El bufete y el oro

Carlos y Antonia siguen adelante con su bufete, con la ayuda de Mari Carmen. Cuando son contratados por tres hermanas para que les ayuden a encontrar una herencia perdida, no son conscientes de los problemas en que se van a meter. Gracias por vuestros comentarios y valoraciones.

Este relato forma parte de la serie de “El Bufete”. Su lectura es completamente independiente de las entregas anteriores: “El bufete de la perversión” ( https://todorelatos.com/relato/151452/ ) y “El bufete del sexo” ( https://todorelatos.com/relato/152192/ ). Os dejo los enlaces, por si alguien que no lo haya hecho quiere leerlos. Espero, como siempre, que tod@s disfrutéis leyendo este relato, tanto como yo escribiéndolo.

Para quienes no me conozcan, aunque ya han tenido oportunidad de hacerlo, me presento. Mi nombre es Carlos y soy un joven abogado de veintiséis años. Comencé a trabajar en un reconocido bufete de mi ciudad, bajo la supervisión directa de Antonia, una guapa y magnífica abogada algo mayor que yo, pero ambos tuvimos que despedirnos por los delitos que allí se cometían. Mari Carmen, una ex novia de juventud y buena amiga, también abogada, nos echó una mano al principio recomendándonos a su bufete, que nos contrató a ambos para abrir despacho en Sevilla. Luego Antonia y yo decidimos abrir nuestro propio bufete, aunque mantuvimos un acuerdo de colaboración con el bufete en el que trabajaba Mari Carmen.

Mari Carmen es de mi edad más o menos y es una chica estupenda y muy guapa, pero su característica más llamativa es que tiene unas tetas enormes, cuidado no he dicho grandes, he dicho enormes. En la adolescencia estaba muy acomplejada con ellas, pero luego se le quitó el complejo y las maneja como un gran activo de su vida.

Antonia es una belleza próxima a los treinta años, alta, guapa y un cuerpo de locura y aun así, su principal virtud es su inteligencia y su calidad humana. Yo sentía y aun siento auténtica adoración por ella, me había sacado de un problema muy gordo que había tenido en el bufete anterior.

El asunto más importante, y también más satisfactorio en todos los sentidos, que hasta ese momento habíamos llevado en el bufete fue para Susana, una atractiva mejicana, a la que ayudamos a montar una cadena de restaurantes. Todavía seguíamos con los coletazos de ese asunto, pero el trabajo no abundaba, hasta que un día Antonia vino a despacho a comentarme un nuevo asunto.

-         Carlos, mañana vendrán a vernos tres hermanas por un problema con una herencia. Quiero que estés conmigo cuando vengan.

-         Sin problema, mañana no tengo nada especial que hacer. Por cierto, sigues empeñada en que no hagamos nada entre nosotros.

-         No seas pesado, ya te he dicho que mientras seamos socios no vamos a hacer nada de nada. Si estás muy salido ve a ver a Mari Carmen o a Susana o te crees que no se tus líos con ella. Otra cosa, no se te ocurra liarte con ninguna de las hermanas.

-         De acuerdo Antonia. ¿Qué piensas que yo me lío con todas las clientas?

-         Mejor no te digo lo que pienso.

Últimamente llevaba una racha de poco folleteo. Susana estaba en Méjico y Mari Carmen no me echaba mucha cuenta, así que estaba bastante caliente.

Al día siguiente, cuando llegaron las nuevas clientas, Antonia me llamó a la sala de reuniones.

-         Os presento a Carlos, mi socio. Carlos, ellas son María, Marisa y Marina.

Eran tres hermosas mujeres muy parecidas físicamente. Debían tener entre los  treinta años la más joven y los cuarenta y tantos años la mayor. María parecía ser la mayor y Marina la más pequeña. Altas, rubias, ojos azules, pelo largo lacio y una bonita figura realzada por unos entallados trajes con la falda bastante por encima de la rodilla. Las saludé dándoles la mano y después nos sentamos.

-         Bueno vosotras diréis –les dijo Antonia-.

Las más pequeñas miraron a María como diciéndole que fuera ella la que hablara en nombre de las tres, como así fue.

-         Nosotras vivimos las tres en una casa junto al río que nos dejó nuestro padre en herencia. Desde que murió nuestro padre hemos vivido juntas y desahogadamente, gracias a otros bienes que también nos dejó. Sin embargo, hace unos días nos robaron la parte más preciada de la herencia de nuestro padre.

A María se le quebró la voz y se le escapó una lágrima cuando dijo lo del robo. Sus hermanas, que estaban sentadas cada una a un lado de ella, le cogieron las manos intentando consolarla.

-         ¿Sabéis quién os ha podido robar? –Les preguntó Antonia-.

-         Sí, fue un vecino viejo, rijoso y andrajoso, llamado Alberto.

-         Pues entonces denunciadlo a la policía. –Les dijo Antonia-.

-         No es tan fácil, esa parte de la herencia no puede hacerse pública y nosotras no podemos disponer de ella.

-         ¿Pero qué os han robado? –Les pregunté-.

-         Unos lingotes de oro que guardábamos en el lecho del río.

-         ¿Muchos lingotes? –Preguntó Antonia-.

-         Varios, pero lo importante no es su número ni su valor económico, sino su valor espiritual y mágico.

Antonia y yo nos miramos extrañados por la respuesta.

-         ¿Espiritual, mágico? –Preguntó Antonia-.

-         Sí, ese oro pertenece al río y nosotras sólo debíamos cuidarlo. Que esté en manos de un individuo como Alberto puede ser un grave problema.

Yo observaba atentamente a las tres hermanas. No parecían estar locas ni estar cachondeándose de Antonia y de mí.

-         ¿Por qué no nos contáis lo que sucedió para qué os robaran el oro?

-         Nosotras tenemos la costumbre, heredada de nuestro padre, de bañarnos desnudas en el río todas las mañanas antes de que amanezca, para recibir el día.

La imagen de aquellas tres hermosas mujeres bañándose desnudas en el río empezó a hacer mella en mi cabeza.

-         Sabíamos que algunas veces el rijoso de Alberto se apostaba para mirarnos y tocarse, ya me entendéis, masturbarse su pequeño miembro.

Bueno yo no sabía si no me haría también una buena paja si las viera desnudas, pensé. María continuó con su narración.

-         El día del robo vimos que se había apostado más cerca que otras veces, que se había sacado su miembro de los pantalones para tocárselo y decidimos darle un escarmiento, que se nos fue de las manos.

-         ¿Le golpeasteis? –Preguntó Antonia-.

-         No, no, nosotras no somos violentas, casi nunca.

-         ¿Entonces?

-         Decidimos zorrearle un poquito, para que se creyera que podía tener posibilidades con alguna de nosotras y después despreciarlo por feo y por rijoso, para que dejara de espiarnos.

-         ¿Y qué le hicisteis?

-         Marisa y Marina se acercaron a la orilla y salieron desnudas del agua cogidas por la cintura, sin dejar de mirar al asqueroso, que seguía tocándose su miembro sin conseguir que se le empalmara. Marina dijo en voz lo bastante alta, como para que él pudiera escucharle, dilo tú misma Marina.

-         Me da vergüenza repetirlo –contestó esta a su hermana-.

-         Pues aquel día bien que no te dio vergüenza, así que dilo.

Marina, con la cabeza agachada mirando a la mesa, dijo:

-         No lo recuerdo textualmente, pero algo así como que llevaba demasiado tiempo sin disfrutar de sexo con un hombre y que estaba tan caliente que cualquier hombre me serviría en ese momento.

-         La cosa no quedó ahí –continuó María-. Marisa ahora te toca a ti.

-         Bueno yo dije que a mí me pasaba lo mismo y que lo que más deseaba del mundo era tener una buena polla en mi boca o entre mis piernas.

¡Joder con las hermanitas, querían poner bien caliente al vecino mirón!

-         Alberto, cuando escuchó aquello salió de su escondite y se acercó a ellas con su pequeño miembro poco menos que morcillón. –Volvía a ser María la que hablaba-. Cuando estaba muy cerca de ellas, lo empujaron y cayó al río. Ellas le gritaron que cómo pensaba que iban a querer nada con él. Marisa y Marina volvieron a entrar al agua, dejando al rijoso tratando de salir del río.

-         Ahora cuenta lo tuyo –le dijo Marisa a María-.

-         A eso iba. Nadando me acerqué a Alberto y cuando estaba a un par de metros de él, me puse de pié para que pudiera contemplarme desnuda y le dije: “Mis hermanas son demasiado jóvenes para saber valorar a un buen macho como tú. Ven conmigo que yo sabré como darte placer.” Deje que se acercara a mí y cuando estaba a mi lado le cogí sus testículos y se los apreté sin piedad. Gritaba como un loco y trataba de que lo soltase sin conseguirlo. Cuando ya me pareció suficiente escarmiento lo empujé, volvió a caer al agua y lo dejé llorando e insultándome. Creo que me pasé con él, pero hay veces que no puedo medir mi fuerza.

Ahora tenía claro que no me tocaría si las viera desnudas, mejor sería mirar para otro lado y seguir mi camino.

-         Pero, ¿y el oro? –Trató Antonia de centrarlas después de la edificante  historia que nos habían contado-.

-         Cuando dejé al rijoso lamentándose de su dolor, me reuní con mis hermanas en el centro del río para seguir riéndonos de él. Hacía un poco de tiempo que había empezado la claridad del amanecer y vimos que el sol comenzaba a salir. Con los primeros rayos que dieron en el agua el oro empezó a brillar.

-         ¿Dónde teníais el oro?

-         En una malla cogida a un árbol bajo el agua. Nos callamos para admirar el brillo del oro y desgraciadamente Alberto también lo vio. Nos preguntó qué era lo que brillaba y tontamente le dijimos que era el oro del río. Su codicia era todavía superior a su lujuria y como pudo se acercó al oro, alcanzando la cuerda que sujetaba la malla y sacándolo del agua.

María no pudo más y se quebró llorando, lo que hizo que sus hermanas rompiesen también a llorar. Cuando se recompuso un poco continuó:

-         Le dijimos que soltara el oro, pero no nos hizo caso. Entonces le contamos el secreto de porqué el oro no había sido nunca robado.

-         ¿Qué secreto es ese? –Le pregunté-.

-         El oro sólo puede ser fundido y forjado por un hombre impotente, como ningún hombre quiere ser impotente o reconocer que lo es, nadie lo toma.

Empecé a convencerme de que aquellas tres mujeres estaban completamente locas.

-         ¿Sólo por un hombre impotente? –Le preguntó Antonia con bastante incredulidad sobre la historia que nos estaban contando-.

-         Sí esa es la maldición que defiende el oro para que nadie lo saque del río. Pero en efecto, me había pasado con el apretón en sus testículos y Alberto sabía que si ya antes le costaba empalmarse, ahora lo había dejado impotente de por vida. Cogió el oro, salió del río y se fue dejándonos abatidas.

-         ¿Le habéis pedido que os lo devuelva?

-         Nosotras directamente no. No quiere vernos ni saber nada de nosotras.

-         Sigo pensando que lo mejor es que vayáis a la policía –les dijo Antonia-.

-         No podemos, no puede saberse de su existencia real y menos que nos lo han robado.

-         ¿Entonces qué queréis de nosotros? –Les preguntó Antonia-.

-         Que habléis con Guillermo, él es el único que puede recuperar el oro.

-         ¿Quién es el tal Guillermo? –Le pregunté-.

-         Es el dueño del cortijo al que pertenecen casi todas las tierras de por allí. En el  cortijo viven él, su mujer Flora y sus cuñados. Siempre ha ejercido su autoridad para poner orden entre todos los vecinos y sólo a él escuchará Alberto.

-         ¿Y por qué no habláis vosotras con él directamente? –Les preguntó Antonia-.

-         A nosotras su mujer Flora no nos puede ni ver. Cree que hemos tenido  relaciones con Guillermo. No podemos aparecer por el cortijo, nos mataría antes de que pudiésemos hablar con él.

-         ¿Y es cierto lo que cree esa mujer? –Le volvió a preguntar-.

-         Algo hubo entre él y yo hace muchos años, antes de que se casara. –Le contestó María-.

-         ¿Cómo? Eso no nos lo has dicho nunca–Le preguntaron sus hermanas a dúo-.

-         Nunca se ha terciado que os lo contara y además de eso hace muchos años.

-         ¿Y qué tiene que ver que fuera hace muchos años? Te has follado a Guillermo y nosotras sin saberlo. –Le espetó Marina-.

-         Cuida tu lenguaje o tendré que castigarte.

-         ¡Y una polla! Me llamas puta cuando raramente salgo con un hombre y tú tirándote a Guillermo.

-         Nos perdonáis un momento, tenemos que hablar entre nosotros. –Dijo Antonia levantándose y mirándome para que la siguiera fuera de la sala de reuniones-.

Salimos, cerramos la puerta y seguimos oyendo la discusión entre las hermanas. Nos retiramos un poco para no escucharlas y que ellas no nos oyeran a nosotros.

-         ¿Qué te parece? –Me preguntó Antonia-.

-         Que están para encerrarlas y tirar la llave.

-         A mí algunas cosas de la historia que nos han contado me suenan de haberlas oído antes.

-         Sí, a otros locos. Yo propongo que les digamos que nosotros no hacemos esas gestiones y nos quitamos de en medio.

-         No estoy de acuerdo. Ahora no tienes nada que hacer y no podemos perder a un cliente que nos entra por las puertas.

-         ¿Ah, encima tengo que llevar yo el tema?

-         Está claro que sí. Además, ¿no te has dado cuenta como te miraban?

-         ¡Cojonudo, me dices que no me líe con las clientas y ahora me pones a los pies de los caballos!

-         Ya vale Carlos. A final de mes querrás cobrar, así que queda con ellas para ir a ver al tal Guillermo.

Comprendí que no tenía nada que hacer contra Antonia y volvimos a la sala de reuniones y nos sentamos.

-         Carlos se encargará de hablar en vuestro nombre con ese Guillermo, decidle donde es y mañana se acercará a verlo.

-         El cortijo está en un sitio muy difícil de encontrar. Mejor que vengas esta noche a nuestra casa a dormir y por la mañana temprano te acompañaremos. Cuando lleguemos te mando la posición de la casa para que puedas llegar. Se tarda unas dos horas en coche.

Miré a Antonia por ver si decía que mejor fuera yo temprano por la mañana, pero muy al contrario dijo:

-         Pues estupendo, así os conocéis mejor y podéis darle todos los detalles.

-         Gracias por aceptar nuestro asunto, estamos muy preocupadas por lo que pueda pasar.

Cuando se marcharon del bufete, fui a ver a Antonia a su despacho.

-         ¡Joder Antonia o me quieres matar porque me folle a alguna clienta o me dejas a merced de unas tías locas!

-         Venga ya Carlos, que en plazas más difíciles has toreado.

-         Tú serás la responsable de lo que me ocurra.

-         Vale, déjalo ya y prepara la maleta.

A la hora de comer recibí la posición de la casa de las tres locas. Decidí llamar a Mari Carmen, porque ella sabía todo de todo el mundo conocido.

-         Hola Mari Carmen, que me tienes muy abandonado.

-         Hola Carlos, si que hace tiempo que no nos vemos ni hablamos.

-         ¿Qué pasa estás muy liada?

-         Bastante. Entre el trabajo y lo que no es el trabajo no tengo tiempo para nada. ¿Es que tienes ganas de verme?

-         De verte y de más cosas.

-         ¿Es que no ves a Susana?

-         Está en Méjico.

-         Pobrecito, pues sí que estás abandonado. Dime, ¿qué quieres?

-         Quería hacerte una pregunta, ¿tú conoces a tres hermanas entre treinta y cuarenta y tantos años, rubias, altas y guapetonas?

-         Con esos datos no caigo, cómo no me des alguna pista más no creo que pueda ayudarte.

-         Se llaman María, Marisa y Marina y viven en el campo cerca de un río.

-         Podrían ser las hermanas Ribera. ¿Por qué quieres saberlo?

-         Han venido esta mañana al bufete con un asunto relativo al robo de una parte de su herencia.

-         Por ahí se dice que su padre les dejó una buena herencia, que son las tres solteras, que viven juntas y que no salen casi nunca de su casa. Tienen fama de ser un poco excéntricas.

-         ¿Excéntricas o locas?

-         Locas no, sólo raritas. ¿Te han parecido locas?

-         Tanto como locas de atar no, pero eso muy raritas. Tengo que dormir esta noche en su casa para hacer una gestión mañana temprano y no sé muy bien que pensar.

-         ¿Desde cuándo es un problema para ti dormir en la misma casa con tres mujeres guapetonas?

-         Tampoco he dicho que sea un problema. Gracias por la información. Otra cosa Mari Carmen, ¿conoces a un tal Guillermo que vive cerca de las hermanas en un cortijo?

-         No me suena, preguntaré y si me entero de algo te llamo. ¿Por qué me lo preguntas?

-         Tengo que ir a verlo mañana en nombre de las hermanas. Gracias de todos modos. –Le dije con intención de colgar-.

-         Oye espera, igual me acerco este fin de semana por Sevilla. ¿Vas a estar?

-         Claro y más si tú vienes. Vente a mi apartamento, voy a estar solo y con muchas ganas de juerga.

-         Vale, te aviso. Un beso.

-         Igualmente, un beso para cada una de tus tetas.

-         Se los daré de tu parte.

Mari Carmen no me había dado mucha información sobre las hermanas, pero al menos las conocía. Algo es algo, pensé.

Me puse en camino para llegar antes de que anocheciera, la casa estaba en medio del campo y no me apetecía conducir de noche por esos sitios. Llegué a la casa cuando empezaba a ponerse el sol. Dejé el coche al lado de un todoterreno de esos monstruosamente grandes, que debía ser de las hermanas, cogí mi pequeña maleta y llamé a la puerta. Esperé un rato, volví a llamar y tampoco obtuve contestación. Miré por los lados de la casa y vi que había un camino que llevaba hacia el río y seguramente al otro lado de la casa. Me adentré por el camino y cuando llevaba unos metros andados escuche voces femeninas.

-         Hola, soy Carlos, acabo de llegar. –Les grité para advertirlas de mi presencia-.

-         Hola Carlos, sigue andando por el camino y nos verás.

Seguí andando como me indicaron, al poco empecé a ver el agua del río e inmediatamente a las tres hermanas bañándose en ellas. Me paré en seco recordando lo que le habían hecho al tal Alberto.

-         Mejor os espero en la puerta –grité-.

-         No, ven con nosotras, en cuanto se ponga el sol saldremos del agua. –Me contestaron-.

Con ciertos reparos seguí andando, la curiosidad de verlas pudo más que el recuerdo del pobre Alberto. La casa tenía un porche grande que se extendía en un jardín de césped que llegaba hasta la misma orilla del río. Una vez que estuve en el jardín, me volví a mirar al río. Las tres estaban manteniéndose a flote sin moverse del sitio y sólo con las cabezas fuera del agua.

-         ¿Os bañáis también al atardecer? –Les pregunté por romper el silencio-.

-         Sí, desde que nos robaron el oro le pedimos al sol que nos ayude a recuperarlo. –Me contestó María-. ¿Te apetece bañarte?

-         No gracias, no me gusta bañarme de noche y además no he traído bañador.

-         Eso último no es un problema para nosotras.

Aunque me costaba verlas bien al estar anocheciendo, estaban muy guapas las tres hermanas en el agua, más que por la mañana en el bufete, parecían estar en su elemento y sus caras evidenciaban que se encontraban muy a gusto. Cuando finalmente se puso el sol, se acercaron hacia la orilla nadando hasta que estuvieron muy cerca. Primero se levantó Marina, saliendo del agua completamente desnuda. Tenía un cuerpo perfecto, tetas más grandes que pequeñas, con unas areolas rosadas y grandes pezones erectos. Una pequeña barriga, el chocho completamente depilado, unas largas piernas y cuando se giró pude ver que su culo era también una preciosidad. Estaba morena y no tenía ninguna marca de bañador o biquini. Me di la vuelta prudentemente para no seguir mirándola con descaro.

-         Carlos, ¿podrías alcanzarnos los albornoces? –Me pidió María todavía en el agua-.

Miré hacia atrás y sobre las sillas del porche estaban los tres albornoces. Los cogí y me dirigí hacia ellas. En el momento que iba a dárselos María y Marisa salían del agua, igualmente desnudas. Tenían un cuerpo tan bello como el de su hermana, si bien quizás María tenía las tetas más grandes y algo más de culo. Les di los albornoces y me volví andando hacia el porche dándoles la espalda. Ellas debieron notar que estaba un poco violento con la situación y María me dijo:

-         No pasa nada porque nos veas desnudas, no tenemos nada que ocultar.

-         Por lo que nos contasteis esta mañana no parece que siempre sea así.

-         Lo dices por lo del rijoso de Alberto. A nosotras no nos molesta que nos vean desnudas, lo que pasa es que él venía a excitarse y a masturbarse a costa de nuestros cuerpos y eso no es lo mismo.

-         Claro que no es lo mismo –dije aunque yo había empezado a excitarme y a tener un principio de erección-.

-         Mientras preparamos la cena vete acomodando en tu habitación. –Dijo María y luego continuó:- Marina enséñale su dormitorio.

-         Ven conmigo -dijo Marina cuando terminó de cerrarse el albornoz-.

La seguí con mi maleta de fin de semana hacia la casa. Por dentro la casa era curiosa llena de objetos del río, como grandes cantos rodados, remos, maquetas de embarcaciones, redes y cosas así. Parecía más un restaurante antiguo de pescado y marisco que el salón de una casa. Entramos por un pasillo que conducía a un dormitorio grande, pase a él detrás de Marina.

-         Este es habitualmente mi dormitorio. Salvo que tú quieras otra cosa, hoy dormiré con Marisa. El baño está al final del pasillo. Te he dejado algo de sitio en el armario.

Miraba a Marina mientras me hablaba. Sin duda era una mujer preciosa. Se le había abierto un poco el albornoz y dejaba ver el comienzo de sus tetas, que atrajeron mi mirada de manera irremediable.

-         Ya veo que te atraen mis tetas. ¿Por qué no has querido mirármelas antes al salir del agua?

-         Perdona mi indiscreción, pero eres demasiado atractiva como para no admirarte.

-         Gracias, ¿te gusto más que mis hermanas?

-         Sois todas muy bellas y os conozco muy poco como para decantarme por alguna.

Marina estaba zorreándome claramente y ya se sabe que un joven caliente aguanta poco esas insinuaciones.

-         Marina deja en paz a Carlos y ven a poner la mesa para la cena. –Miré hacia la puerta y Marisa, todavía en albornoz, nos miraba desde fuera de la habitación-.

-         No, por favor, no me molesta en absoluto, sino todo lo contrario. –Le dije-.

-         Ya se ve que no te molesta –me contestó y se fue acompañada de su hermana-.

Cuando me quedé solo cerré la puerta y me senté en la cama. ¡Joder que gente más rara! Pensé. Las tres hermanas me habían puesto todavía más caliente de lo que yo estaba siempre. Recordarlas desnudas saliendo del agua incrementaba mi principio de erección. Pensé en ir al baño y hacerme una paja de urgencia, pero creí que tampoco estaba bien estrenar la casa de esa manera. Sonó mi móvil, era Antonia.

-         Hola Antonia.

-         Hola Carlos, ¿estás ya con las hermanas?

-         Sí, desde hace unos quince minutos.

-         ¿Y qué tal?

-         Bien, cuando he llagado estaban bañándose desnudas en el río y luego la chica ha estado zorreándome un poco.

-         Carlos, ya sabes lo que te he dicho respecto a las clientas.

-         Sí, pero tú no estás aquí con las tres en pelotas o en albornoz.

-         Eres incorregible. Llámame mañana cuando hables con el tal Guillermo.

-         De acuerdo, hasta mañana.

Si no fuera por el aprecio que tenía por Antonia, algunas veces me apetecía matarla. Primero me obligaba a pasar la noche con ellas y luego me daba la brasa con el tema de siempre.

-         Carlos ya está la cena. –Dijo Marina al otro lado de la puerta-.

-         Voy enseguida.

Fui al baño a lavarme las manos, nada más entrar me extrañó la enorme bañera que tenía, estaba bastante antiguo, quitando la bañera que parecía nueva. Cuando terminé de lavarme me dirigí al salón. Estaban las tres sentadas a la mesa en albornoz, esperándome, me habían dejado un sitio al lado de María y tenía enfrente a las otras dos hermanas. María sirvió la comida y Marisa algo de vino.

-         Perdona que estemos en albornoz, nosotras somos de muy poca etiqueta. ¿Quieres tú también un albornoz? –Me preguntó María-.

-         No gracias, por ahora estoy bien así.

-         Carlos estamos muy contentas con que estés aquí. –Siguió María-. Estamos más tranquilas sabiendo que nos vas a ayudar con el robo del oro y también porque haya un hombre en casa después de tantos años.

-         Gracias, pero parece que vosotras os arregláis bastante bien solas.

El saber que ellas estaban desnudas debajo del albornoz me tenía un tanto desquiciado.

-         Por qué no me contáis algo de la gente que voy a ver mañana.

-         Guillermo es un poco el líder de los habitantes de esta zona. Tendrá unos cincuenta años, atractivo, con bastante mal carácter y tuerto. –Empezó a contarme María-. Según se rumorea, perdió el ojo en una pelea con el padre de su mujer. También se rumorea que es muy mujeriego.

-         Eso lo podrás confirmar tú –le espetó Marisa-.

-         Marisa yo sé que se acostó conmigo, no que se haya acostado con todas las mujeres del valle.

-         Pues conmigo no se ha acostado –insistió Marisa-.

-         Conmigo tampoco –terció Marina-.

-         ¿Os hubiera gustado, verdad? –Les contestó María-.

-         Pues claro, también se rumorea que tiene una polla como la catedral de Burgos. Pero eso debes saberlo tú. –Marisa no estaba dispuesta a dejarlo pasar tan fácilmente-.

-         ¡Marisa, esa boca! Callaros y dejadme seguir. Su mujer Flora es un poco más joven que él, guapa, pero con un carácter insoportable y unos ataques de celos constantes, posiblemente con razón, pero ya sabía cómo era antes de casarse con él. Con ellos viven dos hermanos de Flora, Diego y Fernando, y una hermana a la que llaman Fina. Ellos dos se dan mucha importancia, pero en realidad son más flojos que la chaqueta de un guarda y viven a costa de su hermana y de su cuñado. Ella, Fina, también una mujer guapa varios años menor que su hermana, al parecer, se encarga del jardín y de la cocina, junto con el servicio.

A María se le había abierto bastante el albornoz y cuando la miraba veía una de sus grandes tetas por la abertura. De pronto noté que un pie se posaba sobre mi entrepierna. Miré al frente y no pude saber cuál de las dos era la dueña del pie. Suavemente me sobaba la entrepierna y mi polla empezó a apreciar el sobe volviendo a tener un principio de erección. Algo debió notarse en mi cara porque María me preguntó:

-         Carlos, ¿te pasa algo?

-         Nada, nada, simplemente tengo algo de sueño. El viaje ha sido bastante cansado.

-         Retírate si quieres, por nosotras no dejes de hacerlo.

-         Si no os importa voy a sentarme un rato en el porche, para que se me baje la cena.

-         Por supuesto, ¿quieres una copa?

-         Si, te la agradecería.

Retiré la silla de la mesa y el pie debió volver a su sitio. Me levanté antes de que se notara más el bulto en mi entrepierna y salí al porche, quedándome de pie mirando al río. La noche era muy luminosa y desde donde estaba se disfrutaba de un bonito paisaje. Me pregunté cual de las dos hermanas habría estado sobándome, pero no tenía como saberlo. María salió al porche, me pasó un whisky y se sentó en un banco con otro en la mano.

-         Carlos, es muy importante que mañana convenzas a Guillermo para que nos ayude.

-         Lo intentaré. Una cosa María: ¿por qué dices que el oro es del río?

-         Porque son ofrendas al río que han hecho los habitantes de la zona durante muchos años, para que el río no sea cruel con ellos. Si llegan a saber que ha sido robado habrá muchos problemas.

Miraba a María mientras hablaba tratando de saber si me decía la verdad o me contaba una milonga. Era una mujer muy hermosa, el albornoz dejaba a la vista sus bellas piernas, que había cruzado al sentarse. Marisa y Marina salieron también al porche. Sin mediar palabra con nosotros se quitaron los albornoces y desnudas caminaron hacia el río y se metieron de nuevo en el agua.

-         ¿Te gustan? –Me preguntó María-.

-         Claro, ¿y a quién no? Son dos mujeres muy bellas.

-         Y yo, ¿te gusto también?

-         Te digo lo mismo, también eres una mujer muy bella.

-         Acompáñame dentro, hace tiempo que no estoy con ningún hombre y hoy me apetece.

Diciendo esto se levantó, se deshizo del albornoz y comenzó a caminar desnuda hacia dentro de la casa. Sabía que no debía hacerlo, pero la seguí contemplando su magnífico culo, hasta llegar al que debía ser su dormitorio. Sin cerrar la puerta, comenzó a desnudarme. Primero la camisa, después los pantalones y finalmente los boxes, dejando al descubierto mi polla que ya estaba completamente empalmada. Cuando estuve desnudo la abracé y la besé en la boca.

-         ¿No cierras la puerta? –Le pregunté-.

-         No tengo nada que ocultarle a mis hermanas. ¿Te molesta que la deje abierta?

-         Un poco, pero estamos en tu casa.

Volví a besarla y ella me empujó hacia la cama, donde me tumbé boca arriba. Ella se puso sobre mí, cogió mis manos y las llevó a sus tetas. Eran grandes y suaves y estaban bien duras, pese a tener ya cuarenta y tantos años. Mientras le sobaba las tetas ella me cogió la polla y empezó a pajearme.

-         Eres una mujer espléndida, si hace tiempo que no estás con un hombre será porque no has querido.

-         Nosotras estamos siempre aquí y no quiero intimidades con los vecinos.

Se movió de sitio y se puso de rodillas a mi lado a la altura de mi pecho. Se agachó hasta meterse mi polla en la boca, después de haberme lamido el capullo. Llevé una de mis manos a su culo para acariciárselo, luego llevé mis dedos a su ojete. Ella suspiró cuando lo hice.

-         Me gusta cómo me acaricias el culo. –Me dijo-.

-         Y a mí lo que me haces con tu lengua y tu boca.

María la chupaba realmente bien, despacio, utilizando sus labios y su lengua y de vez en cuando lamiéndome los huevos. Deslicé mi mano de su ojete a su raja, la tenía empapada. Volvió a suspirar cuando alcance su clítoris.

-         ¡Aaaaggg, que gusto! Me das mucho placer. –Exclamó-.

-         Y tú a mí. La comes de fábula.

Al poco tiempo se incorporó, se puso de rodillas delante de mí y me dijo:

-         Fóllame por detrás.

Me puse de rodillas detrás de ella y despacio se la metí hasta el fondo. Puse mis manos en sus caderas y empecé a moverla hacia adelante y hacia atrás, haciendo que mi polla casi se saliera de su chocho. Cuando levanté la vista de su culo, Marisa y Marina estaban desnudas en la puerta del dormitorio mirando cómo me follaba a su hermana. María debió verlas también, porque me dijo:

-         Sabes que tendrás que follártelas también.

Yo tenía tal calentón que estaba dispuesto a follarme al lucero del alba. Pensé en el chorreo que me caería si Antonia se enteraba que me había follado a las tres hermanas. Llevé una mano al clítoris de María y empecé a sobárselo, lo que produjo que María empezara a suspirar de nuevo y a decir:

-         Sigue, sigue, sigue, me voy a correr. ¡Ahora, ahora, no pares de follarme!

Gritó al correrse y luego se dejó caer boca abajo en la cama. Marisa y Marina entraron en el dormitorio. Marisa tomó la posición que antes había tenido su hermana y Marina de pie, con las piernas a los costados de Marisa, me puso su chocho en la boca abriéndoselo con las manos. Yo estaba en la gloria, tenía que tardar algo de tiempo en correrme, para que ellas lo hicieran también.

-         ¡Cómeme bien el chocho! –Gritaba Marina-.

-         ¡No pares de follarme! –Me ordenaba Marisa-.

-         No voy a tardar mucho en correrme, ¿cómo vais vosotras?

-         Casi listas, un minuto más –dijeron a dúo-.

Aguanté el minuto como pude y finalmente grité:

-         ¡No puedo más, me voy a correr!

-         ¡Córrete, córrete ya, aaagggg, aaaggg! –Me respondió Marisa corriéndose ella también-.

Que Marina se estaba corriendo también, lo noté cuando me llenó la boca con sus jugos. Nos tumbamos los tres en la cama junto a María y abrazado a ella me quedé dormido.

Me desperté con los primeros rayos de sol. Estaba solo, las hermanas debían estar en el río recibiendo el día, como ellas decían. Me levanté y desnudo salí al porche. Estaban las tres en el río.

-         Ven a bañarte –me dijo María cuando me vio-. Deja que el río te trasmita su energía para afrontar el día.

Caminé hacia el río, entré en el agua y me acerqué a ellas.

-         ¿Cómo has dormido? –Me preguntó María-.

-         Como un tronco, en la gloria.

-         Nosotras también –dijo Marisa-. No hay nada como una buena corrida para dormir a gusto.

-         Marisa cuida tu lenguaje –la reprendió María.

Estar en el agua con ellas desnudas hizo que volviera a empalmarme. Ellas debieron notarlo y Marina me cogió la polla y empezó a hacerme una paja, mientras que su hermana María me besaba en la boca y Marisa me abrazaba por la espalda. No tardé ni un minuto en correrme.

-         Ahora ya estás listo para afrontar el día. –Me dijo María-.

Salimos del agua, desayunamos en el porche los cuatro desnudos y cuando terminamos fuimos a vestirnos. Cuando estaba vistiéndome me llamó Mari Carmen.

-         Buenos días Carlos.

-         Buenos días Mari Carmen, qué temprano.

-         Como te dije ayer estuve preguntando por el tal Guillermo y por la noche me llamó uno de los que le había preguntado.

-         ¿Y?

-         El tal Guillermo parece ser el “masca” de la zona. El cortijo en el que vive era de los padres su mujer, una tal Flora. Al parecer tenían bastante dinero, pero se lo han pulido en gran parte los hermanos de Flora, dos prendas enviciados con el juego y las putas y que no dan un palo al agua.

-         ¡Joder qué bien!

-         Me dicen que el tal Guillermo es un tanto fullero y que es muy mujeriego, pero que nunca rompe una promesa que haya empeñado. Al parecer eso es lo que le hace tener autoridad.

-         Voy a ir a verlo ahora.

-         De acuerdo, si necesitas algo me llamas.

-         Gracias Mari Carmen, lo haré.

Cuando salí del dormitorio las tres hermanas me esperaban ya arregladas.

-         Tú llévate tu coche y nos sigues. Conduce con precaución, el camino no es muy malo, pero con un coche hay que tener cuidado. Marina ira contigo. Vámonos, tardaremos una media hora. –Dijo María-.

En efecto el camino no era muy malo, pero algunos tramos tenían barro y mi coche se podía quedar el alguno de ellos. Marina iba callada, la verdad es que era una chica preciosa. Cuando llevábamos unos diez minutos de trayecto, Marina puso su mano sobre mi entrepierna.

-         ¿Se puede saber que haces? –Le dije-.

-         ¿Tú qué crees? Ayer no protestaste cuando te lo hice con el pie por debajo de la mesa.

-         Ni hoy he protestado, sólo te he preguntado qué hacías. Vas a llegar al final o sólo me vas a dejar caliente.

Se soltó el cinturón, me abrió el pantalón y me sacó la polla empezando un buen sobe.

-         Eres una mujer muy traviesa.

-         ¿No te gusta una buena paja?

-         Claro que me gusta, pero me gusta más que me la comas.

-         Y a mí comértela.

Se inclinó hasta meterse toda mi polla en la boca. Con el traqueteo del coche no podía controlar del todo sus movimientos, pero la comía realmente bien.

-         ¡Joder que bien lo haces! –Le dije muerto del gusto que me estaba dando-.

-         Me enseñó mi hermana María.

Me quedé un tanto extrañado con la respuesta y preferí no entrar en profundidades.

-         Marina me voy a correr.

-         Córrete en mi boca, me lo tragaré entero.

-         ¡Sigue no pares de chupar ahora, que me corro, aaaaggg!

Me corrí en su boca con gran placer y ella siguió chupándome hasta que me dejo la polla bien limpia.

-         ¡Qué rico Carlos! Casi he vuelto a desayunar con tu leche condensada.

Al poco vimos un caserón muy grande al final del camino, María paró su coche, se bajó y vino hacia nosotros. Como pude me recompuse la ropa y bajé el cristal de la ventanilla.

-         Es ahí, sigue tú solo. Marina, vente con nosotras.

Marina se bajó del coche y se fue hacia el todoterreno.

-         Seguramente encontrarás a alguien en el patio del cortijo. Dile que quieres hablar con don Guillermo. No le digas que vas de nuestra parte hasta que no estés con él. Suerte Carlos, es muy importante que le saques que hablará con Alberto.

-         De acuerdo, cuando terminé iré a vuestra casa.

-         Allí te esperaremos ansiosas. –Me dijo dándome un beso en la boca-.

María se volvió a montar en el todoterreno, dio la vuelta y se marcharon. Continué por el camino hasta llegar a la entrada del cortijo. Aparqué el coche al lado de una camioneta y entré andando al cortijo.

-         Buenos días, ¿desea usted algo? –Escuché al cruzar el portalón-.

Miré hacia donde había oído la pregunta. Era un hombre que parecía un trabajador del cortijo.

-         Buenos días, quería hablar con don Guillermo.

-         Acompáñeme, por favor.

Seguí al hombre hasta la puerta del señorío. La puerta estaba cerrada. El hombre cogió un llamador bastante grande y golpeó varias veces la puerta. No tardaron en abrir. Una mujer de uniforme del servicio se asomó fuera.

-         Este señor quiere ver a don Guillermo.

-         No sé si don Guillermo podrá recibirle, pase.

Entré, el edificio por dentro era grande y bastante bonito, aunque envejecido.

-         ¿A quién debo anunciar?

-         A Carlos L. Él no me conoce, pero es muy importante que hable con él.

-         Espere aquí, iré a preguntar.

Cuando la mujer se marchó, reparé en dos hombres muy grandes, casi gigantescos, que parecían estar esperando también. Hablaban entre ellos y no tuve más remedio que oír la conversación que mantenían.

-         Fulgencio, te dije que no deberíamos haber hecho la cocina sin la aprobación de don Guillermo. Ahora vamos a tener problemas para cobrarla.

-         Doña Fina dijo que su hermana lo sabía y que había dado su aprobación.

-         Cómo si doña Flora mandase algo, te digo que va a haber problemas, pero yo no me voy sin cobrar. Si hace falta tomamos como garantía a doña Fina, que es la que ha formado el embrollo.

-         Ten cuidado Feliciano con lo que dices y con lo que quieras hacer, ya sabes mis sentimientos hacia doña Fina.

-         Fulgencio, doña Fina jamás se dignará a mirarte, no somos más que dos albañiles y ellos se creen dioses.

Volvió la mujer que había ido a anunciarme.

-         Don Guillermo pregunta el motivo de su visita. –Me dijo-.

-         Dígale que no se lo puedo decir nada más que a él, pero que es muy importante y está relacionado con un robo de oro. –Le contesté bajando la voz, para que no pudieran escucharme los albañiles-.

La mujer volvió a irse. Los dos albañiles se mantuvieron en silencio un tiempo y luego volvieron a la misma discusión de antes machaconamente. Al parecer habían hecho unas obras en el cortijo para don Guillermo, pero su cuñada había ampliado su trabajo con la renovación de la cocina y les preocupaba no cobrarla.

-         Mira Fulgencio, doña Fina fue la que nos encargó el trabajo de la cocina, si don Guillermo no quiere pagarnos por ese trabajo, tendrán que pagarlo doña Flora, doña Fina o sus hermanos y hasta que eso no suceda, doña Fina se viene con nosotros, por las buenas o por las malas. Ya verás como ceden y si no, tendremos una mujer para nosotros.

-         Cuidado hermano, no dejaré que le hagas nada de doña Fina.

Estuve tentado de ofrecerles mis servicios como abogado para tratar de cobrar la deuda, pero en ese momento volvió otra vez la mujer.

-         Acompáñeme, don Guillermo lo recibirá ahora.

Deje a los dos hermanos albañiles con su discusión y seguí a la mujer que a través de varios pasillos me condujo a un salón grande.

-         Pase, don Guillermo vendrá enseguida.

El salón era grande y bien iluminado gracias a dos ventanales, que daban a un jardín lleno de frutales, sobre todo manzanos. Se abrió una puerta distinta a por la que yo había entrado. Entró un hombre como de cincuenta años, alto, con un parche en un ojo y un bastón en la mano. Debía ser don Guillermo. El hombre entró al salón gritando y mirando hacia el otro lado de la puerta por la que había entrado:

-         ¡Déjame en paz Flora! Yo no sólo no he autorizado las obras de la cocina, sino que encima me las habéis ocultado. A mí que me importa la cocina si yo no la piso nunca. Yo llamé a los albañiles para hicieran el salón de arriba y eso es lo que les voy a pagar. Rascaos tú y tus hermanos los bolsillos y pagadles la cocina.

-         Guillermo parece mentira que seas tan egoísta. –Era una mujer quien hablaba. En un primer momento no la veía, pero finalmente pasó también a la sala. Era una mujer guapa, como de cuarenta y tantos años-. Fina se desvive por todos nosotros. Cuida el jardín, recoge la fruta que nos comemos y dirige al servicio de cocina. Como efectivamente tú no entras nunca en la cocina, no sabes cómo estaba de vieja y de mal equipada. Además yo autoricé las obras, para eso que soy tu mujer o es que ya no te acuerdas.

¡Joder la bronca que tienen todos por la puta cocina! Pensé.

-         ¡Por desgracia me acuerdo todos los putos días! Cuando no son cuestiones de dinero, es que me follado a unas o a otras. Si no puedo hacer nada contigo, ¿qué quieres que haga, que me mate a pajas a mi edad?

-         No seas grosero y menos con un desconocido delante. –Flora debía haber reparado en mi presencia-.

-         Flora, por favor, déjame que atienda a este señor y luego vemos lo que hacemos.

-         Adiós, pero no te creas que voy a dejarlo. –Diciendo esto salió por donde había entrado y cerró con un portazo-.

-         ¿Estás casado? –Me preguntó-.

-         No, no lo estoy.

-         ¡Pues no te cases nunca! Cuando todavía nos estás casado, ellas son cariñosas, apasionadas, a todo te dicen que sí. En cuanto te casas se acabó, quieren mandar, anteponen a su familia a su marido, se les acaban las ganas de follar, vamos que se vuelven justo como con las que nunca te hubieras casado. Ves este parche, su padre me sacó un ojo en una pelea cuando estaba detrás de ella. Lo que entonces fue para ella lo más romántico del mundo, hoy es que soy un tullido. Pero bueno, ¿tú qué quieres?

-         Verá don Guillermo…

-         No me llames don Guillermo que me hace parecer viejo.

-         De acuerdo, Guillermo, mi nombre es Carlos L., soy abogado y vengo a hablar contigo de parte de las hermanas María, Marisa y Marina…

-         Baja la voz, si Flora oye sus nombres te mata a ti y a mí. ¡Ah María, que recuerdos, que buena estaba y todavía está! Continúa pero en voz baja.

-         Verá el otro día un tal Alberto les robó el oro del río y me piden que hables con él y le convenzas para que se lo devuelva.

-         ¡Ay este Alberto, siempre buscando problemas! ¿Cómo fue que se lo robaran?

Le relaté con todo detalle lo que las hermanas nos habían contado. Cuando le dije lo del apretón que le había dado María en sus partes blandas, se partió de la risa, aun diciéndole que lo había dejado impotente.

-         Va, tampoco es para tanto, Alberto ha sido siempre, además de feo y rijoso, un picha floja

-         Pues esta es la historia, ¿podrá interceder ante él para que devuelva el oro?

-         Yo lo haría, aun cuando no creo diera resultado, es muy tozudo. El problema es que tengo que resolver lo de la puta cocina y Flora no me va a dejar marchar hasta que no lo haga.

En ese momento llamaron a la puerta por la que yo había entrado.

-         ¿Sí? –Gritó Guillermo-.

-         El señor Luis dice que usted lo ha llamado. –Dijo la misma mujer que me había acompañado-.

-         Pasa Luis –dijo Guillermo-.

Entró un hombre que aparentaba tener una edad intermedia entre Guillermo y yo. Delgado y con el pelo largo muy pelirrojo.

-         Hola Guillermo me alegra verte.

-         Hola Luis –le dijo dándole un abrazo-. Este hombre se llama Carlos, me estaba contando las últimas andanzas de Alberto y pidiéndome que interceda por ya sabes tú que hermanas.

-         Encantado de conocerle. –Le dije presentándole una mano que él me estrechó. Tenía su mano tan caliente como si la hubiera tenido en una brasa-.

-         Igualmente. ¿Qué pasa Guillermo, para qué me reclamas?

-         Además de porque me alegra verte, porque tengo un problemón con unas obras que hemos hecho en casa.

-         Algo he oído, ya sabes que yo me entero de todo o de casi todo, es lo que tiene estar todo el tiempo de un lado para otro y entrar en todas las casas y no como tú, que estás adocenando en tu cortijo.

-         Es verdad. ¿No tienes frío? –Me preguntó-.

-         Un poco sí, hay mucha humedad aquí.

-         ¿Luis, te importa encender la chimenea?

-         Claro que no.

El tal Luis se acercó a la chimenea y debió tocar algún botón o algo porque la chimenea prendió inmediatamente.

-         Gracias Luis.

-         No hay de qué, ahora cuéntame el problema.

-         Verás, llamé a los hermanos albañiles, Fulgencio y Feliciano, para hacer un salón nuevo en la planta de arriba, como ha dicho este señor, aquí abajo hace demasiada humedad. Aprovechando que los albañiles estaban en casa, mi cuñada Fina y mi mujer decidieron rehacer la cocina, sin decirme nada. Ahora los hermanos reclaman el pago, sólo tengo dinero para pagar la sala y ellos amenazan con llevarse a Fina hasta que les pague.

-         Pues sí tienes un problema, sabes que tienes que pagarles.

-         Lo sé, pero no tengo dinero y Flora está como loca con el tema de su hermana.

Se abrió la puerta por la que había entrado Guillermo y una mujer como de treinta y tantos años entró. Se parecía ligeramente a Flora, aunque bastante más guapa, la verdad es que estaba como un queso, alta, morena, con unas tetas bastante grandes embutidas en una ceñida camiseta y unas bonitas piernas que dejaban ver el pantalón corto que llevaba.

-         ¿Qué quieres Fina? No ves que estamos reunidos hablando.

-         Hola Fina -le dijo Luis-.

-         ¿Cómo es que estás aquí y no has venido a verme? –Le dijo a Luis-.

-         Acabo de llegar y Guillermo me había llamado con urgencia.

-         Te lo perdono –le contestó ella abrazándolo cariñosamente-.

-         Fina deja tranquilo a Luis, que me tiene que ayudar con el problema de los albañiles que vosotras habéis creado. –Le dijo Guillermo-.

-         ¿Y tú quién eres? –Me preguntó acercándose a mí-.

-         Mi nombre es Carlos L., abogado.

-         Encantada de conocerte –me dijo dándome dos besos muy cerca de las comisuras de los labios y aplastando sus abultadas tetas contra mi pecho-. Mi nombre es Fina. Si vienes a buscar trabajo como abogado, olvídate. En esta tierra las cosas se arreglan de otra manera.

-         Encantado igualmente y no te preocupes por mí, que no vengo a buscar trabajo.

Al poco tiempo, por la misma puerta que Fina entró Flora acompañada de dos hombres que parecían pasarse muchas horas en el gimnasio.

-         ¿A qué esperabas para decirnos que los albañiles habían venido a cobrar? –Le espetó Flora a su marido-.

-         ¿Les vais a pagar vosotros? –Le contestó Guillermo de muy malos modos-. No, verdad, pues entonces que más os da si están o no en la casa.

-         ¿Sabes que piensan llevarse a mi hermana si no les pagas?

-         Claro que lo sé, ¿por qué crees que he llamado Luis?

-         Y yo que sé para qué has llamado a tu amigote de correrías.

De pronto el salón empezó a temblar como si estuvieran golpeando el suelo al otro lado de la puerta. Luego esta se abrió y entraron los dos hermanos albañiles que había visto abajo. Uno de los hombres que había entrado con Flora se abalanzó sobre ellos, cogiendo al paso una especie de maza que estaba apoyada en la chimenea.

-         ¿Cómo os atrevéis a entrar aquí? –Les gritó de forma amenazante-.

-         Nosotros no tenemos nada que ver contigo. Ni nos has contratado ni nos has encargado nada, así que no te metas. –Le contestó uno de los albañiles-.

-         Fernando estate quieto –le dijo Guillermo interponiéndose entre él y los albañiles-.

El otro hombre se acercó a apoyar al tal Fernando y recibió un buen empujón de Guillermo que por poco lo tira al suelo.

-         Fernando y Diego, no os basta con ser unos inútiles, unos parásitos y unos puteros, también tenéis que ser tan chulos. –Les gritó Guillermo-.

Vaya la que se estaba liando entre todos. Desde luego no había escogido el mejor día para pedirle favores a Guillermo.

-         Guillermo no le hables así a mis hermanos –gritó Flora-.

-         Déjame en paz y calmémonos todos –le contestó Guillermo-.

Luis se acercó a mí y cuando estuvo bastante próximo me dijo:

-         Antes ha comentado Guillermo que habías venido a pedirle que intercediera con Alberto para que devuelva el oro del río a las hermanas.

-         ¿Cómo sabes lo del oro? El no lo mencionó.

-         Ya dije antes que yo me entero de casi todo y por supuesto que me enteré del robo del oro. ¿Te lo has pasado bien esta noche con las hermanas? Ves como lo sé todo.

-         Pues sí, sí que lo sabes todo.

-         Creo que la solución al problema con los albañiles va a estar en el oro del río.

-         ¿Cómo?

-         Tú escucha y si hace falta sígueme la corriente.

Luis se acercó a Guillermo y a los gigantes y empezó a hablar.

-         Oídme todos con calma. He sabido que Alberto ha robado el oro del río y que con él está forjando varias cosas mágicas o al menos eso dice él y yo sé que es cierto.

-         ¿A qué viene eso ahora? –Le gritó Flora-.

-         Espera mujer, deja que hable Luis –le pidió Guillermo a Flora-.

-         Ha forjado una hebilla y una especie de casco. La hebilla, cuando se la pone al cinturón, además de curarle su impotencia, le da poderes superiores a los de cualquier criatura del mundo conocido. El casco le permite aparecer y desaparecer a voluntad o tomar cualquier forma que desee.

El tal Luis me había parecido una persona cabal, pero debí haberme equivocado después de las paparruchas que estaba diciendo. Sin embargo, noté que la cara de Guillermo se estaba descomponiendo con lo que estaba contando Luis.

-         ¿Estás seguro de eso? –Le preguntó Guillermo a Luis-.

-         Totalmente. Hace unos días pasé cerca de su casa para ver a su hermana Miriam. La encontré agotada y sin ganas de nada, cosa que en ella es rara, le pregunté que le pasaba y me contó que su hermano la obligaba a trabajar sin descanso a ella y a todos sus vecinos. A ella la obligaba a tejer un casco con hilo de oro y al resto de vecinos los obligaba a trabajar sin descanso en las minas para buscar más oro.

Ahora todos escuchábamos atentamente lo que Luis iba diciendo.

-         ¿Y por qué no se le revelan los vecinos, si el tío es un escuchimizado? –Le preguntó Guillermo-.

-         No pueden, los poderes de la hebilla lo impiden. Al parecer está siempre empalmado cuando se la pone, sacia su lujuria con cualquiera que se ponga a tiro, sin que nadie pueda impedírselo. Con el casco que le ha tejido su hermana no pueden verlo y cuando están tan tranquilos, el tío se las folla a ellas o les da por el culo a ellos. –La situación iba de disparate en disparate. Cuando se lo contase a Antonia no me creería-.

-         ¿Pero qué tiene que ver eso con nuestro pago? –Preguntó uno de los albañiles-.

-         Si logramos capturar a Alberto, además de hacernos con los objetos mágicos, podremos quitarle el oro que ha ido acumulando y Guillermo podrá pagar vuestro trabajo.

-         Hablas de pagarnos con objetos robados y que aún no tenéis. No es creíble. Danos lo que tengas en dinero y nos llevamos a Fina. –Le dijo el otro albañil-.

-         No lo permitas Guillermo –le dijo su mujer-.

-         Guillermo sabe que tiene que cumplir sus compromisos. –Volvió a decir el mismo albañil-.

-         Espera hermano. Démosles una oportunidad. Nos interesa mucho cobrar todo el dinero. Mujeres hay muchas y con el dinero tendremos las que queramos.

-         Hay muchas, en efecto, pero no como Fina.

Fina debió sentirse alagada por el albañil y se acercó a él.

-         Tengo que deciros que a mí no me molesta ir con ellos. Hermana, uno de los días que se prolongaron las obras, me asomé para ver el avance de los trabajos en la cocina. Se estaban cambiando de ropa y pude ver sus pollas, grandes, gordas, hermosas. La felicidad por duplicado para cualquier mujer. –Qué tía más descarada, pensé-.

-         ¡Fina deja de decir disparates! –Le gritó su hermana-.

-         Para ti es muy fácil, Flora, tienes a Guillermo cuando quieres, pero yo estoy sola y cachonda perdida todo el día y toda la noche y o lo arreglo o seguiré así de por vida.

-         Te comprendo, pero no nos puedes dejar hermana –le dijo su hermano Diego-. Si te vas, ¿quién cuidará de los frutales, quién nos alimentará?

-         Diego sigues siendo tan egoísta como siempre –le contestó Fina-.

-         Hagamos una cosa –interrumpió Luis-, llevaros a Fina como garantía de pago y volver mañana a cobrar. Si no hemos logrado juntar el dinero o su importe en oro, os la podréis quedar para siempre.

-         ¡Luis, qué coño dices! ¿Cómo puedes tú disponer de mi hermana? –Lo interpeló Flora-.

Los dos hermanos albañiles se miraron entre ellos y luego miraron a Luis y a Guillermo.

-         De acuerdo, os damos hasta mañana a esta hora. Vámonos.

El enamorado de Fina la cogió por la muñeca y se marcharon los tres. Según mi criterio ella era la que marchaba más feliz de los tres.

Cuando salieron se hizo el silencio. Esta gente está loca perdida, pensé. Valiente historia la del oro de las hermanas. Luis volvió a tomar la palabra:

-         Venga Guillermo, Diego, Fernando, vámonos a buscar a Alberto.

-         Yo voy con vosotros –dije, aun sabiendo que todo era un disparate-.

Diego y Fernando recularon y se separaron de Guillermo.

-         ¿No vais a venir verdad? –Les dijo Guillermo-. Mucho darme el coñazo a mí, pero a la hora de la verdad os cagáis.

-         No es eso, es que estamos sin fuerzas.

-         Guillermo, por favor, ve tú con Luis –le pidió Flora-.

-         Vámonos –dijo Guillermo finalmente mirándonos a Luis y a mí-.

Salimos los tres por la puerta por la que yo había entrado en la sala.

-         Valientes hijos de puta mis cuñados –decía Guillermo entre dientes-.

-         Es mejor así, esos dos son dos estorbos para lo que tenemos que hacer. –Le dijo Luis-.

-         De acuerdo, guíanos tú a la casa de Alberto, yo no recuerdo exactamente donde está.

-         Hay que pasar la casa de las hermanas y después unos diez minutos en coche. –Le dijo Luis-.

-         Hombre, por fin algo bueno. Le haremos una visita a las hermanas, tengo muchas ganas de verlas desde hace tiempo. ¿Siguen igual de buenas? –Me preguntó mientras nos montábamos en la camioneta junto a la que había aparcado-.

-         No sé si antes estaban todavía más buenas, pero ahora están para mojar pan. –Le contesté-.

Sonó mi móvil era Antonia.

-         Hola Antonia.

-         Hola Carlos, ¿cómo ha ido la visita?

-         Esto es de locos, no te lo puedo contar por teléfono. Ahora nos dirigimos a la casa del tal Alberto.

-         ¿Quiénes vais?

-         Guillermo, un amigo suyo llamado Luis y yo.

-         Entonces es que ha ido bien.

-         No exactamente. Ahora te tengo que dejar. –Le dije y colgué-.

Mientras deshacía el camino que había hecho por la mañana con las hermanas, recibí un mensaje de Mari Carmen:

“Carlos, he terminado lo que tenía entre manos. Me han llegado noticias poco tranquilizadoras sobre lo que está ocurriendo por allí. Nos vemos en la casa de las hermanas.”

Le contesté inmediatamente:

“No vengas, esto es de locos.”

A los pocos minutos recibí otro mensaje:

“Ya estoy muy cerca de la casa de las hermanas. No te preocupes por mí”

-         ¡Joder qué ganas tengo de echar un buen polvo con María! –Dijo Guillermo al divisar la casa de las hermanas-.

-         No sería mejor resolver las cosas con Alberto y después visitar a las hermanas. –Le dijo Luis-.

-         ¿Y por qué no antes y después? Estás ya viejo Luis.

-         Yo estaré viejo, pero tú estás cada vez más salido.

-         Además así comemos algo. No vamos a enfrentarnos a Alberto y sus secuaces con el estómago vacío.

Cuando llegamos vi el coche de Mari Carmen aparcado junto al todoterreno de las hermanas. Guillermo aparcó también al lado. Bajamos de la camioneta y Guillermo llamó a la puerta de la casa. Abrió María que pareció sorprendida por la presencia de Guillermo en su casa.

-         Cuanto tiempo sin verte. –Dijo María abrazando a Guillermo-.

-         La verdad es que sí. Te he echado mucho de menos. –Le contestó este-.

-         ¿Vais camino de la casa de Alberto?

-         Sí, pero hemos pensado en pasar a veros primero y comer algo con vosotras.

-         Pasad.

Guillermo y Luis pasaron, a mí me detuvo María.

-         ¿Entonces ha ido bien la cosa? –Me preguntó-.

-         No sabría que decirte. Quieren quitarle el oro a Alberto, pero no sé que quieren hacer con él después.

-         Debí habérmelo imaginado. Guillermo es un fullero y Luis no te quiero ni contar.

-         ¿Ha venido una amiga mía?

-         Sí, hace un momento. Dice que viene a ayudarte. Por cierto, es una chica muy atractiva.

Pasamos al interior de la casa. Guillermo estaba piropeando a Marina y Luis hablaba con Marisa.

-         ¡Qué barbaridad, que guapa estás, si cuando te conocí eras una muchacha flacucha! –Le estaba diciendo Guillermo-.

-         Han pasado muchos años, pero tú sigues igual que antes.

-         Bueno, me falta un ojo, pero con el que me queda me apaño para reconocer a las mujeres guapas.

María me indicó que Mari Carmen estaba en el porche y fui a verla. Le di un beso para saludarla.

-         No tenías que haber venido, no te puedes hacer una idea del lío que tienen montado esta gente.

-         Un conocido me contó lo que se rumorea de un tal Alberto y lo que está haciendo con un oro robado. Me acordé de lo que me dijiste y decidí venir por si me necesitabas.

-         ¿Quién es esta preciosidad? –Le oí decir a Guillermo detrás de mí-.

-         Mari Carmen una amiga y colega –le dije volviéndome para mirarlo-.

-         Deja que te de un par de castos besos –le dijo mientras la besaba en las mejillas-. No recordaba bien lo bello que es este sitio. Cuando vivía el padre de las hermanas no le gustaba mucho que viniera. No sé porqué sería. –Dijo riéndose a carcajadas-.

María salió también al porche y dijo:

-         Hace mucho calor, ¿os apetece bañaros antes de comer?

-         A mí sí, pero no he traído bañador. –Le contestó Guillermo-.

-         Aquí no usamos de eso –dijo María-.

-         ¿Y a ti, te apetece bañarte? –Le preguntó Guillermo a Mari Carmen-.

-         Igual más tarde.

Guillermo no tardó ni un minuto en desnudarse y en meterse en el agua.

-         Vaya personaje el Guillermo este y vaya el pollón que calza el tío. –Me susurró Mari Carmen-.

Lo del pollón no debió pasar desapercibido para Marisa y Marina, que salieron al porche, se desnudaron y se metieron en el agua, nadando hasta colocarse al lado de Guillermo.

-         ¿Y ese quién es? –Me preguntó Mari Carmen señalando con la cabeza a Luis.-

-         Un amigo de Guillermo, parece normal, pero en realidad es un tío bastante extraño. Creo que es el cerebro de la operación para rescatar el oro.

-         Pues entonces es él con quién debo hablar. –Mari Carmen entró en la casa y sentó a hablar con Luis y yo me acerqué a María-.

-         Mis hermanas no han perdido mucho el tiempo para follarse a Guillermo. –Me dijo observando cómo se abrazaban entre los tres-. ¿Qué te han parecido Flora y sus hermanos?

-         Flora está de bronca permanente con Guillermo, Fina parece estar caliente siempre, deseando follarse a cualquiera y los hermanos dos gilipollas.

-         Has cuadrado la descripción de la familia.

-         Escucha, en el cortijo el tal Luis ha contado unas cosas muy extrañas sobre lo que Alberto está haciendo con el oro del río. No sé qué pensar ni que creer, pero me da mala espina. También había dos hermanos albañiles muy grandes queriendo cobrar unas obras que habían hecho y se ha liado parda entre todos. Han quedado en pagarles mañana o ellos se quedan con Fina.

-         Estoy preocupada, las cosas se están liando mucho. No me fío de Guillermo y menos de Luis. La garantía de que nos devuelvan el oro es que Guillermo se comprometa a ello.

-         Tus hermanas están ahora en disposición de sacarle el compromiso. –Dije observando cómo, claramente, Guillermo se estaba follando a Marina en el agua-.

-         Mis hermanas se pierden por una polla como la de Guillermo. Son incapaces de follar y pensar al mismo tiempo.

-         ¿Y tú?

-         ¿Quieres comprobarlo?

-         Por supuesto –le contesté besándola en la boca y cogiéndole el culo-.

Mientras abrazaba a María le bajé la cremallera del vestido y ella lo dejó caer al suelo, quedándose sólo con un minúsculo tanga blanco.

-         Vamos dentro de la casa. –Me dijo-.

Cuando me acostumbré a la relativa oscuridad del interior, vi como Mari Carmen, desnuda, le estaba haciendo una cubana a Luis de mucho cuidado.

-         No he tenido nunca una polla tan caliente entre mis tetas. –Le dijo-.

-         Ni yo mi polla entre unas tetas tan grandes.

Coloqué a María boca arriba en el sofá, me coloqué entre sus piernas, le aparté el tanga y empecé a comerle el coño, que ya tenía empapado. Mientras se lo comía me abrí el pantalón para sacarme la polla, que me dolía por estar encerrada.

-         Si sigues así no voy a poder pensar con claridad –me dijo María-.

-         No pienses ahora, concéntrate en el placer.

Seguí comiéndole el coño y acariciándole el clítoris, mientras ella no paraba de gemir. De pronto soltó un grito y se corrió llenándome la boca de jugos.

-         ¡Aaahhh que bueno! –Dijo con los ojos cerrados-.

Noté que Mari Carmen me abrazaba por detrás.

-         Ese tío es un balilla, se ha corrido en menos de un minuto entre mis tetas.

-         Es que no es para menos con el par de tetas que tienes–le dije notándolas en mi espalda-.

-         Mari Carmen, ven aquí y déjame que te coma esas tetas. –Dijo María cuando logró abrir los ojos-.

Mari Carmen se colocó sobre María poniendo sus tetas al alcance de la boca y las manos de María y su culo a mi alcance.

-         No he tenido entre mis manos unas tetas tan grandes y tan bonitas como las tuyas. –Dijo María cuando empezó a sobar a Mari Carmen-.

-         Fóllame Carlos –me dijo Mari Carmen-.

La obedecí. Me puse en cuclillas sobre su culo en pompa y se la metí hasta el fondo sin ningún problema. Noté que una mano de María estaba acariciando el clítoris de Mari Carmen, después vi que Mari Carmen le acariciaba el clítoris a María. Estuvimos así un buen rato hasta que Mari Carmen dijo:

-         Me voy a correr, por favor, no paréis ninguno que va a ser uno de los mejores orgasmos de mi vida.

Y debió serlo porque las piernas le empezaron a convulsionar, mientras gritaba como loca. María tuvo que sustituir la mano de Mari Carmen para terminar de correrse y yo me corrí jalándome la polla sobre el culo de Mari Carmen.

Al poco vi como entraban desnudos en la casa Marisa, Marina y Guillermo.

-         ¡Joder que bien, cómo me gusta esta casa, todos follando con todos y no como en mi casa!

-         Comamos y vámonos a ver a Alberto. –Dijo Luis-.

Comimos desnudos en el porche. Cuando terminamos nos vestimos los tres hombres y Mari Carmen.

-         ¿Vas a venir con nosotros? –Le pregunté-.

-         Carlos, más tiran dos tetas que dos carretas y por lo que me ha contado Luis, parece que eso es lo que mejor puede convencer al tal Alberto.

Antes de irnos escuché una conversación en voz baja entre María y Guillermo.

-         Guillermo devuélvenos el oro del río, no hagas una tropelía de las tuyas.

-         ¿Para qué voy a ir buscarlo, si no es para devolvéroslo?

-         Promételo Guillermo.

-         Me ofende que no te fíes de mi palabra.

-         Oféndete lo que quieras, pero prométemelo.

-         Prometo que haré todo lo posible por devolvéroslo.

Me di cuenta que en realidad no había prometido devolver el oro, sino hacer todo lo posible. Nos despedimos de las hermanas, asegurando volver antes de que anocheciera y salimos los cuatro en dirección a la casa de Alberto, guiándonos Luis. Conforme avanzábamos el paisaje se volvía más desolador. Empezamos a ver unas chabolas y unos chambados desperdigados por una ladera descendente.

-         Estamos llegando, aparca por aquí y seguimos a pie –dijo Luis-.

Antes de bajarse de la camioneta, Mari Carmen, sin quitarse la camisa que llevaba, maniobró no sé como para quitarse el sujetador y se soltó dos botones de la camisa, dejando ver un espectacular escote, que no paso desapercibido para Guillermo.

-         Cuando termine todo esto, tú y yo deberíamos conocernos mejor. –Le dijo a Mari Carmen mirándole el escote-.

-         Lo estoy deseando. -Le contestó ella-.

Se trataba de un tramo feo, deforestado y sucio del río, nada que ver con donde vivían las hermanas. Luis nos condujo en silencio hacia una de las chabolas. De vez en cuando se oían lamentos de mujeres o de niños. Finalmente llegamos a la chabola que buscábamos.

-         Aquí vive Miriam, la hermana de Alberto. –Nos dijo Luis en voz baja-.

-         ¿Vienes tú mucho por aquí, verdad bribón? –Le dijo Guillermo-.

-         Lo mismo que tú vas a la casa de Elena o te crees que no lo sé. Si Alberto no está no tardará en llegar, todas las tardes viene a controlar el trabajo de Miriam y probar lo que el casco puede hacer.

Abrió la puerta de la chabola y escuchamos los lamentos de una mujer.

-         Hola Miriam, ¿por qué te lamentas?

-         Hola Luis y acompañantes. Por lo mismo de siempre, mi hermano me ha amenazado con romperme las entrañas, si no le entrego hoy el casco con las modificaciones que me ha pedido. –La pobre mujer se echó a llorar silenciosamente-.

-         ¿Y lo has terminado?

-         Sí, acabo de hacerlo, pero no quiero dárselo. Con él podría fugarme de aquí sin que él pudiera verme y escapar de la pesadilla en que ha convertido mi vida.

-         ¿Qué poderes tiene el casco? –Le preguntó Guillermo-.

-         Con él puesto puedes desaparecer y aparecer a voluntad o tomar la forma que desees, desde un gigante o un dragón, hasta un mosquito o un sapo.

Mari Carmen y yo nos miramos como no creyéndonos lo que la desgraciada mujer había contado. Oímos ruido en la puerta.

-         Rápido escondeos, debe ser mi hermano.

Nos ocultamos en la otra habitación de la chabola detrás con una cortina sucia y raída.

-         ¿Has terminado ya lo que te encargué? –Preguntó de manera despótica una voz masculina-.

-         Todavía no, es posible que mañana. Es muy laborioso lo que me has pedido.

-         No me mientas Miriam, no quisiera tener que torturarte o tal vez sí. Déjame buscar en tus cajones.

Se escucharon ruidos y más llantos de la mujer.

-         Alberto te has convertido en un monstruo. –Le gritó-.

-         ¡Ah, aquí está y parece terminado! Debería ponerme la hebilla y reventarte el culo. Vete de aquí que quiero probarlo.

Se volvió a escuchar la puerta y supusimos que Miriam había salido de la chabola. Esperamos un poco de tiempo y salimos del escondite.

-         ¿Qué hacéis vosotros aquí? –Nos preguntó-.

-         Hemos oído que has hecho grandes prodigios y que tienes unos objetos mágicos hechos con el oro del río y queríamos saber si era cierto. –Le contestó Luis-.

-         Claro que es cierto. Tengo una hebilla que cuando me la pongo en el cinturón la polla me crece dura como una piedra hasta los treinta y cinco centímetros con un grosor descomunal. Guillermo, la leyenda de tu polla ha pasado a la historia.

-         Eso tendría yo que verlo –dijo Mari Carmen adelantándose-.

-         ¡Qué bella mujer, no le pega que esté con vosotros dos! ¿No me crees?

-         Perdona mi incredulidad, pero he conocido a muchos hombres que cuentan maravillas de su polla y al final nada de nada.

-         Eso lo dirás por el orgulloso de Guillermo. –Le contestó Alberto a Mari Carmen sin dejar de mirarle el escote-.

-         Y por más.

-         Prepárate para lo que vas a ver.

Sacó una hebilla grande y dorada de su bolsillo y se la colocó enganchada al cinturón. Al momento empezó a crecerle un descomunal bulto en la entrepierna, que en pocos segundos alcanzó su esplendor.

-         ¿Qué me dices ahora?

-         Que podría ser un resorte o un mecanismo neumático, también sé de su existencia.

-         Chica incrédula, mira. –Diciendo esto se abrió los pantalones y se sacó el pollón más grande y más gordo que yo había visto en toda mi vida-.

-         Déjame que compruebe su dureza. –Le dijo Mari Carmen, que conociéndola estaba loca por hacerlo-.

-         Toca lo que quieras.

Mari Carmen se acercó a él y con las dos manos le cogió aquel pollón, pudiendo a duras penas cerrarlas en torno a ella.

-         Sí que es gorda y está dura. ¿Pero se queda así cuando te corres?

-         Puedo correrme las veces que quiera sin que se me baje un milímetro.

-         Me cuesta trabajo creerlo, también he estado con hombres que dicen lo mismo y después de correrse se les queda en nada por horas o días.

-         Prueba tú misma y lo sabrás.

Mari Carmen se puso detrás de él pegándole sus grandes y duras tetas a la espalda y empezó a hacerle un pedazo de pajote, hasta que Alberto se corrió con unos chorros que por poco nos alcanzan y estábamos a más de tres metros. Luego Mari Carmen se puso frente a él y comprobó que seguía igual de grande y de dura.

-         Prodigioso en efecto. ¿Y qué más objetos mágicos has fabricado? –Le preguntó Luis, intuyendo con que con el pajote que le había hecho Mari Carmen empezaba a confiar en nuestro asombro-.

Mari Carmen se vino a mi lado y me susurró al oído.

-         ¡Qué barbaridad, que pedazo de pollón, mira a ver si te puedes hacer con la hebilla!

-         ¡Qué graciosa eres! –Le contesté-.

-         Con este casco puedo desaparecer o tomar cualquier forma que desee. –Dijo Alberto mientras se quitaba la hebilla y se guardaba ya una pollita en los pantalones-.

-         Después de la demostración que me has hecho de la hebilla, puedo creer cualquier cosa, pero me gustaría ver como lo haces. –Le dijo Mari Carmen que lo tenía completamente en el bote-.

-         ¿En qué quieres que me convierta?

-         No sé, en un unicornio alado o no, mejor en un dragón de cuento.

Alberto se puso detrás de la cortina donde habíamos estado antes nosotros y a los pocos segundos nos dijo:

-         Podéis mirarme.

Nos acercamos y miramos apartando la cortina. Me quedé de piedra, en efecto, en la habitación un horrible dragón de cuento, que a duras penas cabía dentro, soltaba humo por su nariz y fuego por su boca.

-         Salid para que vuelva a transformarme. –Nos dijo-.

-         Esto es mucho peor de lo que pensaba, con semejantes objetos puede hacerse con el poder en todo el territorio. –Dijo Guillermo con la cara muy preocupada-.

-         Y que lo digas, este hijo de puta nos esclaviza a todos. –Le contestó Luis, justo cuando Alberto volvía al habitáculo en que estábamos-.

-         ¿Qué te parece? –Le preguntó Alberto a Mari Carmen-.

-         Me parece un portento impresionante. Pero me preguntaba si igual que te has convertido en un descomunal dragón, te puedes convertir en un ratón o mejor, en un pequeño sapo.

-         Claro que sí, me puedo convertir en cualquier cosa.

-         Muéstranoslo y no volveré a dudar de ti.

Alberto volvió a ocultarse tras la cortina.

-         ¿Qué pretendes con que se convierta en un sapo? –Le preguntó Guillermo a Mari Carmen-.

-         Cuando sea una pequeña criatura podrás apresarlo, luego nos lo llevaremos a él y a sus objetos mágicos.

-         ¡Joder, que lista eres Mari Carmen! –Exclamé-.

-         Bien pensado –dijeron Guillermo y Luis-.

-         Todos  preparados para capturarle –ordenó Mari Carmen que se había convertido en la líder del grupo-.

Al poco tiempo vimos como un pequeño sapo saltaba por el suelo de la habitación.

-         ¡Ahora! –Gritó Mari Carmen-.

Luis y yo saltamos para capturarlo, cogiéndolo Luis entre sus manos.

-         ¡Vámonos, rápido a la camioneta! –Dijo Guillermo-.

Salimos todos corriendo. No podía dar crédito a lo que habíamos vivido.

-         ¿Pero esto es un sueño o qué coño ha sido esto? –Le pregunté a Mari Carmen mientras corríamos-.

-         Lo del casco no lo sé, pero te aseguro que lo del pollón era de verdad.

Corriendo llegamos a la camioneta.

-         Guillermo arranca, por el camino dejamos que cambie de forma, le quitamos el casco y lo atamos. –Dijo Luis-.

Así lo hicimos. A medio camino hasta la casa de las hermanas Guillermo paró la camioneta, nos bajamos, cogimos unas cuerdas que había en la caja de la camioneta, Luis soltó al sapo en la caja, que inmediatamente volvió a convertirse en Alberto y mientras lo atábamos Luis le quitó el casco.

-         Sabía que no podía fiarme de vosotros –gritaba Alberto tratando se soltarse de las cuerdas-.

-         ¡Cállate rijoso o te amordazaremos también!

-         Esto no va a quedar así –dijo Alberto-.

-         Claro que no va a quedar así, cuando lleguemos a la casa de las hermanas, vas a ordenar que nos traigan el resto del oro que tienes acumulado y sólo entonces quedarás libre para seguir con tu asquerosa vida. –Le espetó Luis-.

Alberto, atado, se quedó en la caja del camión gritando y amenazando, nosotros nos subimos a la cabina y retomamos la marcha.

-         Cuando nos traigan el resto del oro, podrás devolverle a las hermanas el que les pertenece. –Le dije a Guillermo-.

-         Tengo intención de devolvérselo, pero sólo cuando haya saldado la cuenta con los albañiles. No pienso aguantar a Flora echándome la bronca a cuenta de su hermana, ni a mis cuñados penando por la fruta y la comida que les da Fina. –Contestó Guillermo-.

Cuando llegamos a la casa de las hermanas estaba anocheciendo. Nos acercamos hacia la casa con Alberto atado. Por la hora, las hermanas debían estar bañándose en el río. Fuimos por el camino lateral y, en efecto, las hermanas estaban en el agua. Cuando nos vieron salieron las tres.

-         ¿Qué ha pasado? –Preguntó María-.

-         Gracias a la astucia de Mari Carmen aquí tenemos a Alberto preso. Le hemos dicho que hasta que sus secuaces no lleven todo el oro que tengan al cortijo, permanecerá preso. –Contestó Guillermo-.

-         ¿Por qué al cortijo, Guillermo? –Le preguntó María-.

-         Porque una parte del oro es del río y otra es de ellos y esa me la voy a quedar yo para pagar una deuda que tengo.

-         Eso espero –concluyó María-.

-         Dadnos algo de beber que venimos sedientos –pidió Luis-.

-         Sentaos en el porche mientras preparamos algo –le dijo María-.

Guillermo ató a Alfredo a un árbol de la ribera y se sentó en el porche junto a Luis. Mari Carmen y yo permanecimos de momento en el jardín.

-         Carlos deberías llamar a Antonia y contarle como está la cosa. –Me dijo Mari Carmen-.

-         ¿Y qué le digo, que hemos secuestrado a un tío que ha forjado una hebilla que pone las pollas como botellas de coca-cola de dos litros? ¿O mejor, que ha forjado un casco que le permite adoptar cualquier forma? Si le cuento algo de esto se creerá que estoy borracho o drogado o que me estoy cachondeando de ella.

-         No lo sé, pero deberíamos hablar con ella.

-         Tienes razón, trataré de no asustarla.

Marqué el número de Antonia, que me cogió el teléfono enseguida.

-         Hola Carlos, estaba intranquila, ¿estás de vuelta?

-         Todavía no, hasta mañana no va a poder ser, las cosas se han liado bastante.

-         ¿Qué pasa?

-         Mari Carmen y yo hemos acompañado al tal Guillermo y a otro tío para recuperar el oro, ahora estamos todos en la casa de las hermanas.

-         ¿Está contigo Mari Carmen?

-         Sí, le pedí información sobre Guillermo y las hermanas y a medio día se ha plantado aquí.

-         ¿Habéis recuperado el oro?

-         Una parte, mañana seguramente recuperaremos el resto. Todo lo que pasa por aquí es muy raro, cuando nos veamos ya te lo contaré con más detalle.

-         Mañana tengo pocas cosas que hacer, si te parece me puedo acercar por allí.

-         No hace falta, pero haz lo que quieras. –Le dije pensando que igual era mejor que lo viese por sí misma-.

-         Mándame la posición y ya lo pienso esta noche.

-         De acuerdo.

Después de colgar Mari Carmen y yo nos quedamos pensativos.

-         Mari Carmen antes has estado fantástica.

-         Bueno, estaba claro que Alberto es un calentorro de mucho cuidado, sólo había que darle un poquito por el lado del gusto y para eso esto ayuda mucho. –Dijo mientras se cogía las tetas con las manos-.

-         Estoy deseando follarte.

-         Ya veremos, por ahora vamos a acercarnos a esos dos, que tienen mucho peligro.

Nos acercamos al porche. Guillermo y Luis estaban sentados con una copa en la mano, las hermanas se habían puesto los albornoces y hablaban con ellos.

-         Mari Carmen siéntate con nosotros. –Le dijo Guillermo al verla y ella se sentó en la mesa con los dos-.

María se vino hacia mí.

-         Guillermo nos ha contado lo que ha hecho Mari Carmen. Quiero agradeceros lo que estáis haciendo por nosotras.

-         No hay de qué. Una pregunta María, ¿las cosas son siempre tan extrañas por aquí?

-         Casi siempre, pero el robo del oro las ha exacerbado. ¿Quieres una copa?

-         Sí gracias, la necesito.

María fue a buscar la copa. Miré hacia el río y allí continuaba Alberto atado tratando de liberarse. Me acordé que la hebilla debía estar en uno de sus bolsillos y pensé que me gustaría sentir sus efectos en mi polla. Me acerqué a él.

-         Sois unos hijos de puta. –Me dijo cuando estuve a su lado-.

-         Y tú un ladrón y un explotador.

-         Os vais a acordar de lo que habéis hecho durante toda vuestra vida.

-         No amenaces que no estás en condiciones.

Me puse detrás de él y le metí las manos en los bolsillos. Tenía la hebilla en el bolsillo derecho y se la quité.

-         ¡No lo hagas, es lo único que me queda!

Metí la hebilla en mi bolsillo y lo dejé insultándome. Volví al porche, al momento llegó María con la copa, me la pasó y preguntó:

-         ¿De qué protesta ahora Alberto?

-         De lo de siempre, no le eches cuenta. –Le contesté-.

-         ¿Es verdad lo que han contado ellos de la hebilla y del casco?

-         Totalmente.

-         ¿Quién tiene la hebilla?

-         Ahora mismo yo.

-         ¿Me enseñarías sus efectos?

-         ¿Si quieres?

-         Vamos dentro de la casa, lo estoy deseando.

Seguí a María que, para despistar a los demás, le dio la vuelta a la casa para entrar por la puerta principal. Seguimos andando hasta el baño. Allí María abrió los grifos y, mientras se llenaba la gran bañera, me fue desnudando. Le quité el cinturón a los pantalones y me lo puse sin ropa para poder colocarle la hebilla. Estaba completamente empalmado y nervioso por poder gozar de los efectos de la hebilla. Solté el albornoz de María, la abracé pegándole la polla a su vientre y la besé en la boca.

-         Déjame que contemple el prodigio –me dijo separándose de mí, dejando caer el albornoz y metiéndose en la bañera-.

Coloqué la hebilla en el cinturón y mi polla y mis huevos empezaron a crecer hasta hacerse por lo menos tres veces más grandes, en todas sus dimensiones. María me miraba asombrada hasta que dijo:

-         ¡Qué barbaridad, lo que ha inventado el jodido rijoso!

Noté que empezaba a marearme y que el corazón se me aceleraba como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo físico. La acumulación de sangre que necesitaba para mantener empalmado aquel pollón estaba forzando todo mi cuerpo hasta sus límites. Pensé que iba a desmayarme, pero no quería quitarme la hebilla y volver a mi polla normal.

-         ¿Qué haces Carlos? –Era la voz de Mari Carmen a mi espalda-.

-         ¿Tú qué crees? ¿No me dijiste que me hiciera con la hebilla?

-         Era una broma.

-         ¿Te parece esto una broma? –Le pregunté dándome la vuelta para que pudiera contemplarme bien-.

-         ¡Quítate la hebilla, no seas idiota!

En ese momento me desmayé, cayendo redondo al suelo. Cuando me desperté no llevaba ni la hebilla ni el cinturón. María y Mari Carmen estaban a mi lado de rodillas.

-         ¿Qué ha pasado? –Pregunté-.

-         Te has desmayado del esfuerzo que has hecho para empalmar semejante pollón. –Me contestó Mari Carmen-. Te dije que te quitaras la hebilla.

-         Ha sido culpa mía –dijo María-. Le pedí que me enseñara el poder de la hebilla.

-         Devolvedme la hebilla.

-         Ni de coña –me contestó Mari Carmen-. ¿Qué quieres, volver a desmayarte?

-         No, quiero volver a tener el pollón de antes.

-         ¿Y para qué quieres tenerlo? Tu polla funciona de maravilla, el pollón ese, como tú le llamas, no está mal para verlo, pero dónde crees que lo vas a poder meter. Anda ven a la bañera para que termines de reponerte.

Entre las dos me ayudaron a levantarme y a entrar en la bañera. Desde allí las miré. María estaba preciosa desnuda y Mari Carmen empezaba a desnudarse.

-         Es posible que tengáis razón, pero la tentación de cargar semejante aparato es demasiado grande para cualquier hombre.

Cuando Mari Carmen terminó de desnudarse, las dos se metieron conmigo en la bañera. Para entonces estaba empalmado de nuevo al contemplarlas desnudas.

-         ¿Y si la hebilla permitiera que la polla creciera a voluntad de quien la lleve? –Pensé en voz alta-.

-         Carlos, aunque así fuera, tu y yo sabemos que la tentación podría con cualquier hombre y no pararía hasta hacerla lo más grande posible. –Me contentó Mari Carmen, cuyas tetas sobresalían del agua-.

-         Conociendo al rijoso no creo que su hechizo sobre la hebilla fuera ese, sino que la ponga siempre lo más grande posible. –Dijo María-.

-         Siéntate en el borde de la bañera. –Me dijo Mari Carmen-.

La obedecí, ellas se pusieron de rodillas y empezaron a comerme la polla entre las dos.

-         Soy un hombre con mucha suerte. Pocos pueden disfrutar de dos mujeres tan bellas a la vez.

-         ¡Qué bien te lo montas cabrón! –Era la voz de Guillermo que había abierto la puerta-. ¿Molesto si me sumo al baño?

-         En absoluto –le contestó Mari Carmen-.

Guillermo se desnudó en unos segundos y ya lucía un buen pollón totalmente empalmado. Se sentó a mi lado en la bañera y Mari Carmen se movió para cogerle la polla y metérsela en la boca a duras penas.

-         A ti no te hace falta la hebilla –le dijo Mari Carmen-.

-         Gracias a Dios por ahora no, pero no se es joven toda la vida. Estoy pensando en quedármela.

-         Ni lo sueñes Guillermo, ese oro pertenece al río. –Le dijo María-.

-         Bueno, no hablemos ahora de eso. Disfrutemos de los placeres que nos proporciona el sexo mientras podamos.

-         Siéntate aquí –le dije a María, metiéndome en la bañera con la intención de comerle el chocho-.

Me puse de rodillas entre sus piernas, ella se abrió el chocho con sus manos y yo apliqué mi lengua a su clítoris y a su raja, mientras llevaba una mano al ojete de Mari Carmen.

-         Carlos así las vas a malacostumbrar –me dijo Guillermo-.

-         No digas más tonterías o te va a comer la polla tu puta madre –le contestó Mari Carmen-.

Mari Carmen me cogió la polla con su mano y empezó a hacerme una paja lentamente.

-         Qué bien lo haces Mari Carmen –dijo Guillermo-.

-         Pues fóllame ya –le dijo poniéndose de rodillas para que se la follara por detrás-.

-         Como no –le contestó Guillermo poniéndose detrás de ella y cogiéndole las tetas-.

María se puso también de rodillas frente a Mari Carmen y empezó a besarla en la boca. Yo me coloqué detrás de María y la metí lentamente en su chocho.

-         Carlos sóbame el clítoris –me ordenó-, creo que voy a morir de placer. -Dijo cuando empecé a hacerlo-.

-         ¡Aaaagggg! –Gritó Guillermo sacando la polla del chocho de Mari Carmen y corriéndose sobre su culo-.

-         ¿Ya? –Le preguntó indignada Mari Carmen-.

-         Carlos sigue que me voy correr –me dijo María cuando yo todavía estaba bastante lejos de correrme-.

-         Aguanta un poco –le pedí-.

-         ¡No puedo, por favor, sigue, sigue, ahora, ahora, aaaagggg, aaaaggg!

María se dejó caer a un lado, lo mismo que antes había hecho Guillermo.

-         ¡Joder que calentura tiene esta gente y que poco aguante! –Dijo Mari Carmen, dándose la vuelta para que yo siguiera follándola-.

-         Tienes razón Mari Carmen. ¡Qué me gusta tu culo desde siempre!

Se la metí y empecé a bombear mientras le acariciaba el clítoris.

-         Carlos, ves como no hace falta tanta polla, sino saber manejarla.

-         No me jodas con lo de que el tamaño no importa.

-         Hombre, si además de manejarla bien es grande, es la hostia. Sigue, que yo también me voy a correr. ¡Sigue, sigue, no pares!

Mari Carmen se corrió y se sentó recostada en la bañera. Puse mi polla entre sus tetas y las apreté mientras me movía arriba y abajo entre ellas, hasta que me corrí llenándole la cara con mis chorros. Después me senté yo también a su lado.

-         Habrá que cenar algo –dijo Guillermo levantándose y comenzando a secarse-.

-         Adelántate que ahora voy –le contestó María sin moverse-.

Cuando se fue Guillermo, María, mientras salía de la bañera, dijo:

-         Sigue igual de burro que siempre. Recoged la hebilla no me fio un pelo de él. La cena estará en quince minutos, aquí os dejo dos albornoces.

Mari Carmen y yo nos quedamos solos.

-         Guarda tú la hebilla, yo tampoco me fio de mí mismo y menos de Guillermo y de Luis. –Le dije-.

Cenamos y luego nos retiramos Mari Carmen y yo al dormitorio que me habían asignado la noche anterior.

-         ¿Te apetece follar? –Le pregunté cuando nos metimos los dos en la cama-.

-         Me apetece dormir, ya follamos otro día.

Cuando me desperté Mari Carmen seguía durmiendo. Estaba preciosa, me apetecía follar con ella, pero creí que era mejor dejarla dormir. Antes de levantarme de la cama, se abrió la puerta del dormitorio, era María.

-         Rápido levantaos, Guillermo y Luis se han ido llevándose a Alberto. El casco no está, ¿tenéis vosotros la hebilla?

-         Debe estar en mi bolso –dijo Mari Carmen saltando de la cama y yendo a mirar en su interior-. No está, nos la han robado mientras dormíamos.

Salimos al salón en pelotas como estábamos. Encima de una mesa vi un papel y me acerqué a ver que era. Parecía una nota de Guillermo o de Luis.

- “Cuando nos hemos despertado Alberto se había desatado y no estaba. Salimos tras él para capturarlo de nuevo. Nos vemos en el cortijo.” –Leí en voz alta-.

-         No me lo creo –dijo María-. Es otra de sus trampas.

-         ¿Y para qué nos van a dejar la nota? –Se preguntó Mari Carmen en voz alta-.

-         Debéis ir lo antes posible al cortijo. Coged el todoterreno

Nos vestimos a toda prisa y cuando íbamos a montarnos en el todoterreno oímos el ruido de un coche. Era el coche de Antonia, lo aparcó junto al de Mari Carmen y se bajó.

-         Rápido Antonia, han desaparecido los tres y el oro que habíamos recuperado. Vamos tras ellos al cortijo.

-         ¿Qué tres?

-         Guillermo, su amigo Luis y Alberto.

-         Delante de mí, por el camino principal, iba una camioneta, la he perdido al coger el desvío para la casa.

-         Rápido, por favor, seguidles y recuperar el oro. –Suplicó María-.

Nos montamos los tres en el todoterreno y salimos pitando.

-         Me alegro que estés aquí. –Le dijo Mari Carmen a Antonia-.

-         Y yo también me alegro –dije-.

-         ¿Por qué no me contáis lo que ha pasado? –Preguntó Antonia-.

-         Es mejor que lo veas con tus propios ojos, si no creerás que nos hemos vuelto locos. –Le contestó Mari Carmen-.

Llegamos al cortijo. La camioneta de Guillermo estaba aparcada en la puerta, junto a otra camioneta muy vieja y desvencijada. Aparcamos y fuimos hacia el señorío. Llamamos a la puerta y nos abrió la misma sirvienta que me había abierto el día anterior.

-         Tenemos que ver a don Guillermo. –Le dije, cruzando la puerta-.

-         No sé si podrá recibirlos –me contestó-.

-         Claro que nos va a recibir –le dije yendo hacia la sala dónde me había recibido el día anterior-.

Por el pasillo vi que había varios hombres muy sucios con unos sacos a los pies.

-         No pueden pasar –gritaba la sirvienta detrás de nosotros-.

-         Pues yo creo que sí –le contesté-.

Abrí la puerta de la sala y allí estaban los tres, entramos sin más.

-         Perdone don Guillermo, pero no he podido detenerlos –dijo la sirvienta-.

-         Está bien, déjenos solos. –Le contestó Guillermo-. Me alegra veros, sobre todo a estas dos chicas tan guapas. ¿Cómo te llamas? –Le preguntó a Antonia-.

-         Antonia, es mi socia. –Le contesté yo-.

Alberto estaba atado, el casco estaba sobre una mesa justo al lado de Luis.

-         ¿Qué ha pasado? –Preguntó Mari Carmen-.

-         Tengo el sueño muy ligero, antes de amanecer escuché unos ruidos y salí a mirar. Alberto no estaba donde lo habíamos dejado. Desperté a Guillermo y con la camioneta fuimos en dirección al poblado de Alberto. Lo vimos escondiéndose tras un árbol cuando oyó la camioneta. Volvimos a capturarlo y lo trajimos directamente hacia el cortijo. Acabamos de llegar.

-         El casco ya veo que lo tenéis. ¿Y la hebilla? –Preguntó Mari Carmen-.

-         Nosotros no la tenemos –contestó Guillermo-.

-         Pues ni nosotros ni las hermanas la tenemos tampoco. –Dijo Mari Carmen-.

-         ¿Qué coño es eso de la hebilla? –Me preguntó Antonia en voz baja-.

-         Una hebilla de cinturón con el poder de que al tío que se la coloca se le pone un pollón como una coca-cola de dos litros. –Le dije-.

-         ¡Déjate de tonterías ahora, Carlos!

-         Que es verdad, Antonia.

-         Más quisieras –me dijo bastante enfadada-.

-         ¿Pues entonces quién la tiene? A mí me la han robado del bolso esta noche.

Todos miramos hacia Alberto.

-         Dejadme libre, mis esclavos están fuera con todo el oro que tengo. Cogedlo y dejadme en libertad como habéis prometido.

-         Coge el oro Guillermo, tienes que pagarle a los hermanos y deja que se vaya. –Le dijo Luis-.

-         ¡Ya sé que tengo que pagar a los hermanos! –Le contestó de muy malos modos-.

-         Y devolver el oro del río a las hermanas. –Le dije-.

-         ¡También sé eso! Llama para que traigan el oro.

Luis abrió la puerta y gritó:

-         ¡Traed el oro!

Los hombres que estaban esperando fueron entrando, dejando en el suelo unos sacos que parecían muy pesados y luego de dejarlos, salían sin atreverse a mirar a Alberto.

-         Yo he cumplido –dijo Alberto-. Ahora cumple tú y déjame libre.

-         No sin que me des la hebilla –le contestó Guillermo-.

-         ¡Joder que pesado estás con la hebilla! ¿Pero tú para que la quieres con el pollón natural que tienes? –Le preguntó Mari Carmen-.

-         Hoy se me levanta sin problemas, pero ¿y dentro de unos años? No quiero vivir sin sexo.

-         Pues tómate una píldora azul como el resto del mundo –le contestó Luis-

-         No quiero depender de la química.

-         No claro, mejor depender de la magia. Tienes la cabeza perdida. –Le dijo Luis-.

-         ¿Pero de qué magia habla esta gente? –Me preguntó Antonia-.

-         Ya te lo he dicho antes. Si no me crees pregúntale de Mari Carmen.

-         Es todo verdad, Antonia, por increíble que parezca.

Guillermo se abalanzó sobre Alberto. Primero le registró los bolsillos, después bajo la camisa y finalmente bajo los pantalones y los calcetines, sacando la hebilla de uno de ellos.

-         ¡No me robes la hebilla! –Le gritó Alberto-.

-         No te la robo, tú le robaste el oro a las hermanas y ellas han acudido en mi ayuda para que se lo devuelva.

-         Eres un mentiroso, no piensas devolver nada.

-         Eso tú no lo sabes.

-         Me has despojado de todo. El oro no me importa, puedo conseguir más, pero la hebilla es mi vida

-         ¡Pues jódete y vete sin la hebilla!

-         No, te vas a joder tú. ¡Maldigo esa hebilla, que todo el que se la ponga que no sea yo sufra hasta morir! ¡Que su posesión produzca la maldad y la envidia a su alrededor! ¡Y así sea hasta que la hebilla vuelva a mí, su legítimo dueño!

Guillermo se quedó pensativo tras la maldición de Alberto. Luis percibió la preocupación en su cara. Se acercó a Alberto, lo desató y le ordenó que se fuera. Alberto escupió a los pies de Guillermo y salió de la sala como un loco, gritando:

-         ¡Me vengaré de todos vosotros, aunque tenga que empeñar mi vida en ello!

-         Déjalo ya Alberto y vete antes de que nos arrepintamos. –Le dijo Luis-.

Cuando hubo salido de la sala, Luis se volvió a Guillermo y le dijo:

-         Devuelve el oro a las hermanas, ya has visto que está maldito.

-         ¡No me jodas Luis, mira el poder de la hebilla!

Después de decir esto se colocó la hebilla en el cinturón e inmediatamente se le produjo un bulto increíble en la entrepierna.

-         Ves lo que te había contado –le dije a Antonia, que estaba atónita-.

-         ¡Venga ya, eso será un truco barato!

-         No Antonia ayer pudimos ver su efecto con Alberto y al tonto este –dijo Mari Carmen señalándome- no se le ocurrió otra cosa que ponérsela por la noche y por poco se muere, eso sí, con un pollón descomunal.

-         ¿Qué pasa no te crees el poder de la hebilla? –Le preguntó Guillermo a Antonia-.

-         La verdad es que no.

Cuando Guillermo iba a abrirse los pantalones, sentimos como la sala volvía a vibrar.

-         Los hermanos albañiles. –Dijo Luis y Guillermo se quitó la hebilla y se la guardó en un bolsillo-.

La sirvienta abrió la puerta y dijo:

-         Don Guillermo los albañiles y doña Fina.

-         Que pasen y avisa a Flora y a sus hermanos.

Entraron los dos hermanos, que me parecieron todavía más grandes que el día anterior. Fina iba cogida por los hermanos, llevaba la misma camiseta y short que cuando se la llevaron y tenía cara de estar en la gloria.

-         ¿Has reunido el dinero? –Preguntó uno de los hermanos-.

-         Hermano vámonos y quedémonos con Fina, olvida la parte del dinero de las obras de la cocina –dijo el otro-.

-         Espera, ayer cerramos un trato. Si lográbamos reunir el dinero Fina se quedaría aquí. –Dijo Luis-.

-         Ayer fue ayer, cuando todavía no habíamos disfrutado de los placeres que Fina proporciona.

Fina puso todavía mayor cara de satisfacción al sentirse alagada por uno de los hermanos.

-         ¿Nadie me va a preguntar qué es lo que yo quiero? –Dijo Fina-.

-         Espera a que vengan tus hermanos –le respondió Guillermo-.

Justo en ese momento entraron por la otra puerta Flora y sus dos hermanos. Venían demacrados, parecía que hubieran pasado por ellos varios años y no sólo veinticuatro horas.

-         ¿Y estos quiénes son? –Me preguntó Antonia-.

-         Ella es Flora, la mujer de Guillermo y hermana de Fina. Los otros dos son también sus hermanos. –Le contesté-.

-         Pues ellos tienen una pinta de parguelas que echa para atrás. –Dijo Mari Carmen-.

-         No te dejes engañar, al parecer son los más puteros de la comarca.

-         Qué encanto de hombres –sentenció Antonia con mucha sorna-.

-         Escuchad lo que vuestra hermana tiene que deciros –dijo Guillermo a los recién llegados-.

-         Habla hermana. –Dijo Flora-.

-         Flora, ayer fue el día más feliz de mi vida. Estos dos gigantes sólo para mí, sólo para darme el placer que tanto necesito. Quiero quedarme con ellos, cuidarlos y que ellos me cuiden y me mimen.

-         Fina te estás escuchando, tu sitio está aquí con tus hermanos. –Dijo Flora-.

-         No Flora, mi sitio está junto a estos dos hombres que me han dado más placer en una sola noche del que me habían dado en toda mi vida.

-         Ya has escuchado a la golfa de tu hermana –le dijo Guillermo a Flora-.

-         ¡Calla Guillermo, no insultes a mi hermana! –Gritó uno de los hermanos de Fina-.

-         A mí no me mandes callar o verás quien se va a callar para siempre. –Le contestó Guillermo acercándose al que lo había interpelado-.

-         ¡Qué mal rollo tienen entre ellos! –Comento Antonia-.

-         Esto no es nada, ayer fue peor. –Le contesté-.

-         Hermano quedémonos con Fina, podemos ser felices los tres. El resto del dinero ya la ganaremos en otra obra. –Dijo el hermano albañil que estaba colado por Fina-.

-         Con el dinero que nos paguen podremos tener las mujeres que queramos –le contestó el otro hermano-.

-         Podrás tener otras mujeres, pero no como yo –le dijo Fina a la misma vez que empezaba a desnudarse-. ¿Crees que vas a poder tener otra mujer como yo? –Le dijo mostrándose ante ellos desnuda-.

Desde luego era una mujer deslumbrante. Unas tetas rebosantes con unos grandes pezones, una pequeña mata de pelo en el chocho, un precioso culo, que parecía estar durísimo y unas bonitas piernas.

-         ¡Hermana vístete! –Le dijo uno de sus hermanos-.

-         No me da la gana, que digan los albañiles si quieren ver esto todos los días o prefieren contar el dinero.

-         Hermano quedémonos con ella, te lo ruego.

-         ¡Guillermo haz algo! Sabes que no podremos sobrevivir jóvenes y sanos sin sus frutas y sus comidas. –Le suplicó Flora-.

Antonia y Mari Carmen asistían atónitas al lío que se había montado entre todos ellos.

-         Fina vuelve con nosotros, podrás tener otros hombres y traerlos a casa. Te lo prometemos. –Dijeron sus hermanos-.

-         Sois unos egoístas a los que sólo les interesan mis manzanas. –Contestó ella-.

Guillermo y Luis se separaron del resto para poder hablar entre ellos sin que los pudieran oír excepto nosotros tres.

-         Guillermo deja que se la lleven y podrás devolverle su oro al río y quedarte con el resto en vez de que se lo lleven estos. –Le dijo Luis-.

-         Y aguantar a Flora y a sus hermanos todos los días del resto de mi vida dándome el coñazo. Es un precio demasiado alto.

-         A ti que más te da, si tú te pasas los días con Elena.

-         Cuidado que Flora podría oírte y es lo que me faltaría.

Mientras Guillermo y Luis hablaban entre ellos, los dos hermanos albañiles seguían con su discusión, sin quitar el ojo de encima de Fina, que también los miraba fijamente.

-         Hermano hemos venido aquí a cobrar. Llevémonos el dinero y que Fina venga a vernos cuando ella quiera.

-         Pero tú has visto cómo está de buena y lo caliente que es.

-         Ya lo sé hermano, pero también me temo que teniéndola en casa no nos queden fuerzas para trabajar después de follar con ella toda la tarde y la noche.

-         Ella nos alimentaría mucho mejor de lo que lo hacemos ahora nosotros solos. Estaríamos alimentados y satisfechos de por vida.

-         Conociéndola yo no me atrevería a decir de por vida. Hoy se ha encaprichado de nosotros, mañana lo hará de otros y nos quedaremos sin ella y sin el dinero.

Este último argumento dejó al hermano colado por Fina pensativo y triste.

-         Sea, cobremos, pero el oro debe cubrirla por completo, si sigo viéndola no podré dejarla aquí.

-         Ya has oído Guillermo, haz una montaña de oro que cubra a Fina por completo y podrá quedarse con vosotros.

-         Me parece demasiado por ella, pero adelante. –Contestó Guillermo-. Ayudadme todos con el oro a cargar el oro.

-         Un momento Guillermo separa el oro del río para devolvérselo a las hermanas. –Le dijo Mari Carmen-.

-         Empecemos a cargar y ya veremos lo que queda. –Le contestó Guillermo-.

-         ¿A qué hermanas, no serán las tres zorras del río? –Preguntó Flora fuera de sí-.

-         Calla ahora mujer y ayuda tú también. –Le dijo Guillermo-.

-         ¿No habrás estado esta noche en su casa? –Siguió Flora-.

-         No sólo he estado en su casa, sino que además me las he follado a las tres.

-         Eres una bestia sin sentimientos –le espetó Flora rompiendo a llorar-.

-         ¿Es verdad eso? –Me preguntó Antonia-.

-         Antonia las hermanas se las traen, no son tres santitas. –Le contesté-.

-         ¿O sea que tú también te las has follado?

-         Yo no lo diría así, más bien me han follado ellas a mí.

-         ¿Carlos es que tú no puedes dejar nunca la polla dentro de los pantalones?

-         Dejemos ahora ese tema y vamos a lo que vamos. –Zanjé con Antonia-.

Mientras Antonia y yo hablábamos el resto había amontonado los sacos de oro delante de Fina, hasta cubrir su cuerpo, pero no su cabeza.

-         Ya no hay más oro, conformaros con esto –dijo Guillermo-.

-         Mientes, ¿y ese casco? –Dijo uno de los hermanos señalando el casco de Alberto-.

-         Este casco no entra en el pago –le contestó Luis-.

-         Pues entonces nos llevamos a Fina –amenazó el hermano albañil enamorado-.

-         ¡No te atreverás! –Gritó uno de los cuñados de Guillermo, abalándose contra los albañiles, obligando a Guillermo a interponerse-.

-         Nosotros no hemos tratado nada contigo, así que no te metas en esto, jodido putero. –Le dijo uno de los hermanos albañiles-.

-         Vamos a tranquilizarnos todos. –Pidió Luis-. Con este oro están más que pagados vuestros trabajos, no abuséis del trato.

Fina miraba a los albañiles mordiéndose el labio inferior, de forma provocativa.

-         Mientras yo vea a esa mujer no me marcharé sin ella –insistió machaconamente el hermano enamorado-.

-         Sea, Luis pon el casco sobre el resto del oro. –Ordenó Guillermo-.

-         El casco quería quedármelo yo en pago de mis servicios. –Contestó Luis-.

-         Luis deja de dar el coñazo y pon el casco, ya te pagaré con otra cosa.

Sabiéndose derrotado Luis colocó el casco sobre el resto del oro.

-         Guillermo no puedes darles lo que no es tuyo. –Dijo Mari Carmen-.

-         ¡Una mierda para el río y para las zorras de las hermanas! ¿Y tú quien eres? –Gritó Flora repuesta de sus lágrimas-.

-         La representante de las hermanas y no las insultes más, que cada una de ellas vale más que tres cómo tú. –Le contestó Mari Carmen-.

-         Otra zorra, ¿también te la has follado? –Le preguntó a Guillermo-.

-         Pues sí y este también –dijo señalando a Luis-. Más vale que los atiendas mejor, porque no duran nada.

-         ¡Ya está bien callad todos! –Gritó Guillermo-.

-         Ya podéis coger el oro y salir de aquí. –Les dijo Luis a los dos albañiles-.

La cosa pintaba que las hermanas se habían quedado sin el oro, al menos de momento.

-         Todavía no. Alberto nos ha contado que él había forjado dos objetos y aquí no hay más que uno. –Dijo el hermano avaricioso-.

-         ¡Maldito Alberto, no pienso daros nada más! –Exclamó Guillermo llevándose una mano al bolsillo en el que había guardado la hebilla-.

-         Entonces no hay trato, Fina ven con nosotros. –Dijo el hermano enamorado-.

-         Espera hermano, no seas tan impaciente, deja que Guillermo entre en razón.

Fina se había salido de detrás del montón de oro, me pareció que estaba cada vez más buena, joder que polvo tenía.

-         No voy a entrar en ninguna razón. Coged el oro o coged a Fina, pero marchaos ya y daros por pagados. –Les dijo Guillermo a los hermanos-.

-         Guillermo ¿qué escondes? –Le preguntó su mujer-.

-         Mi tesoro más preciado, que no pienso entregar a cambio de tu hermana.

-         ¿Qué tesoro es ese? –Continuó preguntando Flora-.

-         Una hebilla mágica, que le otorga poderes sobrehumanos a quién la utiliza.

-         ¿Poderes sobrehumanos?

-         Sí mujer, mira.

Guillermo se colocó la hebilla en el cinturón y volvió a aparecer el increíble bulto en su entrepierna.

-         ¿Otra tontería tuya?

-         Ahora verás la tontería –dijo Guillermo abriéndose el pantalón, sacándose el pollón-.

-         ¡Ay va la ostia! –Exclamó Antonia cuando vio aquello-.

-         ¿Te lo crees ahora? –Le pregunté-.

-         ¡Qué barbaridad!

-         Además de ponerle un pollón así a quien posee la hebilla, puede correrse las veces que quiera sin que se le baje ni un milímetro. –Le dijo Mari Carmen a Antonia que no salía de su asombro-.

-         ¿Y tú como lo sabes?

-         Porque le hice un pajote a su anterior dueño y te juro que después de correrse siguió igual de dura.

Antonia miraba a Mari Carmen con los ojos desorbitados. Flora y Fina estaban con la boca abierta y sin poder reaccionar al fenómeno. Flora se acercó a su marido para cogerle el pollón.

-         Esposo tú ya estabas bien dotado, pero esto es increíble –le dijo-.

Fina se acercó a su cuñado sin poder quitar la vista del pollón.

-         ¿Puedo? –Preguntó acercando su mano al fenómeno-.

-         Claro –le contestó Guillermo-.

-         ¡Hermana cómo te atreves a tocarle la polla a mi marido! –Exclamó Flora-.

-         Esta polla no es de tu marido es de todas las mujeres del mundo. Además, que piensas, que no se la he cogido ya otras veces.

-         ¿Y vosotras no queréis tocarla también? –Le dijo Guillermo a Antonia y Mari Carmen-.

-         Ve tú, yo ya cogí una igual ayer. –Le dijo Mari Carmen a Antonia-.

El resto de hombres presentes mirábamos a Guillermo con envidia. Era verdad lo que me había dicho Mari Carmen, que básicamente era un objeto de exhibición más que una polla útil para follar, pero a qué hombre no le gustaría exhibirse con una polla así. Antonia se puso detrás de Guillermo y se la cogió con las dos manos. Fina se arrodilló delante de su cuñado para chuparle el pollón, pues era imposible que le cupiese en la boca. Flora la imitó y cada una se la fue chupando por un lado.

-         Fina, ¿qué haces? –Le preguntó el albañil enamorado-.

-         Hermano yo creo que está bastante claro –le respondió el avaricioso-. No nos podemos ir sin esa hebilla.

-         Si seguís así me voy a correr. –Advirtió Guillermo-.

-         Córrete esposo, que veamos el portento.

-         ¡Aaaaggg! –Bramó Guillermo cuando empezó a correrse con chorros que salpicaron casi toda la habitación-.

Fina siguió lamiéndole el pollón y empezó a acariciarse el chocho.

-         Es portentoso, sigue igual que antes de correrse. –Dijo Flora-.

-         O más dura –dijo su hermana-.

-         Guillermo terminemos con esto, no hemos venido para verte la polla. –Dijo el hermano avaricioso-.

-         Comprenderéis que no puedo daros la hebilla en pago. –Le contestó Guillermo-.

-         Claro que nos darás la hebilla, sin las manzanas de Fina no podrás aguantar esa polla sin desfallecer.

En efecto, Guillermo pareció marearse y tuvo que apoyarse en las cabezas de su esposa y su cuñada.

-         Todo no lo puedes tener o la hebilla o las manzanas de tu cuñada. –Le dijo Luis-.

-         Parad un momento –dijo Guillermo y se quitó la hebilla. Su polla seguía siendo grande, pero enseguida se le vino abajo-.

En ese momento se abrió una trampilla del suelo y apareció una mujer desde abajo.

-         ¡Joder esto es mucho mejor que una película! –Exclamé-.

-         ¿Y esta quién es? –Preguntó Antonia-.

-         No tengo ni idea –contestamos Mari Carmen y yo-.

La presencia de la mujer pareció paralizar a todos los presentes menos a nosotros tres.

-         ¿Qué haces aquí Elena? –Preguntó Guillermo-.

-         Venir a avisarte de que no te quedes con la hebilla. La maldición de Alberto sobre ella es muy fuerte, te podría costar la vida en el futuro y debes mantenerte a salvo para cuidar y enseñar a nuestras nueve hijas.

-         ¡Joder con Guillermo, menos mal que no se me corrió dentro, sino me deja preñada! –Exclamó Mari Carmen-.

-         Elena, sabes que mis hijas son mi bien más preciado, pero entiende el sacrificio que me pides.

-         Guillermo estás bien dotado y todavía eres joven. Deja que se lleven la hebilla, cuando te haga falta, trata entonces de recuperarla. En pocos minutos serás testigo del poder de la maldición.

-         Haré lo que me dices.

Parecía ser la única mujer con poder sobre Guillermo. La mujer desapareció y la trampilla se cerró. Al poco el resto de presentes empezó a salir de su letargo. Guillermo se guardó la polla y Flora y su hermana se levantaron. Luego Guillermo le dijo a Fina:

-         Colócate detrás del oro.

Fina le obedeció y Guillermo puso la hebilla sobre el montón de oro.

-         Ahí tenéis vuestro pago, marchaos.

-         Guillermo no lo hagas, devuelve el oro a las hermanas, es la forma de acabar con la maldición. –Le dijo Luis-.

-         ¡Cállate Luis! –Le dijo Flora-.

-         No puede terminar bien lo que ha empezado con un robo y tú le has vuelto a robar a las hermanas pagando con lo que no te pertenece. –Le dijo Mari Carmen-.

-         Está decidido. Coged el oro y marchaos. –Volvió a decirle Guillermo a los albañiles-.

Estos se echaron los sacos a los hombros. Aprovechando que el hermano enamorado no le quitaba ojo a Fina, que permanecía desnuda, el avaricioso cogió el casco, la hebilla y casi todo el oro. Cuando el otro se dio cuenta le dijo:

-         Hermano no es justo. El casco y la hebilla me corresponden a mí, que soy el que se ha sacrificado perdiendo a Fina.

-         Tú no querías el oro, así que ahora te aguantas sin él.

-         No, no me voy a aguantar como siempre. Dámelos.

El enamorado soltó los sacos para quitarle a su hermano la hebilla y el casco, pero este se revolvió y lo golpeó con los sacos de oro, haciéndolo caer, para luego patearle la cabeza hasta matarlo. Nos quedamos todos paralizados por la saña de un hermano contra el otro. El que quedó vivo cogió el resto de sacos y se marchó dejando allí el cadáver.

-         Poco ha tardado la maldición en hacer su terrible efecto. –Dijo Luis pensativo-.

-         Vayamos todos al nuevo salón para que puedan retirar el cadáver de este desgraciado. –Dijo Guillermo-.

-         Guillermo, permítenos que convoquemos a los rayos y los truenos, para limpiar el ambiente y celebrar la inauguración de la gran sala que has construido. –Dijeron los hermanos de Flora-.

-         Haced lo que os de la gana, pero dejadme en paz. –Les contestó-.

-         Tenemos que denunciar esto a la policía, hemos sido testigos de un asesinato entre hermanos. –Dijo Antonia-

Fina, que seguía desnuda, se nos acercó.

-         Aquí las cosas no funcionan así –dijo Fina que había oído a Antonia-.

-         ¿Cómo que aquí las cosas no funcionan así, que es esto el salvaje oeste?

-         No, el hermano muerto será vengado a su debido tiempo, tarde lo que tarde.

-         Vámonos –dijo Antonia-.

-         No os vayáis todavía, sois los tres muy atractivos, subid con nosotros a la sala, os garantizo que os vais a divertir.

-         No creo que debamos, tenemos que contarle a las hermanas lo que ha pasado y que se han quedado sin el oro. –Le contestó Antonia-.

-         Antonia relájate, tampoco hay que dar las malas noticias corriendo, tengo curiosidad por ver la sala por la que se ha liado todo esto. –Le dije-.

Mientras hablábamos los dos hermanos empezaron a mover sobre su cabeza una maza y otra cosa que no pude distinguir. Valientes payasos, pensé. Sin embargo, al poco tiempo empezaron a verse rayos y escucharse truenos.

-         Mis hermanos siguen todavía en forma, pero debo ir a la cocina por frutas para todos. –Dijo Fina-.

-         ¿Quieres que nos creamos que son ellos los que han provocado la tormenta con las tonterías que han hecho? –Le preguntó Antonia a Fina-

-         Cree lo que quieras. ¿Me acompañas a la cocina? –Me dijo-.

-         De acuerdo –le contesté-.

-         Carlos, guárdate la polla en los pantalones que te conozco. –Me dijo Antonia-.

-         Antonia no empieces y, además, ella no es cliente.

Seguí a Fina hasta la otra puerta por la que ellos habían entrado. Cuando pasamos al lado de Guillermo, este le dijo a Fina:

-         Qué pena no haberme casado contigo, en lugar de con tu hermana. Estás para comerte.

-         Venga que ya nos conocemos, ¿por qué no le haces la rosca a aquellas dos? –Le contestó señalando a Antonia y a Mari Carmen-.

-         Buena idea has tenido –dijo y se dirigió hacia ellas-.

Salimos de la sala y cogimos un ancho pasillo hasta una puerta que daba acceso a una enorme cocina. Dentro de la cocina había dos mujeres, que por el uniforme, debían ser del servicio. No se extrañaron en absoluto de que Fina fuera desnuda y siguieron con sus tareas.

-         Lamento que las cosas hayan salido así y las hermanas se hayan quedado sin su oro. A mí ellas me caen bien. –Me dijo mientras que ponía unas manzanas en una fuente-.

-         Yo también, pero la que se ha liado ha sido monumental, habrá que explicarle lo ocurrido a las hermanas.

-         Coge una manzana.

Cogí una manzana de la fuente y la mordí sin pelarla. Inmediatamente noté que se me quitaba el cansancio que tenía acumulado y me sentí como si fuera mucho más fuerte que un segundo antes.

-         ¿Qué tienen estas manzanas? –Le pregunté a Fina-.

-         Son de los árboles mágicos del jardín que yo cuido personalmente. ¿Por qué?

-         Porque me siento otro hombre.

Ella llevó su mano a mi entrepierna y me dijo:

-         Ahora tengo que llevarle a mis hermanos las manzanas. Espérame aquí. Entretened a este hombre hasta que yo vuelva. –Le dijo Fina a las dos mujeres del servicio-.

Entonces me fijé mejor en ellas. Eran dos mujeres como de cincuenta años, morenas, pelo lacio largo recogido en una coleta, con varios kilos de más, parecían tener unas tetas grandes que el uniforme, largo hasta los pies, no dejaba percibir con claridad. Ellas me miraron y dejaron de hacer lo que estuvieran haciendo. A mí se me había puesto la polla como una barra de hierro, sólo con que Fina la hubiese sobado por encima de los pantalones.

-         ¿Cómo os llamáis? –Les pregunté-.

-         Yo soy Encarnación y ella es Pura –contestó una de ellas-.

-         Yo me llamo Carlos.

Salieron de detrás de la mesa en la que estaban haciendo sus tareas y se acercaron a mí, quedándose como a un par de metros. Sin dejar de mirarme, se fueron soltando los botones de sus uniformes y luego los dejaron caer, quedándose en sujetador y tanga. En efecto tenían unas tetas grandes que desbordaban sus sujetadores y unas abultadas barrigas que dejaban sus tangas ocultos. Desde luego no tenían un tipo que pudiera decirse atractivo, pero tenían un morbo increíble o eso me pareció a mí en ese momento, con la calentura me había producido la manzana que me había dado Fina. Se dieron la vuelta, sus culos eran grandes y sus nalgas hacían desaparecer la tirilla del tanga. Se apoyaron sobre la encimera, dejando sus culos a mi vista. Me acerqué a ellas y coloqué mis manos sobre sus culos para sobárselos. Ellas empezaron a besarse.

-         ¿Sabéis que tenéis mucho morbo? –Les dije-.

-         Claro que lo sabemos, pero en esta casa nadie nos hace caso, excepto doña Fina cuando está muy caliente. –Me contestó una de ellas-.

-         Pues es una pena.

-         ¿Por qué no se quita los pantalones y nos enseña su polla? –Dijo la otra mujer-.

-         Quitádmelos vosotras.

Se dieron la vuelta y llevaron sus manos a mi cinturón y a la cremallera de los pantalones. Lo hacían rozándome la polla todo lo que podían. Yo volví a poner mis manos sobre sus grandes culos. Cuando ya tenía los pantalones sueltos, trabajosamente se pudieron de rodillas y tiraron de ellos y de mis boxes hacia abajo haciendo que mi polla saltara como un resorte.

-         Uuummm, no es gran cosa, pero parece muy juguetona. –Dijo una de ellas cogiéndomela con su mano para llevársela a la boca-.

La otra mujer se agachó más para llegar con su lengua hasta mis huevos y empezar a lamérmelos. Me agaché para llegar al cierre de sus sujetadores y se los solté, ellas los dejaron caer y comencé a sobarles sus grandes y caídas tetas. Les pedí que se pusieran de pié. Sin quitarles sus tangas llevé mis manos a sus chochos, debían estar empapados porque sus tangas ya lo estaban.

-         Túmbese en el suelo. –Me dijo una de ellas y yo la obedecí-.

Se pusieron las dos sobre mí, una a la altura de mi polla y otra a la altura de mi cabeza. Se fueron poniendo en cuclillas muy lentamente y ayudándose una a otra, hasta que una se metió mi polla en el chocho, echándose a un lado el tanga y la otra me puso su chocho sobre la boca. Olía muy fuerte a sus jugos. Con mis manos eché a un lado la tirilla del tanga y comencé a lamerle los labios y a sobarle el clítoris.

-         ¡Qué rico! –Me dijo al poco tiempo-.

-         Y que lo digas Pura. Qué ganas tenía de tener una polla dentro.

-         Creo que me voy a correr –dijo a la que le estaba trabajando el chocho a base de bien-.

-         Y yo, avísame para que nos corramos juntas.

-         ¡Ahora Encarnación, ahora, ahora, aaaagggg!

-         ¡Siiii, siiii, yo también me corro, aaaahhhh!

Cuando terminaron de correrse a gritos se incorporaron, dejándome la boca llena de sus jugos y me ayudaron a mí a incorporarme. Yo seguía caliente como el infierno, pero tenía una de esas erecciones que no terminan nunca al no poder correrte.

-         Ya veo que Encarnación y Pura te han tenido muy entretenido. –Me dijo Fina, que debía llevar un rato mirando-.

-         Sí, la verdad es que han sido encantadoras.

-         Tu compañera Antonia quiere verte. No le cuentes a nadie que te he dado una de mis manzanas.

-         ¿Por qué?

-         Porque son sólo para mis hermanos y para Guillermo.

Me volví a poner los boxes y los pantalones sin que se me bajara la erección, besé en la boca a Encarnación y a Pura para despedirme de ellas y seguí a Fina por el pasillo hacia el salón magnetizado por su espléndido culo. En el salón ya no había nadie y el cadáver del albañil ya no estaba. Fina abrió una puerta que daba acceso a una escalera muy ancha, la subimos y llegamos al que debía ser el nuevo salón, tampoco era para tanto lío como el que se había formado, ni para tanto oro como habían cobrado los albañiles. Allí estaban todos. Antonia y Mari Carmen vinieron hacia mí al verme.

-         ¿Dónde has estado? Vámonos, que tenemos que hablar con las hermanas. –Me dijo Antonia-.

-         Tenemos varios coches, adelántate tú y les cuentas lo que ha pasado.

-         Carlos no voy a dejarte aquí solo con esta pandilla de locos, nos vamos todos juntos.

Mire a Fina, me daba pena no haber follado con ella, pero comprendí que Antonia tenía razón, aquella gente no era nada normal. Le di un beso a Fina y del resto nos despedimos a la francesa. Bajamos, por el camino a los coches Mari Carmen me dijo:

-         Vaya empalmadura que llevas.

-         Pues sí y lo malo es que no sé cómo me la voy a quitar.

-         Tampoco hay que ser muy listo para saber cómo.

-         En la cocina me he follado a dos y nada, ni me he corrido ni se me baja.

-         Vente conmigo en el coche y verás cómo te corres.

Me senté en el asiento del conductor y me abrí los pantalones en cuanto Antonia se montó en el otro coche. Durante el trayecto Mari Carmen probó de todo conmigo, hacerme una paja, comérmela, sacarse las tetas, pero nada no consiguió nada más que ponerme todavía más caliente.

-         Déjalo ya Mari Carmen, sé que no me voy a correr y esto ya empieza a parecer priapismo.

Llegamos a casa de las hermanas sobre la hora de comer. Nos abrieron la puerta sin que llamásemos. Estaban llorando las tres.

-         Ya sabemos lo que ha pasado. Guillermo no es consciente de la que ha liado dándole el oro a los albañiles, será su final. –Nos dijo María-.

-         ¿Qué pensáis hacer? –Les preguntó Antonia-.

-         Nosotras no podemos hacer nada más que esperar. Gracias de todas formas por vuestros esfuerzos. Pasad y comed algo.

Entramos en la casa y fui al baño a ver si me podía correr haciéndome una paja. En ello estaba cuando María abrió la puerta.

-         Perdona –le dije-, es que llevo empalmado no sé cuánto tiempo, no consigo correrme y ya me duele todo.

-         Fina te ha dado una manzana, ¿verdad?

-         ¿Cómo lo sabes?

-         Porque conozco sus efectos. Deja que te ayude.

Me agarró la polla, se puso de rodillas y empezó a mamármela.

-         Mari Carmen lo ha intentando también durante todo el trayecto de vuelta y no ha conseguido más que ponerme peor.

-         Mari Carmen no es como yo.

Sin parar de comérmela se fue desnudando. Estaba como para volverse loco.

-         María eres una mujer preciosa.

-         Fóllame –me dijo poniéndose de espaldas a mí-.

No me hice de rogar y de pie se la metí mientras le agarraba las tetas. Por primera vez desde que me empalmé creí que en efecto podría correrme.

-         No pares de follarme, dame más fuerte que yo también necesito correrme.

-         Creo que me voy a correr ya –le dije bombeando como una fiera-.

-         Hazlo dentro, yo también voy a correrme.

-         ¡Aaaaggg, ya, ya, ya! -Grité al correrme inundándole el chocho a María-.

-         ¡Sigue, sigue, lléname, no pares!

Nos sentamos los dos en el suelo para descansar un poco, luego empezamos a vestimos. Cuando terminé de vestirme, María me dijo:

-         Adelántate, ahora voy yo.

María tardó algún tiempo en salir, luego nos sentamos a comer todos juntos. Las hermanas miraban nerviosas a María, hasta que esta hizo un gesto afirmativo casi imperceptible con la cabeza. Después de comer nos fuimos.

No he vuelto a ver a ninguna de las hermanas. Unos meses después Mari Carmen me comentó que había oído que las tres hermanas estaban embarazadas y que iban diciendo que el padre de los críos que esperaban era el mismo, pero esa ya es otra historia.

Lectores como comprenderéis la base de este relato no es mía. Los que la reconozcáis, hacédmelo saber con vuestros comentarios.