El bufete de abogados (17)

Víctor se sentía como si hubiera renacido, volvía a sentirse fuerte físicamente, se relajaba en la ducha un domingo después de correr cuarenta minutos a buen ritmo, estaba cansado pero muy contento, el siguiente viernes haría cuatro semanas exactas, un mes, que Samanta le propuso de volver a verse.

Cap. XVII

Víctor se sentía como si hubiera renacido, volvía a sentirse fuerte físicamente, se relajaba en la ducha un domingo después de correr cuarenta minutos a buen ritmo, estaba cansado pero muy contento, el siguiente viernes haría cuatro semanas exactas, un mes, que Samanta le propuso de volver a verse.

Samanta se levantó ese domingo temprano, no pudo dormir bien, le rondaba por la cabeza que el viernes de la nueva semana le había dicho a Víctor que podrían verse y cenar, no tenía ganas de verlo, su vida la tenía encaminada sin sobresaltos y su corazón “cerrado por decepción”, le daba miedo volver a enamorarse, aunque fuera de aquel hombre que en su momento consiguió hacerlo y de qué manera, todavía estaba dolida, muy dolida. Entonces le vino un pensamiento a la cabeza, en las últimas tres semanas no había tenido ningún encuentro sexual, ni un polvo, pensó porque no lo hizo y que tal vez aquella semana podría quedar con alguno de sus “hombres para el placer” y pegarse un buen revolcón.

El lunes por la tarde Víctor salió antes del despacho para ir a comprarse ropa, quería estrenar algo nuevo en su cita con Samanta y que fuera de una talla que le quedara bien. Después de mirarse varias tiendas en un centro comercial acabó comprándose unos tejanos rotos, una camiseta y una sudadera, como siempre, era de la forma que se sentía más cómodo, al menos esta vez seria nuevo y le quedaba bien puesto en su nuevo cuerpo más delgado y fuerte.

Pasaron el lunes y el martes, Samanta estaba cada día más nerviosa, había pensado en enviarle un mensaje y ponerle una escusa para no verse, le podría decir que estuviera él con los niños el fin de semana que ella tenía un compromiso y se iba fuera de la ciudad, luego pensó que eso le podría provocar celos creyendo que se iba con algún hombre, tampoco era cuestión de hacerle daño gratuitamente. Tenía un lio en la cabeza y todavía estaba pendiente el quedar para pegar un buen polvo.

El miércoles Víctor había estado esperando noticias de Samanta, pensaba que sería ella la que le avisaría de la cena, estaba seguro que se acordaba, Samanta siempre fue muy responsable acordándose de las fechas que tenía que hacer algo, no podía ser que se le olvidara, lo que sí podía pasar es que dudara si cenar con él o no, lo entendía. Por la tarde le envió un mensaje.

VICTOR: Hola, ¿cómo estás?, sé que quedamos en la posibilidad de vernos este viernes, hasta me propusiste un reto que me he tomado muy en serio, he vuelto a tener ilusión de hacer algo para cuidarme. Bueno, lo que te quería decir es que si te has arrepentido de la cena porque cuando me lo dijiste habíamos bebido o por cualquier otra razón, que sepas que lo entiendo, si no quieres verme dímelo sin compromiso, a mí sí me hace mucha ilusión verte, no es para presionarte, es para que lo sepas. Dame una respuesta por favor. Pd: Hasta me he comprado ropa nueva.

Samanta leyó el mensaje y se enterneció, seguía siendo el mismo hombre de siempre, un libro abierto sin malicia, hasta le estaba dejando la puerta abierta a no quedar con él, simplemente le debía contestar con un “ya quedaremos más adelante” o “lo dejamos para mejor ocasión”, se puso a escribir en el móvil y le envió el mensaje.

SAMANTA: Estoy bien, tengo una semana un poco liada y por eso no te había dicho nada, mañana jueves te confirmo lo del viernes. Me alegro de que estés mejor.

Víctor leyó el mensaje, “una semana liada”, la conocía y Samanta por mucho trabajo que tuviera nunca tuvo una semana liada, se lo quitaba de encima y hacía vida normal como si no pasara nada, tenía esa capacidad, se dio cuenta que era una excusa dejando abierta la posibilidad de decidir el jueves, no lo tenía claro y no le extrañaba. Le contestó.

VICTOR: De acuerdo, como tú quieras, no hay problema, lo que decidas estará bien, esperaré tu decisión mañana.

Samanta vio que a él sí le hacía ilusión quedar con ella y aun así le dejaba todas las posibilidades de decisión sin presionarla, miró el móvil con una sonrisilla.

Jueves por la tarde, Samanta en su casa sentada en el sofá decidiendo si le enviaba un mensaje a Víctor o alguno de sus amantes para pegar un buen polvo. Cerró los ojos pensando y una de sus manos se le fue deslizando por encima del muslo acariciándose la parte interna por debajo de una camiseta larga que llevaba puesta, las piernas se le fueron abriendo y la mano seguía subiendo por la cara interna del muslo, cerró los ojos echando la cabeza para atrás y abrió un poco la boca cuando el lado de la mano contactó con las bragas, las palpó y las tenía mojadas, se estaba preguntando porque se había mojado y estaba tan cachonda, entonces se concentró en lo que tenía en su mente para excitarse, estaba pensando en Víctor, ella tenía las piernas abiertas y por el medio de ellas veía a su ex pareja desnudo, la sujetaba por una cadera con una mano, la otra le acariciaba un pezón de una teta, justo lo que se estaba haciendo ella en ese momento, podía ver su cuerpo, su cara de excitado, con la polla tiesa amenazando de follarla en cualquier momento, la mano de Samanta habían apartado las bragas y se estaba acariciando con dos dedos pasándoselos de arriba debajo de un coño que ya lo tenía chorreando, se metió los dos dedos dentro de la vagina y gimió, en su imaginación Víctor le acababa de meter la polla hasta el fondo, se había inclinado sobre ella y la estaba besando, le comía la boca despacio sacando la lengua restregándola con la suya, inconscientemente estaba sacando la lengua pasándosela por sus labios, sus dedos se aceleraban follándose, jadeaba y gemía, la mano que tenía apretándose los pezones que se los había dejado duros como piedras bajó y empezó a frotarse el clítoris con rapidez, estaba muy caliente, como hacía mucho tiempo que no lo estaba, el ruido de sus flujos con los dedos rozándose el clítoris y los otros metiéndoselos y sacándoselos del coño se le clavaba en el cerebro, en su cabeza veía la cara de Víctor a punto de correrse, su musculatura tensa, sus glúteos apretados para penetrarla profundamente subían y bajaban. Sus dedos se aceleraban con sus gemidos, siguió imaginando a Víctor como cerraba los ojos y relajaba la cara empezando a correrse con sus gruñidos, a Samanta el culo le subía y bajaba dando botes en el sofá, el cuerpo le dio un latigazo y se corrió a lo bestia, un orgasmo largo y fuerte que la atravesó haciéndole dar unos gritos tremendos pensando en lo guapo que era su marido, porque todavía era su marido, apoyó el culo en el sofá relajándose, de golpe se levantó hablando sola.

SAMANTA: ¿Guapo?, ¿cómo puedes estar pensando en eso con la putada que te hizo?, eres idiota nena.

Subió las escaleras para ir a su habitación y ducharse enfadada con ella misma por haberse corrido de aquella manera tan bestia pensando en él, a la vez contrariada por la comprobación de que pensar en él todavía la excitaba, pensar en su cuerpo, como la tocaba, como la follaba, la ponía a mil y se cabreaba con ella misma por hacerlo. Le hubiera gustado que Víctor fuera un hijo de puta que la hubiera dejado para siempre, que pasara de ella, que la rechazara, pero no, encima el cabrón era educado con ella, hasta cariñoso, la mezcla de odio y amor por él la estaba matando.

Mientras se duchaba pensaba en que le enviaría un mensaje para suspender la cena, estaba muy tranquila con su vida sin saber nada de él hasta que apareció de nuevo, se cagó en Marga y Gabriel por haberlos juntado, y en ella por dejarse convencer para ir. Salió de la ducha con unos morros que le llegaban al suelo, se puso una toalla alrededor del cuerpo y otra más pequeña enrollada en la cabeza tapándose el pelo, bajó las escaleras rápida para buscar su móvil que lo tenía en el salón, al lado del sofá donde se acababa de hacer una de las mejores pajas de su vida, miró el sofá enfadada acordándose de lo que había pasado hacía un momento y empezó a escribir enviándole un mensaje a Víctor.

Víctor estaba en su despacho acabando unos documentos para presentarlos el viernes por la mañana, con los nervios le estaban costando más de lo normal acabarlos, en su cabeza se le cruzaba Samanta continuamente, sonó un timbre en el móvil avisándolo que había recibido un mensaje. Lo levantó lentamente de encima de la mesa, era Samanta, lo abrió nervioso.

SAMANTA: ¿Mañana a las nueve en punto?

Dejó ir un suspiro de alivio, dudaba que aquel encuentro se produjera.

VICTOR: Por supuesto, ¿te paso a buscar?

SAMANTA: No, quedamos directamente en el restaurante.

VICTOR: Lo que tú quieras guapa.

Samanta se miraba el móvil enfurecida, lo volvió a dejar encima del sofá y se giró para volver a subir las escaleras y secarse el pelo, las subía hablando con ella misma.

SAMANTA: Guapa, guapa, tiene los cojones de decirme guapa, se creerá que con eso me tiene en el bolsillo el capullo. Y yo gilipollas por confirmarle la cena pensando lo que estaba pensando, seré idiota.

El viernes hasta la hora que habían quedado a Víctor se le hizo eterno, las horas no pasaban y no sabía qué hacer, le costaba concentrarse en el trabajo y al medio día antes de almorzar se fue al gimnasio a quemar grasa y relajarse trabajando físicamente, se pegó una buena paliza, comió poco, intentó dormir un rato en su apartamento pero no paró de dar vueltas sin poder hacerlo , mucho antes de la hora empezó a ducharse, afeitarse y prepararse para la cita asaltándole la duda sobre si Samanta no se arrepentiría y a última hora se la cancelaría.

A Samanta le pasó todo lo contrario, cuantas menos horas quedaban para verlo más dudaba, el tiempo le pasaba muy rápido y a ella le hubiera gustado ralentizarlo, que todo fuera más despacio. Cuando salió del laboratorio llevaba el móvil en la mano y lo estuvo sujetando toda la tarde pensando en decirle a Víctor que no cenaría con él, que no quería volver a verlo, a media tarde empezó a escribir un mensaje, se lo miró decidiendo si enviarlo o no y lo envió.

A Víctor le dio un salto el corazón cuando vio que había recibido una nota de Samanta, lo abrió rápido.

SAMANTA: ¿Me pasarás a buscar por casa?

VICTOR: Vale, ¿a las ocho treinta?

Samanta no le quiso aceptar la hora, quería ser ella quien la decidiera.

SAMANTA: No, es muy pronto.

VICTOR: Me dijiste de cenar a las nueve y reservé a esa hora, si tenemos que llegar a la ciudad necesitamos media hora desde casa.

Samanta apretó los labios de rabia, casa, había escrito casa, “Se cree que todavía es parte de ella, que sinvergüenza”, pensaba, pero también sabía que tenía razón con la hora, no quiso dar su brazo a torcer.

SAMANTA: A las ocho treinta y cinco.

VICTOR: Vale, allí estaré.

El momento se acercaba y tuvo que decidir que ropa ponerse, se duchó y mientras se secaba el pelo y se peinaba se convenció a ella misma que llamaría a Víctor para decirle que cenara solo. Salió a su habitación y se empezó a vestir, se miró en el espejo y se vio en sujetador y braguitas, abrió los ojos, “Pero como se te ocurre ponerte esta combinación tan bonita y sexi si no vas a dejar que te toque un pelo, eres tonta nena”, pensó. Se acabó de vestir, un tejano que le quedaba muy bien y un jersey de cuello alto, no quería que él pensara que intentaba seducirlo vistiéndose atrevida. Se volvió a mirar en el espejo ya preparada, “Desde luego que eres idiota, estabas pensando hace un momento en llamarlo para anularlo todo y ya estás vestida”, volvió a pensar, miró el móvil y ya era la hora. Bajó lentamente las escaleras, miró la puerta, respiró profundo y la abrió.

Víctor la estaba esperando al otro lado de la verja de pie al lado del coche, lo miró y mientras atravesaba el jardín de la parte delantera de la casa pensaba, “Que guapo está el cabrón, ha cumplido con el reto, se ha adelgazado, vuelve a estar fuerte, como a mí me gusta, como me gustaba idiota, ya no te gusta, no te volverá a gustar nunca más, cenas con él para hablar de los niños y ya está”, intentaba convencerse Samanta, salió a la calle y se encontraron frente a frente, Víctor sonreía.

SAMANTA: ¿Qué te hace tanta gracia?

VICTOR: Nada, que estás muy guapa y vestida igual que en nuestra primera cita.

SAMANTA: Como me vuelvas a decir guapa te dejo plantado.

VICTOR: De acuerdo, solo quería ser agradable, ¿puedo darte dos besos?

SAMANTA: No.

Abrió la puerta del coche y se sentó, Víctor mientras daba la vuelta para entrar por su lado pensaba que iba a ser una noche movidita, la conocía y cuando hablaba así es que estaba guerrillera y con ganas de discutir. Samanta lo miraba al través del parabrisas del coche volviendo a pensar, “¿Porque estoy aquí?, le tenía que haber dicho que no quería verlo, que guapo esta el tío, para ya Samanta no pienses más en eso joder”.

Víctor conducía camino del restaurante, los dos iban en silencio sin atreverse a romper el hielo. Pasó un rato.

SAMANTA: He estado varias veces a punto de decirte que no te quería ver.

VICTOR: ¿Y porque no lo has hecho?

Ella se ponía nerviosa.

SAMANTA: Yo que sé, todavía no entiendo porque no lo he hecho, por pena supongo, sé que estás solo.

VICTOR: No quiero que salgas conmigo porque te doy pena, para hablar de los niños, para no perder el contacto, hay muchas escusas para hacerlo, pero por pena no por favor.

Se volvieron a callar y no dijeron nada hasta estar sentados en la mesa a punto de empezar a cenar. Samanta pasó al ataque.

SAMANTA: ¿Por qué quieres salir conmigo Víctor?

El tragó saliva, se puso nervioso, que le podía decir, que estaba loco por volver a casa, a estar con ella y los niños para ser una familia unida de nuevo, que la quería con locura y no podía vivir sin ella, que el sentimiento de culpa que tenía lo estaba matando de dolor. Se le humedecieron los ojos.

VICTOR: Me gustaría volver a verte aunque sea de vez en cuando, que hablemos de los niños, o de lo que tú quieras …

Paró de hablar y Samanta se dio cuenta que se estaba emocionando, ella sabía por Gabriel y Marga que cuando estuvo tan mal le había confesado que le hubiera gustado tirar el tiempo para atrás y volver como estaban antes de que se metiera aquella mala puta por el medio.

SAMANTA: Supongo que nos podemos ir viendo de tanto en tanto, pero no quiero asegurarte nada.

Víctor la miraba fijamente a los ojos.

VICTOR: Tú, tú estás preciosa y yo me he comportado como un cerdo contigo, te quiero pedir perdón…

SAMANTA: Te he dicho que no me digas piropos joder.

A Samanta no le gustaba verlo así, estaba a punto de llorar pidiéndole perdón y ella se estaba ablandando, no le interesaba por donde iba la conversación.

VICTOR: Coño, me has dicho que no te dijera “guapa” por eso te he dicho “preciosa” esta vez.

SAMANTA: ¿Tú eres tonto o qué?, ¿es que no sabes leer entre líneas?

Víctor había comenzado una conversación que no quería dejar en el aire.

VICTOR: ¿Me podrás perdonar algún día?

Samanta se alteró, dejó los cubiertos encima del plato y lo miró enfadada.

SAMANTA: ¿Qué quieres de mí Víctor?

VICTOR: No siento que tenga autoridad moral para pedirte nada.

SAMANTA: Ha pasado tiempo, yo tengo mi vida encarrilada, tengo todas mis necesidades cubiertas…

Víctor se asustó y le dio un vuelco el corazón al escuchar que tenía todas las necesidades cubiertas. Al hablar le salió una vocecilla de gilipollas.

VICTOR: ¿Todas?, las del amor también, ¿tienes una relación con alguien?

Ella lo miraba en silencio, se dio cuenta del cambio de voz y el miedo se le podía ver en la cara, pensó que estaba acojonado por que tuviera pareja, meditó si putearlo y decirle que si, sabía que le haría mucho daño.

SAMANTA: El amor lo tengo de tus hijos, no necesito otro, no volveré a querer a ningún hombre, no dejaré que me vuelvan a hacer daño, ni tú ni nadie.

Estuvieron un rato callados y acabaron hablando de sus hijos. Cuando se tomaron los cafés Víctor la acompañó a su casa, Samanta salió del coche, él detrás para despedirse, ella se giró con su mano apoyada en la verja de la entrada.

SAMANTA: No me vuelvas a pedir para salir por favor, no me llames, no me envíes mensajes si no es para decirme cuando recogerás a los niños, necesito seguir con mi vida.

Víctor se quedó de pie a su lado tragando otra vez saliva, no se esperaba esa reacción, él esperaba poder seguir saliendo con ella de vez en cuando. Samanta atravesó el jardín y entró en su casa sin volver la vista atrás, cuando cerró la puerta puso un ojo en la mirilla, él seguía quieto con la mirada fija en la puerta y la cara de desilusionado, Víctor bajó la cabeza y se metió en el coche, Samanta separó el ojo de la mirilla apoyando una mano en la puerta, le cayeron unas lagrimas enormes que le recorrieron la cara en un instante.

Víctor conducía y también lloraba, lloraba por la desilusión de no poder volver a verla, el último mes fue el mejor en mucho tiempo por las ganas que tenía de estar con ella, se cuidó y volvió a hacer deporte por ella, por verla, para que lo volviera a ver atractivo. Tenía la sensación de que estaba más cerca de acabar definitivamente con Samanta que de tener más contacto, eran lágrimas muy amargas.

El sábado por la mañana Samanta estaba con Marga en la cocina tomando un café con leche, los niños jugaban en el jardín. Le estuvo explicando a su amiga como había ido la noche anterior.

MARGA: ¿No le vas a dar otra oportunidad?, él te quiere Samanta, está arrepentido y quiere arreglar las cosas, con lo felices que habéis sido siempre, por un error, ¿quieres decir que no te vale la pena perdonarlo y volver a intentarlo?

Samanta la miraba bebiendo de la taza, no le había contado a nadie lo que pasó, el verdadero motivo de la separación, la dirección que estaba tomando su relación cuando Víctor dejó que Cloe le comiera el coño y hasta hubiera dejado que un tío de color con una polla enorme se la follara delante de él. Todos creían que fue por un lio de él con Cloe.

SAMANTA: No puedo Marga, no puedo.