El calvario de Luciana (13)

El desenlace se precipita. Luciana, descerebrada, sigue recibiendo clientes mientras Emilia se apresta a arrojar a Graciela a la vida que ha pensado para ella.

Graciela no estaba en condiciones emocionales de ir a la inmobiliaria. Llamó a Rolando diciéndole que no se sentía bien y que se ocupara de todo. Una vez resuelto ese punto se puso a pensar en lo que le había dicho su Ama. Le daba vueltas y más vueltas al asunto y era como girar atada a una noria.

Recordó el comienzo de su esclavización y lo que Emilia le había prometido: no interferir en su vida familiar ni en su trabajo.

En determinado momento, luego de horas y horas de infructuosas lucubraciones, sin haber almorzado y en cambio consumido un litro de café en sucesivos pocillos, se echó hacia atrás en el sillón y se preguntó una vez más:

-¿Podría yo vivir sin ella, sin yacer en su cama, sin sentir sus manos, sus labios y su lengua en todo mi cuerpo, sin ir a la mansión, sin padecer pero también gozar la crueldad de Elba, sus castigos y humillaciones? ¿Podría yo prescindir de todo eso? ¿Podría yo vivir otra vez como la mujer normal, común y corriente que era hasta que Luciana apareció en la inmobiliaria?

-¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡No podría!!! ¡¡¡No podría!!! ¡¡¡No podría!!! –gritó y mientras gritaba se echó hacia delante con los codos en las rodillas y el rostro sobre las palmas de sus manos. Y lloró, lloró hasta agotar sus lágrimas y cuando las hubo agotado se tendió en el piso en posición fetal hasta que el agotamiento por tanta tensión hizo que se durmiera. Pero fue un sueño nervioso, agitado por pesadillas, como ésa en la que se veía en las garras de un enorme pajarraco que la levantaba con sus garras y la llevaba volando a la mansión.

Despertó bañada en sudor, respirando con dificultad y preguntándose si ese enorme pajarraco de color naranja que la había llevado indefensa a la mansión no simbolizaría su irrefrenable deseo de estar con Emilia, sometida por completo a ella. Echada aún en el piso pensó que si se entregaba, si aceptaba vivir como su Ama lo decidiera, se acabaría toda responsabilidad, toda tensión; significaría no tener que elegir si hacer o no hacer determinada cosa, sólo obedecer. Sin embargo el miedo subsistía. ¿Sería capaz Emilia de borrar de un plumazo su vida normal? ¿su vida familiar, su vida de empresaria exitosa? ¿sus relaciones de amistad? ¿Sería capaz de romper su promesa? ¿Y si fuera capaz? La sola idea la espantó. “Al fin y al cabo fue capaz de arrancar a Luciana de su vida anterior, de arrebatársela a sus padres, de hundirlos en la angustia y sepultarla a ella en el barro de la prostitución. La descerebró, la convirtió en un animal sin ideas. Le destrozó la vida con mi complicidad.” –se dijo y en ese punto la culpa la ahogó y tuvo que abrir la boca desmesuradamente para enviar aire a sus pulmones mientras el llanto le anegaba los ojos. Aún estaba a tiempo de liberarse respondiéndole no a Emilia y olvidándose para siempre de ella, de la mansión, de Elba, de la sala de juegos, de la celda.

…………….

Emilia se impacientaba cuando había pasado media hora de las once y Graciela no llamaba. Estaba con Elba en su oficina y a esa altura la proxeneta y su ama de llaves comenzaban a dudar sobre cuál sería la respuesta de la esclava.

-Decime la verdad, Elba, ¿creés que hice bien en apurarla o debí esperar un poco más?

-No, señora, hizo bien, la yegua ya está madura para decidirse. El haberle dado un poco más de tiempo no habría cambiado nada.

-Sí, tenés razón. –dijo Emilia como aliviada ante la opinión de su fiel Elba. Trató de distenderse y entonces preguntó:

-¿Revisaste la agenda? ¿A quien le toca disfrutar esta noche de la perrita?

-A quienes, dirá, señora.

-Ah, muy bien, una pareja.

-Sí, el juez F y su esposa, seguramente los ubica.

-Claro que sí, el viejo es un devoto del culo femenino y ella una vieja hambrienta de conchas.

-Exactamente, señora.

Fue en ese momento que sonó el celular de Emilia. Lo tomó con gesto nervioso, vio que se trataba de Graciela, activó la tecla correspondiente y dijo tratando de que su voz sonara con la firmeza de siempre:

-Hola, yegua.

-Ho… hola, Ama…

-Bueno, tu respuesta.

Se hizo una pausa que a Emilia le pareció interminable y finalmente Graciela dijo en un susurro:

-Soy suya, Ama…

-Eso no es lo que te pregunté.

-Perdón, mi señora… -siguió susurrando Graciela. –Sí… Sí, Ama, estoy dispuesta a vivir la vida que usted quiere que viva… -y al decir esto su voz se quebró en un sollozo.

-Bueno, bueno, perra, no me vengas con escenitas.

-Perdón, Ama… -dijo Graciela luego de conseguir controlarse. -¿Puedo contarle algo, mi señora?

-Ladrá, nomás.

-Me separé de mi marido, Ama… Estoy viviendo sola…

-¿Sin tus hijos? –preguntó Emilia mirando a Elba como sugiriéndole que algo muy importante estaba ocurriendo.

-Sí, Ama, creo que es lo mejor…

-Ya lo creo que sí, porque tus hijos estorbarían lo nuestro, puta.

-Lo sé, Ama…

-Bueno, yegua, venite para acá inmediatamente.

-Sí, mi señora… -contestó Graciela luego de una breve pausa.

Ambas cortaron la comunicación y Emilia gritó abrazando a Elba, en un gesto que no era nada habitual en ella:

-¡Cayó! ¡La muy puta cayó!

El ama de llaves respondió al abrazo y dijo igualmente excitada:

-¡Bien! ¡Muy bien, señora! ¡Ahora sí que viene lo bueno! –Ignoraba los planes de su patrona para Graciela, pero estaba segura de que no iba a sentirse defraudada en su morboso deseo de someter a la yegua a toda clase de vejámenes, humillaciones y sufrimientos extremos.

Luego de separarse del largo abrazo Emilia le dijo:

-La puta viene para acá, escuchame lo que quiero que hagas cuando llegue.

……………..

Graciela sintió que el corazón le latía con fuerza mientras al volante de su automóvil atravesaba el portón de entrada de la mansión. Esperaba ver a Elba, como de costumbre, pero no vio a nadie y eso la asombró. El portón se cerró y ella, confundida, detuvo el auto. En ese momento sonó su celular. Lo sacó de la cartera con mano temblorosa y atendió viendo en la pantalla el número de Emilia, pero fue la voz de Elba la que dijo:

-Baje del auto, yegua.

-Sí… -atinó a responder. –Sí, señora Elba.

-Mantenga la comunicación. ¿Trae cartera?

-Sí, señora Elba.

-Déjela en el auto, apague el motor y baje.

-Sí, señora Elba. –dijo sumisa y obedeció la orden sintiéndose intrigada, temerosa y caliente a la vez.

-Camine hacia la entrada, lentamente y con la cabeza gacha.

-Sí, señora Elba. –dijo con voz enronquecida por la tensión que iba ganándola.

-Avíseme cuando esté ante la puerta.

-Sí, señora Elba. –respondió y se puso en marcha con paso lento y la vista clavada en el suelo, con el corazón latiéndole cada vez más fuerte.

-Aquí estoy, señora Elba. –dijo al llegar a la puerta.

Pero no fue el ama de llaves sino Emilia quien le ordenó:

-Bien, puta, en cuatro patas con el celular entre los dientes.

-Sí… sí, mi señora, sí… -dijo sintiendo una emoción profunda y oscura al oír la voz de su dueña.

Se puso en cuatro patas, sujetando el celular entre sus dientes y esperó un tiempo que su ansiedad hizo casi eterno, hasta que por fin escuchó el sonido de la pesada puerta de madera al abrirse.

Sin enderezar la cabeza advirtió que era Elba quien estaba ante ella, por sus zapatos abotinados y esa pollera por debajo de las rodillas que adivinó parte integrante de uno de esos trajes que eran el vestuario habitual del ama de llaves.

Vio venir la mano que le quitó el celular de entre los dientes y de inmediato la orden:

-Sígame en cuatro patas, perra.

A poco de andar Graciela comenzó a sentir dolor en las rodillas y una inquietud creciente mezclada con excitación, una excitación morbosa, oscura e inquietante. Pronto advirtió que el ama de llaves la estaba llevando hacia el sector de las celdas y la llamada sala de juegos. Cuando llegaron al pasillo donde se alineaban las celdas debió detenerse ante la que ya había ocupado y vio cómo Elba abría la puerta de barrotes.

-Entre. –fue la orden que Graciela obedeció para permanecer después en cuatro patas junto al camastro, hasta que el ama de llaves le ordenó ponerse de pie.

Recordó la posición que le había sido enseñada y entonces puso las manos en la nuca, agachó la cabeza y juntó las piernas.

-Tiene buena memoria, yegua. Muy bien, ahora desnúdese.

Graciela estaba cada vez más excitada y a la vez temerosa ante el camino sin retorno que había empezado a transitar aceptando vivir la vida que su Ama decidiera para ella. Se quitó los zapatos de taco alto, la falda corta, el saquito de hilo, la blusa, y finalmente la ropa interior negra; corpiño de media copa y la tanga y volvió a adoptar la posición aprendida.

Elba se pasó la lengua por los labios una y otra vez mientras la envolvía en una mirada viscosa y ardiente, conteniendo a duras penas el deseo de echársele encima y cogerla. “Ya habrá tiempo de darle a fondo.” –se dijo y sin más salió de la celda cerrando la puerta con doble vuelta de llave.

Poco después era recibida por Emilia en el saloncito.

-Ya está en la celda, señora.

-¿En cueros?

-Como el animal que es.

-¿Cómo la viste?

-Con miedo pero excitada.

Emilia torció sus labios en una sonrisa malévola.

-Muy bien, tenela en ayunas y en aislamiento y mañana a la noche a las diez me la llevás a mi cuarto.

-Muy bien, señora. ¿Necesita algo más?

-No, podés retirarte.

…………..

Transcurrían las horas y Graciela iba inquietándose cada vez más. Esperaba ser llevada ante Emilia, pero esto no ocurría y tampoco Elba había vuelto. Empezaba a sentir hambre y sed y cuando ambas sensaciones se hicieron acuciantes llamó a gritos a Elba, sin éxito. Al cabo de un tiempo que no supo precisar quien apareció fue Luisa.

-¿Qué escándalo es éste, yegua? –dijo al otro lado de la puerta la mucama con expresión severa.

-Luisa, por favor… Tengo sed y… y hambre también… ¿Cuándo veré a Emilia?

Luisa la miró de arriba abajo:

-En primer lugar, ¿qué es eso de estar de pie ante mí? ¡Arrodíllese ya mismo, puta insolente!

Graciela sintió que se la rebajaba hasta el último grado de la humillación y un sollozo le subió a la garganta, pero hizo lo que la mucama le había ordenado.

-Parece que le cuesta recordar algo importante, que lo que usted quiera o necesite no importa en lo más mínimo. ¿Entendido?, grábese eso de una buena vez por todas en su cerebro de animal, y no vuelva a gritar porque si lo hace vuelvo y hago que se arrepienta. ¿Está claro?

-Sí… sí, Luisa, sí…

-Pídame perdón. –exigió la mucama.

-Perdón, Luisa… -dijo sumisamente Graciela.

-Bien, y recuerde lo que le dije. –le advirtió Luisa y sin más dio media y se alejó por el pasillo dejando a la esclava sumida en las más intensas y contradictorias emociones.

A medida que las horas iban transcurriendo el hambre y la sed aumentaban y también su angustia ante el tormento al que estaba siendo sometida, un tormento físico y mental que ella había elegido padecer al decidir entregarse incondicionalmente a Emilia.

Al día siguiente, desesperada por la sed y en menor medida por el hambre, comenzó a suplicar que alguien viniera, al principio en voz baja, luego en un tono más alto y por último a los gritos hasta que escuchó ruido de tacos en el pasillo. Era Elba y viéndola ante la puerta enrejada se arrodilló, con miedo al cobrar súbita conciencia de lo que había hecho a pesar de la advertencia de Luisa.

-¿Dónde cree que está, yegua? ¿En un hotel? –dijo Elba y sin más abrió la puerta, entró en la celda, la puso de pie tirando con fuerza de su cabellera y comenzó a abofetearla con fuerza hasta que la soltó y Graciela cayó al piso arrasada en lágrimas y con ambas mejillas enrojecidas. Quedó boca abajo, sollozando y pidiendo perdón una y otra vez.

-¡En cuatro patas, perra insolente! –ordenó el Ama de llaves y así la llevó a la sala de juegos. Graciela temblaba al entrar al recinto y ante otra orden de Elba se encaminó hacia el caballete, al cual la mujerona la sujetó rápidamente por muñecas y tobillos, para luego tomar una de las varas. La hizo restallar en el aire varias veces y Graciela sintió que el terror la ahogaba al escuchar esos silbidos siniestros que preanunciaban el castigo.

El primer azote le cruzó ambas nalgas y a partir de ese principio Elba iba midiendo cada golpe para ir castigando alternativamente una y otra de las blanquísimas y apetecibles redondeces. Le daba fuerte, con pausas irregulares y a veces haciendo que la vara silbara en el aire antes de caer sobre la carne estremecida. Al comienzo de la paliza Graciela gemía a cada azote, pero pronto, a medida que el dolor iba creciendo más y más ya fueron gritos lo que brotaban de su boca, gritos y súplicas inútiles. Elba disfrutaba intensamente mientras le pegaba sin dejar de mirar ese culo que lucía ya surcado de marcas rojas en casi toda su superficie. El Ama de llaves supo, como experta que era, que si seguía azotándola en la nalgas iba a provocar heridas y entonces resolvió cambiar de zona y tomar los muslos como objetivos mientras Graciela mezclaba jadeos, gritos y llanto que la sádica mujerona escuchaba como quien se deleita con una maravillosa música. Y ahí estaban, a su disposición, los hermosos muslos de su víctima, largos, blancos y admirablemente torneados, y comenzó a azotarlos desde las rodillas hasta las caderas mientras Graciela redoblaba sus expresiones de dolor y cada tanto un ruego desesperado que no sólo no conmovía al Ama de llaves sino que parecía excitarla aún más. Pronto los muslos cobraron el mismo aspecto que las nalgas, enrojecidos y cubiertos de marcas y entonces Elba dio por concluida la zurra, pero no el castigo.

Libró a Graciela del caballete y se regodeó con esa cara bañada en lágrimas, esos párpados inflamados y los ojos irritados de tanto llorar. Incapaz de sostenerse sobre sus piernas, la esclava cayó al piso mientras Elba tomaba dos pezoneras y volvía hacia su víctima, a la que puso de espaldas, y se aplicó a colocarle las pinzas en los pezones, que previamente puso erectos mediante un hábil acariciamiento con sus dedos. Graciela se removió en el piso entre gemidos al sentir el dolor punzante. El ama de llaves tomó un par de esposas y una mordaza de bola y ordenó:

-¡En cuatro patas y a la celda otra vez, puta! ¡Vamos! ¡Obedezca o vuelve al caballete!

Ante semejante amenaza Graciela hizo lo que se le había ordenado y torturada por el intenso dolor en las nalgas, los muslos y los pezones, sin dejar de sollozar y gemir, se desplazó hacia su celda seguida por Elba, que sonreía perversamente al contemplar las huellas de su obra en las nalgas y los muslos de la esclava.

Ya en la celda, la hizo arrodillar y le esposó las manos en la espalda para después sellarle la boca con la mordaza, cuyas dos tiras de cuero anudó en la nuca de la víctima. Finalmente le dio otra bofetada y le dijo con tono severo:

-Métase de una buena vez por todas en ese cerebro de animal que tiene que le va a convenir portarse bien, yegua. Que lo que usted quiera o deje de querer no tiene la menor importancia. Que lo que usted sufre es nuestro placer. No se imagina lo que gocé azotándola, lo que me excitan sus nalgas y sus muslos con las huellas de la vara, no se imagina lo que me calienta verla con las mejillas enrojecidas por mis bofetadas, perra callejera, con esos ojos inflamados de tanto llorar. –Elba había hablado como si mordiera cada palabra y Graciela sollozaba presa de un incontrolable temblor sumida en la angustia, en el dolor físico y en un intenso y oscuro placer masoquista. Elba la tomó como quien alza un paquete y la echó sobre el camastro para después abandonar la celda y cerrarla puerta con doble vuelta de llave.

Al final del pasillo se encontró con Luisa:

-Ya sabés la orden de la señora: hay que tenerla en ayunas y llevársela mañana a las diez de la noche a su dormitorio.

-Sí, señora Elba, no se preocupe.

-Acabo de castigarla por el escándalo que armó y la dejé en la celda con pinzas en los pezones y amordazada, así que ya no va a gritar.

-Bien, yo voy a echarle un vistazo de vez en cuando.

-Perfecto. –dijo el Ama de llaves y dio por concluido el diálogo para dirigirse al encuentro de Emilia e informarla sobre lo ocurrido.

……………

Esa noche, a las diez, la proxeneta recibía en el saloncito al juez F y a su mujer, la viciosa señora Eloísa, ambos ansiosos por disfrutar la nueva y bellísima putita de la mansión.

-¿Mucho trabajo, mi estimado señor juez? –preguntó Emilia luego del primer sorbo de café.

-Ay, mi querida señora, muchísimo, realmente, no imagina usted cuánto deseo que llegue por fin la feria judicial. Pero no hablemos de trabajo, Emilia, déjeme que la felicite por ese bomboncito que ha conseguido. Si las fotos no mienten es la niña más hermosa que ha tenido.

-Las fotos no mienten, su señoría. –dijo la proxeneta con una sonrisa. –Esta cachorra es realmente carne de primerísima calidad. Usted y su respetabilísima esposa van a quedar más que satisfechos.

-Nunca nos ha defraudado, Emilia, de manera que no dudamos de que será así. –contestó el juez mientras la proxeneta pensaba en Graciela.

Llamada por la proxeneta acudió Luisa, para conducir al juez y a su esposa a la habitación de Luciana. La putita había sido preparada convenientemente por la mucama. Una enema, una ducha prolongada y exhaustiva y por último un baño de inmersión con sales perfumadas. Ahora, a la espera de los clientes de esa noche, yacía desnuda en la cama cuando el juez y su esposa entraron en el cuarto. Luciana dirigió hacia ellos sus ojos apagados y ladeó después la cabeza. El juez y su esposa quedaron por un instante paralizados ante esa bellísima escultura de carne que tenían ante ellos. El juez tomó del brazo a su mujer y ambos avanzaron para detenerse cada uno a un lado del lecho, contemplando con miradas codiciosas ese cuerpo perfecto al que iban a acceder.

-Parate, putita, queremos verte toda. –ordenó el juez y esa orden activó en Luciana la consigna de obediencia. Salió de la cama y quedó de pie en la pose que le había sido enseñada por Emilia, con las manos en la nuca, la cabeza gacha y las piernas juntas.

De inmediato la vieja rodeó la cama y cuando estuvo a espaldas de la chica le puso ambas manos en el culo:

-¡Ay, ay, ay, jamás he sentido una cola tan dura, tan firme! –gritó,

El juez lanzó una carcajada y con ambas manos en las tetas de Luciana dijo:

-¿Y qué me decís de estas ubres, Eloísa?

-Sacá las manos que quiero palparlas, -dijo Eloísa y cuando tuvo sus manos en las tetas de la jovencita las oprimió entre sus dedos, duros como garfios:

-Mmmmmmhhhhhhhh… aaahhhhhhhhhh… ¡Qué tetas tiene!... ¡Es perfecta, la muy putita!

El juez se apartó unos pasos, envolvió a Luciana en una mirada lasciva y dijo:

-Sí, está buenísima, pero vos sabés que es lo que más me calienta de las putitas de Emilia.

-Sí, claro que lo sé, lo hemos hablado muchas veces, que están descerebradas, que ya no son personas sino hermosos animalitos con forma de mujer…

-Sí, qué pervertidos somos, ¿eh, Eloísa?... Si yo fuera un juez como corresponde esta mujer estaría procesada y presa de por vida, pero en cambio acepto sus muy generosas coimas mensuales y gozar gratis de estos animalitos hembras…

-La carne es débil querido, ¡jajajajajajajajajajajajaja! –dijo cínicamente la vieja y el juez también rió mientras rodeaba con sus brazos la cintura de Luciana y aferraba sus nalgas sintiendo que la verga se le iba poniendo dura.

-Bueno, basta de cháchara y que esta nena nos desvista, ¿No te parece, Alfonso?

El juez asintió y dijo dirigiéndose a Luciana:

-Ya oíste a mi esposa, pajarita, sacanos la ropa.

La jovencita se aplicó a la tarea y cuando el juez y su mujer estuvieron en cueros vio que el viejo tenía la pija erecta y oyó que le ordenaba tomarla con una mano. Lo hizo y la sintió palpitante entre sus dedos mientras la vieja, a sus espaldas, la besaba en el cuello y en los hombres al tiempo que con el vientre presionaba sobre sus nalgas en un movimiento rotativo al par que de avance y retroceso. Se sentía muy excitada pero su mente programada para obedecer era incapaz de tomar alguna iniciativa.

El Juez le ordenó entonces que se arrodillara y le mamara la verga. A Luciana le gustaba esa práctica, sentir esa cosa dura dentro de su boca, y se abocó a la tarea mientras la vieja le sobaba las tetas y jugaba con sus pezones. Momentos después el juez sacó su pija de la boca de Luciana e informado por Luisa buscó en la mesita de noche el pote de vaselina mientras le ordenaba a la putita que trepara a la cama y se pusiera en cuatro patas. En conocimiento de lo que haría su marido, Eloísa esperó que Luciana adoptara la posición ordenada y luego se acostó de espaldas frente a ella mientras el juez se untaba la verga con vaselina y después hacía lo mismo con el orificio anal de la putita.

-A ver, linda, quiero ver qué tan buena sos chupando una concha… Vamos, chupame… Y Luciana empezó a trabajar con su lengua en esa concha, provocando gemidos y fuertes jadeos en la vieja. De pronto se puso tensa al sentir algo en su orificio anal y se deshizo en un largo gemido cuando la verga del juez le fue entrando despacio hasta hundirse toda.

-Qué apretadito lo tenés, perrita… ahhhhhhhh…

aaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh…

Al escucharlo, Luciana interrumpió por un momento sus lamidas a la concha de Eloísa y dijo con su acostumbrado tono monocorde:

-Soy una perrita en celo para mi placer y el placer de todos los hombres y mujeres con los que estoy…

La vieja levantó la cabeza, sorprendida y molesta por la intrerrupción:

-¡Seguí chupando, zorra! –y Luciana volvió a su tarea hasta que la clienta tuvo su orgasmo, pobre y corto pero orgasmo al fin y quedó resoplando, desentendida ya de la putita. Entretanto el juez seguía yendo y viniendo con su verga adentro del culo de Luciana, tratando de demorar la explosión para seguir disfrutando de tan intenso goce. Cambiaba el ritmo de la penetración haciéndolo lento o rápido alternativamente, mientras mantenía a la perrita aferrada con fuerza por las caderas. Luciana jadeaba y gemía, agitada y ardiendo de placer con esa cosa dura que le iba y le venía y de pronto Eloísa, ya recuperada, comenzó a estimularle el clítoris y al mismo tiempo, con la otra mano, a sobarle las tetas y a juguetear con los pezones que de inmediato se pusieron duros como clavijas y erectos cual diminutos mástiles.

-¡Qué puta sos, marrana! ¡Estás caliente como pava sobre el fuego! ¡Sos la más puta de las putas! –le dijo la vieja encantada por tanta calentura de la jovencita.

-Soy… soy una… una perra en celo para… aaaahhhhhhh… para mi placer y… ahhhhhhhh… el placer de los hombres y mujeres con… con los que estoy,,, aaaahhhhhhhhhhhh… ¡aaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!... recitó Luciana

moviendo sus caderas, jadeando cada vez con más fuerza y la respiración agitada.  El juez se inclinó hacia delante, le soltó las caderas y luego de pedirle a Eloísa que quitara las manos de las tetas, comenzó a ocuparse él de esas deliciosas ubres mientras aceleraba el ritmo de la penetración y su mujer no dejaba de estimular el clítoris de la putita, que sentía duro entre sus dedos hábiles.

-¡Acabá, puta! ¡acabá! –la apremiaba la vieja y Luciana acabó, explotó entre gritos y fuertes estremecimientos al mismo tiempo que el juez le llenaba el culo de semen mientras le estiraba y retorcía los pezones. Inmediatamente después los tres yacían desmadejados en la cama, sudorosos y jadeantes hasta quedarse dormidos.

Tres horas después el juez y su esposa se desperezaban y segundos más tarde volvían sobre Luciana, que despertó sobresaltada cuando el viejo la tomó por los hombros y empezó a sacudirla violentamente. El susto ahuyentó las últimas brumas del sueño y escuchó atenta la orden del cliente mientras Eloísa le besaba las tetas mordisqueándole los pezones.

-Vamos, perrita, en cuatro patas y con el hocico abierto que vas a chupármela.

En el cerebro de Luciana se activó otra de las consignas grabadas por la doctora Mónica mediante la hipnosis y dijo:

-Soy una perrita obediente y servicial.

El juez rió nerviosamente, excitado y sintiendo que su verga empezaba a reaccionar incluso antes de meterla en la boca de la putita.

-Se la vas a chupar a mi esposo y yo te voy a chupar a vos esa linda conchita que tenés, zorra. Te voy a dar el mejor orgasmo de tu vida de puta. –prometió la vieja.

Ya Luciana estaba en cuatro patas y con la boca abierta, mirando la pija semierecta del viejo. Un segundo después la estaba chupando y su sensación fue de intenso placer cuando la sintió ponerse bien dura. Se puso entonces a lamer y a chupar con entusiasmo, cada vez más más excitada y más aún cuando Eloísa, que se había tendido de espaldas entre sus piernas, empezó a trabajarle la vagina con la lengua y los labios. El juez temblaba arrodillado ante la pichona que chupaba y lamía con los ojos cerrados. La vieja chupaba la conchita y a la vez estimulaba el clítoris con dedos sabios y Luciana se estremecía presa de una calentura cada vez más intensa. Por fin la cachorra alcanzó un fuerte y larguísimo orgasmo con una abundante eyaculación que Eloísa bebió hasta la última gota mientras oía el rugido animal que su marido profería al acabar. La jovencita terminó de beber el semen y cayó de costado respirando agitadísima con el juez derrumbado y jadeante arriba de ella. Poco después los tres dormían otra vez y ya no despertarían hasta bien entrada la mañana, cuando Luisa, siguiendo las reglas de la mansión, llamara a la puerta.

……………

Al mediodía ya el matrimonio se había ido, luego de compartir un café con Emilia en el saloncito y abundar en elogios de Luciana, “una puta perfecta”, como la definió el juez.

Al quedar sola la proxeneta llamó a Elba.

-Contame sobre la yegua. –pidió.

-Está hecha un trapo, señora. Tirada en el camastro y supongo que agotada por la sed y el hambre, Luisa la escuchó gruñir bajo la mordaza un par de veces de madrugada. Tiene las pinzas en los pezones y el culo y los muslos marcados por la paliza que le di antes de encerrarla. Hace un rato fui a verla. Está demacrada, ojerosa y cuando me vio intentó incorporarse y me miraba con los ojos muy abiertos, desesperada.

-Y vos disfrutando seguramente.

Elba rió entre dientes:

-Y, sí, señora, me conoce muy bien.

-Claro que te conozco. Sos muy sádica pero si no lo fueras no me servirías. Y decime, ¿hubo llamados a su celular?

-Varios de ese Rolando, el empleado de la inmobiliaria, y dos de su hija. El tipo le dice que apareció por el local la madre de Luciana, muy angustiada. Parece que estuvo en la comisaría y allí le dijeron que siguen buscando a la hija pero que no tienen novedades.

-Jejeje… Bueno, ahora andá y ya sabés, la yegua sigue con el ayuno y esta noche a las diez me la llevás a mi dormitorio.

-Así será, señora. –dijo el Ama de llaves y se retiró dispuesta a seguir gozando del placer que le daba maltratar a Graciela.

(continuará)