El calvario de Luciana (9)

Había pensado que éste capítulo fuera el final de la historia, pero me he dado cuenta de que aún queda bastante por narrar.

Luciana sollozaba tendida boca abajo en la cama cuando el vejete se acercó a ella llevando varias cuerdas, una vara y un plug anal.

-¿Qué pasa, puta? ¿Creés que vas a conmoverme con tus llantitos? Al contrario, cuanto más llores más me caliento.

Luciana estaba programada para no protestar y mucho menos resistirse. La droga y las sesiones semanales de hipnosis impedían que su cerebro tuviera pensamientos libres. Pero sí podía, como ya se ha explicado, experimentar sensaciones y en este caso sus sensaciones era el desagrado y el miedo, por eso lloraba.

El cliente tomó la almohada, la dobló en dos y luego de colocarla en el centro de la cama le ordenó a la jovencita:

-Ponete boca abajo sobre la almohada, puta de mierda. –y cuando Luciana estuvo en esa posición le ató las muñecas y los tobillos a las cuatro patas del lecho, mientras la pobre no dejaba de temblar.

El ingeniero Heriberto M. se dio cuenta:

-Tenés miedo, ¿eh, perra puta?. –dijo y emitió una risita siniestra mientras sobaba con ambas manos ese portentoso culo que tenía por completo a su disposición. Miró el plug anal, que había depositado en la cama junto a la vara, lo tomó y fue acercándolo lentamente al objetivo. Era un cono de color piel, de 10 centímetros de largo por tres de ancho en su parte más gruesa, con una base rectangular y curvada que aseguraba su ajuste una vez introducido.

El vejete sabía que en la mesita de luz había un pote de vaselina para esta clase de situaciones, pero no pensaba usarla ya que lo que se proponía era hacer sufrir a Luciana lo más posible con el límite que Emilia imponía para el uso de sus putas: no heridas, no sangre; límites que no surgían de algún sentimiento de piedad hacia esas desdichadas, sino porque de resultar heridas estarían algunos días sin trabajar y las arcas de la proxeneta se verían afectadas.

Apoyó la punta del plug en el rosado agujerito y mientras sus ojos brillaban de lujuria y crueldad fue presionando hasta que el esfínter comenzó a ceder y el plug fue introduciéndose en el ano. Luciana gemía y fue entonces que el viejo lo metió de golpe hasta la base, arrancándole a la pobrecita un agudo grito de dolor al par que se retorcía desesperada, sujeta por las cuerdas que la ataban a la cama. Era demoníaca la expresión del rostro del ingeniero cuando movía el plug hacia delante y hacia atrás y gozaba del sufrimiento de su indefensa víctima, que no cesaba de gritar y retorcerse inútilmente. Por fin, después de varios minutos, el pervertido decidió que ya era tiempo de pasar al siguiente suplicio y entonces empujó el plug hasta que la base se pegó al orificio anal, se puso de pie junto a la cama, tomó la vara y mientras la hacía silbar en el aire una y otra vez deleitándose con los gemidos dolientes de Luciana dijo:

-Bueno, perra puta, ahora sí que vas a saber lo que es bueno. –y miraba fascinado, con los ojos muy abiertos, ese culo que se ofrecía a su sadismo.

Alzó el brazo derecho, lo mantuvo un par de segundos en esa posición mientras elegía el blanco y lanzó después el primer varillazo que restalló sobre ambas nalgas.

-¡¡¡Aaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!

El grito desgarrador de la jovencita lo estremeciò de goce desde la cabeza hasta los pies y entonces, como embriagado, siguió azotándola mientras se complacía con las marcas rojizas que la vara iba dejando en la piel, con los gritos de dolor de Luciana, con sus desesperados corcovos que las cuervas limitaban.

Con el rostro desencajado, el vejete siguió castigando impiadosamente el hermoso culo hasta que al ver que algunas de las marcas ya eran hinchazones blancuzcas se dio cuenta que estaba a punto de hacer brotar la sangre. Su excitación era tremenda y le hubiera gustado continuar hasta el despellejamiento, pero era consciente de que eso habría significado la imposibilidad de seguir concurriendo a la mansión, porque Emilia era inflexible con aquellos clientes que violaban las reglas que ella había establecido. Entonces detuvo el castigo y respirando con fuerza, agitadamente, se inclinó sobre la pobre Luciana y comenzó a besar y a lamer ese culo surcado de marcas rojizas e hinchazones, que sus labios y su lengua notaban ardiendo.

Después de unos instantes de besuqueos y lamidas, el viejo desató a la jovencita, cuyos ojos lucían rojizos de tanto llorar, la tomó del pelo, la saco de la cama y entre insultos la llevó al baño.

-Metete en la bañera, puta de mierda. –le ordenó.

Luciana lo hizo entre sollozos y entonces le llegó otra orden:

-Acostate de espaldas. –y cuando la jovencita estuvo en esa posición el vejete se abrió la bragueta, sacó su verga y comenzó a orinar sobre el cuerpo de Luciana, que frunció la nariz ante el olor penetrante que molestaba a su olfato. Cuando terminó de orinar el viejo la tomó del pelo, la puso de rodillas y le ordenó:

-Limpiame la verga con esa boca de chupapijas que tenés.

La pobre abrió la boca y el viejo le metió ese colgajo húmedo y oliendo a pis y entonces Luciana sintió asco y retiró la boca, lo cual enfureció al pervertido. La tomó del pelo y le cruzó la cara de una bofetada y enseguida volvió a golpearla. La jovencita gritó de dolor, con los ojos llenos de lágrimas. El cliente, cada vez más excitado y regocijándose en su propia crueldad y en el sufrimiento de Luciana, le gritó:

-¡Abrí la boca, chupapijas de mierda! –y sin esperar a que Luciana obedeciera le tapó las fosas nasales tomándolas entre el pulgar y el índice, logrando después de un par de segundos que abriera muy grande la boca en busca de exígeno. Entonces volvió a meterle la verga y reteniéndola con fuerza por el pelo con ambas manos logró que finalmente la desdichada putita, asustadísima, lamiera y chupara para limpiar los restos del orín. El viejo estaba ardiendo de calentura, aunque impotente como era su verga seguía muerta. No obstante sintió que el orgasmo estaba próximo y luego de un instante derramó en la boca de Luciana algunas pocas gotas de semen que la jovencita debió tragar mientras el viejo jadeaba tratando de sostenerse sobre sus piernas temblequeantes.

Quiso infligirle a la pobre un último sufrimiento y entonces la dejó encerrada con llave en el baño, echada en la bañera, para que durmiera allí, mientras él se dirigía a la cama con el propósito de entregarse al sueño hasta la mañana, cuando a las diez (conocía bien la rutina de la mansión) Luisa llamara a la puerta.

…………….

Eran las diez y media de la mañana cuando el ingeniero Heriberto M. y Emilia bebían café en el saloncito previo a la partida del cliente. De pronto llamaron a la puerta. –Soy yo, señora. –anunció Luisa y Emilia la autorizó a entrar. La mucama traía a Luciana, tomandola de un brazo.

-Qué pasa, Luisa. –preguntó la proxeneta sorprendida ante la extraña irrupción de la mucama y la putita, que estaba completamente desnuda. Luisa evitó responder y en cambio hizo girar a Luciana para que Emilia la viera de espaldas.

-¡¿Qué es esto?! –exclamó Emilia al ver las nalgas de la jovencita, surcadas de marcas rojizas, algunas violáceas y otras blancuzcas e inflamadas. Miró con enojo al ingeniero y éste bajo la cabeza, incapaz de encontrar una respuesta.

-¡¿Qué ha hecho, viejo inconsciente?! ¡¡¡Mire cómo me ha dejado a la chica!!!

-Bueno, Emilia, yo…

-¡¡¡Cállese la boca!!! –le gritó y de inmediato se dirigió a la mucama:

-Ocupate de ella ya mismo. Ponele crema y después te la llevás al dormitorio, que descanse y le hacés una aplicación de crema cada seis horas.

-Sí, señora. –dijo Luisa y se retiró con Luciana, cuyos ojos estaban enrojecidos e hinchados por tanto llanto y el insomnio en la bañera.

Cuando volvieron a estar solos, Emilia le dijo al vejete con tono duro:

-Supongo que se dará cuenta lo que hecho.

El ingeniero seguía mirando al piso.

-Le pido disculpas, Emilia. No sé, perdí la cabeza.

-Y ahora va a perder algo más. Voy a tener que sacarla de circulación al menos durante cinco días, calculo, hasta que sus nalgas se recuperen. Cinco días a mil dólares cada uno son cinco mil dólares, más los mil de honorarios por su uso anoche. Siéntese y hágame un cheque por seis mil dólares, señor mío, y ya sabe, como siempre al portador.

-Me salió caro. –murmuró el viejo mientras tomaba asiento y con su portafolios sobre las rodillas sacaba la chequera. Tuvo que esperar un momento a que su mano derecha dejara de temblar y finalmente hizo el cheque y se lo extendió a Emilia sin mirarla. Ésta lo tomó y mientras el viejo se dirigía hacia la puerta le dijo:

-La sacó barata, ingeniero. Por un momento pensé en prohibirle su ingreso a  esta casa para siempre.

………….

A esa hora Graciela estaba en la inmobiliaria, recordando cuánto le había costado evitar que su marido le viera el culo con las huellas de los azotes que le propinaran en la mansión.

Se le había ocurrido pretextar un dolor de cabeza y el deseo de darse una ducha antes de acostarse. Se llevó al baño un camisón y salió cubierta con esa prenda, mientras Enrique trataba de dormirse postergando sus ganas de sexo.

Se sentía propiedad de Emilia por completo. No había posibilidad alguna de escapar, de abandonar ese sendero en el que la había introducido su ahora dueña, su Ama. Cada vez que pensaba en ella, con esas maneras dominantes, severas, sin margen alguno para la resistencia y mucho menos para la indisciplina, se estremecía de pies a cabeza y nacía en ella un intenso deseo de estar en la mansión. Además, nunca había gozado de la sexualidad como en los brazos de Emilia, una amante ardorosa y sabia a la cual no renunciaría por nada del mundo. Mientras apartaba los papeles que le había pedido a Rolando con el propósito de revisarlos, se dijo que en verdad todo había comenzado con esa fuerte atracción que Luciana le había provocado apenas la tuvo ante ella en esa entrevista luego de la cual la tomó como empleada. Esa primera atracción lésbica de toda su vida fue como la puerta a través de la cual ingresó después lo demás, esa fuerte vocación de obediencia, de someterse, de obedecer decisiones ajenas a ella; ese regodearse en la humillación en manos tanto de Emilia como de Elba. Sintió que se estaba mojando y pensó en ir al baño, pero detuvo ese impulso y en cambio marcó el número de Emilia.

Tuvo un temblor cuando escuchó esa voz grave, como de terciopelo oscuro:

-Hola, sierva…

Tragó saliva y por fin pudo decir mientras se mojaba cada vez más:

-Hola, Ama… No puedo más…

-¿Qué significa eso, mi yegua?

-Estoy… estoy muy caliente, Ama… Me estoy mojando toda…Necesitaba sentirla, Ama, escuchar su voz… Por eso la llamé… -murmuró Graciela con voz enronquecida por la intensa excitación.

Emilia escuchaba complacida a su esclava, tendida de costado en el sofá del saloncito, y llevando su mano a la entrepierna dijo:

-¿Qué pasó anoche, sierva? ¿lograste que tu maridito no te viera el culo?

Graciela le contó lo sucedido y escuchó la risita de Emilia:

-Y decime, ¿te había dicho que quería sexo?

-Sí, Ama, pero se resignó.

-¿Y vos tenías ganas de coger?

Graciela vaciló un segundo y luego dijo en un murmullo, avergonzada:

-Sí, Ama, pero… pero no con él…

-Ah, caramba, ¿y con quién, puta?

Otra pausa y Graciela murmuró, sintiendo que sus mejillas ardían:

-Con… con usted, Ama… No puedo… no puedo dejar de pensar en usted, Ama… Tengo miedo…

Los labios de Emilia dibujaron una sonrisa perversa:

-¿Miedo? ¿miedo de qué, yegua? –preguntó aunque sabía perfectamente qué temía Graciela.

-Tengo miedo del desborde, Ama, miedo de no poder controlarme. Ahora mismo, acá, en la oficina, tengo que revisar unos documentos y no puedo, Ama… La tengo a usted en mi cabeza y no puedo pensar en otra cosa…

La sonrisa perversa se acentuó en la boca de Emilia:

-Olvidate de esos papeluchos. Te quiero acá. Veníte inmediatamente.

Era lo que Graciela necesitaba. Esa orden de correr a los pies de su tirana.

-Sí, Ama, lo que usted quiera, ya salgo para allá.

-Te espero, puta. –dijo Emilia, y cortó la comunicación. Hizo comparecer a Elba y cuando la tuvo ante ella le dijo:

-La yegua viene para acá. Está muy caliente y además totalmente entregada a mi dominación. Vamos a tener un día muy interesante, Elba.

El ama de llaves sonrió, entusiasmada, y preguntó:

-¿Piensa en algo especial, señora?

Emilia pensó un momento:

-La voy a hundir definitivamente en el barro. ¿Se entiende la metáfora, mi querida Elba?

-Creo que sí, señora. ¿Se refiere a la humillación?

-Algo así, Elba, sí, la vamos a humillar a fondo mientras la convertimos en una esclava total.

-Mmmhhhhh, bien, señora. Estaré a sus órdenes para lo que quiera que hagamos con ella.

-Te cuento lo que quiero que hagas en cuanto llegue.

-Dígame, señora.

…………..

Luisa debió controlar el temblor de sus manos cuando, con Luciana tendida boca abajo en la cama, se apretaba a aplicarle la crema que iba a contribuir a la recuperación de esas portentosas nalgas tan duramente castigadas.

“Llevo vistos infinidad de culos, pero ninguno tan perfecto como éste.” Pensó la mucama mientras acercaba al objetivo sus dedos embadurnados de crema.

Luciana gimió al primer contacto, pero fue cediendo y entregándose al suave masaje hábilmente aplicado por Luisa.

-Usted me ayuda… -murmuró la pobrecita y la mucama, aunque encallecida por tantos años de servicio en la mansión, no pudo evitar conmoverse.

Una vez finalizada la aplicación de la crema, se incorporó y mientras recorría con mirada ardiente ese cuerpo de hembra apetecible le dijo a Luciana:

-Ahora vas a descansar, perrita.

-Sí… -contestó la jovencita con un hilo de voz. –Usted me ayuda…

Luisa salió de la habitación pensando en el futuro de Luciana. No era cuestión de arrepentirse de lo que se hacía con las desdichadas que caían en las garras de Emilia y su organización, pero esta chica la conmovía muy particularmente y le apenaba saber que irremediablemente iba a ser vendida a algún prostíbulo miserable donde la usarían muchos hombres cada día, mal alimentada y enfrentando el riesgo de contraer distintas enfermedades sin que eso preocupara a quienes serían sus dueños.

…………

Eran las 11,30 de la mañana cuando Graciela atravesaba el portón de la mansión y Elba, en medio de la senda, detenía la marcha del vehículo con un gesto imperativo y empuñando un rebenque de campo en su mano derecha. Al ver que el ama de llaves se acercaba bajó la ventanilla.

-Buen día, señora Elba. –saludó cuando la mujerona se inclinó hacia ella.

-Baje del auto. –le ordenó el ama de llaves.

Graciela supo que debía obedecer y descendió del vehículo aunque extrañada de que no tuviera que conducir hasta las cocheras.

-En cuatro patas. –dijo Elba y Graciela la miró, asombrada e inquieta.

-¿Qué pasa? ¿está sorda? ¡En cuatro patas, le dije!

Graciela dejó su cartera en el asiento del auto y adoptó la posición ordenada. Así, en cuatro patas, sintió que Elba la reconectaba con la humillación y con el miedo, y ambas sensaciones hicieron que se excitara. Definitivamente eso estaba hondamente arraigado en su naturaleza y Emilia se lo había hecho descubrir. El ama de llaves le dio un golpecito leve con el rebenque en las nalgas.

-Vamos, muévase, a la casa, vamos!. –le ordenó y ella se puso en marcha. Llevaba pollera y muy pronto sintió una molestia considerable en sus rodillas desnudas, mientras Elba, cada vez que se detenía, le daba un rebencazo en el culo cuyo efecto se veía atenuado por la ropa, pero igual se sentía en alguna medida.

Cuando llegaron ante la puerta principal Elba la abrió y le dijo:

-Sígame.

Y allá fue Graciela, desplazándose como un animal detrás del ama de llaves y mirando obsesivamente ese rebenque que la mujerona empuñaba con firmeza. Ya el dolor en las rodillas era intenso cuando debió subir la escalera que llevaba a la planta alta, pero no se atrevió a suplicarle al ama de llaves que le permitiera ponerse de pie. Dejaron atrás la puerta del saloncito, siguieron hasta el fondo del pasillo, el ama de llaves abrió la puerta y unos metros más adelante Graciela se estremeció al pasar ante las celdas. Miró el interior de una de ellas a través de la puerta enrejada y vio un camastro de hierro y contra la pared opuesta un inodoro, un lavatorio y una ducha con multifase. Se imaginó encerrada en esa celda y su excitación aumentó. Unos metros más adelante volvió a tener un estremecimiento al darse cuenta de que el destino final era la llamada sala de juegos.

Elba sacó un llavero del bolsillo de su chaqueta y abrió. Se hizo a un lado y ordenó:

-Entre.

Graciela era un vértigo de sensaciones intensas cuando, siempre, en cuatro patas, entró en la sala y detrás de ella la mujerona.

-Párese. –dijo el ama de llaves y ella obedeció con algún esfuerzo después de tan largo desplazamiento sobre sus manos y rodillas. Impulsivamente quiso limpiárselas pero al intentarlo se sintió tomada del pelo por Elba y recibió inmediatamente una fuerte bofetada:

-Usted no puede ni siquiera mover un dedo sin que sea autorizada. –fue la explicación. –Se lo dije el otro día apenas llegó, pero parece que tiene muy mala memoria.

Con los ojos llenos de lágrimas por el fuerte golpe en la cara, Graciela recordó que, efectivamente, el ama de llaves le había indicado días atrás que no podía hacer nada por cuenta propia. Tampoco hablar sin permiso y por eso contuvo una disculpa y permaneció callada.

-Ahora va a desnudarse en el orden que yo le vaya diciendo. ¿Entendido?

-Sí, señora Elba. Contestó tratando de dominar ese temblor que la sacudía de pies a cabeza. Pudo serenarse y escuchó la orden del ama de llaves:

-Los zapatos. –y se los quitó para después sacarse la falda negra y luego la blusa de seda blanca. Al tenerla en bombacha y corpiño la mujerona hizo una pausa para deleitarse con esas piernas largas, de muslos torneados, esas tetas que el corpiño de media copa permitía apreciar en gran medida.

-Ponga las manos en la cabeza y dese vuelta. –fue la orden y Graciela obedeció excitada de estar casi desnuda ante esa mujer que sabía la observaba morbosamente.

“Me esta mirando el culo.” Pensó Graciela cada vez más caliente, y no se equivocaba. Elba se estaba regodeando con ese culo parcialmente oculto por la pequeña bombacha negra, hasta que por fin dijo con voz algo enronquecida.

-Sáquese la bombacha. –y Graciela se la quitó.

-Ahora dese vuelta y sáquese el corpiño.

Mientras se lo estaba quitando no pudo evitar mirar al ama de llaves a la cara. Elba le sostuvo la mirada un instante, dándose cuenta de que la esclava estaba tan excitada como ella.

“Con que ganas te cogería ya mismo.” – se dijo, pero en cambio hizo lo que debía: darle otra fuerte bofetada.

-No se atreva a mirarme otra vez a los ojos. –le advirtió mientras Graciela contenía a duras penas el impulso de llevar una mano a la mejilla tan duramente golpeada.

Ya con la esclava totalmente desnuda Elba buscó una venda negra y le cubrió los ojos anudando el paño en la nuca.

-Arrodíllese. –le ordenó y Graciela, algo confundida por la falta de visión, se inclinó lentamente buscando a tientas el piso con las manos, hasta que pudo estar en la posición ordenada. Apoyó las nalgas en los talones pero entonces sintió que el ama de llaves la tomaba del pelo y tiraba hacia arriba.

-Derecha. Sin apoyar las nalgas. –le dijo. –Ahora ponga las manos en la nuca y quédese así, quieta como una estatua. ¿Está claro?

-Sí… sí, señora Elba. –contestó y a partir de allí no escuchó más nada. El silencio absoluto reinaba en la sala.

(continuará)