El calor era insoportable

Una amiga viene a casa. Mi marido ni se entera. Vino, hachís, risas. Todo real al 100%. Le dejo que lo cuente él.

El calor era insorpotable, llevábamos días soportando un bochorno exagerado. ¡Vaya unas vacaciones! Tantos meses esperándolas y apenas si podía disfrutar de ellas. Tenía la apatía subida de tono. Nada me gustaba, nada quería. Maldito calor. Ni siquiera Ana me daba excusas suficientes como para subirme el ánimo. Tampoco la libido.

Recuerdo que sólo el ir a la playa y meterme en el agua de lleno, me hacía un poco más feliz. Eso y el chiringuito –con su cervecita fresquita-. Ah! y las tías. Vaya pedazo de hembras que se ven en la playa. Marcando culito, con sus pechos perfectamente morenos, perfectamente turgentes, perfectamente provocativos, continuamente diciéndome: ¡cómeme!

Pero era llegar a casa y ¡zas! Maldito calor. No teníamos suficiente dinero para comprar un equipo de aire acondicionado. De hecho ese fue el motivo por el que nos quedamos en casa en vacaciones. Puto dinero. Si además añadimos que también era vacaciones para las niñas, ni que contar ese idilio que tuve con mi mente imaginando las vacaciones perfectas. La pequeña todo el día pegada a la tele. La mayor al ordenador. Si por un casual, después de la playa se me hubiera levantado el ánimo, al llegar a casa tenía que pedir número para poder tener un ratito a solas con mi queridísima. Porque era entrar por la puerta y nuestros dos engendros empezaban a amenazarla, someterla, requerirla

Aquella noche. La cuarta de mis pequeñísimas vacaciones, jueves, Ana mandó a las niñas al cine. – Cariño, estamos solos… y quiero que continuemos así hasta la semana que viene. ¡Joder, ya había ‘consumido’ cuatro días. Sólo me quedaban once… y volvería de nuevo a aguantar al atontado de mi jefe y ¡peor! al tontísimo de su hijo. De repente, ¡Vete a la ducha y límpiate muy bien, pero que muy bien, que pienso comerte entero! ¡Que llevas, ya, cinco días sin tocarme!. Por cierto, tus suegros las recogen del cine y se las llevan una semana a Zamora.

Ana, antes de la ducha, preparó un porro. Sacó vino y unos canapés. El hachís empezaba a hacer efecto. No me lo creía. Solos. Y fumaos. Nada más que pensar el polvazo que íbamos a echar. Joder… ¡una semana solos, solitos, solos! Música, de la buena. Don Joaquín (Sabina) cantaba como nunca. ¡Que conciertazo el de Abril 2002! ¡En Jaén! Su tierra. Se vació. El DVD después del hachís y la cerveza era uno de los mejores inventos.

El agua de la ducha ardiendo a pesar de Agosto me estaba sentando a las mil maravillas. El porro ayudaba. Entre el chapoteo del agua, el ruido del infernal calentador y ese pedazo de Sabina de fondo, adiviné a Ana que me gritaba desde el comedor: ¡Sal desnudo que te voy a comer ahora! Salí de la ducha, decidido. Me había estando tocando la polla en la ducha, lo justo para tenerla dura, enorme para mi amada.

Llegué al comedor, todavía con el agua chorreando por el cuerpo. ¡Me cago en la puta! ¿Qué mierda es esto? Ahí estaba Aurora, íntima de mi mujer, llorando porque su marido le acaba de decir que era una burra al suspender por cuarta vez el carné de conducir. La cara de Ana era un poema. -¿Pues no te acabo de decir que no salgas desnudo, que ha venido Aurora? Cuando le dije lo que yo había entendido, ambas se pusieron a reir de puro nerviosismo ante la situación que les estaba regalando.

¡Pedazo de polla que tienes, Juan! Fue lo primero que acertó a decir Aurora. Me puse rojo como un tomate. ¡Vístete, si no quieres que me tire a por ti como una loba! me dijo Ana. Entré en el dormitorio todavía incrédulo por la situación, pero a la vez empalmado como cuando tenía dieciocho. Mientras me ponía un bañador y una camiseta, mi cabeza no paraba de dar vueltas a la escena. Dios, si realmente existe, haz que se cumpla ese deseo que todos los hombres tenemos.

Aurora se quedaba a cenar. Imposición de mi mujer. Me senté en el sofá y me disculpé por lo acontecido. Más Risas. Acababa de darme cuenta que Aurora se estaba haciendo otro porro y empezaba a darle al vino. ¡Hoy no quiero que estés depre! le dijo mi mujer, o sea que ya hablaremos tú y yo a solas. Ahora, diviértete con nosotros y a tu marido que le den por culo.

Seguimos con la segunda botella de vino que mezclado con el hachís hacía que la atmósfera creada hiciera mella en nuestros sentidos, llegando al relax y confianza suficiente para que la lengua fuera más rápida que nuestros pensamientos, diciendo cosas casi sin pensar, ayudados por lo que todo que dijéramos se quedaría en secreto, al ser fruto de la borrachera que estábamos alcanzado.

A pesar de todo eso, Aurora seguía un poquito tensa. Hasta que Ana le dijo que aquella noche se quedaría a dormir. Aprovechando que las niñas estaban con los abuelos, había sitio de sobra y además, así, preocuparía a su marido, para a ver si de esa forma se mostraba más cariñoso y comprensivo con ella para dejar alguna vez de ser ese hijo de puta egoísta.

Una de las veces que me levanté a por más vino, al regresar las encontré hablando bajito y muy centradas en la conversación. Cuando me acerqué, saltaron como un resorte. ¿Qué pasa? les pregunté. Nada que Aurora se ha quedado pasmada al ver tu cuerpo desnudo. Ya, bueno, si ya me lo ha dicho antes. Entonces Aurora dijo: ¡tu polla es enorme, ya te lo he dicho, pero lo que me ha dejado alucinada es tu pecho, todo depiladito, debe saber riquísimo! ¡y el culo, nena! dijo Ana. ¿Te fijaste en el cacho de culo que tiene mi macho? ¡Parece de calendario! De repente las dos empezaron a aplaudir y a reirse como dos borrachas, vociferando como camioneros: ¡Guapo! ¿Cuánto quieres por dejarme ver de nuevo ese culo, ese pecho perfecto y ese miembrazo viril que gastas? dijo Aurora con los ojos totalmente desorbitados. Eso, eso, cariño ¿Qué quieres por darnos una alegría a la vista?

Pero ¿qué pasa, acaso soy un trozo de carne con ojos?. Aurora se levantó después de guiñarle un ojo a Ana. Se vino hacia mí. Puso sus tetas sobre mi pecho y me plantó un beso en la boca, mientras agarraba mi cintura apretando sus pubis en mi ya erecto pene. Anda, ¡por fa! quiero volver a verlo… Ana le siguió, se puso detrás de mí y susurrándome al oído, dijo: ¡Cariño, hazlo por mí!

Las aparté, hice que se sentaran juntas en el sofá y le dije que si eso era lo que querían, que les iba a hacer un streeptease, pero con algunas pequeñas condiciones. Ellas habían empezado y yo estaba dispuesto a aprovecharlo.

Primero, a la vez que yo os vaya enseñando una parte de mi cuerpo, vosotras tenéis que hacer lo mismo, pero debe ser la una a la otra la que le quite la prenda. De esa forma, vosotras disfrutáis viéndome y yo también. Se miraron, me miraron. Nadie decía nada… ¡Por mí de acuerdo dijo Aurora!

Entonces, Ana se quitó la blusa y la falda, quedándose en bragas y sujetador. Aurora, se quitó el vestido, mostrando un conjunto de ropa interior de encaje, blanco, con tanguita.

Segunda y última condición. Cada vez que os enseñe una parte de mi cuerpo, tenéis que besarlo. ¡Empieza ya y déjate de tantos sermones, machote! Me gritó mi mujer. Busque su aprobación con la mirada. ¡Que sí pesado, lo que tu quieras, pero empieza de una puta vez! me gritó Aurora.

Cambié la música, puse una más lentita. Añadí vino a sus copas y me metí en la habitación. Salí enseguida con unos vaqueros gastados de los que marcan culo y una camisa de manga larga, a pesar del calor. Empecé a bailar delante de ellas, moviéndome lo mejor que podía. Intentaba hacer movimientos sensuales. El hachís y el vino ayudaron bastante, además porque al estar ellas en la misma situación, las torpezas se notarían menos, al menos eso pensaba.

Empecé por desabrocharme los botones de la camisa, despacito, uno a uno, pudiendo ver como los ojos de Aurora, me comían, centrándose en mis pezones (chiquititos pero erectos). Tiré la camisa y me puse delante de ellas, de rodillas. Ana fue la primera que acercó su boca sobre mi pezón izquierdo. Sacó la lengua, recorriéndolo en círculos. Aurora me miró directa a los ojos y pasó sus manos por detrás de Ana, desabrochándole el sujetador, apareciendo de inmediato las tetas de mi mujer. Siguió con sus manos hasta que las apoyó sobre mi pecho. Hundió su cara en él, recorriendo suavemente con su lengua, hasta llegar donde estaba la boca de mi mujer. Tenía dos lenguas de calientes mujeres sobre mi pezón. Mi polla explotaba dentro de los vaqueros. Ana sin dejar de chuparme, metió sus manos por debajo del sujetador de Aurora, dejando sus tetas al aire, puesto que este tenía el cierre en la parte delantera.

Me levanté como pude y ví sus caras. Jamás podré olvidar esa imagen. Acababan de comerme a duo los pechos y lo que es más tenían, la complicidad y el relax de saber que lo mejor estaba por venir.

Desabroché los botones de mi pantalón, delante de sus caras. Moví las caderas para ayudar a que fueran cayendo al suelo. Allí les apareció delante de sus miradas mi polla tan enorme, larga y dura como yo jamás antes la había visto, todavía escondida en mi tanga. Tal fue el tamaño que alcanzó que sobresalía la punta. Todo el capullo se me salió por la parte superior. Me di media vuelta y les mostré el culo, con el elástico del tanga entre mis nalgas. No las veía pero podía imaginarlas. Las dos a la vez se fueron a por mis cachetes. Uno para cada uno. Hasta que, supongo que sería ella, mi mujer, apartó la tira, metiendo su lengua hasta lo más dentro de mi culo y la movía. Joder como la movía. Luego, noté una segunda lengua, menos hábil pero igual de placentera.

Volví a darme la vuelta y el espectáculo fue supremo. Ana se puso de rodilla delante de Aurora y le bajó la tanga, agarrándola por los lados. ¡Qué coño, madre mía! Depilado, cuidado, rosita, hinchado por la excitación. Casi perfecto. Digo casi, porque perfecto el de mi mujer. Gordo donde los haya y un sabor y olor, insuperable.

Aurora se volvió a Ana y le metió la mano dentro de la braga. Empezó a pajearla muy despacito. A Ana se le escapó un gritito. Después de un solo golpe, bajó la bragas, dejándolas hechas un ovillo. Apareció el coñazo de Ana, con gotitas entre los pelos, de la lubricación instantánea tras el roce de su amiga.

Se juntaron más y tenía frente a mí dos caras preciosas de dos mujeres maravillosas esperando el punto final. Me bajé el tanga todo lo despacio que pude, liberando ¡por fin! la polla de su aprisionamiento. Se quedaron mirándola, como adorándola. Aurora miró a Ana, como pidiendo permiso. Se la metió en la boca y comenzó a soplar. Joder, era increíble. Ana me miró. Mi polla estaba en la boca de su amiga y Ana me miraba con una cara de vicio que nunca antes había visto. Seguía Aurora moviendo su cabeza rítmicamente, cogiendo el capullo entre sus labios, para no dejarla escapar. Ana metió su lengua entre mis huevos, primeramente, hasta que buscó la hinchada cabeza de mi nabo. Recorrían de arriba abajo y de abajo arriba. Se morrearon con mi capullo entre sus bocas. No aguantaba más. Llevaban casi diez minutos. No pude sino que acelerar la respiración. Que bien lo comprendieron al unísono. Se apartaron lo justo, para que Ana, cogiéndome la base empezara a masturbarme deprisa, hasta que un manantial de leche les recorrió sus caras. El primer chorro le cayó a Ana. Los siguientes fueron para Aurora, puesto que mi mujer era quien dirigía la dirección de mi corrida al no haber soltado la polla.

Jamás nunca antes me había corrido así. Después de eso, seguía con la polla como una barra de hierro. Delante tenías dos caras completamente cubiertas de semen, con las boquitas abiertas y sus lenguas juguetonas comenzaron a limpiarse la una a la otra. Mi mujer recorría la cara de Aurora con avidez, parándose en cada punto, bebiéndose la leche que le había soltado. Aurora simplemente se pegaba a ella para volver a tener la cara llena.

Aurora se quedó con nosotros todas las vacaciones. Follamos de todas las formas posibles durante los tres días que no estuvieron nuestras hijas. Por todos los lados. Dormíamos juntos. Ni caso al asqueroso de su marido. De hecho se divorció a los dos meses. A veces, ellas hacían números lésbicos. Salíamos juntos. Otras veces las dejaba solas y cuando llegaban a casa me contaban que habían follado con chicos jóvenes y muy bien dotados. Pero eso, en todo caso, les correspondería contarlos a ellas.