla. Emilia Martínez Olascoaga aparentaba unos cincuenta años. Aun sentada se advertía su considerable estatura. Era delgada, de rostro fino y cabellos platinados con un corte a lo varón. No se puso de pie al entrar Luciana y, por el contrario, le indicó que avanzara hacia ella. Cuando la tuvo enfrente le tendió la mano y retuvo la de ella mientras luego de darle los buenos días le dijo:
-Ahora sí siéntese, pero antes coloque la silla enfrente de mí.
Silvia se sintió algo turbada por el tono autoritario que la dueña de casa había empleado y al mismo tiempo se dijo que esa mujer le resultaba familiar. Mientras ponía la silla en el lugar ordenado recordó que unos días atrás había estado en las inmobiliaria hablando largamente con la dueña en la oficina de ésta.
“Claro. –pensó. -Fue ese día, seguramente, que arreglaron esta operación.”
En ese momento la señora oprimió un timbre y muy poco después se escuchó a alguien llamar a la puerta. Era la mujer que la había recibido a su llegada.
-Elba, traenos dos cafés.
-Bien, señora. –dijo Elba y al rato volvió con los pocillos y los puso sobre una pequeña mesita ratona que previamente ubicó entre la dueña de casa y Silvia, que no lograba controlar una cierta inquietud que había empezado a sentir. Sus manos temblaban ligeramente cuando echó azúcar en el café y temiendo que ese temblor se repitiera al llevarse el pocillo a la boca optó por esperar.
Alzó la vista y se encontró con los ojos negros de Emilia Martínez Olascoaga clavados en ella. Era una mirada penetrante, escrutadora, que la puso aún más nerviosa. Se movió incómoda en la silla y dijo:
-Señora, preferiría recorrer la casa ya mismo para tasarla, es que no tengo demasiado tiempo y…
-Calma, querida. -la interrumpió Emilia. –La arquitecta Laborde me dijo que usted vendría con todo el tiempo necesario para recorrer la propiedad, que trabaja los sábados hasta la una de la tarde y que hasta esa hora podría estar aquí porque no le ha ordenado ninguna otra tarea para hoy. ¿Acaso su jefa me mintió? No lo creo porque me pareció una mujer muy seria.
Silvia se puso más nerviosa, comenzó a balbucear y finalmente dijo:
-No… está… tiene razón, señora, es que… es que pensé que si… que si termino aquí antes de la una quizá pueda hacer algunas compras.
Los ojos negros la dueña de casa seguían fijos en ella, con un brillo muy especial.
-Pero, querida, ¿qué dice?. Los sábados los negocios están abiertos todo el día.
Silvia ya no supo a qué otra excusa recurrir para hacer su trabajo lo más pronto posible e irse, librarse de esa mujer que la perturbaba tanto y que había comenzado incluso a asustarla.
-¿No va a tomar su café? –preguntó la anfitriona luego del primer sorbo a su pocillo.
-No… no es que… nunca me ha caído muy bien el café.
-Bueno, la comprendo, cuénteme de usted mientras bebo el mío.
Luciana se asombró y desde el asombro no exento de inquietud dijo:
-¿Qué quiere que le cuente, señora? Realmente me… me llama la atención que… que quiera saber de mí.
-No se extrañe, mi querida. Soy una mujer curiosa.
-No me gusta hablar de mí. –contestó Luciana, tan molesta ahora como inquieta.
-Ay, ay, ay, mi querida, veo que tenemos un problema, porque soy una mujer acostumbrada a mandar y que me obedezcan. Soy así en mis empresas, en el campo, aquí, con el personal que tengo a mi servicio y soy así con la gente en general. ¿Ve algún motivo para que haga una excepción con usted y le permita desobedecerme?
Al oír a la dueña de casa Luciana sintió que su miedo crecía e intuyó que estaba en peligro. No era para nada normal lo que esa mujer estaba diciéndole. Buscó el celular en su cartera, se puso de pie y dijo:
-Tengo que llamar a Graciela. –comenzó a marcar el número pero el temblor de su mano le dificultaba la tarea. Emilia Martínez Olascoaga se incorporó sonriendo, le arrebató el celular, oprimió el timbre tres veces y le dijo mientras la obligaba a volver a sentarse:
-Pórtese bien, querida. Porque cuanto peor se comporte peor le irá.
Luciana, ya desesperada por la situación que estaba viviendo, volvió a pararse y quiso irse, pero en ese momento la puerta de la habitación se abrió para dar paso a Elba y a dos hombres que de inmediato se echaron sobre ella sujetándola con firmeza.
Emilia Martínez Olascoaga se le fue acercando lentamente, con una sonrisa triunfal. La tomó del pelo con una mano, le enderezó el rostro y la dio una fuerte bofetada que le hizo saltar las lágrimas.
-Llévensela y vos, Elba, ocupate de lo tuyo. –fue la orden de la señora y entre la mujerona y los dos hombres arrastraron a Luciana fuera de la habitación mientras la joven gritaba aterrada:
-¡Nooooooooooooo! ¡Noooooooooooooooooooooooooooo! ¡¿Dónde me
llevan?! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué es estooooooooooooooooo?!
Emilia Martínez Olascoaga volvió a sentarse en el sofá mientras los gritos de Luciana iban sonando cada vez más lejos. Encendió un cigarrillo y luego de expulsar por boca y nariz el humo de la primera pitada, dijo:
-Ahora, a llamar a la inmobiliaria. –Y lo hizo desde el inalámbrico que reposaba en la mesa ratona, junto a la bandeja con los dos pocillos de café.
-Inmobiliaria Laborde. –dijo una voz masculina.
-Buenos dìas, señor. Habla Emilia Martínez Olascoaga. Habían quedado ustedes en mandarme una persona a las once para la tasación de mi casa. Son ya las 11,20.¿Qué es lo que pasó que no vino?
Hubo un silencio y luego la voz masculina con tono asombrado:
-¿Cómo que no fue? La arquitecta le encargó ese trabajo a mi compañera Luciana. Ella misma me contó que hoy tenía que ir a su casa, señora. Es raro esto.
-Sí, por lo que usted me dice veo que es muy raro y me preocupa. ¿Le habrá pasado algo a esa compañera suya?
-Espero que no, señora. En todo caso espere un poco más y vuelva a llamarme, por favor.
-Sí, señor. Sigamos en contacto. Buenos días.
En ese mismo momento Elba y los dos mucamos arrastraban a Silvia escaleras arriba hacia la planta alta, donde estaban las instalaciones destinadas a alojar “el ganado” (así llamaba Emilia a sus presas) que iban atrapando.
En ese mismo instante, Rolando llamaba a la arquitecta Laborde, que no había ido a la inmobiliaria.
-Arquitecta, estoy preocupado. Llamó la señora Emilia para preguntarme qué pasó que Silvia no fue a su casa.
-¡¿Cómo?!
-Sí, algo debe haberle pasado. Son ya más de las las 11 y no fue a la casa de la señora Emilia.
-Bueno, yo ya la llamo al celular. Es preocupante esto. Vos viste que Luciana es muy cumplidora, muy responsable.
-Claro, arquitecta, por eso estoy preocupado.
-La llamo y te cuento.
-Sí, arquitecta, sí, llámeme, por favor.
El inalámbrico sonó dos veces y la señora Emilia lo tomó mientras una sonrisa curvaba sus labios. Sin dudar quién llamaba, dijo:
-La pajarita ya está en la jaula.
-Me alegro. Espero que no te olvides de nuestro trato, Emilia. No la toques hasta que yo llegue.
-Soy mujer de palabra, Graciela. Le tengo muchas ganas pero te voy a esperar. Además tendrá un sabor muy especial someterla entre las dos.
-Mmmmmhhhhhhhhh, suena deliciosamente perverso.
-Loada sea la perversión, jejeje.
-Loada sea. ¿Cuàndo va a estar lista?
-Se la durmió para examinarla y estará así una seis horas.
-Bueno, oíme, estaré allí a las 5 de la tarde.
-Te espero, querida, pero acordate de que si comprobamos que es virgen seremos cuidadosas para conservarla en ese estado que para mi negocio vale oro.
-Okey. Nos vemos.
……………
Una vez en la planta alta, los mucamos debieron aturdir a Silvia mediante algunos golpes para aplacar su tan desesperada como inútil resistencia. Al borde del desvanecimiento la arrastraron hasta la habitación que ocuparía, un cubículo con puerta de rejas en cuyo interior había un camastro de metal con una cobija y una almohada y contra la pared opuesta un lavatorio y un inodoro. Las paredes eran de ladrillo y el piso de cemento. Del cielorraso pendía una lamparita. A lo largo del pasillo se alineaban otras cuatro habitaciones similares y en ese momento vacías.
Ambos mucamos echaron a Luciana sin miramientos en el camastro y entonces Elba les ordenó que la desnudaran. Cuando terminaron de hacerlo los dos quedaron deslumbrados por la belleza de ese cuerpo de formas opulentas pero de una admirable armonía, carnes bien firmes y una piel de admirable tersura.
-Mmmmmmhhhhhhh, un ejemplar de raza. –dictaminó Elba mientras a los mucamos el pene se les iba poniendo duro.
-Vos, Luis, andá a traerme la pastilla.
El llamado Luis salió a cumplir la orden y volvió con la pastilla pedida y un vaso con agua.
-Hacésela tragar. –le indicó Elba y el mucamo incorporó a medias a Luciana, pidió a su compañero que la retuviera en esa posición y le abriera la boca, para después meterle allí la pastilla y algo de agua. La jovencita se atragantó un poco pero pudo tomar la pastilla, un poderoso sedante que la haría dormir en pocos minutos. Aún se agitó un poco sujeta por los dos mucamos mientras balbuceaba su terror aturdida por los puñetazos recibidos de ambos hombres que, cual si fueran boxeadores expertos, la habían golpeado en la mandíbula y en las sienes.
Por fin, momentos después la pastilla hizo efecto y Luciana cayó en un profundo sueño que se prolongaría por varias horas.
-Pueden retirarse. –dijo Elba a los mucamos, que obedecieron a regañadientes y con las pijas ya totalmente erectas.
-Qué buena presa. –se dijo el Ama de llaves y cómplice de Emilia Martínez Olascoaga en el negocio de prostitución que llevaba adelante desde años atrás. Su extinto marido le había dejado en herencia dos campos y cuatro industrias de diversos rubros que le producían elevadísimos ingresos, pero fue su perversión lo que la había llevado a desarrollar, y con mucho éxito, el comercio de mujeres para su explotación sexual. Las buscaba de primera categoría, “ejemplares de exposición”, como le gustaba decir, para poder comerciarlas en los más altos círculos sociales: políticos, empresarios, magistrados judiciales, lo cual no sólo le redituaba muy buen dinero sino además una total impunidad.
En el caso de Luciana estaba segura de que iba a significar una mina de oro, por su edad, 19 años, por su belleza física y su fineza de modales. El último aspecto a tener en cuenta era el examen que seguramente en ese momento le practicaba Elba para determinar si era virgen o no. Si lo era, todos los candidatos que aspirasen a ser el primero deberían estar dispuestos a pagar una muy interesante suma de cuatro ceros en dólares
……………..
Mientras Emilia Martínez Olascoaga se daba a tales especulaciones, Elba llevaba a cabo la tarea de examinar a fondo a la dormida Luciana. Con guantes de látex en ambas manos la puso de espaldas, le abrió las piernas, hizo lo mismo con los labios genitales externos e introdujo después su dedo medio en ese orificio que se le ofrecía indefenso. Cuando el invasor dio con la barrera deseada emitió una risita de satisfacción y murmuró:
-Bien, nena, muy bien. Te cotizaremos a cifras altísimas y quien quiera disfrutar de este tesorito deberá ser muy, muy, muy generoso. Ahora veamos el culito. –y sin más metió el mismo dedo en el agujerito posterior. Lo metió hasta el nudillo, disfrutando de lo estrecho de ese delicioso túnel que ofrecía una considerable resistencia a la penetración.
Se puso de pie con una amplia sonrisa, volvió a poner los guantes en el bolsillo de su chaqueta, echó una última a la hembra yacente y salió de la celda, cuya puerta enrejada cerró con doble vuelta de llave.
Un instante después, en la habitación destinada a oficina, Emilia recibía la muy buena noticia.
-Es virgen, señora, y no se imagina lo cerradito y estrecho que tiene el culo. Creo que es uno de los mejores ejemplares que hemos tenido.
Sentada al escritorio Emilia Martínez Olascoaga sonrió ampliamente, agradecida a la arquitecta Laborde por haberle posibilitado la captura de tan valioso ejemplar.
-Bueno, Elba, ocupate de ella cuando se despierte. Ya sabés, una buena ducha, me la peinás y de vuelta a la celda. A las cinco viene la arquitecta Laborde y quiero a la perrita lista para que la lleves a mi dormitorio.
-Perfecto, señora. No se preocupe. Usted me avisa y se la llevo. ¿Quiere que llame ya a la doctora?
-Sí, llamala y decile que la quiero aquí mañana por la tarde para que empiece su trabajo con la nueva y después decime a qué hora se compromete a venir.
-Bien, señora. –dijo Elba y salió de la habitación para llamar a la doctora Mónica, un valioso engranaje en la maquinaria perversa montada por Emilia Martínez Olascoaga.
(Continuará)