El callejón (4)

Para aquellos que esperaban impacientes... hemos regresado. Espero que les guste. Se aceptan sugerencias...

EL CALLEJON (4)

Odio las fiestas tumultuosas. Estoy tan hastiado de escuchar siempre las mismas conversaciones, ver siempre los mismos rostros hipócritas y tener siempre que poner buena cara a amigos y enemigos por igual, que constantemente se me olvida ser cortés. Por enésima vez me obligo a seguir saludando a diestra y siniestra. Al fin y al cabo, los modales, entre otras cosas, me han llevado a ser quien soy.

__Hola Senador –me saluda un joven a quien ni conozco, ni me interesa conocer. Le obsequio mi mejor saludo, mientras me apresuro a dejarlo atrás.

Por el rabillo alcanzo a ver que Eloisa, mi fría y estirada esposa, se viene acercando a grandes pasos por mi derecha. La eterna sonrisa en su cara es tan falsa como las promesas políticas que sirven a mi carrera… Somos el típico matrimonio unido por conveniencias; tan típicamente infelices los dos. Pero en nuestro circulo social las cosas son así y ni modo.

Por mi fortuna, uno de mis colegas la aborda a unos cuantos metros de donde me encuentro. Por su expresión contrariada y el ligero rubor en sus mejillas puedo notar que no esperaba verlo en nuestra casa.

Río para mis adentros con humor. Realmente cree que yo no se que se la está tirando cada jueves en un hotelito barato en el centro de la ciudad desde hace meses. Si el imbécil pasara la mitad de los miserables años que llevo yo con ella, seguro que ya no le quedarían ganas ni de bajarle las bragas.

De inmediato me hago el desentendido y camino en sentido contrario, aunque noto que disimuladamente se dirigen juntos hacia un rincón apartado más allá del salón.

Con un rápido vistazo busco entre la concurrencia a alguno de mis guardaespaldas y lo encuentro firmemente apostado junto a un enorme jarrón al lado de la terraza. Como todo un profesional, su mirada se cruza con la mía y asiente. Supongo que ha estado tan al pendiente que ha visto a mi esposa con mi "amigo". Velozmente después, atraviesa el salón en la misma dirección que Eloisa.

Nunca me ha interesado lo que mi mujer haga, siempre y cuando no lo haga frente a mis invitados. En mi mundo, mantener las apariencias, por desgracia, es absolutamente necesario.

__Todo arreglado –me digo a mi mismo, satisfecho.

__ ¿Está contento, Senador? –la voz que me llama es tan sexy como la mujer que la entona.

Ana, mi asistente, me mira sensual a menos de cinco metros.

__Ahora que te veo, ya lo creo que si –le digo mientras se acerca aun mas. Mi salvación viene enfundada en un sensual vestido de raso blanco que resalta el bronceado de su piel. Es mi asistente desde hace casi un año y mi querida desde hace ocho meses.

Claro que no la amo, pero es inteligente y sabe entretenerme. Además, es mi brazo derecho y la única en la que puedo confiar lo suficiente como para contarle lo de Eloisa. Ana es, digamos que, adecuada para mí.

Me tomo un momento para admirar su figura; sus senos están cubiertos casi en su totalidad y la falda le llega por debajo de las rodillas. Sin duda, es un vestido discreto aunque la tela le sienta como una segunda piel, igual de sedosa. Ana sabe lo que me va y aprecio que sea "discreta" en más de un sentido.

__Necesito hablar contigo, vayamos a mi despacho –le digo, en el tono mas serio y mas audible que encuentro, aunque las ansias ya se asoman a mis manos –la propuesta de mañana no puede esperar.

__Por supuesto, Senador –me responde sin inmutarse –lo acompaño.

Hemos interpretado esta escena en infinidad de ocasiones. Yo camino hacia mi despacho y ella me sigue, de vez en cuando nos detenemos a saludar a amigos y colegas para no levantar sospechas. Quienquiera que nos mire, solo ve al Senador y su secretaria, o al menos eso espero yo. Atravesamos juntos la puerta de mi despacho dejando que el mundo entero se quede fuera.

Ana camina directamente hacia mi escritorio contoneando sus bien formadas piernas, dándome intencionalmente la espalda. Sabe que si se me ofrece no será igual de placentero. Me gusta ser yo quien vaya a por ella. Soy un maniático del control, es cierto, aunque también procuro que ella disfrute tanto como pueda. Mientras me acerco, me voy quitando el saco y la corbata que me asfixian.

Después, hundo mi cara en su cabello y bajo el cierre de su vestido que al no tener mangas cae sin esfuerzo sobre la alfombra. Encantado descubro que lleva un liguero y un corsé. Ella se da la vuelta y me permite deleitarme en sus curvas de mujer.

Despacio, sin dejar de mirarme, suelta uno a uno los broches del corsé, liberando sus pechos. Mi corazón late errático y la boca se me hace agua al acariciarlos. Son de buen tamaño, con aureolas oscuras y pezones grandes.

No he podido evitar hacer comparaciones

¡Maldición! Como siempre, Claudia se cuela en mis pensamientos sin permiso.

Hace tres largos meses la tuve en la bodega, dispuesta, entregada y sometida, pero todavía percibo su aroma y su sabor en mi boca. El recuerdo de su cuerpo desnudo, atado a la cama, gozando como la hembra que es, me excita rapidísimo y me estremece. En cualquier lugar, en cualquier momento. Me atormenta, también.

La risita de Ana me saca de repente de mis pensamientos.

__Parece que estas a kilómetros de aquí –me dice en tono jocoso y tiene razón.

De pronto siento como si la viera por primera vez. Muy segura de si misma, seductora, provocativa, retadora. Se sabe hermosa y disfruta con ello. La muy ingenua cree que me tiene idiotizado.

Si supiera de mi amada "victima"... Esa sí que me tiene hecho un lío. Si supiera que cada vez que estoy con ella, es a Claudia a quien deseo

En mi mente repito la letanía de su nombre, mientras beso a Ana con toda la pasión que la otra me inspira. Con manos impacientes suelto bruscamente las ligas que sujetan sus medias blancas. Ana se queja por mi torpeza, pero no me importa. Sin miramientos, le bajo el tanga y lo tiro a un lado.

__Sube al escritorio y separa tus piernas para mi –le ordeno. Ella obedece de inmediato sin hablar.

Entonces, me dedico a mimar su rasurada panochita. Al principio chupo suavemente su clítoris sin dejar de mirarla a los ojos amiélados, luego, paso mi lengua por sus labios que se abren, soltando su jugo, como si fuera rocío. Ana gime, caliente. Su mano izquierda se posa sobre mi cabeza y hace el intento de guiarme, pero no se lo permito. Mas bien, la hago tumbarse de espaldas sobre mi escritorio, sin importarme si los documentos que hay encima se maltratan.

Continuo mamando de su sexo, mientras con las manos amaso sus pechos y pellizco y jalo con fuerza sus pezones.

__Mi amor, ahhh, me encanta –susurra, perdida de placer.

La ensarto con mi lengua a un ritmo creciente y siento como se moja todavía más. Muchísimo más. La muy puta levanta sus caderas hacia mi boca, suplicando en silencio que le de un orgasmo. Me detengo para contemplarla. La piel sonrosada, los pezones duros, el sexo hinchado y los ojos brillantes. Abierta de piernas y vestida solamente con las medias blancas.

__Cójeme… ya –me pide con voz temblorosa

Sonrío con malicia al escucharla. Pienso que ha llegado la hora de demostrarle quien manda aquí.

__¿Quieres correrte? –le pregunto, incorporándola en el escritorio. Su mirada suplicante debilita un poco mi intención, pero me compongo en un segundo –Tu corrida tiene un precio… si estas dispuesta a pagarlo.

Me mira intrigada y desconfiada, todavía con algo de excitación asomando en sus pupilas y calla.

__¿Que… quieres? –pregunta un instante después, con esa voz ronca, tan deliciosa.

Me pego un poco mas a ella, y con mi lengua dibujo el contorno de su mandíbula. Esta vez no voy a dejarla ir. Sonrío, anticipando su reacción a mis siguientes palabras.

__Quiero lo único que no me has dado… -como para enfatizar lo que he dicho y aprovechando que sus piernas siguen lo bastante abiertas, mojo rápidamente la punta de mi dedo índice izquierdo en sus jugos para luego acariciarle el ojete muy despacio.

De inmediato percibo el estremecimiento que la recorre entera.

Le gusta. No importa cuanto lo niegue, se que le gusta.

__No –dice, aunque con voz flaca.

Por suerte, también he anticipado su respuesta. No es la primera vez que se lo planteo y por supuesto, tampoco la primera vez que se niega. Sin embargo, no estoy dispuesto a esperar. No voy a dejar pasar la ocasión.

Usando un poco de fuerza, la bajo del escritorio en un santiamén. Sus ojos no pueden esconder tal desconcierto, pero Ana no dice nada.

Llegados a este punto, siempre le he permitido salirse con la suya, pero hoy no. De pronto me entran unas ganas de darle una lección que en su vida podrá olvidar.

Con bastante brusquedad la obligo a voltearse de espaldas a mí. De inmediato, sus suplicas entrecortadas se hacen oír acompañadas de un par de lagrimas silenciosas que resbalan por su rostro.

Jamás me ha gustado tomar una mujer de manera tan violenta, así que me esfuerzo por controlar esta rabia que me invade. No quiero hacerle daño. No físicamente, al menos.

Ana tiembla intensamente de pies a cabeza y me doy cuenta de que lo estoy haciendo mal.

__Shhhh –intentando calmarla, la abrazo por la cintura desde atrás –Te prometo que lo haré despacio. Quiero que te des cuenta de lo placentero que puede ser.

Mientras dejo que mis palabras surtan efecto, mis manos empiezan a vagan lentamente desde su cuello hacia sus caderas y mas abajo.

A pesar de todo, Ana busca mi rostro e intenta besarme; no lo consigue.

No se lo permito porque se que perdería mi resolución por completo.

En cambio le beso yo el cuello, dejando algunas marcas rosas que apenas y se notan sobre el tono canela de su piel. Adentro despacito dos de mis dedos en su raja y mis labios absorben el gemido involuntario que nace de su garganta.

Sigo moviendo mis dedos en un metesaca rítmico que la va poniendo a mil. Lo se porque su trasero busca mi pelvis ansiosamente, rozándome por encima de la ropa.

Yo también me pongo calientísimo. Tan solo de pensar en el pedazo de culo que estoy a punto de joder me pone cachondo enfermo.

Al cabo de un rato, siento mis dedos lo suficientemente viscosos para saber que es el momento justo.

__Ahora tócate como si fuera yo –le digo con la voz entrecortada al tiempo que guío una de sus manos hacia su entrepierna. Me obedece sin chistar, lo cual para mi es ya una batalla ganada.

Mientras Ana hace lo suyo, con mis dedos todavía empapados le acaricio el ano. La muy cabrona debe estar perdida porque al sentirme levanta las nalgas.

Con la punta del dedo medio dibujo círculos en su entrada para luego irlo metiendo despacio.

__Aaahhh –se queja Ana un poco pero casi al instante se dobla por encima del escritorio, dándome un mejor acceso a su culo. Con la mano que tengo libre consigo bajarme el cierre del pantalón y junto con el calzoncillo los dejo caer por mis piernas. Liberando la verga que ya me palpita dolorosamente hambrienta.

Aprovechando su rendición, le ensarto el segundo dedo para luego moverlos juntos afuera y adentro, en círculos, arriba y abajo, ensanchando a milímetros tan delicioso hoyo.

Entonces los suspiros, gemidos y chillidos no se hacen esperar más.

__Me..te..mela –me suplica Ana desesperada –por favor

Por fin he ganado… la tengo justo donde la quiero.

__No dejes de tocarte –le recuerdo al tiempo que con mi mano libre llevo mi tranca hacia su panocha. La deslizo varias veces por encima de sus labios para lubricarla mejor. De inmediato vuelve a su tarea.

Cuando estoy listo, reemplazo mis dedos poco a poco por verga, abriéndome paso por el recto. Cuando el esfínter cede, noto que Ana se tensa e intenta desalojarme automáticamente.

__Relájate –le susurro y me detengo un momento. Cuando finalmente su impulso pasa vuelvo a arremeter. Muy lento al principio y solo acelero cuando noto que Ana empieza a boquear como pez fuera del agua. También noto que ha dejado de tocarse.

__Ábrete –le ordeno cogiéndola de ambas muñecas –con tus manos, sepárate las nalgas.

Me obedece de nuevo y no puedo impedir reírme. He cazado a la gatita que pretendía cazarme a mí.

Escupo sobre su agujero para ayudarme a llegar mas profundamente y cuando al fin lo logro, ha llegado el tiempo de arreciar. Se la clavo hasta el fondo, sin dejar de ver como mi pedazo desaparece para reaparecer rápidamente. Mis huevos rebotan constantemente contra su vulva y el sonido que esto hace me esta volviendo loco.

Entonces algo sobre el escritorio me llama la atención. pienso. Uno de esos grandes y gruesos marca textos esta a mi alcance. Sin pensarlo y a falta de algo mejor lo tomo y lo acerco a la boca de Ana.

__Lámelo –le ordeno y lo hace –bien, ya has aprendido ¿verdad?

Acerco el marca textos por delante –o por debajo, según se mire- dándole ligeros golpecitos sobre el clítoris, mientras sigo entrando y saliendo de su culo, acelerando mis embestidas cada vez que noto que esta a punto de venirse. Maravillosamente, su recto me aprieta la verga como si quisiera exprimirme cada gota de leche. Pierdo el poco control que me queda cuando empiezo a sentir que Ana se sacude y convulsiona de placer debajo de mí. Me aprieta más, más y más hasta que finalmente no aguanto, arqueo la espalda y comienzo a derramarme dentro de ella,

Conforme al pitido en mis oídos va disminuyendo escucho que Ana solloza.

__¿Que te pasa? –pregunto, saliendo de su cuerpo –No me digas que no te ha gustado.

__Vete a la mierda –me responde poniéndose de pie. No me da la cara pero escucho que llora aun más fuerte.

Su respuesta o más bien el tono, me molesta de verdad y consigue evaporar el sabor de mi triunfo previo. Y el hecho de que llore solo me enfurece.

__Deja ya de llorar que no es como si te hubiera forzado –le digo, buscando algo con lo que limpiarme mi todavía chorreante verga. Encuentro sus bragas y decido que no hay nada mejor.

__Te odio –Ana me mira entonces con los ojos hinchados y vidriosos – ¡Me has obligado!

Jajá jajá –veo en su expresión asesina que esta a punto de saltarme pero la verdad no puedo evitar carcajearme de su acusación.

__¡Púdrete! ¡Hijo de p…!

Antes de darme cuenta de lo que hago, mi mano se levanta hacia a tras y la abofeteo con fuerza. Asustada, Ana retrocede, tocándose el rostro justo donde le acabo de pegar.

Al menos ha dejado de llorar.

__Escucha muy bien –me siento fatal al hablarle así, pero ni modo –en ningún momento te he forzado, tu has venido aquí por tu voluntad y has permitido –no- querido esto tanto como yo y de nada te va a valer echarme a mi la culpa. Ahora –continuo, terminando de arreglarme la ropa tan cara que llevo puesta –disculpare tu estallido solo porque se que eras virgen, por así decirlo, pero es la ultima vez que me hablas de esta forma ¿entendido?

Ana asiente calladamente y por fin percibo que la rabia dentro de mí va muriendo.

__Bien. Ahora vístete y lárgate. Te veré mañana en la oficina. Ah –le aviento sus bragas a la cara –toma, para que me recuerdes con mayor detalle.

No espero a ver su reacción porque de inmediato me dirijo a la puerta y salgo de mi despacho con rumbo al salón.

Para mi mala suerte, justo entonces Eloisa me aborda antes de que pueda perderme entre el gentío.

__Amor –me llama con voz zalamera y odiosa, poniendo una copa de vino en mis manos -¿Dónde has estado, cariño?

Le doy un sorbo a mi copa para evitar contestarle, pero enseguida me arrepiento porque el trago se ha quedado suspendido en mi garganta hasta el punto donde no puedo respirar.

Miro estupefacto –por encima del cristal –a la pareja que tres metros mas allá se abraza acaramelados, sonriendo y platicando con otros invitados.

__¿Apoco no se ven perfectos juntos? ¡Marco dice que regresaron hace poco pero se ven tan felices que parece que jamás han estado separados! –continua diciendo la estúpida de mi esposa quien, o esta sorda para no escuchar como mi corazón late errático dentro de mi pecho para luego detenerse de golpe, o es lo bastante cruel como para provocarme intencionalmente un infarto. De cualquier forma duele muchísimo

Marco, mi hijo, abraza a la mujer que se ha convertido en todo mi universo como si le perteneciera.

No – deseo gritarles –Claudia me pertenece solo a mi, es mía. Mi mujer