El calvario de Luciana (2)
Luciana se enfrenta dramáticamente con su angustiosa situación en manos de la perversa Emilia Martínez Olascoaga
El calvario de Luciana (2)
El teléfono sonó cuatro veces antes de que la doctora Mónica S levantara el auricular.
Escuchó a Elba y dijo:
-Decile a Emilia que estaré allí mañana a las seis de la tarde.
-Bueno. -y la doctora cortó la comunicación gustosa de saber que debería encargarse de una nueva presa.
La doctora Mónica S era psiquiatra y a sus 45 años había desarrollado una carrera exitosa que la posicionaba como una de las personalidades más prestigiosas de su especialidad. Pero simultáneamente llevaba adelante una actividad oculta en la organización comandada por Emilia Martínez Olascoaga. Era ella quien se ocupaba de reducir a cada nueva cachorra que era atrapada, y lo hacía mediante sus conocimientos farmacológicos y de la hipnosis, combinación con la cual conseguía anular la voluntad de la víctima y reducir su conciencia al extremo de convertir a la pobrecita en una especie de robot humano. La doctora Mónica S percibía muy jugosos honorarios por realizar ese trabajo, pero no lo hacía por el dinero, sino por el placer morboso que le provocaba convertir a una chica en un animalito doméstico, sin voluntad ni más entendimiento que el suficiente para entender lo que se le ordenaba y obedecer.
……………….
Mientras tanto, la arquitecta Laborde arreglaba con una empresa de mudanzas el vaciamiento del departamento que le había alquilado a Luciana y donaba tanto los muebles como toda la ropa y demás pertenencias de la jovencita, menos la computadora, el televisor y el equipo de música, al Ejército de Salvación. Los electrónicos los publicaría en Internet para su venta. Desaparecían así todos los rastros de la pobre Luciana y cuando la llamó Rolando, muy preocupado, le dijo:
-Ay, sí, yo también estoy preocupadísima y justamente vengo de hacer la denuncia a la policía. Averiguación de paradero se llama esto, me dijo el oficial que me atendió.
-Dios quiera que todo esto termine bien, arquitecta, No deje de avisarme si sabe algo.
-Por supuesto, Rolando, quedate tranquilo.
Efectivamente había hecho la denuncia, porque sabía de esos chateos diarios de Luciana con sus padres y estaba segura de que al cesar esos contactos, ellos, uno o ambos, iban a venir a Buenos Aires alarmados para averiguar qué pasaba con su hija.
A las cinco de la tarde llegaba a la mansión de Emilia, ansiosa de reencontrarse con la muy apetecible Luciana y darse por fin el gusto de poseerla sexualmente.
Emilia la asombró besándola en la boca, haciéndole sentir fugazmente su lengua y no le disgustó el contacto de esos labios suaves y húmedos. No había tenido experiencias lésbicas ni sentido nada por una mujer hasta que conoció a Luciana, que despertó algo oculto y dormido en ella. Disfrutó del sorpresivo beso de Emilia que, al advertir el efecto que su iniciativa había tenido en Graciela sonrió, le rodeó la cintura con sus brazos y atrayéndola hacia si volvió a besarla, pero esta vez lentamente, sacando la lengua y buscando esa otra lengua que se entregaba al juego sin resistencia.
Al cabo del largo e intenso beso Graciela se veía sofocada y con las mejillas rojas:
-Ay… -dijo mirando a Emilia a los ojos. –Qué sorpresa me diste, no pensé que…
-Querida, me gustan las mujeres y vos sos una mujer muy, muy atractiva, así que no tenés por qué extrañarte –dijo mientras la retenía contra ella.
Graciela sintió que su excitación crecía y pensó en Luciana mientras se dejaba llevar por Emilia hacia un pequeño saloncito cuya ventana daba al parque.
Ambas se sentaron en un sofá tapizado con pana verde y Emilia le rodeó los hombros con un brazo, fue acercando su rostro al de Graciela y volvió a besarla mientras con su otra mano le recorría los pechos. Graciela sintió que empezaba a mojarse.
-Emilia, estoy… aaahhhhh… estoy muy caliente… -susurró.
La dueña de casa se echó hacia atrás y dijo sonriendo:
-Ay, querida, me contengo entonces, porque quiero que vuelques toda esa calentura en la pajarita.
Graciela se alisó la mini color tabaco, corrigió con ambas manos un inexistente desorden en su cabellera rojiza y dijo:
-Ay, sí, te juro que pienso en ella y se me hace agua la boca.
-¿Tuviste alguna experiencia con otra mujer?
-No, y tampoco sentí deseos por ninguna mujer hasta que apareció la pajarita. No sé que me pasó con ella. A ver, Emilia, es muy atractiva, sí, linda carita y un cuerpo fantástico, pero hay muchísimas mujeres tanto o más atractiva que Luciana y sin embargo jamás me había calentado con ninguna. ¿Por qué ella?
-No te compliques, Graciela, ella sin duda despertó tu lado lésbico y ahora lo que tenés que hacer es disfrutar de aquí en delante de tu nueva faceta. En principio con la pajarita y después con toda la que se te cruce y te guste. Yo me comprometo a invitarte a compartir toda nueva presa antes de ser echada a los leones. –le dijo Emilia mientras la envolvía en una mirada ardiente. Enseguida tocó el timbre que convocaba a Elba y cuando ésta acudió al llamado le ordenó traer dos cafés, sin consultar a Graciela, como poniendo en evidencia que era ella quien disponía y antes de que la mujer se retirara le preguntó por Luciana.
-Despertó hace un ratito y la tenemos atada a la cama y amordazada, señora, porque se puso a chillar como loca y a patear la puerta de la habitación.
Emilia sonrió, miró a Graciela y dijo:
-Mmmhhhhh, muy bien, así la quiero ahora para nosotras dos, bien arisca, y será la última vez que se resista. Dale una buena ducha y aplicale una enema. Después llevala a mi dormitorio y dejala ahí pero suelta, no la ates.
Sus palabras intrigaron a Graciela:
-¿Por qué la última vez?
-Mañana empezamos a aplicarle el tratamiento. –y esbozó una sonrisa.
-¿Tratamiento?
-Así es, querida. –y le habló de la doctora S y su método de
despersonalización.
Graciela la escuchó asombrada y mientras daba el primer sorbo al café que Elba acababa de traer dijo:
-Jamás hubiera imaginado una cosa así, pero es maravilloso.
-Absolutamente maravilloso y te aseguro que es muy excitante contemplar a una hembrita en ese estado y lo vas a comprobar cuando te la cojas la próxima vez, porque me imagino que querrás seguir gozándola, ¿cierto?.
-¿Será posible eso?
-Por supuesto, querida, después de todo te debo el haberla atrapado.
Graciela estaba ya mojada y ansiosa por ir al encuentro de la pajarita. Ambas terminaron de beber el café y Emilia la tomó del brazo y la condujo a su dormitorio luego de cerciorarse por el handy de que la jovencita ya había sido llevada allí.
El dormitorio principal era una habitación amplia con ventanal al parque y amoblada con exacto sentido de lo necesario. La amplia cama de Emilia, con mesitas de luz a ambos lados de la cabecera, enfrente una cómoda, a la derecha un placard empotrado que abarcaba la totalidad de la pared y dos sillas en una de las cuales estaba sentada Luciana, inclinada hacia delante y con la cara entre las manos. Al escuchar el sonido de llave en la cerradura se incorporó bruscamente con una expresión de sorpresa y temor en su rostro. Aún bajo el efecto residual del somnífero que le habían suministrado tambaleó un poco al ir hacia las dos mujeres.
-Arquitecta, ayúdeme, me tienen acá por la fuerza… -dijo.
Graciela la dejó avanzar y cuando la tuvo enfrente la abrazó por la cintura mientras Emilia, a espaldas de la jovencita, la sujetaba por los brazos.
La arquitecta miró ese rostro tan bonito y en ese momento cubierto de lágrimas y decidió jugar un poco al gato y al ratón. Estaba descubriendo nuevas aristas de su personalidad y eso la tenía fascinada.
-Ay, Luciana, cuánto me alegra saber que estás bien.
La jovencita se desorientó:
-¡Pero no!… ¡No estoy bien, arquitecta!… ¡Esta mujer me tiene secuestrada! ¡Me golpearon, me sacaron la ropa! ¡¿No ve?!
Graciela se separó un poco y dijo después de mirar a Luciana de arriba abajo:
-Lo que veo es lo hermosa que sos, queridita. Ahora que te veo desnuda me doy cuenta de que estás todavía mejor de lo que imaginé.
Los ojos de Luciana se abrieron desmesuradamente ante esas palabras y terminó de horrorizarse cuandola Arquitectadijo:
-Emilia, ¿podrías girarla para poder verle el culo?
La dueña de casa lo hizo venciendo rápidamente la resistencia de Luciana y ya de espaldas a Graciela le oyó decir:
-¡Oh, my God! ¡Qué culo tan apetecible! Y está sin estrenar, según me han comentado.
-Bien cerradito y estrecho. –corroboró Emilia mientras Luciana, totalmente quebrada, se había puesto a llorar desesperada al comprender la traición de su jefa. Ya no forcejeaba para librarse de Emilia, que seguía sujetándola y en cambio dijo:
-Por favor… Háganme lo que quieran pero… pero después déjenme ir… ¡Por favor!
El llanto de Luciana y su completa indefensión excitaban a Emilia y provocaban en la arquitecta Laborde un para ella hasta entonces desconocido placer sádico.
-¿Dejarte ir? –dijo. –Es una de las posibilidades, cachorra, que después de gozarte con Emilia te dejemos ir. Aunque a ver, también existe la posibilidad opuesta, o sea que te cojamos a fondo y después quedes aquí en poder de Emilia y que ella decida tu destino para usarte como le dé la gana.
Luciana escuchaba a su jefa sin poder creer lo que le estaba diciendo. Era como haber sido obligada a traspasar una puerta detrás de la cual se abría un mundo en el que las personas habían cambiado dramáticamente. La arquitecta Graciela Laborde se le revelaba brutalmente como un monstruo perverso y esa revelación la sumió en la más profunda angustia.
Emilia la soltó y le impuso que se quedara quieta, orden que Luciana obedeció por miedo. Entonces, luego de hacerle un guiño cómplice a Graciela, la tomó de la mano y ambas empezaron a girar lentamente alrededor de la víctima, deleitándose con su magnífico cuerpo desnudo.
-Te diría sin exagerar que esta nena tiene el mejor culo que he visto en mi vida, y te aseguro que no he visto pocos. –dictaminó Emilia.
La arquitecta emitió una risita entre nerviosa y excitada:
-Bueno, debo confesar que no he visto muchos, algunos en el vestuario del gym, pero en ese momento no sentía la atracción hacia las mujeres que me despertó esta nena. Es la primera vez que mirar un culo de mujer me calienta.
-Es hora entonces de que empieces a recuperar el tiempo perdido, tesoro. –dijo Emilia y llevó la mano de la arquitecta en dirección a esa hermosas nalgas, amplias, redondas y firmes que se ofrecían indefensas.
Luciana tuvo un estremecimiento al sentir esa mano en su cola, que nunca nadie había tocado antes.
-Es toda tuya, Gra… Disfrutala. –dijo Emilia y mientras la arquitecta acariciaba tan hermoso trasero ella se apropió de los pechos de la jovencita que intentó en vano retroceder, porque la arquitecta la contuvo. Quedó entonces entre ambas mujeres, a merced de esas caricias que por instantes se hacían violentas y pasaban a ser estrujones y pellizcos que le arrancaban gemidos de dolor, como cuando Emilia capturó ambos pezones entre sus dedos para estirarlos y retorcerlos hasta que hizo gritar a la pobre chica. Tenía por delante a Emilia, que reía mientras seguía martirizándola y detrás a Graciela, que pegada a ella le besaba la nuca, el cuello, los hombros y al mismo tiempo le hacía sentir en las nalgas la presión de su vientre. La cabeza de la arquitecta era un caos y en medio de ese desorden se encontró lamentando no tener en ese momento una buena pija para hundirla toda en ese culito sobre el cual su vientre se refregaba.
De pronto Emilia detuvo ese frenesí y dijo imperativa:
-A desnudarse, Graciela, pero será la pajarita quien va a quitarnos la ropa.
Luciana le imploró con la mirada y a cambio recibió un cachetazo que llenó sus ojos de lágrimas.
-¿A quién preferís desvestir primero, cachorra? –le preguntó Emilia en un alarde de sadismo sicológico.
-¿A mí, Lucianita? –intervino Graciela.
-Por favor… -suplicó la jovencita con la cara oculta entre sus manos.
-Ay, ay, ay, cachorra. –dijo Emilia. –Me estás demostrando que sos tan linda como estúpida. ¿No te das cuenta de que no vas a ganar nada con esos ruegos? Te vamos a coger, así de sencillo.
Luciana rompió en llanto y parecía a punto de entrar en una crisis nerviosa. Entonces Emilia le dijo a Graciela:
-Sujetámela.
La arquitecta, a espaldas de la joven, le llevó los brazos a la espalda y los mantuvo aferrados con fuerza, dejándola indefensa ante la dueña de casa.
Emilia agarró por el pelo a Luciana, le mantuvo la cabeza derecha y comenzó a abofetearla en ambas mejillas, una y otra vez, con la palma y el dorso de la mano. La cabeza de la pobre permanecía fija por estar sujeta, no se ladeaba al golpe de la mano y eso hacía que la bofetada doliera más. La joven comenzó a dar alaridos y Emilia, sin interrumpir el castigo le preguntó:
-¿Vas a calmarte o sigo?
En las fracciones de segundo que mediaron entre un golpe y el próximo Luciana pensó que nada podía hacer para evitar lo que le esperaba. Angustiada pero tratando por todos los medios de tranquilizarse se dijo que de todas maneras ambas mujeres iban a violarla y entonces era preferible no agregar a esa humillación el calvario del castigo.
En su mente el tiempo parecía haberse detenido y percibió como una imagen congelada la mano de Emilia en alto y lista para caer otra vez sobre su mejilla.
-No… No me… no me pegue más… Por favor… -suplicó con la voz ahogada por los sollozos.
Emilia le dio otra bofetada:
-¡¿Vas a calmarte, perra estúpida?! –Insistió levantando el tono.
-Sí… -murmuró Luciana y su respuesta hizo que Emilia y Graciela intercambiaran guiños cómplices.
-Soltala. –pidió Emilia. –Va a necesitar tener las manitos libres para desvestirnos. –Y a vos te repito la pregunta, cachorra: ¿con cuál de las dos preferís empezar?
Luciana sintió que le era difícil soportar tanto sadismo sicológico. No tenía sentido alguno que eligiera a cual de sus violadoras desnudaría primero. Se sintió una marioneta obligada a jugar un juego perverso que no podía abandonar y sin decir nada se dirigió hacia Graciela, aunque sin saber por qué empezaría por ella.
La arquitecta sonrió y sintió que su excitación aumentaba a medida que la jovencita iba despojándola de sus prendas, sobre todo cuando ya en ropa interior sentía en su piel el roce de esos dedos temblorosos.
Emilia, mientras tanto, no permanecía ociosa. Ubicada a espaldas de la jovencita le acariciaba el culo, deleitándose con esas redondeces duras que ofrecían una excitante resistencia a sus dedos cuando éstos presionaban antes de algún pellizco. Le apretaba sus tetas en la espalda y Luciana se había partido en dos: era su mente, por un lado, donde se alojaban su miedo, su angustia y su rechazo a esa situación lésbica que le obligaban a vivir, pero era también su cuerpo, que empezaba a excitarse con las manos de Emilia que ahora le andaban por delante y subían hasta sus pechos mientras el vientre ansioso de la cincuentona se frotaba contra sus nalgas.
Por fin las tres estuvieron desnudas. El cuerpo de Emilia, aun a sus cincuenta años, lucía más que aceptable gracias a una alimentación muy sana que ingería desde siempre, a sus tres veces por semana en el gimnasio de su mansión y a los productos para elastizar e hidratar la piel que usaba a diario.
Luciana temblaba y opuso apenas un leve respingo cuando Emilia la tomó de un brazo, la empujó hacia la cama y cruzándole un pie por delante de sus piernas hizo que la joven tratabillara y cayera después boca abajo sobre el lecho.
Graciela sonrió admirada ante la evidente habilidad en esas lides que Emilia demostraba, y sus ojos recorrieron lentamente el cuerpo de la proxeneta.
“A su edad y lo buena que está.” –se dijo ya muy caliente y dispuesta a gozar de una sesión de sexo lésbico que imaginaba orgiástica.
Luciana sollozaba boca abajo en la cama, exhibiendo para ambas mujeres lo estrecho de su cintura, la amplia y armoniosa curva de las caderas y ese culo que parecía moldeado por el mejor de los escultores.
Emilia le hizo una seña a Graciela y ambas se tendieron en la cama a los costados de Luciana.
-Ponete de espaldas. –ordenó Emilia con todo firme.
Luciana vaciló y estaba a punto de obedecer cuando la dueña de casa insistió mientras le daba un fuerte chirlo en la cola.
-¡De espaldas, dije!.
Luciana giró sobre si misma con una expresión de susto en su rostro.
-Mmmhhhhh, nenita, me gusta verte asustada… Me calienta. –dijo Graciela.
Emilia la miró y le dijo mientras su mano izquierda se apoderada de uno de los pechos de la joven:
-A mí lo que me gusta es esa atracción por la dominación que estoy empezando a descubrir en vos, Grace.
Graciela miró a Emilia, interrumpió sus caricias a Luciana y contestó sonriendo:
-Siempre me gustó mandar pero con esta nena mandar, además de gustarme, me excita.
Graciela estaba tendida de costado junto a la jovencita, apoyada en su brazo izquierdo y con una pierna semiencogida. Emilia, del lado opuesto, besaba a Luciana lentamente, una y otra vez, en el cuello, la oreja, los hombros y los pechos mientras deslizaba su mano muy despacio hacia abajo, apoyando sólo la yema de los dedos en la suavísima piel de la joven, que contra su voluntad se sentía cada vez más caliente. Mientras gemía entregada a los sabios magreos de Emilia, se reprochaba con angustia ese goce indisimulable que estaba experimentando.
En ese momento Graciela entró en acción apoderándose de sus pechos, con caricias y presiones de sus dedos que después puso a jugar con esos pezones rosados que no tardaron en mostrársele duros y erectos.
“Ay, ay, ay –pensó la arquitecta sintiendo que su rostro y su cuerpo ardían. -Jamás imaginé que pudiera gustarme tanto estar con una hembra.” –y enseguida inclinó su cabeza, entreabrió sus labios y aprisionó entre ellos el pezón derecho, para chuparlo y morderlo con alguna fuerza, alternativamente.
Los gemidos de Luciana se hicieron más fuertes hasta transformarse en un violento jadeo cuando la mano hábil de Emilia llegó a destino y un dedo se aventuró por el sendero ya bien mojado hasta dar con el himen. Emilia retiró el dedo e inmediatamente después introdujo dos, el índice y el medio, haciéndolos avanzar y retroceder a ritmo lento, mientras la yema de su pulgar se ocupaba del clítoris ya inflamado de excitación.
Graciela seguía disfrutando de esos pechos redondos, de talla mediana y dibujo perfecto, un disfrute que Luciana compartía a su pesar, aunque con los ojos llenos de lágrimas hechas de angustia y de culpa. Comprendió que era inútil luchar con las sensaciones de su cuerpo y entonces se dio a pensar que tal vez aquello acabara pronto, que quizás Emilia la entregaría a algunos hombres por dinero, a lo mejor también a mujeres, y después de exprimirla y sacarle provecho la liberaría. Qué lejos estaba la muy ingenua de conocer el modus operandi de la proxeneta con sus víctimas.
En medio de esos pensamiento la sorprendió una orden de Emilia:
-En cuatro patas, perrita.
Tardó en comprender y esa demora le valió una cachetada de la doña:
-¡Cuando te doy una orden obedecés inmediatamente! ¡¿Entendido?!
Antes, a una seña de Emilia, Graciela se había apartado un poco de la jovencita, que después de la cachetada estaba ya en la posición ordenada.
Entonces Emilia le dijo a Graciela: -Vamos a probarle el culito.
-Hermoso culito, ¿verdad? –contestó la arquitecta deslizando su mano por las firmes redondeces indefensas ante todo lo que ambas mujeres quisieran hacer.
Mientras acariciaba esas nalgas, Graciela seguía asombrándose de cuánto la excitaba este nuevo placer que estaba descubriendo, este goce lésbico que había llegado a su vida seguramente para no irse jamás. Nunca había imaginado que al acariciar la suave piel femenina sentiría un disfrute tan intenso, un disfrute desconocido hasta entonces, con una intensidad que no había tenido en sus relaciones heterosexuales, ni con su marido ni con ningún otro hombre.
En ese momento Emilia tomó su mano y la condujo hacia el pequeño orificio que ambas iban a probar. Graciela comprendió el gesto y se dejó conducir. La estimulaba que alguien, esa experimentada docente en la materia, la guiara en su primera incursión por ese territorio desconocido y prometedor de tanto deleite. Emilia llevó la mano de la arquitecta hacia su boca, atrapó entre sus labios el dedo medio y lo chupó con lenta fruición hasta ensalivarlo lo suficiente, mientras miraba a Graciela a los ojos y se complacía íntimamente al descubrir cuánta calentura expresaban esas pupilas verdes. Guió entonces el dedo hacia el objetivo y al apoyarlo en el pequeño orificio Luciana saltó hacia adelante como impulsada por un resorte. Emilia se lanzó hacia ella hasta ponérsele enfrente, la tomó del pelo y la abofeteó varias veces con fuerza:
-¡¡¡COMO VUELVAS A CORCOVEAR VOY A HACER QUE TE
ARREPIENTAS DE HABER NACIDO, NENA TONTA!!! –la amenazó mientras la golpeaba sin hacer caso de los gritos y súplicas de Luciana. Después la acomodó otra vez en la posición deseada y retomó la guía del dedo de Graciela hacia el orificio anal de la jovencita, sin tomarse el trabajo de volver a ensalivarlo. Era necesario que la yegüita sufriera por haberse resistido.
Graciela dejaba que la dueña de casa condujera su dedo medio lentamente, demorando ex profeso la consumación del acto que Luciana esperaba temblando. La arquitecta había gozado la golpiza de Emilia a la jovencita, y ésa era una nueva faceta que descubría en ella.
Por fin la punta de su dedo se apoyó en la diminuta entradita de ese sendero jamás transitado anteriormente por objeto alguno desde el exterior hacia las profundidades. El temblor de Luciana se iba acentuando, lo mismo que su angustia.
-Entremos, querida. –dijo Emilia con una sonrisa lasciva y de inmediato empujó el dedo. Luciana cerró los y se mordió los labios en un esfuerzo por controlar el impulso de corcovear, temerosa de la amenaza que había proferido la proxeneta.
-Ahora movelo solita, tesoro. Yo tengo otra tarea con esta yegüita. –dijo Emilia dirigiéndose a Graciela e inmediatamente pasó su brazo derecho por debajo del vientre de la jovencita. Sus dedos abrieron los labios vaginales y al topar con el clítoris experimentó la muy agradable sorpresa de encontrarlo fuera del capuchón y muy duro. Sonrió con crueldad y complacida de comprobar lo calentona que era su nueva presa.
Emilia sabía trabajar muy bien esas situaciones y no necesitó mucho tiempo para que Luciana, doblemente penetrada, sumergida a pesar de su lucha conciente en una marejada de goce sexual imposible de resistir se viera sacudida por las violentas convulsiones de orgasmo largo y estremecedor. La pobre escuchó sus gritos de placer tratando de creer que eran de otra persona, sumida en una angustia horrenda y por fin se derrumbó de costado sobre la cama, llorando.
Emilia se inclinó sobre ella y con su boca casi pegada a la oreja de la joven le dijo:
-Te hicimos gozar como perra en celo, ¿eh, putita?, bueno, muy bien, ahora nos vas a pagar tanto placer haciéndonos gozar a nosotras. –y le guiñó un ojo a Graciela, que se estaba masturbando envuelta en una intensa calentura.
-¡No, querida, no! –le gritó la dueña de casa. –Será nuestra amiguita quien te haga acabar. Acostate de espaldas y abrí las piernas. Y vos –agregó dirigiéndose a Luciana que seguía llorando. –Empezá con Graciela, mové tu lengüita en esa concha. A menos que quieras probar los métodos de persuasión de Elba.
Luciana pensó en Elba y se estremeció al relacionar esa frase amenazante con la dureza y crueldad de esa mujer. Entonces se arrodilló ante las piernas encogidas y abiertas de Graciela y venciendo con esfuerzo el asco que sentía se aplicó a la tarea ordenada. Esa vulva estaba muy mojada y ella debió beber esos jugos y ante otra orden de Emilia entreabrir con sus dedos ambos labios vaginales y aventurarse con sus lamidos en el interior de esa cueva que se iba inundando cada vez más.
-Trabajale el clítoris con los dedos mientras lamés. –escuchó decir a Emilia y ya sin capacidad alguna de resistirse capturó el objetivo con sus dedos y se puso a moverlos con alguna torpeza debido a su completa inexperiencia, pero aun así la arquitecta comenzó a gemir más fuerte mientras su respiración se agitaba.
Emilia, a espaldas de Luciana, sonreía con morbosa complacencia en tanto acariciaba la cabellera de la jovencita, su nuca, sus orejas, su cuello, sus hombros, con el propósito de darle un placer que pujara con esa lógica repulsión que sabía estaba sintiendo al chupar por primera vez una concha.
Por fin, Graciela comenzó a temblar, sus gemidos y jadeos se convirtieron en gritos y segundos después, mientras aferraba con una mano el pelo de Luciana, alcanzó el orgasmo más prolongado, intenso y placentero de su vida.
La jovencita, entretanto, echada boca abajo todavía entre las piernas de la arquitecta, trataba de expulsar de su boca los jugos que debió recibir y dejarlos en la sábana, objetivo que logró merced a que Emilia andaba a los besos con Graciela, inclinada sobre ella y murmurando en voz baja vaya a saber que cosas.
Pasó un momento y lo que Luciana temía ocurrió. Emilia la aferró por el pelo hasta ponerla de rodillas y le dijo a sus espaldas, pegada a ella, haciéndole sentir por detrás la presión de sus tetas:
-Bueno, pichona, quiero sentir esa lengüita. –y sin más se acostó de espaldas, encogió sus piernas con las rodillas bien separadas y dijo:
-Vamos, putita, ya sabés lo que tenés que hacer.
Graciela entonces la tomó por ambos brazos, desde atrás, y la colocó en posición, puso su mano derecha en la nuca de la joven y presionó hasta hacer que su cara se aplastara contra esa vulva que esperaba ansiosa, ya mojada, ya lista.
En ese momento Emilia pensó cuánto le debía a la doctora Mònica S, que con sus aplicaciones de estrógeno y hormonas le había devuelto a su concha la lubricación y, por tanto, ese placer intenso que sentía cada vez que alguna mujer, ya sea una de sus presas o alguna conquista la penetraba con uno de esos juguetes que tanto le gustaban.
En ese preciso momento sintió la lengua de Luciana, que había comenzado a deslizarse primero sobre sus labios exteriores y enseguida, tras una orden de Graciela, por el interior, de arriba abajo una y otra vez. En uno de esas lamidas la lengua de la jovencita tocó el clítoris, que estaba duro y erecto, y supo que debía estimularlo para acabar con esa situación lo antes posible. Lo encerró entre sus labios en o y puso a trabajar su lengua mientras introducía dos dedos en la vagina, recordando lo que Emilia hiciera con ella cuando la había violado junto con Graciela, que no permanecía ociosa. Excitada por lo que veía se montó a las espaldas de Luciana y mientras le besaba afiebradamente la nuca y los hombres pasó su brazo derecho por debajo del vientre de la chica y con dos dedos penetró en su concha, aunque con sumo cuidado de no romper el himen. La temperatura del momento había alcanzado marcas elevadísimas y a poco que la arquitecta retiró los dedos de la vagina y se puso a trabajar el clítoris, la jovencita comenzó a estremecerse, cada vez más fuerte aunque sin dejar de actuar sobre Emilia y fue notable que tanto la proxeneta como la víctima alcanzaran el orgasmo al mismo tiempo y junto con Graciela, que mientras trabajaba en la conchita de Luciana se masturbaba con la otra mano.
Las tres quedaron agotadas en la cama, jadeando, sudorosas. Fue entonces que Luciana tuvo la certeza de que estaba vencida, que su voluntad, en caso de que pudiera conservarla, ya no le serviría de nada ante el poder que ambas mujeres habían demostrado. Un poder demoníaco, perverso, que se había metido en lo más profundo de ella, de su psiquis, de su naturaleza, dominándole pero a la vez deparándole un placer sexual tan intenso e irresistible como jamás imaginara que se podía sentir. Y por otro lado estaba su miedo, el terror que sintiera cuando Emilia le mencionó los métodos persuasivos de Elba, y fundamentalmente, la desesperación que le causaba no saber qué sería de ella.
“No tengo salida”, pensó y ante esa dolorosa convicción los ojos se le llenaron de lágrimas.
(Continuará)