El calor de Agosto

Avanza un verano de calor, nuevas sensaciones, morbo prohibido... y una gran sorpresa

Aquel verano acabó resultando insoportablemente bochornoso. El calor descendía sobre el pueblo envolviéndonos en un aura ardiente, que penetraba en cada rincón durante el día y se acumulaba en el interior de las casas durante horas, otorgando a las habitaciones la condición de pequeñas saunas naturales durante la noche.

Nunca había tenido problemas de sueño, y solía caer rendido al poco de acostarme, pero durante esas noches me despertaba al rato, empapado en sudor y con la sensación de arder a fuego lento en alguna olla del mismísimo infierno.

Como una rutina mecánica me levantaba, me desnudaba por completo, abria la ventana y regresaba a la cama húmeda, donde acababa durmiéndome arrullado por el canto de los grillos que habitaban la junquera contigua a nuestra casa.

El verano avanzaba, habiendo pasado ya varios días desde que mi hermana me había masturbado mientras espiaba por la ventana a mi vecina. Desde entonces, nuestra relación no cambió demasiado, escondiendo bajo un manto de silencio lo que allí había pasado. En mi interior se peleaban en secreto la vergüenza y el morbo, no consiguiendo sacarme de la cabeza la sensación de sentir mi pene erecto rodeado por sus finos dedos, ni de sus pechos acariciando mi espalda mientras nuestras respiraciones, aceleradas, se confundían en un único sonido acompasado. En su foro interno, por contra, nunca supe si en ese silencio se escondían también las mismas sensaciones de morbo y vergüenza entrelazadas o, como sospechaba conociendo a mi hermana, habitaba la más absoluta de las indiferencias y todo aquello se resumía, para ella, en una de sus muchas travesuras.

Por su cuarto pasaron varios hombres durante aquellas noches. Mi hermana llevaba un ritmo de desenfreno importante, recorriendo prácticamente todas las noches los pubs del pueblo en busca de acompañantes para su regreso a casa. La mayor parte de las veces se iban al poco rato, tan pronto como mi hermana les exprimía su jugo. Otras veces, las menos, algún afortunado amanecía en su cama.

Uno de estos pocos agraciados se cruzó en mi vida por un instante, cuando salí del baño recién levantado, y me encontré en la puerta a un impresionante negro de casi dos metros, musculado y completamente desnudo, aguardando pacientemente su turno.

-"Hello. I'm Sam", me espetó, mientras alargaba su enorme mano derecha para estrecharla con la mía. Tenía pinta de ser uno de esos turistas despistados que, como cada verano, caen en mi pueblo por accidente.

-"Oh..oh..okk", respondí titubeante, sin dejar de fijar mi mirada en un pene descomunal, grueso, venoso y algo erecto todavía, que mostraba orgulloso entre sus piernas, justo en el momento en que mi hermana salió apresurada del cuarto, envuelta en una toalla, para acudir en su rescate. O en el mío.

-"Excuse me, Sam. This is my brother", le decía, mientras su amigo entraba en el baño despidiéndose de mí con una sonrisa y un extraño gesto, dejándonos a los dos frente a frente, no sin antes echarle la mano a su culo por debajo de la toalla y espetarle un beso en la boca sin ningún tipo de miramientos.

-"Vale que te traigas tíos a casa, pero no la tomes como tuya", le solté tan pronto como Sam entró en el baño. Su rostro estaba ligeramente enrojecido y surcado por alguna gota de sudor, pero exhalaba la paz propia de un orgasmo reciente, coronada por una leve sonrisa que mudó ante mi acusación.

-"Eh, para el carro. Venimos, follamos y se van. Yo no soy la que te tengo recluido en tu cuarto", me respondió con desaire, al tiempo que se giró buscando de nuevo su habitación, despidiéndose con un portazo y sin posibilidad alguna de réplica. Segundos después, el bueno de Sam salió del baño manoseándose el rabo, quizás buscando una pronta erección con la que empalar a mi hermana de nuevo. Al no encontrarla, se despidió de mi con otro gesto y unas palabras ininteligibles antes de seguir también el camino de la habitación de su amante, caminando con las piernas arqueadas y sin dejar de estimularse la polla ni borrar su sonrisa en ningún momento. Ahí,  desapareciendo tras la puerta, iba un hombre feliz.

Otra noche, después de un nuevo concierto de gemidos y respiraciones aceleradas, me desperté con ganas de ir a mear, y lo que me encontré esta vez fue la puerta de su habitación directamente abierta. Por la rendija podía verse el culo de un tío moviéndose de forma rítmica sobre el cuerpo desnudo de mi hermana. Dos grandes pelotas colgaban mientras se veía el comienzo del tallo de su pene, que era engullido por el coño de mi hermana. No pude evitar acercarme y me quedé hipnotizado contemplando la penetración, hasta que en el siguiente cambio de postura mi hermana se irguió ligeramente hasta que nuestras miradas se encontraron durante una fracción de segundo. Sin importarle lo más mínimo, intercambió la posición con aquel tipo, poniéndose a horcajadas sobre él y buscando ansiosa su pene hasta hacerlo encajar con la entrada de su coño. Una vez dentro, comenzó a botar sobre él, acelerando el ritmo agresivamente mientras se veía con nitidez como hacía entrar y salir de su sexo la polla erecta de su acompañante. En esa postura fue cuando, después de que mi hermana acelerara exageradamente el ritmo de cada embestida y rematase con un par de rápidos movimientos de cadera, hizo correrse al chico sin remedio, mientras ella se ahogaba en unos profundísimos gemidos hasta acabar desplomándose rendida sobre él. Por miedo a que me acabase por descubrir también el chico, abandoné la escena excitado y desconcertado al tiempo.

Minutos después, y tras intercambiarse unas palabras que no acerté a escuchar con claridad, se cerró la puerta de la entrada, poco antes de que mi hermana irrumpiese en mi habitación sin pedir permiso, como habitualmente. Un intenso aroma a sexo penetró en el cuarto.

-"Disculpa... sé que no está bien", me dijo. Estaba bañada en sudor, y su olor corporal se confundía con el del semen con la que la habían regado un instante antes.

-"¿El qué?¿entrar sin llamar?", pregunté haciéndome el despistado.

Mi hermana sonrió de manera tímida, extrañamente avergonzada, y prosiguió.

-"Fue a la ducha justo antes de marcharse, y de vuelta a la habitación nos entró el calentón otra vez y... se nos olvidó cerrar la puerta. Yo creo que no debería...".

-"Lo que no está bien es que salgas todas las noches -le interrumpí, cambiando el tono-. Y no sé si es conveniente que cada noche aparezcas con un tipo distinto, que ya todo el mundo conoce nuestra casa. Eso es lo que no está bien. Aquí -proseguí- nunca se han cerrado las puertas para nada, me da lo mismo haber presenciado como te taladran, como ahora, o haber visto a Tom pasearse por la casa con el pollón balanceándose, pero..."

-"Se llamaba Sam", interrumpió serenamente, mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.

-"O Sam, que más da. Lo importante es saber si te merece la pena todo lo que haces", concluí.

-"Si, la merece. Y no te metas en mi vida. No necesito discursos moralistas a estas alturas", me contestó mi hermana con los ojos inyectados en sangre, quizás desconcertada por mi súbita vehemencia. "¿Estás celoso?. Porque cuando las locuras las hago contigo parecen no importarte tanto", sentenció, refiriéndose por primera vez a aquella paja furtiva y rompiendo con ello nuestro pacto tácito, al tiempo que cerraba la conversación  con un nuevo portazo, justo antes de desaparecer de mi vista unos cuantos días más.

No puedo negar que me estaba afectando la ajetreada vida de mi hermana. Y eso, en una familia como la nuestra, donde jamás nos hemos censurado ni juzgado unos a otros, era algo que no me cuadraba. En realidad siempre me había parecido bien, e incluso me resultaba divertida, la manera libre y desprejuiciada con la que mi hermana se tomaba la vida. No acertaba a comprender porqué estaba reaccionando así y porqué todo aquello me estaba condicionando. Pero era tarde para pedirle disculpas, por lo que seguimos ignorándonos mutuamente, pese a convivir en la misma casa, durante unos días más.

Lo cierto es que tenía más razones por la que estar preocupado, mediado ya aquel mes de Agosto. Me había quedado para Septiembre Historia del Arte, y debería estar preparando también la selectividad que, en caso de aprobar la recuperación, me esperaba inmediatamente después. Me aferraba a los libros sin demasiada convicción, e intercalaba sesiones de estudio con muy contadas salidas nocturnas y con algún paseo esporádico la playa. Allí me encontré, otra vez, a Angie.

Caminaba yo por la playa hasta que la vi salir del agua,  como si se tratase de una Ursula Andress latina y sin sostén. Dude,  durante una milésima de segundo si finalmente me atrevería a decirle algo, pero mis dudas se disiparon en cuanto su mirada se cruzó con la mía. Sonrió, y fue ella misma la que acudió a mi encuentro. Eso si, tapándose el pecho con un brazo mientras las gotas de agua salada descendían por su cuerpo.

-"Por fin te encuentro en la playa", me dijo, como vomitando de su boca las mismas palabras que pasaban por mi mente en aquel momento.

-"Ya ves, me vine un rato para despejarme, antes de continuar", le contesté.

-"Oye, si quieres súbete un rato a mi toalla y charlamos".

Accedí, aunque para mi disgusto lo primero que hizo fue ponerse el top.

-"De verdad que por mi no te lo pongas, no quiero cortarte el rollo...", me atreví a decirle.Tenía que intentarlo.

-"Tranquilo. Mejor así ", respondió lacónicamente con una media sonrisa.

Estuvimos charlando durante casi toda la mañana y, entre temas varios, fue ahí donde acordamos que ella sería mi profesora particular durante lo que faltaba de Agosto, hasta que hiciese los exámenes.

-"Este mes tengo horario de mañana, de verdad que no me importa", concluyó.

Pasaron los días y mi relación con Angie se fue estrechando. No conseguí nunca admirar la belleza del expresionismo ni descifrar la sensación de angustia de Munch en "El grito". No conseguí, tampoco, contagiarme de su emoción al describir el Portico de la Gloria ni pude ver en "La libertad guiando al pueblo" nada más allá que una señora con una teta al aire rodeada de hombres, definición que a Angie le resultaba especialmente graciosa, quizás por la lógica asociación de ideas que podía resultar de la mente de un adolescente pajillero, que había visto todo el porno disponible para aquellos tiempos. Pero si aprendí pequeños trucos para describir la técnica y poder presentarme al examen con una base más que digna. Pasamos juntos tardes enteras, y entre lección y lección tuvimos tiempo de tomar el sol en su jardín, bebernos unas cuantas cervezas calientes, intercambiarnos tabaco y compartir algún porro, además de unas cuantas confesiones que estrecharon nuestras almas cada vez más. Debo reconocer que, pese a que su cuerpo me seguía excitando, me sentía con total libertad frente a ella, en absoluta confianza. No sabría cómo calificarlo, pero me gustaba cada día más esas sensaciones.

Una tarde de calor en la que habíamos avanzado bastante, me propuso hacer una pausa y salir al jardín a tomar un rato el sol.

Me desprendía de la camiseta quedándome con el bañador que llevaba, mientras ella fue a cambiarse y apareció con un bikini morado muy escueto, que jamás le había visto. Nos recostamos en las tumbonas quedándonos en el más absoluto de los silencios, hasta el punto de que la creía dormida un rato después. Sin embargo, se incorporó sorpresivamente, se echó las manos a la espalda y se desabrochó el sostén, que dejó caer elegantemente sobre la hierba, haciendo aparecer sus dos hermosisimas tetas, que mostraba ante mí por primera vez, sin pudor  y sin ningún trozo de tela que las ocultase. Sin decir nada se recostó nuevamente, regresando al silencio durante unos cuantos minutos más, hasta que lo rompió con una pregunta.

-"No me digas que nunca has visto unas tetas", soltó, mientras permanecía con los ojos cerrados.

-"Eh?", pregunté torpemente.

-"Que no les sacas ojo, nene", insistió, mientras advertí como sus pezones parecían endurecerse.

-"Perdona...", me rendí. "Solo que me sorprendió...", intenté explicar, antes de que me interrumpiese.

-"El perdón es un concepto cristiano", dijo de manera sarcástica. "No tienes de que disculparte. Solo que tenemos ya una confianza suficiente ante la que me parece absurdo taparme ante tí. Pero si te pongo nervioso..."

-"Oh, no, por favor... ni mucho menos... solo me había sorprendido verte..."

-"¿Las tetas?", preguntó riendo abiertamente.

-"Noo... verte... tan despreocupada, cuando otras veces te tapabas...", intenté esquivar la situación.

-"Es lo que te digo... con la gente que tengo confianza, no me corto. Con tu hermana o tu madre por ejemplo... siempre hago topless con ellas. Estoy muy a gusto contigo, y este verano tú y yo hemos ganado mucha confianza", me dijo, mientras posaba su mano derecha sobre el dorso de mi mano izquierda, comenzando a acariciarla.

-"Si... pero ellas son chicas...", intenté puntualizar.

-"Oh...fíate...", contestó de manera enigmatica con una media sonrisa que no logré descifrar. "Pero bueno... si insistes me las tapo ehh...", me dijo divertida, incorporándose del todo y girandose hacia mí, mostrándolas, ahora sí, en todo su esplendor, antes de taparse con picardía los pezones con sendos índices.

-"Claro que no", contesté sonriendo, intentando mostrar seguridad.

-"Bueno... ¿seguimos un rato estudiando?", zanjó. "Que tú dices que no estás nervioso. Y no sé si esa es la palabra... pero algo te pasa", me dijo soltando una sonora carcajada al tiempo que hacía una mueca con el mentón señalando mi paquete. Estaba completamente empalmado, y ella parecía disfrutar ante mi desconcierto.

Conocí durante esas tardes a una Angie completamente distinta a la que imaginaba mientras la idealizaba en la intimidad de mis pajas, y en las distancias cortas me estaba gustando todavía mas. Me atraía de siempre la imagen sobria que transmitía, tan independiente y responsable, tan elegante, tan educada y siempre con la palabra adecuada. Me sorprendia el punto vulnerable que también le había descubierto. Y me gustaba también que toda esa imagen formada se desdibujara en las dosis adecuada con una cierta picardía que me desarman por completo. Distaba mucho de ser una descocada como mi hermana,  pero tampoco era la mujer fría que yo percibía desde la distancia. Me volvía loco ese contraste, y cada cosa que descubría me gustaba aún más.

Agosto tocaba a su fin, y quedé con unos amigos para celebrar el último sábado antes de encarar la recta final de los exámenes que me esperaban. Salimos a cenar, y tomamos una copa que no disfrute demasiado. Angie seguía en mi mente, la relación con mi hermana se había vuelto más hostil y me seguía confundiendo y, por último, me obsesionaban los exámenes y el futuro inmediato que se abría tras ellos, fuese cual fuese el resultado. Si no aprobaba la recuperación, tocaba repetir una asignatura durante un año entero. Si la aprobaba, pero no superaba la selectividad, tocaba un año en blanco preparando el año siguiente. Y si aprobaba... ¿la universidad? Debería abandonar el pueblo e irme a la ciudad...¿con mi hermana? Decididamente no estaba disfrutando, me tomé de un sorbo el primer y último whisky con cola de la noche y, después de despedirme de mis amigos, me fui a casa apenas pasada la medianoche.

A medida que llegaba, vi luz en el cuarto de mi hermana. No era habitual, desde luego, que estuviese en casa a esas horas, y cuando lo hacía era porque había regresado acompañada.

  • "Vaya -pensé-. De nuevo fiesta".

Abrí la puerta muy despacio y pasé de puntillas hacia mi habitación. Por debajo de la puerta de su cuarto se filtraba una luz muy tenúe, y los gemidos de mi hermana, mucho más cortos y sostenidos que otras veces, me confirmaron que había sexo en aquellas cuatro paredes.

A ratos, paraban y se les oía cuchichear tímidamente. No podía distinguir sus palabras, ni sus voces, tan solo rumores lejanos. La risa de mi hermana aparecía por momentos, mucho más sostenida que en otras ocasiones, antes de escuchar el delicioso sonido de dos bocas buscándose y comiéndose, justo un instante antes de volver a oír el carrusel de gemidos sostenidos que se iban apagando llegado el orgasmo.

El ambiente distaba mucho del de otras noches. No distinguía la voz del amante de mi hermana, no se escuchaban las imprecaciones de otras veces mientras la penetraban ni se oían tampoco las brutas palmas de las manos azotando su trasero, hasta enrojecerlo sin piedad. El sexo fluía en el aire, pero de una manera delicada, suave, armónica.

Por momentos, una voz femenina parecía superponerse sobre la de mi hermana. Eso le daba sentido a todo lo anterior. No me sorprendió. Los rumores sobre los gustos sexuales de mi hermana ya habían llegado a mis oídos, y aunque ella nunca me había confirmado nada, me cuadraba perfectamente con su estilo de vida.

Es extraño...el ponerle cara de mujer a ese desconocido provocó en mi una cierta sensación de paz y, debo reconocerlo, de morbo. Me tiré sobre mi cama y sin quitarme la ropa, me bajé los pantalones hasta los tobillos. Me masturbé visualizando la escena, con mi hermana abierta de piernas mientras una lengua amiga recorría el contorno de su sexo, hasta acabar en una breve corrida que derramé sobre mi vientre. De esa guisa, con los pantalones bajados, la camiseta ligeramente levantada sobre mi pecho, el semen reposando sobre mi vientre y la mano envolviendo mi polla, me quedé dormido. No puedo precisar si fueron horas o minutos los que pasé así, hasta que escuché de nuevo voces y me desperté sobresaltado. Habían salido de la habitación y se estaban despidiendo. Me recompuse enseguida y de un salto alcancé la puerta de mi cuarto para abrirla y descubrir la identidad de la furtiva amante de mi hermana para saciar mi morbosa curiosidad, justo en el instante en que escuché el ruido de la puerta de casa, cerrándose de golpe y frustrando mi plan.

Me encontré frente a mi hermana, que volvía sobre sus pasos hacia la habitación, vestida únicamente con una camiseta larga que dejaba al descubierto sus morenísimas piernas y haciéndose una coleta con la que disimular el alboroto de su pelo después de una intensa sesión de sexo. Nuestras miradas se cruzaron y en esa postura se quedó petrificada por un instante, deteniendo su marcha. Por primera vez en mi vida, descubrí el terror en sus ojos al verme. Sin decirme una palabra, en un segundo prosiguió su marcha huyendo hacia su cuarto.

Decidí volver a mi habitación, confundido por la reacción de mi hermana. Contemplé la cama deshecha, y fomenté el desorden de mi cuarto desnudándome por completo y echando la ropa directamente al piso, como hacía aquellas noches. Estaba cansado, pero me había desvelado y el bochorno de la noche no me dejaría dormir tan pronto. Decidí abrir el cajón superior de mi mesilla de noche, coger un mechero y sacar un cigarro del paquete de tabaco para fumármelo en la ventana de mi habitación, que abrí de par en par buscando desesperado una bocanada de brisa fresca, como solía hacer. La noche estaba despejada y el cielo parecía un campo de estrellas, pero el aire llevaba el fuego del verano todavía, asfixiando mi cuerpo desnudo empapado en sudor.

Fue en ese momento, mientras apuraba la primera calada del cigarro, cuando ví a Angie entrar en el portal de su casa. Cuando se giró para cerrar el portón por dentro, levantó la mirada y me descubrió en la ventana. De su rostro sereno se apoderó la misma sensación de pánico que unos instantes antes vi reflejada en los ojos de mi hermana. Cerró atropelladamente el portal y, sin saludarme, se dirigió a la entrada de su casa dándome la espalda de manera apresurada, mientras un sudor frío recorría mi cuerpo. El calor de la noche se convirtió de pronto en un suspiro de hielo, congelando las gotas de sudor que envolvían mi cuerpo, mientras noté una punzada en mi pecho justo antes de que me comenzase a faltar el aire.