El calvario de Luciana (4)

Era la última sesión de hipnosis y previamente Emilia y la doctora Mónica conversaban en el saloncito. El proceso de despersonalización de Luciana había dado los resultados que se esperaban y la chica estaba lista para ser echada a los leones.

El calvario de Luciana (4)

Era la última sesión de hipnosis y previamente Emilia y la doctora Mónica conversaban en el saloncito. El proceso de despersonalización de Luciana había dado los resultados que se esperaban y de esto daba testimonio Luisa, la mucama que Emilia había designado para hacerse cargo de la jovencita.

-Yo la última vez la vi muy bien, ¿cómo sigue, Luisa?

-Muy bien, doctora. Sigue muy obediente. Casi no habla. Recuerda su nombre y su edad, pero si le pregunto por su familia se queda como perdida. Ayer le pregunté por usted y me contestó que usted la ayuda.

-¿La tenés desnuda como te indiqué?

-Claro. Hice como usted me dijo, doctora. No la desvestí yo, le ordené que se sacara la ropa.

-¿Y ella cómo reaccionó?

-Se la sacó sin protestar.

-Y cuando estuvo desnuda, ¿se tapa con las manos? ¿la notaste avergonzada o temerosa?

-Para nada, creo que ya es un animalito como todas las anteriores.

-Perfecto, al parecer hoy termino, Emilia. Esta noche le dan el comprimido y a partir de mañana está lista.

En el rostro de Emilia se dibujó una sonrisa de satisfacción:

-Bien, le voy a decir a Luis que vaya preparando todo para la sesión de fotografía.

-Bueno, me voy a hacer mi trabajo. –dijo la doctora y abandonó el saloncito para dirigirse a la habitación donde tenían a Luciana. La  mucama Luisa salió con ella y la médica le preguntó:

-¿Algo más que quieras comentarme, Luisa? ¿Algo que te parezca importante?

Luisa pensó un momento y finalmente respondió:

-No, doctora, creo que no. A mí me parece que esa chica ya está a punto.

Lo mismo pensó Mónica cuando vio a Luciana tendida de espaldas en la cama, sin ropas y con la mirada perdida. Pareció alterarse mínimamente al advertir la presencia de la médica y dijo a media voz:

-Hola, doctora, usted me ayuda.

Mónica avanzó sonriendo, se sentó en el borde de la cama y dijo:

-Exactamente, querida, yo te ayudo porque quiero que estés bien. La última vez te hablé de la señora Emilia y te dije que debés confiar en ella, porque ella también te ayuda.

-Sí, la señora Emilia también me ayuda.

-Perfecto, querida, perfecto. Y vas a confiar en Graciela, porque ella te ayuda también.

-La arquitecta me ayuda.

La doctora extrajo el péndulo de su cartera y poco después tenía a Luciana sumida en un profundo trance hipnótico.

-Bien, Luciana, a partir de ahora no tendrás ningún problema ni preocupación. La señora Emilia se encargará de satisfacer todas tus necesidades. Tendrás aquí techo y comida, de vez en cuando te llevaremos a pasear y a cambio de eso sólo deberás ser una chica obediente, portarte bien y hacer todo lo que se te ordene. Repetí lo que acabo de decirte, Luciana.

-No tendré ningún problema ni preocupación. La señora Emilia se ocupará de satisfacer todas mis necesidades. Tendré techo y comida y de vez en cuando me llevaràn a pasear y a cambio sólo deberé ser una chica obediente, portarme bien y hacer todo lo que se me ordene.

-Muy bien, Luciana. ¡Muy bien! –aprobó entusiasmada la doctora y agregó:

-Pero además de techo y comida tendrás sexo todos los días, placer sexual todos los días, con hombres y mujeres y a esa gente también deberás obedecerle. Quiero que repitas esto.

-Además de techo y comida tendré sexo todos los días, placer sexual todos los días, con hombres y mujeres y a esa gente también deberé obedecerle.

-Perfecto, Lucianita. Y ahora decime, -¿Tenés familia, Luciana?

La joven pareció hacer un esfuerzo mental, su rostro se crispó un poco y finalmente dijo:

-No sé.

-No sé, no me acuerdo. –dijo al cabo de un instante.

-¿Qué recordás de vos, Lucianita?

-Trabajo en la inmobiliaria de la arquitecta Laborde.

-¿Algo más?

-No me acuerdo…

-Bien, Luciana, bien. ¿Recordás que te dije que no debés pensar en nada?

-Sí… No pienso en nada.

-Eso te hace bien.

-Me hace bien.

-Las ideas son las que hacen daño, Luciana.

-Sí, las ideas hacen daño…

-¿Recordás esa idea que tenías de que la señora Emilia y la arquitecta te habían violado?

-Sí, era una idea, no pasó de verdad…

Una amplia sonrisa curvó los labios de la doctora y luego de un momento siguió hablándole a su víctima.

-Y esa idea te hizo mal.

-Sí, me hizo sufrir.

-¿Recordás ese sufrimiento?

-Sí, fue horrible… pero eso no pasó de verdad…

-No pasó de verdad, pasó en tu imaginación, Luciana, fue una idea que te hizo mucho mal.

-Sí… pero no pasó de verdad…

-No, cuando tengas sexo de verdad ya vas a ver que te gustará mucho, Luciana. El sexo es muy placentero y así lo vas a sentir.

-Sí, así lo voy a sentir…

La doctora pensó que era tiempo de someter a la jovencita a una prueba de obediencia y entonces le preguntó:

-¿Recordás que debés ser obediente, Luciana?

-Sí, debo ser obediente…

-Bien, parate, rodeá la cama y vení hacia mí. –le ordenó con tono calmo pero firme.

Luciana lo hizo y al llegar junto a la médica vaciló, como si no supiera qué hacer, y efectivamente no lo sabía su cerebro disminuido en su capacidad por la droga que se le daba. En estado hipnótico se le había dicho que debía obedecer y acababa de hacerlo, pero ahora ignoraba si debía hacer algo más.

-Lo hiciste muy bien, pichona. Te ordené que vinieras hacia mí y viniste. Así debés actuar siempre, haciendo todo lo que te ordene. –dijo Mónica y agregó:

-Ahora te voy a acariciar un poco y vos vas a permanecer quietita y tranquila, porque sabés que no debés pensar nada, no debés tener ideas.

-No debo pensar nada, no debo tener ideas… -repitió Luciana y la médica esbozó una sonrisa perversa ante esa nueva prueba de sometimiento absoluto y falta total de voluntad que había mostrado su víctima.

-Perfecto, veo que has aprendido cómo debés vivir de aquí en más, Lucianita, obedeciendo lo que se te ordene y sin ideas, solamente sensaciones.

La doctora había hecho muchísimas veces esta tarea de despersonalizar a las presas que Emilia atrapaba, pero seguía gozando sádicamente como aquella lejana primera oportunidad hacía ya cinco años.

Miró de arriba abajo a la jovencita desnuda y aunque no era lesbiana admiró ese cuerpo que se le ofrecía de frente, inmóvil. Se puso de pie y probó poner sus manos en las tetas. La joven dio un levísimo respingo pero inmediatamente volvió a la inmovilidad mientras la doctora le acariciaba los pechos y jugaba con los pezones que rápidamente se pusieron duros.

-¿Te gusta lo que te estoy haciendo, Lucianita? –preguntó la médica.

Luciana había empezado a respirar agitadamente por la boca:

-Sí… -fue su respuesta.

Mónica sonrió y fue bajando su mano derecha lentamente mientras decía:

-No pienses nada, Luciana… En tu mente no debe haber pensamientos ni ideas… Ya te enseñé eso, ¿verdad? –y su mano seguía rumbo al sur de ese cuerpo joven y magníficamente formado. Era sólo un roce suave de los dedos que claramente provocaba en Luciana sensaciones placenteras evidenciadas en su respiración y algunos gemidos que brotaban de su boca entreabierta.

“Ya está a punto. –se dijo la doctora. -Emilia ya puede echarla a los leones.” –y en coincidencia con esta conclusión sus dedos llegaron a destino provocando en Luciana otro leve respingo que Mónica evaluó, como el anterior, producto de la sorpresa y no de un rechazo. Entreabrió suavemente los labios externos y comprobó, que su víctima había empezado a mojarse.

Ella, por su parte, no sentía excitación sexual sino que actuaba con la precisión y frialdad de un cirujano.

-Te gustó mi mano y estás caliente, ¿verdad, pichona?

-Sí… -contestó la jovencita que había comenzado a temblar ligeramente y seguía respirando fuerte y con la boca abierta.

-Estás teniendo sensaciones muy placenteras…

-Sí, sensaciones… sensaciones muy… muy placenteras…

La médica dejó su mano en el tibio y mojado nidito, que por orden de Emila y obra de Luisa se veía totalmente depilado, atrajo hacia si a la joven y con la otra mano se puso a acariciarle suavemente las nalgas. Un gemido escapó de la boca de Luciana y entonces la doctora retiró sus manos y le dio la orden de que se acostara de espaldas. El rostro de la víctima se crispó por unos segundos pero simultáneamente hizo lo que se le había ordenado. Mónica se arrodilló en la cama y le dio una nueva orden:

-Abrí las piernas. –y Luciana las abrió.

-Encogelas con las rodillas bien separadas. –y la joven volvió a obedecer mientras la perversa médica advertía con una sonrisa el brillo de los flujos que asomaban entre los labios externos de esa conchita cuyo desvirgamiento Emilia iba a cotizar a un elevadísimo precio.

-Muy bien, pichona, te estás portando muy bien, como queremos que te portes. Ahora dame tu mano derecha. –y Luciana la extendió para que la doctora la tomara e inmediatamente la llevara hacia la vagina de su víctima. Un recuerdo brilló entonces en la mente de Luciana y comenzó a hundir dos dedos en su concha en tanto exhalaba gemidos de placer y su respiración se agitaba.

La médica le soltó la mano y acompañó la masturbación con premisas clave que Luciana, en profundo trance hipnótico, iba grabando en su cerebro:

-Muy bien, queridita… Muy bien… Ya ves que placentero es el sexo…

-Sí… es… es placentero el… el sexo…

La jovencita aceleraba el movimiento de sus dedos mientras con el pulgar se estimulaba el clítoris y entonces Mónica volvió a hablarle:

-Cuando tengas sexo con otras personas, hombres y mujeres, será mucho más placentero, pichoncita…

-Con otras personas… hombres y… hombres y mujeres será… aaaaahhhhhhhhhhhhhh… será mucho…. ¡¡¡aaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!... mucho más… mucho más placentero ¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!... –y justo al terminar de grabar esa premisa en su mente explotó en un orgasmo interminable en medio de un grito que estremeció de satisfacción a la doctora e hizo que Luisa, alarmada, llamara a la puerta de la habitación.

-¡¿Pasa algo, doctora?! –preguntó muy inquieta.

-Nada, Luisa, todo está más que bien, jejeje. Quedate tranquila, jejeje. –contestó mirando a Luciana, que iba normalizando poco a poco su respiración. Cuando notó que nuevamente respiraba por la nariz y a un ritmo normal se sentó en el borde de la cama y le dijo:

-Te masturbaste y eso te dio mucho placer, pichoncita, y a mí me gustó porque comprobé lo calentona que sos. Apenas te sobé un poco las tetas y la conchita te mojaste y tuviste que masturbarte. Sos una perrita en celo, Luciana, y eso queremos que seas. La señora Emilia, la arquitecta Graciela y yo queremos que seas una putita muy calentona, una perrita en celo todo el tiempo para tu placer y para el placer de todos los hombres y mujeres con quienes vas a estar.  ¿Entendido, Luciana?

-Entendido…

Bien, veremos si lo grabaste en tu cerebro… Repetí lo que acabo de decirte. –le ordenó la médica y la jovencita dijo en el mismo tono monocorde con el que hablaba desde que comenzó el tratamiento con la hipnosis y la ingesta de la droga:

-Me masturbé y sentí placer haciéndolo. Me excité cuando usted me tocó las tetas y la concha. Soy una perrita en celo y eso debo ser porque la señora Emilia, la arquitecta Graciela y usted quieren que yo sea una putita muy calentona, una perrita en celo todo el tiempo, para mi placer y para el placer de todos los hombres y mujeres con quienes voy a estar…

La boca de la médica se curvó en una amplia sonrisa de satisfacción al ver que su trabajo en la organización había concluido, nuevamente, con un éxito absoluto. Se llevó a Luciana al baño y le ordenó que se higienizara, luego de lo cual la condujo nuevamente a la habitación y le indicó que se tendiera en la cama de espaldas. Ella se sentó en el borde y le dijo:

-Cuando yo te lo ordene vas a despertar, Luciana, y cuando despiertes vas a recordar todo lo que te enseñé hoy y también que te masturbaste y el intenso placer que sentiste al hacerlo, porque ya sabés que en tu mente no debe haber ideas ni pensamientos y que debés vivir guiada sólo por tus sensaciones y en absoluta obediencia a la señora Emilia, a la arquitecta Graciela, a mí, a Luisa, la mucama que te atiende y a todos los hombres y mujeres con quienes vas a tener sexo cada día. Ahora despertá, pichona.

La jovencita fue saliendo lentamente del trance hipnótico, miró a Mónica y dijo:

-Me masturbé, doctora…

-Sí, te masturbaste, querida. ¿Por qué lo hiciste?

-Porque me calenté muchísimo cuando usted me acarició los pechos y ahí abajo… No me pude contener… Es que soy una perrita en celo, doctora, una putita muy calentona y eso debo ser, porque eso quierenla SeñoraEmilia, la arquitecta Graciela y usted, ¿cierto?... Debo ser una putita calentona, una perrita en celo todo el tiempo para mi placer y el placer de todos esos hombres y mujeres con quienes voy a estar todos los días.

-No sabés lo contenta que me siento al escucharte, putita. –dijo la médica y abandonó la habitación para dirigirse al saloncito donde la esperaba Emilia.

-Bueno, ya está. Cuando quieras podés ponerla a trabajar. Con la hipnosis ya terminé. Ahora ya sabés, le das la droga todas las noches después de la cena durante un mes, parás quince días y volvés a dársela y así siempre. –dijo la médica mientras revolvía el azúcar en el pocillo de café que había traído Elba. Ella ahora sólo tiene capacidad de recordar hechos y personas recientes. Sabe quién sos vos, quién soy yo y quién es Graciela, pero el resto de su memoria ya no existe.

-Sí, como todas. –contestó Emilia y agregó: -Luis, sabés quién es, uno de mis mucamos, ya arregó todo con el fotógrafo y mañana viene a hacer las tomas.

-Perfecto, o sea que la clientela estará recibiendo ese book y enseguida a la subasta.

-Como siempre. El book con los datos de la pichona: nombre, edad y, en este caso, su condición de virgen.

-¿Cuánto creés que vale ese desvirgamiento? –preguntó la doctora.

-Vos viste lo hermosa que es la pajarita. Por menos de 10.000 dólares que ni lo sueñen. Voy a poner la base en 5.000.

-Es justo, Emilia, mirá, si a mí que no soy lesbi me gustó tocarla un poco, te imaginás los hombres y las tortilleras… Cuando vean las fotos se van a enloquecer. ¿Y después qué tarifa vas a poner?

Emilia pensó durante un momento:

-Mmmmhhhhhhhh, la voy a entregar a un solo cliente, clienta o pareja por noche y pienso en unos 1.000 dólares, 2.000 si es una pareja. No quiero baquetearla mucho para poder comercializarla un tiempo largo.

-Y después a alguno de esos antros.

-Sí, pero a ésta quiero tenerla más tiempo aquí. Es ganado de raza, che, vos viste.

-¿Sabés algo de los padres?

-Graciela no tuvo novedades hasta ahora, pero en cualquier momento la llaman, Seguro que la pichona les habrá dado en algún momento los datos de la inmobiliaria. Pero no me preocupa. La denuncia está hecha y eso se les dirá a los padres.

……………

Al día siguiente, a las cinco de la tarde, Dany, el fotógrafo, comenzaba a instalar sus equipos en la habitación de Luciana para la sesión de fotos. Emilia había preparado a la jovencita maquillándola discretamente y aprolijando su cabellera. No hacía falta nada más porque las distintas poses iban a ser con Luciana desnuda.

-Listo, Emilia. –dijo Dany, que era homosexual y un apasionado de la fotografía. –Cuando quieras empezamos.

Fueron varias las poses en las que Dany fotografió a Luciana, que aparecía siempre mirando a la cámara: de rodillas, sin apoyar las nalgas en los talones y sosteniéndose los pechos con ambas manos; echada en la cama de costado, con una pierna semiencogida; en cuatro patas, y echada con las piernas abiertas y flexionadas, mostrando su conchita virgen.

Finalizada la sesión, Dany le mostró a Emilia las imágenes en su cámara digital, varias tomas de cada pose y en todas había algo de turbador en la mirada de la jovencita, que de tan perdida aparecía como excitante, con una sensualidad muy especial. Para el fotógrafo ese cuerpo no era sino un bello objeto que él optimizaba con su arte.

-Perfectas, Dany, ¡perfectas!, como siempre. –dictaminó la proxeneta. –Mandámelas todas en cuanto llegues a tu casa. Yo elijo una o dos de cada pose, armo el boock y lo mando a toda la clientela.

-Despreocupate, en una hora tenés las fotos.

Dany cumplió su promesa y una hora más tarde Emilia, sentada ante la computadora en su oficina, miraba una y otra las imágenes encontrándolas muy estimulantes. Luciana realmente había sido retratada en toda su belleza, realzada por el arte de Dany, que había iluminado con maestría y sensibilidad y encontrado el segundo exacto para disparar.

Emilia, en su escritorio y tras un exhaustivo análisis de las fotos, eligió cuatro que mostraban a la jovencita en distintos ángulos y permitían apreciarla en todos sus encantos.

Sonrió satisfecha y se puso a la tarea de armar el mail que enviaría a toda su clientela, mientras sentía que las imágenes la estaban excitando y dándole ganas de una buena sesión con la pichona.

“El trabajo es lo primero. –pensó. Pero en cuanto termine…” y dejó la frase en suspenso para empezar a escribir el texto del correo:

“Estimadas y estimados, les adjunto fotos de mi nuevo ejemplar, Luciana, 19 años, virgen. Hagan sus ofertas a partir de una base de 5.000 dólares y sabiendo que el ganador tendrá derecho a disponer de la pichona durante toda la noche.

Saludos.

Señora Emilia.”

Inmediatamente después de haber enviado ese mail a toda su clientela Emilia llamó a Luisa a través del botón que le permitía mantenerse en contacto con todo su personal en el momento en que lo deseara. Cuando la mucama compareció le dijo: -Hacele tomar una buena ducha a la pichona, que se lave la cabeza, le ponés una enema y me la llevás a mi dormitorio.

-Bien, señora. –fue la respuesta de Luisa que se encaminó en busca de Luciana no sin antes pasar por cierto cuarto donde se guardaban ciertos elementos como un equipo de enemas. Salió con él y en la heladera de las dependencias destinadas al personal de servicio buscó una botella grande agua mineral.

Luciana reposaba en la cama, tranquila y con los ojos cerrados. Los abrió al entrar la mucama y al verla dijo con tono monocorde y arrastrando un poco las palabras: - soy una perrita en celo, una putita muy calentona y eso debo ser, porque eso quierenla SeñoraEmilia, la arquitecta Graciela y la doctora Mónica... Debo ser una putita calentona, una perrita en celo todo el tiempo para mi placer y el placer de esos hombres y mujeres con quienes voy a estar todos los días.

Luisa sonrió malévolamente. “¡Qué buen trabajo ha hecho la doctora!”, pensó e inclinándose un poco hacia la chica le dijo:

-Bueno, pichona, vamos al baño que te vas a dar una buena ducha.

-Debo ser obediente. –murmuró Luciana y siguió a Luisa hasta el cuarto de baño, donde la mucama instaló el equipo de enemas que portaba. Una suerte de perchero, la bolsa que llenó de agua mineral y la cánula, que colgó del perchero mientras observaba a la chica, que no parecía experimentar emoción alguna ante los preparativos.

-Ponete en cuatro patas, querida. –le ordenó y cuando la chica obedeció la mucama, sentada en la tapa del inodoro, admiró las grandes y muy armoniosas dimensiones de esas nalgas ampliadas por la posición. Tomó la cánula, la apoyó en el pequeño orificio anal y ante el leve respingo de la jovencita le acarició el trasero: -Tranquila, pichona… Tranquila, dije.

Luciana pareció serenarse bajo el acariciamiento de esa mano que le daba placer y ya no se movió cuando Luisa fue introduciendo la cánula despacio, suavemente, sin interrumpir las caricias. Cuando la cánula estuvo dentro del ano abrió la válvula y Luciana volvió a moverse y exhaló un quejido al sentir el líquido entrándole. Luisa sujetaba la cánula con su mano izquierda y con la derecha comenzó a ocuparse de acariciar otra vez ese trasero fenomenal que muy pronto deleitaría a la muy selecta clientela de la casona. Luciana seguía moviéndose un poco y gimiendo ante esa sensación desconocida. La mucama la mantenía controlada con las caricias y las órdenes que daba con tono firme aunque sin levantar la voz: -Tranquila, Lucianita, tranquila… Quiero que te quedes tranquila y no te muevas, porque si no me voy a enojar… Ya sabés que tenés que ser obediente, pichona… Lo sabés, ¿cierto?.

-Tengo que ser obediente… -repitió la chica.

-Muy bien, Luciana, muy bien, entonces quietita hasta que yo te diga. –y la jovencita ya prácticamente no se movió, apenas levísimos desplazamientos de sus caderas a derecha e izquierda hasta que toda el agua mineral estuvo dentro de ella.

Luisa estaba excitada. No era lesbiana pero sí muy sádica y morbosa y la calentaba apreciar el grado de obediencia ciega que el tratamiento de la doctora Mónica había conseguido de Luciana.

“Es como un animal amaestrado”, se dijo mirando esa grupa portentosa, la cintura estrecha y esas tetitas que pendían balanceándose al ritmo de los suaves movimientos de la chica, cuya boca exhaló un quejido cuando sintió la presión del agua en su interior, que la incomodaba dolorosamente. Luisa la levantó para sentarla en el inodoro y Luciana sintió el alivio de poder evacuar toda el agua que su interior apenas podía ya retener.

Luisa la dejó descansar sentada dos o tres minutos y luego le ordenó: -Ahora a ducharte, pichona, y te vas a lavar la cabeza también.

Luciana se metió en la bañera y la mucama corrió la cortina para poder supervisar la ducha. La jovencita parecía disfrutar la sensación del agua caliente y del enjabonado, éste último bajo la guía de la mucama, que cuando consideró terminada esa parte le alcanzó el envase de champú.

-Lavate la cabeza.

-Sí, tengo que lavarme la cabeza. –murmuró Luciana y de inmediato se aplicó a la tarea que le había sido ordenada. Después, por otra orden de Luisa se aplicó la crema enjuague. Por último Luisa le ordenó que saliera de la bañera y se secara.

-Te portaste muy bien, pichona, así tenés que portarte siempre. –le dijo mientras la sacaba del baño desnuda y con ojotas, para mantener limpias las plantas de sus pies y que no ensuciara la cama de la señora Emilia. El pelo húmedo le daba una sensualidad muy especial y olía al perfume que le había aplicado la mucama. Estaba realmente muy apetecible y Emilia, mientras la esperaba reposando en su cama cubierta sólo con una bata de seda blanca, recién duchada y con su perfume francés predilecto, se decía que iba a actuar con su presa de forma muy distinta a cuando la violaron con Graciela.

“Suavidad, mucha suavidad y pasión armonizadas en las proporciones justas, pero nada de violencia. La pichona debe sentir placer con todo lo que yo le haga y le ordene que me haga. Ya conocés muy bien esta parte del proceso, Emilia. –se dijo. -Una vez que Mónica las somete al tratamiento, ya no hace falta la violencia, salvo en casos muy excepcionales, porque nos hemos apoderado de la mente de esas perritas.”

Tal pensamiento la estremeció de morbo. Era dominante hasta la médula y si bien en sus inicios como proxeneta doblegaba a sus presas mediante la fuerza y el terror: azotes y otros suplicios, el goce que experimentaba al castigarlas  era menor al que sentía viendo cómo se las veía con sus cerebros reducidos al mínimo indispensable, transformadas en animales amaestrados.

En ese momento escuchó a Luisa golpear a la puerta.

-Adelante. –autorizó y Luciana entró conducida de un brazo por Luisa. La habitación estaba sumida en una semipenumbra delicada que moldeaba en luces y sombras el espacio evitando los contrastes violentos que endurecían las formas. Esa iluminación permitía apreciar a la jovencita en toda su magnífica belleza enriquecida con matices tonales que le agregaban sugestión.

Emilia hizo una seña y la mucama condujo a Luciana hacia ella, que salió de la cama y se paró ante su presa.

-Entiendo que todavía no se le ha enseñado a saludar, ¿verdad, Luisa? –preguntó.

No, señora, no se le ha enseñado a saludar ni tampoco los modales en general. Sabemos que eso le corresponde a usted.

-Claro que sí. Gracias, Luisa, podés retirarte.

-Sí, señora. –dijo la mucama y abandonó la habitación.

-Emilia acarició con delicadeza una mejilla de Luciana y se maravilló de esa tersura que no había conocido antes en mujer alguna.

“Es increíble esta nena.”, pensó. “Tan perfectamente formada… con carnes tan firmes y la piel de una suavidad tal que me parece que ni la seda iguala…”

-Mirame, pichona. –ordenó y la obediencia de Luciana fue inmediata. Emilia advirtió entonces esa mirada como perdida que sería permanente, producto de la droga, y que a ella le gustaba porque le confería a esos ojos un toque como de una oscura sensualidad.

-Voy a enseñarte a comportarte con la gente como una buena niña, Luciana. Voy a enseñarte a saludar, a pararte, a caminar, a sentarte, y esos modales los vas a tener conmigo, con la doctora Mónica, con Graciela, con Luisa y con todas las personas que yo te presente a partir de ahora. ¿Comprendiste, perrita?

-Usted me cuida y me va a enseñar modales para que pueda yo ser una buena niña con usted, señora Emilia, con la doctora Mónica, con la arquitecta Graciela, con Luisa y con toda la gente que usted me va a presentar. –dijo la jovencita con ese tono monocorde producto de las sesiones de hipnosis y la droga que se le administraba.

Emilia gozaba intensamente del poder que ejercía sobre su bellísima presa y su excitación crecía por experimentar ese dominio absoluto y por sus caricias a la jovencita. Sus manos hábiles y sensibles al cuerpo femenino descendían lentamente desde las mejillas al cuello largo y fino, a los hombros redondos, seguían bajando por los brazos deslizándose sólo con la yema de los dedos y por momentos con el filo de sus uñas largas y prolijamente cuidadas. Luciana había comenzado a respirar agitadamente.

-Estás gozando, perrita…

-Estoy gozando…

Emilia acercó lentamente su boca a los labios de la jovencita y al rozarlos avanzó entre ellos con su lengua. Instintivamente Luciana respondió entreabriendo su boca para recibir esa lengua y entregar la suya a la invasora. Ambas bocas se fundieron en un beso largo y apasionado mientras las manos de Emilia aferraban el firme y redondo culo de su presa.

La chica gemía y jadeaba cada vez más fuerte cuando las manos expertas de la proxeneta comenzaron a deslizarse por su cuerpo, con ambas tendidas en la cama y Emilia ya sin su bata. Luciana yacía de espaldas y Emilia a su costado, trabajándola con sabios cambios de ritmo y de fuerza en las caricias. Cuando se aventuró por el sexo de la jovencita lo encontró chorreando. Introdujo dos dedos y simultáneamente comenzó a lamerle y chuparle los pezones, para ese entonces ya como diminutos mástiles rosados de tan erectos.

-Sos calentona, ¿eh, Lulita?... le murmuró Emilia al oído después de algunas lamidas en la oreja.

  • Debo ser una putita calentona, una perrita en celo todo el tiempo para mi placer y el placer de todos esos hombres y mujeres con quienes voy a estar todos los días. –fue la respuesta de la jovencita, en cuyo cerebro se activó esa orden al oir las palabras de Emilia.

-Sí, pichona… Sí, muy bien… A mis amigos y amigas les vas a encantar… -dijo Emilia que luego fue bajando lentamente entre besos y lamidas por el cuerpo de la chica hasta dar con su boca en el nidito empapadísimo, cuyos fluidos lamió y bebió para después volver a meter dos dedos y aplicarse a trabajar el clítoris con su lengua y sus labios, provocando en Luciana una alternancia de jadeos, gemidos y, ya cerca del clímax, varios gritos que daban cuenta del intenso placer que estaba sintiendo. Emilia quitó los dedos y sin interrumpir su tarea con el clítoris metió uno de ellos en el culito de la joven, lentamente, con suavidad que no obedecía a la consideración, ni mucho menos, sino a la necesidad de habituar esa zona a gozar con la penetración. Luciana corcoveó un poco al sentir ese cuerpo extraño dentro de su ano, pero pronto pareció estar disfrutando a juzgar por el movimiento de sus caderas que acompasaban el ir y venir del dedo invasor. Después de un rato de trabajar el muy apetecible culito volvió a meter dos dedos en la conchita, apresuró el ritmo y segundos después su presa explotaba en el orgasmo, entre gritos y convulsiones mientras la proxeneta se decía que aquella hembrita era, sin duda, el mejor ejemplar que había tenido en cinco años de actividad. “No sólo es la más bella sino también la más calentona, la más ardiente y qué bien la trabajo Mónica. Su cerebro es el de un animalito amaestrado.” –pensó e inmediatamente quiso una prueba más de la obediencia ciega de Luciana. Volvió a meter dos dedos en la concha y los sacó empapados. Los acercó a la cara de la chica, que iba normalizando lentamente su respiración y le ordenó que abriera la boca. Luciana obedeció sin vacilar y Emilia le metió en ella los dos dedos.

-Chupá, perrita, chupá.

Luciana volvió a obedecer y al principio se dibujó en su rostro un gesto de asco, pero debía ser obediente y siguió sorbiendo hasta que pareció acostumbrada al sabor de esa sustancia y su cara recobró la expresión serena y algo atontada de siempre.

Emilia le tomó el rostro entre sus manos y sonrió satisfecha. Luego se tendió de espaldas junto a Luciana, encogió las piernas y le ordenó que se arrodillara entre ellas:

-Quiero que me hagas lo que yo te hice y te gustó tanto, pichona… Vamos.

La jovencita acercó su mano derecha a la concha de Emilia y metió allí dos dedos: el medio y el índice y mientras los hacía avanzar y retroceder en esa cavidad que era un río de flujo y mientras se inclinaba en busca del objetivo dijo:

-Soy una perrita en celo todo el tiempo para mi placer y para el placer de todos los hombres y mujeres con quienes vas a estar.

-¡¡¡SÍIIIIIIIIIIIIIIII!!! –gritó Emilia en el paroxismo del goce ante tamaña muestra de sometimiento por parte de su presa y exhaló un largo y fuerte gemido cuando esa lengua comenzó a trabajar en su clítoris. Se puso entonces a acariciarse las tetas, a jugar con sus pezones y era tal la excitación que la invadía que no tardó en alcanzar el orgasmo, un orgasmo que iba a recordar durante mucho tiempo como uno de los mejores que había tenido en su vida.

-Bebé mis fluidos, pichona. –ordenó y la jovencita lo hizo, ya vencido el asco inicial que había experimentado cuando debió limpiar con su boca los dedos de Emilia. Era ya más un ejemplar hembra de la especie humana que una persona y entonces sus sensaciones prevalecían absolutamente sobre el pensamiento, que la droga y la hipnosis habían reducido a lo elemental.

Emilia resolvió dejar para más tarde la enseñanza de los modales y en cambio decidió echarse un sueño después de tanto goce sexual. Mediante el botón ubicado en la cabecera del lecho llamó a Luisa y cuando la mucama entró le dijo:

-Llevátela a su cuarto y ocupate de que se lave las manos y la concha. Más tarde voy a ir a verla para enseñarle lo de los modales.

-Bueno, señora. –dijo Luisa y tomó de un brazo a Luciana, que estaba a punto de sumirse en el sueño.

-Vamos, pichona, vamos. Vas a dormir en tu habitación. Vamos.

(Continuará)