El callejón
Era casi media noche, mis hijos hacía un rato que se habían acostado. Aproveché para acabar de recoger la cocina y salir a bajar la basura.
Era casi media noche, mis hijos hacia un rato que se habían acostado. Aproveché para acabar de recoger la cocina y salir a bajar la basura. A esa hora las aceras estaban poco transitadas. Solo se veian algunos gatos por la calle.
Al doblar la esquina, adviertí que alguien me estaba observando desde la entrada de un portal.
Cuando hube caminado unos metros, escuche unos pasos que se acercaban. Me detuve, y me dí la vuelta y distinguí a poca distancia de mí, una pareja.
El hombre y la mujer avanzan hacia donde yo me encontraba. La mujer, algo mayor que yo en apariencia, me dijo: «Mi marido te ha estado observando desde hace días. Me dice que le gustas y que tiene ganas de poseerte, ahora, aqui en la calle».
Me quedé perpleja ante la declaración, pero al tiempo adulada, a esa mujer la conocia de haberla visto en ocasiones por el barrio, no se exactamente donde vivia, pero muchas veces la había visto en el supermercado mientras hacía la compra. Sin ser una mujer guapa, se la veía atractiva y siempre iba muy bien arreglada. Tenía un cuerpo estilizado y unos pechos muy seductores. En cuanto al hombre nunca le había visto y no le reconocia. Pero se veía una silueta al contraluz de las farolas, que dejaba entrever un hombre alto y esbelto, de espaldas anchas y con el pelo corto.
En mi interior deseaba realmente tener sexo esa noche. Lleva tres semanas sin mi marido, se encontraba de viaje por un proyecto urbanistico en Brasil. Llevaba un par de días bastante fogosa , con unas ganas tremendas de meterme en la cama para masturbarme. Los días que faltaban para que mi marido volviera a casa, se me estaban haciendo eternos. No aguantaba pasar sola tanto tiempo, pero los chicos tenian que seguir con la escuela y yo no pude acompañarle en su viaje.
Les hice signos para que me sigieran. Los llevé a una calle estrecha y perpendicular a la principal. Que era mas tranquila y tenía menos luz. Con lo cuál si alguien cruzaba por la calle pricipal, le sería muy dificil percatarse de que había alguien. Y para nosotros era más facil verles. Los conduje hasta el fondo del callejón donde habían unos palets de madera de un edificio en obra. Era además el punto de mayor oscuridad en la calle, aunque en cuanto te habituabas a la penumbra podias ver sin dificultad.
Aún y así nos encontrabamos a muy pocos metros de mi casa y cualquier vecino o conocido podría reconocerme.
Sin darme tiempo a considerar la situación en la que me encontraba, el hombre me empujó contra la pared. Mientras su mujer, de pie a sus espaldas, me acariciaba la entrepierna. El hombre empezó a meter sus manos bajo la falda y me oprimía la carne de los muslos. Una mano asciendió hacia mi vulva. Que ya la tenía húmeda bajo las bragas de fina tela de algodón, la otra se introdujo en la raja de las nalgas, notando como un dedo presionaba la tela contra mi agujerito.
El hombre me levantó la falda y me pidió que la sujetase así, a la altura del vientre. Tras haberlme magreado el sexo y el culo, me bajó las bragas que cayeron hasta mis pies. Entonces me liberé por completo de ellas, con un pequeño movimiento de piernas, arqueándome contra la pared rugosa.
El deseo que sentia de que me follára, me crispaba el vientre. Desabroché la bragueta de aquel hombre desconocido y saqué su voluminosa polla. Me levantó la pierna izquierda doblándomela hacia el pecho para abrirme bien el coño. Mi excitación era muy grande, el hombre era fuerte, me trataba con determinación dominando mis deseos, pero nunca se excedió ni me hizo daño.
Mi excitación aumentaba ante la idea de poder ser sorprendida en aquel lugar y aquella postura por cualquier vecino o conocido.
Sin esperar más, el hombre me penetró así en esta postura un buen rato. Sentía su gruesa polla llenandome el coño, mientras la sacaba y metía en cada empujón de sus caderas. Sentía como su glande algo más ancho que su pene salía y entraba de nuevo, rozandome el clitoris y dandome un placer tremendo.
Luego de unos minutos, que se me hicieron tremendamente placenteros, me hizo cambiar de posición volteándome mientras me agarraba por las caderas. Vuelvió a meter su dura berga y me martilleo con fuerza varios minutos más antes de verter su espeso líquido en el fondo del coño.
La mujer nos estuvo observando todo el rato, masturbándose de cuclillas, mientras nos acariciaba las nalgas a ambos. El hombre me tomó por la mano y me hizo tumbar sobre un palet con material de obra, sacos de yeso, arena y algunos tochos.
Me encontraba con el vientre descubierto y las piernas colgando, tumbada de espaldas sobre los sacos. La mujer, tras haber gozado viendo como su marido me jodía, se inclinó hacia mí y me lamió el contorno, y luego, el interior de mi encharcada vagina, tragando toda la leche que encontraba a su paso, cosa que complacía a su marido, que la instaba a dejarme el coño bien limpio.
Con los ojos fijos en el oscuro y estrellado cielo, me abrí de piernas por completo a aquella lengua que me limpiaba y excitaba sobremanera. El deseo de ser jodida me invadia de nuevo, mi sexo latía con fuerza.
Tras haberme lamido por completo el coño y sus alrededores , la mujer chupó durante unos instantes a su marido para que volviera a ponérsele tieso el miembro. El sexo, rápidamente, se le hinchó de nuevo entre sus labios. Ella apartó su boca y agarrando el pene de su marido lo introdujo en mi húmedo y brillante sexo.
El hombre, me agarró por debajo de los muslos y me los levantó, separándolos, y empezó a empalarme el sexo por segunda vez.
No pude evitarlo y empecé a gemir de placer, me mordí el labio, cuando sentí la punta de su tiesa polla que me golpeaba en la matriz. Esa berga permaneció mucho tiempo clavada en mi vagina, castigando mi cervix antes de correrse y hacer brotar el caliente esperma, muy copioso y abundante todavía.
Cuando hubo vaciado por completo su polla en el fondo de mi sexo, se dejó caer sobre mí, exhausto y sudoso, y susurrándolme alguna cosa al oído, me besó en los labios.
Acariciaba mis pechos por encima de la tela de mi vestido de hilo y me lamía los labios haciendome cosquillas.
Unos instantes después, se retiró de encima, sacando su polla de mi sexo.
La mujer lamía de nuevo mi coño en busca del semen de su marido, luego le limpió la polla a lametones y le subió los pantalones, abrochandoselos y cerrandole la cremallera,
La mujer se agacho acercando sus labios a los mios, y dandome las gracias, me besó.
Se marcharon por el callejón. Vi como se alejaban hacia la calle principal, con sus siluetas oscuras recortadas bajo la luz de las farolas.
Ella iba cogida de su cintura, mientras él apoyaba su brazo en el hombro de ella.
Fatigada, permanecí unos momentos impúdicamente tendida sobre el palet. Me levanté y me sequé con las bragas la humedad de mi cuerpo, abandonándolas posteriormente en el suelo del callejón. Me recompuse la falda del vestido y volví a casa.
Una vez en la cama me percaté que de mi coño palpitante aún salía abundante esperma.
Menuda cantidad de semen habría descargado aquel hombre desconocido, que despues de haberme limpiado su mujer el sexo con la lengua. Aún me brotaba piernas abajo un hilo de blanca y espesa leche.
Me acoste sin ducharme y esparciendo aquel semen por mi sexo me masturbé una vez más antes de dormirme.