El caballero 2

Relato independiente. Historias de don Teodomiro y su escudero Valentín, famoso caballero que dedicó su vida a salvar doncellas y hombres de las manos de las tropas árabes y maleantes que las esclavizaban. No es necesario haber leído el anterior.

Pasan los días y caballero y joven siguen buscando caravanas de esclavos. Al poco de salir del castillo, se les unió el antiguo soldado del padre del joven, al que llamaban “Tronco”, muy diestro con la espada y lanza.  Más adelante, se les unieron dos soldados más, capturados para cargar y descargar los pesados botines y cuyo destino final era la muerte. A uno lo llamaban “Hércules” , una broma por ser delgado y desgarbado. Sin embargo, tenía una gran agilidad y destreza con la espada. Al tercero, un hombre extremadamente velludo, le llamaban “Pelao”,  porque uno de los muchos señores de la zona, le  pilló medio desnudo, seduciendo a su hija, pero como la cosa no había llegado a mayores y parece ser que la propia hija estaba muy de acuerdo, se limitó a castigarlo con una depilación integral a la brea y expulsándolo desnudo y pelado.  Su arma favorita era un palo largo, que manejaba con destreza y con el que rompía brazos y piernas y abría cabezas con casco incluido.

No se les da mal el negocio, pues recuperaron un par de doncellas que devolvieron a sus padres y una buena cantidad de otras mujeres, que vendieron a pueblerinos solos para que se casaran con ellas.

Por supuesto que no fueron célibes ninguno. Unos más y otros menos, pudieron llevarse a alguna de las muchachas, o ya señoras, tras algún matorral para satisfacer sus deseos, además de sus visitas a las posadas donde se encontraban las mejores putas. Así descubrieron el porqué del apodo de “Tronco”.  Tenía una polla, que si bien no era muy larga, tenía un buen grosor. Alguien había dicho que parecía un tronco de los que se echaban al fogón, por lo grueso y corto, y así nació el apodo.

Entre unas cosas y otras, todos llevaban la bolsa bien llena, y esto nos lleva al principio de esta historia, cuando uno de esos días decidieron gastar algunas monedas en las putas de la posada de uno de los pueblos por los que pasaron.

Empezaron por beber unas buenas jarras de cerveza, con las muchachas sentadas en sus piernas, dejando entrever sus abundantes tetas que sobresalían de sus escotes.

También metían mano bajo sus faldas, mientras ellas se hacían las vírgenes y recatadas, retirando sus manos entres risas, abrazos y besos.

Estando con este entretenimiento, llegó un soldado a toda prisa, sudoroso y cubierto de polvo, preguntando por el Conde Teodomiro y su escudero Valentín.  El posadero los señaló y fue corriendo hasta ellos.

-Conde Teodomiro, me envía el Conde Loarre para contratar vuestros servicios con urgencia.

Viendo su lamentable estado, el caballero dijo:

-Estoy dispuesto a escucharte, pero no será antes de que seas bien atendido. ¡¡POSADERO, TRAED UNA JARRA DE CERVEZA PARA ESTE HOMBRE!! –Dijo levantando la voz y acercándole un taburete con el pie.

Tras un largo trago, el soldado continuó.

-Gracias, señor, realmente lo necesitaba. Mi señor, el Conde Loarre,  quedó viudo y sin hijos que pudiesen dar continuidad a su título. Ahora, transcurrido el tiempo prudencial de luto, ha decidido casarse, eligiendo a Doña Petronila, la hermana del Conde Montearagón, que lleva viuda varios años ya.  Esto, a la muerte del Conde Montearagón, mayor ya y también sin hijos, le permitirá anexionar sus valles al ser la viuda su heredera.

Paró para tomar otro trago y dijo el caballero.

-Lo veo muy bien, pero no se que tenemos que ver nosotros en esto, ni la urgencia.

-Veréis, mi señor, -dijo limpiándose la espuma de la boca con la manga de su uniforme- cuando la viuda se dirigía hacia el castillo de Loarre, su comitiva fue asaltada por unos maleantes o tratantes de esclavos árabes, que se la llevaron prisionera.  El Conde me ha dicho que os dará dos bolsas de monedas si se la lleváis sana y salva.  Os llevan dos días de ventaja, por lo que deberíais salir inmediatamente, antes de que se adentren mucho en territorio enemigo y no podáis recuperarla.

-No se hable más. –Dijo el caballero poniéndose en pie y arrojando al suelo a la mujer sentada en sus rodillas.- Salimos ahora mismo para rescatarla.

Los cinco, con un considerable bulto en sus calzones, salieron de la posada y partieron en busca de la dama.

Fueron haciendo averiguaciones, hasta que dieron con el rastro de los maleantes, y galoparon casi sin descanso durante tres días, hasta que un anochecer, vieron una hoguera a un lado del camino, todavía un poco lejos, con dos carromatos y los caballos atados a un árbol cercano.

El caballero mandó esperar escondidos y cuando ya era de noche muy cerrada, cerca del cambio de guardia, Valentín se acercó con sigilo y cortó el cuello al hombre que estaba de guardia.  El gorgogeo que señalaba el final de su vida, despertó algunos de los maleantes.  Inmediatamente se acercaron los demás y, tras una lucha en la que murieron siete de ellos, varios de ellos a manos de Hércules,  redujeron a los ocho restantes, que arrojaron sus armas. Solamente uno de ellos quiso  coger una espada y atacar nuevamente, pero una flecha en el corazón lo hizo desistir.

Revisados los carromatos, encontraron en uno a cuatro mujeres, una ya mayor, de unos 22 ó 25 años, atada y amordazada y tres jovencitas de entre 15 y 19, y el otro cargado con provisiones para el camino

La mayor, resultó Doña Petronila y las menores, las hijas de un campesino, raptadas unos días atrás, al pasar por la cabaña donde se encontraban mientras su padre y madre habían ido al pueblo a vender sus productos y comprar otros que necesitaban.

Tras atar a todos, amenazarlos de muerte si volvían a verlos y llevarse una buena parte de las provisiones, partieron hacia el castillo del Conde Loarre.

Por el camino, pasaron junto a la casa de las muchachas, cuyos padres cambiaron el llanto por alegría inmensa al recuperarlas.  Como era casi de noche, el campesino insistió para que se quedasen a dormir en su casa, y empezó a dar órdenes para que sus hijas y mujer llevasen todo a al pajar de la cuadra y dejasen las camas limpias para el caballero y sus hombres.

El caballero no lo consintió y decidieron dormir ellos en el pajar.  Eso si, les dieron una magnífica cena y un no menos magnífico desayuno al día siguiente, antes de partir.

Siguiendo su ruta, la viuda se agotaba sobre el caballo. Además de no haber montado nunca, era uno de los caballos de tiro de las carretas, por lo que le resultaba incómodo.

A medio día les hizo parar para descansar y comer algo, y lo hicieron a un lado del camino, pero a la dama no le gustaba estar al sol, por lo que debieron de buscar una arboleda para que estuviese a gusto.

Aprovecharon para comer algo sentados alrededor de un fuego que encendieron. Al terminar, la señora se puso en pie y con voz enérgica, dijo:

-Conde, ven conmigo. Y vosotros, vigilad que no vengan los secuestradores a recuperarme.

Cuando vio que todos no dirigíamos a la linde del bosquecillo a vigilar, dio media vuelta y se metió tras unos arbustos.

Se oyeron voces cuyo contenido no se entendía, y pronto un gran silencio con pequeños ruidos aislados.

Los soldados y el joven se habían colocado separados para así cubrir mayor zona de vigilancia. Al no ver a los demás, Valentín volvió atrás ocultándose y sin hacer ruido, hasta llegar a un lado de los arbustos donde estaban Doña Petronila y el caballero.

Sonriente, vio cómo el caballero comía el coño a la mujer, que se había desnudado, mientras ella presionaba su cabeza con una mano y frotaba los pezones con la otra.

-Ooooohhh ¡Qué lengua tienes, conde! Sigue así, así.

El joven se sacó su polla y empezó a pajearse despacio ante la excitante escena. Concentrado en ella, observó, una vez que levantó la vista, movimiento entre los arbustos que rodeaban a la pareja.  Echó mano a su espada pensando que les atacaban, y ya iba a lanzar el grito de aviso, cuando vio que los que movían los arbustos eran los soldados, que a su vez estaban pajeándose mientras buscaban un mejor punto de vista.

Más tranquilo, siguió observando a la pareja.

-Mmmmmmm. Sigue, conde, me voy a correr.

-Siiii, me viene

-No pares, conde. Me corrooooooo.

Por si no había quedado claro, los movimientos de la pelvis de ella contra la boca de él, lo delataban.

El conde intentó levantarse. El joven alcanzó a ver la entrada de su coño toda brillante, con un clítoris sobresaliente y labios abiertos como una flor.

-¿Dónde vas, maricón de mierda?  ¿Te he dicho que dejaras de comerme el coño?

El conde volvió  a colocarse entre sus piernas para seguir dándole lengua.

-Esto está mejor. Méteme la lengua bien adentro.

-OOOOOOOh  Siiii. Vas aprendiendo.

-Chúpame el clítoris.

-AAAAAAAh. Siiii. Qué gusto.

Las piernas de ella abiertas al máximo, los pies sobre la espalda del conde, su cabeza inmersa en el río de flujo y babas que manaba de su coño y que luego le contaron al joven los soldados que mejor lo veían, que se encharcaba en el suelo y ella gritando tan fuerte que hubiese atraído a todos los maleantes de varias leguas a la redonda, daban fe de lo que la dama estaba disfrutando.

-Siiii, conde, siiii.  Sigue comiéndome el coñoooo, me corro otra veeeeeeez. AAAAAAAAAAAAAAH.

Cuando terminó su corrida, dio un fuerte empujón al conde, que lo hizo caer de espaldas, mientras ella se recuperaba toda abierta de piernas y pasando suavemente la mano por el coño.

-No te muevas. –Dijo cuando vio que el conde intentaba levantarse, mientras seguía con su masaje y relajación.

El conde, de frente a ese coño totalmente empapado y viendo lo que la dama estaba haciendo, cada vez se excitaba más. Tenía la polla como una piedra, a punto de reventar.

El muchacho y los soldados se habían corrido dos o tres veces, según edad y posibilidades, pero seguían dándole sin parar, sin dejar de ver la excitante escena.

Cuando la mujer se recuperó, no se lo pensó dos veces. Se levantó decidida en busca del conde, que de espaldas en el suelo y totalmente empalmado, se acariciaba la polla en busca de su merecido placer.

-¡Deja en paz esa polla de mierda que tienes que te voy a follar como nunca te han follado!

Se colocó sobre el conde, con una rodilla a cada lado y se ensartó la polla de un solo golpe. Era una polla normalita y entró con suma facilidad, pero igual hubiese dado que fuera un inmenso pollón, dado lo mojada que estaba.

Sus movimientos, parecidos a los de una posesa, iban desde un rápido movimiento atrás y adelante, alternando con otros arriba y abajo y giros circulares aplastando su clítoris contra la pelvis del conde.

-No puedo maaaás. Me corroooo. –Dijo el conde, incapaz de aguantar ante semejante ataque.

-Espera, maricón de mierda, o te corto los huevos como me dejes a medias.  ¡Maldito seas! ¿No puedes aguantar ni un minuto? –Dijo ella cuando sintió la corrida del conde.

Gracias a que la polla se fue desinflando despacio y a los movimientos de ella frotando el clítoris contra él y su mano metida entre ambos, no tardó en alcanzar un nuevo orgasmo.

-AAAAAAAAAAAAhhhh.

Se levantó lo suficiente para colocar su coño sobre la boca del conde y le dijo:

-Déjamelo bien limpio, ya que no has sabido hacerme disfrutar como un hombre.

Él, con sus movimientos limitados por la posición de ella, no le quedó más remedio que meterle la lengua para limpiar la corrida, al tiempo que ella volvía a excitarse y le agarraba del pelo para presionar la cabeza contra su coño, hasta que alcanzó su último orgasmo.

En ese punto, los mirones volvieron rápidamente a sus puestos, dejando a la pareja que hiciese lo que quisiera.

Al poco, la voz del conde llamó a todos para recoger el campamento. Cuando se presentaron pudieron ver a un conde con la cara roja, que se limpiaba chorretones  de lefa y fluidos.

Recogieron todo y siguieron su camino. Delante, la dama y el caballero, detrás y algo apartados, los demás. Aprovechaban la distancia para intercambiar comentarios de lo observado. Todos coincidieron en que jamás habían escuchado un lenguaje tan soez, ni siquiera en las putas que frecuentaban, mucho menos en la que se supone una gran dama.

Cabalgaron durante toda la tarde, hasta que la proximidad de la noche les obligó a levantar un nuevo campamento para dormir.

Hicieron una nueva hoguera donde prepararon la cena, que comieron sentados alrededor.  Al terminar, dijo la dama:

-Dejad lo que lleváis en las manos y poneos todos de pie.

Nadie se movió, pero todos quedaron mirándola.

-¡No me habéis oído, pandilla de inútiles! ¡Todos de pie!

Dudando, dejaron lo que estaban haciendo y se pusieron todos en pie.

-Bajaos los calzones y enseñad vuestras pollas.

-Señora, no podemos hacer eso, el señor Cond…

-¡Como no saquéis vuestras pollas inmediatamente, le diré a mi futuro esposo que me habéis violado y os mandará cortar la cabeza!… o algo peor.

-…de nos matará si se entera. –Continuaba con la frase el caballero.

Con más duda que antes y con vergüenza añadida, dejaron caer sus calzones y comenzaron a mostrar sus penes, casi erectos por la situación.

La variedad debió de gustarle, pues sonrió con satisfacción.  Fue dando la vuelta sopesando los atributos de cada uno.  El Conde, normalita, Hércules, delgada pero muy larga, alcanzando su tamaño máximo con las manipulaciones de ella, Tronco… La extasió. La tomó con las dos manos, la pajeó un par de veces y sopesó el grueso leño con un suspiro de satisfacción. Por último, tomó la polla del Pelao, gruesa y venosa, de buen tamaño también, tras sopesarla y pajearla también, se volvió a los demás y dijo.

-¡Tú! –Dijo señalando a Valentín, al tiempo que se desnudaba- Fóllame bien con la hermosa polla que tienes y vosotros, maricones, masturbaros pero no quiero que se pierda ni una gota, el que se corra antes de que lo ordene, lo acusaré de violador, si no le corto antes los huevos. –En ese momento, tomó una de las dagas de los hombres.

Valentín se acercó a la mujer, que, de espaldas a él, se dobló por la cintura y dijo:

-Métemela por el coño, y quiero a vosotros tres –señalando a los soldados- con vuestras pollas en mis manos y boca.

-Y yo, mi señora. -Dijo el caballero.

-Tú a masturbarte. Todos iréis rotando, y al que se corra sin mi permiso, se la cortaré inmediatamente. ¡Y rápido, que estoy que ardo desde hace rato!

El joven se situó tras ella, se pajeó para asegurar su dureza y deslizó una mano por el coño de la mujer.

-¡Joder! ¡Si está ya chorreando!

-¿Eres imbécil o qué? ¿No te he dicho que llevo caliente desde hace rato? Déjate de tonterías y clávamela hasta el fondo.

El joven no dijo nada más. Dobló ligeramente sus rodillas, cogió la polla con su mano y la apuntó a la entrada del coño, para seguidamente, clavarla sin contemplaciones.

Después de la corrida de medio día, estaban preparados todos para aguantar lo que fuese necesario.

Pronto empezaron a oírse en el campamento los gemidos de placer de la dama.

-OOOOOOOhhh.  SIIIIII.  Qué bien follas cabrón.  Sigue, sigue.

El muchacho se movía cada vez más rápido, conforme sentía el placer y el incremento de humedad de la mujer, hasta que…

-AAAAAAAAAAAAhhhh. Me corrooooo. No pareees. –Dijo ella a la vez que se corría.

El muchacho siguió dándole duro hasta que ella misma se salió, dejándolo con un palmo de narices… mejor dicho, de polla.

Segundos después, la mujer dio nuevas órdenes.

-Tú, Pelao, túmbate boca arriba en el suelo y tú Hércules, por el culo.

Acto seguido, se situó sobre el Pelao, con una pierna a cada lado y se arrodilló, metiéndose su polla (más gorda que la del joven, pero bastante más corta) en el coño. Se inclinó hacia delante para permitir que Hércules se la metiese por el culo.  Este, escupió sobre su polla y en el ano de ella y empezó a clavar la punta.

Poco a poco fue metiéndola toda, hasta que su pelvis chocó con el culo de ella. Si bien no era gorda, era de gran longitud, por lo que la mujer exclamó.

-UFFF.  La siento tan adentro que creo que me ha llegado hasta la garganta. – Y empezó a moverse adelante y atrás, volviendo sus gemidos al poco tiempo.

El joven aprovechó, adelantándose al Conde, para meter su polla en la boca de ella y follarla por ahí.  El Conde se tuvo que conformar con una paja.

-OOOOOOOhh. Me siento llena. Me matáis de gusto, cabrones. –Dijo al poco tiempo, retirando de su boca al muchacho y soltando al Conde.

No por ello disminuyó su ritmo, al contrario, cada vez movía su cuerpo más deprisa. Los hombres no tenían que hacer nada, solo poner sus pollas.

-AAAAAAAAAAAAAhhhh.

Un nuevo orgasmo la sacudió, quedando derrengada unos segundos sobre el Pelao.

Tras reponerse, hizo colocarse a Tronco en el suelo y al joven detrás, para repetir las mismas posiciones y movimientos.

Esta vez, se arrodilló a los pies, para ensalivar bien la tremenda polla a base de lametazos, ya que le resultaba imposible meter ni siquiera la punta, para que pudiese entrarle mejor.

-Valentín, métemela por el coño hasta que esto esté listo.

El muchacho, le metió un buen trozo en el coño, pero solamente sentía los golpes en su útero, ya que era demasiado delgada para entrar después de la del Pelao.

-Pelao, sigue tú, que con este no me entero. –Dijo  la mujer, abandonando por un momento su labor.

El Pelao no se hizo esperar y se la clavó de una sola vez, haciéndole soltar un nuevo gemido, pero sin dejar de ensalivar.

-MMMMMMMMM.

Él empezó a moverse con rapidez, más buscando más su placer que el de ella, pero aún sintió como se corría unos segundos antes de hacerlo él.

-MMMMMMMMMMMMM. AAAAAAAAAAAAAAh.

-OOOOOOOOOOh. SIIIII. ¡Que puta eres! Te vamos a dejar el coño y el culo reventados.

Considerando que ya estaba bien mojada, se colocó sobre ella y se la fue metiendo despacio y poco a poco.

-Jodeeeer. Me vas a reventar el coño.

Pero siguió metiéndosela mientras se acariciaba el clítoris. Solamente se oía los soplidos de ella aguantando y soltando la respiración.

-Uf, uf, uf…

Cuando la tuvo toda dentro, se quedó un rato quieta, con ella dentro, sin dejar su clítoris, hasta que se acostumbró a semejante tamaño.  Luego, intentó inclinarse hacia delante, pero solo pudo hacerlo ligeramente.

-Ahora tú. –Dijo al muchacho.- Métemela rápido por el culo, que ya tienes el camino abierto.

El joven, con gran esfuerzo, consiguió meterla despacio y escupiendo reiteradas veces, hasta que chocó con su culo, momento en el que se detuvo para que ella se adaptase.

Una vez acostumbrada a ambos, volvió a moverse, solo que esta vez, era tan grande la presión en su coño que solamente se movía uno o dos centímetros, obligando al muchacho a que fuese él el que se moviese.  Este, entre el grosor de su polla y la presión que le hacía la de Tronco, enseguida sintió la necesidad de correrse.

-OOOOOOOhhh. Señora, qué estrecho está esto. No voy a poder soportarlo mucho tiempo más.

-Siiiii.  Sigue, cabrón, que tus huevos peligran.  –Dijo ella, lo que tuvo la virtud de asustar al muchacho y hacer que se le pasasen parte de las ganas.

Por su parte Tronco, decía.

-OOOOOOhh.  Señora. Es la primera vez que la meto tan adentro y tanto tiempo. Tenéis un coño magnífico.

Entonces, la abrazó contra su  pecho y empezó a moverse con rapidez, metiéndola entera y sacándola casi hasta la punta.

La mujer empezó a gritar de gusto, se inició un orgasmo continuo que le hacía lanzar gritos como si la estuviesen torturando.

-AAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGG.  SIIIIIIII

Fue dando todo un repertorio de gritos, cada vez más bajos en volumen, conforme se iba agotando.

Por último, cuando sintió que la llenaba el coño de leche en enorme cantidad, alcanzó otro tan fuerte que la hizo perder el sentido. Ambos quedaron inmóviles, mientras a él le bajaba la erección y ella se recuperaba.

Mientras, el muchacho, que se había quedado fuera hacía rato y viendo que no se movía, volvió a clavársela en el culo y, agarrándose a sus tetas, le dio también un fuerte mete-saca, que aún le hizo alcanzar un leve orgasmo cuando también le llenó el culo con su corrida, por el suave gemido que emitió en su desmayo.

Habían pasado varias horas desde que empezaron. La luna llena iluminaba el campamento, junto con los rescoldos de la hoguera, cuando los que estaban mirando, sintieron una daga en su cuello y una mano que tapaba su boca, mientras eran retirados hacia la oscuridad y maniatados, volviendo a caer sus captores sobre el resto que ya estaban siendo sujetados por sus compañeros.

En un momento, se vieron todos los hombres atados de pies y manos, alrededor de un árbol, sin calzones, con sus partes al aire, mientras la mujer, atada solamente de manos y desnuda, esperaba también su destino a manos de aquellos hombres.

-JA, JA, JA, JA, JA.  ¿No es esta la puta hermana del Conde que capturamos hace días y que vendimos a los moros? –Decía uno que parecía el jefe.

-Pues sí. Es ella. JA, JA, JA, JA, JA.

-¡Esto si que va ha ser un buen negocio! Se la venderemos de nuevo a los comerciantes de esclavos, junto a todos estos, para que la vendan de puta y a ellos los coloquen de eunucos en algún harén. –Dijo un segundo.

-Pero antes la disfrutaremos un poco. No querréis hacer como la otra vez, que no nos dejasteis tocarla. – Dijo un tercero.

-Si, esta vez vamos a follarla hasta que nos hartemos. Solamente deberéis tener cuidado de no estropearla demasiado.  Debemos venderla a buen precio.  Yo empezaré. Estoy que reviento desde hace rato, de tanto verlos follar.

Pronto estuvieron todos desnudos. Eran un grupo de ocho hombres y el jefe.

Uno de ellos quedó vigilando a los hombres, mientras los demás se acercaron a la mujer para disfrutar de su cuerpo. Estuvieron durante horas dándole y corriéndose por el culo, coño y boca, mientras se bebían el vino que llevaban nuestros amigos en sus pellejos.

Cerca ya del amanecer, el que había quedado de vigilancia y que también estaba excitado, decidió disfrutar también, pero sus gustos eran distintos.

Se quitó sus calzones, sacando una polla normalita y dura. Se aproximó a Hércules y acarició su larga polla, luego pasó al Pelao y frotó la de Tronco que se encontraban uno a cada lado, diciendo.

-Mmmmm. ¡Cuánto voy a disfrutar con estas pollas!

Seguidamente, se agachó y metió en la boca un buen trozo de polla de Hércules, que intentaba zafarse con bruscos movimientos, pero sin conseguirlo.

No pudo evitar que la experta boca del maleante se la pusiese dura nuevamente. El maleante, lo separó del grupo y, sin soltar sus manos, atadas a la espalda ni sus pies, lo arrojó al suelo boca arriba algo más lejos. Con la daga en la mano y con cuidado, se acercó a Hércules diciendo:

-Vamos a ver cuanto placer eres capaz de darme. Te advierto que si haces cualquier intento de rebelión, te cortaré el cuello.

Se arrodilló, situándolo entre sus piernas y él mismo se ensartó el culo en la larga polla. Sus movimientos metiendo y sacando fueron inmediatos, dando botes sobre la polla de Hércules, que le hacían sentir fuertes dolores en la parte de los riñones que estaba en el suelo.

Levantando un poco el cuerpo, llevó sus manos atadas a esa parte, encontrando que en el suelo, semioculto por las hojas, estaba uno de los cuchillos que todos llevaban y que habían utilizado en la cena.

Siguió levantando su cuerpo para conseguir colocar bien el filo y cortar las cuerdas de sus muñecas, moviéndose los movimientos de Hércules, que, una vez suelto, contribuyó a su placer, moviéndose a buen ritmo, para ser él el que le follase el culo.  No pudo evitar excitarse, por lo que no tardó en correrse en dentro del culo del maleante, el cual, al sentirlo, también alcanzó su placer, salpicando al soldado desde el estómago hasta el pelo con una serie de escupitajos de lefa.

-OOOOOOOOOOOOOOOOhhhhhhhhhh.  Qué gustooooo.

Dijo el maleante mientras se corría.  Fueron sus últimas palabras, ya que, aprovechando que cerró los ojos mientras se corría y que él tenía el cuerpo arqueado para clavársela bien, sacó el cuchillo y le dio un largo tajo en el cuello.

Los leves sonidos que emitió, no alertaron a nadie. Sus compañeros, casi borrachos y agotados, yacían alrededor de la mujer, todos dormidos, incluida ella.

Hércules se deshizo del cuerpo del maleante y fue junto a sus compañeros a toda velocidad para cortar sus ligaduras.

En un momento, todos se pusieron en pie y tomaron la primera espada, puñal o daga que pillaron y, sin la más mínima piedad, degollaron a los delincuentes.

Ya no pudieron dormir, por lo que, tras montar una vigilancia, se dedicaron a recoger las armas de los muertos y retirarles las bolsas de dinero que llevaban, para cargar algunos de los caballos que localizaron no muy lejos y venderlo todo en alguno de los pueblos.

Por fin, el Conde los mandó reunir un poco alejados del campamento para que no los oyese Doña Petronila si se despertaba y lanzó la pregunta en voz baja:

-¿Qué os parece esta mujer para el Conde Loarre?

-Que lo va a matar de agotamiento en dos días. –Dijo uno.

-Que va a llevar unos cuernos como un alce. –Dijo otro.

-Que va a ser el hazmerreír de todos los pueblos y condados.

-Que seguro que si tiene un heredero, no será hijo suyo.

-Que…

Todos fueron dando su opinión. El Conde volvió a preguntar:

-¿Y qué pensáis que podemos hacer?

Uno dijo:

-Yo la devolvería a los árabes.

Y todos asintieron.

Ya no se habló más. Cuando la dama despertó, desmontaron el campamento y siguieron su camino, solo que esta vez fueron dando un rodeo poco a poco, hasta volver hacia el punto donde la habían recuperado sin que ella se diese cuenta, ayudados por un cielo nublado que escondía el sol y evitaba que ella se diese cuenta,… de haber sabido orientarse.

No se habían movido mucho desde que los dejaron. Cuando les dieron alcance, los unos ataron y amordazaron a la mujer y los otros aprestaron sus armas para defenderse, pero el Conde los convenció de que iban en son de paz. Negociaron de nuevo la venta de Doña Petronila y se marcharon con nuevas bolsas de dinero y acompañados por los apagados y cada vez más lejanos gritos de la mujer.

Fueron al castillo del Conde de Montearagón para informarle del encargo del Conde de Loarre y que no había sido posible localizarla al haber perdido su rastro.  El Conde se apenó mucho, pero no podía perder la oportunidad de evitar que su condado cayese en manos de cualquiera cuando falleciese, por lo que les agradeció el servicio con un par de bolsas y para que pasasen por un convento algo alejado a recoger a una sobrina lejana, que quedaba ahora como heredera, para que se casase con el Conde de Loarre y así sellar su amistad y unión.

Nuestros amigos la recogieron, la llevaron al Castillo de Loarre, donde se casó con el Conde y le dio cuatro hijos y una hija, que fueron el disfrute de su vejez y que heredaron todo a su muerte.

También los recompensó, aunque en menor medida, por sus desvelos. Luego siguieron su camino, ahora con  las bolsas a rebosar de monedas, hasta encontrar la primera posada con buenas putas para empezar a gastarlas.