El calvario de Luciana (3)
La doctora Mónica S comienza el tratamiento de despersonalización de Luciana para anularle su ser mujer y reducirla a la mera condición de ejemplar hembra de la especie humana.
El calvario de Luciana (3)
A las seis en punto de la tarde la doctor Mónica S enfilaba la trompa de su camioneta 4 x 4 hacia el portón de entrada de la mansión deLa Horqueta.Consu celular discó un número y cuando reconoció la voz de Elba dijo:
-Abrime.
Segundos después la médica avanzaba por la senda asfaltada que llevaba hacia el fondo, donde estaba el garage con los dos autos de Emilia, y estacionó su camioneta al costado de uno de ellos. Mientras se dirigía hacia la puerta de la mansión trató de dominar esa ansiedad que sentía desde que supo debería encargarse de una nueva presa. En su cartera llevaba todo lo necesario para el tratamiento: la droga y el péndulo de plata que usaba para las sesiones de hipnosis.
Poco después Emilia y ella departían en el pequeño saloncito con vista al parque:
-Ya estaba extrañando esto, Emilia. –dijo la doctora agradeciendo con un gesto a Elba, que acababa de depositar la bandeja con dos pocillos de café y la azucarera sobre la mesa ratona.
-Te aseguro que yo también, Mónica. Ya estaba a punto de poner en acción a mis cazadores cuando apareció esta oportunidad.
-¿Pero tenés mercadería aparte de esta nena?
-No, tenía a esas tres que trataste hace un año y que eran buen ganado, ¿te acordás? pero ya estaban muy baqueteadas y las vendí.
-¿A los de siempre?
-A los de siempre, sí. –contestó Emilia con una sonrisa ladina. –Eran terneritas de 18, 20 y 21 y te imaginarás que para esos antros por baqueteadas que estén son diosas.
La doctora movió la cabeza y preguntó: -¿Y ahora vas a manejarte con esta sola?
-No, claro que no. En un tiempito voy a poner en campaña a los cazadores, pero de entrada pienso trabajar con ella solita porque no quiero dispersarme.
La doctora bebió el último sorbo de café.
-Ya la tenés preparada, supongo.
-Por supuesto, con la dosis exacta del sedante, como de costumbre.
-Bien, vamos. –dijo la médica y ambas abandonaron el saloncito rumbo a la celda de Luciana. En el camino Mónica dijo:
-Acordate de que esta noche, después de la cena, le hacés tomar la droga que te voy a dejar. Esa pastilla y la hipnosis le van a ir reduciendo rápidamente su capacidad mental, su conciencia y su voluntad.
-Sí, como a todas. –contestó Emilia.
Por indicación de la doctora, Luciana había sido trasladada desde su celda a una habitación normal con baño en suite, en la que iba a recibir a la clientela una vez prostituida. Estaba tendida de espaldas en una cama de dos plazas, vestida y con los ojos cerrados. Emilia accionó la llave en la cerradura, empujó la puerta y se hizo a un lado para dar paso a la médica, que echó una larga y apreciativa mirada a la víctima.
-Muy buen ejemplar, Emilia. ¡Muy buen ejemplar! –dictaminó por fin.
-¿Cierto que sí? Creo que de lo mejor que he tenido. Además te cuento que es virgen.
-¡¿Una virgen en estos tiempos?! –se admiró la doctora.
-Una virgen en estos tiempos, querida, así que te imaginarás lo generoso que tendrá que ser quien quiera disfrutar de este manjar.
-Bueno, a trabajar entonces.
-Sí. –concedió Emilia. Te dejo sola y después nos vemos en el saloncito.
La dueña de casa salió de la habitación y la doctor Mónica S se sentó en el borde de las cama. Se inclinó sobre la prisionera y comenzó a acariciarle la cabeza, muy suavemente. Luciana abrió lentamente los ojos y miró a esa desconocida sentada junto a ella que la contemplaba con expresión amistosa.
Aún limitada por los efectos del sedante, la jovencita murmuró con voz pastosa mientras era evidente su esfuerzo por mantener los ojos abiertos:
-Me tienen secuestrada…
-No, querida, no estás secuestrada. Sos huésped de la señora Emilia.
-Me… me violaron, esa mujer y la arquitecta me violaron…
-Tesoro, tal vez tengas fiebre y estés delirando. ¿Quién es la arquitecta?
-Es… era mi jefa, la… la dueña de la inmobiliaria donde trabajo.
-Querida, soy médica y Emilia me llamó porque vos y ella estaban conversando y tomando café antes de que te mostrara la casa para que vos la tasaras, y de pronto te desvaneciste. Ella se asustó y me pidió que viniera urgente.
Luciana se tomó la cabeza con ambas manos. Su confusión era enorme y equivalente a la angustia que le oprimía el corazón. Intentó incorporarse pero le fue imposible.
-Quiero irme de acá… -murmuró.
-No, queridita, sería yo una irresponsable si te permitiera irte en este estado de salud. No estás bien, Luciana. Emilia me dijo que ése es tu nombre.
-Sí…
-Debemos averiguar la causa de ese desmayo que sufriste y por qué esa terrible alucinación de que fuiste violada nada menos que por Emilia y por tu jafa. ¡Un absurdo!
-¿La arquitecta está acá?
-No. Emilia la llamó para contarle lo que te pasa y ella pidió que la mantuviéramos al tanto.
-No vino…
-Según dijo estaba muy complicada por un tema familiar, pero quiere que Emilia se ocupe de tu recuperación y es lo que hará, Luciana. Por eso estoy aquí. Ahora vamos a tener una sesión de hipnosis, un método en el cual tengo mucha experiencia y que es un método inmejorable para casos como el tuyo.
-¿Un caso como el mío?... ¿Qué quiere decir, doctora? –preguntó Luciana en medio de un nuevo intento para sentarse en la cama, que también fracasó.
La médica no contestó y en cambio extrajo de su cartera el péndulo, lo dejó en la cama y ayudó a la jovencita a sentarse con la espalda apoyada en la cabecera.
-Gracias… -dijo ingenuamente Luciana.
La doctora sostuvo el péndulo y comenzó a moverlo a la altura del rostro de la joven.
-Mirá el péndulo, Luciana, seguí su movimiento y no pienses en nada más que en eso.
La jovencita hizo caso y la médica agregó:
-No hay tu mente más pensamiento que el de seguir al péndulo.
Luciana seguía con sus ojos entornados el monótono oscilar del péndulo de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y otra vez de derecha a izquierda.
-No hay en tu mente más pensamiento que el de seguir al péndulo. –repetía la médica hasta que de pronto dijo:
-Tus párpados pesan, Luciana, pesan cada vez más.
-Sí… -musitó la jovencita.
-No hay motivo para que luches por mantener tus ojos abiertos. Quiero que los cierres. -Luciana cerró sus ojos y la doctora siguió hablándole.
-¿Te sentís mejor así?
-Sí…
-Bien. ¿Estás pensando en algo?
-No,
-Muy bien, quiero que no pienses en nada, Luciana.
Después de unos segundos la joven dijo en voz muy baja:
-No pienso en nada.
-Quiero que sientas lo bien que te hace no pensar en nada.
-Sí… me hace bien…
La doctora había guardado el péndulo en su cartera y miraba fijamente el bello rostro de Luciana, que iba luciendo cada vez más distendido. Supo entonces que el nivel de hipnosis era ya el indicado para empezar a trabajar en la mente de la víctima, y lo hizo.
-Luciana, a partir de ahora ya no vas a pensar. A partir de ahora tu único pensamiento seré el que te permita comprender lo bien que te hace no pensar.
-Lo bien que me hace no pensar… -repitió la jovencita con voz apenas audible y su cabeza ladeada hacia su hombro izquierdo.
La médica sonrió con expresión perversa.
-Ahora que ya no vas pensar no habrá nada que te haga daño.
-No habrá nada que me haga daño. –repitió la muchacha.
-Todo daño surge de una idea, Luciana. Vos sufriste imaginando que estabas secuestrada y que Emilia y tu jefa te habían violado.
El rostro de Luciana se crispó y entonces la doctora dijo elevando el tono de su voz:
-Tenías esa falsa idea, Luciana.
En el rostro de la chica la crispación se acentuó y al cabo de unos segundos dijo:
-¿Eso no pasó de verdad?
-No, pero decime qué sentiste al alucinar que Emilia y tu jefa te violaban.
-Placer, disgusto y vergüenza…
-Te dio placer lo que en tu alucinación te hacían.
-Sí…
-¿Y por qué entonces el disgusto y la vergüenza?
-No sé…
-Otra vez la idea, Luciana. Lo que te produjo vergüenza y disgusto fue la idea de que no está bien gozar con mujeres siendo mujer. A partir de ahora no vas a tener ninguna idea. A partir de ahora solamente vas a sentir. ¿Entendido, Luciana?
-Sí, sólo voy a sentir.
-Ya sea que estés con hombres o con mujeres no vas a pensar, querida, sólo vas a sentir.
-No voy a pensar, solamente voy a sentir. –repitió la chica.
-Vas a sentir y a obedecer, Luciana.
-Voy a sentir y a obedecer.
-Muy bien, pichona, ahora vas a ir despertando y cuando estés despierta te vas a sentir tranquila y vas a recordar todo lo que acabás de aprender conmigo y que quiero que repitas ahora mismo, antes de despertar.
-Ya no voy a pensar, solamente voy a sentir y a obedecer. –murmuró la jovencita.
“Perfecto”, pensó la médica y sus labios se curvaron en una amplia sonrisa de triunfo.
-Soy la doctora Mónica, querida. Vas a recordar quién soy y cuánto te estoy ayudando a superar tus problemas.
-Usted es la doctora Mónica y me ayuda. –repitió Luciana y poco a poco fue despertando, miró a la médica y volvió a cerrar los ojos.
-Bueno, tesoro, me voy. Ahora descansá.
-Luciana abrió los ojos y dijo: -Sí, doctora Mónica, usted me ayuda.
La doctora se incorporó, satisfecha, y salió de la habitación para dirigirse al saloncito al encuentro de Emilia, que la esperaba impaciente.
-¿Cómo anduvo todo?
-Perfectamente, como siempre. –contestó Mónica mientras se sentaba junto a la dueña de casa en el sofá de pana verde. Encendió un cigarrillo, dio una primera y larga pitada y mientras exhalaba el humo agregó:
-La sesión de hipnosis funcionó diez puntos, con repetirla tres veces en los próximos siete días y que vos le administres una pastilla de la droga cada noche después de cenar en una semana te la tengo lista. Mientras tanto dejala en esa habitación y ya sabés el resto: que no vea a nadie que conozca, ni a vos, ni a Elba ni a los mucamos si es que ya vio a esos tipos.
-Los vio. –dijo Emilia. –Fueron ellos los que la redujeron y la llevaron a la celda. Pero no hay problema, la voy a hacer entender por alguna de las sirvientas.
-Eso es. –apoyó la doctora. –Elegí a alguna y hacela venir así le doy instrucciones.
Emilia pensó un momento y luego oprimió el timbre de llamada a Elba. Cuando el ama de llaves se presentó le dijo:
-Decile a Luisa que venga inmediatamente.
Dos minutos después Luisa se presentaba ante la patrona. Era una mujer de unos cuarenta y cinco años, de estatura media, regordeta, piel cetrina y cabellera oscura hasta el límite inferior de las orejas. Como todo el personal de la mansión, pertenecía a la organización delictiva que Emilia comandaba.
-Diga, señora.
-Luisa, supongo que sabés que tenemos un ejemplar nuevo.
-Sí, señora.
-Bien, la doctora Mónica empezó a tratarla hoy y vos vas a encargarte de atenderla mientras dure el tratamiento, así que escuchá a Mónica. Y la médica le dijo: --
Le llevas el desayuno, el almuerzo, la merienda, la cena y le hacés tomar la droga todas las noches después de comer. Me la hacés bañar todos los días y te mostrás amistosa pero sin hablarle más de lo imprescindible. No le contestás ninguna pregunta. ¿Entendiste?
-Sí, doctora. Como con todas las que me tocó atender. –respondió la mucama con algo de suficiencia.
-Exactamente. Bueno, tomá, éstas son las dosis de la droga para una semana. –y le dio un frasquito con siete comprimidos de color rojo que la mucama guardó en el bolsillo derecho de su uniforme, un vestido azul con vivos blancos en las mangas cortas.
-Podés irte. –le dijo y Luisa abandonó la habitación curiosa por conocer a la nueva, que le había sido muy ponderada por los dos mucamos.
Se dirigió entonces a la habitación donde tenían a Luciana y entró luego de que uno de los mucamos le abriera la puerta siempre cerrada con llave. Luciana reposaba tendida de espaldas en el lecho. “Los chicos no exageraron. Está muy buena”, pensó mientras se acercaba a la cama. Fue entonces que la joven abrió los ojos.
-Hola, preciosa. –la saludó Luisa.
-Hola. –contestó Luciana con la voz algo pastosa, y agregó: -Sé que la doctora Mónica me ayuda.
-Claro, tesoro, y yo también estoy para ayudarte. Me llamo Luisa. La señora Emilia me ha designado para que te atienda.
-La señora Emilia. –repitió Luciana.
“Mmmmmmhhhhhhhh, ésta ya está en el horno”, pensó la mucama advirtiendo el estado mental que presentaba la joven. “la doctora es una genia.”
-Bueno, querida. Descansá que te va a hacer bien. Más tarde te traigo una rica cena.
-Gracias, Luisa. Usted también me va a ayudar.
-Claro, pichona. Nos vemos. –dijo y salió de la habitación para ocuparse de la cena de la prisionera.
Mientras tanto, Emilia acompañaba a la doctora Mónica hasta el garage y con la médica ya lista para partir ambas intercambiaron los últimos comentarios sobre Luciana:
-Bueno, pasado mañana vengo a las seis de la tarde y le doy la segunda sesión de hipnosis. Si hubiera algo raro llamáme, pero no creo.
-Okey, y otra cosa, supongo que no conviene que me la coja, ¿cierto?
La doctora lanzó una carcajada y dijo:
-Por supuesto que no, Emilia, controlá tu calentura por unos días, hasta que esté lista. Después podrás hacerle lo que quieras.
-Vale, pero estoy ardiendo. Lástima que a vos no te gusten las mujeres, porque mirá que estás buena, eh…
La doctora sonrió nerviosa y puso en marcha su camioneta.
De regreso en la casa Emilia marcó el número del celular de Graciela, que atendió a punto de irse de la inmobiliaria:
-Estoy ardiendo… tendida en mi cama… desnuda y tocándome… muy mojada…
La arquitecta escuchó esa voz enronquecida, se pasó la lengua por los labios y respondió:
-¿Qué me estás sugiriendo, Emilia?
-Me tienta darte una orden…
-Dámela y te obedezco…
-Vení…
-¿Es una orden?...
-Lo es…
-Entonces te obedezco…
Media hora después Graciela llegó a la mansión deLa Horqueta, le fue franqueado el portón de entrada, avanzó con su automóvil hasta llegar al garage y cuando descendíó del vehículo se encontró con Emilia totalmente desnuda e iluminada por la luna.
Al verla Graciela rió entre divertida y excitada:
-Estás loca…
Los perros ladraban, atados.
Emilia avanzó hacia ella, le rodeó el talle con sus brazos y le buscó ls boca con sus labios entreabiertos. Se besaron apasionadamente, poniendo a jugar sus lenguas una con la otra. Al cabo de un momento se apartaron jadeando, mirándose intensamente a los ojos.
Graciela se entregó a las manos de Emilia que la desnudaban lentamente mientras esa boca sabia recorría su cuello, el lóbulo de sus orejas, sus mejillas, sus labios de los cuales brotaban gemidos. Por fin estuvo tan desnuda como la dueña de casa, que la derribó sobre el césped, de espaldas y se tendió luego sobre ella besándola largamente en la boca.
Graciela era un volcán en erupción y dejaba que Emilia hiciera, que la trabajara con toda su experiencia lésbica, que recorriera su cuerpo incendiado por esos besos, esas caricias, ese deslizarse de las yemas de los dedos sobre la piel, esos pellizcos repentinos, esa lengua exploradora, audaz, irrespetuosa. Esos dedos intrusos que la perdían de la si misma de siempre, de la si misma conocida, de la si misma que había creído ser. Ahora, bajo la dominación de esos dedos, de esos labios, de esa lengua iba camino a ser la otra, la verdadera, la que había nacido cuando sintió que estaba caliente con Luciana, la que comenzó a desarrollarse cuando Emilia le habló de la organización que comandaba y de su interés por la empleadita de su inmobiliaria, la que entregó sin culpa a esa empleadita para que Emilia la prostituyera. Emilia, la dueña de esos dedos y esa lengua que ahora la encendía de pies a cabeza, que la hacía temblar y aceleraba su respiración. Emilia que la hacía jadear cada vez más fuerte con un dedo en el ano que iba y venía, otros dos dedos en la concha y esa lengua demoníaca en el clítoris. Emilia que ahora le regalaba un orgasmo maravilloso, estremecedor, mientras los perros ladraban y ella era ese grito que se prolongaba como para no terminar nunca.
-Sos una yegüa en celo en mis brazos. ¿Te das cuenta de eso? –le murmurò Emilia al oído mientras jugueteaba con ambos pezones para volver a calentarla.
-Sí… me doy cuenta. Me doy cuenta de que Luciana fue sólo el disparador de mi bisexualidad. Me doy cuenta en tus brazos de cuánto gozo con una mujer.
-Bienvenida al reino, querida… -dijo Emilia antes de que Graciela comenzara a envolverla en besos y caricias cada vez más ardientes. Sus manos recorrían todo el cuerpo de esa hembra cuya belleza otoñal tanto le atraía. Sus labios acompañaban esa exploración de sus manos, de sus dedos que al llegar a destino se bañaron en flujo antes de penetrar por ese sendero que los esperaba ansiosamente.
-Entrame… entrame también por atrás… -pidió Emilia entre jadeos y Graciela le metió de golpe y sin miramientos dos dedos y enseguida un tercero, gozando sádicamente con los gemidos de dolor que brotaban de la boca de la dueña de casa mientras su cuerpo doblemente penetrado viboreaba sobre el césped con Graciela arriba y entre sus piernas.
…………….
Más tarde, ya duchadas y satisfecho el hambre sexual, ambas conversaban en el saloncito.
-Quedate a cenar. –propuso Emilia.
-Me encantaría, pero tengo que volver a casa. Creo que te dije que tengo marido y dos hijos.
Emilia puso cara de disgusto:
-Mmmmhhh, está bien, pero pasa que me estoy enviciando de vos.
-¡Ay, querida, eso es muy halagador!
-Bueno, te cuento sobre la pajarita.
-¡Sí, dale! ¿vino la doctora?
-Sí, le dio la primera sesión de hipnosis y ahora después de la cena vamos a empezar con la droga. En una semana estará lista para ser usada
-Contame cómo va a ser, me da morbo eso que dijiste de ser usada.
Emilia sonrió y su mirada se hizo lasciva:
-Es que va a ser usada, querida. En una semana su cerebro estará reducido a lo indispensable para que funcione como una prostituta. En manos de Mónica, con la hipnosis y esa droga será despojada de su memoria, de su conciencia del pasado, no tendrá ideas sino sólo sensaciones y deseos primarios como el sexo y la comida.
-Dios mío, será un animalito. –dijo Graciela y por su cabeza pasó algo parecido a la compasión, pero desapareció rápidamente y sin dejar rastros.
-Un hermoso, obediente, muy deseable y muy caro animalito hembra. –coincidió Emilia.
-¿Y entonces? –preguntó la arquitecta cada vez más ansiosa por conocer detalles de cómo Emilia iba a manejar el emputecimiento de la jovencita.
-Entonces llegó el momento de retirarte, Graciela. En casa te esperan tu maridito y tus hijos.
-¡No, pero no me dejes con esta intriga!
-Tiempo al tiempo, pelirroja. –insistió Emilia y tomándola del brazo con firmeza la condujo hasta el garage manteniéndose firme ante la reiterada insistencia de Graciela por saber más.
-¿Cuándo vengo? –preguntó la arquitecta ya dentro de su automóvil.
Emilia, molesta por no haber podido tener esa cena compartida, acercó su rostro a la ventanilla y respondió con tono algo seco:
-Cuando yo te llame. –inmediatamente después inició el camino hacia la casa dejando a Graciela con un nudo en el estómago. La sensación de desasosiego continuaba cuando detuvo el auto a dos metros del portón y éste comenzó a abrirse. En su primera visita a la mansión Emilia le había explicado que cuando un vehículo salía, un mecanismo electrónico accionaba el portón al detectar metales a dos metros de distancia.
“Qué mierda me importa ese fucking mecanismo electrónico.” –pensó dolida. “Lo que me jode es haberla dejado enojada y seguro que es porque no me quedé a cenar. Pero bueno, tiene que comprender mi situación. Y yo ahora tengo que bancarme esperar a que me llame y no volverme loca si para desquitarse me tiene congelada algunos días.”
Por la avenida del Libertador en dirección a Palermo seguía pensando en Emilia, en Luciana y su próxima y forzada iniciación como prostituta y en su propio morboso interés por conocer los planes de Emilia en ese sentido.
(Continuará)