El Calor de la Costa

Una joven esposa insatisfecha encuentra el verdadero placer con la persona menos esperada.

COSTA CALIENTE

Por un descuido, me embaracé joven y mi novio y yo tuvimos que casarnos, debido a la presión social. No nos llevábamos muy bien, sin embargo llegamos a tener dos hijos.

Mauro, mi esposo, tenía ya 26 años y yo tenía 23. Teníamos dos hijos (el mayor de 6 años y la pequeña, de unos cuantos meses). Nuestra vida sexual no era gran cosa, ya que Mauro no gustaba de hacerlo más de unas dos veces por semana, el acto no tardaba más de unos diez minutos y, apenas eyaculaba, se quedaba dormido.

Corría la primavera del año pasado, cuando en la compañía donde Mauro trabajaba, lo enviaron a inspeccionar una planta agroindustrial, ubicada en una ciudad provinciana, de una apartada región de la costa.

Me sentía cansada y aburrida de la rutinaria vida que llevaba, así que para cambiar de ambiente, decidí acompañarlo, llevando a la pequeña, a quien daba de mamar. Mis hijos mayores se quedron con mi suegra. Al fin y al cabo, estaría de vuelta en un par de semanas.

Nos hospedamos en un hotelito modesto, no por falta de dinero, sino por falta de alojamiento adecuado. Era un sitio sin lujos ni mayores comodidades, atendido por un administrador, que desde el primer momento me disgustó. Era un hombre bastante obeso, velludo, calvo y maloliente, con aspecto sucio. Tendría unos 55 años y me daba asco nada más verlo. Siempre vestía casi igual, en camiseta sin mangas o con una camisa que no se sabía si era gris o beige, abierta a la altura del ombligo, porque ya no le cerraba. En su pecho mostraba una mata de vello canoso, que me repugnaba. Los pantalones estaban remendados y sucios y por detrás de la cintura le asomaban sus calzoncillos, que en su día habrían sido blancos. Usaba siempre unas sandalias y su calva estaba provista de algún poco pelo, canoamarillento. Era un individuo repelente y descuidado, que desde el primer momento, me miraba con insistencia, sin importarle si mi marido estaba presente.

Lo que creí sería interesante, se fue transformando en un período de mortal aburrimiento. Mi esposo me dejaba sola durante largas horas y no había en aquel pueblo lugar alguno donde entretenerme.

Como dije, era primavera y mi cuerpo estaba lleno de sensaciones y deseos, que yo solo podía satisfacer, a medias, mediante la masturbación. Mauro salía muy temprano y regresaba hasta altas horas de la noche, muy cansado. Por tanto, el sexo entre nosotros era casi imposible.

Una tarde, después de comer, regresé a mi habitación. La niña se había dormido y yo, abrumada por el infernal calor de la costa, abrí la ventana para respirar un poco de aire. Me acosté en la cama y poco a poco, comencé a frotarme el clítoris. En pocos momentos, estaba ya embarcada en una furiosa masturbación. Mis dedos se frotaban contra mi clítoris y la excitación crecía en mí. Me metía los dedos entre la vagina y hubiera deseado tener un consolador conmigo. Tras un rato de aquellas caricias, el orgasmo arribó.

Al aplacarse mi agitada respiración, volví a ver hacia la ventana y, horrorizada, descubrí que el administgrador del hotel, aquel viejo que me repugnaba, me estaba observando desde la ventana de enfrente.

Me levanté rápidamente a correr la cortina, mientras el viejo me miraba fijamente con una sonrisa maliciosa. Abrumada por la vergüenza, permanecí varias horas encerrada, hasta que finalmente, decidí bajar al comedor a tomar algo frío.

Bajé los escalones hacia el primer piso y, para mi sorpresa, me topé con el portero, que inmediatamente me sonrió con lascivia. No se hizo a un lado y se quedó ocupando toda la escalera, para que, al pasar yo, a fuerza le rozara al bajar. Él me preguntó por mi marido y le dije que llegaría muy pronto.

Al pasar, le di la espalda y sentí asco al percibir el roce de sus partes sobre mis nalgas. Noté que su cuerpo se apretaba contra mi culo y, para mi sorpresa, sentí unos dedos gordos y torpes sobarme por encima del vestido. Me quedé sin respiración y llena de ira. ¿Cómo había osado hacer una cosa así aquel vejete?

Sentí un asco horroroso y escapé de allí. Fui hasta el comedor y rogué a Dios no volver a encontrarme con él, a la vez que pedía que mi marido volviera pronto. Pero no fue así. Por el contrario, recibí un telefonema de Mauro, diciéndome que había problemas y tendría que quedarse toda la noche.

Di de comer a la niña, que afortunadamente se quedó dormidita, me coloqué algo muy liviano por el calor y me dispuse a acostarme. Entonces, escuché que llamaban a la puerta. Era el administrador del hotel. Olía a vino y me preguntó por mi marido.

No supe que responderle y él me sonrió, a la vez que no quitaba los ojos de mi cuerpo, especialmente de las formas que se adivinaban de mis pezones, a través de la delgada tela.

  • Ese hombre es un estúpido -dijo con la voz cargada de lujuria, refiriéndose a mi esposo-. Si yo tuviera una mujer como usted, no la dejaría ni a sol, ni a sombra.

Nerviosa quise deshacerme de él, pero no se movía y no me permitía cerrar la puerta. Avanzó y, sin que yo pudiera evitarlo, me tomó en sus brazos. El hombre olía a demonio, algo asqueroso, mezcla de licor y sudor.

Apoyé las manos sobre los vellos de su pecho, haciendo fuerza para tratar de separarme, en tanto él hacía fuerza para atraerme hacia sí. Tenía más fuerza que yo y él ganó.

Me acercó sus labios y trató de besarme. Volví la cara para otro lado y sus labios se predieron de mi cuello. Comenzó a lamer mi piel y, con una mano, me tocó una teta, por encima de la tela, mientras posaba la otra en mi nalga.

Aquello era demasiado. Un tipo de lo peor, me estaba metiendo mano y pellizcaba mis pezones, al tiempo que, al apretarse más contra mí, me hacía sentir un bulto enorme, cada vez más gordo, en mi entrepierna.

Me sentí llena de angustia y de miedo pero, para mi sorpresa, una excitación para mí desconocida, comenzaba a apoderarse de mi cuerpo.

Ya no podía más. El hombre restregaba su bulto contra mi pelvis y ello me hacía sentir más y más cachonda. Era sólo cuestión de tiempo para que yo cediera y el muy desgraciado, lo sabía. Despues de todo, me había visto masturbarme.

Me miró con lujuria y con su voz aguardentosa, me dijo:

  • Se nota que tu marido te tiene muy abandonada y que estás urgida. Deja de resistirte y yo te daré todo lo que necesitas.

Se abalanzó contra mí, apoyándome contra una de las paredes, me metió la lengua en la boca y habría vomitado si no hubiese sentido sus dedos trasteándome la vulva y el clítoris palpitante. En vez de ello, comencé a jadear como una puta cualquiera y comencé a entregarme a sus sucias caricias.

Estaba babeando, jadeando y rojo de la excitación. Rápidamente cerró la puerta de la habitación y volvió a besarme y toquetearme las tetas. Sudaba como un pollo y gemía como un cerdo, intentando ponerme su verga entre las piernas, pero no podía, a causa de la barriga. Se detuvo y casi me arrastró hasta la cama. Se sacó el pene y me lo mostró con un gesto de orgullo.

Era una verga gorda, larga y muy dura. Tendría unos 6 cm de grueso y unos 24 cm de largo. ¡Nada comparado con los 15 cm de mi marido!

El espectáculo era asqueroso, pero no podía quitarle la vista de encima.

  • ¡Tocala! -ordenó.

Con mucha vacilación, alargué mi mano y, obedeciendo, la toqué y sentí aquella verga inmensa, al rojo vivo. Una extraña sensación, mezcla de miedo, asco y excitación, se apoderó de mí.

Sin soltarme, siguió tocándome y besándome, con una lengua llena de babas, repugnante. Me chupaba las tetas por encima de la tela y, de pronto, de un mordisco, rasgó con sus dientes la prenda, dejando mis senos al aire.

Mis pesones estaban duros y erectos. Me mamaba los senos y comenzó a succionar la leche que le daba a mi hija. El deseo se estaba apoderando de mí y él lo notó.

  • También tú tienes ganas, ¿verdad? -me dijo, al tiempo que me ensalivaba los pechos.

No sabía cómo reaccionar. El hombre me daba asco, pero a la vez, deseaba sentirme amada, acariciada, mamada... ¡cogida!

Con movimientos rápidos y torpes, me quitó toda la ropa, dejándome desnuda. Se quitó la camisa, los pantalones y los sucios calzoncillos, que a la legua se veían que tenían mucho tiempo de no lavarse.

Comenzó a acarciar todo mi cuerpo, especialmente mi clítoris. Yo estaba ya desnuda, en sus brazos, pero realmente no deseaba resistirme más y comencé a dejarlo hacer. De pronto, pensé que era una entregada, una ofrecida y muy puta. Quise resistirme de nuevo, pero él no me lo permitió y, agarrándome por la cabeza, me obligó a mamarle la verga.

Lo que sentí, no puedo ni relatarlo. Esa verga olía mal y, tenerla en mi boca, me daba náusea. Pero, aunque me soltó la cabeza, no traté de sacar ese miembro de mi boca. Su verga era tan grande y gruesa, que se me dificultaba mucho tragarla. Sin embargo, lamí, chupé y mamé. Nunca había tenido algo tan grande en mi boca.

Él gemía y bombeaba dentro de mi garganta, como un émbolo. De pronto, empezó a jadear y, agarrándome firmemente de la cabeza para que no pudiera retirarme, eyaculó, llenándome la boca con su esperma.

Me pareció algo asqueroso, pero tragué. Me hizo seguir lamiendo y, en muy poco tiempo, noté que se le ponía dura de nuevo. Tiró de mis piernas y me las subío a la altura de sus hombros, se subió la barriga y me rozó la vulva con el glande. Me daba asco, pero al sentirlo, no pude más y me corrí.

Me miró con lascivia y sonriendo, me dijo:

  • Ahora sí, mi rica. Te voy a meter la verga y vas a sentir el mayor placer que has tenido en tu vida.

Volvió a acariciarme con el glande y volví a sentirme mojada del gusto. De pronto, lo sentí. Su enorme verga estaba penetrando en mí.

  • ¡Noooo! -grité horrorizada, pero presa del deseo.

Entonces, él puso la cabezota de su pene en mi sexo y, de un solo empujon, me la metió hasta la mitad. Sentí que me estaba partiendo, pues era demasiado gruesa. Empujó otro poco y, de un golpe, sus enormes testículos peludos golpearon mis nalgas. Una sensación de ahogo me invadió y, entonces, sin miramientos, sus ásperas manos agarraron mis tetas.

Él me susurró que me tranquilizara y comenzó un metesaca que me hizo perder toda voluntad de resistirme. Su pene entraba y salía cada vez más rápido y fuerte, sus huevos hacían ruido contra mi culo en cada embestida. Jamás había sentido tanto gusto en mi cuerpo. Mauro nunca me había cogido así.

Comenzó él a sacar y meter su pene, arracándome gritos de placer al sentir las paredes de mi vagina rozadas por ese trozo de carne. Para colmo, hizo que mis piernas se juntaran, haciendo que su miembro se sintiera aún más inmenso.

Yo temblaba, gemía y abría más las piernas, quería sentir toda su verga dentro de mí. Los orgasmos se sucedían en mi cuerpo, uno tras otro y, muy pronto, me sorprendí a mí misma gritándole:

  • Dame más, papito... ¡Dame más!

Y era cierto. Yo quería más. Cada bombeo me daba mucho gusto y mi cuerpo estaba rebosante de placer. Un orgasmo arrollador, el más grande de mi vida, me sobrevino en aquel momento y grité como poseída por el demonio.

Vi entonces que mi nenita tenía los ojos muy abiertos y, con sorpresa e interés, estaba viendo mi posesión. Ya no me importaba nada, mucho menos el olor a sudor, y el tufo a vino de aquel hombre. Él se movía tan exquisitamente, que me hacía sentir un enorme placer con su penetración.

Su verga me entró hasta el fondo y luego salió hasta la cabeza. Nunca me habia sentido tan profundamente penetrada. Las paredes de mi vagina, se contrajeron como quieriendo atrapar ese pedazo de carne. Entonces, me preguntó:

  • ¿Tu marido te coge así?

Confundida, pero muy caliente, le respondí:

  • No papito. Tú si eres un hombre de verdad... un verdadero macho. - ¿Te gusta? - ¡Síiiiiii! ¡Dame más, papito! ¡Dame máaas!

Los orgasmos me asaltaban uno tras otro en forma despiadada. Eran tan intensos y contínuos, que me volvían loca.

  • ¡Dale papito rico! ¡Párteme en dos!

Él siguió con el bombeo atroz, por más de diez minutos. Sentí su verga salir completamente de mí y, al entrar con fuerza de nuevo, percibí que se hinchaba y un chorro caliente , un mar de leche me inundó muy adentro, haciendo que me corriera nuevamente con él. Sus chorros eran interminables; mis manos dejaron de sujetarse del colchón y me abracé a él. Mi boca buscó la suya y lo besé ardientemente.

Se tiró encima de mí, aún jadeando y con los ojos en blanco. Babeaba y tenía la boca entreabierta. Me lamió toda pero yo, lejos de sentir asco, ya era suya del todo.

Me sacó la verga y yo me apresuré a limpiarla con mi lengua. Nos quedamos tendidos, juntos en la cama y apoyé mi cabeza sobre su pecho. Su mal olor ya no me caía mal. Después de todo, yo había retozado como una puta entre sus brazos y olía tan mal como él. Mi cuerpo era totalmente suyo.

Entonces le confesé que nadie me había hecho gozar nunca como él. Me dijo que se llamaba Estéban y que era divorciado dos veces, porque sus mujeres no habían podido seguirle el paso en la cama.

Conversamos un rato y volvimos a hacer el amor. Luego, me quedé dormida entre sus brazos. Cuando desperté por la mañana, Estéban ya no estaba a mi lado.

Pensé entonces en lo sucedido y sentí mucha vergüenza, por haber engañado a mi marido en los brazos de un viejo sucio y maloliente. Me levanté a tomar una ducha y, al sentir el cosquilleo del agua escurriendo por mi piel, no pude menos que masturbarme, recordando lo vivido la noche anterior.

Ya limpia y seca, di de mamar a mi niña, que se había portado muy bien no interrumpiendo a su madre en sus puterías y bajé a desayunar. Desde lejos, vi a Estéban y sentí un cosquilleo en mi entrepierna. Sabía que si Mauro no regresaba pronto, volvería a ser de aquel hombre.

Más tarde, en mi habitación, recordaba el revolcón con Estéban y, de tan solo recordarlo, mi rajita se mojaba. ¿Qué me estaba pasando? Luego de pensarlo, llegué a la conclusión: Aquel hombre me había dado lo que yo siempre había deseado. No pude dejar de pensar en el episodio anterior sin que me mojara toda. La situación era asquerosa, pero no me podía resistir.

Reflexioné largamente y me di cuenta de que Mauro ya no me apetecía. No quería regresar a su lado, no quería regresar a casa. Lo único que me importaba, en realidad, era revolcarme con Estéban y coger con él a todas horas. Pasé largo rato pensando en él y deseando que viniera a verme.

A media mañana, aprovechando que mi hija se había quedado dormida después de mamar y no había nada que me detuviera, decidí bajar a la habitación de Estéban, que vivía en un apartamentito anexo. Llamé a la puerta y vino a abrirme. Estaba sobrio, pero olía tan mal como de costumbre. Me hizo pasar con una sonrisa de satisfacción. La casa estaba muy desordenada, llena de ropa sucia por el suelo y olía a pocilga pero a mí me daba ya igual.

Apenas cerró la puerta, me acerqué a él y me eché en sus brazos. Comencé a besarlo y me llevó al dormitorio. La cama estaba desecha y las sábanas, amarillentas, pero a mí nada me importaba. Se me había ido la cabeza la calentura. Poco a poco nos fuimos desnudando. Olía mal, pero comencé a lamerle todo el cuerpo, no dejando un centímetro de su piel sin acariciar con mi lengua. Gemía con su voz ronca y aguardentosa, al tiempo que me preguntó:

  • ¿Te gusto, verdad nenita? - Sí, papito. - ¿Me deseas? - Sí, papito rico.

Aquella lengua gorda y viscosa jugueteaba con mis pechos y con mi propia lengua, sin ningun tipo de pudor. Le ofrecí mi vulva, con las piernas bien abiertas, y él se agachó a mamarme, lamerme, chuparme el clítoris. Su lengua gorda y babosa se abría paso entre las paredes de mi vagina, en tanto yo me retorcía de placer y gemía con fuerza. Estaba al borde de correrme cuando de pronto paró.

Busqué con mis propias manos aquella verga que tanto ansiaba y la tuve tiesa, desafiante, toda para mí y sin dilación me la metí en la boca y mamé de forma golosa. Los dedos del hombre buscaban mi clítoris hambriento y yo me abrí aún más de piernas. En ese momento, supe que, irremediablemente, era su mujer.

Se tumbó en la cama y me hizo ponerle mi vulva en la boca, de esta forma yo podría comerle la verga cuanto me diese la gana. Me encantaba sentir aquel bocado tan magnífico dentro de mi boca. El me decía que me la tragara entera pero, como no me cabía en la boca, me costaba mucho ensalivarla por todo lo largo y ancho. Mientras tanto, mi vulva estaba abierta completamente, y su lengua entraba y salía de mi vagina, como si me estuviera cogiendo.

Yo estaba en las nubes y me corrí en su boca varias veces pero, cuando noté que jadeaba fuertemnte y su verga comenzaba a palpitar, le supliqué que me la metiera. Estéban me levantó de encima suyo y me colocó bocarriba, abriéndome bien las piernas que yo, a mi vez, levantaba para facilitar más el contacto. Levantó su barriga y su verga hirviendo hizo contacto con mi vulva, haciéndome vibrar de emoción y gusto. Lentamente, me fue penetrando, haciéndome gritar de placer y me corrí otra vez. Qué gusto sentía al tener aquel trozo de carne que me llenaba entera.

Lloré de felicidad. Los orgasmos me sucedían uno tras otro. No quería que ese momento se acabara jamás, y grité:

  • ¡Oh, qué riiiico!

Entonces comenzó el vaivén en forma poderosa y casi sobrehumana. Estéban no paraba de cogerme y yo, entre jadeos, gritaba:

  • ¡Más, más, dame máaaas! ¡No pares, por favor, papiiito! ¡Dame más!

Su verga iba y venía mas duro y fuerte. Nunca pensé que esa sensación exisitiera, eso era lo que siempre había deseado y soñado, y ahora fué mucho mejor que la primera vez, porque ahora no me resistía y me dedicaba a gozar.

Perdí la cuenta de mis orgasmos. No sé cuánto tiempo pasó, pero me sentí vacía cuando, de pronto, me la sacó. Me dió media vuelta y me puso en cuatro patas en el borde de la cama. Mis tetas colgaban como campanas y él, desde atrás, me las pellizcaba muy fuerte, casi haciéndome daño. Se situó tras de mí, de pie en el suelo y volví a notar su verga en la puerta de mi raja, llena de flujos vaginales.

Me agarré a la almohada cuando me metió la verga y de nuevo, me sentí plena. Me estuvo cogiendo durante un buen rato, al tiempo que su dedo medio, lubricado en mis propios jugos, se abría paso en mi culo.

Mauro nunca había intentado nada en ese agujero, y aquello me hizo sentir más excitada. De pronto, me sacó la verga de la vagina y noté el glande en mi culito, al tiempo que sus dedos me abrian la vulva y me seguían masturbando sin parar.

Su verga enorme se abrió paso de un solo golpe en mi culo. ¡Grité! Me dolió muchísimo y lloraba de dolor, aunque el ser salvajemente masturbada, mitigaba gran parte de la tortura.

  • ¡Tranquila! -me dijo-. Ya verás que el placer será maravilloso.

Y así fué. Primero despacio, suave, moviendo su verga con dulzura, luego mas aprisa. Sus dedos seguían masturbando mi clítoris y mi culo se moría de gusto con los apretones de su pene, con movimientos cada vez más rápidos y salvajes.

En una embestida brutal, sentí que el viejo me llenaba el culo de leche, me bombeaba como si me taladrara, entre jadeos, tembloroso, me pellizcaba las tetas y el culo intermitentemente y me corrí casi a la vez con él.

Me sacó la verga del culo y caí de bruces contra la cama, cansada y dolorida, pero feliz, saciada y plena. Pero él no acabó ahí, me metió la verga en la boca y pude comprobar que aún la tenía dura como el acero. Se tumbó en la cama y me obligó a sentarme encima de aquel falo inmenso, siendo yo ahora la que lo cabalgaría. Su incansable virilidad me puso excitadísima y moví el culo buscando mi propio placer, buscando aquella verga que me entraba toda y casi podía sentir que me saldría por la boca.

Lo cabalgué durante un buen rato y cuando estaba a punto de correrme otra vez, me sentí llena de leche de nuevo. Caí sobre él que no paraba de besarme y me preguntó:

  • ¿Te gustó, mi nena? - ¡Me encantó, papito! ¡No me niegues tu verga nunca! -y de esta manera, me quedé dulcemente dormida entre los brazos de mi garañón.

A media tarde, Mauro regresó. No podía verlo a los ojos. Me sentía mal, pensaba que lo había traicionado, a él y a mis hijos pero, por otra parte, mi cuerpo me pedía más de aquel placer.

Casi no quería hablar con mi marido y me limitaba a responderle con monosílabos. Como él tampoco era muy comunicativo, creo que no sospechó nada.

Tenía que pensar mucho. Tenía que decidir lo que sería mi vida de ahora en adelante y estaba convencida, de que apenas regresáramos a casa, me separaría de Mauro, sin importar las consecuencias.

En la noche, bajamos a cenar al restaurante del hotel. En un rincón, estaba Estéban. Yo me sentía nerviosa y trataba de rehuir la mirada de ambos. De reojo miraba a Estéban y vi que estaba tomando licor en grandes cantidades.

Mauro y yo terminamos de cenar (yo casi no cené, pues no tenía apetito), y regresamos a nuestro cuarto. A eso de las diez de la noche, nos sobresaltó un grito en el patio, abajo de la ventana de nuestra habitación:

  • ¡Chancle estúpido! ¡Bajá aquí si sos hombre!

Era la voz ronca y aguardentosa de Estéban. Inmediatamente supe que la persona a la que injuriaba, el "chancle" (apelativo despectivo que dan las personas de baja condición a los que ven mejor vestidos y educados), era mi esposo.

  • ¡Chancle hijo de puta! ¡Bajá aquí que te voy a matar!

Mauro se asomó a la ventana para ver qué sucedía y vio a Estéban, borracho como una cuba, vestido solo con zandalias y unos grandes calzoncillos sucios, desnudo de la cintura para arriba, que le hacía señas de bajar con la mano izquierda, mientras en la derecha sostenía un machete.

  • ¡Vení a pelear por tu mujer! ¡Te voy a matar y ahora ella será sólo mía! ¡Vení!

Mauro se quedó de una pieza al oír aquellas palabras. Me miró, perplejo, y preguntó:

  • ¿Qué le pasará a este hombre? ¿De qué habla? - No le hagas caso -dije cambiando de colores y esquivando su mirada-, está borracho. - ¡Tu mujer será mía! -gritaba Estéban en el patio-. ¡Vení a pelear por ella, hijo de puta! ¡Cobarde! ¡Poco hombre!

Mauro se veía atemorizado y cerró rápidamente las ventanas, al tiempo que me decía:

  • ¿Qué le pasará a ese imbécil? Probablemente te vio y le gustaste, y ahora que está borracho, viene a desafiarme. ¡Pon el cerrojo en la puerta! -me ordenó.

Abajo seguían oyéndose los gritos de Estéban:

  • ¡Hijo de puta! ¡Falto de huevos!

Mauro apagó las luces y se sentó en la cama, muy nervioso. -Tal vez así se vaya -explicó.

Para ese momento, la encargada del comedor y el joven que hacía la limpieza, junto con una sirvienta, se habían acercado a Estéban y trataban de convencerlo para que depusiera su actitud. Poco a poco se fue calmando y persuadido por ellos, fue bajando el tono. El licor lo estaba venciendo y, finalmente, se dejó llevar hacia sus aposentos.

Mauro tardó mucho en tranquilizarse, pero cuando vio que finalmente todo estaba ya calmado, se acostó, no sin antes decirme:

  • ¡Mañana mismo nos iremos de aquí!

Yo me acosté a su lado y me quedé con los ojos abiertos, en la oscuridad, sin poder dormir. Cuando vi que Mauro estaba dormido, me puse de pie y, tratando de no hacer ruido, salí del cuarto,bajé las escaleras y me dirigí al apartamento de Estéban. Iba a llamar a la puerta, pero decidí probar primero con la perilla de la cerradura. Giró. Estaba sin llave. Abrí la puerta y entré.

El aposento estaba en penumbra y apestaba a sudor y a licor. Me acerqué a la cama y vi que allí estaba Estéban, semi desnudo, con sus grandes calzones sucios, durmiendo la borrachera. Me acerqué más y me acosté en la cama, junto a él.

Allí estaba yo, recostada al lado de ese hombre. Realmente asi, en pelotas, parecia un animal, un oso peludo y roncaba como tal. No podia creer que prefería a ese tipo, maloliente y feo, que me habia poseido a la fuerza, en vez de mi marido.

Estéban dormitaba y yo lo observaba, ese olor a sudor de su cuerpo, ese olor a hombre, ese olor intenso de su sexo, me excitaba. Sus calzoncillos sucios daban un espectáculo lamentable, pero tenía reconocer que me habia hecho gozar, como Mauro nunca lo habia hecho. Entendí que nunca con mi marido, habia explotado de esa manera y no lo haría jamás.

Pensando todas esa cosas, me sorprendi acariciando el pecho velludo de ese macho. Acaricié su panza y me fuí acomodando a su lado, abrazándome a su cuerpo. Me quité el vestido y, asi, completamente desnuda, alcé una pierna y la puse sobre sus muslos. Lo observé, pero esta vez, me dí el placer de acariciar completamente su pecho, sus tetillas. Su piel estaba pegajosa, pero no me importaba. Nuevamente, mi cuerpo comenzó a llenarse de deseo. Mi sexo comenzó a frotarse contra su muslo, mientras mis mano recorria su cuerpo.

Mi mano recorrió el interior de sus muslos y sus inmensos testículos. Luego, mientras besaba su pecho, mi mano ávida de tocar y acariciar, tomó su miembro flaccido y comenzo a masturbarlo. Mientras lo hacia, lo besaba, lo mordia. Fue tal la calentura que fuí adquiriendo, que mi lengua recorrio impúdicamente su axila, apestosa a sudor.

La frotación de mi sexo contra su muslo se fue haciendo constante y me fui humedeciendo, comenzado a reclamar lo que ahora era mío. Besé su barbilla, su cuello, rocé un pezon de mis pechos, contra su tórax. Me encontraba excitada, mis pezones querian reventar, duros y gruesos hasta causarme un delicioso dolor.

Mi mano pajeaba con mayor vehemencia su miembro, pero hacia falta algo más. Entonces, mientras él dormitaba, fuí bajando por su cuerpo, besando, lamiendo, mordiendo. Cuando tuve su miembro a mi alcance, lo observe detenidamente su cabezota. Lo besé, y comencé a chuparlo. Era increíble, me abracé a sus muslos y lo chupé con placer, como queriendo atrapar eternamente en mi boca, ese pedazo de carne deliciosa. Mi mano, apretaba suavemente sus testículos, hasta que me dí cuenta de que comenzaba a despertar.

Sentí su mano en mi cabeza y sus gemidos de aprobación. La verga fue creciendo y se fue poniendo dura. Qué manera de transformarse ese pedazo de carne. En muy poco tiempo, era ya un mástil duro y cabezón, el cual yo chupaba como el más delicioso de los dulces. Lo frotaba en mis mejillas y termine frotandolo contra mis pechos y pezones.

Ya no podia seguir esperando. Le saqué completamente el calzoncillo, hice que se sentara y abrí completamente sus muslos. Recorrí con mi lengua desde el interior de sus rodillas , subiendo por el interior de sus muslos hasta alcanzar esas bolas de hombre, no comparables con las pequeñas de Mauro y las chupé, para luego seguir subiendo por el tronco de su verga, hasta la punta.

Me monté con las piernas abiertas sobre él. Tomé su verga con una de mis manos y la guié a mi vulva. Cuando la sentí, lanzando un gemido del alma, me dejé caer sobre ella, despacio pero constante, hasta sentir que ya habia más que meter.

Con los ojos entrecerrados por el placer de sentirme asi de llena, tomé su cara y la conduje hacia mis pechos. Estaba allí, ensartada, sin moverme, disfrutando como mi hombre me chupaba los senos, arrancándome gemidos intensos, mientras mis manos acariciaban tiernamente su cabeza. Le rogué que succionara mis pezones que, al mirarlos hacia abajo, se veian inmensos y toda una gama de sensaciones me envolvia, cuando su boca los atrapaba.

Mientras él me chupaba de ese modo, apoye mis manos en sus hombros y aun a pesar de su enorme panza, comencé a mover rítmicamente mis caderas de adelante y hacia atrás. Mis jugos, comenzaron a fluir de mi interior. Era exqusita la sensación de moverme de ese modo, mientras él me chupaba eternamente las tetas.

Gimiendo como perra en celo y moviendo mis caderas más rapido, alcancé un orgasmo de locura. Temblé entera y mi cuerpo se puso rigido, mientras mi vagina se contrajo de tal modo, que sus musculos apretaron ese trozoo maravilloso que me poseia.

De mi entrepierna fluían tál cantidad de liquidos, que me dio la impresión de que me habia orinado. Agradecida y caliente, me abracé a él y lo besé apasionadamente mientras sus manos agarraban mis nalgas. Continué moviendome, pero esta vez subia y bajaba y luego cambiaba el movimiento para hacerlo circular. Me abrazaba a él, lo mordia, lo besaba, le decia:

  • Papito rico, tu verga me tiene loca... ¡Papito...! - ¿Te gusta, mi amor? -me preguntó. - ¡Ooohhhhh, sí papito! - ¿Sos mi hembra? - ¡Sí! Sí, mi amor. Soy tuya. ¡Sólo tuya! - ¿Soy tu macho? - ¡Sí, mi vida! Eres mi hombre... ¡Mi macho! - ¿Y tu marido? - ¡Que se vaya a la mierda!

El me abrazó y humedeció sus dedos con mi jugos y me penetró el culo con ellos. Me causó dolor, pero no me importaba, lo sentia mi hombre y me calentaba tanto, que estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de darle en el gusto. Sus dedos se movian en mi interior y su verga en mi vagina. Me abracé a él intensamente.

Se aferró fuertemente de mis nalgas y comenzó a cogerme de una manera bestial. Nunca me imaginé sentir tan profundamente el pene de un hombre. Lo besaba y mordia como loca, parecia que los orgasmos venian uno tras otro, me daba la impresión que me meaba sobre su pene. Despues, me hizo rodar en la cama, poniéndome de espaldas. Abrió bien mis piernas y me la clavo hasta el tope. Me hacia sentir su verga entrando y saliendo de mi.

De pronto, comenzó a balbucear cosas:

  • ¡Mamitaaa, me voy a correr!

Entonces, sacó su verga de mi vagina, justo en el momento en que comenzó a eyacular. Me hizo sentir sus potentes chorros en el exterior de mi cuerpo, lanzándolo hacia mi vientre, hacia mis pechos, hacia mi cara. Mientras mis manos esparcían su semen sobre mi piel, recibí una última descarga, en mi boca. Le chupé la verga para tragarme todo lo que quedaba.

Fué maravilloso. Nos acostamos juntos, yo abrazada a él, que habia sido mi primer hombre verdadero, aquél que todas las mujeres soñamos, aquél que me había llevado al paroxismo como hembra.

Si me preguntan qué pasó despues, la historia es simple. Abandoné a Mauro y estoy conviviendo con Estéban, ayudándole en la administración del hotel. Por otro lado, estoy peleando judicialmente, la custodia legal de mis hijos.

Autora: ANASO anaso111@yahoo.com