El bufete de abogados (22)
Al día siguiente domingo Víctor buscó por internet una floristería que estuviera abierta, le envió a Samanta un ramo de rosas rojas...
Cap. XXII
Al día siguiente domingo Víctor buscó por internet una floristería que estuviera abierta, le envió a Samanta un ramo de rosas rojas.
Samanta no hacía mucho que se había levantado, estaba en la cocina preparando el desayuno para ella y los niños cuando llamaron a la puerta, miró por el interfono con pantalla que había en la cocina y vio a un repartidor con un ramo de rosas preguntando por ella, le hizo esperar un poco poniéndose un albornoz por encima, todavía iba en pijama, le abrió la puerta, le dio una propina al chico y entró en su casa sujetando el ramo con las dos manos, lo miraba sonriendo, se imaginaba de quien podría ser, lo dejó encima de la mesa de la cocina y buscó la tarjeta, abrió el sobre leyendo la nota.
“Ayer fue un día maravilloso, poderte volver a ver hizo que saliera el sol de nuevo en mi vida.
Muchas gracias por aceptar verme.
Un beso…, en la mejilla claro
Víctor”
Samanta leyó y releyó la nota varias veces, le recordó las cosas que le decía cuando empezaron a salir de jóvenes, el príncipe a caballo volvía y estaba de buen humor haciéndole la bromita del beso, como le pasó a ella cuando se conocieron. Entonces pensó en las palabras, “salió el sol de nuevo en su vida”, era cierto, habían pasado mucho tiempo entre nubarrones, sin ver el sol, tuvieron momentos de mucha oscuridad, le estaba diciendo que él había estado en la oscuridad hasta que la vio, la frase escondía un significado más profundo del que se podía leer a simple vista que sonaba bonito como metáfora. Cogió el ramo de la mesa y olió las rosas, rosas rojas, las del amor. Lo abrazó pensando en Víctor, lo conocía y por primera vez se puso en su piel, estaba segura que estaba arrepentido de lo que hizo, que lo debió y lo estaba pasando muy mal, que la seguía queriendo lo vio en sus ojos el día anterior, unos ojos brillantes por la emoción de verla, pero en el fondo se le notaba una profunda tristeza, la tristeza de tanto tiempo sufriendo, de las veces que ella lo había rechazado y lo mal que se había portado con él, empezó a caerle una lágrima por la cara y escuchó los pasos de sus hijos que se dirigían a la cocina, se limpió la lágrima para que no la vieran llorar y entraron.
JUNIOR: Mamá, ¿Quién te ha enviado ese ramo de flores?
SAMANTA: Vuestro padre dándonos las gracias por poder estar con nosotros ayer.
MARIO: ¿Vendrá más veces?, ayer reía mucho.
Si el niño decía que reía mucho era porque normalmente no lo hacía, le confirmó la tristeza de sus ojos.
SAMANTA: Seguro que sí. Vamos a desayunar que se hace tarde.
El lunes por la tarde Samanta le enseñaba a Teresa el ramo de rosas que le había enviado Víctor el domingo.
TERESA: Cómo está contigo nena. No tardes en llamarlo.
SAMANTA: No estoy segura de estar los dos solos. Y si nos ponemos nerviosos, hace tanto tiempo que no estamos bien, y si nos agobiamos.
TERESA: No va a pasar nada mujer, hablaréis y ya está.
SAMANTA: Que es muy fogoso Teresa, como le sonría un poco más de la cuenta se me tira encima seguro.
Teresa reía.
TERESA: Pues no creo que os lo pasarais mal, lo ibais a disfrutar los dos, un buen polvo nunca viene mal.
SAMANTA: ¡Teresa!, por favor.
Se estaba ruborizando de pensarlo y Teresa se partía de risa.
TERESA: Pues llámalo esta noche, cuando esté en su casa y podáis hablar tranquilos. Empieza por hablar con el por teléfono y ya darás el paso de verlo cuando tú quieras.
SAMANTA: Podría llamarme él, ya sabes que a mí me cuesta mucho tener la iniciativa.
TERESA: Escúchame Samanta, ya lo conoces, no estás viendo como se pone cuando está delante de ti, tiene miedo de que te enfades con él como hiciste en el pasado, ha dado un paso adelante pero no querrá jugársela por si te enfadas, si te interesa tendrás que coger tú la iniciativa te guste o no, tú tendrás que marcar los tiempos, él para que tú estés contenta no te negará nada, se acomodará a lo que tú le digas.
Samanta estaba pensativa, sabía que su amiga tenía razón. Teresa no le decía nada esperando que lo pensara y recapacitara. Ya lo habían hablado con Víctor, el siguiente paso era que Samanta lo llamara, si lo hacía, es que estaba interesada en mejorar la relación, Teresa y Tomás no querían que Víctor forzara la situación, tenía que ir saliendo del pozo Samanta sola y para eso necesitaba tomar decisiones sobre Víctor, ya llevaba demasiado tiempo escondiéndose para no tomarlas.
SAMANTA: Esta noche lo llamaré para agradecerle las rosas de ayer.
TERESA: Claro que sí mi niña.
Samanta se puso seria.
SAMANTA: Te quería consultar algo en confianza, ya sé que mientras estuvimos separados cada uno hizo lo que quiso pero, hice algunas cosas que él tendría que saberlas.
Teresa la miraba fijamente.
SAMANTA: Me relacioné con varios hombres solo para tener sexo, al principio me lo pasé bien, era como algo nuevo y divertido que me hacía olvidarme de él. Pero se fue apoderando de mi cabeza, cada vez que sabía algo de él o un par de veces que lo vi se me metía más adentro. Empezó a no ser tan divertido, fui separando mis visitas, me gustaba más masturbarme pensando en él que follar con los otros. La última vez después de un tiempo sin verlos, en un último intento por convencerme de que podía seguir mi vida sin él, no pude ni mojarme, me quedé seca tía, solo me mojaba pensando en Víctor, fui tan gilipollas que llegué a odiarlo por algo que era culpa mía…
TERESA: Para, para, para, escúchame, creo que todavía no es el momento. Si consigues intimar más con él, decide si se lo dices o no, como tú has dicho era un tiempo que cada uno podíais hacer lo que quisierais, de hecho ahora no estáis juntos, porque habléis y os veáis no quiere decir nada, es una relación normal de dos personas que tienen hijos en común, decídelo tú en su momento.
Víctor llegó a su apartamento a las siete y cuarto de la tarde, se quitó la americana, la corbata y se estiró en el sofá. Samanta ayudó a sus hijos a hacer los deberes y a las siete y diez cuando acabaron les dejó jugar en la video consola. Esperó a las siete y media creyendo que a esa hora Víctor ya habría acabado de trabajar, cogió el teléfono y se metió en la cocina buscando intimidad, se sentó en una silla de la mesa que allí tenía y buscó el número de Víctor.
Él había cerrado los ojos y estaba medio dormido, sonó el teléfono, al mirarlo vio que era Samanta, como no confiaba que ella le llamara y la última vez fue uno de sus hijos pensó que esta vez sería igual, descolgó confiado.
VICTOR: Hola.
SAMANTA: Las rosas de ayer son muy bonitas.
Escuchó la voz de Samanta y se sentó de golpe en el sofá sorprendido y acojonado, contestó con una voz de gilipollas que no podía con ella.
VICTOR: ¿Eres tú Samanta?
SAMANTA: No, soy miss universo, claro que soy yo hombre.
Por dentro se moría de risa de la voz que le había oído a Víctor.
VICTOR: Sí, sí, claro, ¿cómo es que llamas, pasa algo?
Samanta miraba al techo con paciencia, ya notaba que Víctor se había puesto histérico y más despistado no podía estar.
SAMANTA: Víctor, tranquilízate por favor, no pasa nada, te acabo de decir que las rosas de ayer son muy bonitas, te llamaba para agradecerte el detalle.
Víctor respiró profundamente que hasta Samanta pudo oírlo intentando calmarse, se situó y recordó el tema de las rosas.
VICTOR: Solo fue un detalle por dejarme estar con vosotros, no sabes lo importante que fue para mí y lo contento que estoy.
SAMANTA: Y la tarjeta también era muy bonita.
VICTOR: Bueno, fue una pequeña broma recordando aquel mensaje de cuando nos conocimos.
SAMANTA: Y lo que pone además de eso también es bonito y profundo.
Víctor se dio cuenta que había leído el mensaje entre líneas.
VICTOR: Hoy ha vuelto a salir el sol para mí, al final me acostumbraré.
Samanta sonreía, siempre le había encantado que le hablara así, como en las novelas de amor. Pero tenía otra cosa en la cabeza que tenía que solucionar.
SAMANTA: ¿Te gustaría que saliera el sol más días?
VICTOR: ¿Me llamarás otro día?
SAMANTA: Mejor, me llamas tú cuando quieras.
Ya se había quitado el peso de llamarlo ella, le pasaba la iniciativa a él y que se espabilara.
VICTOR: ¿Sabes que si me dejas esa decisión a mí te voy a estar llamando cada día?
Samanta soltó una carcajada.
SAMANTA: Llámame cuando quieras.
VICTOR: ¿Podré hablar contigo siempre que quiera?
SAMANTA: Cuando quieras, pero no me llames cada cinco minutos que tú eres capaz.
Rieron los dos, estuvieron hablando un rato de los niños y se despidieron.
Los dos sonrieron al colgar, Samanta se hizo la idea que cada día hablaría con él y Víctor pegó un salto de alegría que remató de cabeza la lámpara de pie que con una forma en parábola dejaba la luz encima del sofá.
Al día siguiente la llamó a las siete y media en punto, al siguiente día igual, fueron dos conversaciones muy divertidas y distendidas donde fueron cogiendo confianza uno en el otro. El jueves estaba Samanta en la cocina esperando la llamada de Víctor, pasaban cinco minutos de la hora y no la llamaba, luego fueron diez y Samanta se empezaba a cabrear, pensaba que era de muy poca vergüenza empezar a fallar al tercer día, que seguro que se había despistado, cuando faltaba poco para que pasara un cuarto de hora se preocupó, ¿y si le había pasado algo?, pensó.
A las ocho menos cuarto sonó el teléfono, vio que era él y lo descolgó rápido preocupada.
SAMANTA: ¿Estás bien Víctor?
VICTOR: Si perdona, una reunión que pensaba que la acabaría antes se ha alargado y te estoy llamando desde el despacho.
Samanta respiró tranquila, no había pensado en que podrían pasar cosas así, un pequeño imprevisto.
VICTOR: ¿Me ha parecido que por la voz estabas preocupada por mí?
SAMANTA: Mira que llegas a ser tonto.
VICTOR: ¡Samanta!
SAMANTA: Si estamos hablando cada día por qué te crees que es, claro que me preocupas.
Luego pensó que era normal que se alegrara, había pasado olímpicamente de él durante mucho tiempo, sin interesarse lo más mínimo si estaba bien o mal.
SAMANTA: Ya sé que durante mucho tiempo no lo he hecho, pero ahora sí.
VICTOR: No sabes lo que me gusta que me lo digas.
SAMANTA: Creo que lo que he pensado te gustará todavía más, he hablado con los niños que como hace mucho calor estos días, el sábado podríamos inaugurar la temporada de piscina, ¿te gustaría pasar el día con nosotros?
Víctor se levantó de la silla de la pequeña sala de reuniones que había en su oficina de golpe y la silla con ruedas salió disparada chocando contra la pared haciendo un ruido tremendo.
SAMANTA: ¿Ha pasado algo?, he oído un ruido muy fuerte.
VICTOR: Nada la silla, ¿Me estás invitando a pasar el sábado con vosotros?, ¿qué traigo?, ¿qué hago?
Samanta volvía a reír, ya lo había puesto nervioso otra vez y decía tonterías.
SAMANTA: No traigas nada, te traes a ti mismo tranquilo, ah, una cosa si tendrás que traerte, un traje de baño, no me gustaría tener que dejarte la braguita de un bikini, no creo que te siente muy bien.
VICTOR: Que graciosilla has sido siempre.
SAMANTA: ¿Me llamarás mañana?
VICTOR: No lo dudes guap…, seguro que sí.
Colgaron y Samanta se acordó del lamentable espectáculo que le montó por decirle guapa la última vez, no le extrañaba que se cortara y no se lo dijera, al pobre lo he vuelto loco pensó. Salió de la cocina y fue hasta donde estaban los niños jugando.
SAMANTA: Chicos, os gustaría que este sábado abriéramos la piscina y poder bañaros.
Los niños empezaron a saltar y gritar de alegría.
SAMANTA: Vuestro padre también vendrá.
Más saltos y más gritos.
Víctor era tan sensible con ella que durante aquellas conversaciones que le vinieron ganas de verlo, de hablar directamente con él, le dijo una pequeña mentirijilla pero tenía que buscar una escusa para invitarlo a su casa, los niños seguro que estarían de acuerdo.
El sábado puntualmente entraba Víctor por la verja de la propiedad, Samanta lo esperaba en la puerta, se dieron dos besos sonriéndose, entraron.
SAMANTA: He intentado convencer a tus hijos para que te esperaran para bañarse pero no han podido de las ganas que tenían y ya están dentro de la piscina.
Samanta se había comprado un bikini nuevo que le sentaba perfecto a su cuerpo, se le transparentaba al través del pareo que se había anudado al cuello cayéndole abierto por la parte de delante. A Víctor no le pasó desapercibido, los ojos se le iban aunque intentaba disimular, Samanta se daba cuenta y se le escapaba una risilla, quería impresionarlo y lo había conseguido.
VICTOR: ¿Donde me puedo cambiar?
SAMANTA: Hablas como si no te conocieras esta casa, sabes de sobra donde puedes hacerlo.
Víctor se puso un traje de baño que se había comprado el día anterior, le quedaba apretado al cuerpo marcándole el paquete, la musculatura parecía más espectacular. Nunca había utilizado aquel tipo de traje de baño, siempre le había gustado más tipo bermuda. Para aquella ocasión siendo en casa de Samanta, solo con ella y los niños no le daría vergüenza ponérselo y pensó que a ella la impresionaría.
Salió al jardín, Samanta estaba sentada leyendo una revista tomando el sol, lo niños jugaban en la piscina. Al lado de Samanta había una hamaca con una toalla encima preparada, pensó que debía ser la suya, caminó en su dirección y vio como Samanta se bajaba las gafas de sol disimuladamente para mirarlo, se lo estaba repasando bien, tan bien como él la miraba a ella con aquel bikini.
Samanta esperaba que Víctor se cambiara, tenía una revista a la que le daba una ojeada, levantó la mirada y lo vio aparecer por la puerta, vio aquel cuerpo musculado que siempre le había gustado tanto metido en un traje de baño que alucinó, el color le quedaba muy bien, y, y, y marcaba paquete, se bajó las gafas en un acto reflejo para verlo mejor, Víctor tenía cierto pudor a ese tipo de prendas. Se dio cuenta que los dos se habían esforzado en sorprenderse, no sabía si ella lo había conseguido, pero que lo había hecho él daba fe.
Víctor llegó al lado de Samanta.
VICTOR: ¿Esta hamaca es para mí?
SAMANTA: Sí, pero si crees que estás demasiado cerca de mí puedes separarla.
Víctor se sentó.
VICTOR: Está muy bien aquí. Y ese bikini te sienta muy bien.
Samanta le sonrió y miró su bañador.
SAMANTA: A ti también te sienta muy bien.
VICTOR: ¿Tú bikini me sienta bien?
SAMANTA: No tonto, el bañador, lo que me gustaría saber es si te lo pondrías en una piscina pública o en la playa.
VICTOR: ¿Y tú?, enseñarías medio culo como enseñas con ese bikini.
SAMANTA: ¿Y tú como sabes que se me ve medio culo si estoy sentada?
Se dio cuenta y subió el tono de voz reprochándoselo riendo.
SAMANTA: ¿Me has mirado el culo al través del pareo antes?
VICTOR: Voy a jugar con los niños que creo que me están llamando.
Víctor se sintió descubierto y disimuló saliendo corriendo para la piscina, se tiró de bomba en medio de sus hijos, se le tiraron encima y jugaban, él los lanzaba al aire para que cayeran de nuevo al agua y reían los tres. Samanta reía por la reacción de Víctor, y porque le había mirado el culo, pensar que él la veía atractiva le hacía sentir bien. Se los miraba desde la hamaca, se enterneció, le gustó la idea de volver a ver a su familia junta y disfrutando.
Víctor pasó la mañana jugando con sus hijos y descansando al lado de Samanta, por insistencia de ella le tuvo que reconocer que "sin querer” se había fijado en su culo cuando estaban dentro de la casa. Hablaron y rieron mucho.
SAMANTA: ¿Te quedarás a comer con nosotros?
VICTOR: Si tú quieres sí.
SAMANTA: ¿Y tú, quieres?, no me gustaría obligarte.
VICTOR: Yo lo estoy deseando. No dudes más, me gustaría pasar todo el tiempo posible con vosotros, todo.
Samanta lo sabía pero quería oírselo decir a él.
SAMANTA: Pues te podrías quedar a cenar también.
A Víctor se le humedecían los ojos de que se lo pidiera, que Samanta de una puñetera vez quisiera estar con él lo emocionaba.
Pasaron un bonito día juntos, comieron, por la tarde mientras los niños jugaban en la consola en la habitación del mayor ellos miraron una serie, sentados en el mismo sofá pero separados de una distancia prudencial, hablaron mucho de diferentes temas y rieron. Por la noche después de cenar, Víctor se despidió de sus hijos y de Samanta, al darse los dos besos Samanta le apoyó una mano en un hombro, fue el primer contacto. Víctor volvió a su casa contento, por primera vez vio una luz al fondo del túnel, veía a Samanta con ganas de seguir evolucionando con él.