El Caballero de los Cuervos 4

El dolor de un comandante... La impotencia en su amor... Un niño exiliado de su país... Cinco espadas forjadas en traición...

El caballero de los cuervos 4

Las cinco plumas y el cuervo exiliado...

Ubicado en Falsia; en el Palacio de los Letargos; en el jardín de la promesa primaveral.

Cuando el príncipe Kasius dio punto final a la conversación y se marchó del lugar rápidamente.

El comandante general del ejército de Primura, Amor Grum, estalló en desesperación.

Veía todo color sangre cuando tomó su mazo, Golpe Salvaje; y con un rugido brutal y sin sentido, clavó el yunque de la masa al suelo, haciendo aparecer con ello, cientos de cuchillas metálicas que empalaron la gran roca de Tytus.

Y gritó:

—¡DESPEDAZADLAAAAA...!

Y las cuchillas giraron en un tornado de metal retorcido, logrando con ello, destruir la enorme roca desde sus cimientos en una enorme explosión de polvo.

Amir cayó desconsolado al suelo. Sintiendo como sus emociones, más fuertes y vívidas e indomables que las de un humano, lo desbordaba hasta ahogarlo en un mar de agonía.

Postrado de rodillas, con sus rudas manos cubriendo su rostro, Amir lloró tanto como nunca creyó volverlo a hacer, desde que perdió a su madre.

Y eso era porque ahora perdía al amor de su vida sin nada que pudiera hacer para evitarlo, justo como con su madre, aunque ahora era más grande y más fuerte que aquella vez.

Se sentía tan impotente... No, se sentía aún más potente que esa vez.

Sin importar cuánto lo deseara. Desde el principio, Kasius se le escapaba de sus dedos como el rocío del amanecer; ambos estaban destinados a no ser del otro, sin importar que sus almas cantaran juntas cuando se tocaban.

El abismo era demasiado grande, incluso mientras yacían y se prometían amor entre besos y caricias; mientras él se derramaba en el interior de su hombre en un explosivo placer... El abismo entre los dos era inexpugnable. Eterno y concreto.

Por eso, aunque fácilmente podía ir por su amor y poseerlo en medio de ese jardín, hasta que Kasius solo pudiera decir su nombre; Amir se mantuvo tirado en el suelo, llorando totalmente roto; observando como la enorme piedra volvía a recontruirse poco a poco.

—Lo siento, Kasius... En verdad lo siento, mi amor —susurró devastado mientras las lágrimas salían sin cesar—. Si yo fuera más fuerte, o si yo estuviera la posición que me corresponde... Tú y yo podríamos estar juntos —terminó, mientras arrancaba un poco de hierba de la tierra, tratabdo de tragar la amarga frustración.

Ese era el pensamiento más íntimo y secreto de Amir... Algo que ni siquiera le había contado a su amado Kasius.

______°______

Aunque no lo pareciera, la verdad absoluta que Amir, en realidad era un príncipe exiliado de su tierra.

A diferencia del continente central, que es una tierra prospera y silvestre llena de ríos y lagos y montañas, con un clima templado y ligeramente frío. El continente de oeste, era una tierra árida y seca, siendo más arena que otra cosa, con épocas muy puntuales de lluvia y donde las ciudades solo se egendraban alrededor de los valiosos oasis. A más grande el oasis, más importante la ciudad.

Ese continente, era gobernado por siete criaturas que se repartieron la tierra en siete partes iguales. Los elementales.

Siento tierra, agua, fuego, viento, relámpago, madera y metal. Los elementales, son seres que encarnaban las fuerzas de la naturaleza en su forma más pura. Ellos podían tomar cualquier forma, aunque la preferida por estos era la forma humana; eran los primeros descendientes directos de los titanes, así que eran las criaturas más poderosas en el horizonte hunano, luego de los titanes.

Los siete elementales, aunque eran ciertamente reyes justos y amables que habían gobernado en esa desolada tierra desde que habían nacido, hace miles de años, tenían fuerte una rivalidad entre todos; siempre deseando mostrar que uno de los siete era más fuerte y superior que los otros seis.

En medio de esa disputa entre hermanos, el elemental del metal, Armour Plegiades, se enamoró perdidamente de una hermosa chica llama Eris Grum.

Armour, aunque era frío y duro como el metal, también era flexible y ardiente como el mismo. Sus súbditos lo respetan y veneraban. Él personalmente creaba las construcciones, utensilios y armas, todo de metal, para sus seguidores. El país de Plegiades era conocido por ser exportador de la mejores armas y equipamento en todo el horizonte humano; todo creado por Armour, y con eso, él cuidaba a sus ciudadanos de la crueldad del árido continente.

Armour era el elemental que menos hijos tenía; en toda la historia, solo había tenido una docena de concubinas con la que había engendrado un solo hijo con cada una, y, para ese momento, su último hijo era su mano derecha y ya tenía más de cincuenta años.

Aunque ninguno de los elementales lo decía; Armour, en términos de poder, era superior a todos. El metal nacía de la tierra; solo se fortalecía con el fuego; podía volverse líquido e inoxidable para luchar contra el agua; el viento simplemente hacía cantar el filo del metal; la madera no era nada en su contra y el relámpago era absorbido por este para potenciar su poder.

Por esto, sus hermanos luchaban solo políticamente en su contra yde una manera bastante pasiva-agresiva. Armour tampoco se metía como tal en la pelea, puesto que su fría lógica encontraba esto como un sin sentido.

Pero el metal, aunque era frío e insípido... También podía arder a temperaturas insospechadas.

El reino de Plegiades entró en jubiló cuando Armour declaró a Eris como su nueva esposa. Un amor cómo ningún otro que Armour hubiera sentido antes en su frígido corazón; hacía a su metal, vibrar de placer cuando ambos estaban juntos... Ella era simplemente perfecta.

Eris por su parte, siempre estuvo cautivada por Armour. Él no era como el típico elemental de los demás reinos, que se encondían en sus alcobas con cien o doscientas concubinas a fabricar elementales menores como si fueran conejos del desierto.

Era un hombre que se dedicaba a su pueblo, a escucharlo y a sumar fuerzas con este para sobrevivir a la dura vida en el desierto y así, expandir los oasis con trabajo y dedicación.

El frío temple del elemental la tenía enamorada de él desde el principio y siempre le daba las gracias a los Dioses por haberla bendecido con el amor de su vida mortal.

La pareja gobernó las tierras como un dúo muy compentrado y sabio... Y a los tres años del matrimonio, tuvieron un pequeño elemental menor, al que llamaron Amadeus Plegiades.

Si los elementales era lo más puro de sus elementos, siendo encarnaciones de las fuerzas naturales; los elementales menores eran humanos que contenían fuerzas elementales bajo su piel; mucho más débiles que sus padres, pero con casi los mismos poderes; y, al no ser elementos como tal, sus emociones eran como una tormenta intempestiva en su interior. Con mucho entrenamiento, un elemental menor apenas podía domar parcialmente, todo la furia natural que gobernaba su interior.

Armour y Eris amaron incondicionalmente a ese niño, planeando seriamente tener otro más, algo que nunca había pasado con Armour.

Y esa peculiaridad fue el fin de dos.

Armour era el más poderoso de los siete elementales, por lo tanto, sus hijos eran los más poderosos también. En una batalla, uno de sus hijos fácilmente podía acabar con una tropa de hijos de cualquier elemental.

Que comenzara a procrear más de lo normal en él, fue tomado por los demás elementales como un acto de guerra; que concluyeron, que si dejaban a ese hermoso amor seguir produciendo niños, podrían ser invadidos y conquistados por el elemental de metal, proclamándolo así como el más poderoso y superior de todos al fin.

Los elementales decidieron matar ese amor.

Así que, cuando Eris tenía seis meses de gestación de su siguiente hijo y el pequeño Amadeus tenía tres años; los elementales trazaron un plan, que terminó en Armour descubriendo a su amada haciedo el amor con otro hombre.

Eris había sido engañada por el elemental de tierra, él más cercano en actitud y personalidad a su amado.

Armour, lleno de una fría y metalizada cólera, fue en contra de sus vengativos hermanos; en contra de su amada y de su hijo, quien le recordaba a ella.

Eris y Amadeus tuvieron que salir del continente, ella sabía que si iba a algún otro país de los elementales con su preciado hijos, los elementales lo matarían al ver el poder que tenía. Awsí que zarpó al mar de las separaciones , rumbo al continente central. Rezándole a los Dioses para que Armour se diera cuenta de que ella realmente lo amaba y que nunca lo traicionaría de esa forma; rezaba, para estar de nuevo con su amado algún día y así criar juntos a sus hijos.

Pero la Diosa de la misericordia, la Diosa Íngrid, no dió su visto bueno.

En medio del mar, el elemental del agua tenía pleno poder sobre todo, y, usó dicho poder, para crear una furiosa tormenta que devoró el barco antes de tocara tierra... Desapareciéndolo todo.

Armour permaneció en su tierra, lleno de ira y de rencor hacía todo y todos, procamándo una guerra total contra los demás países elementales; guerra que incluso hoy en día, se mantiene.

Amir... Lo único que podía recordar luego de la tormenta, era el barco hecho pedazos y los cadáveres que llegaban a la costa entre las olas.

Y entre estos, el cadáver de su madre embarazada.

Amadeus Plegiades, cambió su nombre a Amir Grum en honor a su madre y llegó entre algunos nómadas a Primura, donde empezó desde cero y creció, y participó en la guerra libertadora.

En el continente no eran desconocidos los elementales menores y el significado de ser uno, pero también era cierto que estos tenían hijos y que los poderes elementales podían resurgir de pronto entre los descendientes... Eso fue a lo que Amir abogó para mantenerse con vida.

Un simple viajero cuya familia murió en un desafortunado naufragio. Descendiente lejano de uno de los primeros hijo de Armour Plegiades, quién era conocido hoy en día, como el benévolo y tiránico de metal que causaba estragos en todo el continente del oeste.

En condiciones perfectas, si Amir colocaba un pie en su tierra natal y reclamaba su puesto junto a su padre, eso le permitiría hacer un puente entre ambas naciones, pudiendo negociar con ello, un matrimonio con Kasius, a cambio de suministrar al reino con las mejores armas comerciadas en todo el horizonte y uno de los más poderosos ejércitos del oeste.

La propuesta de matrimonio sería algo alarmante, considerando el hecho de que ambos eran hombres, pero igual podría ocurrir debido a la necesidad y la urgencia del momento, así como la abismal ventaja política que le daría está unión, al reino de Primura y al país de Plegiades respectivamente.

Eso sería en condiciones perfectas.

Porque la cruda verdad, era que Amir odiaba a su padre son toda su alma. Su amada madre y su hermano no nato, habían muerto por su culpa al forzarlos a marcharse y eso nunca lo iba a perdonar.

Aparte de que su padre le cortaría la cabeza al verlo, por recordarle a Eris.

Así que Amir se mantuvo en el suelo, ya con los ojos secos, recordando sin parar su pasado y el gesto de dolor que hizo Kasius cuando le restregó en la cara la verdad... Recordando la maldición que plastaba los hombros de su amor.

"Si tan solo... Nuestras vidas fueran diferente; si nos hubiéramos encontrado en otro lugar, en otro momento, en otra vida... Si al menos yo fuera príncipe de mi tierra... O si tuviera una fuerte posición en el reino... Yo te quitaría ese horrible peso que cargas, Kasius" Pensó Amir desesperado, cerrando los ojos al fin. Dispuesto a rendirse completamente al f-

De pronto, una idea creció en su mente, una loca y descabellada idea.

Amir se levantó rápidamente, chasqueó los dedos y su armadura vibró con fuerza, quitándose los rastros de polvo de encima, recogió su mazo y se marchó del jardín; trazando un plan en su mente.

Sí había una solución, una diminuta y absurda solución, considerando que su poder estaba muy limitado en ese momento.

Pero él lo haría, él liberaría a Kasius de su peso... Así tuviera que vender y mancillar su alma; y que por ello, el Dios Madus lanzará su alma al inframundo.

—Voy a salvarte de tu destino Kasius... Aunque eso signifique que me odies por ello.

______°______

A la mañana siguiente, las trompetas resonaron por todo la capital. La gente se reunía en la avenida principal y aclamaban con fanfarrias y cánticos, a las cinco personas que llegaban a Falsia, montadas a caballo.

Después de tres largos meses, las cinco espadas del rey estaban de nuevo en su hogar.

Dentro del Palacio de los Letargos, todo se movía rápidamente entre los sirvientes y la guardia, arreglando todo para la llegada de las espadas.

En sala del trono, se habían colocado, varias mesas de reunión a los lados y sillas para las espadas frente al trono, el cuál era una enorme silla tallada de un enorme cristal dorado que nacía en forma de racimo del suelo, tal cual como el trono en la sala de reuniones, solo que este, se expandía hasta tocar el alto techo y las paredes, cayendo como una suave cascada de cristal hasta el suelo, incluso las puertas que daban a la refinada alcoba del rey, estaban incrustadas en el cristal del trono.

Los enormes ventanales con vitrales, daban la bienvenida a la luz del sol que nacía del horizonte, iluminando mágicamente las cortinas doradas y escarchadas que decoraban las paredes como si fueran pilares.

El suelo era de alajas de piedra negra, roja y verde; con un alfombra vinotinto y encaje dorado, que conectaba el trono con las puertas de entrada al salón.

Amir estaba sentado en la punta más cercana al trono de la mesa del lado izquierdo.

A su vez, Kasius estaba sentado en la punta más cercana al trono de la mesa del lado derecho.

Su amado sonreía como siempre y comía sin prestarle atención a nada en especial, mientras que los señores y ministrios hablaban entre ellos.

Pero Amir no era tonto, él podía ver la tristeza y la convicción de su hombre en cada gesto: En el cómo su ceño se fruncía un milímetro cada tanto; en el cómo su frente tenía un muy leve tic o en cómo a veces parpadeaba múltiples veces seguidas. Amir podía leerlo todo en su hombre porque conocía todos sus gestos y mañas.

Los demás veían a un feliz y altivo príncipe... Amir veía a un hombre hundido en su miseria y su falsa seguridad.

El salón desayunaba con el típico bullicio de los nobles y los sirvientes... Cuando todo comenzó a temblar levemente.

Pum, pum, pum... Sonaba sin cesar. A veces se detenía y a veces iba un poco más rápido, pero era un sonido que reverberaba en todos lados.

Eso solo podía significar algo, que la primera espada, Tytus Rokai, había llegado al castillo junto a las otras espadas.

Las conversaciones siguieron como si nada, ya acostumbrados al temblor. Pero Amir solo pudo apretar su mandíbula, preparándose para lo que vendría ahora.

Todos seguían su cause normal... Aunque se podía palpar en el aire la inquietud, la sed de sangre y el sorprendente maná que se acercaba con cada temblor.

Las espadas, los más poderosos de todo el reino de Primura; personas que eran consideradas como monstruos, estaban ahí, a punto de llegar a la sala del trono.

Un rato después, el anunciador de la corte indicó que habían llegado las espadas. El rey Kasio instó a dejarlos pasar.

Todos se prepararon para recibir a los dignos y aclamados guerreros.

Y cuando las puertas se habieron...

—¡Mira, bruja masoquista!, ¡si me sigues tocando las pelotas!, ¡te voy a explotar esas tetas mágicas que tienes!

—¡Ja! Mira quién habla. Oye enano, ¿por qué no vas ha jugar con tus haditas y me dejas en paz? O mejor, ¡¿por qué no te mueres de una vez y así nos libras de tu patética existencia?!

—¡¿Patética existencia?! ¡Te voy a llenar de agua esas ubres de vaca que tienes y-!

De pronto los gritos se cortaron cuando se escuchó un golpe y un quejido.

Una bola de pelos castaños rojizos, salió volando por la habitación hasta caer en frente de las escaleras... Que estaban a más de Veinte metros de distancia de la entrada.

La bola de pelo, apenas se detuvo, giró en el suelo como loca hasta que salió de ella un niño, que se quejaba levemente.

—¡Hay, hay!... ¡Maldito Chased, me golpeaste muy duro, cabrón! —se quejó el chico que salió entre la marea de pelo otoñal.

Una risa sonó de la entrada.

—¿Quién te manda a estorbar niño? Debemos presentarnos frente a su majestad.

Entonces apareció la sombra de cuatro personas en la entrada.

El primero en entrar era un pálido hombre de dos metros de altura. Su piel era estremadamente blanca, pero solo lo notabas en su cabeza y manos, puesto que su casi raquítico calvo cuerpo, estaba totalmente cubierto de un tatuaje negro con runas del color de su piel; sus facciones eran muy afiladas, incluyendo sus dientes puntiagudos; sus ojos eran de un brillante y extraño verde, con los irices rasgados; unas largas uñas de color verde también y estaba totalmente calvo, no poseía ni siquiera cejas.

Vestía unas botas y pantalones andrajosos; los pantalones tenían jirones y jirones de tela de distintos colores al azar, con un cinto en el cuál llevaba un pequeño estoque; usaba muñequeras de cuero con grabados de gatos.

Era la tercera espada del rey. El asesino gatuno, Chased Montreu.

—Asi que por favor, controlénse. —Sonrió brillantemente el hombre, mostrando con ello sus afilados dientes.

Entonces pasó una sombra velozmente al lado del hombre, mostrando a una chica con el ceño fruncido y muy, muy molesta.

—¡Pues dile al gusano ese que me deje en paz o lo voy a esclavizar, Chased! —se quejó la mujer altaneramente, para luego sentarse en su silla y cruzar sus piernas.

Ella en cambio era muy hermosa, de un metro setenta; con una piel tan suave y hermosa como la de un bebé; enormes y hermosos ojos color carbón; una abundante cabellera dorada hasta los hombros y facciones tan lindas y delicadas como las de las mejores muñecas de porcelana del país.

Vestía un corsé aue destacaba su cintura de avispa y sus enormes pechos; un pantalón y botas de cuero negro que estilizaba sus turgentes piernas y un abrigo morado de mangas largas, que le quedaba enorme para su delicada figura y que le llegaba hasta la cintura. De las mangas del abrigo salían don cadenas púrpuras con cruces rojas en las puntas.

Era la cuarta espada del rey. La ama de las cadenas y de los esclavos, Morya Delof.

El niño envuelto en cabello le sacó la lengua a la mujer, quien te puso roja de la furia al ver el gesto.

Chased suspiró mientras terminaba de entrar. Una sombra apareció detrás de él.

—Ustedes lo que necesitan es un castigo —dijo una suave voz de mujer justo antes de entrar al salón.

El niño y la cuarta espada, Morya, se encrisparon al oírla.

La nueva mujer, de un metro ochenta, estaba vestida de blanco, totalmente de blanco. Pantalones, camisa, guantes, capa corta, chaquetilla, todo era de blanco con detalles dorados. En su cadera llevaba un grueso libro morado con runas negras y doradas talladas con oro y obsidiana.

Su cabello era de un negro azulado y sus ojos de un suave gris; con la pier color canela. Era hermosa, no tanto como Morya, pero lo era.

Era la segunda espada del Rey. La emperatriz de la brujería, Troya Belof.

—¡Pero, Troya!, ¡ese niño empezó! —se quejó Morya, agitando su abundante y dorado cabello. La segunda espada suspiró cansada.

—Es un niño, Morya, él tiene quince años; tú tienes casi treinta... Es más que obvio que llevas la mayoría de la culpa en esto —indicó Troya con paciencia, sentándose.

El niño se carcajeó sin parar.

—Ne... Reí —rugió una voz tan alto que llenó toda la habitación, aunque pareció casi un susurro.

El niño se encogió arrepentido.

—Lo siento Tytus, p-pero es que... ¡Esa mujerzuela me tiene harto! —exclamó el niño, levantándose de la marea de cabello.

Entonces el chico mostró que medía solo un metro cincuenta, con un abundante cabello castaño rojizo que le llegaba casi a los talones, atado con una cinta azul.

Era de tez clara y sus facciones aniñadas, con ojos de suave aguamarina y labios de un intenso rosa; su cuerpo estaba muy fibroso y musculoso. Vistiendo un peto de cuero escamoso azulado; botas de acero; rodilleras de duro cuero; pantalones de cuero marrón y una camisa negra. Desde sus manos hasta los codos, estaban cubiertas por un par de finos guanteletes compuestos con alguna clase de fibras metálicas, que mostraban dibujos de las mareas y el agua meciéndose suavemente, con un par de brillantes piedras azuladas incrustadas en el dorso cada guante .

Era la quinta espada del rey. El hijo de las Nayades, Nerei Nimph.

—Ne... Rei —repitió la voz que se acercaba a paso lento a la entrada. El pequeño Nerei se encogió nuevamente, con las mejillas sonrojasdas.

—Lo siento,Tytus. Prometo que me voy a comportar —indicó Nerei suavemente, sentándose sumisamente.

Entonces, justo entonces; apareció una bota dorada en la entrada, que al tocar el suelo cuidadosamente, hizo que todas la cosas en las mesas, brincaran suavemente.

Así se reveló una impresionante y enorme armadura dorada de tres metros de altura, dicha armadura cubría por completo al portador, no se veía ni una grieta en ella que permitiera mostrar algo, solo había una abertura en forma de regilla en el yelmo, donde se veían claramente un par de ojos que brillaban aterradoramente de un color dorado oscuro.

Ese era la primera espada del rey. El titán que no es titán, Tytus Rokai.

La habitación se mantuvo en silencio mientras que la enorme madura caminaba con cuidado, provocando pequeños terremotos con cada paso, hasta pararse al lado de la silla que le correspondía.

Amir los observó fijamente, sintiendo celos y respeto a la vez por estos seres.

Estos eran proclamados los cinco guerreros más podoresos del reino.

Habían alguna condiciones para ser una de las espadas del rey: Principalmente, se debía ser muy fuerte, muy, muy fuerte, lo suficiente para equivaler el valor de un ejercito de setenta y cinco mil hombres, que era el valor de la quinta espada.

Luego, tenías que ser alguien nacido dentro del reino por motivos de seguridad. Han habido algunas excepciones a través dela historia de Primura, pero era más que todo para aquellos con el potencial de ser la segunda o la primera espada.

Al cumplir esos dos requisitos indispensables, se les permitía a los candidatos entrar a un torneo entre ellos y luego contra las espadas actuales para así rellenar el puesto vacío entre estas. Si por el contrario, todas las espadas estaban completas, pues una vez al año, durante una semana, cualquiera podría desafiar a cualquier espada una única vez y así robarle el puesto.

El resultado de entrar entre la espadas, era que el rey les concediera una habitación en el palacio, lujos casi equivalentes al de este y un deseo que cumpliría para la espada, cualqier deseo dependiendo de las condiciones.

Amir era un extranjero, no solo del reino, sino del continente. La única forma que tenía para formar parte de las espadas, era conquistando el primer o segundo lugar... Lo cual era imposible para él.

Tytus Rokai podía tumbarlo solo con su presencia, y, las bestias mágicas de Troya siempre lo abrumaban... De hecho, su actual nivel era equivalente al de Morya y sus cadenas esclavizadoras.

Aunque su plan no era precisamente unirse a las espadas, de todos modos.

No, él se habriría paso de otra forma... Un tanto más contundente.

Una vez que Tytus se sentó en una gigantesca silla de piedra que creó él mismo del suelo. El rey Kasio carraspeó.

—Los estábamos esperando, mis espadas. Bienvenidas a Primura nuevamente, que los Dioses...

Entonces Tytus carraspeó... Lo que era equivalente a un mini terremoto.

—Mi se... Ñor, al gra... No —indicó lentamente Tytus, haciendo que toda su armadura vibrará levemente.

Amir frunció el ceño algo intrigado. Toda la habitación se mantuvo en silencio.

Incluso Kasius, al otro lado, había perdido la sonrisa.

La segunda espada, Troya Belof, se levantó elegantemente de su lugar.

—Su majestad. Sabemos que algo ocurre; ayer por la noche fui alertada por uno de mis guardianes, que gracias al Dios Peral, en ese momento estaba en la ciudad de Caruso —explicó la mujer con un lento parpadeo—. Por favor, Minmin, muéstranos lo que ocurrió.

En ese momento, en frente de la bruja, apareció una pequeña llama que giró en el aire y creció hasta convertiste, en un gatito atigrado de pelaje rojizo con rayas azules, con tres ojos de un verde parecidos al de la tercera espada y con dos colas.

El gatito comenzó a saltar por el lugar y soltar chispas de sus patas, que comenzaron a reunirse frente a Troya, para formar una especie de ventana; en ella, se veía el momento junto en qué el gatito apareció frente a Persival Bladesky cargando al ex sucesor, Gale Brimhal.

En silencio, toda la sala presenció la batalla del gatito en contra del lancero de plata, hasta el punto en que el gatito fue arrasado por una marea de luz que salió de la lanza del Persival. En ese momento la pantalla se desvaneció.

Amir estaba atónito. Esa clase de poder era... Impresionante, casi a la altura de la primera espada actual.

—Mandé algunos esbirros a Caruso para saber qué fue lo que pasó —continuó Troya—, al parecer, esa potente luz dejó ciegos temporalmente a todos los ciudadanos y a gran parte de los plebeyos de los pueblos circundantes... Aquellos que vivían más cerca de donde Persival activó esa luz, perdieron sus ojos por completo. Actualmente se les están reconstruyendo con magia de tejidos, pero se tardará en compensar los daños. En cualquier momento debería de recibir noticias de la zona apenas recuperen algo de su logística.

El rey observó con el ceño fruncido, algún punto en medio de la nada, pensativo.

—Esa clase de poder... Jamás pensé que Persival tuviera acceso a algo así.

—Lo que creemos, es que se trata de la habilidad de la lanza de Persival, Lirio de Plata —intervino Chased, chasqueando la lengua—. Ese artefacto, parece tener el poder de acumular hechizos y maná en ella. Lo más probable es que Persival cargó la lanza con hechizos de luz y de protección, debido a se deficiencia al controlar su maná.

Amir no pudo evitar estar de acuerdo con la tercera espada.

Todos ellos se conocían desde casi siempre, así que todos sabían más menos sus limitaciones. Aunque Persival era el guerrero con más maná de todo el reino, sus capacidades para hacer magia eran casi nulas, así que no podía hacer ningún hechizo o tener alguna afinidad elemental.

A menos que claro, siempre se estuviera conteniendo hasta un punto tal, que terminó amputando con ello, el desarrollo de su potencial... Lo cual no tenía sentido si su deseo de aporteger al señor de Brimhal, que era lo que siempre andaba pregonando.

"Persival nunca ha tenido motivos para contenerse... Así que lo más probable es que Chased tenga razón" Analizó rápidamente.

Troya en ese instante sacó el libro que cargaba y lo abrió.

De pronto, apareció frente a todos una enorme proyección mágica a escala del reino de Primura.

—No sabemos con exactitud por qué escapa, pero, lo que si sabemos es que ya no lo podemos seguir efectivamente —indicó la bruja lentamente, observando el mapa.

—¿Y eso por qué? —preguntó el rey Kasio, simplemente.

Chased se levantó de su silla con una siniestra sonrisa.

—Oh. Bueno su señoría, ocurre que la luz que disparó Persival, ha perturbado completamente el flujo de maná de toda la zona —indicó el asesino.

Y con ello, en la proyección, dónde estaba ubicada la ciudad de Caruso, comenzó a crecer una mancha blanca que se esparció rápidamente hasta cubrir la cuarta parte de la proyección.

—Esto es lo que le pasó al mapa de Troya cuando la luz se disparó... Lo que vieron antes de algo que se había guardado previamente. —Chased señaló toda la zona blanca—. Ahora mismo, ella perdió el escaneo de toda esa zona. Esas personas no están muerta, simplemente... La magia y el maná del ambiente están demasiado inestables como para obtener una lectura clara.

Y lo mismo ocurre con mi olfato de maná, con el maná del aire tan inestable... Lo único que conseguiré será un congestión nasal. Achú —dijo burlonamente el asesino al final.

—Solo... Sa... Ber qué ... Ir a... Es... Te, den... Tro de... La man... Cha —remató Tytus lentamente.

La habitación se mantuvo en silencio nuevamente... Amor estaba ciertamente sorprendido.

Las espadas ni siquiera habían llegado a la capital para obtener su nueva misión y ya sabían más o menos lo que debían de hacer... Hasta tenían una idea clara de por dónde huían los prófugos.

El rey Kasio asintió lentamente, para luego pasar a contar los hechos que ocurrieron días atrás, cuando Brimhal fue arraasada por el fuego.

Amir observó durante todo ese tiempo a la quinta espada, Nerei Nimph.

El niño de dieciséis años, observaba cabizbajo el suelo, con el ceño levemente fruncido y las manos apretadas en puños.

El comandante estaba seriamente preocupado por la pequeña espada. Nerei le tenía mucho aprecio a Persival aunque nunca lo dijera; él siempre había tratado de llamar la atención Persival, debido a que como este había rechazado su puesto entre las espadas, el niño pudo entrar como la quinta espada y ser coronado como la espada de menor edad que había entrado entre el grupo de élites.

Amir estaba seguro de que el niño no soportaría la pesada carga de cazar a uno de sus pocos amigos. De cazar a su mejor amigo.

Cuando el rey terminó y ordenó que al día siguiente fueran detrás de Persival Bladesky y Gale Brimhal. Amir levantó la mano.

—Mi rey, me gustaría hace una petición —indicó en ese momento.

El rey Kasio lo observó unos segundos, como si calculará lo que iba a pedir, para luego asentir.

—Me gustaría ir junto a las espadas a la caza de Persival —pidió con una profunda reverencia.

El rey lo observó unos segundos nuevamente y dijo:

—¿Por qué deseas hacer esto?

Amir frunció el ceño levemente, incapaz de controlar del todo sus emociones.

—Persival es uno de mis generales, el peso de su captura también me aplasta, mi señor; sin contar con que, aunque Persival ha luchado contra las espadas en alguna que otra ocasión, contra quién ha tenido más encuentros, ha sido conmigo. Mi sabiduría acerca de sus movimientos le darán a las espadas, la seguridad que hace falta para capturarlo o asesinarlo sin ninguna baja.

El rey meditó brevemente sobre sus palabras.

—Está bien, tienes permitido ir con las espadas; y, debido a tu conocimiento sobre el Destello Blanco, serás quién lidere la batalla en su contra; antes o después de ello, el mando de las espadas será de Tytus.

Amir se inclinó profundamente, agradecido con el rey al haber concedido su petición.

Y porque inconscientemente le había permitido comenzar a trabajar su plan.

Luego de ello, el rey anunció lentamente todas las cosas que Kasius ya le había informado de antemano: Que el príncipe sería temporalmente el señor de Brimhal para recontruirlo y se encargaría de buscarle un nuevo señor a la ciudad destrozada y a Crollys; también informó, sobre la fiesta que se daría en una semana en honor a la formalización del casamiento del príncipe con Teresa Norr, la princesa de la provincia de Norr.

Una vez decretado esto, la reunión terminó y se les permitió a todos ir a sus deberes.

Amir solo pudo salir del salón del trono, pensando en que debía de despedirse de Kasius aunque las cosas estuvieran tensas entre ellos.

Debía de hacerlo, porque era muy probable de que, si por algún motivo él fallaba, nunca más podría ver al amor de su vida.