El burdel de Madame Duvalier (fragmento)
Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. El ejército ocupa el burdel
El burdel de Madame Duvalier (fragmento)
Título original: Madame Duvalier's Boudoir (c) 2001
Autora: Lizbeth Dusseau
Traducido por GGG, diciembre de 2002
Un día después, tal como había predicho el Capitán Emil Labeque, cinco vehículos militares auxiliares llegaron rugiendo de los bosques en dirección a la casa. Nueve hombres vestidos con ropa militar caqui, todos ellos a la manera del propio Labeque, saltaron de los vehículos al patio y avanzaron a grandes zancadas hacia la puerta principal de la casa de campo de Madame Renee Duvalier. Algunos iban afeitados; otros llevaban barbas desaliñadas. Tenían aspecto de ir a joder, pero aún más a conquistar mujeres. Renee los recibió en la puerta antes de que tuvieran ocasión de llamar; aunque no dejaron que su actitud de autoridad les detuviera. Empujaron a un lado a la mujer de aspecto orgulloso con el vestido de verano azul claro y se distribuyeron, tomando las escaleras, los corredores traseros y la puerta del sótano buscando a las otras.
"¿Dónde están?" le preguntó un hombre en tono autoritario.
"¿De quién está hablando?"
"De las otras mujeres."
"Solo estamos nosotras tres."
"¿Tres? Me dijeron que había cinco."
"Entonces le dijeron mal," le dijo simplemente.
El tío la enganchó del brazo y la abofeteó en la cara. El ardiente escozor se extendió por la superficie de la mejilla e irradió hacia fuera. El cuerpo de Renee se agitó, mientras rogaba porque sus secretos siguieran siéndolo todo lo que pudieran.
La conmoción continuó - puertas golpeando, puños golpeando, botas golpeando madera y ceños fruncidos de desaprobación apareciendo en los rostros de los soldados merodeadores. Los nueve se volvieron a reunir en el patio arrastrando a Brigitta y Jeanne.
"¿Esto es todo?"
"Necesitaremos más," declaró el hombre al mando. Era un tipo enorme con barba color carbón y cuerpo grueso, manos del tamaño de las de un oso, y labios acostumbrados a torcerse en los extremos en una mueca meditabunda.
"Van a llegar otras del burdel que los rebeldes incendiaron la noche pasada," replicó su ayudante, un soldado más joven, acicalado primorosamente.
"¿Más mujeres?" preguntó Renee. "Tenemos muy poca comida para alimentar a más gente."
"Harás lo que tengas que hacer. Este no es un burdel sin coños que joder." El hombre fornido se volvió a su ayudante. "Que se quiten la ropa y se preparen." Empujó a Renee por el hombro hacia el grupo de hombres. Ellos se apartaron lo suficiente para que Renee, Brigitta y Jeanne pudieran ser llevadas a la parte de atrás de la casa.
"El nuevo régimen hace esclavas a las mujeres," les anunció el tipo de aspecto cetrino cuando estuvieron reunidas en la cocina.
Renee ya odiaba su cara... hubiera preferido a su brutal superior a este estirado joven de bigotes perfilados. No había pasión en sus ojos, solo los restos vacíos del alma cuando el alma ha perdido su forma. Cada hueso del cuerpo de Renee se heló como si la muerte estuviera pasando sobre ella intentando robarle el corazón.
"Desnudaos," ordenó.
Jeanne - firme y sin aceptar órdenes de ningún hombre - se estiró con las manos en las caderas.
"Si quieres que me desnude, quítame tu mismo la ropa."
Un segundo soldado lo tomó como una orden y rasgó la blusa de la muchacha, su falda y luego su ropa interior, dejando a la apuesta mujer sin nada más que su piel desnuda. "Cómo me vuelvas a poner la mano encima..." encendida de cólera, la cara enrojecida. Apenas parecía avergonzada por sí misma, pero su vida y su baja clase le exigían ofrecer alguna resistencia ante lo inevitable. Su pesado seno palpitaba con decisión cuando respiraba. Musculosa, robusta, piernas fuertes, cintura bien formada y un trasero agradablemente redondeado bailaban casi musicalmente mientras se movía. Su bonita piel estaba salpicada de pecas a lo largo de su espalda y debajo de los brazos. "¡Pero miraos a vosotros!" les escupió.
"Te pondré encima todas las manos que quiera," replicó el soldado. "Dame los collares." Miró a su asistente, que buscó en una mochila los artículos pedidos. Sacó tres collares de esclava, los distintivos del nuevo tipo de mujeres. Los periódicos habían mencionado estos procedimientos pero la realidad despejó de repente toda ambigüedad, de manera que a las tres mujeres les dejó de latir el corazón durante un minúsculo intervalo de tiempo.
Madame y Brigitta prefirieron quitarse los vestidos a ser manipuladas por los sucios dedos de sus captores.
"Os vi en el control," dejó escapar el soldado como si estuviera charlando delante de un café. "Un bonito espectáculo... pero entonces era antes de que dieran las órdenes de capturar a todas las mujeres. Sois de las pocas afortunadas que servirán al estado con este lujo."
"Mi casa no pertenece al Estado," soltó Renee.
"¿No?" se mofó. Soltó una risotada y se volvió hacia el cuerpo desvelado de Brigitta, notando como sus pezones parecían responder naturalmente a la estimulación de esta vergüenza. "Haced que se doblen e inspeccionadlas," ordenó.
Las alinearon a las tres cruzadas sobre la mesa de la cocina y las forzaron a separar las piernas mientras insertaban varios instrumentos finos en sus partes íntimas - vaginas y rectos - y los forzaban a profundizar todo lo posible. Una vez retirados los utensilios empujaron un supositorio por el canal trasero con un par de fórceps hasta que todas las mujeres gritaron y los fórceps fueron retirados.
"Las drogas tardarán poco en hacer efecto... algunas las encuentran afrodisíacas, otras tienen sensaciones casi insoportables. El resultado neto es la esterilización de la matriz - no podemos tener niños por medio en esclavas del placer ¿verdad?"
Renee podía sentir que la inserción empezaba a hacer su trabajo, calentando sus entrañas hasta que pensó que todo el culo era carne asada. Viendo la forma en que sus hermanas esclavas se retorcían con los mismos espasmos de incomodidad supuso que estaban teniendo la misma respuesta - e incluso intentando enmudecer la ardiente intensidad de este fogoso cóctel.
"No os preocupéis, no durará mucho... una hora o dos bastarán y nos dan tiempo para divertirnos un poco."
Los últimos efectos de los supositorios aparecieron en el comportamiento salvaje de sus vaginas. Parecían doler más intensamente de lo que era natural, y más que doler, volverse liquidas con sus secreciones naturales emitidas abundantemente para engrasar los portales que pronto serían usados.
Mientras estaban dobladas por la cintura, sus cuellos fueron rodeados con collares de perro de cuero, que ajustaron cómodamente a sus gargantas y bloquearon en su sitio con candados. El oficial de bigote perfilado al mando guardó las llaves en su bolsillo y se presentó a sí mismo como el Comandante de Burdeles.
La estufa de leña de Madame había sido atizada con fuego, y ahora estaba soltando humo como la fragua de un herrero. Convertida en un horno para hacer fundirse el mineral de las barras de hierro, la primera barra había sido retirada de los rescoldos y sin previo aviso chamuscó la carne de la cadera de Jeanne.
"¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaagg!" el grito hubiera agriado la leche fresca. Pareció desmayarse, derrumbándose sobre la mesa perdida la conciencia. Pero cuando la forzaron a ponerse en pie, la doncella marcada pareció volver a la vida, aunque seguía aturdida y pálida como un fantasma.
Antes de que cualquiera de las asustadas mujeres pudiera gritar pidiendo clemencia, los flancos de Brigitta y de Madame Duvalier fueron a su vez marcados con hierros al rojo.