El Buen Samaritano
Es de bien nacido el ser agradecido. Dos extranjeras reciben ayuda de un desconocido y deciden pagar con lo que tienen a mano.
Aquella tarde se había nublado y como todo el mundo anticipaba, a las siete ya estaba tronando y quince minutos después ya llovía. Era una clásica tormenta de verano de las que se forman en la montaña a mediados de Julio. Carlos venía de cargar la furgoneta de pienso para las cabras. Parecía que había pasado lo peor y aunque llevaba las luces dadas, todavía había buena visibilidad. De repente, al lado derecho de la carretera más allá de la cuneta, pudo ver unas figuras. Redujo la velocidad y pasó casi parado a su lado. Eran dos ciclistas que andaban desmontando la rueda trasera de uno de los vehículos. Sintió lástima porque sabía que estarían empapados, así que paró y puso los intermitentes, se puso el chubasquero y bajó de la furgoneta para ver si podía ayudar.
Cuando se acercó y preguntó si necesitaban ayuda descubrió a dos chicas que estaban totalmente ocultas por unos impermeables. Parecía que tenían problemas con la rueda. Estaban intentando desmontarla pero con el agua que caía y los nervios parecía que la cosa se les estaba complicando. Le contestaron en un torpe español con fuerte acento extranjero. Se había pinchado la rueda de atrás a una de ellas y querían cambiar la cámara y continuar el camino. Carlos les ofreció llevarles hasta su casa donde podrían arreglar el pinchazo de la rueda, secarse y continuar o sino, les ofrecía pasar la noche y continuar mañana cuando la tormenta ya habría pasado. Tiritando de frío y empapadas hasta los huesos intercambiaron unas palabras en extranjero y asintieron dando las gracias.
Carlos (un treintañero de metro setenta y ocho con una espalda como un armario, brazos y piernas fuertes, piel quemada por el sol y cara de inocente con sonrisa permanente) echó las dos bicicletas con las alforjas dentro de la furgoneta cuidando de que no mojaran los sacos de pienso, luego montaron los tres y arrancaron la marcha. Eran dos chicas jóvenes, no llegarían a los veinte años. Una pelirroja con el cabello muy corto además de una piel pálida salpicada de pecas y unos ojos de un color gris azulado que impresionaban. La otra era una morena con el pelo a lo “rasta”, con unas gafas muy simpáticas, unos ojos como su amiga y ambas con un piercing debajo del labio inferior y unas piernas esbeltas. Poco más se podía extrapolar cubiertas como iban con los impermeables.
Les preguntó a dónde iban con las bicicletas y la respuesta le sorprendió: Habían venido de Inglaterra para hacer el camino de Santiago y a la vuelta habían decidido volver probando por carreteras menos transitadas. Hasta ahora todo les había ido bien, pero esa tarde les había sorprendido la tormenta y en medio de ella habían pinchado la rueda. Las dos tiritaban y se encogían aunque intentaban disimularlo.
No les llevó mucho tiempo el recorrer los seis kilómetros de carretera, atravesaron el pueblo y subieron unos treinta o cuarenta metros más hasta llegar a una casa de piedra con una gran puerta abierta parecida a la de los garajes. Entró la furgoneta, cerró la puerta y al bajar pudieron comprobar que sólo era un techo que cubría la entrada a un amplio corral. Descargó las bicicletas y cogió la rueda pinchada, luego las invitó a pasar a casa. Con un poco de miedo, a pesar de la confianza que inspiraba Carlos, entraron hasta llegar a una cocina como las de antes.
Echó unos leños dentro del fogón y pronto comenzó a irradiar un agradable calor al que no pudieron resistirse. Las trajo unas mantas para que se secaran y les preparó un poco de chocolate caliente. Lo saborearon muy lentamente, sintiendo como el calor volvía a sus cuerpos mientras Carlos arreglaba el pinchazo. Con una envidiable habilidad desmontó la rueda, sacó la cámara y después de descubrir el pinchazo le colocó un parche antes de volverla a colocar dentro de la cubierta.
Cuando salieron a colocar la rueda en la bicicleta, vieron que había parado de llover, pero ahora hacía fresco y aunque aun quedaba más de hora y media de sol, tanto la pelirroja (que se llamaba Caitlin) como la morena (de nombre Fátima) le pidieron permiso para quedarse. Tenían ropa seca en las alforjas y les gustaría darse un baño si era posible. El benefactor aceptó como si aquello no tuviera importancia. Les llevó hasta una habitación de la casa donde tenía un par de camas para invitados (se podía cerrar por dentro) y les mostró un pequeño baño con ducha donde poder asearse. Luego se retiró avisándolas que estaría en la cocina preparando algo ligero para cenar.
Después de una ducha reparadora y vestidas con unos chándales informales, volvieron a la cocina comentando que no parecía mala persona su salvador. Allí se vieron sorprendidas por un delicioso aroma a comida caliente. En la mesa les esperaba una humante tortilla de patatas recién echa además de una ensalada y un plato con embutidos locales. Tuvieron que contenerse y no abalanzarse sobre la comida del hambre que tenían. Todo les supo buenísimo y bien regado con vino estaba mejor aun.
Cuando acabaron creían que les sería imposible moverse. Estaban totalmente llenas, además de que sentían que el vino se les había subido un poco a la cabeza (se lo había avisado Carlos, pero era demasiado tentador para ellas), ahora era cuando el cansancio les empezaba a pesar y los bostezos eran imposibles de disimular. No les costó mucho trabajo el hacerle caso y marcharse a la cama. Tenían que continuar el camino a la mañana siguiente.
Apenas se tumbaron en las camas y se quedaron dormidas. El reloj que había en la cocina hacía sonar las once con un tono solemne.
Hora y media después, Caitlin (la pelirroja) se despertó con una urgencia por ir al baño… Necesitaba descargar su vejiga cuanto antes. Fue un viaje rápido y un gran alivio. Cuando salió, más relajada y un tanto adormilada, oyó canturrear algo a Carlos en el exterior. Cerró la puerta, y con la luz apagada entreabrió la ventana para ver que hacía.
Su sorpresa fue mayúscula al verle como llevaba los sacos de pienso de la furgoneta a un cobertizo, vestido sólo con el pantalón, y sin aparente esfuerzo. Admiró el corpachón del hombre a la luz de la luna casi llena, que brillaba en el cielo cuando lo permitían las nubes. Un poco de vello en el pecho y el bronceado le hacían parecer atractivo. En realidad, no se había fijado antes de esa manera en él.
Un leve cosquilleo le recorrió el cuerpo y su derecha se deslizó hasta su entrepierna de manera inconsciente. Se mordió los labios y entrecerró los ojos como si quisiera memorizar lo que veía. Le observó terminar de llevar los sacos, cerrar el cobertizo y jugar con un gran perro torpón antes de mirar al cielo y entrar dentro de casa. Cerró la ventana, recordó lo que había visto, volvió a la cama con una sonrisa picarona. De nuevo el sueño le vino rápido.
Se despertaron con el sonido de unos truenos lejanos. Apenas entraba luz por la ventana cerrada. Se asombraron de que ya eran las nueve y media. Muy tarde para lo habitual en ellas. Ambas se desperezaron lentamente saboreando el placer de la cama caliente. De nuevo oyeron tronar y al abrir la ventana vieron un día gris cubierto de oscuros nubarrones y el suelo del corral húmedo. Dedujeron que aun no se habían despejado del todo las tormentas. Vieron pasar a Carlos con un cubo de la mano seguido de un perro de gran tamaño (un mastín mezclado con san bernardo) que se movía con aire cansado. Le oyeron entrar en la casa y se vistieron para desayunar.
Además de un tazón de leche caliente con miel y galletas, pudieron saborear un poco de pan con compota de manzana y unas naranjas. Todo muy sencillo pero exquisito. Carlos les avisó de que había llovido algo más por la noche y que aun se podía ver alguna nube de tormenta. Eso mientras revisaba las bicicletas y engrasaban los ejes y cadenas.
A la vista de que el tiempo no despejaba decidieron quedarse y se ofrecieron a ayudarle en lo que pudieran como pago por su hospitalidad. Él sonrió, les pidió que cogieran los chubasqueros por si llovía y que le siguieran. Subieron por un camino hasta una loma cubierta de brezo y retama seguidos del perro que hizo buena amistad con ellas. Allí, dispersas por la ladera, se veía una amplia manada de cabras que pastaban a su aire sin dueño ni amo que las vigilase. El trabajó consistió en reunirlas y hacerlas bajar a la nave donde habían pasado la noche.
Fue un trabajo divertido. Las cabras no siempre respondían a las indicaciones y a veces tenían que correr un poco detrás de ellas. Con alguna que otra caída y muchas voces lograron juntarlas. Luego ya fue más fácil, pues parecían conocer el camino y aunque les costó un poco terminaron por entrar dentro del recinto. Habían pasado casi tres horas largas y apenas se habían enterado. Estaban cansadas y empezaban a sentir de nuevo las punzadas del hambre.
Como hacía fresco les preparó unas sopas de ajo castellanas y unos huevos fritos. De postre sandía y todo regado con vino (de nuevo les avisó del peligro pero no hicieron caso). Al acabar, ambas estaban ciertamente un punto alegre. Caitlin comentó a su amiga, en un momento que se ausentó Carlos, como le había visto ayer por la noche y que le había parecido que estaba bueno.
Al volver, tanto la pelirroja como la morena comenzaron a verle desde otra perspectiva. Fuera había empezado de nuevo a llover y para pasar el rato comenzaron a preguntarle cosas mientras terminaban la botella de vino empezada en la comida. Si estaba casado (no), si tenía novia (no), si había buscado novia (no), si le gustaban las mujeres (sí), si llevaba mucho tiempo viviendo sólo (sí)…
Hora y media de interrogatorio bastaron para agotar la botella. Las dos estaban muy cerca del punto de embriaguez pero aun así seguían lanzándole más y más preguntas, cada vez más íntimas. Al final fue Fátima la que disparó la pregunta que llevaban tiempo intentando decir pero no se había atrevido:
- Si te gustan las mujeres, y no tienes novia, ni la buscas, ni eres virgen, ni te masturbas… ¿Tú vas con putas?
Carlos sonrió aun más y asintió con la cabeza.
¿Cuánto vas?
Una vez por semana.
¿Cuándo vas?
Cuando tengo ganas.
¿Cuándo tienes ganas?
Hummm.- duda unos segundos. La mira a los ojos…- Ahora mismo.
Fátima se calló sorprendida por la respuesta. Necesitó unos segundos para analizar la situación. Caitlin (la pelirroja) reaccionó:
¿Te gustamos?
Sí. Me gustáis.
¿Mucho?
Lo suficiente para…- Con un gesto levantando el dedo índice les indicó que se le había puesto tiesa.- ¿Comprendes?
Las dos se miraron sonriendo de manera maliciosa.
¿Te gustaría vernos desnudas? – Propuso Fátima, la morena.
No me importaría.
Te gustaría vernos desnudas ¿sí o no?- insistió.
Sí. Me gustaría.
Caitlin le dio un codazo pero la morena se levantó, y apartándose de la mesa se colocó entre la cocina y Carlos. Vestía un top de tirantes color caqui y unos pantalones vaqueros muy cortos. Partiendo de la cintura fue recogiendo el top hacia arriba hasta dejar al descubierto dos pequeños pechos puntiagudos culminados por gruesos pezones taladrados por un piercing de lado a lado.
¿Quieres ver más?- miró con rostro malicioso y mirada traviesa.
Sí. – respondió Carlos con más decisión.
¿Qué das como cambio? – intentó sacar provecho.
Comida y cama. – ofreció en tono burlón sorprendiéndola.
¿Sólo?
Tú sola: comida y cama. Las dos… Negociemos.
Caitlin que se escondía detrás de un vaso de vino casi se atraganta. Mira a su compañera y ésta le guiña el ojo.
¿Qué ofreces? – Continúa el regateo.
Además de comida y cama… una noche agradable.
Las dos se miran comunicándose con las miradas. Por un momento dudan, pero el alcohol parece animarlas a seguir con el juego. Caitlin se pone detrás de su compañera y con las manos acaricia los pechos apretando los pezones que se ponen aun más rosados.
¿Cómo sabemos que es verdad que te gusta? – pregunta la pelirroja.
Enseña más si quieres que yo te enseñe…- con el índice señala un bulto en su pantalón.
Caitlin bajó sus manos hasta el pantalón de su amiga, que parecía aturdida, desabotonó, introdujo los pulgares entre la tela y la piel, y con un movimiento suave lo hizo descender con la braguita hasta los tobillos. Una boquita alargada con el pelo recostado, de labios gruesos y color rosado aparecieron a la vista. Carlos asintió.
- Muy bien.
Con aparente impasibilidad, abrió el pantalón y con ayuda de la mano sacó a la vista un miembro no muy largo (de un palmo de largo aproximadamente) pero grueso (apenas lo abarcaba con los dedos) y con una cabeza húmeda, brillante e hinchada.
Las dos lo contemplaron como hipnotizadas. Apenas se dieron cuenta de que se quedó totalmente desnudo y de pie delante de ellas. Sólo Fátima pareció reaccionar y con timidez acercó su derecha hacia el miembro. Lo acarició con la yema de los dedos, un roce tímido pero que sobresaltó al miembro. Por un momento dudó, pero sólo un momento. Con delicadeza lo cogió entere las manos y lo exploró como si examinase una joya.
Su compañera, la pelirroja, la contemplaba con los ojos muy abiertos y las piernas muy cerradas. Vio como acercaba su boca al falo y comenzaba a deslizar la lengua desde la base hasta la punta del brillante capullo. Bajó las manos a la entrepierna y apretó con más fuerza aun, como si intentase contener algo. Podía ver el brillo de la saliva sobre la piel y como la repartía con la ayuda de los dedos y la lengua. Su amiga estaba ajena a lo que no fuera que tenía entre las manos.
- Muy bien. Lo haces muy bien…
Animaba Carlos a la joven. Intentó tragar el pene pero apenas logró tragar más allá del capullo. Le llenaba la boca y apenas podía manejarlo. Observó como la pelirroja se había abierto el vaquero (igual al de Fátima) y como las manos se habían hundido allí dentro. Su cara se había sonrosado y su mirada parecía algo perdida pero sin dejar de observar a su amiga.
- O paras o explotaré en tu cara.
Avisó ante la insistencia del trabajo oral de la morena. Ésta sonrió al interpretarlo como un elogio.
- Tal vez deberías compartir con tu amiga.
Le sugirió al ver encogerse y agitarse a la pelirroja mientras disimulaba como se masturbaba. Fátima la miró y sonrió. Por un momento abandonó el falo y se acercó a su amiga, la quitó el top rosa que llevaba dejando al descubierto unos pechos pequeños, casi inexistentes, con unos pezones redondos y afilados taladrados por unos aretes. Luego bajó las manos y le terminó de desnudar al llevar el resto de la ropa a los pies. Una mata de pelo rojo oscuro, como su cabello, húmedo y enredado cubría todo el coño y más allá.
Fátima introdujo un par de dedos en aquella selva y comprobó el estado de su amiga. Un par de pequeños hilos de humedad comenzaban a descender por sus piernas. Carlos se acercó, abrió un cajón de la mesa y después de buscar unos segundos sacó un sobre pequeño, lo abrió y con cuidado se colocó un condón. Luego alzó a la pelirroja sin esfuerzo alguno por la cintura con el brazo izquierdo y con la ayuda del derecho colocó el pene… Luego la dejó descender lentamente.
Caitlin clavó sus uñas en los hombros al sentirse empalada, luego le abrazó e hizo lo mismo con la espalda mientras luchaba por no gritar. Todo su cuerpo estaba en tensión y sentía una profunda ola brotar de su coño y subir por su columna hasta agarrarla por el cerebro. Cuando por fin lo tuvo todo dentro gimió, intentó acomodarse y sólo logró excitarse aun más. Sintió el abrazo de su amiga a la vez que Carlos comenzó a moverse.
Primero fue despacio, su amiga la acariciaba la espalda, los pechos, incluso se atrevía a deslizar los dedos peligrosamente cerca de su culo. Podía sentir y oír como chapoteaba su coño a cada choque. Podía sentir la humedad y el calor entre sus piernas. Poco a poco notaba como crecía, como si fuera la mecha antes de una explosión. Entonces Fátima tuvo la osadía de hundir un dedo en el ano y todo estalló. No pudo evitar un fuerte gemido a la vez que las fuerzas la abandonaban. Si no hubiera sido por el fuerte brazo de Carlos se hubiera caído.
Con amabilidad y delicadeza hizo girar su exhausto cuerpo y colocarlo despacio hasta que los pies tocaron el suelo. Entonces reanudó el mete saca de una manera salvaje y violenta. La agarró por las muñecas y tiró de ellas hacia atrás para unirla aun más a él. No pudo evitar correrse una segunda vez antes de que acabara. Apenas se sentía consciente de lo que hacía con su cuerpo. El alcohol y el esfuerzo físico la habían atontado.
Sintió cuando la dejó en el rústico diván que había en una pared y la cubrió con su ropa, luego pudo ver en una extraña mezcla de sueño y realidad como Fátima se deja follar como ella. Ésta no se contenía, gritaba, gemía, gruñía palabras inconexas y luchaba por mantenerse pegado a él mientras se acariciaba con movimientos nerviosos. Incluso pudo aun percibir como su amiga le quitaba el condón e intentaba tragar la descarga que brotaba de aquel tronco. Luego, la pelirroja se quedó dormida.
Cuando se despertó de nuevo, estaba bajo una ducha de agua templada y una mano con una esponja jabonosa la recorría el cuerpo despertando sensaciones recientes. No pudo evitar llevar la mano derecha a su coñito y acariciarse en ese punto que tanto placer le daba. Entonces se dio cuenta de que tenía algo contra la espalda que rápidamente identificó. Estaba siendo limpiada por un Carlos desnudo. Éste le mantenía en pie con un brazo y con el otro la estaba enjabonando. Se movió con torpeza intentando tomar el control pero sus piernas le fallaban. Cuando recibió de lleno un nuevo chorro de agua, pero esta vez fría, su cuerpo se estremeció y a punto se sintió de correrse de nuevo… Pero el agua lo fue eliminando con el jabón ofreciéndola un poco de relajación a sus confusos sentidos.
- ¿No dije que el vino era fuerte para vosotras?
Gimió intentando decirle algo, pero tenía la mente tan embotada como el cuerpo. Con mimo la secó el cuerpo, sin regodearse en su desnudez, ofreciendo una extraña sensación de fría eficacia. Luego la llevó entre brazos a la cama y la cubrió con una fina manta. En cuanto el calor la envolvió, se quedó dormida.
Fátima yacía en el comedor, igual que en un principio había estado su amiga. Dormitaba envuelta en una nebulosa de placer, alcohol y recuerdos que insistía en recordar una y otra vez. Aun tenía el sabor en la boca y sus dedos también parecía que se resistían a dejar de acariciar el extremo de su raja, allí donde siente el gozo… Uno de sus dedos, el más osado y rebelde jugueteaba tanteando la puerta de su culo. No podía evitarlo, incluso se puso boca arriba y se abrió de piernas para recibir a Carlos que venía de duchar a su amiga. Éste sonrió.
La cogió entre brazos y como si fuera una princesa la colocó debajo de un agua templada y agradable. A la vez que una mano con la esponja recorría el cuerpo enjabonándola, con su boca saboreaba el cuello y la nuca, y la otra mano pellizcaba los pezones o los rodeaba con leves caricias que sólo lograban excitarla aun más. Ante aquellos dedos gruesos su cuerpo se abría ansioso, y cuando llamó a aquel agujero y forzó la entrada… Apenas le quedaron fuerzas para un leve grito antes de desvanecerse en un nuevo orgasmo. Ese fue su último recuerdo.
El sol entraba por las rendijas de la persiana que cubría la ventana. Un extraño y leve gozo parecía envolverlas junto a un dolor de cabeza. Primero fue Caitlin la que se despertó. Se incorporó a pesar de las punzadas que sentía en la cabeza. Observó su cuerpo desnudo y se llevó los dedos a sus pezones que rápidamente respondieron con un rayo de alegría. Sonrió y se giró para ver a su amiga que gemía en un estado de duermevela.
Mi coño escuece como si le hubieran pasado un papel de lija…- gimoteó con voz aguardentosa.
Y el mío…- Le contestó la pelirroja sonriendo.
Fátima alzó la cabeza, observó que su amiga estaba despierta y sonriente.
- Me metió un dedo en el culo…- su cabeza cayó como un plomo contra al cama.- Fue…Explosivo. Y me quedé KO.
-Eres una guarra. – le reprocha con sorna Caitlin.
Ambas somos unas guarras. Pero yo tengo iniciativa.
Puedes tener todo lo que quieras, pero yo tengo otras cosas más urgentes ahora.
Apartó la manta y se levantó de la cama. Cogió la ropa que tenía sobre las alforjas (la que llevaba ayer antes del sexo), y apresuradamente salió al baño. Unos minutos después se podía oír el sonido de la cisterna llenándose.
Un par de aspirinas y un desayuno consistente en compota de manzana, fiambre, zumo de naranja recién exprimido, queso y fruta, devolvió parte de las fuerzas a las jóvenes. Compartieron los mejores recuerdos de la sesión de sexo e incluso Fátima tonteó con la idea de repetir, pero la resaca aun se resistía a irse. Como ya era muy tarde esa mañana (se habían levantado a las diez y cuarto) Carlos propuso que comieran y luego él las subía con la furgoneta hasta Aguilar de Campoo, desde allí podían llegar esa tarde a Reinosa y al día siguiente alcanzarían Santander.
Después de una comida frugal, montó las bicicletas en la furgoneta y las llevó hasta donde habían quedado. Fue un viaje corto y silencioso. Como un largo final que nadie quiere que llegue. Habían intercambiado números de teléfono, direcciones de correo normal y electrónico, y ahora había llegado el momento de despedirse. Se abrazaron, Carlos intentó relajar el ambiente con unas bromas mientras ellas montaban las bicicletas. Al final las observó perderse por la carretera sonriendo con esperanza. Esperaba tener noticias de ellas pronto.