El cachorro
Aquella tarde calurosa, buscando un ambiente más soportable que el que imperaba. El lugar óptimo eran los centros comerciales con aire acondicionado. ...
El cachorro
Aquella tarde calurosa provocaba que la gente se concentrara en los centros comerciales con aire acondicionado, buscando rodearse de un ambiente más soportable que el que imperaba por las calles. Yo no iba a ser menos, así que
entré en una tienda de deportes de la planta segunda de una galería de tiendas.
Al ascender por las escaleras automáticas comprobé la gran multitud de adolescentes que llenaban el lugar.
Era un viernes y tras las clases, se divertían mirando y trasteando por las tiendas. Entre en una de ellas, miré a mi alrededor y me fijé en un grupo de cinco chicos que recorrían, pegados como una piña, los distintos pasillos. Entre ellos había uno que me llamó la atención.
Vestía un chándal de corchetes que últimamente me daban mucho morbo al pensar en abrirlos de un golpe y acceder al instante a las piernas del adolescente alcanzando incluso mis ojos a posarse en su calzoncillo. Lo cierto es que parecía el jefe de toda aquella cuadrilla. Tendría unos 17 años, de pelo oscuro, sin acné, de los pocos que se libraban en ese periodo de sus vidas.
Llevaba el cabello muy corto, casi al cero, con unos largos mechones de pelo a modo de flequillo. Dos aros plateados como pendientes. En sus ojos verdes se mezclaba la inocencia y la picardía propia de estos tiempos. Caminaba separando mucho las piernas lo que le daba un aire de superioridad varonil, que aun no tenía pero que parecía querer demostrar a toda costa.
Llevaba una camiseta Nike y unas playeras de la misma marca. El rostro sin asomo de vello y sus dientes blancos como la leche. El chándal enmarcaba perfectamente su culo, duro y firme, redondo y lascivo. Al momento mi polla se puso tiesa y tuve que centrarla, para que no se me notara a través del pantalón.
Lo seguí a unos cuantos metros de distancia, disimulando, mientras mis ojos recorrían su espalda y su nuca. Deseaba tanto acariciar su cuello y toda su piel, que sentí en aquel instante un pequeño orgasmo, que me paralizó unos segundos, nublándome la visión momentáneamente. Respiré profundamente y decidí ir a la caza del cachorro.
Me coloqué cerca del grupillo y le miré fijamente a los ojos, él hizo lo mismo, agachó la cabeza y dirigiéndose a los otros les dijo que quería mirar las playeras que estaban al fondo del pasillo. Todos le siguieron, yo me quedé en el mismo sitio. Mientras, miraba cómo se alejaba, caminando firmemente con los brazos moviéndolos acompasados como si el hecho de caminar se tratara de un baile más.
Pensé que el cachorro no tenía ningún interés por mí, así que me alejé hacia otra zona de la tienda. A los pocos minutos mientras estaba mirando unas pelotas de tenis, acariciándolas con la mano, imaginándome los huevos del cachorro envueltos en un vello tan suave como la pelusa que rodeaba a la pelota, le vi al lado mío. Sonrío y dijo que si sabía jugar a tenis.
Le contesté que no, pero que sabía cómo se jugaba a otras cosas. El me siguió mirando, con sus hermosos ojos azules.
En aquel instante tuve el impulso de besarlo y de follarlo allí mismo. Mi polla ardía dentro de mi calzoncillo, me llevé la mano a la bragueta y le dije si quería que fuésemos a algún sitio.
El asintió, pero me dijo que antes tendría que despedirse de sus colegas. Me dijo que le esperara en la puerta de salida. Se dio la vuelta y se alejó. Salí de la tienda, y bajé por las escaleras, mirando hacia atrás de vez en cuando, deseando que apareciera.
Encendí un cigarrillo y me dio tiempo a fumarlo antes de que el cachorro llegase. Le pregunté qué es lo que había dicho a sus amigos y me dijo que nada, que ya estaba todo arreglado. Le dije que tenía mi casa a pocos metros, en un par de minutos estaríamos allí.
Él me dijo que si no me importaba que le comprara un helado. Le dije que no, le di una moneda de 500 pesetas y salió corriendo a comprárselo. Cuando regreso venía chupándolo, y me devolvió el cambio. Le dije que se lo quedara. Él me dio las gracias asintiendo con la cabeza.
Salimos a la calle. Seguía haciendo un calor espantoso. Le dije que no tardara en comerse el helado o se le derretiría.
Llegamos a casa. Vivo en un primer piso, subimos varios escalones y abrí la puerta. Entramos. Todavía no se había terminado de comer el helado.
Le pregunté si había hecho esto antes y me dijo que sí, una vez, con otro chico, que lo pasó bien, y que además se sacó unas pelas que necesitaba para comprarse una consola de video-juegos. En ese mismo instante pegué mi cuerpo contra el suyo, le quité el helado de la mano y lo deje encima de la mesa de la sala.
Puse mis manos alrededor de su nuca y le besé los labios. Introduje la lengua en su boca saboreando el chocolate que tenía en los dientes, lamiendo su paladar y sus encías, raspándome la lengua con sus dientes. Le tumbé en la alfombra y me eché encima del cachorro. Le seguí besando, aspirando el aire de su boca y depositando mi saliva en ella. Le besé el azul de sus ojos en introduje mi lengua en su nariz, chupando sus agujeros húmedos. Mi polla estaba tan dura que parecía poder quebrarse como una barra de hielo. Le lamí las orejas, echándole saliva en ellas, y soplando después, lo que provocó que soltara un gemido.
Me levanté y me senté en el sofá, me quité toda la ropa, lo más rápido que pude, mientras el cachorro permanecía tumbado sobre la alfombra con los ojos cerrados. Me senté sobre sus muslos y le fui quitando la camiseta, él se incorporó un poco.
Su pecho desnudo sin vello, sus tetillas sonrosadas y su ombligo hundido me hicieron cerrar los ojos y sumergirme en su cuerpo.
Le lamí el cuello y acerqué mi nariz aspirando su aroma. Bajé hasta su pecho y le lamí los pezones, chupándolos. El cachorro posó sus manos sobre mi cabeza. Noté cómo se le erectaban los pezones y dejé toda la saliva allí. Descendí lamiendo y oliendo su pecho y su abdomen, hasta su ombligo, donde me recreé depositando un poco de saliva en él. Después puse la punta de mi capullo en el interior de su ombligo humedeciéndolo con la saliva.
Desde este punto crecía una estrecha línea de vello oscuro y suave que desaparecía justo en el borde de su chándal. Me situé en sus pies y le quité las playeras, las acerqué hasta mi nariz oliéndolas, aspirando su aroma. Me las pasé por mi pecho. Le quité los calcetines blancos de deporte que llevaba y también los olí, llenándome del olor que desprendían.
Los froté contra mi rabo rodeándolo y después me los llevé a la boca, lamiéndolos, humedeciéndolos. El aroma del cachorro empezaba a invadir mi cuerpo, el aire de la habitación olía a él. Acerqué mi lengua hasta sus pies con un ligero vello oscuro, y empecé a lamérselos dedo por dedo, recreándome entre sus dedos. Sentí la lengua totalmente seca.
Me tumbé a su lado, y le dije que se pusiera encima mío y dejara caer su saliva sobre mi boca. Él lo hizo y un chorro de saliva casi continuo lleno mi boca. Cogí su mano y le chupé los dedos, que aún tenían restos del helado de chocolate.
Sentía unas ganas irrefrenables de tragarme de un solo bocado al cachorro, de comérmelo, de vomitarlo y volvérmelo a comer. Hacerle desaparecer en mi interior, confundiendo mi ser con el suyo. Le puse de nuevo sobre la alfombra y le bajé el chándal, mientras mantenía alejada de mi cabeza la idea de correrme en ese mismo instante. Olí su chándal por la parte del culo, cerrando los ojos y lo puse en el sofá. Llevaba unos calzoncillos blancos. El vello de su ingle sobresalía. Sus huevos quedaban escondidos debajo de la tela y su rabito quedaba apoyado a un lado. Acerqué mi cara al calzoncillo y lo chupé, oliéndolo, mientras mis manos acariciaban su culo por debajo del calzoncillo.
Le fui chupando el rabo por encima del calzoncillo, sintiendo su calor y su movimiento, recorriéndolo con la lengua y los dientes, introduciéndomelo en la boca con la tela de su slip. Su rabo comenzó a ponerse duro, y en un instante formó una tienda de campaña. Recorrí sus huevos metiéndomelos en la boca y comencé a bajarle los calzoncillos con los dientes.
El cachorro levantaba el culo para que pudiera hacerlo mejor. Logré bajárselos hasta las rodillas. Su rabo tieso quedaba apoyado sobre su abdomen. El vello de su pubis de color negro rodeaba toda su polla y sus huevos. Le quité los calzoncillos. Me los llevé a la cara. Aspiré profundamente su aroma. Les di la vuelta, y los lamí.
Rodeé mi rabo, con el glande ya amoratado, con los calzoncillos del cachorro. Me meneé la polla un par de veces y estuve a punto de correrme. Me paré. Los puse junto a su chándal. Me dirigí hacia su polla tiesa, me la metí en la boca y empecé a chuparla. El cachorro gemía mientras sentía cómo su rabo ardiendo recorría mi boca. Me tumbé sobre la alfombra e hice que me metiera la polla por la boca descargando todo su peso sobre mi rostro. Su rabo llegaba hasta mi garganta. El cachorro gemía sin parar. De repente sentí como una oleada de líquido caliente invadía mi boca. El cachorro se había corrido y su leche caliente se deslizó por mi garganta. Se quedó quieto, recobrando la respiración. Saqué el rabo de la boca, le chupé el resto de semen que aún seguía saliendo. Le apoyé de rodillas en el sofá y le levanté un poco el culo, introduje mi nariz en el interior de su raja y aspiré profundamente, hasta que el olor de su culo, quedó grabado en mi memoria para siempre.
Su raja aparecía poblada de un vello suave y negro. Sus nalgas totalmente sin vello. El olor de su culo me recordó noches de verano, en lugares exóticos, rodeados de belleza oriental. Me lo hubiera comido, sin más, sino fuera por las fuertes ganas que tenia de correrme. Le abrí el culo hasta que apareció su agujero, introduje la lengua y lo lamí con deleite. Le levanté el trasero para poder acceder a su orificio más fácilmente y seguí chupándolo. Me tumbé boca arriba sobre la alfombra y dije al cachorro que colocara su culo sobre mi cara. Le volví a abrir el culo y metí de nuevo la lengua hasta el fondo de su agujero.
Sus gemidos, me excitaban, sintiendo cómo gozaba, cómo el placer recorría todo su joven cuerpo. Pasé un rato en esa posición hasta que me quedé sin aire, hasta que tuve la necesidad de respirar. Entonces le levanté y le volví a tumbar sobre la alfombra. Le dije que se introdujera un dedo en el culo. Él lo hizo, y lo sacó, tras lo cual se lo chupé. Le empujé de nuevo el dedo hacia dentro, invitándole a que se introdujera dos dedos.
Después de hacerlo, se los volví a chupar, recorriendo con mi lengua sus dedos de arriba a abajo, absorbiendo la humedad y el sabor que contenían. Finalmente fui yo quien le introduje dos dedos por el culo. El cachorro se agitaba de gusto, abriendo más su duro y firme culo.
Su agujero caliente y húmedo rodeaba mis dedos. Noté su mucosa, su textura, su ardor. Me decidí a follarlo, pero no pude contenerme, me corrí sin tocarme. El semen salió de mi rabo a borbotones mojando su trasero, resbalando por el interior de sus nalgas.
Me agaché a chuparlo. Me lo tragué junto al sabor de la piel de su culo. Algún vello de su raja quedó en mi boca. Me coloqué junto a él. Besándole la cara, la nariz y los labios. Le acaricié la espalda y las nalgas, mientras colocaba mis piernas por encima de las suyas, mirándole a la cara y sonriéndole.
Le pregunté qué tal se lo había pasado y me contestó que mogollón de bien, pero se le había hecho un poco tarde y tenía que irse. Se levantó y comenzó a vestirse.
Contemplé su joven desnudo cuerpo observando una cicatriz que tenía cerca de la rodilla izquierda. Me dijo que se cayó jugando al fútbol.
Cogió el calzoncillo y le dio la vuelta poniéndoselo después, luego se colocó la camiseta de Nike, mientras yo acariciaba sus piernas ya pobladas de vello, intentando no olvidar ninguna de las sensaciones que percibía la palma de mis manos y mis dedos. Se colocó el chándal. Se sentó en el sofá y se puso los calcetines, luego las playeras.
Me sonreía cuando me miraba. Le dije que me parecía muy guapo y el cachorro agachó la cabeza. Dijo que ya estaba listo para irse. Mi rabo se había puesto de nuevo tieso, mientras observaba los movimientos que el cachorro hacía en mi presencia. Me levanté y me acerqué a él. Le llevé hasta la puerta de la calle y le puse contra ella. Le agarré de la cintura, apretándolo hacia mí, mientras pasé mi rabo por su culo.
Me agaché y le bajé los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Le separé las piernas. Escupí sobre mi palma de la mano y la pasé por su raja. Llené de saliva mi rabo, lo agaché atrayéndolo hacia mí, mientras apoyaba sus manos sobre la puerta de la calle. Le introduje un dedo lleno de saliva, hasta dentro. El cachorro gimió. Acerqué mi rabo hasta la entrada de su culo.
Le fui metiendo el rabo, todo lo lentamente que pude, hasta tener mis pelotas pegadas a su culo. El cachorro empezó a mover el culo y a masturbarse. Comencé a encularlo. Se la sacaba despacio y la volvía a introducir. Imprimí más movimiento a mis caderas.
Él empezó a masturbarse más rápidamente. Me dijo que me corriera, que le ardía el culo y que él se iba a correr ya. Yo le enculé más deprisa. El cachorro gemía y cerraba los ojos fuertemente, a la vez que apretaba los dientes y colocaba su cabeza sobre la puerta. Me gritaba que me corriera.
El cachorro se corrió salpicando la puerta con su leche, y yo al verlo también lo hice, llenándolo con mi leche caliente.
Me quedé apoyado sobre su espalda, mientras notaba cómo mi polla empezaba a salir de su culo, lentamente. La saqué. Él se incorporó y se subió el calzoncillo y el chándal. Se dio la vuelta y me miró. Le retiré de la puerta. La leche del cachorro, blanca, espesa y caliente resbalaba. Comencé a lamerla y a tragarla.
Después me acerqué a su lado y le di un beso en los labios. Él dijo que tenía que irse y que ya nos veríamos en el centro comercial otro día. Abrió la puerta y se fue, bajando las escaleras de dos en dos. Cerré la puerta y me tumbé en el sofá. Sobre la alfombra estaba uno de sus aros plateados. Seguramente se le cayó y no se dio cuenta. Se lo llevaré mañana pensé.
Creo que me quedé dormido recordando el olor de su cuerpo.
La verdad es que la sala olía al cachorro.