El calvario de Luciana (7)

Luciana sigue recibiendo clientes mientras Emilia comienza a tejer su telaraña para atrapar a Graciela y hacerla su esclava.

El calvario de Luciana (7)

Luisa salió del saloncito y se dirigió a la habitación donde tenían a Luciana. La jovencita estaba echada de costado en la cama, con los ojos cerrados.

-Arriba, perrita. –dijo la mucama acercándose a ella, y Luciana se incorporó con alguna dificultad, porque se había quedado dormida.

Luisa la tomó de un brazo, la sacó del lecho y le ordenó que se desnudara. Luciana obedeció sin vacilación alguna, dándole a Luisa la oportunidad de admirar una vez más ese cuerpo perfecto.

-Vamos al baño que tengo que prepararte, dulce. La señora Emilia y la arquitecta te están esperando. –dijo la mucama tomándola de un brazo.

-La señora Emilia y la arquitecta me ayudan. –murmuró Luciana aún medio dormida pero mostrando que las consignas que la doctora Mónica le había transmitido en estado hipnótico estaban profundamente grabadas en su mente.

Ya en el baño Luisa abrió el agua caliente y luego de algunos segundos probó la temperatura con la mano.

-Vamos, cachorra, metete.

Y con Luciana bajo el agua comenzó a darle órdenes.

-Enjabonate bien por todos lados.

-Higienizate bien la concha.

-Las tetas.

-Enjuagate bien.

-Lavate la cabeza.

-Enjuagate bien el pelo.

Y la observaba de arriba abajo mientras la jovencita iba cumpliendo con cada uno de los pasos.

Cuando terminó el enjuague del cabello la mucama cerró el paso del agua.

-Salí y secate. –le ordenó.

-Bueno, ahora en cuatro patas que voy a ponerte una enema.

Con la jovencita en la postura ordenada Lucía puso en la bolsa medio litro de agua con un poco de glicerina, la estuvo agitando un poco para que ambos líquidos se mezclaran, colocó después la bolsa en el aparejo, higienizó la cánula con alcohol y miró el bello curo de la chica. Acercó la cánula al objetivo, exploró un poco hasta dar con el agujerito y entonces introdujo la cánula con innecesaria y por tanto sádica violencia. Luciana soltó un gemido y corcoveó. La mucama se dio el gusto entonces de propinarle un par de buenos chirlos y la amenazó con tono duro:

-¡Como vuelvas a moverte vas a saber lo que es bueno! ¡¿Entendiste?!

El miedo hizo que Luciana comenzara a sollozar.

-¡Pregunté si entendiste!

-Sí… sí… -respondió la jovencita con voz quebrada por los sollozos.

-¡Sí, señora Luisa! –exigió la mucama y Luciana repitió temblando de temor ante esa violencia que nunca había padecido en la mansión:

-Sí… Sí, señora Luisa…

-Bien. –dijo la mucama con una mueca de perversa satisfacción reflejada en su rostro. –Yo voy a ayudarte, nena, como te cuidan la señora Emilia y la arquitecta Graciela, pero para eso tenés que obedecerme, tenés que portarte bien y no hacerme enojar.

Otra de las consignas se activó entonces en el cerebro de la chica, que dijo:

-Debo ser obediente y sumisa…

-Eso es, Lucianita. Así queremos que seas, siempre obediente y sumisa. Y ahora quieta. ¿Entendido?

-Sí, señora Luisa.

Y la mucama abrió la válvula.

……………..

Mientras tanto, en el dormitorio principal de la mansión, Emilia tenía a Graciela sentada en una silla y giraba lentamente en torno de ella, apreciando muy excitada los encantos de ese cuerpo blanco que tanto le atraía. Se detuvo a espaldas de su visitante, apoyó ambas manos en los hombros y se dio a fantasear mientras acariciaba lenta y suavemente los hombros, el cuello y las mejillas de Graciela.

“Cuánto me gustaría enloquecerla al extremo de obligarla a abandonarlo todo. Que abandone a su familia, a su trabajo, a sus relaciones sociales y se traslade aquí. Me gustaría hacerla mi esclava pero no mediante la droga y la hipnosis, sino enloqueciéndola con sexo y que ya no pudiera pensar, despojarla de su voluntad, imponerle la mía y que sólo quisiera sexo y más sexo conmigo.”

Emilia sabía que esa fantasía era irrealizable, pero de sólo concebirla se había excitado a tope y notaba, complacida, que el acariciamiento al que sometía a Graciela tenía a la arquitecta muy caliente también, con la respiración agitaba, gimiendo y moviéndose inquieta en la silla.

“Es imposible lo del abandono total, está bien, pero de ahora en adelante voy a ser para ella su dómina y tendrá que obedecerme.” –se dijo resuelta a llevar adelante sus propósitos.

Fu en ese momento que Luisa llamó a la puerta.

-Adelante. –autorizó Emilia y la mucama entró llevando del brazo a Luciana, vestida con una brevísima minifalda de latex negro, una no menos breve y ceñida camisetita blanca y botas también negras apenas por encima de la rodilla y con tacos altísimos. Llevaba la cabellera húmeda después de la ducha, un detalle que a Emilia le resultaba extremadamente sensual.

-¿Necesita algo, señora? –preguntó la mucama luego de soltar a Luciana.

-Esta pichona es lo único que necesito. Podés retirarte, Luisa, y te aviso cuando con Grace hayamos terminado de usarla. Acordate de que tenés que prepararla para la clienta de esta noche.

-Sí, la señora Gloria. Espero su aviso y vengo a llevármela. –dijo Luisa y se retiró de la habitación.

Graciela se había levantado de la silla y miraba a Luciana con ojos encendidos de deseo. La jovencita lucía arrebatadoramente excitante con esas ropas de puta y la arquitecta estaba ansiosa por poseerla.

Luciana permanecía de pie, con las piernas juntas, la cabeza gacha y las manos atrás, según las enseñanza de modales que la proxeneta le había ido impartiendo.

-¿Qué me decís de la cachorra? –le preguntó Emilia dando una vuelta completa alrededor de la jovencita mientras la envolvía en una mirada caliente.

-Se la ve muy excitante con esa ropa. -contestó Graciela avanzando hacia ella.

-Saludanos, Luciana. –le dijo mientras le acariciaba el pelo.

-Hola, arquitecta. Hola, señora Emilia. Ustedes me ayudan. –recitó la jovencita. -Muy bien, perrita. Estás muy linda con esa ropa. –dijo Emilia y le ordenó a Graciela que comenzara a calentarla. La arquitecta obedeció muy complacida y se pegó a Luciana por detrás, haciéndole sentir la presión de su vientre en las nalgas y capturándole las tetas con ambas manos. Comenzó con su vientre un movimiento circular al mismo tiempo que de avance y retroceso mientras sus manos acariciaban esos pechos firmes cuyos pezones se endurecieron casi de inmediato mientras Luciana rompía en gemidos y se apretaba de espaldas contra el cuerpo tembloroso de la arquitecta. Entreabrió sus labios cuando sintió el contacto de los labios ávidos de Emilia y se estremeció al sentir la lengua invasora contra su lengua.

Graciela rodeó con una de manos la cadera de la jovencita, levantó un poco la falda y sus dedos tocaron la tanga, que notó mojada. Sonrió y dijo dirigiéndose a Emilia:

-La perrita ya está a punto…

-¿Ya está mojada, querés decir?

-Y bien mojada…

Emilia dijo entonces, apartándose:

-Soltala y que se desnude.

A la arquitecta le costó obedecer, pero la ayudó el hecho de que también tenía muchas ganas de ver desnuda a Luciana.

-Vamos, pichona, sacate toda la ropita. –ordenó Emilia y tomando de un brazo a Graciela hizo que ambas se sentaran en el borde de la cama a observar el espectáculo. Luciana hizo ademán de quitarse la camiseta, pero la proxeneta la detuvo.

-No, putita, yo te voy a indicar el orden en que tenés que desnudarte y así lo vas a hacer de ahora en adelante cada vez que tengas que desvestirte. ¿Entendido?

-Sí, señora, debo ser una perrita obediente y sumisa. –dijo Luciana en ese tono bajo que desde su despersonalización empleaba siempre al hablar.

-Bien, vas a empezar por el calzado. Echate en el piso de espaldas con la cara hacia nosotras, que te vamos a quitar las botas porque sola te va a costar mucho y no quiero perder el tiempo.

La jovencita obedeció y entonces Emilia le ordenó a Graciela:

-Ocupate de la pata izquierda.

“No dijo pierna izquierda, dijo pata…” pensó la arquitecta. “Y claro, si la pobre ya es un animalito.” –y se dio cuenta de que esa transformación de la jovencita la excitaba.

Cuando le hubieron quitado las botas Emilia siguió dirigiendo el strip tease:

-Parate. –ordenó y ya con Luciana de pie ante ellas le hizo quitar la mini. Después la camisetita y luego la tanga, que era la ùltima prenda porque no llevaba corpiño.

Graciela respiró hondo al mirarla, al envolverla desde la cabeza a los pies en una mirada lenta y ardiente.

-Ponete de perfil, pichona, con los brazos a los costados. –ordenó Emilia.

-Mirá, Graciela. -dijo con la chica ya en la posición ordenada. –Es perfecta, mirá cada curva, cada trazo del contorno, mirale las tetas, las nalgas, los muslos. Las proporciones son inmejorables. Sin duda es el mejor ejemplar que he tenido.

Graciela no espero más, tomó de un brazo a Luciana y con un tirón la echó en la cama, sobre la cual cayó boca abajo perpendicularmente, junto a Emilia. La proxeneta se le echó encima de inmediato y comenzó a besarla y a lamerla desde los talones con el propósito de llegarle al cuello, con lentitud, como le gustaba hacerlo. Graciela, mientras tanto, cuando Emilia andaba con sus labios y su lengua a la altura de las rodillas se puso a besarle las portentosas nalgas y a hurgar con su dedo medio en el orificio anal, haciendo que Luciana se estremeciera en medio de un largo gemido. Entonces la arquitecta comenzó a introducirle un segundo dedo en ese caminito tan estrecho, con tan poco uso todavía. Luciana corcoveó, algo dolorida, y profirió un leve gritito que llamó la atención de Emilia, quien viendo lo que estaba ocurriendo y al advertir que la jovencita intentaba librarse de la penetración le dio un chirlo en la cola. Luciana se puso a sollozar, pero ya no opuso resistencia a esos dedos que avanzaban y retrocedían dentro de su culo lentamente, pacientemente, intuyendo lo que ocurriría y ocurrió: poco a poco la putita se dio cuenta de que la molestia y el dolor iban disminuyendo y que en cambio empezaba a disfrutar, a sentir un intenso placer al que terminó entregándose por completo, respirando agitadamente para satisfacción de sus violadoras.

-Voy a hacer que se dé vuelta, Grace, pero vos no le saques los dedos. –dijo Emilia y le ordenó a Luciana que se pusiera de espaldas. La perrita no dejaba de dar muestras del goce que le provocaban los dedos de la arquitecta en su entradita posterior mientras que en sus labios genitales externos brillaban las gotas de flujo que empapaban su concha.

Cuando tuvo a la jovencita en la posición ordenada, Emilia acercó su rostro al de ella, la besó suavemente en los labios y en las mejillas y le preguntó con tono susurrante:

-¿Estás gozando, pichona?...

-Sí… sí, señora Emilia… sí… -contestó Luciana entre jadeos mientras la proxeneta comenzaba a meterle primer un dedo y después otro en la concha, que a esa altura ya era una catarata de flujo. Inmediatamente después puso en acción su experimentado dedo pulgar, con el cual se dio a la tarea de estimularle el clítoris. Entretanto, Graciela llevaba su mano libre hacia las tetas de la jovencita y se ponía a acariciar esas ubres y a juguetear con los pezones, que de tan duros semejaban clavijas.

Para ambas violadoras, cada deslizarse por el cuerpo de su víctima era el asombro antes esa piel casi increíble de tan suave, ante esas carnes tan firmes.

Poco después, cuando Emilia y Graciela ardían en la hoguera de la más intensa calentura, Luciana comenzó a moverse de un lado al otro y a arquear su pelvis una y otra vez mientras jadeaba cada vez con más fuerza hasta explotar en un largo y violento orgasmo entre convulsiones y un alarido que parecía no acabar nunca. Después quedó tendida, como desmadejada, respirando agitadamente.

Arrodilladas en la cama, Emilia y Graciela se miraron, ambas con sus mejillas arrebatadas, se besaron larga e intensamente en la boca y al separarse Graciela preguntó:

-Esta noche tiene que trabajar, ¿no la estaremos agotando?

Emilia hizo un gesto con su mano restándole importancia a la inquietud de la arquitecta:

.No te preocupes. –dijo mientras le acariciaba las tetas. –De verdad es una perra en celo, así que con Gloria va a ser un fuego. Ahora que nos haga gozar ella. –y dirigiéndose a Luciana le ordenó:

-Bueno, pichona, ya está bien de descansar, ahora desnudanos, primero a mí y después a la arquitecta. –y se puso de pie junto a la cama tomando del pelo a Luciana y parándola frente a ella.

Aún en la cama, echada de costado, Graciela observaba a Luciana desnudar a Emilia, y muy excitada admiraba una vez más ese cuerpo de 50 años que enfrentaba tan airosamente el paso del tiempo. De sus pensamiento la sacó la voz de la proxeneta:

-Vamos, Grace, levantate. Te toca a vos.

“Nunca pide. Lo suyo es ordenar.” –se dijo mientras obedecía y se daba cuenta de que obedecer a Emilia le provocaba una sensación rara, pero placentera.

Ya de pie junto a Luciana, la jovencita comenzó a desvestirla mientras Emilia acompaña el strip Tease acariciando cada parte del cuerpo que iba quedando al descubierto y Graciela jadeaba al sentir en sus carnes esas manos hábiles, irresistibles.

Por fin, cuando ambas estuvieron desnudas, Emilia se tendió de espaldas en la cama, encogió sus piernas con las rodillas bien separadas y le ordenó a Luciana:

-Vamos, nena, quiero esa lengüita de perra en mi concha…

Y Luciana se aplicó a cumplir con la tarea que le ordenaban. Y lo hacía bien y con entusiasmo. Le gustaba lamer una concha tanto como chupar una pija, cosa ésta que había hecho por primera vez con el doctor Máximo R. Desplazaba su lengua una y otra vez por entre los labios externos y cada tanto hundía la punta en la entrada, presionando un poco para luego volver a ese subir y bajar hasta que se dedicó al clítoris y Emilia, que besaba a la arquitecta y libraba con ésta un ardiente duelo de lenguas, exhaló un gemido.

Luciana siguió lamiendo hasta que la proxeneta empezó a temblar y a jadear fuertemente. Graciela se inclinó en ese momento sobre ella y comenzó a chuparle los pezones, llevándola así a un nivel de goce extremo. Segundos después llegaba el orgasmo, violento y larguísimo mientras Luciana la miraba con sus ojos inexpresivos, ausentes, y Graciela seguía ocupada en besarle, lamerle, chuparle y hasta mordisquearle los pezones durísimos y enhiestos cual diminutos mástiles.

Ardiendo como brasa, la arquitecta tomó del pelo a Luciana y con su rostro casi pegado al de la jovencita le dijo:

-Ahora me vas a chupar la concha a mí, perrita, pero además, mientras me haces gozar con ese lindo hociquito que tenés, quiero que me des por el culo con los dedos, que me cojas por la cola con dos dedos. ¿Entendido, chiquita?

-Sí, arquitecta… Soy una putita obediente y sumisa…

-Sí, Luli, eso sos porque eso queremos que seas. –confirmó Graciela y se tendió de espaldas con las piernas flexionadas y abiertas. Luciana se inclinó con su lengua buscando el objetivo y cuando lo encontró puso en movimiento su lengua mientras dos dedos de su mano derecha, el índice y el medio, entraban despacio en el culo, provocándole fuertes estremecimientos a la arquitecta.

-¡¡¡Cogeme! ¡Cogeme, perra, cogemeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!! –bramaba Graciela entre corcovos, anhelante de esos dedos que quería sentir hasta los nudillos.

Luciana sintió que aquello era una orden y entonces introdujo sus dos dedos por completo de un solo envión. Graciela corcoveó.

-¡¡¡Aaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! ¡¡¡Sí, perra, sí,

asíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!! –aullaba la arquitecta en el paroxismo del goce y no tardó demasiado en alcanzar el orgasmo entre alaridos y espasmos.

Luego, un descanso para las tres hasta que Emilia le puso fin llamando a Luisa con el timbre que accionaba desde la cabecera de la cama.

Cuando la mucama se hizo presente le ordenó:

-Llevate a la putita y su ropa. Que duerma hasta las nueve y después me la preparás para Gloria, que viene a las diez.

-Bien, señora. –dijo y le ordenó a Luciana que tomara su ropa y la siguiera.

Cuando ambas se retiraron Emilia volvió a tenderse en la cama junto a Graciela con el propósito de empezar a tejer la telaraña en la cual atraparía a la presa para hacerla su esclava.

-Gozaste, ¿eh, yegua?

La arquitecta se estremeció ante el calificativo, pero fue sincera.

-Claro que gocé. Hasta conocer a Luciana jamás había pensado en tener sexo con mujeres, pero ahora eso me enloquece.

Emilia la besó en los labios y luego le dijo:

-Ahora sentís que sin esto te sería muy difícil vivir. ¿Me equivoco?

-No, no te equivocás. Me sería muy difícil soportar una vida sin esto, sin vos, sin la perrita, sin la mansión…

-Bueno, sabés que a Luciana la voy a vender dentro de un tiempo.

-Sí, claro, pero ella es prescindible, la nombré en un contexto, que es lo que realmente necesito.

-Ese contexto somos yo y la mansión, ¿cierto? El morbo que aquí se respira.

Graciela respiró hondo:

-Sí, es verdad…

-Bueno, Grace, sabés que las puertas de la mansión están abierta para vos.

-Lo sé, Emilia, y te lo agradezco.

Emilia lanzó entonces una estocada a fondo:

-Claro que con una condición. –dijo.

Graciela se incorporó a medias en la cama y miró a la proxeneta

-¿Una condición?. –preguntó confundida.

Emilia le sostuvo la mirada, le dio un beso fugaz en la boca y repitió:

-Sí, una condición.

  • Ay, Emilia, me estás inquietando. No quiero perder esto.

-Eso dependerá de vos, querida.

-Tengo que aceptar esa condición…

-Exacto.

Graciela estaba cada vez más inquieta y en ese estado de ánimo preguntó:

-¿Qué… qué condición es ésa, Emilia?

Y la proxeneta le dijo:

-Te habrás dado cuenta de que me fascina mandar.

-Sí, claro que me di cuenta.

-En realidad no admito relacionarme con la gente de otra manera que yo mandando y los demás obedeciéndome. Soy lo que se dice un Ama, una Dómina.

Graciela la miró sin entender.

-No tenés idea de lo que es la dominación/sumisión, ¿verdad, tesoro?

-¿Qué decís?

-No importa, te lo voy a hacer sencillo, Graciela. A partir de este momento sos mi esclava. Yo mando y vos obedecés siempre dispuesta a satisfacer mis deseos y caprichos.

-¡¿Tu esclava?!... –se alarmó la arquitecta.

-Mi esclava, sí. No voy a exigirte que abandones a tu familia, aunque te admito que por un momento lo pensé, pero sí tendrás que venir cada vez que yo te convoque. Y a partir de ahora la cosa es obediencia y sumisión absolutas a mi autoridad, Graciela.

A la arquitecta le costaba digerir semejante planteo. Se daba cuenta de la atracción profunda que Emilia ejercía sobre ella. Asumía que Emilia y la mansión se habían convertido en algo adictivo para ella y se daba cuenta también del sendero peligroso que se abría ante ella si aceptaba la condición que Emilia le imponía. En un estado de extrema tensión intento tranquilizarse antes de responder, pero eso le fue imposible, tan imposible como rechazar la condición:

-Bueno, está bien… -dijo por fin en un susurro. –Acepto y confío en que no vas a poner en peligro mi situación familiar ni mi trabajo.

Los labios de Emilia se curvaron en una sonrisa de satisfacción morbosa. Se inclinó sobre la presa que acaba de capturar y la besó en la boca estremeciéndose de goce posesivo al sentir que la boca de la presa se abría, receptora temblorosa de esa lengua que la invadía y conquistaba.

-Cuánto me complace y excita tu decisión, queridita. Bueno, desde este mismo momento sos mi esclava, una mujer de mi propiedad que hará todo lo que yo le ordene. ¿Soy clara, Grace?

-Sí, Emilia, sos muy clara.

-Perfecto, mi yegua. Ahora te das un buen baño, te vestís y te vas. Y ya sabés, tu celular siempre encendido a la espera de mis órdenes, salvo cuando te acuestes, pero en cuanto te levantes por la mañana lo primero que hacés es encenderlo.

-Está bien. –dijo Graciela sintiendo que aquello iba en serio, que Emilia la dominaba de verdad y que a ella eso la asustaba y excitaba al mismo tiempo.

……………..

Esa noche, a las 10, Luisa conducía a Gloria hacia la habitación de Luciana. La clienta era una mujer de alrededor de sesenta años,  de estatura media y algo gruesa, con el cabello teñido de rubio y peinado de peluquería, enjoyada y vestida elegantemente.

La mucama había preparado a la putita según las instrucciones recibidas de Emilia. Media pastilla del somnífero para que durmiera hasta las 9 después de haber sido usada por Emilia y Graciela, un buen baño, enema y a esperar a la clienta vestida con esas ropas de puta.

La señora Gloria entró a la habitación y vio a Luciana que, por orden de Luisa, aguardaba de pie junto a la cama, de cara a la puerta, con la cabeza gacha, las piernas juntas y las manos atrás.

La clienta la miró y admiró durante algunos segundos, dejó su cartera en una silla y le dijo a la jovencita:

-Ponete en cuatro patas, perrita, y vení a saludarme como corresponde, besándome y lamiéndome la mano.

(Continuará)