El cabrón de Recursos Humanos

Desde el primer momento que Mónica, la jefa del departamento, me comunicó que debía de acompañar a Gutiérrez en aquel viaje de negocios, me negué. Es un impresentable y un grosero, le dije, mas ella insistió en que era su última palabra. De esta manera me encontré viajando con semejante energúmeno.

Aguardaba paciente en la recepción del hotel a que Gutiérrez diera por finiquitado el asunto. Llevaba más de 15 minutos enzarzado en una violenta discusión con el joven recepcionista. Me jodía tener la razón pero en realidad este tipo de situación ya me la esperaba.

Desde el primer momento que Mónica, la jefa del departamento, me comunicó que debía de acompañar a Gutiérrez en aquel viaje de negocios, me negué. Es un impresentable y un grosero, le dije, mas ella insistió en que era su última palabra. De esta manera me encontré viajando con semejante energúmeno.

Al llegar al hotel, después de aguantar durante todo el viaje su insoportable conversación; nos informaron que la reserva no constaba para ese día, a puntito estuve de abofetearle. Lo sabía, me dije, este incompetente es incapaz de hacer nada bien.

Desde hacía dos años, cuando se incorporó a la empresa, tuve que soportar su continua perorata machista, misógina, homófoba, racista y facha. Era un auténtico animal aquel gordo seboso. Solo por ser el yerno del presidente del consejo de administración estaba donde estaba. Todos en  la empresa lo sabíamos.

Ahora la había tomado con el pobre recepcionista. Un joven de voz atiplada que estaba siendo insultado de forma impenitente. Se le veía de maneras suaves, por así decirlo, y el cabrón de Gutiérrez no cesaba de zaherirle. Tenía entablada una santa cruzada contra los homosexuales y todo lo que se lo recordara; siendo aquel pobre muchacho un buen ejemplar del gremio para descargar su ira.

Cuando

el empleado concluyó que era imposible alojarle, ni en su establecimiento ni en ninguno a los que pacientemente había llamado;  Gutiérrez estalló en cólera. Lo siento señor, le contestó con una fría sonrisa, esta todo completo a causa del partido de fútbol. No me quedó más remedio que agarrarlo por el brazo y sacarle a rastras del hotel antes de que agrediera al joven.

Ese maricón es un incompetente, gritó mientras nos dirigíamos a nuestro automóvil. El que eres un incompetente y bocazas eres tú, so gilipollas, ¡Te confundiste en la fecha de la reserva, vale!, le dije mirándole con desprecio. Sabía por experiencia que a este tipo de individuos solo se les podía tratar de esta manera. Fue así por lo que desde el primer día le evidencié, que si me tocaba los cojones, lo tenía pero que muy claro conmigo; le arrinconé contra la máquina de café y le solté un par de hostias. Era de esa mierda de tios que son fuertes con los débiles y débiles con los fuertes. Así que me respetaba y creo que hasta en cierta medida me temía.

Después de telefonear histéricamente a todos los hoteles de la ciudad, por fin se percató de nuestra situación. Y ahora qué hacemos? ¿Donde nos alojamos? Repetía en una quejumbrosa letanía mientras circulábamos por la embotellada ciudad bajo un pertinaz aguacero. Una idea se me vino a la cabeza. Ya verás dónde te voy alojar hijo de la gran puta, pensé riéndome para mis adentros.

Di un volantazo y me dirigí en dirección a la salida de la ciudad. ¿A dónde vamos?, me preguntó. A tomar por el culo imbécil. Cierra de una vez esa puta boca. A los pocos kilómetros nos desviamos por una carretera comarcal. Apenas se podía ver a través de la tupida cortina de lluvia. Por fin vi brillar  unos neones que mostraban un pájaro patilargo y de cuello curvilíneo. Debajo las palabras Motel Pink Flamingo. Habíamos llegado a nuestro destino.

Todo el recinto estaba rodeado de un alto seto y en el edificio solo se veía luz en algunas ventanas. Conduje hasta la entrada donde un cartel, iluminado por un potente foco,  informaba del funcionamiento del establecimiento.

  1. En la entrada hay un teléfono por el cual se le asigna un número de habitación.
  2. Se le abre la barrera de entrada y la puerta del garaje.
  3. Entre con el coche hasta el interior de su estacionamiento privado. Puede acceder a su habitación sin pasar por recepción. No hay trato directo entre usted y los empleados del Motel.
  4. La comunicación se realiza a través del teléfono, marcando el número de recepción.
  5. En su habitación está instalado un torno por donde se le entregarán las consumiciones, la factura y demás servicios.
  6. Para salir pida la cuenta, que se le pasará a través del torno, y no tiene más que abrir la puerta de su garaje. Inmediatamente se le abrirá la barrera de salida.

Pulsé el timbre y esperé la respuesta. ¿Pero vamos a quedarnos aquí?, me dijo Gutiérrez. Por mi te puedes quedar donde te salga de los cojones, respondí cortante. Al fin una voz respondió a mi llamada. Buenas noches señor. Habitación 17. Aceleré y entré como una centella al parking donde me introduje en el hueco numerado con el 17. Inmediatamente un portón se cerró tras nosotros mientras se encendía la luz del local. Me apeé, cogí mi equipaje del maletero y comencé a subir una angosta escalera mientras oía a Gutiérrez. Ya estuviste aquí antes. ¿Verdad?. No sabía que eras tan putero. Tú no sabes de mí una mierda. Y cierra esa puta boca, le respondí de mal café.

Al abrir la puerta de la habitación, una profusión de luz y de color nos deslumbró. Era un auténtico decorado de Almodóvar: Una estética que unía sin criterio lo hortera con lo kitsch, hacía de aquel antro un abigarrado templo del amor. La profusión de imágenes eróticas colgadas en las paredes, de espejos en todos los ángulos, techo incluido, y el inmenso tálamo que presidía la estancia; mostraba bien a las claras la clientela que lo frecuentaba.

¿Pero...que se entra de frente a la habitación? ¿Tú eres tonto o qué? No has leído las normas del establecimiento.  Pero solo hay una cama, me dijo. ¿Y….?, le conteste secamente. Que yo quiero una habitación para mí solo. ¿No puede ser?. Me volví y le mire con una expresión socarrona. Por supuesto. Puedes abrir esa puerta que conduce al pasillo. Vas a recepción. Pides un taxi. Te diriges a la ciudad. Alquilas un automóvil. Regresas y coges una habitación. Le mentí ¿Entonces qué vamos a dormir los dos en esa cama?, me preguntó mientras dejaba sus bultos en el suelo. Yo voy a dormir en esa cama. Tú puedes dormir en ella o en el suelo; sentado en la silla, en el baño, en el coche, colgado de una percha en el armario o donde te salga del pito. ¡Me importa una mierda!, concluí iracundo. Ahora yo me voy a dar una ducha así que haz lo que quieras. Tu mismo. Y entré al baño.

Cuando salí Gutiérrez estaba sentado en la cama con su neceser de aseo en la mano. ¿Puedo entrar yo ahora?, me preguntó tímidamente. Desde luego, si vas a dormir en esa cama, no es que puedas es que tienes que hacerlo. Apestas. Se puso colorado como un pimiento. Mansamente se dirigió a la ducha. Me senté en la cama apoyando la espalda contra el espejo que servía de cabecero y mire hacia el techo. Vi como una sádica sonrisa se dibujaba en mi cara.

Me entretuve leyendo la carta que tenía apartados de comidas, bebidas, objetos de aseo personal y al final una sección de sex shop. En ella ofrecían una profusión  de artilugios para los más variados gustos. Me decidí y telefoneé encargando una botella de whisky y alguna “cosilla” más. Puse la música ambiente en la que una mujer susurraba una canción entre suspiros que dejaba bien a las claras que tenía algo entre las piernas.

Al verlo salir del baño embutido en el estrecho albornoz del motel, me percaté de lo gordo que estaba. Sus lampiñas piernas desnudas eran de un color rosado y ahora con el pelo mojado se observaba mejor su incipiente calvicie. Joder menudo baño, tiene hasta jacuzzi. Vaya bien que está esto, me dijo. Cuando se sentó a mi lado en la cama comprobé aliviado que al menos ahora no olía como un cerdo. Verás la culpa es de mi mujer que es idiota, se escudó. Le encargué que hiciese la reserva y la muy tonta se confundió. Seguro. Yo sabía que mentía, le vi como la hizo. Pero que se puede esperar de una mujer, remató. Me apeteció partirle la cara en aquel mismo instante. ¿Pero cómo podía haber dado aquel braguetazo semejante puerco?. Luego recordé a su mujer. Una cerdita bien cebada que hacía que muy buena pareja con aquel animal de bellota. Dios los cría…, pensé

Me estaba aburriendo contándome su vida cuando por fin  sonó tenuemente un timbre y una luz roja parpadeó sobre una portezuela en la pared. ¿Que ha sido eso?, saltó asustado. Nada, que he encargado algo para beber. ¿Te apetece? Si claro, buena idea. Me dirigí hacia el torno y extraje la botella de whisky y unos aperitivos. Pude comprobar que también se encontraba allí el resto de mi pedido. Cerré la puerta y serví generosas cantidades del dorado brebaje en dos vasos, ofreciéndole uno. De un trago para entrar en calor, le presione. Inmediatamente volví a llenar los cálices.

Procuré que no tuviera nunca la copa vacía. Por desgracia el alcohol hizo que se le desatase aún más la sin hueso. Y entró en esa fase en la que todos somos amigos. Eres un gran tío. Me caes muy bien, me decía con la lengua estropajosa. No lo sabía, le contesté con una sonrisa de medio lado. Que si tío, que sí. Me caes de puta madre. A partir de ahora vamos a ser muy buenos amigos, ya lo veras. Tal vez, tal vez, le respondí con una sonrisa sarcástica. ¿Quieres que ponga algo en la tele?, dije con la intención de salir de aquella conversación que me estaba revolviendo las tripas. Encendí la televisión y zapeé por los canales. ¿Y si ponemos una porno?. Ahora que estamos en confianza…, le dije. Vale ,vale.., una guarra, carcajeó. En el menú de adultos escogí una película que yo ya había visto. Una mujer se despedía de su marido e iba al encuentro de su amante. Al comenzar la acción vi como Gutiérrez se excitaba. Joder que chocho. Bien peludo. Mira como se lo chupa. Como me gusta la almeja fresca. Eso métele un dedete a esa guarra. Vaya par de tetas, tío. La actriz le sacó la polla a su partenaire y se la empezó a menear, Gutiérrez protestó. Joder siempre lo mismo mira qué pollón. Esos rabos no son de verdad. Están trucados. Nadie la tiene tan grande. No te creas, le dije. Haberlas hailas. Cuando se la empezó a chupar Gutiérrez entre gruñidos confesó. Eso sí que da gusto, que te la chupe una zorra con una bocaza como la de esta. No callaba mientras se a cogía el paquete. Se me está poniendo muy dura, me dijo. Un bultillo en su entrepierna indicaba que efectivamente algo se movía por allí. Entre su albornoz entreabierto pude ver cómo asomaban unos huevillos medio lampiños. Al ver como miraba con ojos vidriosos la pantalla, el sudor perlaba su frente y su cara coloradota y congestionada; supe que había llegado el momento. A ver déjame ver si esta tan dura. Y uniendo la acción a mis palabras le agarre la polla por encima de la tela. Como me imagine era un picha corta. Hostia tio¿Que haces? No hagas eso que me voy a correr. Le apreté con más ahínco la polla. ¿Y qué? ¿Quieres que te la menee yo? ¡No digas mariconadas!, me dijo mientras intentaba apartar mi mano. Le di un fuerte palmetazo que le sorprendió.¿Quieres o no?. Estamos entre amigos. ¿No? Después de dudarlo durante unos segundos al fin accedió. Vale tío. Pues abre la bata. Con sus dedos gordezuelos se desató nerviosamente la cinta y apartó la prenda mostrando su desnudez. Tenía una barriga considerable sobre la que descansaban dos pechos voluminosos. Recordaba una meretriz romana. En la entrepierna una pequeña pichuela sin circuncidar estaba tiesa y babeante. Tenía por cojones dos bolitas pequeñas y en todo su cuerpo solo se veía un poco de vello rubicundo en su pubis. Parecía el sexo de un imberbe. La viva imagen de un eunuco persa.

Con sumo cuidado le agarré el rabo y comencé a acariciarlo suavemente. Era consciente que como me apurase se me iba a correr en un pis pas. Así que fui despacio. Cuando intuía que la eyaculación podía ser inminente me detenía. Le acariciaba las piernas o las tetas, porque de otra manera no se las podían llamar. El suspiraba y ponía los ojos en blanco. Decidí ir un paso más allá.

Si quieres te la chupo. Abrió los ojos que tenía cerrados. ¿Harías eso?  Estamos entre amigos. ¿No?. Vale, vale me dijo jadeando. Con la lengua le lamí todo el tronco y jugué con su frenillo. Después con calma me  metí la pollita en la boca en su totalidad. No fue mucho el esfuerzo. Estaba enfrascado en mi labor cuando presentí que ocurría algo raro. Le miré a la cara y observé su expresión. Sus ojos garzos y vacunos, abiertos como platos, estaban clavados en la pantalla. Me torné para ver qué pasaba. Como yo muy bien sabía, el cornudo estaba sodomizando violentamente al amante de su mujer, esta le agarraba fuertemente las manos mientras se reía. Joder mira que cara de gusto pone ese mariconazo. Bueno. ¿Y qué? ¿Te la sigo chupando o lo dejamos? No sigue, sigue; me dijo alzando los hombres sin apartar la vista de la pantalla. Retome mi tarea. No sé si fueron imaginaciones mías pero me pareció que tenía el rabo más duro

Proseguí con la mamada para descender a continuación lamiendo los huevos y más abajo. Le cogí de los tobillos y le arrastre con dificultad para que se tumbase. Se dejó hacer sumiso. Le levanté las piernas que puse sobre mis hombros lengüeteando y chupando por todo el perineo. Luego le empuje para poder acceder a su ano. Unas enormes posadera blancas como la luna se mostraron ante mis ojos, Le aparte las cachas y en el medio pude observar el pequeño y sonrosado ojete. Cuatro pelillos, como pestañas, lo circundaban. Llambeteé con la lengua. Le debió de gustar la experiencia, porque al poco rato, se sujetaba las piernas exponiendo bien sus posaderas para facilitarme el trabajo. Suspiraba como una perra mientras le comía el culo. Dios que gusto, exclamaba entre jadeos.

Me metí un dedo en la boca y lo ensalivé. Empecé a acariciarle los pliegues del agujero. Cuando lo vi preparado se lo clavé y lo moví en su interior. Ahora se retorcía de gozo. Di un paso más en mi estrategia

Ponte a gatas que estarás más cómodo, le ordené. Obediente se incorporó. Se despojó de la bata, que arrojó veloz sobre la silla, quedando totalmente desnudo. Solicito se posicionó ansioso de que continuase con la faena. Allí a cuatro patas sobre la cama semejaba un auténtico cerdo. Su barbilampiña piel sonrosada. Su barriga y sus tetas que colgaban flácidas. Y aquel enorme trasero que desembocaba en dos jamones rollizos.  Era como una marrana recién parida.

Me levanté y me dirigí al torno. Lo abrí y cogí las “sorpresitas” que le tenía preparados. De paso apagué la televisión y pulse un botón de un aparato proximo.Me arrodillé tras él y le miré a través del espejo a la  cabecera de la cama. Me devolvió una mirada mezcla de morbo, deseo y temor. No se imaginaba lo que le tenía preparado. Desenrosqué el gel lubricante, efecto calor según ponía; por propia experiencia sabía que más bien era efecto volcán. Le embadurné bien el ojete y sin ningún tipo de miramiento le metí tantos dedos como pude por el culo. Empezó a quejarse del tratamiento. Dios me haces daño. ¿Que coño es eso me está quemando por dentro?. Le di una buena hostia en una nalga. Cállate no seas maricona. Aguanta como un hombre, joder. Sobre su piel nívea se marcó roja la huella de mi mano. Debido a mi gusto por la simetría le arreé en la otra cacha del culo. Luego desempaqueté un juguetito. Unas bolas chinas de colores chillones y tamaño creciente. Si bien la primera era más pequeña que una canica, la última era casi del tamaño de una hermosa ciruela. Aquello debía de doler. Le metí la primera y profirió un pequeño quejido. Con la segunda grito. Le volví golpear. Se las saque una tras otra y me quedé mirando como su ano permanecía boqueando como la boquita de un pez de colores. ¿A qué te ha gustado? Si, si, me dijo apocado entre jadeos. Pues volvamos a empezar. Y no se te ocurra gritar. Vale, vale, me dijo manso. Cuando le metí la tercera soltó un alarido. Tiré de ellas rápidamente mientras se oía el pluf pluf pluf que producían en su extracción. Ya está bien. Se acabó. Me levanté y desenvolví la mordaza. Una bola roja como una cereza, grande como una pelota de squash y con una cinta atravesándola. Abré la boca, le dije. Negó con la cabeza apretando los labios. Le arreé una sonora bofetada. Abre te digo. Dócilmente la abrió. Se la empuje dentro y la amarré fuertemente en la nuca. Vamos allá, solo son seis.

Retorné a mi tarea. Me entretuve metiéndole las bolas con parsimonia. A veces se sacaba alguna y volvía a comenzar. Veía a través del reflejo su cara desencajada por el esfuerzo y chorretones de sudor se deslizaban por su cara. No cesaba de gruñir sordamente acallado como estaba por la mordaza. Cuando le metí la última creí por un momento que se iba a desvanecer. Le palmeé de nuevo con ímpetu las posaderas. Se tensó de nuevo. Con todas las bolas alojadas en su intestino. Fui hacia la cabecera de la cama y me quite el albornoz mostrándole mi polla erecta. El terror se reflejó en sus ojos. Y comenzó a decir que no con la cabeza. Yo con la cabeza hice lo contrario. Si, si.Comprendía perfectamente su espanto. Sabía que tenía un cipote descomunal. Eran muchos los tíos que se negaban que les diese por el culo con semejante tranca. Como decía Luis mi actual amantel: Vengo a follar contigo, no a que me apliques tormento.

Me puse tras su trasero. Verdaderamente era un culo enorme. Como el de una negra. Por eso van también armados los morenos, pensé, si no quien llega tan allá. En este caso tampoco había problema. Una arandela colgaba del hilo que salía de entre sus nalgas. Introduje un dedo por ella y tiré sin tregua.Plufff,plufff,pluff,pluff,pluff y…...pluf. Le aparté rápidamente las cachas con las manos. Pude comprobar como se había dilatado aquel agujero hasta convertirse en un soberbio boquete. Antes de que se cerrase la cancela apoye la polla y comencé a clavársela sin piedad. Gruñía. Erguía la cabeza para dejarla caer a continuación. Gruñía. Se arqueaba. Gruñía. Temblaba. Y por último inmensos lagrimones empezaron a recorrer sus mejillas. Le estaba destrozando, era consciente de ello. Pero él se lo había buscado. Me estaba vengando de dos años durante los cuales tuve que soportar su desagradable presencia. Costó enterrársela hasta el fondo. Al fin mi vientre entró en contacto con sus mórbidas carnes. Ahora ya la tienes toda dentro, le comuniqué. Él afirmaba con la cabeza mientras verraqueaba como un cerdo.

Comencé entonces a follármelo salvajemente. Plas, plas, plas sonaba al entrechocar nuestros cuerpos. Le miraba retador a los ojos a través del espejo. Plas, plas, plas…. El balanceaba la cabeza al compás de mis acometidas. Plas, plas, plas...Sus carnes flácidas se agitaban como un hígado zarandeado. De repente se la sacaba completamente y cuando menos se lo esperaba se la volvía a enterrar hasta las entrañas. Gruñía y sudaba. Sudaba y gruñía. Miré hacia arriba y vi a mi cuerpo viril y musculado. Velloso y moreno. Acometer aquel cuerpo gordo y desparramado. Verdaderamente parecía que estaba fornicando con una gorrina.

Denoté que le estaba empezando a coger el gusto, al veri que el mismo se empalaba cuando yo me detenía a descansar. Le quite entonces la mordaza. Te gusta que te den por el culo. ¿Verdad maricona? Si, si, me contestó mientras a duras penas intentaba recuperar las respiración. De su boca se escurrían las babas acumuladas. Seguí follándole con saña. Tener un macho dentro de ti, eh puta. Si. Si. Dime que te gusta que te folle. Suplicame que te la clave con fuerza. Sí fóllame, fóllame. Dale más fuerte, más fuerte, más fuerte.  Me detuve. Sigue, sigue te lo ruego. Está bien le voy a dar bien de polla a mi zorrita. Sáciate de rabo. So guarra. Si soy una zorra. Tu zorra. Una guarra, una pécora, una puta maricona. Pero fóllame más fuerte cabrón. Le cogí por las ampulosas caderas y comencé a cabalgarle frenético. Le zarandeaba como un despojo aventándolo con cada empujón. El reculaba mientras su trasero no paraba de moverse en círculos magreando mi rabo.

Dios mío. Dios míoo. Dios míoooooo. Dios mio. Dios mio. ¡DIOS MIOOOOOOOOO¡ Empezó a gritar mientras su cuerpo se agitaba como un azogado.  Su culo se contrajo espasmódicamente estrujándome la polla. Evidentemente se había corrido, sin siquiera tocarse, con el gusto que le daba mi tremendo pepino metido en su culo. Tuvo que  ser un orgasmo de campeonato porque su esfínter no cesaba de apretar como un resorte mecánico alrededor de mis carnes. Parecía querer engullirlo y quedárselo para siempre cautivo en su morada. Le acometí entonces con furia mientras sentía como mi polla escupía innumerables descargas de leche caliente en lo más hondo de su cuerpo. El último empellón fue de tal virulencia que los dos perdimos el equilibrio y caímos uno sobre el otro. Un golpe y un chasquido de cristales. Tras ello el silencio.

Cuando me recupere, me apoyé sobre mis manos y me salí de él. De pie sobre la cama miré aquella masa de carne inerte. Se había desvanecido. Sobre el cristal roto, mi cipote, aún erecto, se reflejaba enrojecido, por la sangre  del martirio infringido. Mudo testigo de mi cruel venganza.

Era ya de mañana cuando Gutiérrez abrió los ojos. Se incorporó en la cama. Permaneció sentado mientras me miraba con odio. Una blanca cruz de esparadrapo ornaba su frente. Tras él, la telaraña en el espejo. Y en su centro una mácula carmesí daba fe de lo acaecido. Me violaste hijo de puta, me gritó. Lo has de pagar bien caro, te lo aseguro. Mi dedo pulsó el botón. Por los altavoces sonó su voz: “Sí soy una zorra. Tu zorra. Una guarra, una pécora, una puta maricona. Pero fóllame más fuerte cabrón…..”. Sus ojos vacunos, enrojecidos por el alcohol ingerido, se clavaron en la pantalla. Simultáneamente se proyectaba la misma escena tomada de distintos ángulos. Era yo sodomizando a Gutiérrez, cuya cara de vicio y placer lo decía todo. No parece que te esté violando mucho, le dije. Si quieres lo subimos a Facebook y hacemos una encuesta. ¿Qué te parece? Le dije con una sarcástica sonrisa de medio lado. ¿O mejor en el Whatsapp de la empresa?. Gutiérrez con la boca abierta no podía apartar los ojos de la pantalla. No joder estaba bromeando, dijo cuando se recuperó del impacto. Somos amigos. Fue efecto del alcohol. Los dos nos dejamos llevar. Y sin quererlo…. ¿Sin quererlo…? Bueno tú ya me entiendes. El que me parece que ahora entiendes eres tú, le espeté rabioso. Pero…..¿somos amigos, no?, añadí. Si por supuesto. Pues te voy a hacer una confidencia. La verdad es que me apetecería  mucho… Me miró solícito esperando que continuara. La Dirección de la nueva sucursal en Londres. ¿Crees que tengo posibilidades? Si, si. Muchas te lo aseguro. Dalo por hecho, me dijo reafirmándolo con la cabeza. Bajé la mano. La puse en la bragueta. Bajé lentamente el cierre de la cremallera. Me saqué la polla que se balanceó como una trompa. Y apuntándola con un dedo le dije: Pues ahora... Chúpamela.