El Buen Samaritano
Era rara la situación, pero creo que necesitaba el abrazo de alguien, no sé. Estaba hecho un mar de dudas respecto a todo y a todos, que, viendo la realidad de este chico, me pareció la única verdadera y tangible.
“Esta es una historia real, le sucedió al amigo de un amigo...”
Hola amigos, aquí estoy de vuelta, pero con una historia que me llamó la atención mientras la escribía porque de hecho le sucedió a alguien que conozco, aunque le metí algunos agregados. Esta historia no tiene ni un gramo de sexo, pero creo que les gustará. En caso de que no, espero con gusto sus tomatazos. Gracias!
EL BUEN SAMARITANO
Qué hago aquí? Como hice para terminar aquí? en un sillón, en la fiesta por el cumpleaños de una conocida, porque ni siquiera podría considerarla amiga, sólo es mi supervisora. Cómo acepté venir a este lugar? Para acabar rodeado de extraños que trabajan en la misma empresa que yo, todos ahora bajo los excesos más burdos y en falsa algarabía. Qué mierda hacía yo aquí, en silencio, pero a la vez envuelto por los potentes bajos electrónicos de la música que sonaba en ese lugar? me pregunté a mi mismo, solo y por enésima vez en toda la noche.
Mi novia se marchó, esta vez no sé bien por qué lo hizo ni con quien se marchó, solo recuerdo haberla visto tomar sus cosas, un tanto tambaleante por su estado etílico, para finalmente verla salir por la puerta principal... no recuerdo si le di un beso de despedida o no, no recuerdo mucho, casi nada y no me importaba. No es la primera vez que pasaba, más específicamente desde hace mas de tres meses.
Por quinta vez desisto de levantarme de mí aislado sofá al cual acaparé como mi único refugio alejado de toda esa vergonzosa realidad que se montaba frente a mí. No quería estar en ese lugar, pero a decir verdad, tampoco me agradaba el tener que irme todavía, siendo relativamente temprano como para dar por finalizada la noche de viernes, que aunque cueste reconocerlo, daba gracias que haya sido de fiesta, ya que luego de una tediosa semana de trabajo, me venía como un merecido descanso, si se le podía llamar así. Aunque yo seguía firme en mi posición de poco querer festejarle el cumpleaños a la mujer esta, del cual solo sé su nombre, su cargo en la empresa y su extraña manía con los osos de peluche, no quería irme aún. La actitud de Brenda, me tenía pensando todo el tiempo.
No gracias… Estoy bien… En un rato… NO, gracias… Mi lenguaje estaba reducido a estas simples frases y las preparaba en la punta de mi lengua cada vez que veía que se acercaban estas personas (la mayoría conocidos de la empresa, al igual que la homenajeada misma) que, atontados por los destilados y la música, se acercaban a mi refugio personal potenciados por el alcohol y los excesos.
Miraba mi reloj, como si en mi mundo esto hiciera que el tiempo pasara más rápido, pero me frustraba cada vez que lo que parecía una eternidad en mi cabeza, sólo se reducía a cinco, tres o dos minutos nada más en la realidad de esa fiesta mal lograda, en un departamento céntrico. Eran las 02 am y yo me desesperaba y me frustraba cada vez más. Me encontraba en un limbo, deseaba poder marcharme, pero tambien quería pasarla bien, aunque sea en un lugar como en el que me encontraba.
En un momento de la fiesta, le tocó hacer el ridículo a la cumpleañera: se puso a gritarle e increparle cosas sin sentido al poco afortunado marido (quien era el que se encargaba de proporcionarles los horrendos osos de peluche a la reciente cuarentona) y el que frente a mí, se quería volver uno con la tierra, por la vergüenza de tener que escuchar de boca de su mujer, los gritos y reclamos en un tono arrastrado y poco entendible, fruto de casi seis tipos de bebidas alcohólicas en su organismo.
Pero tras un extenso dialogo semi-privado en la cocina, bajo la atenta supervisión de un equipo completo de psicólogas no certificadas, opinólogas y demás espectadores, amigos de la susodicha, las cosas se estabilizaron entre los dueños del departamento. Yo no me movía de mi asiento, hasta había estirado mis piernas a lo largo, de modo tal que denotase que no quería ver a nadie sentado junto a mí.
Ya no quise ver la hora, no quería mas decepciones en lo que quedaba de la noche. Tras vaciarme una botella de vino espumante que logré acaparar de la barra que se dispuso en la sala, me sentí más relajado y las cosas que me preocupaban hasta antes de esa botella, dejaron de importarme, por lo menos un poco y de momento.
La música seguía y se difuminaba con el parloteo de toda la gente, alrededor de 30 personas, que agolpados como lo estaban, parecían una bandada de gaviotas chillando a la vez en una caja, pero con los bajos electrónicos de David Guetta de fondo.
Creo que en total conté tres pares de ojos que me observaba en esta fiesta, esta vez dos pares más a los que en un principio me observaban desde el otro lado de la sala.Yo lo podía ver y sentir, al parecer ellas no se daban cuenta de lo evidentes que eran, pero yo sí y no les devolvía la mirada a ninguna, pero las tenía en cuenta y me mantenía alerta por las dudas. Trabajaban en la empresa y el meter la pata yéndome con alguna ellas sería demasiado, ya tenía demasiados problemas con Brenda, como para echarme nuevos encima.
Un conocido se iba! Dijo que se iba! Bien! No… falsa alarma, sólo bajaba a comprar más bebida. Mi intento de fuga se frustró y cometí el error de mirar nuevamente la hora, recién las cuatro… me crucé de brazos y maldije mi suerte. También cometí otro error sin darme cuenta; le clavé la mirada a la de Recursos Humanos, Vanesa, quien era una de las que no paraba de mirarme en toda la noche, sólo fué un momento, pero fue lo suficiente largo como para poner a andar las hormonas de la muchacha.
Miró a todos lados y como un felino, grácil y despampanate, se acercó hacia donde estaba yo y mi refugio personal. La chica traía sus intenciones demasiado obvias y legibles en su mirada, yo tenía escapatoria... Otras miradas y voces seguían su andar tranquilo pero seguro; y cuchicheos mal disimulados en los que claramente escuchaba el nombre de mi novia, y estos llegaban a mis oídos, poniéndome cada vez más nervioso.
Saludé, nos saludamos, quise que fuese de lo más normal, pero me tomó sugerentemente del hombro al besarme en la mejilla, el contacto me pareció demasiado prolongado, pero correspondí, los murmullos ya no eran murmullos sino voces por lo alto, descaradas y mal intencionadas.
Luego vino la charla... charla trivial, charla interesante, charla trivial otra vez, charla confusa y finalmente charla peligrosa… luego de proponerme ir “a otro sitio”, me disculpé con ella, me levanté dejando mi sofá y a la chica y me fui al baño, cerca de él estaba el proveedor de los peluches de mi Supervisora de Área, también esperando por entrar en el único baño de su propia casa (departamento). No le di charla en principio, hasta que él comentó que tenía que ir a dejar a un par de chicas a las respectivas casas de cada una, tras decir esto último, me guiñó un ojo y sonrió deforma sugerente, la idea movilizó mi moral y sentí asco, pero también me pareció el único medio de escapatoria que tenía a mano.
Tras un largo rato de espera, me decidí por irme con el tipo que además de horribles osos de peluche, al parecer le regalaba unos soberanos cuernos a la mal bebedora de su mujer. En su automóvil Ford modelo 85, que olía a vainilla y cuero, me acomodé al fondo de éste, junto a dos chicas desconocidas para mí, que iban a mi lado y otra que iba sentada adelante, junto con el picaflor marido de mi supervisora, la cumpleañera.
Charlaban las chicas a mi lado, mientras que yo sólo miraba hacia afuera del vehículo sin prestarles la más minima atención. La mujer que iba adelante, en el asiento del copiloto, le hablaba animosamente al conductor, muy cerca suyo, casi ronroneando como un gato, omitiendo totalmente ambos, la existencia de la foto de la feliz pareja; cumpleañera y picaflor, que colgaba en un llavero en el espejo retrovisor, junto a uno de esos pinitos desodorantes.
Me bajé cerca de mi casa, decidí que caminaría, aunque el frío de la madrugada se hacía sentir, decidí que caminar iba a aplacar un poco el vino que había tomado. Caminé sin mucha prisa por las cuadras que me separaban de casa y de lejos escuchaba la música de alguna discoteca de viernes, ladridos de perros, sirenas de policía, así como el ruido del tráfico que aún se sentía a las 4 y media de la madrugada.
Llegué a mi casa y no tuve sueño inmediatamente. Daba por muerta la noche y no me apetecía ni llamar ni mandarle algún mensaje a Brenda. Sabía que estas cosas eran contraproducentes a la larga en una relación, pero había algo que nos estaba llevando a tener estas actitudes, no sé que podría ser y no tenía ganas de planteárselo a ella, suponía que eso empeoraría las cosas.
Me cambié de ropa, poniéndome el pijama, que consistía en un pantalón largo deportivo y una camiseta de algodón. Me senté en la sala, en mi propio y reconfortante sofá, frente a la TV. A eso de las cinco me parecía que iba a ser difícil que encontrase algo interesante para ver, pero justo encontré un infomercial, de esos que venden productos electrodomésticos milagrosos, con relatos de actores pagados, que hablaban maravillas del producto. Confieso que siempre me gustaron estos programas de tele venta, más que nada por el positivismo desbordante de los actores y todo ese marketing que endulza ojos y oídos. Se trataba de una maquina que limpia con vapor.
Eran las cinco y cuarto de la madrugada y decidí que lo mejor sería irme a mi cuarto, pero mientras bajaba las persianas de la ventana del frente, ví como una persona, un chico. Pasaba por la vereda caminando en zigzag y tambaleante. Observé su andar disparejo y justo en frente del pórtico de mi casa, se cayó como desmayado, apoyado en las rejas. Me quedé viéndolo, esperaba que se levantara y siguiera su camino, ya que lo que menos quería era que los vecinos vieran tal escena afuera de mi casa. Pero el infeliz no se levantaba y me empecé a preocupar, más que nada porque temía que no fuese una borrachera lo que traía puesta aquél ser humano maltrecho.
Me abrigué y salí de hasta el umbral de la puerta y mientras el frio golpeaba mi rostro desprotegido de la calefacción de la casa, me quedé expectante ante la reacción de aquel muchacho. Reacción que nunca llegó… Celular en mano, me acerqué hasta él, salí hasta la vereda para verle mejor y ví que era un adolescente, un chico que no pasaría de los 17 o 18 años. El chico respiraba y eso me tranquilizó un poco, con un dedo lo moví desde el hombro, pero éste no hacía más que roncar y babear por su boca abierta. El chico estaba muy tomado, apestaba a alcohol…
Tomé mi celular y tecleé el 911, pero no llamé inmediatamente. Me puse a pensar y a recordar que a veces la policía podía llegar a ser demasiado ineficaz en estos casos y viendo la cara de este chico, seguramente iba a pasarla peor con ellos. Pero al verme helándome, por un desconocido ebrio, hice de tripas corazón y llamé.
Mientras esperaba que me atendieran, veía como el chico roncaba y temblaba por la no muy abrigada ropa que traía: jeans, una camiseta celeste, una campera beige y una bufanda de rayas blancas y azul ultramar, era un cuadro deplorable el de este jovencito, pero muy real. Y aunque nunca, ni en mi adolescencia más alocada, llegué a tal estado, no pude evitar cortar el teléfono cuando me atendió la operadora del 911.
Maldecía lo que estaba por hacer, pero bueno, mi madre me inculcó buenos valores a lo largo de mi vida, valores que en estos casos efectivamente brillaban, pero por su jodida presencia.
Volví a zarandearlo un poco, para ver si recobraba el conocimiento, pero seguía desmayado prácticamente. Le toqué la frente para ver su temperatura y estaba un poco acalorado, seguramente por todo lo que se bebió, pero aún así notaba en él, un leve temblor por el frío. Seguía sin responder.
Pasé mis brazos bajo sus axilas y lo senté apoyándolo contra las rejas, su cabeza cayó hacia abajo, por inercia, como quien la agacha para redimirse. Le abrí las piernas por si soltaba una eventual vomitada, pero el joven no hacía nada más que roncar. Me estaba helando, tratando de que este desconocido reaccionase y se largara de afuera de mi casa, y me estaba exasperando cada vez más, sobre todo por no ver que se recomponía. Yo le hablaba y trataba de hacer que volviera en sí, pero solo escuchaba el ruido de su respiración. Lo zarandeé más fuerte, casi bruscamente. Consigo una respuesta; levanta su cabeza, y veo que intenta abrir los ojos, no lo logra del todo, mira con los ojos apenas entreabiertos e intenta girar su cabeza para orientarse, al parecer no se percata de mi presencia.
Le hablo pausadamente, mientras lo sujeto de un hombro, él me mira con los ojos perdidos en alcohol, intenta hablar, pero no le entiendo ni una mierda. Entonces se tapa la boca con una mano, como si estuviera pensando, no dice nada. Hablo yo, le digo la hora, le digo que está en medio de la calle, en mi vereda y antes de que pudiera decirle que debe marcharse, empieza a vomitar de forma espantosa.
Un líquido marrón o verde muy oscuro sale de su boca, seguido de un familiar y asqueroso sonido como el de un eructo y agua que brotaba de él como una fuente. Tiene espasmos y sigue lanzando, cada vez menos, pero sigue, incluso de su nariz sale ese líquido viscoso y oscuro, oscuro y viscoso como una horrible pesadilla. Me asqueo un poco por la escena y le doy espacio para que se desahogue y saque afuera todo lo que tenía para soltar.
Me vuelvo hacia él y vi cómo se había manchado toda la camiseta celeste con ese líquido verde o marrón, quedándole una horrenda franja en el pecho; se manchó todo. Y no conforme con eso, se volvió a dormir como una roca, mis zarandeos no le hacían nada y roncaba con dificultad. Estaba helando, los dedos bajo los calcetines y las pantuflas pedían a gritos volver a entrar a la casa, y luego de ver el terrible charco de vómito que me dejó aquél chico en la vereda de mi, tuve ganas terribles de hacerles caso a mis deditos, pero otra vez el acoso de mis valores inculcados me invadieron frenándome en la puerta de casa. Supuse que si le dejaba así, con la ropa húmeda, enfermaría y hasta alucinaba que podría llegar a morirse de hipotermia. Me quedé unos segundos sin saber qué mierda hacer, mis piernas se enfriaban y maldecía mi suerte. Con qué necesidad estaba helándome por culpa de este pendejo irresponsable, del que seguramente sus padres ni enterados estarían de su paradero.
Solté la bronca en un suspiro molesto, que se hizo una nube de vapor denso y me giré sobre mis talones rumbo a la puerta. No tenía nada que ver con este chico y jamás me consideré un alma benevolente ni responsable como para estar haciendo caridad justo a las horas en las que me encontraba, tiritando de frío y con una maraña de pensamientos en la cabeza. Brenda me lo repetía todo el tiempo; que era un irresponsable, irresponsable en el sentido de que descuidaba la relación y no hacía el minimo esfuerzo en nada que tuviera que ver con ello. Pero qué mierda... si al fin y al cabo yo fuí así siempre, ella lo sabía desde un principio, ella me conoce muy bien. No entiendo su actitud... Tampoco es que estoy “descuidando” la relación como ella dice... qué pretende? Si yo doy de mí, como siento que ella dá de sí para la relación, llevamos año y medio saliendo, mas o menos “bien” y nunca hubo quejas mayores, salvo hacia algunos hábitos míos y mi relación con mis amigos, pero nada del otro mundo.
Mi primo Manuel me dijo en una juntada: “A lo mejor está buscando algun motivo para dejarte... No sé... tal vez no quiere quedarse con toda la culpa cuando suceda, cuando te deje..”
Todavía me acuerdo de sus palabras y aunque enterré toda posibilidad de separación de su parte, su actitud no dejaba de inquietarme. Porqué ahora? porqué después de año y medio me sale con estas cosas? Nunca se nos presentó ninguna situacion que nos llevara a plantearnos el futuro y qué es lo que queríamos para los dos. Porque intuía que a mis 25 y a sus 24 años, ya estabamos bien conscientes de lo que ambos pretendíamos del otro.
Será que... No. Ella no quiere que terminemos... Ella quiere que haya un cambio en nuestra relación, no sé, a lo mejor caímos en la rutina y eso la tiene fatigada y molesta.
Molesta...
Su carácter se volvió bastante denso desde hace un tiempo, que casi no recuerdo cómo era el que tenía cuando nos conocimos, de hecho no recuerdo ni cómo era yo cuando nos conocimos. Supongo que como ahora, pero con más sueños... Es verdad que nunca había tenido que levantar la voz como hasta hace unos días cuando en un desplante de puntualidad, acabó por sacarme de quisio, que dicho sea de paso, todo fué por una estupidez. La verdad que no la entiendo... qué pretende?
Estará embarazada?
No... lo mas probable es que esté cansada de la rutina y quiera empezar por cambiarme a mí. Aunque de estar embarazada... Qué problema hay? Porqué rayarse tanto? Como están las cosas hoy en día, traer un hijo al mundo no parece ser lo más difícil del mundo, hoy por hoy todo es asistencialismo en este país. No... no está embarazada. Como sea, yo no puedo cambiar algo que pienso que no hay que cambiar...
Volví a la realidad y caminé hacia la puerta, pero cuando estaba por entrar a mi casa, a lo lejos escuché voces masculinas y barítonas, a los gritos y dando silbidos. Iban en patota, al menos cinco adolescentes canturreando cumbia. Los ví doblar la esquina, muy cerca de donde estaba mi casa y el chico borracho. Tuve un presentimiento y me volví hasta el muchacho, que seguía tirado como un trapo viejo afuera de mi casa. Otra vez la punzada moralista y de valores inculcados me hizo recapacitar. Si lo dejaba ahí, podría ser atacado por noctámbulos alcoholizados como los de esa banda de chicos que pasó; o por cualquier persona con malas intenciones que merodeara justo por mi vereda, además el chico es lindo, con cara muy de niño y su ropa da la impresión de ser de alguien de buen pasar económico. En fin, una presa bastánte fácil para cualquier malandra que se disponga a hacer daño.
Me acerco al chico, su respiración es lenta y algo ruidosa. Lo zarandeo un poco para ver si reacciona, pero sigue clavado en el sueño. Le hablo y no responde, sólo refunfuñe algunas cosas que no logro entender y vuelve a roncar como antes.
Suspiro y me propongo a levantarlo, pero me detengo cuando por la calle pasa un auto, algo despacio y desde el interior del vehículo el chofer, un tipo viejo, me mira de soslayo de forma extraña. Espero a que el automóvil pase y doble la esquina para alzar al chico. No sé como hacerlo, es algo pesado y nunca me tocó levantar a un adulto (o en este caso un casi adulto) ni siquiera a Brenda, ni a nadie. El lidiar con su cuerpo destartalado me estaba impacientando, sumado a que era prácticamente un peso muerto, y porque tenía que tener cuidado de no golpearlo o hacerlo caer, así que con mucho esfuerzo lo cargué.
“Quien me viera...”- pensé bastante molesto, masticando puteadas y maldiciones.
Entré a la casa, los pies del chico golpearon el marco de la puerta, y cuando quise cerciorarme de sus pies, hice que accidentalmente se golpeara suavemente la cabeza con la otra parte del marco en el descuido. Maldije y me fijé si estaba bien, lo trataba con una inusitada delicadeza, que no creí poseer.
Lo bajé despacio en el sofá de la sala, inmediatamente aumenté la calefacción porque el chico estaba helado y necesitaba recuperar la temperatura lo más antes posible. Él seguía durmiendo, yo estaba parado delante suyo y sólo le miraba, un poco molesto y un poco preocupado. Pensaba las mil y un formas en las que el chico pudo haberse evitado el tener que terminar así. Hasta pensaba en sus amigos, en el caso de que los tuviera; de que cómo lo dejaron ir así, en ese estado, a uno del grupo. Y pensaba en su familia, la cual seguramente ni idea tenía de cómo se encontraba su retoño.
Miré la hora: cinco y media. Por suerte no trabajaba al otro día, sino ya estaría durmiendo, y la vida del chico me importaría lo que me importa trabajar, nada... El chico tenía la respiración pausada, su nariz silbaba y el sonido me impacientaba, sus labios estaban ligeramente morados por el frío. Encendí nuevamente la TV, ya no había infomerciales, sólo una repeticion de una serie norteamericana de detectives. Miré la ropa del chico, su camiseta estaba toda húmeda y en el medio de la franja grotesca que dejó la terrible vomitada, habían unos grumos de quien sabe qué, pegados en ella. Tragué saliva porque la imagen me dio asco, hasta empezaba a hacerme ideas paranoicas con el olor, que tal vez ni siquiera existía, pero que de todas formas me llevó a encender un aromatizador que Brenda compró para mi casa.
El pendejo roncaba como si estuviera en su casa. Lo moví un par de veces más, pero seguía sin reaccionar, la borrachera no se le quitaba. Me senté cerca suyo, con un balde por si se le daba por seguir vomitando.
Nuevamente me quedé pensando en el curso que seguía mi relación con Brenda. Trataba de averiguar porqué las cosas se estaban yendo a la mierda y más que nada trataba de buscar algun indicio que me dijera si es que todo era mi culpa o no. No puede decir que la descuido a ella: todos los días aunque sea un mensaje le mando. No puede decir que el sexo es el problema, al menos dos veces por semana lo hacemos y no hay problemas con ello. No puede decir que es por falta de comunicación, tanto ella como yo sabemos todo lo que hacemos, a donde vamos, con quien salimos, qué queremos, todo... lo sabemos todo de ambos, así que; qué puede estar saliendo mal?
El chico se remueve en el sofá, no me había dado cuenta, pero creo que lo mejor hubiera sido poner antes una manta en en sillón, por si vomitaba de nuevo.
Toqué sus manos, estaban heladas, pero su rostro estaba caliente. Dormía en posición fetal y en un descuido, comenzó a vomitar de dormido, pero esta vez con menos fuerza. Definitivamente tenía que haber puesto una maldita manta debajo!
El chico, luego de vomitar, intentó abrir los ojos, me agaché delante suyo, por si estaba reaccionando, pero puso los ojos en blanco y volvió a caer roncando. Su cuerpo no estaba recuperando el calor, seguía un poco helado; vi su remera húmeda y manchada y opté por cambiarlo, de seguir así, todo mojado, se enfermaría o apestaría a vómito. Antes de que me pusiera en el trabajo de cambiarle la ropa sucia, se me ocurrió que mejor estaría en una cama, en la habitación de las visitas había una cama que nunca se usaba y no habría problemas en que durmiera o siguiera vomitando allí.
Me acerqué a él, buscando la forma de levantarlo como lo había hecho anteriormente, cuando lo metí a la casa, pero esta vez no iba a golpear ni sus pies o su cabeza. Metí suavemente un brazo bajo su espalda y el otro en la flexión de las rodillas. Lo levanté despacio y sus brazos cayeron a los costados como dos cintas, el muchacho estaba hecho un muñeco de trapo. Lo conduje con calma, siempre mirando su rostro por si reaccionaba de repente, pero él seguía dormido, con su fina boca entreabierta y un sutil rubor en sus blancas mejillas. Era lindo, no lo voy a negar, y daba lástima ver el estado en el que había quedado por el alcohol, pero quien era yo para hablar de eso?.
Entré a la habitación, encendí la luz amarilla de un velador y retiré algunas cosas que había sobre la cama. Le saqué las zapatillas, algo salpicadas por su propio vómito y decidí que lo mejor era cambiarlo antes de arroparlo en la cama. Fui hasta mi cuarto y en mi armario busqué ropa que mas o menos le fuera. Tomé una camiseta amarilla de mangas cortas, con el logo de una banda de reggae y unos shorts de cuando practicaba fútbol. Al llegar a la habitación del chico, éste había girado sobre sí, quedando boca abajo. Lo giré y empecé a cambiarlo.
Tomé su campera, y sentí que en sus bolsillos tenía algunas cosas, las cuales con sumo cuidado extraje, para que no se cayeran y perdieran. Era un celular, una billetera... modesta diría yo, su documento de identidad y unos chicles. Dejé todas estas cosas en la mesita de luz que tenía al costado de la cama, en fila para que viese que estaba todo allí. La campera también estaba salpicada de liquido, por lo que la separé para meterla a la lavadora. Su bufanda tampoco se salvó de la oleada y lo que antes era blanco pasó a ser verdimarrón. No podía sacarle la camiseta, así que lo levanté un poco, tratando de mantenerlo sentado, era algo casi imposible que se mantuviera erguido mientras intentaba sacársela, pero yo seguía, eso sí; mi paciencia iba en decadencia. -Mierda!- decía, mientras forcejeaba con la camiseta y el peso muerto del cuerpo de su dueño, el cual se derramaba, sin poder mantenerse erguido, lo peor de todo y que mas me enervaba es que seguía dormido! No entendía cómo es que seguía dormido con tanto traqueteo.
Pero conseguí una manera de poder sacársela, así que empecé desde abajo hacia arriba, la parte que estaba manchada con la franja de vómito, se pegaba a su cuerpo, dejando hilillos pegajosos mientras retiraba la prenda. Cuando por fin se la saqué toda por la cabeza y los dos brazos, el chico se cayó de espaldas y con los brazos abiertos en la cama. Su torso lánguido no mostraba ni un rastro de grasa y estaba bien formado, sus musculos, si bien pequeños, estaban bien detallados en su anatomía. Bajo sus brazos, una sutil mata de vellos contrastaba con la blanca piel. Tiré la camiseta sucia junto con la campera. Con un trapo húmedo que traje de la cocina, limpié su estómago, el cual tenía restos de vómito. Lo repasé despacio y tratando de no ser brusco, hasta que lo dejé limpio. Le puse la camiseta que había traído y con una inusitada parsimonía empecé la laboriosa tarea de cambiar a un muñeco de 50 kilos. La camiseta le quedaba muy bien, como a mí cuando la había comprado hace muchos años atrás.
Lo que seguía era cambiarle el pantalón salpicado, por los shorts que le traje. Le retiré despacio el cinturón que traía puesto, lo enrollé y lo puse junto al resto de sus pertenencias. Desabotoné su pantalón, estaba nervioso, puesto que si se despertaba y me veía en la tarea, podría pensar que estaba por violarlo o cualquier cosa en ese sentido. Pero no me detuve, lo hice rápido y cuidadosamente. Se lo estraje de un tirón, apenas si se percató, y siguió durmiendo como antes. Llevaba puesto un boxer verde, muy llamativo. Me fijé en los bolsillos del pantalón si es que había algún otro objeto en ellos. Sólo tenía unos pañuelos descartables y la entrada ya cortada de la disco a donde había ido a enfiestarse y terminar en el estado en el que quedó. Puse todo al lado de las pertenencias y llevé la ropa al lavadero.
Metí primero los pantalones azules en la lavadora, porque creí que si metía toda la ropa junta, las demás prendas claras podrían mancharse, en el caso de que el pantalón despintase, bah... eso es lo que me decía siempre mi madre, por lo que lo hice por imitación. Puse a andar la máquina y volví a la habitacíon. El chico se había girado, dejando a la vista su culo, el cual observé extrañado por un segundo. Tomé el short que había traído para cambiarlo y giré su cuerpo para facilitar la tarea. Me sorprendí al ver un peculiar bulto en el bóxer de aquél chico, que hasta creí que me estaba tomando el pelo. Observé el rostro de mocoso y ví que seguía perdido en los sueños, respirando por la boca entrabierta, aún inconsciente. Negué con la cabeza, chisté y me puse en la tarea de ponerle los shorts. Metí de a una sus lánguidas piernas en cada botamanga y despacio fui subiendo por sus muslos, pero al llegar a la cadera, la goma del short, el elástico, quedó atorado por el pene semi erecto del chico. Tensé la mandibula y estiré del elástico, tratando de no tocarle “esa” parte. Ya cambiado lo tapé con las sabanas y un pesado adredón que saqué de un armario. Regulé la calefacción, aunque al ver el bulto del aquél chico, pensé que el calor no era problema, el chico al parecer estaba bastante “motivado” en su subconsciente...
Miré la hora, eran más de las seis. Varias veces pasé por el cuarto del chico para fijarme si estaba todo bien. Lo había dejado dormiendo de costado en el borde de la cama, y abajo de esta, había puesto un balde por si las dudas. Me acerqué hasta sus pertenencias y tomé su documento. -Renzo Matías Pacheco, 17 años, Villa Los Sauces -A siete cuadras de aquí- pensé, ya que ese barrio quedaba cerca de mi casa. Tomé su celular y me senté a un costado de la cama. Miré los numeros, vi que estaban el numero de su casa, que era lo que mas me interesaba por si tenía que llamarles en caso de alguna eventualidad, y muchisimos numeros sin importancia. Miré los últimos mensajes, obviando cualquier sentido de propiedad privada, y en el último enviado, decía a sus padres que el muy desgarciado se quedaba a dormir en casa de un amigo. Cosa que nunca pasó.
Mirando el celular, llegué a las fotos. El chico dormía plácidamente, mientras que yo husmeaba entre sus cosas. Vi las fotos y eran como todas, las típicas en un chico de su edad; fotos de él, de sus amigos, fotos bajadas de internet; esas con frases emo y cosas así, y fotos de él, posando en el baño, en su cuarto, en cualquier lugar con un espejo al frente... el chico este era medio raro, pensé.
Estaba viendo su musica. Tenía algunos temas interesantes que me gustaron, los cuales rápidamente copié a mi celular por medio del bluetooth y que escucharía después. Dejé todo donde estaba y salí un momento a la cocina. Alisté en la mesa, un individual, una taza y había puesto la cafetera eléctrica; por si se levantaba, le invitaría un café para que terminara de aclararse y así marcharse.
La vida despreocupada de este chico de alguna forma me daba cierta envidia... Ya quisiera yo volver el tiempo atrás, sin tener que lidiar con las preocupaciones de un trabajo, una vida y las relaciones, que viendolas desde mi situación actual con Brenda, daría lo que fuera por evitar. Si... anhelaba tener mi libertad nuevamente, anhelaba poder elegir que sí y que no, y no tener que cambiar por nada ni por nadie, deseaba poder ser yo nuevamente. Deseaba salir y emborracharme, no al punto del de este chico, pero deseaba poder volver a vivir esas sensaciones.
Pero lejos quedaron esas cosas, he caido en la realidad de los adultos, soy uno más del montón...
Volví al cuarto y vi que el chico seguía roncando en la posición en la que había quedado. Me senté a los pies de su cama, pensando en el rumbo de las cosas en mi vida y mas de una vez el querer tirar todo a la mierda, se me presentaba como una tentadora opción. Mis ojos se aguaron un poco por mis pensamientos, pero tras un respiro todo pasó. Me sentía cansado, tanto física como anímicamente. De verdad estaba cansado... Me acosté, olvidando que al lado, en la misma cama, tenía al visitante inesperado, pero no me importó, me apoyé en mi brazo, mirando al techo, volviéndo a pensar. A mi lado Renzo, se removía un poco. Otra vez mis ojos se acuificaban, tenía muchas dudas, muchas inquietudes, y de repente mucha inseguridad.
Tapé mi rostro con las manos y en un profundo bostezo que se me escapó, de mis ojos salieron dos gordas lágrimas, las cuales sequé al instante. Me giré y me acosté muy cerca del chico. Lo abracé con un brazo, mientras que en el otro, apoyaba mi cabeza, ya no pensaba, ya no quería hacerlo. Era rara la situación, pero creo que necesitaba el abrazo de alguien, no sé. Estaba hecho un mar de dudas respecto a todo y a todos, que viendo la realidad de este chico, me pareció la única verdadera y tangible. Descansé los ojos un rato. Hasta que escuché el tipico sonido de la lavadora al detenerse. Me tocaba meter la otra tanda de ropa sucia y vomitada.
Tras cargar nuevamente la lavadora, vi que el día ya estaba aclarando, en cualquier momento el sol salía y pensaba que era tiempo de despertar al chico. Vuelvo a la habitación, y el chico sigue durmiendo, tiene un brazo sobre la cara, a la altura de los ojos, como si se los tapara. Ronca por la boca entreabierta y su otra mano descansa en su vientre. Vuelvo a pensar que le queda muy bien mi camiseta y también observo el prominente bulto que se forma en su entrepiernas, notándose incluso bajo el pesado edredón. Pienso en lo bien que se la estará pasando el pendejo en sus sueños, aunque me dijeron por ahí que en estado de ebriedad, uno no sueña...
Las siete de la mañana, el pantalón del chico se secó y pienso en cambiarlo, así no se lleva mi short. Me tomo el trabajo de ser detallista y plancharle las arrugas que la lavadora dejó en la tela de jeans y voy ponérselo. El chico duerme de costado y me alegra que hasta ese momento no haya vomitado otra vez. Le quito suavemente el short, nuevamente tratando de que no parezca una situación comprometedora, pero al bajarlo, se vuelve a topar con el bulto del chico. Lo jalo y esto hace que la goma del bóxer verde se baje apenas un poco, mostrando una modesta mata de vellos oscuros y rizados coronando sus atributos masculinos, pero sin mostrar a éstos. Rápidamente pongo la ropa interior en su lugar y procedo a ponerle el jeans limpio, con más agilidad y técnica que antes.
La lavadora para nuevamente y saco el resto de la ropa del chico. Pongo a secar en el tendedero la campera y la camiseta, que ahora se ven y huelen limpias. Se me ocurre una idea; llamar a casa de sus padres y avisarles que su hijo está en mi casa, pero luego la descarto; podrían pensar cualquier cosa.
Decido que lo mejor es que despierte al chico y le cuente lo sucedido. Es mejor a que tenga que hacer que sus padres viniesen hasta mi casa y las preguntas empiecen a atosigarme. Me dirijo a la habitación, y para mi sorpresa el chico está despierto. Está con el celular en su mano. Siento algo de miedo.
-Hola...- le digo tímidamente, él solo me mira confundido.
-Hola..- dice temeroso. -Do-dónde estoy?- pregunta sin apagar la expresion de duda y miedo de sus ojos.
-Estas en mi casa, ah... Soy Martín- le digo y me acerco con cautela hasta quedar frente a él. Su expresión me preocupa, tengo miedo de que reaccione de la peor manera. -Estás en el Barrio el Solar, está cerca del tuyo.
-Qué me pasó?- dijo como un niño pequeño con miedo.-¿Qué hago yo aquí?
-Te desmayaste en la vereda de mi casa- le dije tratando de sonar claro. -Te vomitaste todo y si te dejaba en la calle, te podía haber pasado cualquier cosa. Todas tus cosas están ahí- le dije del modo más fraternal que tenía.
-Me desmayé? Vos me cambiaste?- preguntó un poco preocupado.
-Si, bueno... yo te saqué la remera toda vomitada, si te la dejaba te ibas a enfermar y de verdad que estaba toda manchada...- le dije. Su rostro no encontraba como encajar las cosas.
-Ya casi está seca tu otra ropa, la lavé- le dije y me dispuse a traerla.
-Gracias...- me dijo mientras me acercaba a la puerta.
-No, no es nada, pero la próxima vez tené cuidado... Te pudo haber pasado cualquier cosa allá afuera.- dije y le traje el resto de su ropa.
-La camiseta aún no está del todo sca, está húmeda- le dije al llegar al cuarto. El estaba de pie y ya se había puesto las zapatillas.
-Pero te podés llevar ésa si querés- le dije amistosamente, señalando mi vieja camiseta amarilla de The Waylers
-En serio?... dijo poniéndose la campera y guardando el resto de sus pertenencias. Un papel cayó abajo de la mesa de luz, pero no dije nada.
Fuimos a la sala y le conté con mas detalle lo que había pasado, no quería que pensara mal así que fuí lo mas claro, honesto y preciso que pude. Él se sentía avergonzado y a cada rato me daba las gracias y pedía perdon cada vez que le comentaba lo de los vómitos. Miró la hora en su teléfono, y tras indicarle bien la ubicación de la calle que baja hasta su barrio, fuimos hasta la puerta de casa. El sol tibio de la mañana ya estaba arriba y aunque no había dormido en toda la noche, me sentí con energias suficientes para llevar despierto toda la jornada. Y lo mejor es que ya no pensaba en nada.
-Gracias, de verdad gracias, te debo una... y la remera- dijo el chico estrechándo mi mano.
-No hay de qué en serio, pero ya sabés... tené cuidado cuando salgas y no te pases con la bebida... ah y no hay problema por la remera, podés quedartela, a vos te queda bien- dije sonriendo.
El chico y yo miramos la mancha de vomito en la acera con cara de poquer y volvió a agradecer y pedir diculpas... luego se despidió de mi y caminó despacio, perdiéndose calle abajo hasta su barrio.
Me metí a la casa y la sentí completamente vacía. Miré en la mesa de la cocina el individual puesto para uno, con una taza y cuchara. Me quedé pensativo un istante y laal ver a cafetera encendida, la apagué. Caminé hasta el cuarto de huéspedes y vi la cama deshecha. Volví a tenderla, dejé el edredón puesto y me volví hasta la mesita de luz, abajo de ésta, estaba el papelito que ví caer, era la entrada cortada de la disco a donde el había ido el chico, sin saber bien porqué, la adherí bajo un imán en la heladera. Fui hasta el lavadero llevando las fundas de los almohadones del sofá que fueron vomitadas, y al abrir la puerta del tambor de la lavadora, ví acurrucada una prenda en el fondo de éste...
Lunes.
Le dije a Brenda que nos veamos en un café, cerca de la papelera, la empresa donde ámbos trabajamos. Ella llega cinco minutos después de que llegué yo, sin decir nada. Me vé y nota algo en mi semblante, me lo hace saber. No hablo mucho y ella se desespera. Pido un café y tras tomarlo con parsimonia, le soy por primera franco y directo.
-Creo que esta relación no funciona, no está funcionando para ninguno de los dos.- le digo tranquilamente.
-Que?- pregunta verdaderamente sorprendida, con su rostro expenctante, como si no hubiese escuchado bien. -Me estas jodiendo Martín?- dice incrédula, mientras empieza a mostrarse tensa y molesta. -Que te pasa?- su voz va en aumento, condicionada por mi expresión neutra.
-Mira en lo que nos convertimos, ninguno de los dos sabe lo que quiere del otro, no te das cuenta?- digo sin perder mi postura, esto la supera.
-No te entiendo... qué mierda te pasa?!?- tensa su mandíbula y con una mano se cubre la sien.
-Brenda, a vos te parece lo que nos está pasando?- le digo tranquilamente, ya nada me importa.
-Andate a la mierda...- logró decir finalmente entre dientes y se levanta para terminar yendose velozmente del lugar. Sentí que aún quedaban cosas por hablar, pero con esas últimas palabras, sabía que el futuro estaba sellado.
Me quedé viendo el lugar, los autos que pasaban por la calle y el viento que llevaba hojas secas de los arboles y a algunos papelitos por igual.
Suspiro y desajusto la bufanda a rayas blancas y azul ultramar que abriga mi cuello y pido la cuenta para salir del lugar...
FIN...