El bufete de abogados (25)
El sábado era el día, Samanta llevó los niños a la casa de sus suegros para poder estar con Víctor colocando todas sus cosas sin tener que estar pendiente de ellos. Víctor se vistió cómodo de deporte para hacer la mudanza, dejó el apartamento...
Cap. XXV
El sábado era el día, Samanta llevó los niños a la casa de sus suegros para poder estar con Víctor colocando todas sus cosas sin tener que estar pendiente de ellos. Víctor se vistió cómodo de deporte para hacer la mudanza, dejó el apartamento, cerró la puerta para no volver a vivir allí, pensó en lo que le esperaba ese día, volver a casa, traspasar la puerta para quedarse, colocar su ropa compartiendo armarios con Samanta, se emocionaba.
Samanta fue verlo entrar con las maletas para quedarse y empezar a llorar, Víctor las dejó en el suelo, se acercó a Samanta que lo miraba resbalándole las lágrimas por la cara, se puso delante acariciándole con una mano la carita limpiándole las lágrimas con el dedo pulgar, ella apoyó sus manos en su cintura, él siguió acariciándole la cara y le puso una mano en la espalda tocándole medio culo, se miraban intensamente a los ojos llorosos los dos, tanto sufrimiento pasado, tanto desasosiego, por fin llegaba a su final y salía el sol para los dos.
VICTOR: ¿Y los niños?
SAMANTA: Con tus padres, pensé que mejor estuviéramos solos para ordenar tus cosas.
Víctor con la mano que le sujetaba la carita se la acercó para besarla, Samanta se entregó totalmente al beso cogiéndolo por la nuca acariciándole el pelo, la otra mano se la pasó por la espalda apretándose a él, Víctor le agarró el culo con toda la mano, Samanta separó los labios mirándole a los ojos, se volvieron a besar dejándose caer en el suelo, se excitaban, las lenguas fuera de la boca se rozaban y lamían, se quitaban las camisetas uno al otro, le arrancó el sujetador de un tirón, ella le estiró del pantalón de deporte bajándoselo con la ropa interior, Víctor le agarró el pantalón pegando un tirón para quitárselo, le cogió las bragas con una mano y se las arrancó tirándolas, Samanta abrió las piernas y él se colocó en medio, se estiró encima aguantándose con una mano en el suelo volviendo a besarse con pasión desatada, él movía las piernas para deshacerse de la ropa que Samanta le había bajado, le puso la mano en el coño, ella gimió mirándolo con deseo, comprobó que estaba mojada y acercó la polla cogiéndosela para apuntar metiéndosela de un golpe, Samanta puso los ojos en blanco dando un grito, se movió encima de ella como sabía que le llegaría el orgasmo rápidamente, gritaban del placer y de la excitación, se devoraban uno al otro entregándose totalmente, se miraron a los ojos sabiendo que ella estaba a punto, Samanta dio varios gritos corriéndose, Víctor se fue moviendo despacio para dejar que su mujer lo hiciera a gusto, cuando Samanta acabó se volvieron a mirar los ojos y se preparó para seguir, Víctor rodeó su cintura con las piernas de su mujer y se levantó con ella colgada del cuello, se acercó a un mueble sentándola encima, le levantó las piernas poniéndole los brazos por debajo de las rodillas y se la metió de un golpe seco, ella se aguantaba rodeándole el cuello con sus brazos para estar cerca de su cuerpo besándole los pectorales y los hombros, al sentir la penetración de Víctor con decisión y fuerza levantó la cabeza poniendo de nuevo los ojos en blanco dando un buen grito, él la miraba con una sonrisilla jadeando, le encantaba verle la carita a Samanta cuando estaba tan excitada gritando de gusto, ella le agarraba la nuca y le apretaba el culo para atraérselo y empalarse en cada penetrada, estaba a punto de correrse de nuevo y Víctor la volvió a levantar empotrándola contra la pared, Samanta dio un grito que retumbó en toda la casa y se empezó a correr arañando la espalda de Víctor que le estaba disparando la leche dentro de su coño. Ella jadeaba y se abrazaba besándolo, se preguntaba cómo podía ser que se corriera de esa manera con él, que se excitara tanto, era el único que era capaz de provocarlo, el amor que sentía y el placer que le proporcionaba era lo más intenso que conocía. Se besaban, ella contra la pared agarrada de piernas y brazos a su amor, para que no volviera a salir por aquella puerta como lo hizo en su día destrozándose los dos la vida, para que se quedara con ella y le ayudara en su débil casita de madera.
SAMANTA: Por fin, por fin te vuelvo a tener en casa, mi amor, mi vida, mi mitad que me faltaba. Prométeme que no nos volveremos a separar nunca más.
Víctor le miró los ojos.
VICTOR: Ya te dije un día que habíamos nacido uno para el otro, por mucho que nos hemos empeñado en hacer las cosas mal aquí estamos otra vez.
SAMANTA: ¿Me ayudaras a apuntalar mi casita de madera cuando se mueva por favor?, pero desde dentro conmigo.
VICTOR: Claro que sí, sabes que hare cualquier cosa por ti.
SAMANTA: Lo sé, la que fallé fui yo.
VICTOR: Los dos Samanta, los dos la cagamos bien.
Se abrazaron un rato sin decir nada.
Subieron las maletas a la habitación colocando su ropa por los armarios y cajones del vestidor. Samanta en camiseta y braguitas miraba a su marido, como se movía, se agachaba para coger la ropa, se estiraba para colocarla, se apoyó en una puerta con los brazos cruzados sin quitarle la mirada de encima, Víctor concentrado en lo que estaba haciendo no se daba cuenta, ella se mordía un labio. Víctor la vio y le sonrió, conocía aquella cara y sabía lo que estaba pensando.
VICTOR: Hace calor.
Se quitó la camiseta quedándose quieto mirándola. Samanta se acercó acariciándole la cara.
SAMANTA: Que guapo eres mi vida, hasta en los peores momentos, cuando más enfadada estaba contigo cuando pensaba en ti, o te veía, joder, cuando salimos aquella vez después de engordarte un poco, te veía tan guapo, siempre te he visto guapo, me cabreaba conmigo por pensarlo y todo, es que me tienes loca, siempre ha sido así, que estúpida intentar olvidarte con esta carita cariño, como iba a olvidarte con lo que te quiero y te deseo.
Su mano le había agarrado el paquete, Víctor sonreía escuchándola, lo empujó contra una puerta del armario, le besó, se quitó la camiseta enseñándole las tetas, le pasó el dedo índice por la boca de arriba abajo pasándolo por todo su cuerpo y fue agachándose hasta arrodillarse en el suelo delante de él, le cogió los pantalones y los calzoncillos por los lados y de un tirón se los bajó a los tobillos, lo miró y le agarró la polla metiéndosela en la boca, Víctor cerró los ojos, conocía lo bien que se lo hacía Samanta, siempre había conseguido que se corriera con una buena mamada, al estar desnuda de cintura para arriba pensó que se la acabaría con una paja haciendo que se corriera en las tetas, como siempre había hecho. Llegó el momento, Víctor notaba que se corría, el placer le había subido y ya no había vuelta atrás, gemía sin parar con la polla dentro de la boca de su mujer, lo estaba volviendo loco, pensó que se la iba a sacar y Samanta apretó los labios subiendo y bajando la cabeza mirándole a los ojos, él la miró y supo lo que iba a pasar, gritó, gruñó, y se corrió en su boca , los lechazos se sucedían y Samanta intentaba no dejar de chupar y mover la cabeza sin perder de vista sus ojos y su cara de placer, le caía la leche por los labios resbalándole por la barbilla goteándole en las tetas, Víctor no podía estar más excitado corriéndose de aquella manera con los ojos de Samanta sin parar de mirarlo.
Se ducharon, bajaron a la cocina a tomar alguna cosa y descansar un poco.
VICTOR: Samanta, lo de antes ha sido, tan, tan…
Samanta le volvía a acariciar la cara con una sonrisa.
SAMANTA: Ya sé lo que ha sido, y ya he visto como te ha gustado.
VICTOR: Siempre pensé que te daba asco hacerlo.
SAMANTA: De ti no me da asco nada, a ti te como enterito sin dejarme un trocito. Ha sido la primera vez, tú eres el único igual que el culito que lo ha conquistado, solo ha sido tuyo, solo para ti, para cuando lo quieras mi amor.
VICTOR: Ahora quiero otra cosa.
Se levantó de la silla, Samanta lo miraba riendo, la agarró y la levantó colocándola encima de la mesa, estiró de las braguitas, le abrió las piernas y se tiró a comerle el coño, Samanta empezó gritando de la impresión y no dejó de hacerlo hasta correrse agarrando con fuerza la cabeza de Víctor. Se besaron y se miraron a los ojos.
SAMANTA: Buff, es que no pararía de estar contigo, de que me hagas cosas, de que me folles, te quiero y te necesito amor.
Víctor veía a Samanta con ilusión y muchas ganas de estar con él, estaba seguro que todo volvería a ir bien.
No paraban de mirarse, esperaban que uno saliera de la ducha para verlo desnudo, se observaban mientras se vestían, a Víctor le gustaba ver como Samanta se ponía las braguitas, a veces ella riéndose le pedía que se las escogiera él. No paraban de tocarse cuando estaban juntos, necesitaban sentir sus manos, su piel, su cuerpo junto al del otro. La actividad sexual durante las primeras semanas fue frenética, Víctor muchos días salía al medio día para comer en casa con Samanta, antes de comer se comían entre ellos, y de qué manera, aquella pasión, aquel deseo del uno por el otro, aquellas miradas, se desvivían por darle placer a su pareja.
Fueron días de felicidad para toda la familia, Víctor salía del despacho para ir a buscar a sus hijos al colegio y llegar juntos a casa donde les esperaba Samanta con la merienda, muchos veces también recogía al pequeño de Teresa y Tomás para llevarlo con su madre que estaba con Samanta.
Por supuesto Víctor pagó una cena para los cuatro en un buen restaurante, se gastó el dinero más a gusto de su vida, estar con unos amigos de verdad y Samanta alrededor de una mesa no tenía precio.
Gabriel y Marga seguían haciendo su vida de pareja liberal, quedaron en un local para tomar algo con una pareja para después ir a su casa, una pareja que les recordaba a Samanta y Víctor, era Cristina con un nuevo acompañante fortachón que conoció en un gimnasio. Se los llevaron a su casa cambiando las parejas y acabaron follando unos al lado de los otros. Cuando se despidieron Marga se abrazó a Cristina.
MARGA: Lástima que no pudo ser con Víctor.
CRISTINA: Hubieras alucinado, que manera de follar, no me extraña que su mujer siguiera enamorada de él.
MARGA: ¿Lo que no entiendo es porque lo dejaste?
CRISTINA: Es una buena persona y quiere a su mujer, no se merece que lo hubiéramos metido en nuestras mierdas, no es un hombre para esto, él necesita estabilidad con alguien que lo quiera de verdad.
Cristina y su acompañante se fueron, Marga y Gabriel tomaron una copa…
MARGA: ¿Hubiera sido lo mismo con ellos?
GABRIEL: Con ellos hubiera sido mejor, si lo hubiéramos conseguido después de tantos años persiguiéndolos hubiera sido genial.
MARGA: ¿Cómo crees que les irá?
GABRIEL: No creo que les vaya muy bien, se hicieron mucho daño.
MARGA: Nosotros también pusimos de nuestra parte para que se lo hicieran.
GABRIEL: Lo sé Marga, nos ayudaron a que pudiéramos seguir juntos y así se lo agradecimos, cuando pienso en lo que les llegamos a hacer por nuestra conveniencia sin pensar en ellos, ¡joder!, no se lo merecían. No creo que puedan volver a estar juntos.
Marga movía la cabeza dándole la razón.
Pasó un tiempo de convivencia, una noche que ya habían acostado a los niños y hablaban en el sofá antes de irse a dormir.
SAMANTA: No me has hablado mucho de tú trabajo, me gustaría saber qué haces, como es tú oficina y cosas así.
Víctor la vio venir, aquella carita era de intranquilidad.
VICTOR: Pues cuando me fui del bufete, Lidia la secretaria que tenía se quiso venir conmigo, nos pusimos de acuerdo con el sueldo y empezamos juntos sin un solo cliente, por suerte entre mi padre, algunas llamadas de ella y el capullo de Gabriel que en aquel momentos también nos ayudó bastante rápido empezamos a trabajar.
SAMANTA: Esa Lidia, ¿es la chica que tiene esa voz tan dulce?, la recuerdo de alguna vez que le había dejado un recado para ti cuando trabajabas en el bufete.
Víctor sonreía de haber acertado lo que pensaba Samanta.
VICTOR: Sí, es ella. Mira, hacemos una cosa, mañana vas a buscar a los niños y os venís a mi oficina, así os la enseño y me das tú opinión, si falta o sobra algo.
Samanta le sonrió besándolo, quería saber quién era esa Lidia, no volvería a jugársela con él, necesitaba saber todo lo que le rodeaba, que le dijera lo de – “si falta o sobra algo” – entendió que le pedía su opinión sobre la secretaria, eso le gustó.
Al día siguiente llamaba Samanta con sus dos hijos a la puerta donde había una placa con el nombre de Víctor y debajo “Abogado”, la abrió Lidia.
LIDIA: Buenas tardes, usted debe ser la mujer de Víctor y sus dos niños, pasar por favor, les estábamos esperando.
Samanta sonrió pensando que su marido era un cabronazo, le había reconocido la voz dulce, pero era una señora mayor y él no le dijo nada la noche anterior. Entraron detrás de Lidia, salió Víctor de su despacho sonriéndole a Samanta sabiendo la sorpresa que se acababa de llevar. Les enseñó lo poco que había, la mesa de Lidia al lado de la puerta con una pequeña sala de espera, su despacho y una salita de reuniones con una mesa en medio rodeada de sillas, en una pared se veía el desconchón en la pintura del golpe de la silla, encima de la mesa habían unas pastas de chocolate y nata que compró Víctor para merendar, los niños se quedaron con Lidia que les daba conversación, ellos se sentaron en el despacho en las sillas para visitas, se cogieron de la mano.
SAMANTA: Que cabroncete eres, no me dijiste nada de que Lidia era así.
Víctor se hacía el tonto.
VICTOR: ¿Lidia, como es Lidia?
SAMANTA: Mamonazo, que es una señora mayor, lo que pasa es que engaña, por teléfono parece mucho más joven.
VICTOR: Y tú sigues tan celosa como siempre.
SAMANTA: Lo siento, te acabo de recuperar después de tanto tiempo y no quiero perderte nunca más, ya soy consciente de que todo empezó por mis celos, intentaré mejorar te lo prometo, te apoyaré siempre y lucharé por ti como no lo hice en su día. Solo te pido un poco de paciencia.
VICTOR: Supongo que tienes muy claro que yo soy el tío con más paciencia del mundo.
Se reían los dos.
Fueron con sus hijos merendando todos, Samanta se despidió de Lidia con dos besos y la dejó comiéndose una pasta, ellos se fueron a casa.
Teresa, la gran amiga estaba contenta y orgullosa de haberlos podido ayudar, desde que los presentó estaba segura que harían muy buena pareja, que eran uno para el otro, hacían barbacoas y días de piscina juntos, se unieron como debían de haberlo hecho de jóvenes si no hubiera sido por el trabajo de Tomás que los alejó de ellos.
La vida les sonreía, volvían a disfrutar de ella, Víctor seguía haciendo deporte pero en casa, no quería que Samanta estuviera intranquila pensando que estaba en el gimnasio y alguna lo pudiera “cazar”. Los primeros tiempos Samanta se notaba muy celosa, controlaba todo lo que hacía su marido, por suerte él se lo ponía muy fácil para que estuviera tranquila. Poco a poco fue mejorando confiando más en ella misma y en Víctor.
Fueron pasando los meses y aprovechando que los niños estaban de acampada unos días aprovecharon para hacer un viaje romántico a Paris. Estaban cenando una noche en un buen restaurante con vistas al Sena cuando oyeron una voz conocida que los saludaba, se giraron y se encontraron con Cloe, a Samanta le subieron los colores del cabreo que cogió, Víctor apretó los puños encima de la mesa por no estamparle uno en medio de la cara.
CLOE: Os he visto, estábamos cenando en una mesa ahí atrás…
Señaló con la cabeza a su acompañante que le esperaba en la puerta, Samanta no tenía ni idea de quién era, Víctor lo conoció enseguida haciéndole un gesto con la cabeza saludándolo, era Sebástien.
CLOE: …me alegro que estéis juntos otra vez…
Samanta se aguantaba apartando la vista por educación, por no montar un espectáculo.
CLOE: …os quiero pedir perdón por todo lo que os hice, alguien me ha hecho ver con el tiempo…
Miró a Sebástien sonriéndole.
CLOE: …que no se puede ir por la vida de la manera que iba yo, sé que es tarde para hacerlo y que no me vais a perdonar, pero era algo que llevaba dentro y necesitaba sacarlo…
Samanta y Víctor la miraban alucinados, aquella mujer no se parecía en nada a la Cloe que ellos conocieron, les hablaba con un tono de voz tranquilo y relajado.
CLOE: …espero que disfrutéis de vuestra estancia en Paris y seáis felices toda la vida.
Se fue caminando lentamente, Víctor y Samanta la miraban por la espalda sin salir de su asombro, se agarró del brazo de Sebástien y después de despedirse los dos moviendo la cabeza y una sonrisa se fueron.
Se quedaron mirando uno al otro sin saber que decirse, pasó un rato para que reaccionasen.
SAMANTA: ¿Es posible que pueda haber cambiado tanto?, parecía sincera.
VICTOR: Si no hubiera querido no tenía porque decirnos nada, estoy tan extrañado como tú cielo.
SAMANTA: ¿Y a él, le conoces?
VICTOR: Ya te lo expliqué, es Sebástien, el verdadero amo de Cloe, cuando me habló de él me di cuenta lo que significaba para ella, supongo que tenía tangas ganas de que yo me pareciera a él que hasta me facilitó como encontrarlo. Cuando le expliqué a Sebástien lo que Cloe estaba haciendo con la gente que se cruzaba no se lo creía, le conté toda nuestra historia y no sé porqué se enfadó mucho, se ofreció para ir a buscarla para castigarla. Eso es todo, así fue como me la pude sacar de encima.
SAMANTA: Que tonta del culo llegué a ser contigo, mira que me pediste paciencia y yo a mi puta bola sin escucharte.
VICTOR: Yo también me equivoqué haciéndote tanto caso, me tenía que haber quedado en casa hasta que me echaras a escobazos. Ahora ya lo sé, no te será tan fácil deshacerte de mí capullina.
SAMANTA: Eeh, ¿qué quieres decir con eso?
VICTOR: Que a partir de ahora lo vamos a consensuar todo, y si no estamos de acuerdo lo discutiremos hasta encontrar una solución, porque si no lo sabías las parejas "normales" discuten. Y te advierto que sacaré todas mis armas de abogado para convencerte.
Samanta reía.
SAMANTA: Me encanta.
Víctor atravesaba conduciendo la ciudad, era un viernes y el tráfico era muy intenso, la gente se volvía loca por salir de fin de semana, llegó a su casa y metió en el garaje el SUV que tanta ilusión le hizo al comprárselo unos meses antes, dejó el maletín del trabajo en su despacho y se aflojó la corbata saliendo al salón, Samanta bajaba las escaleras vestida para la cena de aquella noche con Teresa y Tomás, se le iluminaron los ojos al verlo, ella estaba guapísima, se abrazaron y besaron con pasión. Víctor se fue a cambiar y bajó con los tejanos rotos y el polo de rigor, Samanta lo miraba riendo, habían pasado muchas cosas, él accedió a todo lo que ella le pidió con paciencia para volver a estar juntos, pero convencerle de que se vistiera de otra manera no pudo conseguirlo nunca.
Hablaron mucho sobre ellos, de lo que pasó, de las posibilidades que podrían haber tenido si se hubieran mantenido juntos. Víctor nunca quiso saber lo que había hecho Samanta durante el tiempo que estuvieron separados, pensaba que lo único que conseguiría es cabrearse más con él mismo, no era idiota y conociéndola sabía que algo debió hacer para mantenerse sexualmente activa, y muy activa, pero, ¿para qué remover la mierda?, volver a hacerse daño, su amor por ella estaba por encima de todo. A ella sí que le contestó a todo lo que quiso saber con sinceridad, como solo sabía hacer. Los dos habían madurado de aquella experiencia tan dura, pero en el fondo seguían siendo los mismos, dos buenas personas sin malicia.
Volvieron a encontrar la felicidad en familia, se querían y se deseaban con locura, Samanta volvió a encontrar al amor de su vida, al animal salvaje que Víctor llevaba dentro cuando le hacía el amor, al hombre sensible y sincero que le daba más cariño del que podía necesitar, otra cosa que aceptó y lo disfrutó fue darle a su marido lo que le quedaba por hacer con ella, sexo anal y comérsela hasta que se le corriera en la boca, se acostumbró y le acabó gustando, no se iba a jugar que otra hija de puta se lo quitara por darle algo que ella no le daba, se sentía orgullosa de que Víctor fuera el único que se lo había hecho. Víctor volvió a descubrir a la mujer que le dejó marcado para siempre de joven, su dulzura, su pasión, la mujer que se desvivía por cuidarlo y mimarlo. Los dos estaban más convencidos que nunca que el otro era, "el amor de su vida", que nadie podría ocupar sus corazones como lo hacían entre ellos.
Víctor estaba sentado en una hamaca tomando el sol, los niños jugaban alegres en la piscina y Samanta ordenaba la mesa del porche para comer, se miraban sonriendo felices. Pero en el fondo, los dos eran conscientes que su relación no volvería a ser como antes, a ella le quedaba un punto de desconfianza en su interior, y él, se libró de la tristeza en los ojos pero seguía con el sentimiento de culpa, algo se les había muerto durante aquel proceso. Tal vez, por el gran amor que sentían uno por el otro llegarían a resucitarlo algún día, solo con el tiempo sabrían si lo habían conseguido.
Gracias por seguir esta historia tan especial para mí.