El bosque de los orgasmos (Halloween)
Una historia especial de halloween, donde una pareja decide pasar un día en el campo y aprovechar la belleza del paraje para mantener relaciones sexuales. Sin embargo, su encuentro sexual será algo más que eso.
Año 1996 por estas fechas, bosque del Valle del Genal. Una pareja joven y aventurera decide pasar el día rodeados de naturaleza y contemplando el espectáculo que supone el otoño en este bosque.
Al igual que otros muchos senderistas, no dejan de disfrutar de las espectaculares vistas que ofrece la zona, todo bañado por innumerables tonos de ocres, marrones y amarillos. Parecía que estuvieran en un bosque de oro. Con este entorno, a Isabel se le suben las hormonas y le propone a su pareja separarse un poco de la senda habitual y disfrutar con todos los sentidos del lugar. Su pareja que ya la conoce, sabe que en realidad lo que le está proponiendo es tener un encuentro sexual en el bosque, evitando la curiosidad y sorpresa de ojos ajenos.
En un recodo del camino ven lo que parece una senda natural que se aleja hacia un pequeño claro en el bosque, deciden seguirlo y a los pocos metros descubren una zona más espesa de vegetación y con un desnivel que hace las veces de pequeño balcón natural oculto del camino principal. Ese va a ser su nido de amor para ese encuentro.
Tras una rápida visual y chequear que es un buen sitio para dar rienda suelta a sus deseos más básicos, Isabel se lanza a los brazos de su pareja, Carla. Comienza por un discreto beso en los labios mientras sus brazos la abrazan. Carla por su parte, sujeta a Isabel por las caderas. Varios besos en los labios rápidos y cortos son parados por una mirada intensa entre los ojos de cada una. Isabel se ve reflejada en los ojos de Carla y Carla ve su reflejo en los azules ojos de Isabel. El ambiente sube de intensidad hasta que Isabel no puede más y se abalanza sobre el cuello de Carla. La marca con los dientes, aprieta sus labios contra el cuello de ella y succiona para hacerle lo que se conoce vulgarmente como chupetones. Carla, más fría, se deja devorar pero le da pequeños azotes en el culo a Isabel en señal de dolor. Se queja tímidamente porque en el fondo le excita que Isabel haga eso. Esta última, entre tanta actividad feroz, le susurra palabras cariñosas y le declara su amor en repetidas ocasiones. Carla resopla y se aferra con fuerza a los muslos de Isabel. Su libido se está elevando por momentos. Sube sus manos hasta los pechos de Isabel y los masajea, los frota siguiendo su forma natural. Isabel en una pausa de forma ágil se levanta la camiseta técnica que lleva y también el sujetador. Deja al aire sus pequeños pechos tersos y puntiagudos. Carla los lame sacando su lengua. Largos lametazos que los recorren de abajo hacia arriba. La llena de besos también por el escote. Isabel toma un rol más pasivo y deja que sea Carla la que marque los tiempos. Se recrea en los pechos de Isabel hasta endurecerlos. En ese momento, rozando la piel de Isabel con la barbilla y la nariz, se va agachando hasta acercarse a su vulva. De un tirón seco le baja a media pierna el pantalón y las bragas que se le enrollan. Mirando hacia arriba, Carla encaja su cara entre las piernas de su pareja. Con la punta de la lengua, rebusca hasta dar con el clítoris. No usa las manos, solo para sujetarse a las piernas y evitar caerse hacia atrás. Isabel cierra los ojos y disfruta del viaje hacia el placer que le está regalando su pareja.
Después de escucharse unos tímidos gemidos, ambas se encuentran desnudas en mitad del bosque. Por un lado con las vistas del valle frondoso de vegetación y por el otro una pequeña pared de roca coronada por hierba alta que evita que las vean posibles senderistas.
Usan sus ropas y mochilas para acomodarse sobre el manto dorado que forman las hojas caídas. Carla es la afortunada que sentada sobre las hojas y recostada sobre las mochilas para no hacerse daño con la pared de roca, puede ver las vistas mientras Isabel la colma de placer con su boca y habilidosos dedos. Entre gemidos y cuando el placer le permite abrir los ojos, observa el paraje y ve como una pequeña nube va penetrando y ascendiendo por el monte. Llega a estar a unos metros de ella. Una nube de niebla de 30 o 40 centímetros que se desliza por el suelo. Cambian varias veces de postura para regalarse momentos de placer mutuamente. Un 69, la tijera, la cuchara, el misionero, el columpio, etc… Todo un sin fin de posturas y posiciones para disfrutar del sexo en su más amplio sentido. Por cada cambio es inevitable que parte del manto dorado del bosque se vaya adhiriendo a sus cuerpos. Los pies, piernas, espaldas… Los distintos fluidos sexuales y el sudor actúan de adhesivo. Sin poder remediarlo llega un momento en el que ambas pierden la noción del tiempo y de donde están. Su pasión les arrebata la razón y la cordura. Comienzan a tener sexo como animales, de forma salvaje. Sus orgasmos se suceden, el bosque comienza a oler a sexo y los gemidos y gritos de placer corrompen la paz del lugar.
Sin embargo, nunca más se ha sabido de ellas dos, ni siquiera se ha llegado a encontrar nunca ni su ropa ni ninguna pertenencia de ninguna. El bosque y esa mágica neblina las envolvieron de tal forma a ellas y su placer desmedido, que hoy en día, si paseas por la zona boscosa del Valle del Genal y prestas atención, a veces podrás creer que en la lejanía resuenan gemidos de placer. ¿Serán los suyos? ¿Serán de ninfas? ¿O solamente un canto de sirena del bosque que te lleva a la desaparición?