El cabrón de Toni, su correa y mi mujer
Rabiosos por el desdén con el que nos trató una prostituta de lujo, decidimos darle un escarmiento. Se nos fue la mano y pagué las consecuencias durante siete años.
Me gustaba Toni. El muy pendejo tenía dinero. Se aburría, pasaba las noches de fiesta en fiesta, las mañanas de cama en cama y las tardes en su piscina. Yo le conocí en un de esas fiestas. Alto y bien plantado, siempre bien vestido, pero con un toque de sinvergüenza encantador: un nudo de corbata caído, un cuello de la camisa fuera de sitio, un roto en un pantalón de lino. ¡Caray! era un vividor...y yo su mejor amigo.
Todo empezó la madrugada de un sábado, en un elegante night club. Uno de esos sitios a los que van parejas maduras después de la ópera y de la cena. Uno de esos sitios en los que, si no fuera por mi amigo, nunca me dejarían entrar por mi corta edad: Maderas nobles en la barra, cuero en los sillones, habanos en las manos de ellos y trajes largos cubriéndolas a ellas.
¿Os gustan las maduras? A mis veintitrés años me vuelven locos las pijas maduras. Mujeres entre 40 y 50 años que se conservan aún bien después de haber tenido un par de críos (mejor si nos los tuvieron). Se han hecho un par de retoques de cirugía y siempre llevan el pelo recién teñido de rubio o caoba. Han colmado todos sus caprichos con el dinero que sacan a sus maridos y ahora se dedican a mirar por el encima del hombro.
Eran tres. Entraron a tropel en el local, como queriéndose hacer notar. Venían solas. Seguramente de festejar el divorcio de una. Mi amigo, Toni, enseguida se giró hacia mí: A esa morenita me la tiro yo hoy ¿Vienes? Dijo.
El compartía mi gusto por las maduras, así que se sorprendió cuando le dije que no y me espetó: ¿Qué pasa pichabrava, algún problema?
Fue entonces cuando le conté la historia. En realidad no había mucho que contar.
- Hace un par de años, antes de que se arreglaran los problemas de la herencia de mi padre, las cosas empezaran a irme bien y mi negocio a marchar, trabajaba a veces en una conocida discoteca. Igual ponía discos que bailaba o yo que sé. Tenía veintiún años.
-Esa parte de la historia ya la sé. Te conocí en aquel sitio ¿Recuerdas? No te pongas nostálgico y vamos a trabajarnos a esas.
No, espera. Añadí.
Allí también las conocí a ellas.
¿Las conoces? ¡Mejor, que mejor!
No, escucha, me acerqué a saludarlas. Entraron como hoy. Me gustaba la rubia y traté de hablar con ella. Se rió de mí en alto. Me llamo niñato y pidió a los de seguridad que me echaran del local.
¿Queeeeé?
Las he vuelto a ver en alguna ocasión...creo que no somos lo que buscan...
Vaya... ¿Te pone la rubia eh?
La rubia, de unos 41 años era delgada, su vientre plano y la piel bronceada. Llevaba el pelo recogido en un moño, que dejaba al aire un largo y un elegante cuello. Se movía con distinción y sus ojos eran grises. Pecho pequeño. No vestía sujetador y el escote de la blusa iba desabrochado y abierto. Las caderas anchas y sus largas piernas iban ocultas por una falda negra que llegaba hasta los tobillos. En los pies sandalias. No llevaba joyas ni anillos, salvo el reloj de pulsera. Se reía miraba a todos los lados y se reía continuamente. No permitió que nadie se le acercara. Supongo que no se fijó en mí. El caso es que ni me reconoció.
Hablamos toda la noche de ella, hasta que Toni, supongo, se hartó de mí y me dejó en casa.
No volví a saber nada de él en unos días. Algo típico de Toni. Eran las cinco de la tarde, volvía de una comida de trabajo cuando recibí su llamada. Jadeaba y estaba nervioso: ¿Rafa?, se llama Rosa María, está casada con un millonario argentino que no le hace caso y me parece que le gusta montárselo con sus amiguitas... ¿Rafa?
Pensé que se había vuelto loco.
¿De qué me estás hablando, chico?
Es lesbiana. La rubia que te pone, es una come coños de lujo, ¡Con tarifas de escándalo!. Ven para acá, la tengo en el sótano
¿En el sótano?
Si pagué para que la trajeran...le he tenido que dar un par de hostias, pero ahora está tranquilita. Vente para acá corriendo, la tienen que devolver a medianoche.
¿De qué estás hablando?
Colgó.
Cuando llegué a su casa Evaristo, el viejo jardinero, me estaba esperando, me hizo señas de que aparcara por la parte de atrás y bajé por la entrada directa del sótano. Dentro, junto a la puerta, estaban cuatro tipos enormes. De esos que le debían mil y un favores al padre de Toni. Hacían y no preguntaban. Yo conocía a uno de ellos, Edu, que se encogió de hombros cuando le miré. En una esquina estaba la rubia, sentada en el suelo con la cabeza entre las rodillas. Llevaba un bonito traje amarillo de tirantes con falda amplia, de vuelo. Sentado en la mesa, con los pies en alto estaba Toni, que se levantó para saludarme.
- ¡Oye, empezamos enseguida!, ¿vale? Mientras que me decía eso se quitó el cinturón de su pantalón. ¡Venga cada uno por una extremidad! Les dijo a los hombres.
La chica forcejeó. Pero la levantaron si ninguna dificultad. Cada uno la cogió con sus dos manos, estirándola, por un brazo o una pierna de modo que quedó boca abajo como a un metro de altura del suelo.
Toni le levantó la falda y rompió sus braguitas mientras que ella trataba de zafarse y gritaba. Rafa la cogió del pelo y le levantó la cabeza. Le arreó un par de leches mientras que le explicaba que allí nadie la iba a oír.
A continuación empezó a golpear su trasero con el cinturón. Estiradla bien, que así le dolerá más. Gritaba a sus sicarios fuera de sí.
Yo me volví loco o me dejé llevar. Me bajé los pantalones delante de ella y le metí mi polla en la boca mientras Rafa acariciaba el culo sedoso que había estado castigando, para ver cómo reaccionaba al dolor. Le faltan todavía cuatro, cinco más... sácasela de la boca o no respondo, me dijo riendo mientras levantaba su brazo.
Espera, déjame a mí, le dije. Aguantándome los pantalones medio caídos, subí los tres escalones que daban al jardín y me hice con una de las finas cañas de bambú que se usa como tutores para las plantas. Evaristo me miró sorprendió, pero pasé de saludar al viejo.
En dos zancadas volví al sótano y me acerqué a ella que sollozaba y le dije: Ahora vas a ver putita. Cuenta en alto si no quieres que repita cada golpe... Uno, dos, tres, cuatro...y cinco. Con cada golpe se estiraba y chillaba mientras me llamaba cabrón o hijo de puta. Cuando acabé estaba fuera de mí. Nunca había tenido un ataque de ansiedad así... había disfrutado de cada palo que le había sacudido a esa jodida zorra. Pero a la vez temblaba por las consecuencias legales de mis actos
Bueno ahora seguimos solos. Vosotros cuatro esperad fuera. Dijo Rafa.
Bueno, bueno, dijo Rafa aún con la correa en la mano, Rosa María, cuando quieras te levantas, estamos esperando.
Ella sollozaba tumbada sobre el suelo, tal y como la habían dejado. La falda seguía levantada sobre su trasero que dejaba adivinar la paliza del cinturón y la marca de cada uno de los cinco golpes del bambú. Levantó la cabeza, apoyándose sobre los codos y pregunto entre sollozos: ¿Por qué? ¿Por qué yo?
Porque nos pones cariño, dijo Rafa poniéndose en cuclillas delante de ella y cogiéndola nuevamente del pelo para que levantara la cabeza, nos pones cachondos. Anda, levanta antes de que te levante yo a hostias.
Parece que se repuso de su humillación por que se levantó casi de un impulso. Iba a decir o hacer algo, pero su primera reacción fue llevarse la mano al culo para frotárselo. Allí estaba sollozando y frotándose el trasero como una niña pequeña a la que hubieran castigado... ¡Dios! Me corro cada vez que lo recuerdo...
Rafa había vuelto a la mesa de cata que presidía la
habitación y se sentó de nuevo en el viejo sillón mientras que le hablaba: Bueno
preciosa, ahora son las siete. Pórtate bien y a las 12 estarás en casa. Haz lo
que se te diga deprisa y bien. Tienes prohibido decir
No. Dijo ella. No, señor, corrigió él. No, señor repitió ella.
Anda ven aquí, guapa. Le dijo mientras separaba el sillón de la mesa y se palmeaba los muslos, indicándole que quería que se sentara en sus rodillas.
Cuando estaba delante de él, a punto de sentarse, le hizo gestos de que parara: No mujer, levántate la faldita por detrás...siéntate sobre mí a pelo. Así, uyyy que niña más buena. Nos vamos a llevar muy bien, añadió mientras que bajaba la cremallera de la espalda del vestido, bajó los tirantes y se aseguró que los pechos quedaran al aire....eran preciosos...puntiagudos con pezones largos, de aureola pequeña. Del mismo tono de piel sonrosado que sus labios.
La primera reacción de ella fue cruzar los brazos para tapárselos. Le cayeron un par de leches. Me asusté hasta yo.
Un grave error princesita, comentó Rafa. Si te dejo con las tetas al aire es porque quiero verlas, no para que te las tapes ¿No crees? Sacó entonces del bolsillo un par de pinzas para los pezones, unidas por una cadenita. No eran unas pinzas de juguete, si no de las que duelen. Eran pinzas de una percha para faldas que habían sido unidas toscamente con una cadena. Yo seguía sudando. Asustado por lo que había hecho o por lo que iba a hacer.
Ella suplicó y pidió perdón mientras se retorcía en los brazos de Rafa que cogió cada uno de los pechos apretándolos cerca del pezón para castigarlos con el mordisco de las pinzas. Cuando acabó la cogió de la mandíbula la miró a los ojos lamió algunas de sus lágrima y fundió su lengua con la boca de ella. Yo pensé que me iba a volver loco.
Bueno, le dijo, Este es el plan primero te vamos a poner a cuatro patitas en el sofá para que nos comas la polla. ¿Alguna duda?
En ese momento, como si no pudiera más, ella se echó a llorar desconsoladamente. Pero el cabrón de Rafa la paró en seco gritando: Si lloras ¡Correa! Si dices no ¡Correa! Si tardas en obedecer ¡Correa! Si me encabronas ¡Correa! ¿Los llamo ya?
Rosa María se puso en pie, era una rubia soberbia a la que yo deseaba con toda mi fuerza, dirigiéndose hacia el sofá. Que empiece contigo Toni, me dijo Rafa.
Y empezó... vaya que sí empezó. Me senté en un extremo del sofá. Ella, a cuatro patas, usó su mano derecha para coger mis huevos mientras que se apoyaba, con el antebrazo izquierdo, sobre mi vientre. Estaba enhiesta cuando se metió el capullo en la boca y empezó a masajear mis genitales. Con la lengua cariño... gemía yo. No lo hacía mal, pero aprendí enseguida que era muy fácil que lo hiciera muy bien. Basta con darle algún azote o pellizco en su dolorido culito para que reaccionara con una suavidad digna de elogio. De vez en cuando la dejaba respirar y aprovechaba para besarla.
¡Basta basta! Gritó Rafa. Tienes que guardar fuerzas para encularla. La cogió de la cadena que unía sus pechos y la atrajo hacía si suavemente obligándola a levantarse. Se bajó los pantalones, apoyó su trasero en la mesa e hizo arrodillarse a la rubia. No le dejó que se la chupara. Empezó a follarle la boca con rabia metiéndole la polla hasta la empuñadura. Cuando se le salía de la boca la abofeteaba, no muy fuerte pero si lo bastante para que ella supiera que no era un juego. Temblaba ella de arriba a abajo por el miedo y temblaba él de arriba a abajo por la rabia que estaba destilando.
Cuando estuvo a punto le cogió la cabeza y se la hizo girar, se la sujetó fuerte, mientras que con la otra mano se masturbó, haciendo que el semen saliera disparado hacia la oreja de ella, llenando su conducto auditivo. Entonces la soltó y pareció calmarse.
Ella cayó al suelo, llorando de nuevo mientras que repetía: Cabrones, cabrones... me las vais a pagar cabronazos de mierda, no sabéis quien soy yo.
Anda ven, le dijo...te voy a poner lubricante en el culito y te voy a quitar las pinzas cariño. La llevó al sofá y la volvió a sentar en sus rodillas. La martirizó un poco, tras quitarles las pinzas, pellizcando sus pezones mientras que se reía de ella: ¡No sabes quién soy yo, no sabes quién soy yo! ¡Una jodida putita de lujo, eso eres tú! Anda ponte boca abajo sobre mis rodillas que voy a abrirte el culito.
Levantó su falda. Los golpes empezaban a oscurecer ya. Acarició su clítoris y empezó a introducir el dedo gordo empapado en crema por el ano. Así...cariño, así...levanta el culito levántalo. Ella quizá aplacada por las últimas barbaridades que había dicho mi amigo decidió mostrarse colaboradora.
La mandé a tomar por el culo con auténtico placer. De puntillas, lo que hacía parecer sus piernas más largas aún, los pies algo separados pero las rodillas juntas, los codos apoyados en la mesa, bien separados del cuerpo, para poder cogerle las tetas mientras le daba. ¡Menudo polvo! ¡Creo recordar que duró media vida!
De repente todo era distinto...empezamos a tener conciencia de lo que habíamos hecho. La acompañamos, hecha unos zorros no quiso subir a lavarse, al coche, donde uno de los gorilas le pagó antes de llevarla de vuelta.
Esa noche bebimos hasta emborracharnos y perder el sentido, tratando de olvidar aquello. A las diez de la mañana nos despertó el timbre de la puerta cuando abrimos, pensando en que explicaciones íbamos a dar a la policía, nos encontramos al viejo jardinero que acompañaba al chico de la floristería. 12 rosas rojas, una negra y un viejo estuche de cuero. No había tarjeta.
El estuche contenía una vieja fusta, también de cuero, la misma con la que arreé, una de cada cuatro noches, durante los siete años de matrimonio, a mi primera esposa, Rosa María.