El Cadejo (01)

Esta es la historia de un hombre de familia que termina como prostituto bisexual, del camino que sigue hasta convertirse en un exitoso puto llamado “Cadejo” y del proceso de sometimiento y perversión de que sufre. (Dominación, exhibicionismo y no consentido.)

El Cadejo

Buenos día, soy Garganta de Cuero y quiero enviarles un efusivo saludo y darles las gracias por el apoyo que me ha dado desde que comencé a escribir en esta página. El día de hoy les presento mi nueva serie que trata sobre la historia de un hombre de familia que por azares del destino termina como un exitoso puto bisexual llamado y del proceso de perversión de que sufre.

Les confieso que es una nueva versión de una serie original que escribí hace tiempo y que fue publicada en esta página, "Cadejo" . Sin embargo esa historia lamentablemente se perdió. Les confieso asimismo que utilicé otras historias mías para poder completarla, "Perro de Alquiler" concretamente y un relato mío titulado "Sandra y Sergio" , también perdido.

Será una serie larga, por lo que la publicaré por partes, este primer capítulo es un poco extenso, pero creo que les gustará. Espero que sea de su agrado y que lo apoyen.

Besos y abrazos

Garganta de Cuero.

Capítulo I

Me miro al espejo, estoy completamente desnudo, con una erección dura y grande, los huevos me palpitan esperando el clímax para vaciarse. Parece mentira que me guste tanto esto, a pesar de todo todavía me cuesta creerlo. Todas aquellas cosas en las que creía las he tenido que dejar por un lado, muchas cosas que amaba acabé perdiéndolas y los prejuicios con los que crecí, bajo una educación conservadora, se habían desmoronado.

Mi verdadero nombre lo conocerán a su tiempo, pero me conocen como el Cadejo, un apodo que yo mismo elegí inspirándome en un perro fantasmal de las leyendas populares de mi Guatemala. Soy un hombre que anda arriba de los 30, padre de 2 hermosos hijos y amante esposo… o por lo menos lo fui. Tuve un hogar muy bonito en donde reinaba la armonía, tuve una esposa hermosa, tierna y delicada, muy femenina, a la que amé de verdad y que perdí.

Y ahora estoy en este motel con un hombre, pero no es cualquier hombre, es el hombre que me tomó por primera vez, en aquellos días aciagos de necesidad en que me hallé acorralado por la vida, teniendo que venderme como prostituto. De eso ya ha pasado tiempo, ahora me está yendo bien y ya no tengo necesidad de seguir haciéndolo. Y sin embargo aun soy su prostituto, su perro, la mercancía para que el se deleite… y me gusta, me encanta. Claro que me va a pagar, aunque no lo necesito, pero la sensación de no ser más que un objeto que se puede comprar me ha hecho adicto a estos encuentros furtivos.

Desde ese primer día ya no he podido ser el mismo, no pude volver atrás, necesito tener un hombre metido entre mis piernas, barrenándome furibundamente el culo. Necesito sentir que soy propiedad de un macho viril y poderoso, capaz de hacerme cualquier aberración con tal de satisfacer sus desviados deseos sexuales. Necesito sentirme cosa, objeto, mercancía, necesito ser sometido y usado como una perra.

Cuando me siento invadido en lo más profundo de mi ser por un pene largo y gordo, bastante duro, que me taladra las entrañas con furia, me revuelco de esa deliciosa mezcla de placer y de dolor, que ha resultado ser para mi como la nicotina (no fumo) o el alcohol (tampoco tomo), auténticas drogas de las que soy incapaz de alejarme.

Fernando, ¿su mente está volando? – su voz me devuelve a la realidad.

Perdóneme, es que me distraje

Lo veo acostado sobre la cama, apenas con unos slips grises puestos. Me encanta su cuerpo, su frialdad, sus finos y perfectos modales. Pero lo que más me gusta es cuando me convierte en su propiedad toda la noche. Nadie como él me ha hecho sentir más esclavo, tan de su propiedad. Así que no lo hago esperar más, avanzo a gatas hasta donde se encuentra, tomo su pene entre mis labios… mmmm… está salado, me gusta.

La oficina era amplia, pintada de blanco, elegante aunque un poco simple para nuestro gusto. Tenía una salita con asientos cómodos tapizados en cuero y una bonita mesa de centro de cristal. Miraba a mi esposa sentada a mi lado, aferrada a mi brazo, asustada. Yo también lo estaba, pero trataba de no aparentarlo, no quería que se pusiera peor, no sé si lo logré.

Ella vestía un traje azul discreto, el pelo hasta la nuca cuidadosamente peinado y maquillada sin exceso. Yo llevaba un elegante traje gris con camisa blanca y corbata negra, me miraba muy bien según ella. Nos casamos hacía 4 años y, como todas las parejas jóvenes, teníamos más sueños que recursos, lo cual no nos importaba, creíamos que con nuestro amor podríamos contra cualquier obstáculo. Tenemos 2, una niña de 4 y un nene de 2, hace como un año sufrimos un accidente, todos resultamos ilesos, menos nuestro pequeño Fernando hijo, quien sufrió lesiones muy graves que lo dejaron cuadrapléjico.

Buscamos préstamos, ayuda en hospitales y con doctores, pero nada, nadie nos daba esperanzas, nuestro pequeño estaba condenado. Y para empeorar las cosas, en mi trabajo hicieron recorte y yo me quedé en la calle, nuestra situación era realmente desesperada. Pero entonces apareció, Marvin Batres, quien trabajaba para un hombre que estaba dispuesto a administrarle pagar un tratamiento experimental a cambio de algo. Y lo hizo, tras la primera dosis vimos resultados muy alentadores, aunque aun debería pasar mucho tiempo antes de recuperarse por completo. No hubo más que pensar, ahí estábamos, sentados en silencio frente a él, asustados por lo que tendríamos que hacer, posiblemente era la solución a nuestros problemas pero el precio podría ser muy caro, talvez mucho, pero le rezábamos a Dios porque no fuera así. Aunque, la verdad, no importaba, fuera lo que fuera lo teníamos que hacer, de ello dependía la vida de nuestro hijo.

Bueno señores, el señor Davidson los verá ahora… – nos anunció y nos condujo a un salón de juntas amplio, con ventanales, pintado de blanco y sin mayores detalles, un hombre negro estaba sentado a la cabeza de una mesa larga, 2 mujeres estaban a su lado, asumí que eran secretarias aunque a mi mujer le parecieron putas – Sr. Davidson, le presento a los Lozano

Buenas noches… – respondimos a coro Pame y yo.

Buenas noches señores, por favor, tomen asiento… muy bien… entiendo que el tratamiento está siendo satisfactorio… aunque solo ha sido la primera dosis.

¡Si, si, – dijo Pame con entusiasmo y nerviosismo – y no sabemos como agradecerle…!

No se preocupe, yo sí sé… – nos quedamos callados inmediatamente, aquello no se oyó alentador – han aceptado mi oferta de ayuda y la han recibido, es justo que paguen ahora

Este si… por supuesto… pero, tenemos dudas sobre lo que implica… – interrumpí.

¿y es eso importante? En realidad es irrelevante, considerando todo lo que voy a hacer por ustedes. Tienen un hijo enfermo que necesita de un tratamiento especial, el cual pagare yo y ustedes me lo retribuirán de… otras formas.

Pame y yo nos volteamos a ver, las cosas no se veían bien, él sabía que no podíamos negarnos, el tratamiento era indispensable para que nuestro hijo viviera. Nosotros no éramos de andar en cosas raras y me daba miedo pensar en lo que nos pediría a cambio.

¿Qué es lo que quiere? – pregunté, haciendo acopio en mi voz de todo el aplomo que pude.

– Muy bien, hablemos de los detalles… primero que nada quiero que sepan que estoy grabando esta conversación, es solo para poder probar que ustedes estuvieron de acuerdo en todo lo que se hablará y que yo no los obligué a nada. Ahora vamos a lo que nos interesa, a cambio de mi ayuda espero de ustedes un completo sometimiento a mi voluntad durante el tiempo que dure el tratamiento, que sea dicho de paso, puede ser mucho. Mientras tanto, dispondré de ustedes como a mi me plazca. – callamos, eso no era lo que pensábamos, ¿cómo podríamos hacerlo? – Recuerden que se trata de la vida de su hijo, si creen que pueden ayudarlo por su cuenta pues solo digan que no… y como creo que lo tienen que considerar los dejaremos solos por un momento. Pueden entrar al salón que esta a su izquierda y allí podrán platicar a gusto. – sin decir nada, casi sin vernos a las caras, nos pusimos de pié como un par de zombis y entramos al salón, Pamela se tiró a mis brazos y me abrazó duro.

– Amor… amor… ¿qué vamos a hacer mi amor? – me preguntó.

– Trabajar, trabajar Pame… este hombre es un degenerado… no quiero ni pensar en lo que te podría hacer.

– Pero es el tratamiento del bebé… si no hasta se nos puede morir Fernando

– Pero, pero… es que

– Además ahorita no tenés trabajo y no podemos esperar. – no hay peor verdad que la que se no se quiere escuchar – Fernando, yo hago lo que tú digás… vos sabés bien eso… – me dijo.

Así era mi esposa, fiel, abnegada y entregada, confiando ciegamente en mi buen juicio, siempre me dejaba tomar las decisiones difíciles. Pero ese día no sabía qué hacer, sentía un gran miedo de lo que ese hombre podía hacernos, especialmente a ella. Pero no teníamos otras opciones, eso de trabajar lo dije de la boca apara afuera, yo trabajaba como un burro y no podía pagar ese tratamiento. Tan solo pude verla con cara de vencido, deciéndole al final con voz apagada "hagámoslo". Salimos entonces del saloncito, y como un autómata le dije al Sr. Davidson que aceptábamos. El negro se alegró con una sonrisa retorcida.

Bueno, bueno, vamos a empezar… necesito examinarlos para saber cómo están… señor Lozano por favor, quítese la ropa

Me quedé sorprendido de esa petición, no me lo esperaba y mucho menos frente a mi mujer. Me dio asco pensar que el tipo era del otro lado, pero bueno, cualquier cosa era mejor a que se metiera con mi gordita, quien se quedó muda y pálida al ver que me desabotonaba la camisa y me quitaba la corbata. No se esperaba a ver eso, tan solo ella me veía desnudo, pero era inevitable. Y yo me moría de la vergüenza, ¡me estaba desnudando para un hombre extraño! Me despojé de todo, al mismo tiempo Davidson le hacía un dictado a una de sus secretarias, refiriéndose a mi como a alguna especia de animal, como a una mascota.

Es un hombre de 30 años, más o menos de 1.80 mt. de altura, cuerpo delgado aunque de complexión atlética y con una musculatura desarrollada, seguramente hace mucho ejercicio… vellosidad abundante en piernas, brazos y pecho. Nariz pronunciada y de regular tamaño, ojos verdes, cabello castaño lacio… me parece que tiene potencial… ¿Marvin?

Si, creo que es un atleta y un hombre bastante apuesto… ¿no lo cree Señor?

Si, sin duda es bien parecido, tiene el material, solo necesito retocarle detalles. – yo escuchaba confundido, no sabía de qué estaba hablando pero me molestaba como se refería a mi – Comprobemos su sensibilidad. Señor Lozano, colóquese de espaldas contra la mesa.

Pero… ¿para qué?

Señor Lozano, comprenda que de ahora en adelante, usted solo deberá limitarse a seguir mis órdenes. Recuerde que usted aceptó el trato, a sabiendas de todo lo que podía pasar.

Me mordí por dentro y me apoyé sobre la mesa y de inmediato Marvin me jaló las manos desde atrás y las esposó a una cadena que salía de debajo de la tablero, inmovilizándome. Pame trató de avisarme pero no me di cuenta a tiempo y quedé tendido sobre la fría superficie de cristal.

Señorita Godínez, por favor, revise la sensibilidad de este hombre.

Ella era una de sus secretarias, alta, morena y chichuda, según Pame parecía vaca y se veía muy vulgar por su gran bocota. La verdad, de cara no era muy agraciada pero tampoco era fea. Se agachó parando el culo que casi se le salía de la faldita que traía y agarró mi pene, lo empezó a lamer despacio y, de último, se lo metió entero a la boca. Pamela miraba llena de horror, jamás pensó ver el pene de su marido en otra boca que no fuera la suya… bueno, de hecho ella nunca me había hecho sexo oral, le daba pena y yo no le quise insistir demasiado. Tenía razón, esas mujeres eran putas.

Luché y luché, pero no pude evitar que se me pusiera dura, la mujer era muy buena. Se lo metía casi entero (aunque tampoco lo tenía muy grande), lo chupaba con fuerza, con abundante saliva, sacándoselo despacio y jugueteando con su lengua sobre mi glande. ¡Puta madre, ¿cómo no iba a disfrutar de esa mamada?! Davidson se dio cuenta y sonrió victorioso, eso era lo que buscaba, verme debatiéndome por controlar mi placer. Volteé a ver a mi esposa y tenía sus hermosos ojos mojados y tristes, de eso también se reía ese negro desgraciado. No aguanté a verla más, quería ocultarle mi vergüenza y mis gestos de placer y volteé hacia el otro lado.

Pero fue en vano, aun la escuchaba sollozando en voz muy baja, trataba de llorar sin hacer ruido pero yo la conocía muy bien. Y ella me conocía muy bien a mi, no la pude engañar, percibía mi deleite por mi respiración agitada y entrecortada. Me consolaba diciéndome que comprendería, sabía tan bien como yo a lo que nos metíamos y que esto era inevitable. Pero entonces, la tal Godínez comenzó a hacer algo que no me esperaba, comenzó a dibujar círculos alrededor de mi ano con sus dedos. Me estremecí, sinceramente, nunca nadie me había tocado allí y mi educación machista me decía que eso era una asquerosidad y que solo los homosexuales y degenerados lo hacían. Pero, ¡puta, sentí rico!, lo repito, esa mujer era muy buena.

Primero era su índice, que despacio iba empujando hacia adentro luego de ensalivárselo. Logró meterme la punta, puyó varias veces y me lo sacó, pero volvió a la carga inmediatamente, tan solo se lo ensalivó más y esta vez con 2 dedos, el índice y el medio, me los introdujo de un fuerte empujón.

¡¡OH, Dios mío!! – exclamé cuando los sentí entrar, sin querer volteé a ver hacia mi Pame y la vi con los ojos y la boca muy abiertos, se había dado cuenta que me había metido los dedos.

Jamás me sentí tan humillado, pero tampoco podía ignorar el placer que esa mujer me daba, era algo que nunca había sentido antes. Y luego, cuando formó un gancho en mi interior ya no pude soportar el placer, terminé entre su boca, en medio de deliciosos espasmo que me sacudieron a pesar que intenté disimularlo. Logré controlar mis gemidos y jadeos de placer, pero mi cuerpo sudoroso y mi respiración agitada y profunda me delataban.

Vi otra vez a mi esposa, varias lágrimas rodaban por sus mejillas. Ella no era tonta, entendió que esa perra maldita me estaba metiendo los dedos entre el ano. No le pude sostener la mirada, me volteé al otro lado y continué resoplando, tratando de normalizar mi aliento. Estoy seguro que se había sentido humillada, era como darse cuenta que nunca había conocido realmente al hombre con el que se casó, era peor que si me hubiese cogido a esa mujerzuela. Acabó viendo llena de rabia como esa asquerosa se relamía y se tragaba mi semen.

Me sentí sucio, sentí que le había fallada a mi mujer, que no la merecía. Prácticamente me habían obligado, ¿cómo me pudo gustar? Y lo que era peor, ¿cómo pude disfrutar tanto tener un par de dedos metidos entre el culo, en dónde quedó mi hombría? Aunque debía reconocer que la mujer era una maestra, pero no lo debí gozar, simplemente no debí. En cuanto a Pamela, siguió llorando en silencio para no llamar la atención. Entonces Davidson volvió a tomar la palabra:

El señor Lozano tiene potencial… ahora veamos a la señora… – me estremecí al oírlo.

¡Eso no! ¡A ella déjenla! – protesté y empecé a patalear.

Marvin, por favor, ya no quiero escuchar al señor Lozano. – sin poderme defender, Marvin me puso una mordaza – Ahora bien señor Lozano, tanto usted como su esposa aceptaron el trato, por lo que estos arranques de cólera no serán tolerados nunca más. Por favor, sírvase tomar una nota mental de esto. Señora mía, por favor quítese la ropa. – Pamela se empezó a desnudar temblando y llorando a mares, tenía mucho miedo de lo que le pudieran hacer – Es una señora de 24 años y entre 1.55 y 1.60 mt de estatura. Su piel es morena y su cabello negro y lacio, hasta media espalda; su rostro es de rasgos finos y armoniosos, bello a la vista. Muestra una considerable delgadez, aunque puede que su complexión sea así, no obstante es esbelta y de proporciones elegantes y atrayentes, con senos pequeños, pero redondos y firmes y glúteos turgentes de buen tamaño.

Mientras le dictaba todo eso a su secretaria, la que aun no había intervenido, pasaba sus enormes manotas sobre la piel de mi esposa, palpándola, viendo si tenía la tersura que quería. Le metía mano, apretaba sus carnes, estiraba sus pezones, la rozaba con las yemas de sus dedos. Hizo énfasis en su delicada complexión y siempre que hablaba se refería a ella como si fuese una especie de animal o una vaca en exhibición y eso me enfermaba. Y yo no podía hacer nada, por más que jalaba y jalaba no conseguía zafarme de las cadenas. Estaba furioso, creo que hasta se me salían las lágrimas. Mi Pame se dejaba de todo, llena de miedo y temblando.

A mi me parece una hembra bastante buena… habría que hacerla ganar peso, ¿no le parece?

Si Marvin, estoy de acuerdo

El negro la empujó por la espalda y la empinó sobre la mesa, hizo que colocara sus brazos hacia el frente, estirándolos delante de su cabeza, Pame lloraba y lloraba. Entonces una de las mujeres, la misma que me hizo el sexo oral, se agachó y se puso a lamerle el sexo a mi esposa. Al mismo tiempo el negro pasaba sus manos sobre su espalda, acariciándola despacio y sonriendo torvamente. La otra tomaba nota de lo que miraba y yo estaba desesperado.

Señor Lozano, veo que no le agrada lo que estoy haciéndole a su esposa… así es mejor, más diversión para mí… – me dijo con un vejo enfermo en su fría y sarcástica mirada – Y usted señora, deberá aprender a disfrutar esto, de la dulce lengua de mi colaboradora recorriendo todo lo largo de su sexo… siéntala, disfrútela… ¿está húmeda, tibia, es suave? Dígame lo que sienta, que no le importe que aquí esté su esposo que a el no le importó que usted estuviera presente cuando terminó en la boca de la que ahora la está llevando al éxtasis a usted.

Me sentí horrible, era más de lo que podía soportar. Y me sentí peor al recordar que Pame nunca me dejó hacerle eso, yo quería volverla loca del placer pero ella decía que mejor lo dejáramos para cuando ya tuviéramos más tiempo de casados y así mantener viva la pasión. Creí que era una petición sensata pues queríamos pasar el resto de nuestras vidas uno al lado del otro. Pero hoy, por culpa de la locura de un hombre, todo iba a cambiar.

Tomó a mi esposa y la arrodilló en el piso, entonces vi el instrumento que nos cambiaría la vida por siempre. En una firme posición horizontal, se bamboleaba entre las piernas de Davidson un tremendo falo negro, brilloso, de un grosor y longitud impresionantes, no menos de 25 cm.

Me parece que la señora no ha realizado nunca una felación, ¿me equivoco? – me preguntó - ¡Pero qué tonto soy! Lo tengo amordazado, por eso no puede hablar. – entonces, colocando su pene sobre los labios de mi mujer, comenzó a restregarlo sobre ellos, tratando de abrirlos.

Señora, abra la boca y empiece a chuparlo por favor.

¡Fernando!… ¡Fernando!… – me suplicaba y yo impotente para cualquier cosa.

Señora Lozano, su esposo no la puede ayudar en este momento… además, le recuerdo que aceptaron el trato. Ahora, abra la boca

¡Fernando… perdoname! – me dijo y dejó entrar aquel falo.

Cubierta de llanto, empezó a lamer y a chupetear ese pene negrísimo, siguiendo las instrucciones de ese tipo, que al mismo tiempo le dictaba cosas a la secretaria. La señorita Godínez estaba arrodillada detrás de mi mujer, acariciándola y sobándole los senos, amasándoselos. La tuvieron así por varios minutos y Pamela lloraba desconsoladamente. "Ahora llora señora, pero mañana se la va a pedir al señor Davidson" le repetía una y otra vez la que le metía mano.

Entonces ocurrió lo que yo más temía. El Sr. Davidson la levantó en sus brazos y la acostó boca arriba sobre la mesa, la abrió de piernas y colocó su pene en la entrada de su vagina. Me puse histérico, me dolían las muñecas de los violentos jaloneos con los que pretendía liberarme. Pame me volteó a ver, y con toda la dulzura de que ella era capaz, me dijo: Fernando, te amo… siempre te amaré y serás el único en mi corazón… acordate, es por nuestro hijo…", y la penetró

Solo recuerdo su plañidero grito de dolor y luego verla tratar de empujarlo, siendo inmovilizada inmediatamente por Marvin. Recuerdo la cara del negro desfigurada por muecas de placer, sentía como su inmensa y durísima tranca horadaba y barrenaba salvajemente la delicada gruta del amor de mi esposa, la cual no podía más que gritar y pedir piedad. Quería morirme

¿Quiere que saquemos a su marido señora? – le preguntó Davidson.

¡S…! ¡Si! – contestó ella.

Sin esperar más órdenes, Marvin me sacó a rastras afuera de la habitación, lo último que escuché fue gritar despavorida a Pamela "¡Te amo!" y luego ya no pude ver qué más le hacían. Claro, lo escuchaba perfectamente, sus gritos eran muy fuertes… tanto como los míos, que suplicaban que la dejaran en paz, en medio de un profuso llanto que no alcanzaba a controlar.

De pronto la puerta de la habitación se abrió y entró la señorita Godínez, la misma que me había chupado la verga antes. Volvió a hacer lo mismo, yo temblaba de la rabia y del miedo, estaba muriendo poco a poco. Esta vez no logró ponérmela de pié, estaba demasiado mal escuchando los gritos de Pamela como para poder sentir excitación sexual. La verdad no podría decir durante cuánto tiempo la estuvo violando, pero a mi me pareció eterno, hasta que los gritos cesaron, acabaron luego que escuché al negro rugiendo, seguro en medio de su orgasmo, las tripas se me revolvieron al pensar que lo echó todo dentro de las entrañas de mi bellísima señora.

Pasaron varios minutos en los que no pude escuchar nada y en que el tiempo se me hacía insoportable. Hasta que, de repente, se abrió de nuevo la puerta y salió mi mujer, desnuda, con su ropa en la mano, llorando y caminado con dificultad, con la cara llena de semen que ese maldito negro desgraciado le había echado encima. No me podía ver a los ojos y lloraba como una magdalena, profusamente. Davidson tomó la palabra.

Señores Lozano, estoy satisfecho, creo que son un par de perras con mucho potencial… y créanme que se los voy a sacar. Acabo de dar instrucciones para que les abran una cuenta bancaria en donde, semanalmente, les depositaré el dinero que necesiten para costear el tratamiento de su hijo. Mientras tanto me pertenecerán el tiempo que sea necesario a partir del día de hoy… vamos señora, continuemos

¡¿A dónde la lleva?! – le grité desesperado.

A donde a mi se me de la gana señor Lozano, entiéndalo. Y la devolveré cuando yo crea

¡¿Qué le van a hacer?! – preguntó ella en un sollozo.

Nada señora… bueno, nada si él decide dejarse conducir en paz por mis guardias. – me volteó a ver – Espero que no les de problemas

Rodeó a mi mujer de la cintura y salió de la habitación con ella, dejándome solo y gritando. Lo único que le escuché decir fue "Fernando, te amo… siempre te amaré y serás el único en mi corazón… acordate, es por nuestro hijo…".

Continuará

Garganta de Cuero

Pueden hacer sus comentarios y opiniones a mi correo electrónico, besos y abrazos.